—Aileen… —le costaba mantenerse en el aire. Divisó su casa de Dudley y descendió hasta llegar al balcón de su habitación.
—Me duele —exclamó frotando sus piernas.
Caleb la dejó encima de la cama y observó su cuerpo. Aileen estaba sudando y hecha un ovillo, y él sabía el porqué. Rápidamente se quitó los pantalones y quedó desnudo, observándola embobado y orgulloso. Su erección también ardía y clamaba por ella. Ella lo observó con el rostro perlado en sudor.
—Caleb…
—Chist —Caleb la acomodó sobre la almohada—. Tranquila —sonrió con ternura. Exhaló frunciendo el ceño y cogiéndose el pene con la mano.
—A ti también te duele —notó ella abriendo los ojos.
—Sí. Ven aquí —Caleb tiró de sus piernas y la puso a su altura. Levantó el vestido con manos temblorosas y se lo quitó por la cabeza con delicadeza. Estaba desnuda ante él y él sonreía con adoración. Puso una mano a cada lado de su cabeza. Su melena caía hacia delante y acariciaba los pechos de Aileen, que enseguida se erizaron.
—Cariño… Has bailado sin bragas con Noah —murmuró alzando una ceja.
Aileen gimió poniéndose la mano en su hendidura. Le quemaba y se contraía como si necesitara algo duro y grande dentro de ella. Lo miró pidiéndole con los ojos que la calmara.
—¿Qué nos pasa? —preguntó tragando saliva compulsivamente—. Caleb, ven a mí. Entra en mí —quería abrirse de piernas pero él estaba encima de ella, a cuatro patas, arrinconándola.
—Nos van a sellar, álainn —soltó orgulloso y apartándole el pelo que le cubría los senos.
—¿Como a Beatha y Gwyn?
—Sí. Oh… joder —exclamó entre dientes—. Como a ellos.
Ella casi gritó en el último espasmo. Le dolían las ingles, el útero y los pechos.
—Tócame, hazme algo —le pidió tirando de él.
—Calma —llevó una mano de ella a su pene. Aileen lo masajeó de arriba a abajo mientras él deslizaba una inmensa mano a su entrepierna y la acariciaba. Ella alzaba las caderas y él aprovechó y deslizó un dedo dentro de ella—. Álainn… Me matas, estás tan húmeda —juntó su frente a la de ella y la besó con dulzura mientras le metía y le sacaba el dedo.
—Me voy a correr —casi lloró de alivio al decirlo.
—No, espera —le pidió él. Sacó su dedo y le metió dos a la vez. Disfrutó de la sensación de notar cómo ella le apretaba los dedos—. Pobrecita, ¿te duele mucho?
—Sí —levantó sus caderas mordiéndose el labio—. Lléname, Caleb.
—¿Así? ¿En esta posición? —preguntó contrariado. No quería asustarla.
Ella ni siquiera había notado que estaba de espaldas y con él encima.
—Caleb —lo tomó de la cara con la otra mano—. No te tengo miedo. Estoy confiando en ti. Venga, aplástame —lamió su cuello y besó su hombro.
—Sí. Te aplasto —se colocó entre sus piernas y guio su pene a su húmeda entrada—. Poco a poco —se introdujo lo justo para hacerla temblar.
—Más.
—Espera.
—No quiero que te controles, Caleb. Te… necesito ya —levantó las caderas pero él se apartó para que no se empalara con violencia.
Caleb gruñó, la tomó de las caderas y la clavó en la cama.
—Tranquila, fiera —la tranquilizó con besos dulces—. ¿Lo quieres duro? —le costaba respirar, necesitaba zambullirse en ella como un desesperado—. ¿Cómo lo quieres? —se introdujo en ella poco a poco, apretando los dientes para no soltar obscenidades por la boca.
—Caleb… —echó el cuello hacia atrás y lo agarró de las nalgas empujándolo hacia ella.
—Está bien —de un empujón se impulsó hacia delante y se la clavó hasta lo más hondo. Aileen gritó y lo arañó—. Sí, yo también lo quiero así contigo —le separó más las piernas con las manos y la penetró más deslizando las palmas por sus nalgas y apretándoselas para acercarla más a él. El interior de ella estaba ardiendo y mojado. Aileen no se podía mover porque él la tenía apresada.
