Caleb se miraba a través de los cristales oscuros del salón cómo se ponía el sol. Después de que Eileen lo rompiera, tardaron unas horas en mandar a alguien a que lo arreglara. Sobre todo porque el sistema de las ventanas era especial y las traían bajo pedido. Menos mal que era un vanirio quién las diseñaba. Con las manos en los bolsillos y su ancha espalda cubriendo casi todo el ventanal, pensaba en Eileen. Vestido con unos Dockers negros, zapatos de punta cuadrada de piel desgastada blanca y camisa blanca abierta hasta el pecho y remangada sobre los duros antebrazos, estaba dispuesto a matar a más de una de un infarto.
Pero él sólo pensaba en una mujer. Su piel, sus manos, sus dedos olían a ella y ansiaba verla. Hoy volvería a buscarla. Nunca antes había maldecido su imposibilidad de salir al sol hasta que vio cómo ella salía corriendo a través de la ventana que daba al jardín. Eileen.
¿Estaría bien? ¿Con quién estaba? Y lo más importante ¿qué le estaba pasando? Cuando la noche anterior se comunicó con ella, parecía sufrir, sufrir de verdad, pero su mente estaba descontrolándose y él sólo veía destellos de energía. Necesitaba verla otra vez.
Desde que le había hecho el amor… No. Meneó la cabeza. Eso no era hacer el amor. No con una chica inocente en su primera vez. Pero todo fue confuso con ella desde el principio. ¿Quién se iba a imaginar que ella no tenía nada que ver con las actividades de Mikhail?
¿Y quién se podía imaginar que ella era virgen? Madre mía, si verla caminar, era casi pecado. ¿Por qué nadie la había tocado antes?
Tenía que hacerle tantas preguntas…
Dejó de pensar en el mismo momento en que notó la energía de Eileen cerca de donde él estaba.
Cahal, Menw y Daanna lo llamaron a gritos.
—Caleb… —aparecieron gritando por la puerta que se comunicaba con los subterráneos. Menw respiraba agitado—. Perros.
—Los noto —dijo Caleb mientras salía por la puerta que daba al jardín. Ya había oscurecido, vía libre. Olía a los berserkers entrar en su territorio y no le gustaba nada.
Pero también sentía a Eileen. Sus olores se mezclaban, pero el suyo, el de Eileen, era inconfundible y todavía más potente que antes. Lo iba a volver loco. ¿Y si la habían cogido porque ella olía a vanirio? ¿Y si la habían torturado o dañado de algún modo?
—Coge el coche, Caleb. A veces los ciudadanos nos ven sobrevolar la zona y es difícil desmentirlo diciendo que sólo son cuervos —sugirió Daanna—. Vuela cuando sea necesario, no ahora.
Caleb agradeció el consejo de su hermana, nervioso como estaba podría haber volado en plena exhibición de globos y le hubiera dado igual si le hubieran visto. Así que cogió su Cayenne negro y los invitó a que montaran. Apretó el embrague, puso primera y salió de allí derrapando.
—¿A qué han venido? —preguntó Cahal crujiéndose los huesos de los nudillos.
—No lo sé —contestó Caleb—. Percibo a Eileen cerca, pero no puedo entrar en contacto con ella. Eileen, déjame ayudarte ahora. ¿Dónde estás?
Se sentía tan impotente respecto a ella. Nadie había escapado de su control, de su poder mental. ¿Por qué diablos ella no respondía?
Aileen estaba apoyada en el inmenso maletero del Hummer de su abuelo. Todos los berserkers la rodeaban protegiéndola. Tenía a As a un lado y a Noah en el otro.
Observó que todos los chicos vestían con ropas holgadas, casi dos tallas más grandes de lo que les tocaba a cada uno. Le recordaba bastante a la ropa que se hace servir en capoeira. Pantalones anchos y camisetas con tirantes elásticas. Y, además, iban descalzos.
Noah miró cómo ella los observaba y sonrió.
—Es para nuestra transformación, bonita. Crecemos un poco. Aileen levantó la cabeza para mirarlo, era un poco más bajo que Caleb, pero igual de grande y esbelto. Guapo y muy seductor. —¿Cómo cuánto crecéis?
—Casi veinte centímetros más en alto y en ancho. Las ropas se nos rompían y las desgarrábamos en nuestra conversión. No dábamos para prendas de vestir. Así que pensamos que sería conveniente utilizar ropa más funcional y elástica en nuestras peleas.
—Entiendo —sonrió mirándole a los ojos—. Pero aquí no os vais a pelear —titubeó en su afirmación—, ¿verdad?
—Nunca se sabe… —se encogió de hombros.
—Ni hablar, Noah. No podéis —salió su vena dominadora—. No quiero que nadie se haga daño.
Noah sintió que se le hacía un nudo en el estómago. Aileen desprendía energía de mujer en un radio demasiado grande.
—Aileen, deberías tener cuidado con tus nuevas facultades. Desprendes mucha energía.
—¿Tengo que ofenderme? —no era un comentario demasiado bonito.
—Ni mucho menos. Pero no sé si te das cuenta de que eres el blanco de todas las miradas allá donde vas. En la autopista casi provocas un accidente cuando el conductor de uno de los coches que iba a nuestro lado, se ha quedado prendado mirándote y tú le has mirado a él con esos ojos violeta… Por Odín, casi se sale de la carretera.
