—Suéltame —Eileen empezó a reaccionar luchando con fuerzas contra él. Le golpeaba el pecho, tiraba de su pelo, pero Caleb no hacía caso de nada.
—Tranquila —le susurró—. Relájate, Eileen.
Su voz era música. Eileen dejó de pelear con él al instante y se quedó en sus brazos como si fuera una niña indefensa y confiada. Su voz…
—No, no me hagas esto, por favor… —dijo ella con los ojos humedecidos y tragando saliva.
—Deja de luchar —la dejó sobre la cama acomodando su bonito cuerpo sobre el colchón y colocando su cabeza sobre la almohada—. Esto iba a pasar por mucho que lo quisieras negar. Vamos a disfrutar los dos. No te haré daño. Puedes ser una asesina, pero yo no te haré daño en la cama. No me gusta hacerlo así. No disfruto.
—Caleb, te estás equivocando conmigo —tenía un nudo en la garganta. A él le enfurecía que ella luchara por su inocencia cuando todos sabían que era culpable.
—¿Cómo te he dicho que me llamaras? —gritó a un centímetro de su cara—. Soy tu amo —tomó sus muñecas y se las colocó sobre la cabeza.
Eileen no podía luchar, no podía pelear. Su cuerpo no la obedecía.
Caleb se colocó de rodillas sobre la cama y la miró detenidamente. Por todos los cielos. Esa mujer lo estaba mirando con terror, pero también con esperanza. Ella quería creer que él no era así.
Y tenía razón. Él no era así. Todavía no entendía muy bien por qué la reclamaba sólo para él o por qué tenía necesidad de someterla en la cama. ¿Por qué no retiraba la custodia personal de Eileen y la dejaba en manos del consejo como pedía Daanna? Ellos obtendrían la información y listos. Luego, adiós. Eso era ya suficiente castigo. La muerte de su mejor amigo, Thor, por la de Eileen y Mikhail. Lo justo.
¿Por qué quería hurgar tanto en la herida? ¿Acaso no era mejor acabar con ella rápidamente?
No, no era mejor. Desde el momento en que la había visto pegada a la ventana de su habitación, había sentido un deseo irrefrenable de colocarla debajo de él y abrirle las piernas. Y su olor… Ese era el olor por el que él podría volverse loco. Si ella fuese una buena chica, si no hubiese tenido nada que ver con la extorsión y la mutilación de los vanirios, él posiblemente, sólo posiblemente, podría reclamarla como su cáraid. Pero ella no era una buena chica. No, no lo era. Defendía con uñas y dientes su inocencia, pero luego no dejaba que él comprobara si decía la verdad.
¿Cabría la posibilidad de que Eileen supiese del deseo que él sentía por ella? ¿Y si lo estaba utilizando para que él fuese misericordioso con ella? ¿Deseo? No, eso no podía ser. Deseo de venganza, sí. Pero nada más. Aun así…
—Eileen —se colocó a horcajadas sobre ella, inmovilizándole las piernas—, déjame entrar —quería entrar en su mente, quería darle la oportunidad de no convertirla y someterla a una vida de noches interminables y hambre eterna.
Eileen se tensó y abrió sus ojos azules grisáceos. Estaba tan asustada, pero su voz la relajaba.
Caleb intentó tocar sus pensamientos, sus recuerdos, pero aquella bruma espesa y desconcertante seguía ahí. ¿Por qué se sentía tan mal al descubrirlo? ¿Creía que ella iba a confiar en él lo suficiente como para abrirle su mente? No. No iba a confiar, porque si él entraba, vería que ella era culpable.
—Como quieras.
Salió de encima de ella y se puso de pie, a su lado. Ella lo miraba fijamente. No le quitaba el ojo. Caleb sonrió y cogió la parte baja de su camiseta negra y ajustada para quitársela por la cabeza.
Sin duda Caleb era el ideal de hombre de Eileen. Moreno, fuerte y hermoso.
Eileen repasó su torso con los ojos. No tenía vello. Estaba musculado de un modo que debería estar prohibido. Ni ápice de grasa. La piel bronceada, el pectoral esbelto, grande y fibroso. Los abdominales marcados como si fuera una tableta de chocolate. Los hombros increíblemente grandes, grandes y torneados. La cintura estrecha. Sólo tenía vello oscuro y rizado por debajo del ombligo, y descendía en línea recta hasta… Dios mío, el pantalón le iba a estallar. Los ojos verdes de Caleb la devoraban.
Eileen estaba débil y además desvalida en su cama. No podía mover los brazos desde que Caleb se los había puesto sobre la cabeza. Pero ver cómo la miraba Caleb, con qué deseo, con qué hambre, la hizo sentir ligeramente poderosa y aterrorizada a la vez.
Los bíceps se le marcaban sin apenas doblar el brazo. El antebrazo de Caleb era musculoso, salpicado con pelo negro, masculino y vigoroso.
Caleb se llevó las manos a la entrepierna y presionó la incomodidad que sentía.
Se arrodilló en la cama y fijó la vista en sus shorts blancos.
—Quítatelos —le ordenó él con la voz ronca. Quería que ella participara. Quería que simulara que ella lo invitaba.
—No —susurró ella moviendo la cabeza.
—Eileen… —su voz bajó una octava, cubrió uno de sus pechos con la mano abierta—. Quítatelos.
Ella sintió el calor abrasador sobre su piel. No quería sentir placer, pero el calor se concentró en su entrepierna y la parte interna de su vulva empezó a palpitar.
Cegada por el deseo de sentir el contacto de Caleb, ella bajó los brazos hasta la parte superior de sus braguitas. Introdujo los pulgares y los deslizó hacia abajo hasta quedarse desnuda. Estaba horrorizada por su comportamiento pero su cuerpo, por lo visto, tenía vida propia.
A Caleb le empezó a palpitar el corazón descontroladamente. ¿Qué le pasaba? Parecía un chico virgen. Se sentía igual de emocionado.