—Me gusta —exhaló ella.
—No te quiero hacer daño.
—Sujétame bien, Caleb. Está bien.
Caleb tomó sus muñecas y se las alzó por encima de la cabeza. Ella lo miró y sus ojos brillaron desafiantes.
—No te da miedo, ¿verdad? —preguntó él con cautela. Volvió a impulsarse profundamente en ella.
—No. Pero no me ates. No me gusta —sus ojos brillaban porque el placer se los humedecía.
—No te voy a atar. Ni te voy a lastimar.
—Lo sé. No me das miedo —se alzó y lo besó. Le mordió el labio y tiró de él.
—Aileen, voy a hacer que te corras tantas veces que luego no sabrás ni quién eres —inclinó su cabeza y se llevó un pezón a la boca. Lo devoró literalmente. Lo chupó y lo mordió haciendo oídos sordos de las súplicas de Aileen.
—No lo soporto… muévete.
—¿Quieres esto? —meció sus caderas brutalmente. Arriba y abajo. Entrelazó los dedos con ella y la besó. Fue un beso arrollador. Mientras le hacía el amor ella se retorcía de placer, aplastada por su cuerpo y sin poder mover los brazos. Abierta para él e indefensa—. Mmm… álainn… eres puro fuego.
—La muñeca… —susurró escondiendo la cara en su pecho—. La muñeca me arde. No pares.
Caleb miró su muñeca y lo vio. El nudo perenne aparecía en el interior de su muñeca derecha. Un nudo perenne precioso y perfecto, quemándole la piel ligeramente, y en el centro una gema de color verde. El color de ojos de él.
Aileen empezó a llorar y quiso soltarse de su amarre, pero él se lo impidió.
—Me duele… —sollozó.
Caleb la penetró aún más. A él también le estaban sellando la misma muñeca, sólo que su gema era lila, como los ojos de Aileen.
—Ya está, cariño —la consolaba mientras la estiraba hasta el límite—. Ya está… ya no duele.
—Sí.
—No —repuso él buscándole la boca. El dolor había desaparecido—. Ya está, cielo —cuando Aileen lo miró entre las lágrimas entendió que ambos habían ganado algo en ese interludio—. Aileen… mi Aileen. Eres tan bonita… Tan suave… No llores.
—Caleb, me estás haciendo enloquecer —se miraron el uno al otro. Reconociéndose. Midiéndose. Aceptando humildemente lo que había entre ellos. Él le besó las lágrimas y ella le dio un beso ligero como una mariposa en la mejilla.
—Tú me estás enseñando a sentir —le susurró clavándose de nuevo en ella y quedándose quieto en su interior.
—¿Y te gusta? ¿Es bueno?
—Sí —sonrió abiertamente y ese gesto iluminó la habitación—. Me gusta.
—Bien —entrelazó los dedos con fuerza a los suyos—. No pares, nene —le pidió ella poniéndose tensa y alzando las caderas.
—No —Caleb no le soltó las manos mientras se movía más y más rápido y los hacía llegar a los dos a una escala de deseo y placer más allá de lo que era posible.
Aileen clavó sus colmillos en su cuello y se convulsionó a su alrededor y él se corrió con ella, llenándola con su simiente. Cuando cedieron los temblores y Caleb se desplomó sobre ella ambos respiraron agitadamente. El aliento de él en la oreja derecha de ella. Los corazones de ambos resonaban en sus cabezas. Ella inclinó la cabeza hacia el oído de él.
—Ha sido increíble.
Caleb alzó la cabeza.
—No hemos acabado —le dijo él saliéndose de ella poco a poco.
—¿No?
—No, cariño. No te muevas —le ordenó.
Aileen resopló extasiada.
—Como si pudiera moverme —murmuró mirándose la marca que tenía en la muñeca. Era tan bonita. Y era suya.
Caleb entró en el baño y trajo una toalla húmeda con él. Se arrodilló entre sus piernas y le puso la toalla en su entrepierna, limpiándola y acariciándola.
—¿Qué me haces? —preguntó Aileen sonrojándose.
—Ahora nada. Pero quiero hacerte algo —la cogió por las rodillas y le dobló las piernas hacia arriba.
