Lo que es la Luna. —El telescopio. —La luz de la Luna. —Tamaño y movimiento de la Luna. —Los cuartos de la Luna. —La luz de la Tierra. —Los eclipses. —Sequedad de la Luna. —Para qué creerán sus habitantes que ha sido hecha la Tierra.
La Tierra, o el mundo que habitamos, no es el único que hay en el Universo. Muy cerca de nosotros tenemos uno, al que hemos puesto el nombre de Luna.
La Luna es una tierra como la nuestra. Con los grandes catalejos, llamados telescopios, que se usan para mirar a los astros, vemos sus montañas y sus valles. El tamaño como se ve la Luna con esos telescopios es dos mil veces mayor que a simple vista, es decir, que si según la vemos, necesitaríamos para atravesarla un eje de un palmo para hacer lo mismo con la Luna vista por el telescopio, sería preciso un eje de dos mil palmos. La distancia que nos separa de la Luna es de 384 000 kilómetros, lo cual no es nada comparado a las distancias que nos separan de otras tierras.
Antiguamente creían los hombres que la Luna era luminosa, como lo es el Sol, y que la luz crecía y menguaba con objeto de que nosotros pudiésemos medir el tiempo, sirviéndonos de reloj; el Espíritu Santo mismo era de esa opinión, según consta en la Biblia; pero ha resultado que los antiguos, incluso el Espíritu Santo, estaban equivocados, porque la luna no brilla más que brillamos nosotros mismos. La luna refleja la luz del sol como puede convencerse cualquiera haciendo este experimento.
Entrad en un cuarto en que dé el sol; cerrad todo herméticamente de modo que quede en completa oscuridad, sí es posible; abrid un poco la ventana, nada más que lo bastante para que penetre un pequeñísimo rayo de sol, y en el acto veréis que el punto en el que el rayo da, se pone brillante, es decir, que refleja la luz. Poned cualquier objeto en el rayo luminoso y brillará, y brillará tanto más cuanto más oscuro esté el cuarto; y notareis más, y es que, al abrir la ventana y entrar el rayo de sol, no sólo se ha iluminado el punto en donde da, sino que se ha esparcido alguna claridad en toda la habitación, permitiéndoos ver objetos que no podíais distinguir con la ventana cerrada. Pues bien, el cuarto oscuro es el espacio, el cual, si no hubiese sol o estrellas, sería completamente oscuro; el pequeño rayo de sol, es el sol; el objeto que ponéis en ese rayo y que toma brillo, es la luna; la luz que el rayo del sol refleja después de dar en el objeto, iluminando un poco el cuarto, es la luz que refleja la luna en él espacio, y de la que una parte nos alumbra a nosotros por la noche. Continuemos el experimento: abramos de par en par la ventana, inundando de sol y luz el cuarto, y observaremos que el objeto que ponemos en el sol le vemos más claro, pero no parece brillar. Pues lo mismo sucede con la luna: por el día la vemos, pero blanca, y sin ese brillo que sólo adquiere según va oscureciendo. Por efecto de esa misma reflexión de la luz es que, muchas veces, las nubes parecen luminosas.
La Luna es cuarenta y nueve veces más pequeña que la Tierra, y gira alrededor de nosotros precisamente lo mismo que hacemos nosotros alrededor del Sol; pero tiene una particularidad muy noble y es que, en lugar de dar muchas vueltas sobre sí misma mientras da una vuelta alrededor de nosotros (como hace nuestra Tierra girando 565 veces mientras gira una vez alrededor del Sol); tarda el mismo tiempo en girar alrededor de nosotros que en dar vuelta sobre sí misma, es decir, veintinueve días y medio en su movimiento de rotación y veintinueve días y medio en su movimiento de traslación, de lo que resulta que siempre tiene el mismo lado vuelto hacia nosotros. Esto equivale a colocarnos en medio de un cuarto y que una persona girase a nuestro alrededor conservando siempre la cara hacia nosotros y la espalda contra la pared, que es justamente lo que hace la Luna con la Tierra; de suerte que nadie ha visto ni verá jamás lo que hay del otro lado de nuestra vecina.
La Luna tiene un movimiento más que tenemos nosotros, porque, además de girar sobre sí misma y alrededor de la Tierra, como la llevamos siempre en nuestra compañía, tiene que dar la misma vuelta que cada año damos nosotros al Sol.
El espacio iluminado que vemos aumentar o disminuir en la luna, diciendo que crece y mengua, proviene de que, cuando en su movimiento alrededor de nosotros se coloca entre el sol y la tierra, o, mejor dicho, cuando tanto la luna como el sol los tenemos del mismo lado, la luna nos presenta la parte oscura, y no la podemos ver, diciendo que no hay luna. Cuando, por el contrario, el sol está de un lado, la luna de otro y nosotros en medio, vemos toda la parte iluminada y decimos que hay luna llena. Ésta es una de las cosas de que cualquiera puede convencerse, sin necesidad de instrumento alguno. Coloquémonos al ponerse el sol, la noche de luna llena, de espaldas a aquél, y veremos que, a poco de haberse puesto, sale la luna frente a nosotros; de suerte que, teniendo al sol detrás y la lana delante, es claro que nos hallamos en medio de los dos. Como mejor se ve este experimento, es en una llanura o en el mar.