Los rizos de la entrepierna de su esclava aparecieron como si fuera el primer amanecer que pudiera disfrutar en siglos. Inhaló profundamente y cerró los ojos. La erección que sólo el olor íntimo de Eileen le provocó fue demasiado brusca y agitada para su autocontrol.
Eileen lo miraba con ojos de deseo, mientras se bajaba las braguitas hasta las rodillas. Pero lo hacía inconscientemente, con lentitud como si sus manos no le pertenecieran.
Ella era demasiado bonita. Demasiado tierna para un bruto como él. Los colmillos estallaron en su boca y un rugido victorioso emergió de su garganta. Mientras le apretaba el pecho con una mano, dirigió la otra mano a la tela que se deslizaba por las pantorrillas y la rasgó por completo. Aquella era la única prenda de vestir que ella se había llevado. Ya no tenía nada.
Eileen se asustó ante su reacción tan salvaje y empezó a respirar agitadamente, saliendo del trance de deseo que esperaba que hubiese sido inducido. Deslizó sus ojos ante su desnudez y se derrumbó. Estaba perdida.
Caleb se erguía a su lado como un animal a punto de montar a su hembra. La miraba como un loco posesivo y ella nunca había tenido relaciones ni con locos ni con posesivos ni con nadie del sexo opuesto. Nunca se había sentido atraída por ningún hombre. La humillaba darse cuenta de que Caleb, su enemigo, su secuestrador, tenía ese poder sobre ella.
A lo mejor era porque todavía quería creer que Caleb no era lo que parecía. Sin embargo, ahora parecía alguien fuera de control.
—Desabróchame el pantalón, ramera —le pidió clavándole la mirada en la entrepierna.
—Vete a la mierda, monstruo… —le gritó ella luchando contra el deseo de hacerlo. Ese insulto podía con ella. Demasiado duro, demasiado hiriente.
Él soltó un taco y un gruñido y le enseñó los colmillos. Se puso de pie, se desabrochó el cinturón y lo tiró sobre la cama. Rompió y desgarró su pantalón como había hecho con los shorts de Eileen, que yacían ahora en el suelo, rotos por completo.
Su pene largo, grueso como su muñeca y palpitante, se irguió hasta su ombligo. Ella no entendía mucho sobre tamaños ni tipos, pero el suyo debía de ser de los inmensos. ¿Cuánto mediría? ¿Veinticinco centímetros? ¿Algo así podía entrar en ella? Era demasiado grande. Parecía un semental. Una mata de pelo negro, cubría la parte superior de su pubis. Aquel falo era de piel oscura como su cuerpo bronceado y se le marcaban las venas. El glande, de un rosa pálido, estaba húmedo y sobresalía como algo que pidiera libertad a gritos.
Con cada vistazo rápido que él le echaba a su cuerpo, aquello parecía crecer y crecer.
—Te dije que me llamaras amo —subió a la cama y la miró desde arriba, de pie, como un guerrero sexual.
Ese hombre era espléndido en su desnudez. Sus piernas estaban tan fornidas y tenía los músculos tan delineados y grandes que bien podrían ser las piernas de un jugador de fútbol. Y su cara… podía dar miedo, pero no a ella. Sus labios, sus ojos, sus pómulos, su nariz… una cara masculina, pero llena de vulnerabilidad, como la de un niño. Eso era lo que la desarmaba. Él quería luchar por ser agresivo, pero alguien con un rostro angelical como ese no podía ser tan malo. ¿O sí?
Eileen tendría que cambiar sus gustos.
—¿Por qué haces esto? —le preguntó ella con la voz ahogada por la conmoción—. ¿Eres un monstruo de verdad? ¿Quieres asustarme?
Pero Caleb no le respondió. Hacía rato que quería clavarse en ella, hasta lo más hondo, hasta donde su cuerpo le dejara llegar, y más aún. Esa mujer podía ser su perdición.
Su olor femenino era pura tentación. Su cuerpo como el de una sirena y su mirada, por los Atalayas[7], lo estaba derritiendo. Derretía el hielo que había forjado alrededor de su corazón para que nadie como ella llegara nunca a cautivarle.
Ella era una asesina. Eileen, asesina y él, un monstruo. Podrían completarse.
Ahora iban a ponerse las cartas sobre la mesa. Ella tendría que admitir lo que él descubriera y él disfrutaría de su rendición. ¿Disfrutaría?
—Sí, Eileen —dijo él con su aterciopelada voz—. Soy un monstruo y, a diferencia que tú, yo no lo niego. Déjame que te lo demuestre.
Se arrodilló delante de su cuerpo y le puso las manos debajo de las rodillas. Las dobló hacia arriba haciendo que flexionara las piernas y las separó un palmo para ver mejor sus partes más íntimas. Ella estaba expuesta ante él. Su sexo se abrió para él.
—No —intentó cerrar las piernas resistiéndose a su íntima exploración.
Los labios internos de su vulva estaban hinchados, húmedos y palpitantes.
—Joder —dijo él complacido mientras se masajeaba el pene de arriba abajo, bajo la sorprendida mirada de Eileen—. Ya estás lista.
—No, Caleb. No… No lo estoy… Yo nunca… —ahora sí que estaba realmente aterrorizada.
—Chist… —le dijo él colocándose entre sus piernas—. Cálmate. Vas a estar bien. Te he dicho que no te haría daño.
Eileen intentó apartarlo poniéndole las manos en el pecho, empujando para sacárselo de encima. Quería detenerlo, decirle que ella era virgen. Tenía miedo. Él podía matarla con algo así, podría desgarrarla.
Caleb palideció al sentir las manos de ella sobre su cuerpo, a la altura de su corazón. No había sido una caricia, sino un movimiento de rechazo absoluto, pero el contacto de sus manos sobre su piel lo bloqueó.