—No, Caleb.
—Te gustará, cariño. ¿Te da vergüenza que te vea así? A mí me encanta. Dame el gusto.
Aileen miró como él volvía a estar erecto.
—No es eso, es que…
No pudo seguir hablando. Caleb bajó la cabeza y empezó a lamer sus partes más íntimas con la lengua. Aileen intentó apartarlo, pero cuando él le metió la lengua se dejó caer en la cama y lo cogió del pelo, atrayéndola a ella.
—¿Qué… me estás haciendo? —preguntó sollozando. Jamás se imaginó que pudiera sentir tanto placer.
—Lo que deseé hacerte el primer día que te vi. Saborearte —le dio un largo lametón de arriba a abajo y ella apretó su pelo más fuertemente. Luego succionó y lamió su clítoris alternativamente y ella se rompió en mil pedazos en su boca—. Te has desecho en mi lengua… —dijo incorporándose complacido—. Esto te lo haré cada día —aseguró girándola y poniéndola boca abajo.
Aileen estaba rendida. Desecha encima de la cama.
—Podría hacerte cualquier cosa, ahora —le susurró él colocándose a su espalda y abriéndole ligeramente las piernas—. Estás dócil y sumisa. ¿Qué quieres que te haga, Aileen?
—Todo lo que se te ocurra. Me fío de ti —acertó a decir.
Caleb se sintió bien ante esa respuesta.
—Eres tú. Tú me haces ser insaciable —le abrió una pierna—. Dóblala, cielo.
—¿Me lo quieres hacer por detrás? —preguntó ella con el rostro escarlata.
—Quiero que me tomes tan profundamente que una parte de mí se quede siempre en tu interior —murmuró él mordiéndole la nalga y acariciándola entre las piernas—. ¿Quieres? ¿O furrainn?[38]
—Sí puedo —le aseguró ella.
—Intentaré no hacerte daño —le aseguró él incorporándose y cogiendo una almohada—. Levanta la barriguita —colocó la almohada bajo sus caderas y eso alzó más sus nalgas. Caleb asintió y besó su trasero—. Me encanta tu culo. Abre un poco más las piernas. Así.
Se colocó detrás, la tomó de las caderas y la penetró por atrás, con rapidez.
—¿Estás bien? —le preguntó él deslizándose más adentro.
—Sí. —Aileen se agarró a la sábana—. Más.
—¿Beil feum agad air?[39]
—Lo necesito —ella sintió el pecho de él en su espalda y notó como dejaba caer todo su peso sobre ella—. Oh sí. Tha feum agaim air a sin[40].
—¿Cómo lo necesitas? ¿Cómo lo quieres? —Caleb seguía entrando más a fondo. Acarició su nuca con su nariz—. ¿Puedes más?
—Gobha[41] —ordenó ella moviendo las caderas.
—¿Más hondo? —Caleb tenía ganas de aullar. Pasó un brazo por debajo de su cadera y la acarició entre las piernas mientras la penetraba. La otra mano apresó un pecho y lo masajeó.
Aileen respiraba y gemía, sólo podía hacer eso. Lo sentía todo dentro. Él la abrazaba tan fuerte que casi no podía respirar. Caleb se abría paso entre su conducto y llegaba con sus empujes hasta donde nadie podría haber llegado jamás.
Ella alzó sus brazos y le rodeó el cuello con ellos.
Caleb le apartó el pelo de la nuca y hundió sus colmillos en la yugular. Se corrieron tan fuertemente que cayeron rendidos al instante. Sin duda, pensaba Aileen mientras cerraba los párpados satisfecha, una noche de fuego y hogueras.
Pasadas unas horas, Caleb apoyado sobre su mano, miraba a Aileen dormir. Le acariciaba la piel, el pelo, los labios y él sonreía cuando ella movía la boca al notar su leve contacto.
Aileen ahora era su mundo, su vida, su existencia. Todo.
No iba a permitir que nada ni nadie la hiriera, él el primero, y la iba a cuidar y a proteger. Tomó su muñeca y delineó el nudo perenne con el que les habían marcado.
En la muñeca. Para recordarle lo mal que él se portó con ella al principio.