—No lo hago a propósito —cruzó los brazos sin ser consciente de que ese movimiento realzaba su pecho.
—No, claro… —dijo Noah perdiendo los ojos entre el canalillo—. ¿Por qué te has vestido así? ¿Es que quieres que te coman?
—Me visto así, porque me apetece. Y deja de mirarme las tetas, Noah.
Noah sonrió pícaramente y apartó la mirada. Aileen miró hacia atrás y Noah y As también lo hicieron a la vez. El gesto serio y alerta.
—Ya están aquí —dijo As colocando a Aileen detrás de él.
Adam abrió el maletero y cogió un bastón con un búho en la parte alta y un pañuelo blanco atado a la base del ave. Se lo entregó a As y este lo clavó en el suelo, mientras lo sostenía con la mano derecha. Como Moisés, pensó Aileen.
Todos los demás formaron filas tras él, excepto Adam y Noah que tapaban a Aileen. Ella estaba oculta.
A lo lejos, Aileen pudo divisar luces de coche que se dirigían hacia ellos.
Era él. Lo podía sentir. Nunca antes había tenido la intuición tan desarrollada como ahora la tenía, y le asustaba. Le asustaba percibir que todo su cuerpo y sus sentidos se ponían alerta ante la inminente presencia de Caleb.
Inconscientemente empezó a temblar. Ella no quería, pero su cuerpo se tornó tan blando como la gelatina.
Varios Cayenne negros aparcaron uno a uno delante de los berserkers.
El primero en salir del gran grupo fue Caleb.
Aileen no lo podía ver, pero de repente un olor afrutado, como de mango, le llenó la nariz. Cerró los ojos disfrutando de ese perfume y supo al instante que era la esencia del vanirio de sus pesadillas. Se le endurecieron los pezones y sintió cómo se ponía húmeda casi al instante. Su cuerpo reaccionaba a ese aroma como si tuviera manos y la toqueteara por todos lados.
Uno a uno los vanirios salieron de los coches. Eran menos de los que Aileen había visto en ese lugar subterráneo.
—As —Caleb caminó hasta plantarse a un dos metros de él y lo saludó firmemente pero no de un modo amistoso.
—Caleb —respondió As igual de distante.
Caleb cerró los ojos y dejó que el olor a tarta de queso y frambuesa lo noqueara. Ella estaba allí. Pero ¿dónde? Con sus ojos verdes, la buscó entre los berserkers. Eileen se hallaba con ellos.
—Tienes algo que me pertenece —susurró Caleb con rabia contenida.
As estaba impasible.
Noah notó cómo Aileen se agarraba a su camiseta.
—Creo que no —contestó él tranquilizando a su nieta.
Caleb le enseñó los dientes. Eileen era suya, no de esos perros sarnosos.
Eileen. Déjame verte. ¿Estás bien?
No, otra vez no. Aileen se tensó y le prohibió la entrada a su mente. Ese era un poder que desconocía. No sabía si podía detener aquel tipo de intrusión mental, pero lo deseaba tanto que funcionó porque dejó de sentirlo.
Caleb gimió como un animal herido. Eileen le había cerrado la puerta de su mente.
—No venimos a pelear, vanirio —dijo As—. Hay ciertas cosas que nos gustaría deciros.
Caleb miró a As y prestó atención, pero no relajó el semblante amenazador. De hecho, ningún vanirio allí presente estaba relajado.
La tensión entre los dos bandos se podía cortar con un cuchillo.
—Traigo conmigo el bastón del concilio con un pañuelo blanco —señaló—, no venimos a luchar.
El bastón del concilio era el símbolo del discurso y la paz. Un regalo de Odín a las dos razas con la esperanza de que siempre que el bastón estuviera presente pudieran hablar de un modo «conciliador».
—Si no vienes a luchar, viejo —dijo deslizando la lengua—, será mejor que me digas dónde está la chica.
Estaba más nervioso y preocupado de lo necesario. Pero ¿cómo no iba a estarlo? Los berserkers la habían encontrado y era bien sabido que también eran unos salvajes sin escrúpulos. Muchos vanirios habían muerto en sus garras. Si le habían hecho daño a Eileen, ninguno saldría de allí con vida. Lo juraría sobre el recuerdo de Thor.
Aileen se enfureció cuando oyó que Caleb perdía el respeto a su abuelo. En tan poco tiempo, ella ya empezaba a tenerle cariño. Desde el primer momento que le vio, advirtió que As era un hombre a respetar. Caleb era un maleducado.
—Está aquí, puedo olerla —continuó Caleb tensando los músculos de los brazos—. No te lo repetiré más. Dámela, As.
—Ni lo sueñes, colmillos —dijo Noah centrando toda su atención—. Vino a nosotros malherida por tu culpa. Por lo que a mí respecta, puedes lloriquear todo lo que quieras. Ella se queda con nosotros.
Caleb sintió cómo si un puñal le atravesara el esternón. Eileen estaba allí realmente. Quería verificarlo con sus propios ojos.
—Eileen… —gritó—. ¿Estás bien? Déjame verte —ordenó sin flexión—. Ahora.