—No —le dijo él con voz peligrosamente dócil y respirando nervioso. Las manos le quemaban—. No me toques…
Le agarró las muñecas, cogió el cinturón del pantalón que había dejado sobre la cama y con brusquedad, le ató las muñecas a los barrotes de la cama. No quería el contacto de sus manos para nada. Eso lo debilitaba y le hacía perder el norte. Y no quería preguntarse por qué.
—No quiero que me toques… —hizo los nudos con fuerza—. Yo me encargaré de ti, pero no me toques —no soportaría esas manos culpables de matar a su mejor amigo encima de su piel.
Ella soltó un grito seco al sentir la presión en la muñeca. Empezó a temblar. La había inmovilizado. Ahora sentía más miedo que en todas las horas anteriores desde que lo vio en su habitación. Sí que era cruel. Había perdido toda la bondad del niño que ella quería ver en su cara. Entre Samael y él no había diferencias. ¿Por qué había creído que sí las había?
—Caleb —dijo ella apretando la mandíbula—. Estoy atada. Será mi pri… primera vez —le suplicó piedad con los ojos.
Caleb dejó caer las manos a cada lado de la cabeza de Eileen y se echó a reír con ganas. Cada carcajada se clavaba en su alma inocente.
—Serás mentirosa —contestó él mirándola con rabia—. ¿A quién quieres engañar? Sales con ese tipo, Víctor —lo dijo con tanto asco que él mismo se sorprendió.
Eileen se asustó cuando él pronunció su nombre.
—¿Intentas ponerme cachondo con eso de que eres virgen? Cada noche te abres de piernas para él, pero él… —rozó la hendidura de ella de arriba abajo con la cabeza de su pene— él no es como yo.
Eileen se tensó ante esa caricia atrevida y Caleb frunció el ceño.
—Si de verdad eres virgen, déjame entrar en tu cabeza para verlo.
—Enséñame cómo podría hacerlo… —estaba desesperada—. Yo quiero dejarte entrar pero tú no puedes y no sé por qué…
Caleb la escuchaba mientras seguía frotándose contra ella. La textura de Eileen le hacía perder la cabeza. Intentó concentrarse en ella de nuevo y entrar en su mente. Pero de nuevo, la puerta estaba cerrada. Era un muro de hormigón enorme lo que les separaba.
—Ya no te doy más oportunidades —afirmó con frialdad, irritado por no poder entrar.
—No, Caleb… Víctor es… es mi…
—Ya sé lo que es… —le gritó—. Lo sabemos todo sobre ti. ¿Por qué no le pides ayuda a él ahora? —hundió su cara en su pelo e inspiró profundamente—. ¿Vendría a rescatarte?
Eileen sentía un ardor profundo a la altura del ombligo, y bajaba hasta concentrarse allí donde él la rozaba.
—Si se la pidiera, él vendría, porque es mucho más hombre que tú… Pero tú le matarías. Y su vida vale más que la tuya, te lo aseguro, pedazo de animal… —gritó ella.
Caleb volvió a levantar su cara para mirar su boca. Había decisión en esos pozos verdes que la vigilaban. Está defendiendo a otro hombre. Odiaba oír aquello. Odiaba ver que Eileen protegía a otro con tanta vehemencia.
—Que la mía, seguro —se colocó de rodillas entre sus piernas. Deslizó sus manos por debajo de sus caderas, las levantó apretándolas con ansia y él acomodó la punta de su pene en su entrada—. Y que la tuya también. Pero te aseguro que no vale más que la de Thor ni que la de los hijos de Beatha. Ojo por ojo.
Con un movimiento directo y seco la penetró de una sola embestida. No por completo. Ella era muy estrecha y, además, se había encontrado con una barrera en el camino que había hecho retroceder la penetración, pero que había logrado derribar con una fuerte presión.
Eileen gritó intentando mover las piernas, apartándolo de ella, queriendo que él saliera. Sentía que se estaba partiendo en dos. Santo Dios, qué dolor… Sólo sus hombros y su cabeza estaban tocando la cama. Su espalda y sus caderas se elevaban a cuatro palmos del colchón dibujando un arco perfecto. Caleb la sostenía así.
Se echó a llorar tan afligidamente que intentó esconder el rostro entre su brazo y la almohada, pero parecía que a cada espasmo que hiciese al coger aire, ese monstruo se clavaba más en ella.
Su primera vez. Era su primera vez. Y estaba con un vampiro.
Caleb se quedó blanco. Si lo pinchaban no iban a sacarle sangre. Estaba sorprendido. Cerró los ojos con fuerza e intentó doblar las rodillas para bajar el cuerpo de Eileen poco a poco. No iba a salir todavía, le haría más daño, pero podía modificar la posición de sus cuerpos. Dirigió los ojos para ver la zona donde ellos dos estaban encajados. A él todavía le faltaba por meterle la mitad.
Aquello no era posible. Víctor la iba a ver cada noche. Eso decía Samael, eso habían investigado. Ella no podía ser virgen. Pero, le había dicho la verdad, no tenía experiencia con los hombres. ¿Pero es que los hombres de Barcelona no tenían ojos? Si él la hubiera visto, habría hecho todo lo posible por seducirla. Si hubiese sido humano…
No la había seducido y, además, la había penetrado cuando todavía tenía que estar más lubricada. Pero él no le iba a hacer el amor. Él se la iba a follar, eso le había dicho tan cruda y duramente. Y además su comodidad, a él no debía importarle. Pero descubrió que sí le importaba. ¿Por qué se sentía tan mezquino? Los vanirios keltoi veneran a las mujeres, no les hacen daño, y menos les arrebatan la inocencia de ese modo. Ni siquiera la había inducido a que se excitara con él.
Pero ella era… una mala persona… ¿No? No importaba. No era justificable.
—Salte de mí, monstruo hijo de puta —pidió Eileen completamente partida en dos y con el ceño fruncido de dolor. Ya no le quedaba dignidad.
Caleb tomó aire y se salió apenas unos milímetros, pero entonces se perdió en el hilo de sangre que cayó sobre la sábana. Tarta de queso con fresas. Almizcle. Calor. Deseo. Eileen. Su primera vez. Ella era suya. Suya.