Había sido un machista arrogante, un hombre de las cavernas. Intransigente y brutal. Pero ella le había devuelto la cordura, la ternura, todo aquello de lo que él se había autocensurado sólo para proteger a los suyos. Sólo para no volver a cometer errores, para no volver a fallar.
Eras sólo un niño, le había dicho Aileen. Ella con sus palabras había empezado a sanar su dolor, a redimirlo, y sólo por lograr algo así él la amaría toda la vida.
Besó el sello y colocó la mano de ella sobre su mejilla para que acariciara su barba de pocas horas. Se sentía fuerte y poderoso siempre que ella lo alimentaba.
No podía vivir pensando que Samael y Mikhail todavía seguían con vida, que la perseguirían. Eso sólo podía solucionarlo de una manera. Encontrándolos y matándolos, acabando con la vida de esos indeseables que se habían pasado al lado maligno de la existencia.
Una luz parpadeó sobre la mesilla. Su iPhone. Caleb frunció el ceño. Era Cahal. Descolgó el teléfono.
—¿Qué pasa, Cahal?
—¿Por qué me hablas tan bajito?
—Cahal… —medio sonrió. Su amigo era un provocador—. Dime.
—Acabamos de descubrir la morada de Samael.
Caleb se tensó y esperó no haber despertado a Aileen.
—¿Dónde?
—En las cuevas de Glastonbury. ¿Y sabes una cosa?
—Suéltalo.
—Mikhail está con él y con algunos secuaces más. Es un aquelarre, tío.
—¿Dónde estás tú?
—De camino.
—Bien. Nos vemos allí en media hora.
—Hasta ahora. Llamaré a Menw.
—Bien.
Sí. Ya los tenía. No iba a dejarlos escapar esta vez. Ni hablar. Contempló a Aileen una vez más. Se colocó los pantalones y las botas. Luego volvió a inclinarse sobre ella. Señor, era preciosa. Seguramente se enfadaría con él si al despertarse no lo encontrara a su lado. Pero estaba bien. No quería importunarla. Se sentía mejor que nunca, capaz de todo y en cuanto cogiera a Mikhail y a Samael ambos ganarían en tranquilidad. Él no temería por ella y ella tampoco lo haría por él. Problema resuelto.
La acarició y la besó en la mejilla dulcemente para luego susurrarle al oído.
—Esto que voy a hacer lo hago por nosotros, álainn. Chain eil fhios a chaoidh dhut air meud mo ghaoil dhut[42].
Se dio media vuelta y saltó por la ventana en busca de sus enemigos.
Sobresaliendo del paisaje llano de Glastonbury se hallaba la colina llamada Glastonbury Tor. Samael había elegido muy bien donde esconderse ya que en un pueblo tan lleno de mística y de leyendas como era ese un personaje gótico y misterioso pasaría inadvertido. La gente del pueblo estaba acostumbrada a ver a frikies disfrazados de caballeros de la mesa redonda y sacerdotisas, y todo porque decían que en esa colina se ocultaba el Santo Grial y también porque las leyendas ubicaban la puerta de entrada a Avalon en ese lugar. Por lo tanto, Samael y su aquelarre tampoco desentonaría en ese ambiente.
Llegó al suelo y pisó con fuerza para no resbalar. Todo estaba sumido en la calma más absoluta y eso le extrañó. Esperaba percibir a Cahal y a Menw, pero por el momento ni el aire les traía su aroma. De hecho ellos deberían haber llegado mucho antes que él y allí, a excepción de un ave solitaria, no había nadie más.
Pensaba en lo raro que parecía todo cuando oyó una risa diabólica a su espalda. Caleb tensó su cuerpo y se giró de golpe para encarar, con sorpresa, a Samael.
No pudo enlazar un pensamiento seguido con otro, pero de lo primero que fue consciente era de que le habían tendido una trampa. Lo segundo, que Aileen estaba en peligro. Y Daanna también.
—Hola, Caleb —la voz de Samael era fría, sin ningún tipo de entonación.
Caleb levantó el labio superior, le enseñó los incisivos y gruñó como un león. Quería arrancarle la cabeza de cuajo por traidor. Saltaba a la vista que Samael se había convertido en un vampiro. Sus ojos se habían vuelto rojos, la piel había perdido coloración, su pelo estaba blanco como la nieve y las venas se veían azules a través de su cara. Y apestaba. Apestaba a huevos podridos, a azufre.