Noah chasqueó la lengua y ladeó la cabeza.
—No te atrevas a darle órdenes, colmillos.
—Noah —As alzó la mano para detenerle antes de que el berserker se abalanzara sobre él.
—No… —exclamó Aileen.
Caleb se quedó paralizado al oír su voz.
Una pierna bronceada salió de entre los berserkers, luego otra. Piernas largas y moldeadas con botas de… tacón. Eso no era bueno. Caleb siguió ascendiendo con la mirada y vio el pantalón negro, la camiseta rosa con cuello de pico y un escote criminal y el pelo azabache que caía sobre sus hombros hasta media espalda. Aileen, que todavía tenía la vista inclinada hacia abajo, alzó el mentón con orgullo y miró a Caleb.
Lo ojeó sin ningún tipo de vergüenza. No supo cómo reaccionar. Caleb, vestido tal y como estaba, recordaba más a un modelo de las pasarelas de Milán que a un salvaje depredador.
Caleb casi se cae de rodillas cuando ella lo miró a la cara. Sus ojos eran hechizantes, del color de los de su amigo Thor. Violeta claro. Ya no tenía la cara magullada, sino que estaba perfecta. Impresionante. Y esos labios dibujaban una media sonrisa de satisfacción ante lo que veía. Lo veía a él a sus pies. Eileen había hecho una conversión, pero no entendía cómo. Para transformar a un humano, se necesitaban tres días. Tres intercambios de sangre en ayuno y él, muy a su pesar, no lo había hecho.
¿Y si la había convertido un nosferátum? Ellos podían transformar a una persona en vampiro con tan sólo un intercambio de sangre. Mordían y bebían hasta saciarse y luego les daban de su sangre para iniciar la transformación.
Pero Eileen no lucía como un nosferátum. No estaba pálida ni se le veían las venitas a través de la piel. Sus ojos no parecían fríos y no tenía las uñas de las manos negras.
Eileen alzó una ceja y le dedicó una mirada llena de ira y rencor.
—¿Qué significa esto? —preguntó Caleb inquieto. Aileen entreabrió los labios y dejó que se le vieran los blancos y afilados colmillos.
A Caleb le dio un vuelco el corazón al ver lo bonita que ella estaba con su nueva dentadura. Eileen era explosiva, una bomba sexual, el sueño de cualquier adolescente salido o el juguete erótico predilecto de cualquier libertino. Eileen ahora era extremadamente irresistible.
Pero no podía ser… Simplemente era imposible.
—¿Qué te ha pasado? —Caleb dio un paso hacia ella, pero Eileen dio dos hacia Noah, buscando cobijo. El berserker la respaldó encantado cogiéndola de la mano. Caleb sintió cómo se violentaba su corazón cuando vio que Noah entrelazaba los dedos con ella—. Quítale tus manos de encima, chucho —ordenó al berserker con un tono muy frío.
—Noah, su nombre es Noah —Aileen miró a su amigo de un modo tan sensual que Caleb tuvo que reprimir las ganas de abofetearla a ella y matarlo a él—. Por favor, dame el libro —le dijo al berserker. El puñal lo tenía en la parte trasera de cinturón del pantalón, metido en una bonita funda de piel blanca.
—¿De qué vas? —le preguntó Caleb olvidándose de todo lo que tenía a su alrededor—. Eileen…
—No me llamo Eileen —contestó ella mirándole fijamente. No supo de dónde sacó el valor para mantenerle la mirada, pero lo hizo.
—Te he llamado de muchos modos, pero no voy a volver a insultarte, si lo dices por eso… —Caleb recordó las veces que la había llamado ramera. Y se reprendió por todas y cada una de ellas.
Aileen sonrió mientras negaba con la cabeza en un gesto de incredulidad.
Incredulidad de que Caleb estuviera usando ese tono suave como un susurro con ella. Y sonrió también porque tenía ganas de ver cómo Caleb se derrumbaba cuando ella le dijera todo lo que iba a decir y viera cómo habían cambiado las cosas.
Noah se colocó detrás de Aileen, le pasó el brazo por encima para darle el libro. Aileen no se apartó, sino que se acercó un poco más a él y le dio las gracias con una sexy sonrisa.
Caleb frunció el ceño y tragó saliva. Celos posesivos e irracionales recorrieron todo su interior. ¿Estaba celoso? ¿Él? ¿Cuándo se habían tornado las cosas así? Quería arrancarle esa cara de orgullo y satisfacción al berserker.
—Gracias —le dijo ella a Noah.
Noah la miró con un brillo especial en los ojos y se colocó a un centímetro de ella, por detrás.
—As tiene razón —dijo ella con su nuevo tono de voz altivo, melódico y tan suave que podía dominar a masas—. No hemos venido aquí a…
—As, me la puede chupar si quiere… —espetó acercándose a ella de un modo visceral—. ¿Por qué ya no eres humana?
Aileen intentó apartarse de él, pero sintió que alguien la alejaba del meollo. A partir de ahí todo fue muy rápido.