Una oleada de posesión le recorrió las entrañas. Intentó tranquilizarse, intentó salirse, pero a Eileen le dolía. ¿Por qué debía hacerla caso? Él iba a conseguir abatir sus barreras mentales. No podía salirse, no ahora. Si conseguía provocarle un orgasmo con él en su interior, ella liberaría parte de la energía que utilizaba para erigir las barreras telepáticas. Él podría entrar.
Eileen no podía creer que Caleb saliese sólo porque ella se lo pedía. Él era tan grande… y la había desvirgado con mucha rudeza. Pero parecía que sí iba a hacerle caso, que sí iba a salirse… Pero no. Tenía razón: Caleb no iba a ceder. Los ojos se le habían enrojecido y estaban nublados por el deseo y la lujuria.
—Si haces lo que te digo, Eileen —le contestó él con voz gutural—, el dolor cesará. Eras virgen. No me habías mentido —reconoció con la voz enronquecida—. Pero, ahora ya no lo eres —sí, claro. Ya no lo era, gracias a él, pensó orgulloso Caleb.
—Para —le pidió mientras se ahogaba con las lágrimas, irritada consigo misma por suplicarle a un animal.
Caleb sintió asco de sí mismo. La venganza no era tan dulce como él suponía.
—Eileen… yo… —él quería, pero no podía disculparse. No sabía hacerlo. Tomó aire y decidió acabar lo que había empezado. Obtendría la información que necesitaba y la convertiría—. Sólo déjame entrar un poco más —impulsó las caderas con cuidado hacia delante y se introdujo unos centímetros más. Notó que ella lo quería rechazar—. Estás tan cerrada —se cernió sobre ella y aplastó su pecho contra el de ella andándola en la cama—. Déjame un poco más… —empujó con sus caderas.
—No, me haces mucho daño… —gritó ella con la cara llena de lágrimas, luchando por liberar las muñecas.
—Lo sé, lo sé. Maldita sea —se lamentó sinceramente. Ya no quería causarle más dolor. Al menos si ella se relajara—. Queda poco… Y un poco más… —se había introducido por completo.
El interior de Eileen lo sujetaba con tanta fuerza que estaba a punto de eyacular. Ella era cálida y acogedora. Y estaba completamente quieta, pero su cuerpo temblaba violentamente.
—Ya está, Eileen —la miró a los ojos. Por Odín, ella estaba abatida de verdad. Ya no lo miraba con esperanza de encontrar algo bueno en el fondo de sus ojos. Ahora su mirada hacia él era fría, letal y vacía. No le sentó bien descubrirlo.
Eileen quería preguntarle por qué hablaba con ella en la cama o por qué le explicaba lo que estaba haciendo. ¿Por qué quería tranquilizarla con esas palabras? ¿Por qué? A él le daba igual lo que ella pensara y se sintió tonta al pensar que sí que podía importarle. Se sintió tonta por haber pensado alguna vez que había algo de luz en el negro interior de Caleb.
La cara de Caleb estaba tensa. No podía continuar si ella se quejaba, ya le había hecho daño suficiente. No lo iba a hacer con ninguna mujer y él estaba dejándole tiempo para que se acostumbrara a su tamaño.
Deslizó una mano entre sus cuerpos y ella se envaró.
—Ni se te ocurra.
—Déjame, Eileen —le pidió él apoyando su frente en el hombro de ella, respirando costosamente—. Esto hará que no te duela. Sólo déjame acariciarte…
En realidad conocía un montón de juegos preliminares que hacían que la primera vez de una chica fuera muy placentera. Pero se había cegado con ella, y había querido evitar los preliminares. Ahora estaba arrepentido. De haber sabido que ella era virgen, habría sido muy diferente. ¿Arrepentido? Pues sí. Ninguna mujer debería sufrir ese trato en su primera vez, aunque esa mujer fuese Eileen Ernepo.
Llegó al triángulo de rizos negro y deslizó el dedo corazón entre la hendidura.
Tocó inevitablemente el punto donde ellos estaban tan íntimamente unidos, donde él estaba tan placenteramente tenso como una lanza enterrado en ella. De visualizar esa imagen, creció un poquito más en su interior.
Eileen siseó del dolor. Esa mujer lo percibía todo. Iba a ser una amante excelente. Amante no, concubina, tuvo que obligarse a recordar.
Ella ya no lloraba abiertamente, lo hacía en silencio.
Abrió la palma sobre el triángulo azabache, marcándolo como suyo y cambió de dedo. El pulgar se deslizó en círculos sobre su clítoris, mientras que el corazón le separaba un poco los labios vaginales y los frotaba. Caleb tocaba y palpaba con el pulgar la protuberancia que sabía que dispararía su placer.
Eileen sintió que se relajaba, pero ella no quería relajarse. Caleb estaba concentrado en ella. Todavía no se había movido desde que se había sumergido en su interior hasta el final. La miraba a la cara con una intensidad propia de un felino a punto de comerse a su presa. Eileen sentía toda la envergadura de Caleb dentro de ella. Todo su peso y su altura sobre ella. Lo sentía caliente e intimidante. Cernió la mirada en los ojos de Caleb, que la miraba de igual modo y, por un momento, por un segundo intensamente turbador, el mundo se paralizó y ambos fueron plenamente conscientes el uno del otro. Como si realmente encajaran a la perfección como pareja, como hombre y mujer. La sensación fue tan inquietante y contradictoria que Eileen tuvo que apartar la mirada de él.
Ese hombre cruel y vanidoso se había metido en su interior como si realmente fuera su amo y ahora la miraba como un tesoro digno de proteger. No la iba a engañar. Ella se violentó e intentó apartarse cuando él empezó a acariciarla con más intensidad.
Su cuerpo se tensaba. Podía sentir una humedad latente recorriendo su útero para dar encuentro al miembro de Caleb. Ya estaba lubricando. Su clítoris, hinchado, duro y resbaladizo. Era inevitable si él seguía acariciándola de ese modo. ¿Por qué su cuerpo le traicionaba así con el vampiro?