—Supongo que ya debes saber que no has hablado con Cahal —sonrió con suficiencia enseñándole su teléfono móvil—. Lo bueno de que no habléis telepáticamente entre vosotros por miedo a que os detecten otras ondas vampíricas es que os veis forzados a utilizar estos artilugios, y por suerte siempre se pueden manipular —señaló un aparato parecido a un micro que estaba enchufado al iPhone.
—Un transmutador de voz —murmuró Caleb maldiciéndose mil veces.
—Chico listo. Dime, Caleb. ¿Había interrumpido algo cuando te he llamado? ¿Ha disfrutado Aileen contigo esta noche? ¿Cuántas veces te la has tirado, ya?
El simple hecho de que Samael pronunciara el nombre de su cáraid lo enloqueció. Se abalanzó sobre él y sacó su daga del pantalón para clavársela en el corazón.
Aileen se incorporó de golpe en la cama. Estaba sudando y se sentía nerviosa. Inquieta. Buscó con la mano a Caleb, pero sólo tocó el cubrecama. Tenía ganas de abrazarse a él y relajarse, pero él no estaba.
Observó la habitación y se dio cuenta de que las ventanas del balcón seguían abiertas. Se tocó la piel fría y la frotó para entrar en calor. Se levantó y se puso un camisón de seda color borgoña.
—¿Caleb? —preguntó extrañada volviéndose a sentar en la cama.
—¿Sí, cariño?
Aileen se cubrió con la sábana y se puso de pie, dando vueltas sobre sí misma, buscando el origen de esa voz. Porque ese que le había contestado no era Caleb.
Mikhail estaba allí con ella.
Achicó los ojos y lo vio. Estaba sentado en la cómoda, oculto entre las sombras, con algo en la mano que apuntaba hacia ella.
—Sonríe a la cámara, hija mía —le ordenó burlándose de ella—. Caleb te está mirando.
Antes de clavarle la daga y dejarlo completamente indefenso y reducido a cenizas Samael fue lo suficientemente hábil para poner su iPhone delante de él y enseñarle en directo el vídeo que le había pasado Mikhail.
—Alto, Caleb. O tendrás que ver cómo le corta el cuello a esa preciosidad.
Caleb, todavía encima de Samael, miró la pantalla y se le congeló el corazón. Mikhail había cogido del pelo a Aileen y la zarandeaba con violencia. Aileen no se rebotaba porque Mikhail le decía algo que la reducía.
—Ni se te ocurra, guapa —decía Mikhail—. Tenemos a Caleb y como intentes volverte contra mí lo mato. ¿Me has oído? —le lamió la cara con lascivia y ella la apartó cerrando los ojos con fuerza.
—Sí, te he oído —susurró entre dientes—. ¿Dónde está? ¿Dónde lo tenéis?
—Lo tenemos en buenas manos.
—Mikhail, hijo de puta —lo encaró con valentía.
—No insultes a tu abuela —se echó a reír con maldad. La tomó de la muñeca y tiró de ella, pero Aileen aulló de dolor—. ¿Qué es esto? —miró el sello—. ¿Te has hecho un tatuaje? ¿Te has convertido en una hija rebelde? —meneó la cabeza haciendo negaciones—. No, no, cariño. Papá te pondrá recta.
—Es un nudo perenne —sonrió un hombre apoyado en el balcón—. Ya están sellados.
—Tú… —exclamó Aileen—. Eres Dubv… del consejo de Walsall.
—Sí, perra. Un diez para ti.
—Cobarde traidor… —lo insultó dejando que sus incisivos se alargaran.
—Tiene carácter —murmuró otra voz.
—Fynbar —espetó Aileen—. ¿Cómo habéis podido? ¿Dónde está Caleb?
—Eso no importa —se encogió de hombros.
—¿Dónde está?… —sus ojos lilas se oscurecieron y su energía explotó haciendo que las ventanas estallaran a añicos.
—Rápido. Llevémonosla de aquí —ordenó Mikhail asombrado.
Mikhail la empujó hacia Fynbar y este, nada más agarrarla, saltó con ella por el balcón.