El movimiento de ponerse el sol y salir la luna, no es más que aparente, y proviene de la vuelta que la tierra da sobre si misma; porque aunque la luna gira a nuestro alrededor, su movimiento es veintisiete veces menos rápido que el nuestro, y es, por lo tanto, imperceptible a la vista, del mismo modo que lo es el movimiento de la mano de un reloj de bolsillo. Las diferentes posiciones que la luna toma con respecto a nosotros y al sol en los días que tarda en pasar de luna nueva a luna llena, o viceversa, son las que hacen que veamos más o menos de la parte que ilumina el sol, y esto es lo que llamamos cuartos crecientes y menguantes.
Nuestra Tierra es una luna para los habitantes de la Luna, teniendo ellos la ventaja de que como nosotros somos mayores que ellos, les alumbramos con una luz tan fuerte como la que harían tres lunas y media. Naturalmente, cuando para nosotros es Luna llena nuestra Tierra es Luna nueva para los habitantes de ella. En cambio, cuando para nosotros es Luna nueva, a ellos les toca estar entre la Tierra y el Sol, y nuestro mundo es una magnífica luna para ellos. La luz que le reflejamos es tal, que daremos de ello un ejemplo conocido de todos. Cuando la Luna nueva tiene dos o tres días, no sólo vemos la parte iluminada por el Sol, sino la obscura también, distinguiendo la Luna entera. Esto proviene de que, siendo la Tierra, como hemos dicho, Luna llena para la Luna, cuando ella es nueva para nosotros, la luz que reflejamos es tan fuerte, que iluminamos la parte obscura de la Luna lo suficiente para distinguirla desde aquí; en una palabra, lo que nos hace ver toda la Luna es lo que sus habitantes deberán llamar la luz de la Tierra.
Cuando algunas veces, al pasar la Luna entre el Sol y nosotros, quedamos los tres en línea recta, pasando ella precisamente por delante del Sol, nos lo tapa y decimos que hay eclipse de Sol. Esto no quiere decir que la Luna sean tan grande como el Sol; éste es muchísimo mayor que aquélla; pero como la Luna está cuatrocientas veces más cerca, le tapa, como nosotros tapamos una casa poniendo la mano a una, corta distancia de los ojos. Cuando, por el contrario, les tapamos nosotros el Sol a ellos, decimos que hay eclipse de Luna, y ellos dirán que hay eclipse de Sol.
Las manchas que vemos en la Luna provienen principalmente de las diferencias del terreno, y son las sombras que estas producen. Sus montañas han sido medidas con tanta o más exactitud que las de nuestro mundo.
La luna, a pesar de estar tan cerca y ser tan parecida a la tierra, tiene una diferencia radical, y es que allí no hay agua. Esto lo sabemos, primero, porque no la vemos, siendo así que vemos claramente los mares de otros mundos que están cíen veces más lejos, y segundo, porque jamás se forman nubes, lo que índica que allí no hay humedad. Por demás está decir que, si nunca hay nubes, nunca llueve. Además, ese aire que nos rodea a nosotros y a los otros mundos, y que llamamos atmósfera, tampoco existe alrededor de la luna, o es tan sumamente tenue que nos es imposible apercibirlo por ninguno de los varios métodos inventados hasta la fecha. Esto hace que los habitantes y las plantas de la luna tengan que ser diferentes de nosotros y de nuestras plantas, a menos que del otro lado, que nunca vemos, haya atmósfera y agua.
La causa por la que la luna gira a nuestro alrededor, es la misma por la que nosotros giramos alrededor del sol, es decir, por la combinación de la fuerza de impulsión, que la hace volar, y la atracción de la tierra que la conserva cerca de ella. La luna gira a nuestro alrededor, y no nosotros alrededor de ella; porque siendo la tierra la más grande, no podía ser de otro modo, así como cuando se cae una piedra ésta va hacia el suelo, y no es el suelo el que va hacia la piedra.
Para concluir con nuestra Luna, haremos notar que el Espíritu Santo dice en las Sagradas Escrituras que la Luna fue hecha simplemente para alumbrarnos por la noche. Si los habitantes de la Luna llegan a saber que hemos convertido a su mundo en un farol, quedarán profundamente indignados porque seguros estamos de que si como es dado suponer, también en la Luna hay algún Espíritu Santo, no habrá dejado de informarles de que nuestra Tierra es luminosa y gira alrededor de ellos con el objeto de alumbrarles; todo lo cual pueden creer con mucho más motivo que nosotros, pues ya hemos dicho que nuestra Tierra es para ellos una magnífica luna, alumbrándoles con una luz tres veces y media más fuerte que la que nosotros recibimos de ellos. Esto sin contar con que, no teniendo allá nubes, no se les puede nublar su luna.