Tres días. Tres días sin que Aileen reaccionara. Ruth, María y Gabriel cuidaban de ella por la mañana. Daanna, Menw y Cahal lo hacían de noche.
Su abuelo y los berserkers la visitaban a diario y siempre se iban tristes y cabizbajos al ver que la joven no mejoraba.
Caleb descansaba en la habitación contigua, Menw se encargaba de darles alimento intravenoso, pero ambos sabían que Aileen estaba en algún lugar mucho más tranquilo y debía de haber algo fuerte que la trajera de vuelta. Permanecía más de setenta y dos horas en coma profundo.
Caleb ordenó, antes de sumirse en un sueño profundo, que le extrajeran toda la sangre que pudieran para dársela a ella. No dormía. No lo hacía desde que los cogieron a los dos y los llevaron a su casa para cuidarlos.
Caleb permanecía el día en horizontal, con los ojos cerrados, a oscuras —ya que sin que Aileen le alimentara no podría soportar de nuevo el sol— y no hablaba con nadie. Ni siquiera con Menw, que se encargaba de limpiar y desinfectar las heridas y de extraerle la sangre.
En su habitación, Caleb intentaba como siempre darle fuerzas a Aileen. Hablaba con ella de todo, hacía tres días que había derribado sus barreras bruscamente en Tintaghel y ella no tenía fuerzas para resistirse. Sabía que su cáraid estaría perdida, levitando entre este y el otro mundo, y él sería su ancla para que volviera.
Le contaba todo lo que él había visto desde su transformación, cómo era antes de que los dioses acudieran a ellos en Stonehenge. Le contó como hacía enfadar a su hermana cuando eran niños y cómo ella lo hacía rabiar a él.
Le explicó cómo se sintió la primera vez que la vio a través del cristal de su casa de Barcelona. Lo arrepentido que estaba de haberla tratado tan mal. Lo arrepentido que estaba de no haberse abierto a ella como se merecía.
Aileen había dado una razón de vivir de nuevo a todos los inmortales que estaban hastiados de su longeva existencia. Una nueva razón para rechazar a Loki y sus tentaciones. Aileen había demostrado que la gente puede cambiar, que puede unirse y luchar juntos por algo bueno en común, aún tratándose de clanes que habían estado eternamente enfrentados. Aileen les demostró, que el amor no conoce de barreras ni de leyes ni de razas. Y que además todo era posible.
—Yo estaba muy unido a Thor —le explicaba—. Él era un modelo a seguir para mí y aunque el clan nos respetaba tanto a él como a mí yo todo lo que sabía lo aprendí de él. Tú eres como él, Aileen. No puedes rendirte. Porque sé que he cambiado estos días, y todo lo bueno que han empezado a ver los demás en mí te lo debo a ti. Tú me has hecho un hombre mejor y siento que ya no podré continuar mi vida si tú no estás. ¿Puedes llegar a imaginar el don que me has regalado? Puedo volver a caminar bajo el sol, álainn. Tú eres mi mejor regalo, mi mayor sorpresa. ¿Y yo cómo te lo pago? Cayendo en una trampa y poniéndote en peligro. Soy un inepto.
—¿Caleb?
Caleb se quedó inmóvil. Aileen le estaba hablando.
—Caleb, no pares. Sigue hablándome. ¿Eres tú, verdad?
—Sí, mo chailin —tenía los ojos cerrados pero las lágrimas salían igual.
—No sé… no sé cómo encontrarte. Tú voz es como un bálsamo.
—¿Aileen? ¿Dónde estás? ¿Por qué no vuelves conmigo?
—No sé cómo hacerlo. Enséñame. Guíame.
Caleb se esforzó en levantarse de la cama. No iba a perder el contacto mental ni loco. Abrió la puerta de la habitación contigua y tambaleándose se internó en ella. El cuerpo de Aileen yacía inmóvil y pálido en la cama. Las sábanas blancas no disimulaban su cuerpo esbelto y precioso. Había perdido algo de peso, pero a él le siguió pareciendo hermoso.
Se arrodilló a su lado y cubrió su mano con las de él. Apoyó su frente en ella.
—Aileen, haz un esfuerzo por mí. Te necesito. Sigue mi voz.
—Tengo frío.
—No, cariño. Mi voz te dará calor. Yo te daré calor.
—Estoy en un pasillo y no sé qué puerta escoger… Estoy perdida.