Él respiraba entrecortadamente y apretaba la mandíbula. Ya podía empezar a deslizarse. Ya podía obtener lo que quería de ella.
Caleb colocó la mano libre para apresar la cintura de Eileen. Se deslizó hacia fuera casi por completo para luego volver a introducirse en una larga e interminable embestida.
Eileen gimió echando la cabeza hacia atrás. Los músculos de ella se distendían poco a poco dejando que él llegara donde deseara. Eileen apretó los dientes y tiró de la correa del cinturón. Aquel dedo hiperactivo le estaba haciendo estragos. No paraba de moverse y ella cada vez estaba más resbaladiza. Y más avergonzada por la respuesta de su cuerpo.
—Buena chica —le dijo él embistiéndola más intensamente—. Haré que te guste, ya lo verás.
¿Por qué no se callaba y la dejaba tranquila?
El placer de estar dentro de ella era algo nuevo para Caleb. En sus largos años de vida había tenido miles de relaciones con mujeres, pero nada se asemejaba a lo que era estar con Eileen. Ella intentaba aceptarlo aunque él fuera su enemigo. Quería dejarle pasar y eso a él lo tenía loco. ¿Todavía confiaba en él? Si levantaba la mirada y la veía a ella todavía con esperanzas de encontrar algo bueno en él, no la compartiría con los demás. Si veía en esos desgarradores ojos azules que lo miraban un poco de fe en él, no la entregaría al clan. Se la quedaría él y punto.
¿Pero de verdad habría hecho algo así? ¿De verdad hubiera sido capaz de dejar a una mujer en manos de grupos de vanirios sexualmente descontrolados? Él todavía tenía autocontrol, aunque entendería que Eileen no lo creyera en ese momento, pero no estaba seguro del control de los demás. ¿Por qué se preocupaba tanto por su seguridad? ¿Por qué sentía la necesidad de mantenerla con vida? ¿Por qué se ponía enfermo sólo con pensar en que otros la tocaran y le hicieran daño?
Perdió el hilo de los pensamientos cuando ella soltó un gemido ronco. Bien. Empezaba a gustarle lo que él le hacía y eso lo complacía. Dejó de excitarla con el dedo y pasó esa mano por detrás de las caderas para apresar las nalgas con las dos manos y levantarlas hacia él.
Ella cerró los ojos. Dios, así lo sentía. Como se clavaba más profundamente… ¿Hasta dónde podría llegar? Eileen no podía creer que aquel acto fuera tan intenso. Si seguía así, arrasaría todo lo que encontrara por su paso. La arrasaría a ella.
Caleb iba a verlo todo rojo en cuestión de segundos. El ritmo era incendiario, le quemaba por dentro y por fuera.
Eileen quería reprimir sus gemidos apretando los labios, hundiendo su cara en el pecho de él, pero era incapaz. Empezaba a gemir descontroladamente. Caleb, a pesar de su crueldad, se había apoderado de su cuerpo y ella debía ser honesta y ceder a ello. No tenía ningún control.
Él abusaba de ella. Abusaba de su experiencia para darle más placer del que jamás se había imaginado, abusaba de su cuerpo más grande para poder cernirse al suyo más pequeño, abusaba de su poder para dominarla y hacer que ella lo deseara. Porque Eileen lo deseaba como el aire para respirar. Y su anhelo lo tenía que estar provocando ese vampiro crudo y duro que tenía sobre ella porque, si no era así, si su reacción no estaba siendo inducida, si esa reacción era natural… entonces ella tenía un grave problema. Síndrome de Estocolmo.
Desde que lo había visto, su cuerpo reaccionaba a su contacto, a su mirada, a sus palabras hirientes… Caleb la estaba saboteando, la estaba obligando a sentir.
Le quemaba la vagina, el bajo vientre, la piel… Quería romper el cinturón y agarrarse ella misma al cabecero de la cama. No iba a aguantarlo mucho más. Pronto llegaría al clímax.
Sus ojos empezaron a nublarse y la cabeza le dio vueltas. Cerró los ojos para centrarse en las sensaciones de sentirlo a él dentro de ella, moviéndose ahora de dentro hacia fuera, ahora en círculos, ahora más rápido, luego lento y profundo. El dolor aparecía como un pequeño eco al final de cada embestida, pero se mezclaba con el placer. El conjunto que formaban ambas sensaciones era turbador.
Miró a Caleb un instante. Era tan hermoso. Y era tan cruel. Y ya no aguantaba más.
—Para, por favor… —pidió ella contra su hombro. Era lo único que acertó a susurrar, su cerebro apenas funcionaba. Estaba entregada al acto sexual que Caleb le infligía. Sentía que iba a desmayarse.
—No puedo… Yo no… Lo siento, Eileen, pero no puedo… —alargó los colmillos y las pupilas se le dilataron. ¿Cómo iba a detenerse ahora sumido en el placer más tormentoso y sensual que había sentido jamás?
Estaba fuera de sí. La embistió con más rudeza. La cama bamboleaba de un lado al otro. Él estaba encajado hasta el límite: el glande tocaba el cérvix de ella y lo estimulaba.
—No, Caleb. Creo… creo que voy a… —tuvo que morderse el labio para no gritar a pleno pulmón.
—Sí… —le susurró él abriendo los labios sobre el pulso de su garganta—. Vamos Eileen —la animó moviendo las caderas más rápido—. Déjate llevar… Va a ser bueno, ya verás…
—No —gritó—. Por Dios…
Ella tensó la espalda arqueándola por completo, elevó las caderas para encontrarlo y echó la cabeza hacia atrás lanzando un largo gemido. Se estaba corriendo.