Los berserkers se hicieron enormes. No perdieron su aspecto de hombre, pero a todos les creció el pelo hasta la cintura. Las uñas de los pies y las manos se les alargaron. Los músculos de todo su cuerpo estallaron y doblaron su peso y su masa. Los ojos se les oscurecieron dejando sólo una pupila amarilla que se dilataba cada vez que golpeaban a un vanirio. Y de sus bocas salían cuatro incisivos afilados dispuestos a hincarles el diente a todo aquel que no tuviera pelo.
Aileen se escondió detrás del coche, pero caminó lo suficiente para buscar con los ojos a Caleb. Caleb era prácticamente invencible. Berserker que se le tiraba encima, berserker que echaba a volar por los aires. Era cruel y muy violento en la lucha. Golpeaba a diestro y siniestro sin ningún tipo de inhibición. Era un animal y no lo ocultaba.
Había una diferencia entre vanirios y berserkers. Una muy visual. Los berserkers eran animales salvajes, llenos de furia y completamente descontrolados. Los vanirios eran guerreros fríos y metódicos. Elegantes como un felino y letales. No necesitaban despeinarse para asestar una patada voladora.
Los gritos y los aullidos se entremezclaban hasta el punto de no saber de quiénes procedían.
Su abuelo As y Noah se echaron encima de Caleb y empezaron a golpearlo por todos lados. Caleb alzó la pierna desde el suelo y apoyó el pie en el estómago de Noah y lo lanzó hacia atrás. A continuación, se apoyó sobre los brazos y las piernas agachándose para esquivar una patada de As. Cogió su pie al vuelo y lo hizo rodar por los aires.
De repente, lanzó un grito de dolor. Uno de los berserkers le había clavado las garras en la espalda.
Aileen sintió una punzada de dolor al verlo. Le habían herido en esa espalda musculosa que ella había visto. Después, otro le arañó el pectoral.
Caleb cayó al suelo de rodillas pero volvió a levantarse enseguida. Era un atleta incansable. Sus heridas sangraban y le manchaban su camisa blanca, ahora desgarrada. Eran cortes muy feos y profundos, pero él parecía no sentirlo.
Aileen divisó a Daanna, Menw y Cahal, que eran los únicos que conocía del otro bando. Eran excelentes luchadores. Daanna saltaba de cabeza en cabeza como si fuera una experta samurái. Elegante como un cisne. Veloz como una gacela. Letal como una pitón.
Menw la vigilaba con el rabillo del ojo y la protegía para que no la atacaran por la espalda.
Cahal, sin embargo, era todo astucia y sutileza. Iba dando golpes específicos, sólo con dos dedos de su mano derecha y todo aquel que tocaba quedaba inmóvil en el suelo. No los mataba, pero podría hacerlo sin problemas. Parecía divertirse mientras luchaba.
Aileen corrió entonces a coger el bastón del concilio. Debía detener aquella guerra. Pero entonces, un cuerpo que casi doblaba el suyo se colocó sobre ella para protegerla.
—Eileen, escóndete en el coche —le dijo Caleb cubriéndola con su ancho cuerpo.
—Apártate… —le dio un empujón pero el vanirio no se movió.
—Pueden hacerte daño. Los berserkers ahora mismo no podrían diferenciarte de nosotros. Ve al coche… —le ordenó ignorando los empujones que ella le daba.
¿Se estaba preocupando realmente de ella? Aileen resopló como una yegua y le dio un codazo en la sien. Estaba loco si creía que podía darle órdenes.
Caleb se quedó de rodillas cubriéndose la cara y luego la miró perplejo.
—Te estoy protegiendo… —le recriminó yendo de nuevo a por ella.
Aileen volvió a golpearle en el estómago pero esta vez con el bastón del concilio, que en ese momento no era muy conciliador.
Caleb cogió el bastón y lo lanzó al otro lado del descampado.
Aileen sacó el puñal de su cinturón y lo agarró de la empuñadura.
—No te acerques monstruo o te juro que te mato —le ordenó con una promesa llena de amenazas.
Caleb miró el puñal y advirtió la inscripción gaélica que había en la hoja. Ese era el cuchillo de su amigo. ¿Qué hacía Aileen con el puñal personal de Thor?
No se lo pensó dos veces. Apartó el cuchillo de un manotazo y la agarró de la nuca tirándole de los pelos.
—Ahora mismo… ¿Me oyes? Ahora mismo me vas a decir qué hace la hija de Mikhail con el puñal de Thor…
Volvía a pensar que estaba involucrada en lo de Newscientists y eso la enfureció. Intentó apartarlo con las manos golpeando su pecho, pero Caleb oía llover. Entonces vio las heridas abiertas de su torso e introdujo los dedos como garras en ellas, hurgando entre los cortes y clavándole las uñas. La sangre salió a borbotones y Aileen quedó hipnotizada por su color y su olor. Se quedó de piedra, tiesa y rígida. Le entraron ganas de acercar su boca y lamerle las heridas. Deseaba beber de él. Caleb reprimió un grito de dolor, pero volvió a zarandearla del pelo y Aileen dejó de lacerarle el pecho, ajena al dolor de los tirones de Caleb. Ella lo miró con las pupilas dilatadas y la boca entreabierta.
Deseo. Caleb se detuvo para mirarle la boca y esos ojos encendidos por él.
Sintió lo mismo que ella y, luego, una gran incomodidad en el pantalón.