—Elije la mía. Mi puerta.
—¿Cómo es esa puerta? ¿Qué hay detrás?
Caleb tenía desgarrado el corazón. Vio que dos lágrimas caían sobre la sábana blanca e impoluta. Eran de él.
—Tras la puerta está mi corazón.
—¿Tu corazón? No te puedo ver.
—Sí. No hace falta que me veas. Sólo siénteme.
—¿Qué más hay en esa puerta?
—Hay un enorme letrero que pone AMOR. Yo te daré el amor más sincero, el más profundo y vinculante. Elígeme, Aileen. Yo… yo… —tragó saliva. Qué poder tenía esas palabras que le hacían sentirse diminuto y terriblemente frágil—. Yo te amo. Lucharé por ti, por lo que tenemos. No lo entendía antes. Pero tú me has abierto los ojos a un mundo lleno de emociones. Ven a mí. Déjame compensarte. Elígeme. Te quiero.
Caleb esperó temblando una respuesta de Aileen, arrodillado, humilde y sincero como nunca lo había sido. Subyugado a ella.
—¿Aileen? —alzó los ojos para ver el rostro amado.
No contestaba. Miró su nudo perenne. Volvía a picarle. Miró el de ella por encima de sus cicatrices que poco a poco y con el tiempo se sellaban. Maldito Samael. No podía quitarse de la cabeza todo el sufrimiento que le había provocado a Aileen.
—Aileen, por favor… No me dejes. Quédate conmigo.
Tras esas palabras, Caleb se desmayó y cayó al suelo.
—¿Cuándo podré verle? —preguntó Aileen acomodándose la almohada detrás de los riñones.
—Espera a mañana, doña impaciente —la reprendió Daanna quitándole la venda del muslo—. Mi hermano quiere estar fuerte para ti y antes de que te despertaras cayó desmayado al suelo. Llevaba tres días sin dormir y había perdido mucha sangre.
—Él me trajo de vuelta —murmuró Aileen mirando por la ventana. Sí la trajo de vuelta con sus palabras. El dolor quedaba atrás, pero no las ansias de volver a oír de su boca las palabras que él le había dicho mentalmente—. ¿Cuándo se despertará?
—Pronto. ¿Todavía te duele la cabeza? —le preguntó admirando la fina cicatriz que le quedaba en el muslo—. Chica, qué rápido te curas.
—Es tu hermano. No entiendo cómo permitió que Menw preparara tantas botellas llenas de su sangre para mí. Y sí. Aún me duele un poco.
Claro que le dolía. Caleb había fundido su muro defensivo haciéndolo estallar por los aires. Pero nunca, jamás, se lo reprocharía. Gracias a él ella vivía.
—Tú has hecho posible que hoy estemos a salvo, Aileen —le comentó Daanna—. El ataque no nos cogió por sorpresa y aunque cayeron en la lucha unos cuantos de nosotros, la mayoría sobrevivió. Gracias —le apretó la mano en un gesto de sincero agradecimiento.
Aileen le sonrió y asintió inclinando la barbilla.
Ruth asomó la cabeza por la puerta y tocó con los nudillos.
—¿Se puede?
Las dos se alegraron de verla. Daanna le dio un beso en la mejilla y luego se lo dio Aileen. Ruth llevaba una caja de bombones para ellas.
—¿Cómo te encuentras hoy? —le preguntó Ruth.
—Ya estoy bien. Necesito salir de aquí. Sácame.
Ruth sonrió y miró a Daanna.
—No puedo —se encogió de hombros.
—Ruth —le dijo Aileen quitándole la caja de bombones de las manos. La abrió y las invitó a que comieran con ella—. Tenemos que hablar de tus… aptitudes. Ayudaste a salvar tanto a vanirios como a berserkers.
—No —contestó Ruth negándose como una niña mientras masticaba un bombón—. Fue casualidad.
—No digas estupideces. ¿A qué le tienes miedo? Ruth, sólo quiero saber de dónde vienen tus facultades para poder hablar mentalmente con la gente.
—Oye, mira. No quiero ser un conejito de indias, ¿vale? Vosotros aprovechaos de esto que me pasa siempre que queráis, pero dejadme tranquila. Suficiente tengo con todo lo que nos encargó hacer el nazi de tu novio como para tener que someterme a pruebas de ningún tipo.
—¿Gabriel se encuentra bien? —preguntó Aileen preocupada.