Caleb perdió el control. Sintió cómo los músculos de ella lo engullían hacia dentro, como se contraían y lo apretaban masajeándolo hasta volverle loco. Llegó al orgasmo con ella. Mientras la cabalgaba rugió echando la cabeza hacia atrás, dejando que su melena negra acariciara sus hombros. Abrió la boca, miró el cuello expuesto de Eileen y le clavó los dientes aprovechando el largo orgasmo que sentían los dos. Ella era suya en cuerpo y mente.
Eileen gimió y sintió un placer doloroso que recorría su entrepierna, el interior de su estómago, sus pechos y la zona sensible del cuello de la que Caleb bebía. Oh, Dios, no… Estaba encadenando otro orgasmo y él no dejaba de moverse. Sintió cómo el líquido caliente de Caleb, le llegaba al estómago, llenaba todo el conducto mezclándose con su propio calor. De repente, unas estrellitas blancas aparecieron bajo sus párpados, después unos puntos negros. ¿Qué le estaba pasando? ¿Iba a perder el conocimiento? ¿Podía ser un bajón de azúcar? ¿Se moría? ¿Caleb le provocaba todo eso? Cerró los ojos y dejó de gemir mientras caía al vacío.
Cuando Caleb empezó a beber, su cuerpo exento de calor humano y su corazón que no había palpitado nunca así por nadie enloquecieron. Con una mano la agarró de la nuca para beber mejor de ella, con la otra amarraba su cintura mientras seguía embistiéndola con penetraciones lentas y profundas. Sentía que la piel se le erizaba, que se elevaba de la cama con Eileen… Asombrado descubrió que lo estaba haciendo, que eso estaba pasando. Su poder había estallado al probar su sangre, dulce y caliente, y ahora estaban levitando sobre la cama y no flotaban hasta el techo porque ella estaba cruelmente atada a los barrotes del cabecero como si fuera una prostituta a la que le gustaran esos juegos eróticos avanzados.
Eileen tenía el cuello echado para atrás y su larga y bonita melena, caía como una cascada negra en dirección a las almohadas.
Caleb empezó a percibir imágenes de la vida de Eileen. Eran secuencias algo borrosas, pero no había duda de lo que revelaban.
Sus recuerdos empezaban a la edad de siete años… Una noche empezaron a pincharla, la diagnosticaron diabetes del segundo tipo. Venía un hombre mayor a su casa, un hombre que a tenor de las imágenes acabó tomándole cariño…
Eileen practicando natación. Era una niña deportista y en el colegio, tenía buenos amigos. Se llamaban Ruth y Gabriel. Crecieron juntos, se querían como hermanos…
Vio otra imagen de Mikhail mirándola sin ningún interés. Él le decía que ella había sido la culpable de la muerte de su madre, Elena. Él no la quería. Y ella a él tampoco. Había aprendido a ser indiferente hacia él, a no luchar por su aprobación o por su cariño. El corazón de su padre estaba cerrado para ella y ella se resignó a no reclamarlo… Mikhail no quería a su hija. Y pensar que la habían tomado para hacer sufrir a ese cabrón…
Eileen estaba triste por la muerte de su doctor, Francesc. Un hombre mayor, pero bondadoso a los ojos de ella. Un hombre que parecía quererla realmente…
Con diecisiete años, Eileen era ya una belleza reclamada por todos los ojos masculinos que se posaran en ella. Había aprendido varios idiomas y Mikhail le ofreció un puesto de trabajo en su empresa. Al ser políglota podría desempeñar el papel de vínculo de relaciones externas de la empresa. Y así fue. Ella creía trabajar para una organización que se encargaba de suministrar material de quirófano a los hospitales, así como sustancias para recuperar a una mayor velocidad a los que salían de los postoperatorios. Era muy eficiente. Tenía un muy buen sueldo, y además… además creía firmemente en lo que hacía. No tenía ni idea de lo que era realmente Newscientists. Ni de las actividades reales de su padre y de sus trabajadores. Para ella, Mikhail era el ingeniero, el inventor de todas esas máquinas. Y ella vendía y exportaba todo el material…
Eileen ya era mayor de edad. Estaba en la verbena de San Juan con sus dos amigos y ella les decía que quería ser pedagoga. Que iba a estudiar la carrera, quería enseñar valores y moralidad en las escuelas, trabajar con los niños desde bien pequeños…
Apretó más los labios entorno a su yugular, pero empezó a beber delicadamente esta vez más.
Los cuatro años siguientes, ella crecía en madurez y belleza, pasando las mañanas en la empresa, las tardes en la universidad, y las noches en su casa esperando a que un nuevo doctor llamado Víctor, la visitara y la pinchara…
Víctor el doctor. ¿Víctor el doctor? No podía ser. La pinchaba todas las noches. Le sacaba una gota de sangre de sus dedos y miraba el nivel de azúcar en su sangre. Maldita sea, aquella noche la había pinchado también, por eso él había detectado su olor a kilómetros de distancia. No había ninguna sirvienta que oliera así. Sólo ella.
Eileen recogiendo un cachorro de huskie en las carreteras de la Conrería. Era Brave.
Una última conversación. Con Ruth, con Víctor… Ella iba a marcharse, estaba harta de la constante vigilancia de su padre. Él estaba obsesionado con ella. Víctor le aconsejó que hablara con Mikhail. Ruth la llamó para decirle que habían decidido pasar el verano con ella en Londres…
Londres… Una oferta de trabajo. Un proyecto en una universidad. Ella se iría a vivir a Londres y dejaría de trabajar en Newscientists…
El cuerpo de Eileen yacía lánguido entre sus brazos. Peso muerto y frío. Caleb le acariciaba el pelo, en un gesto reflejo e inconsciente.
Desclavó los dientes de ella y la miró horrorizado. Todavía seguía deslizándose en su interior, sus caderas seguían impulsándose en su interior. Eileen estaba blanca, ojerosa y tenía los labios morados. Derrotada. Su sangre había sido un manjar. Ella era sabrosa y adictiva hasta la saciedad. La miró consternado. ¿Qué había hecho con ella? Ahora eran sólo movimientos lánguidos. Salió de ella poco a poco, y cuando lo hizo sintió cómo si parte de su cuerpo, de su alma, se fuera con ella. Ya no era el mismo.