Intentando luchar contra aquella sensación de debilidad, Aileen llevó las uñas a la mano que le agarraba la cabellera y las clavó en la fuerte y dura muñeca de Caleb. Pero este no respondía a los ataques de ella. Tenía la mirada fija en los ojos de Aileen, concentrado en ella, aislándose de la batalla que tenía lugar en su tierra. Volvió a sacudirla.
—Dímelo…
—Maldito seas, bruto abusón… —le gritó ella a un solo centímetro de su cara—. Suéltame…
—Eileen, se me acaba la paciencia… He dicho que me lo cuentes… —le envió un empujón mental. Quería ver, saber, conocer su mente—. Dímelo, Eileen.
—Thor era mi padre —gritó con todas sus fuerzas y con los ojos llenos de lágrimas—. Soy su hija, pedazo de animal…
La batalla campal que estaba teniendo lugar enfrente de ellos se detuvo bruscamente al oír los gritos de Aileen.
Caleb soltó a Aileen como si le quemara y empezó a retroceder. Respiraba como si llevara horas nadando.
—Mientes —dijo él. Pero algo en su interior le decía que ella no se lo había inventado. Algo dentro de él y el hecho de ver de nuevo esos ojos rasgados de color lila tan inusuales entre los vanirios, como los de Thor, su mejor amigo. Los de Eileen, tupidos de largas pestañas rizadas.
—Tú siempre crees que miento —lo empujó con toda la rabia que sentía hacia él. Se secó las lágrimas con el antebrazo, se frotó las muñecas mirando de reojo a Caleb, recogió el puñal de su padre y luego tomó el diario que había quedado abierto sobre el suelo arenoso.
Los berserkers y los vanirios hicieron un corro alrededor de los dos.
Caleb temblaba de la excitación provocada por aquella noticia.
—¿Qué clase de broma es esta? —preguntó Cahal limpiándose una herida de la cara que ya empezaba a cicatrizar.
—Sin duda una de muy mal gusto —contestó Menw apartándose el pelo rubio del rostro—. No puede ser verdad.
Caleb, noqueado y con el entrecejo arrugado, no dejaba de mirar a Eileen.
—Es verdad —dijo ella buscando con la mirada a su abuelo, que no tardó en aparecer y en colocarse detrás de ella—. ¿Por qué razón tenéis ese bastón ridículo con el pañuelo blanco si luego no le hacéis ningún caso? —le recriminó ella a As.
Transformado como estaba, era más grande y alto que Caleb y eso que el vanirio era enorme. Tenía el pelo negro largo hasta la cintura. Le había crecido mucho. As colocó una inmensa mano peluda sobre el hombro de Aileen y esta agradeció el gesto. Verlo convertido en berserker era extraño.
Ella tomó el libro de Jade y le quitó el polvo que había impregnado las tapas, con cariño y suavidad. Alzó la barbilla y encaró con decisión a Caleb.
—Este es el diario de mi madre, Jade. Se lo regalaron hace 26 años, cuando ella tenía 18.
Caleb la escuchaba con las piernas ligeramente abiertas y los brazos tensos a cada lado.
—Era una berserker —explicó observando las reacciones del monstruo desalmado aunque pecaminosamente hermoso que tenía enfrente.
—Tu madre murió cuando naciste tú —respondió Caleb con absoluta seguridad—. Lo leí en tu mente, cuando…
—Es lo que me hizo creer mi pa… Mikhail —corrigió con obstinación—. Mikhail me arrancó de los brazos de mis auténticos padres. Thor y Jade.
Los vanirios se quedaron sorprendidos por las palabras de Aileen y murmuraban con incredulidad.
Caleb apretó los puños y negó con la cabeza.
—Demuéstralo —la instó Caleb.
—Hace 23 años, Thor y Jade se conocieron en Wolverhampton, en el West Park. Se enamoraron, Caleb —alzó una ceja disfrutando de la cara del vanirio que era todo un poema.
—Thor no se enamoraría de una perra…
As dio un paso al frente y lo cogió de su moreno pelo suelto sin darle tiempo para reaccionar.
—Abuelo… No… —Aileen corrió a sujetarlo de los brazos, pero eran tan grandes que sólo pudo apoyar las manos en ellos—. Déjale o no podremos aclarar esto nunca. Es un provocador y un cerdo —despreció a Caleb con la mirada—. No le hagas caso.
El berserker la miró y luego miró a Caleb.
—Jade era mi hija —susurró enseñándole los cuatro incisivos—. No vuelvas a insultarla jamás.
Caleb cambió el semblante. Serio y frío como el granito.
—As, suéltame si no quieres que te arranque el corazón aquí mismo —sugirió Caleb.
—Abuelo, por favor… —rogó Aileen.
As le soltó el pelo y volvió a secundar a Aileen.
—Escúchame, monstruo —dijo Aileen enfurecida con Caleb—, mi madre y mi padre, Thor, tuvieron que huir de Inglaterra, porque temían precisamente este tipo de reacciones entre los clanes —dijo ella con desprecio—. No os lleváis nada bien —la pelea lo había demostrado—. Huyeron a los Balcanes, donde encontraron berserkers y vanirios que ni vivían juntos ni vivían revueltos, pero al menos vivían en paz —añadió encogiendo los hombros—. Jade se quedó embarazada hace 22 años. De mí.