—Sí. Acompañó a Noah para encontraros. Él estaba desesperado por verte otra vez en plenas condiciones. ¿Sabes que con la sangre se marea? Pues cuando vio el suelo de ese lugar tintado de rojo casi se desmayó.
—Me ha venido a ver esta mañana. No paraba de abrazarme —pobre Gabriel. Cuánto miedo había pasado por ella.
—Me voy. Cuando Caleb se recupere quiero que vea que tengo listo todo lo que me pidió, si no tanto yo como Gabriel nos iremos de cabeza a un campo de concentración —le sonrió maliciosamente a Aileen.
Definitivamente para Ruth, Caleb era un dictador. Pero Aileen sabía que Ruth ya le tenía cariño.
—Ruth, no deberías esconderte —espetó Daanna.
—¿Qué? No me escondo.
—Eres especial. ¿Qué hay de malo en eso? —le preguntó Daanna saboreando un bombón de almendras.
—Todo. Mira en qué mundo estoy. Hombres lobo, vampiros… Y yo con un supuesto don para comunicarme con vosotros. Soy humana, por Dios, no tendría que hablar de esto con nadie.
—Por eso. Eres humana, Ruth. Un nuevo paso para la evolución. ¿No te parece?
—Basta. No quiero oír más —las reprendió con la mirada—. Por cierto, he visto a tu abuelo comiéndole la boca a María —lo soltó como quien no quería la cosa—. ¿Quieres que hablemos de eso?
Aileen y Daanna se rieron a carcajadas.
—¿Sabes cómo mi abuelo supo lo que estaba sucediendo y se preparó antes de que nadie le avisara para estar en Wolverhampton? —le dijo Aileen tomando aire.
—Ilumíname —puso los ojos en blanco ante el delicioso sabor de un bombón de chocolate negro.
—Porque estaba con María cuando yo me comuniqué con ella.
—¿En la cama?
—Ajá —Aileen alzó las cejas.
—Entonces María pasa a ser tu abuela —comentó Daanna.
—No. María será María, para mí. Mi María —comentó Aileen sin querer pensar en que tuviera una relación con su querido abuelo As.
—Entonces tenéis que preguntarle a María por qué pudo recibir tu mensaje mental como yo, ¿no?
—No hace falta —sonrió Aileen—. Ella ya me dijo que tenía un don. Tú no.
—Bueno, chicas. Ya no quiero oír más, me ponéis la piel de gallina —Ruth se levantó agitando su melena del color del fuego—. Además, tengo que ir a esclavizarme de nuevo.
Daanna y Aileen sonrieron y la despidieron con amplias sonrisas.
—Cuídate, Aileen. Y coge fuerzas porque cuando Caleb te coja…
—Ruth…
Eran las doce de la noche. Aileen se moría de ganas de ver a Caleb y el maldito todavía no se había despertado.
Había tomado la decisión de despertarlo ella misma. Sí, señor. Se había puesto una bata de color lila claro hasta los tobillos. Debajo nada. Sólo piel.
Pensaba a cada minuto sobre todas las cosas que él le había revelado. Cómo la había mantenido en su paso entre los dos mundos. Cogida de la mano, no la había soltado en ningún momento.
Realmente se reprochaba el tener que ir a despertarlo, Caleb debía descansar, pero su necesidad de él la animaba a seguir con su propósito. Hoy ella iba a ser el cazador y él el cazado.
Abrió la puerta con cuidado y se deslizó dentro como una serpiente.
La habitación olía a él. A mango sabroso y suculento. Enseguida sintió cómo le hormigueaban los colmillos.
Él llevaba días sin alimentarse como era debido y aunque Menw sacara sangre de ella para transferírsela no era suficiente como para que él recuperara toda su fuerza.
Se acercó a la cama. Ya le habían retirado las sondas. Su cuerpo, algo más delgado pero igualmente musculoso, se delineaba a través de las sábanas.
Aileen se quedó inmóvil al ver su rostro. Estaba tan enamorada de él que le dolía el pecho al verlo tan desprotegido.
Se inclinó para darle un beso inocente en la frente y lo observó anonadada mientras le acariciaba el pelo sedoso y negro como el ala de un cuervo.
—Hola, nene… —se acarició el nudo perenne de su muñeca y se le erizaron los pezones. El nudo había recuperado su color y su tonalidad natural. Se veía perfectamente.