La conciencia de lo que habían hecho con ella (sobre todo él) le hizo sentirse el ser más indeseable y ruin de toda la tierra. ¿Se podía errar tanto con alguien como había hecho él con la joven y preciosa mujer que yacía inconsciente en su cama?
Ella le había vuelto a decir la verdad. No tenía nada que ver con la persecución de los vanirios. Creía trabajar para una empresa con fines benéficos para la salud pública. No quería a su padre. Él no la quería a ella tampoco. ¿Cómo podía ser que un hombre no sintiese afecto por un ángel como Eileen? Ella era buena, buena de corazón.
Si Eileen hubiese estado al tanto de lo que Mikhail y el resto de las sociedades secretas hacían con ellos, seguramente los habría denunciado. Pondría la mano en el fuego por ella. Ahora lo haría. Después de haber visto su interior, su corazón. Era una luchadora, una guerrera que peleaba por sus principios y que denunciaba las injusticias.
Pero del mismo modo en que Caleb la creía en ese momento, ahora… Ahora ella conocía a los vanirios. Y los temía y los odiaba profundamente. Les tenía pánico y a él más que a nadie.
Estaba enferma. Era diabética y ahora sabía que no les había dicho nada y que esperaba caer tarde o temprano por la falta de insulina. No les había mencionado nada sobre su enfermedad. No le extrañaba que prefiriese morir a convertirse en algo tan brutal como él le había enseñado que podía llegar a ser un vanirio.
Caleb rozó su mejilla con la yema de los dedos y limpió una lágrima que débilmente caía en dirección a la almohada. No la había acariciado antes. Lo que él deseó, lo tomó como un auténtico carroñero y no paró hasta dejarla sin reservas. No había utilizado preliminares. Hizo movimientos negativos con la cabeza. Él era una bestia y ella era suave como la seda, como la piel de un bebé. Menuda pareja. La bella y la bestia.
¿Por qué no había podido entrar en su mente antes? ¿Qué significaba esa niebla espesa que había en su memoria? No entendía lo que estaba pasando en su cabeza, ni por qué no lo había dejado entrar. Si Eileen no tenía poderes mentales, si Mikhail no le había enseñado a desarrollar aquellas facultades en su defensa, eso sólo pasaba con los que estaban medicándose para solventar problemas neurológicos. Pero no había recuerdos ni pensamientos dentro de su cabeza que hicieran mención a algún problema mental.
Y su sangre estaba tan deliciosa… y era tan relajante que sólo le apetecía echarse a su lado y dormir con ella. Aquella idea sí que no era normal. Algo iba mal.
Caleb sentía un sopor profundo que lo obligaba a cerrar los ojos. ¿Tomaba Eileen alguna otra medicación para conciliar el sueño? Pero no había nada en su memoria que demostrara esa cábala. Debía espabilarse.
Puso los dedos índice y corazón a la altura del pulso de su cuello. Dios, había estado a punto de matarla en medio de esa cópula brutal y frenética a que la había sometido. Nunca antes había sido así. Con nadie. Pero todavía tenía pulso, débil y lento. Latía ahí, bajo sus dedos. Eileen luchaba por sobrevivir, peleaba como la guerrera amazona que había demostrado ser.
Caleb tensó la mandíbula. Había sido un cerdo mezquino. Pero no había tiempo para lamentaciones. Seguro que más tarde lo habría. Ahora el cuerpo de Eileen lo necesitaba. Le quitó la correa del cinturón y frotó con el pulgar las marcas que le había dejado en las muñecas.
Se hizo un corte en la muñeca con los colmillos y la acercó a sus labios… pero se detuvo a medio camino.
No. No lo iba a hacer. Si lo hacía, la vinculaba a él de por vida. Ella no merecía nada de lo que le había pasado, nada en absoluto. Eileen se merecía que la gente la quisiera y que cuidaran de ella como un tesoro. Hacía tiempo que él no veía a una mujer con su fortaleza y su moralidad. Si él se hubiese dado cuenta… Maldición… Cómo se reprochaba a sí mismo su ceguera… Ella no merecía quedar atada a él.
La repasó de los pies a la cabeza. Estaba fascinado con su cuerpo, con su cara, con su carácter y con su valentía. Se les había enfrentado con una gallardía digna de elogiar. Se había enfrentado a decenas de vanirios ella sola.
Por Odín… Estaba volviendo a ponerse duro con sólo contemplarla. Nunca le había pasado algo así con ninguna otra mujer. Jamás. Él se había acostado con muchas hembras, pero sólo para disfrutar de un polvo rápido y conejero. Siempre las dejaba rogándole que les diera más. Pero él nunca había sentido conexión alguna con ellas.
Pero con Eileen… había sido explosivo. Y quería más. A todas horas con ella. De lado, de espaldas, contra la pared, de rodillas… Sólo con ella y con nadie más.
Un sudor frío recorrió su cuello deslizándose por su espalda desnuda.
¿Sería tan cruel el destino como para que la única mujer que él había tratado tan despectivamente fuese su verdadera pareja? ¿Era Eileen su cáraid? ¿La única que despertaría en él la capacidad de amar de nuevo y de saciar su hambre? Se sentía saciado como nunca. El hambre eterna al que los dioses habían confinado a los de su clan. El deseo de llenar constantemente su estómago había desaparecido desde que se bebió a Eileen. Y eso sólo podía significar una cosa.
No, por favor. Acercó desesperado y egoísta su muñeca abierta y sangrante a la boca medio abierta de Eileen. Y la volvió a quitar. Quería ligarla a él. Se sentía posesivo con ella. Él había sido el primero. Nadie más podría reclamarla, él no lo permitiría. Pero no era justo. No para Eileen.
—No puedo hacerlo —susurró arrodillado ante ella y agachando la cabeza.