Se oyeron expresiones de asombro.
—Júramelo —ordenó Caleb dando un paso hacia ella.
—Quisiera dejarte el libro de Jade —reconoció Aileen. Dio un paso hacia atrás—. Pero no puedo hacerlo porque hay cosas demasiado íntimas en él —había cosas demasiado íntimas incluso para ella, pero ya las había leído—. He fotocopiado las partes más importantes, las que demostrarán que soy hija de ellos. Mi madre cuenta todo lo que pasó desde que se conocieron. Sus experiencias en los Balcanes, lo que allí descubrieron, todo… Y creo que os concierne saberlo tanto como a los berserkers.
—¿Por qué? —preguntó Caleb sin quitar la vista de sus ojos y dando un paso hacia delante.
—Porque cuando sepáis todo lo que hay escrito en sus hojas, tendremos que buscar una solución conjunta al problema que se avecina. Y… —dio otro paso hacia atrás—, porque mi padre Thor hablaba demasiado bien de ti y tú no has estado a la altura, monstruo. ¿Qué pensaría mi padre de ti después de todo lo que me has hecho?
Caleb aceptó con humildad el insulto, se lo merecía. Así que se detuvo y alargó la mano para recibir el libro.
—Mikhail, no era mi verdadero padre —continuó hablando y le entregó las copias—. Hace 16 años, Thor y Jade regresaron a Inglaterra para alertar a los clanes de la amenaza que se cernía sobre las dos razas. Buscaban un concilio real entre ambos bandos para luchar conjuntamente. Una alianza. Pero los cazaron en algún lugar entre Wolverhampton y Dudley. Yo iba con ellos esa noche. Me golpearon en la cabeza y creo que… que perdí la memoria. Lo único que sé sobre lo que después sucedió es que Mikhail Ernepo era uno de los cazadores que iban tras los pasos de los berserkers y los vanirios, y que él me secuestró adoptando la forma de mi padre. Aprovechando mi amnesia —apretó la mandíbula inspirando profundamente, intentando controlar el odio que sentía hacia ese hombre—, me… me mantuvo engañada todo este tiempo porque yo no podía recordar —ahora no podía acongojarse, no podía temblarle la voz de ese modo, pero su voz se debilitaba—. Me hizo creer cosas que no eran, diciéndome que mi madre… En fin —endureció la voz de nuevo ignorando el recuerdo de las palabras de Mikhail y lo miró—. Me retuvieron… porque creo que esperaban mi transformación —miró a su abuelo empezando a entender ella misma porque Mikhail la adoptó—. Era hija de dos especies sobrenaturales pero seguía siendo humana. Hasta ayer por la noche cuando empezó mi conversión según la tradición berserker. A los 22 años.
Demasiada información para Caleb. Si todo eso era cierto, Eileen era…
—Mi verdadero nombre es Aileen —admitió ella frotándose de nuevo las muñecas—. Significa luz, en gaélico.
—Sé lo que quiere decir —confesó Caleb en tono lo más neutro posible. Apenas reconocía su voz. Dio un paso hacia ella con mucha cautela observándola como un cazador, apreciando a su presa.
—En algún momento su mente tuvo que empezar a recordar —comentó Cahal acercándose a Caleb y tomándolo del brazo—. Podría ser cierto. Seguramente recordó a través de los sueños. Por eso Mikhail le suministró los betabloqueantes mientras estuvo en sus manos. Si Aileen recuperaba la memoria iba a ser muy difícil tratar con ella y Mikhail la querría dócil una vez transformada, por eso la adoptó —concluyó asintiendo con la cabeza y mirando de arriba abajo a Aileen—. Ella no recordaba nada porque Mikhail no quería que lo hiciese.
—Ahora sé que no estaba enferma, pero sé poco más —susurró ella muy confundida—. No recuerdo mucho…
—Leeré esto —Caleb zarandeó malhumorado el montón de páginas encuadernadas delante de la cara de Aileen—. Mañana te veré a ti sola para entregártelo de nuevo. Y entonces tú y yo hablaremos.
Necesitaba estar con ella a solas. Si todo eso era verdad, él había metido la pata hasta el fondo. Nunca lo perdonaría y ese pensamiento llevó a otro más inquietante. Él necesitaba que su recién descubierta Aileen le otorgara la redención. Porque ella era su cáraid. Ya no tenía ninguna duda al respecto. Estaba con una erección de caballo y toda su piel clamaba por las caricias de las manos de Aileen. Deseaba hundirle los dientes mientras se hundía en ella de un modo más íntimo. Lento y suave si a ella le gustaba así, o como ella deseara. Quería besarla en la boca, morderle los labios y arrancarle alguna sonrisa juguetona cuando se los acariciara con la lengua.
En su interludio sexual, no se habían besado. Eso era horrible, pero, claro, entonces sólo era sexo y él iba directo a lo que quería y no sabía que Aileen era inocente. ¿Tendría excusa?
Aileen, inquieta, alzó las cejas y cruzó los brazos. No sabía en qué estaba pensando Caleb, pero fuese lo que fuese no le gustaba lo que veía en sus ojos. Volvía a sentirse como una presa en manos de un depredador.