Por mucho que lo deseara no podía abalanzarse sobre él. Caleb necesitaba un poco más de descanso. Y ella decidió que se lo iba a dar por sacarla de la oscuridad y por decirle que la amaba.
Porque habían pasado horas después de eso, y ella estaba segura de que él se había confesado. Quería creer que le había dicho eso.
Suspiró. Esperaría hasta mañana para oírlo de su boca. Pero tenía tantas ganas… Todos la habían puesto al día de los acontecimientos y de las proezas de Caleb. De cómo había luchado. De cómo todos se habían replegado.
Se dio media vuelta para salir de la habitación, tontamente deprimida por no poder calmar el ardor que sentía entre los muslos y en el corazón.
Intentó abrir la puerta pero esta no se abrió. Parecía atrancada. Con un poco más de fuerza intentó sacudirla de nuevo. Nada. Miró hacia arriba y vio la poderosa mano de Caleb, que sostenía la puerta para que ella no saliera de allí.
Aileen se giró bruscamente y chocó contra su pecho desnudo y duro.
—¿Adónde crees que vas, nena? —su voz ronca y seca después de no ejercitarla en días.
—Yo… no quería despertarte. Y entonces… me… —demonios, ¿por qué estaba tan nerviosa?
—Estaría loco si dejara que te marcharas ahora mismo, pequeña.
Él la estrechó entre sus brazos con tanta fuerza que a Aileen le costaba respirar. Hundió la cara en su pelo e inhaló cerrando los ojos de placer.
—Carbaidh… —murmuró con ternura y deseo.
—Caleb.
Aileen le rodeó el cuello y lo abrazó también con fuerza hundiendo el rostro en su cuello. Caleb la alzó y la llevó a su cama.
—Estás, estás temblando —Aileen enredó sus dedos en su melena.
—Y tú, cariño. Y tú —musitó él.
Aileen sonrió y dejó que él la subiera a la cama y la dejara de pie, allí. No parecía que quisieran hablar de nada. Todo lo que podían decirse se lo dirían con gestos, con caricias, besos y con gemidos.
—¿Tienes hambre? —le preguntó ella poniendo las manos sobre su pecho y jugando con sus pezones.
Caleb asintió como un animal que necesitara su ración diaria. La atrajo hacia él cogiéndola de las caderas.
—Me muero por ti, Aileen. Nunca más vuelvas a asustarme de esta manera. ¿Me oyes?
Aileen casi se echa a llorar. Le empujó el pecho y lo apartó ligeramente. Lo miró a los ojos y se quitó la bata como una seductora.
Caleb gruñó y pasó su mirada por el cuerpo maravilloso de Aileen.
—No me provoques —le advirtió él.
—No lo hago, mo duine —dio un paso hacia él y se pasó la lengua por el labio inferior.
Aquello fue suficiente para Caleb. La atrajo hacia él y saqueó su boca con pericia y dedicación. La estiró en la cama, debajo de él. Su boca y su lengua arrasaron con toda la razón de ella, excitándola y atormentándola. Con las manos cubrió sus pechos y los acarició con reverencia.
No podría amar a aquel hombre más de lo que lo amaba. Quería gritarlo y decirlo en voz alta.
Caleb se quitó los pantalones de un tirón y su pene saltó en toda su gloria. Se colocó entre sus piernas y dejó caer todo su peso sobre ella.
—Aileen, me haces tanta falta… No me dejes nunca más —le suplicó con los ojos llorosos.
—No —contestó ella mirándolo fijamente a los ojos.
—¿Estás enfadada conmigo? —lamió su garganta como un gato.
—¿Enfadada?
—He vuelto a entrar en tu cabeza. La otra noche me fui sin avisarte, sin…
—Chist —le puso un dedo en los labios—. Tú no has hecho nada mal, Caleb. La otra noche te engañaron. Yo y cualquiera podría haber caído ante esas artimañas. Sin embargo, nadie habla de eso ahora. Todos dicen que no hay guerrero más poderoso y más mortal que Caleb de Britannia. Eso está en boca de todos. Sean vanirios o berserkers. Y yo como tu cáraid me enorgullezco de ti. Luchaste por mí. Peleaste por mí. Y me salvaste. Y entraste en mi mente otra vez a la fuerza. Gracias a eso, yo estoy aquí contigo, de nuevo. ¿Cómo podría enfadarme? Quiero que recuperes el contacto mental conmigo. Fundámonos, Caleb —Aileen abrió un poco más las piernas para acomodar las caderas de Caleb—. No se me ocurre otro lugar mejor en el que estar que aquí, a salvo, contigo.