Si ella era la mujer que su cuerpo exigía para compartir la eternidad con él, entonces esperaría a ganarse su confianza. Y si ella lo rechazaba, bien merecido se lo tenía. Pero entonces ella tendría que matarlo, porque él no podría sobrevivir sin su cuerpo y sin su sangre, y menos cuando ya la había probado. Menos cuando ya la conocía y por fin se habían encontrado.
Ya era suficiente. Caleb, despierta…
Tenía que dejar de pensar en cáraids y en ideas románticas.
Eileen era una chica inocente, hermosa y capaz de empalmar a una momia si se lo propusiera. Tenía muchas virtudes, y valor y carácter entre otras cosas… pero no había más. Nada profundo ni vinculante.
Se la había tirado. Se había portado muy mal con ella. A lo mejor podría arreglar la situación entre ellos una vez se despertara… Claro, y él a lo mejor podría ir a la playa en un día soleado.
Irguió la barbilla y la tomó en brazos. Entró con ella en el baño y las luces azuladas se encendieron automáticamente. Las paredes tenían azulejos de mosaico en tonos grises oscuros y azules claros. El suelo de parqué, oscuro como la habitación. El baño era de diseño, con un jacuzzi a ras de suelo, un complejo de ducha hidromasaje con butaca para sentarse, inodoro y lavabo. Y un excelente mueble de madera con dos picas para asearse.
Se sentó en la butaca del hidromasaje con ella encima y tomó una toalla azul oscuro que había colgada sobre el calentador de la pared. La mojó con la alcachofa de la ducha y abrió las piernas de Eileen. Limpió las señales del acto sexual y los restos de su pérdida de virginidad. Luego se limpió él y salió de nuevo a la habitación. En cuanto percibieron que ya no había nadie en el baño, las luces con sensores de calor humano se apagaron.
Caleb la cubrió con las sábanas negras manchadas de la sangre de ambos.
—Está bien —le susurró mientras la enrollaba con la sábana. La tomó en brazos y se dirigió a la puerta de la habitación. Esta se abrió automáticamente y salió de la habitación acunándola como a una niña pequeña—. Todo esto pasará rápido —apoyó la mejilla sobre su cabeza y la frotó con ella en un gesto tierno y cariñoso.
Bajó las escaleras y se dirigió al salón. La estiró sobre el sofá. Tenía el cuerpo lleno de moratones. La muñeca negra e hinchada, la cara magullada y amoratada, los pies heridos, las rodillas peladas y, cuando se despertara, iba a sentir dolor en sus partes más íntimas. Y ahora, el cuello se sumaba a la multitud de golpes, heridas y contusiones que la inocente joven había sufrido.
Corrió de nuevo a la parte de arriba y entró en otra habitación sellada con una de esas puertas automáticas, salidas más de una película de Star Wars, que de una casa de diseño como aquella. En su interior había otra sala circular repleta de armarios empotrados. Era un vestidor.
Agarró una camiseta negra de manga corta ajustada (tenía un gran surtido de estas) y unos tejanos anchos Levi’s. Se puso un calzado deportivo informal negro y abrió uno de los cajones. Tomó un móvil iPhone de última generación y salió de la habitación. Presionó con el índice la pantalla táctil y buscó uno de los teléfonos que había en la agenda de contactos.
Llegó al salón, se dirigió al sofá, puso una mano bajo la cabeza de Eileen, la alzó y se sentó él debajo para hacerle de cojín. Ella seguía inconsciente y con una anemia excesiva.
—¿Caleb? —preguntó una voz al otro lado del móvil—. ¿Qué haces llamando? Tendrías que estar tirándote a ese bellezón malvado que…
—Basta, Cahal —le cortó él—. Escúchame bien. Nos hemos equivocado con ella.
Cahal se quedó en silencio unos segundos.
—¿Qué quieres decir?
—Eileen no tenía nada que ver con los procedimientos de Newscientists. No sabía lo que hacía su padre, no se conocían apenas. Mikhail la ignoraba, no la quería como un padre debería querer a su hija.
—¿De qué hablas, tío?
—Hablo de que la hemos cagado… La he cagado… Ella es inocente.
—No me jodas, Caleb.
—Te necesito, Cahal. He estado a punto de matarla.
—¿No le has dado de beber todavía?
—No lo voy a hacer.
—Hazlo.
—No puedo.
—¿Tienes remordimientos ahora? Hazlo y luego todos le pediremos perdón y a ella se le pasará todo —gruñó nervioso—. No hay marcha atrás, no lo va a olvidar. O la haces de los nuestros o…
—Créeme —la miró angustiado—. Lo sé, pero no puedo hacérselo.
Cahal resopló malhumorado.
—No es momento para principios, Cal.
—¿Crees que no lo sé?
—Vaya mierda… ¿Qué quieres que haga?
—Ven a mi casa. Necesito que me ayudes a averiguar algo.
—Estaré ahí en unos minutos.
—Y avisa a Menw. Necesito que me traiga sangre para hacerle transfusiones.
Hubo un silencio.
—Cuenta con ello.
—Gracias, hermano.
—De nada. Oye… ¿te encuentras bien?
Caleb pensó en todas las cosas horribles que le había hecho al ángel que yacía sobre sus piernas y contestó:
—Creo que acabo de firmar mi sentencia de muerte —¿y si ella era su cáraid de verdad? ¿La Freyja destinada a pertenecerle en cuerpo, mente y alma? Ahora que sabía la verdad, que se había acostado con ella, que la había bebido… tenía una erección constante y una sensación de vacío, pesar y temor por… ¿dejar de verla? ¿Perderla? Era frustrante no saber lo que le sucedía.
—No digas eso. Voy para allá corriendo.
Caleb colgó y bajó la mirada al rostro agraciado y hermoso que los vanirios, su raza, habían maltratado. Repasó sus ojeras con los dedos y apartó algunos mechones de pelo negro que le caían por el cuello.
—Lo siento mucho —susurró afectado.