—Yo contigo no voy a ir a ningún lado —contestó ella fría como el hielo—. No estás en posición de darme órdenes. Ya no soy tu… —se detuvo cuando iba a decir delante de todos «tu ramera». Pero era cierto, ya no lo era. Nunca lo había sido y, además, no quería estar cerca de él.
—¿Ah no? —preguntó él con la misma sensación de superioridad que Aileen ya había conocido—. No, claro que no —reconoció meneando la cabeza—. Te vendrás con nosotros entonces. Eres una de las nuestras —soltó como si fuera lo más obvio. La agarró del brazo y tiró de ella pero Aileen clavó los tacones en el suelo—. Eres la hija de Thor. Thor era uno de los miembros del consejo y ese será tu lugar.
—Mi lugar está donde yo decida —se zafó de su mano y observó cómo Noah y Adam se colocaban a su lado—. Me quedo con ellos. Son buenos y me gustan sus valores. Vosotros no me gustáis.
Tendría que haber dicho: tú no me gustas, monstruo.
Caleb estaba a punto de secuestrarla y llevársela con él. Estaba tan guapa cuando lo desafiaba. Pero aunque se muriese de la rabia, entendía el miedo que sentía Aileen hacia los vanirios.
—Miedo y asco, Caleb. Asco hacia ti.
Un brillo de sorpresa cruzó los ojos verdes de Caleb. Esa era Aileen. No había duda y, por primera vez, ella había llevado la iniciativa en una conversación telepática. Se habían vinculado como las auténticas parejas y, a pesar de que él la había mordido y ella a él no, la conexión estaba ahí. Caleb entrecerró los ojos y un rayo de esperanza cruzó su mente.
—Aprendes rápido —comentó medio sonriendo—. Te debo el tiempo que me pides para que te lo pienses, Aileen. Pero, esto no es negociable. Te vendrás conmigo, antes o después.
—Yo decido con quién voy a estar. No tú —cogió el mango del puñal con fuerza—. No tienes poder sobre mí.
—Admite tu derrota, colmillos —susurró regocijándose Noah—. No te la llevas y punto.
Aileen lo riñó con la mirada, pero luego le sonrió. Cuando volvió a mirar a Caleb, sus ojos se habían tornado glaciales y, además, notaba cómo le palpitaba un músculo en la mandíbula.
—Eres medio vaniria —las palabras siseaban entre sus colmillos que poco a poco volvían a la posición de no morder—. As, haz entrar en razón a tu nueva nieta. Mañana al atardecer quiero verla en Dudley.
—No —contestó ella con suficiencia—. Las cosas no van a ir así, monstruo.
Cuanto más oía esa palabra de los labios de Aileen, peor le sentaba.
—Mañana vendrás tú a Wolverhampton —ordenó ella—. A la casa de mi abuelo. Prepararemos una recepción. Vendrás a disculparte. Por todo —dejó bien claro—. Y luego hablaréis entre los clanes de lo que queda por hacer. ¿Sabes? Verás que la lectura del libro de Jade es muy amena. Y presta atención a lo que dice sobre Samael… —sugirió dándose media vuelta y dirigiéndose al coche—. Te ocultó cosas.
—Espera un momento —gritó Caleb ignorando lo de Samael—. ¿Cómo ha llegado todo esto a tus manos?
—Hace dos noches, cuando tú me dejaste inconsciente, tuve mi primer sueño en quince años. Creo que al dejarme sin sangre —contestó mirándolo acusadoramente—, mi cerebro tuvo un colapso. El sueño que tuve me llevó a los recuerdos de Jade y Thor, hasta la noche en que nos dieron caza. Ellos dejaron un regalo para mí bajo el puente del West Park. Si ellos desaparecían y, puesto que nadie me conocía ni sabía de mí, estos objetos personales revelarían mi verdadera identidad a los clanes. Mi madre Jade escribió el diario que ahora tienes en las manos y mi padre Thor, alias «el mejor amigo traicionado de Caleb», dejó este puñal que por suerte tú has reconocido.
—Todos los guerreros vanirios tenemos nuestro puñal distintivo. Lo que hay escrito en la hoja te dice a quién pertenece.
Aileen tuvo que morderse la lengua para no preguntarle qué quería decir lo que había escrito y qué lengua era esa que ella recordaba a duras penas. Pero no quería sus explicaciones, sólo quería huir de ahí.
—Pertenece al «Hombre del trueno» —le explicó él mirando el puñal con respeto.
Aileen miró el puñal con otros ojos. A pesar de eso, no le daría las gracias por la información.
—Hasta mañana en Wolverhampton, monstruo —se dio la vuelta en esta ocasión con un savoir faire digno de una reina.
Oh, por favor, se lo estaba pasando en grande. Por primera, vez sintió que ella tenía la sartén por el mango y que controlaba la situación. Su abuelo As así se lo confirmó cuando le colocó la mano sobre el hombro, asintió con la cabeza y la acompañó hasta el coche. Noah y Adam iban detrás, junto con el resto de berserkers que siguieron su ejemplo, adentrándose cada uno en sus coches, pero no sin antes volver al aspecto humano que significaba reducir tres tallas en músculos.
Noah le abrió la puerta del copiloto como un caballero y Aileen lo observó. El pelo le había crecido hasta llegarle por debajo de los omoplatos y perlas de sudor brillaban sobre su nariz y su frente.