—Aileen, me gusta tanto lo que me dices.
Caleb inclinó la cabeza y lamió sus pechos. Temblaba por el deseo tan poderoso que sentía por ella. Divisó una ligera cicatriz sobre el montículo izquierdo.
—Él te mordió aquí —gruñó como un perro herido.
—Sí —Aileen tragó saliva.
—Yo te borraré ese recuerdo, mo leannán —abrió la boca y le succionó ese punto dolorido. Lamiéndola y besándola con cuidado y dedicación.
Aileen movía las caderas ante el placer de su boca. Quería que él entrara de una vez por todas.
Deslizó su mano entre sus cuerpos y tomo el pene de Caleb. Este brincó en su mano. Estaba ardiendo, suave y duro.
—Caleb…
—Cariño —le tomó de la muñeca apartándole la mano de su verga—. No me hagas esto o no duraré nada.
—No pasa nada —contestó ella.
—Sí que pasa —deslizó la boca por el valle de sus pechos y descendió dándole sensuales besos hasta el ombligo—. ¿Qué más te hizo Samael?
—Na… nada más —estaba caliente y él la iba a enloquecer.
—No soporto que él te haya hecho daño —susurro él contra su estómago.
—Caleb, no me duele lo que él me hizo. Tú me has curado.
—¿Yo? —siguió deslizándose hasta el triángulo de rizos negros—. Dime cómo. Lo único que he hecho ha sido estropearlo todo contigo una y otra vez.
Aileen lo miró, expectante ante lo que él iba a hacerle.
—Pero ya se acabó —aseguró él mordiéndole suavemente en el interior del muslo.
—¿El qué?
—Vivo para servirte, amor —separó más sus piernas y colocó los hombros entre ellas para que no las pudiera cerrar—. No hay nada que yo no vaya a hacer por ti. Nada —sonrió e inclinó la cabeza para acariciar su entrepierna con la lengua.
Aileen movió la cabeza de un lado al otro, agarrándolo del pelo. Se le hacía difícil tomar aire. Gemía de placer emitiendo ruidos de desesperación con la garganta.
Caleb internó la lengua en su cavidad y la moldeó por dentro.
—Quiero oírte gemir, Aileen.
—Caleb, ya… ya lo hago…
—No es suficiente —la devoró con la boca, los labios, los colmillos y la lengua. Aileen estaba tan húmeda que creía que se estaba deshaciendo. Ondeaba las caderas de arriba abajo, y cuando llegaba ya al clímax… Caleb alargó más los incisivos y la mordió, clavando profundamente los incisivos entre los labios.
Aileen lo agarró y tiró de su pelo, clavó los talones en el colchón arqueándose contra él y soltó un grito de sorpresa y liberación.
Caleb absorbía sediento todo lo que ella le daba, su miel y su sangre. Y Aileen sentía como él se fortalecía con cada sorbo y el saber que ella lo revitalizaba la excitó muchísimo más.
Para Caleb, darle placer a su cáraid y ver cómo ella se desinhibía con él lo llenaba de dicha y de alegría.
La lamió hasta que los espasmos de su orgasmo cedieron. Luego pasó la lengua para limpiar un hilo de sangre que corría entre sus piernas y cerró así la incisión de sus colmillos.
Se incorporó y se acomodó entre sus piernas.
—¿Te ha dolido, leannán?
Aileen todavía regresaba del cielo cuando él le preguntaba eso.
—No… no. Sólo me ha impresionado —tragó saliva y lo observó detalladamente—. Caleb, tienes muy buen aspecto, ahora.
Caleb sonrió entregado a ella por completo.
—Tú me das vida. Me das la luz del sol. Yo siento que nada que pueda darte o hacerte se podrá comparar con el regalo que tú me has dado a mi —la besó y juntó la frente con la de ella—. Yo era un hombre entregado a una causa. A la guerra —empujó entre sus caderas y deslizó la punta de su miembro entre la humedad de Aileen. Ella tembló y él también—. No sabía lo que era amar.
—¿Y… ahora lo sabes? —acarició la nariz de él con la suya en un gesto cómplice y cariñoso.
Caleb asintió como un hombre que estuviera sufriendo.
—Méteme dentro de ti, cariño —le ordenó tomando su cara entre sus manos. Las manos de un guerrero, llena de cicatrices, se veían mucho más poderosas ante un rostro tan bello y frágil como el de ella.
Aileen asintió con los ojos inundados en lágrimas. Lo tomó con una mano y lo guio hasta su entrada. Caleb gimió y ella siseó. El mordisco la había dejado muy sensible, pero la matarían antes que detenerlo a él y privarlo de estar en su interior.
—Tómame —le dijo él mientras se introducía hasta lo más hondo.
Aileen abrió más las piernas para acomodarlo mejor y facilitarle el acceso. La sensación de sentirlo rozando y frotando todo su interior la volvió loca. Le rodeó las nalgas con sus manos y le clavó las uñas ante la sensación de plenitud y fragilidad que sintió bajo su peso y sus estocadas potentes.
—¿Lo sabes, Caleb? ¿Sabes lo que es el amor? —le preguntó ella besando su barbilla entre temblores estremecidos.
Caleb le impedía que girara la cara o desviara la vista. Quería verla mientras la tomaba.
—Sí.
—¿Por qué? ¿Cómo lo sabes?
—Porque… porque yo te amo, Aileen. Tú me has enseñado cómo hacerlo.
Aileen tuvo que cerrar los ojos para que las lágrimas pudieran deslizarse y dejar de empañarle la vista. Caleb era hermoso. Su pelo negro caía sobre ella, así que se lo sujetó con una mano mientras con la otra le acariciaba la mejilla.
—Dilo otra vez.
—Te amo.
—Otra.
—Te amo, cariño. Te quiero. Te necesito. Te adoro —las embestidas eran más y más fuertes.
—Te amo, Caleb —le dijo ella atrayendo su cara a la de él.
—¿Cómo puede ser?
—Tiene explicación. Estoy loca —sonrió mordiéndose el labio.
—Dilo otra vez.
—Te amo. Te…
El beso que entonces se dieron fue casi criminal. No se podían dar más de lo que se daban en ese momento. Caleb le mantenía la cara cogida.
—Estoy a punto… —le dijo él riendo y recuperando el aire.
—Sí. Y yo… —ella también se rio.
—Aliméntate, cáraid —la embistió más duro, pues sabía que ya estaban al límite.
A Aileen se le oscurecieron los ojos y dilataron las pupilas. Tiró de su pelo atrayéndolo hacia ella, frotó su nariz a su yugular para marcar el terreno. Caleb tembló de anticipación. Aileen clavó los colmillos en su piel y bebió de él, y tanto él como ella se corrieron a la vez. Sus mentes se abrieron, compartieron pensamientos, necesidades, anhelos, sueños y deseos.
Aquello era una verbena de orgasmos. Se sucedieron uno tras otro, y los elevaron hasta cuotas indecibles de placer.
Caleb seguía meciendo sus caderas dentro de ella, más suavemente, calmándose uno al otro con palabras cariñosas y besos dulces. Arrullándose con mimos.
—No te has cerrado a mí —le dijo Caleb asombrado.
—Ni tú tampoco.
—Estás loca por mi —alzó una ceja pirata y Aileen estalló a carcajadas—. No lo olvides.
—No seas presumido.
—Yo estoy loco por ti, pequeña, y no lo voy a olvidar.
—Entonces… ¿se acabaron las peleas? —preguntó ella acariciándole el mentón.
—No lo sé. Me gustan las reconciliaciones… —susurró mordiéndole el lóbulo de la oreja.
Caleb deslizó un dedo desde su entrecejo, pasó por su nariz, acarició sus labios y se detuvo en el hoyuelo rebelde de su femenina barbilla.
—Is caomh lium thu, mo ghraidh[43] —le dijo él dándole un beso en los labios.
—Is caomh lium thu glé mhor, mo ghraidh[44] —respondió ella aceptando el beso.
—¿Para siempre?
—Lo que dure la eternidad.
Al amanecer, Caleb la cogió en brazos, cubiertos sólo con las sábanas de la cama. Volaban juntos a través de un cielo claro, despejado y azul. El sol les bronceaba la piel cuanto más alto se impulsaban.
Aileen se abrazó a él sin perder un solo detalle de su vuelo con él. Los ojos de Caleb parecían ahora mucho más claros con la luz diurna.
Caleb podía salir bajo la luz del sol, y eso se lo había dado ella.
—Sí, cariño. Tú me los has dado, todo —le susurró al oído.