—Tengo que volver a afeitarme la cabeza —se señaló el cráneo.
—Ya veo —Aileen sonrió.
—Aileen.
Caleb se había colocado enfrente de la parte delantera del coche con una velocidad extrema y se había inclinando hacia la ventana con las manos sobre el capó, cara a cara con ella. Aileen tragó saliva y se cogió la muñeca derecha. Caleb observó su movimiento y relajó el rostro. No quería que ella le tuviese miedo.
—¿Qué pasará cuando tengas hambre? —preguntó él mirando su boca.
Aileen sintió que el corazón le iba a salir por la garganta. Hasta entonces no había pensado demasiado en eso.
—Tienes sangre vaniria, pequeña. El hambre vendrá a ti tarde o temprano.
—No-me-llames-así —deletreó cada palabra con rabia.
—Algo tienes que tener de nosotros. El hambre te llegará.
—Deseo que no sea así. Pero por ahora, soy berserker de corazón.
—No te puedes transformar, no eres berserker.
—Tampoco soy vaniria. Fíjate, no me apetece morder el cuello de nadie ni maltratar a personas más débiles que yo ni asesinar a…
—Tú no eres débil, Aileen —Caleb la miró sin reservas.
Aileen no supo cómo encajar esas palabras. ¿Justificaba todo lo que él le había hecho porque ella no era débil?
—No justifico nada con lo que acabo de decirte —explicó él leyéndole la mente—. Sólo era una apreciación. Eres fuerte. Más de lo que crees.
—Caleb, lárgate —le dijo Noah sin apartarse de la puerta de Aileen.
El vanirio lo miró con cara de pocos amigos y luego la miró a ella que observaba con expectación el comportamiento de los dos hombres. Noah era protector y posesivo y Caleb era posesivo y amenazador en todos los sentidos, aparte de mandón, arrogante y abusón.
—¿Es él tu perro faldero, Aileen? —preguntó celoso—. Rectifico. Sí que tienes algo de berserker —dijo él con toda la mala intención de la que fue capaz—. Te comportas con los hombres de tu clan como una perra en celo.
Aileen intentó parecer indiferente ante su insulto, pero no lo logró. ¿Por qué le hacía daño? Se agarró al salpicadero del coche y se inclinó hacia delante, roja de la ira y ofendida hasta las cejas. Los nudillos blancos de tanto apretar.
—No sé por qué te molesta tanto, monstruo —su lengua viperina se desató—. Si no supiera que, como buen vanirio abusador, te gustan las chicas indefensas, golpeadas, con las muñecas rotas, vírgenes y atadas a tu cama y, puesto que yo ya no soy nada de eso, me atrevería a decir que estás muerto de celos. Y si tengo algo de berserker es que puedo salir bajo la luz del sol y tengo principios y valores muy válidos. No como tú. Si mi padre levantara la cabeza… Él que te tenía en tan alta estima —movió los brazos como clamando al cielo—, no daría crédito a lo que verían sus ojos. Lo matarías, Caleb, lo volverías a matar de la pena cuando viera el monstruo en el que te has convertido. Eres un ser indeseable que maltrató a su hija y que pretendía dejarla ante el clan para que la utilizaran a su antojo —parecía que iba a acabar de darle el sermón, pero volvió a inclinarse hacia delante dando un fuerte golpe con el puño en el salpicadero. Estaba hecha una furia—. Lee el diario, Caleb… Y si tienes algo de dignidad todavía dentro de ese corazón podrido y enfermo que tienes, a lo mejor mañana te retractarás por todo lo que me has hecho y te alejarás de mí para siempre…
Caleb se puso recto y apartó las manos del capó.
Noah los observaba con detenimiento. Hacían como si él y Adam no estuvieran ahí. As entró en el coche y encendió el motor iluminando el cuerpo y la cara de Caleb.
Realmente Aileen era capaz con sus palabras de hacer sentir mal al mismísimo diablo.
Ella no pudo evitar sentir unas punzadas dolorosas en el corazón cuando vio el rostro derrotado de Caleb. Puede que los demás no lo notaran, porque él siempre tenía esa cara tallada en hielo, inexpresiva y dura. Pero ella pudo ver que en sus ojos, de un color verde tan claro que parecía amarillo, había remordimiento y algo que se parecía bastante a la pena.
Daanna cogió el brazo de Caleb y tiró de él.
—Vamos, Cal —le dijo.
Pero él no se movió. Seguía mirándola con los ojos ensombrecidos y el rictus afligido.
—¿Nos vamos? —preguntó As pidiendo permiso a Aileen. Ella se había convertido por derecho propio en la sustituta de la princesa Jade. Aileen tenía poder y se hacía respetar. Él estaba muy orgulloso de su descubrimiento y, de algún modo, a pesar de parecer una locura, estaba en deuda con Caleb, porque si bien no compartía los mismos gustos en cuanto a métodos disuasorios, hizo recordar Aileen y la guio hasta ellos. As miró a Caleb y le indicó con la cabeza que se apartara—. Nos vemos mañana, vanir. Ya sabes dónde vivo.
Caleb se apartó ligeramente. Aileen siguió mirándolo cuando el coche arrancó y pasó de largo.