Aileen sonrió con ternura.
—¿Adónde vamos?
—Quiero enseñarte cuál va a ser tu función en nuestra comunidad.
—¿Me has buscado trabajo? —le dijo ella incrédula.
—No. Simplemente he pensado en todas las cosas que me has dicho —descendieron en un cerro montañoso rodeado de vibrante flores silvestres.
Aileen miró el lugar asombrada. Era precioso.
—¿Qué hacemos aquí?
—Aquí —le explicó él abrazándola por la espalda—, se va a construir tu escuela.
—¿Qué?
—Imagínate un edificio hermoso, de colores que vayan acorde con el ambiente y los alrededores. Y en el interior, un montón de niños que estén deseando escuchar a su nueva profesora.
—Pero Caleb —ella se giró y lo tomó de la barbilla—. Yo no puedo dar clases a niños normales. No… no puedo. Se necesitan permisos… los padres podrían sospechar de mí. Mis colmillos, el color de mis ojos… No…
—Chisss —le puso el dedo sobre sus labios—. No te hablo de niños humanos —Caleb se divirtió al ver la cara de confusión de Aileen—. ¿Te acuerdas cuando me comentaste que si pudieras realizar un trabajo de conducta con la sociedad empezarías por nosotros?
—Sí.
—Tenemos niños y niñas, Aileen. Y necesitan de nuevos valores. Te los confiaríamos a ciegas si tú les educaras. Quiero traer aquí a los niños de los berserkers y que se mezclen con los nuestros.
—Caleb…
—Tú puedes transmitirles nuevos principios. Tú eres el ejemplo perfecto para ellos. Eres la mezcla de ambos. No somos incompatibles, ni debimos ser nunca enemigos. Tú puedes resarcir todo el daño que nos hemos hecho entre clanes, si empiezas uniendo a nuestros hijos. Ellos crearán una nueva sociedad, si te siguen. Odín sabe que yo te seguiría a ciegas.
—Caleb, yo… no sé qué decir.
—Di que sí —acarició su mejilla—. Este es el proyecto que esperabas. Démosle una lección a los dioses y a nuestros verdaderos enemigos. Enseñémosles que de ahora en adelante somos uno. Sus niños son los nuestros, nuestra tierra también es de ellos. Sé el pilar de esta iniciativa, mo ghráidh.
—¿Ya has hablado con mi abuelo?
—Por supuesto. No me atrevería a proponer nada así sin su beneplácito. Él me ha dicho que estaba orgulloso de mí —asintió emocionado.
Aileen no se lo podía creer. Su proyecto. Su ilusión, seguía estando ahí. Y se la ofrecía un vanirio, bruto y rudo, pero con un inmenso corazón que la amaba más de lo que ella creyó posible.
Las lágrimas se deslizaron por sus mejillas.
—Espero que sean lágrimas de alegría —susurró Caleb.
—Lo son —dijo ella limpiándoselas con la mano—. Lo son.
—¿Entonces? ¿Sí aceptas?
—Sí… Por Dios, claro que sí… —se cogió a sus hombros, saltó sobre él, y rodeó su cintura con sus piernas, sentándose a horcajadas sobre su pelvis—. Sí, Caleb —lo besó en los ojos, las mejillas, la barbilla, las cejas.
Caleb cerró los ojos extasiado ante tanta dulzura.
—Hay mucho trabajo por hacer —le dijo él arrancando la sábana de un tirón y colocándola en el suelo a modo de cama improvisada. La besó profundamente tomándola de las nalgas y acariciándola entre las piernas.
—Mucho trabajo por hacer… —repitió ella en tono desenfadado.
—Sí. Y debemos estar listos para cualquier cosa —aseguró él cayendo de rodillas sobre la sábana con ella en brazos. La dejó estirada y dócil y él se colocó encima—. Ha empezado una batalla. Y necesitamos del apoyo de todos para que llegue a un buen fin.
—Sí —ella tiró de él y lo besó—. Cállate, Caleb… ya me hablarás luego de lo difícil que va a ser. Tú estás aquí y me haces feliz, mo duine. Es de día y nadie vendrá a molestarnos. Hazme el amor y ya nos ocuparemos luego de todo lo demás, mo ghráidh.
—Como desees, mi Aileen. Como desees.
Se besaron con dulzura y se hicieron el amor el uno al otro con absoluta dedicación.
Nadie les molestó.