CAPÍTULO 23

Quedaba poco para la salida del sol. Aileen abrió los ojos y se encontró con el pecho de Caleb. Hundió su nariz en él, como si fuera la más normal de las cosas, y la frotó cariñosamente mientras inhalaba todo su aroma. Por el amor de Dios, olía tan bien… La mano enorme de él descansaba sobre su muslo derecho, que estaba apoyado por completo en la cadera de Caleb.

Su propia mano estaba posada en la nalga de él, amarrándolo para que no se saliera. Se sonrojó al recordar todo lo que había pasado entre ellos.

Hacer el amor era algo increíble. Era la primera vez que confiaba plenamente en alguien. No sólo había entregado a Caleb su cuerpo, su alma y más de la mitad de su corazón, sino todo.

Aileen lo observó dormido. Su barbilla no tenía ese gesto severo y mandón que tanto la sacaba de sus casillas. Estaba relajado y sus labios semiabiertos eran los más apetecibles que jamás había visto.

Cómo la habían besado, qué sinceras habían sonado todas las palabras dichas de esa boca. Apretó los músculos internos y lo acarició en toda su largura. Seguía dentro de ella. Se estremeció cuando se dio cuenta de que incluso relajado era enorme.

Cómo la había mordido. Menuda noche… Menuda verbena de San Juan… Esa noche con Caleb, rindiéndole homenaje a su cuerpo, había visto los mejores fuegos artificiales de su vida.

Suspiró más que satisfecha, rozó con sus dedos aquellos labios de pecado y perfiló su forma y su silueta.

Sí, menuda noche… Justo cuando creía que él iba a volver a derribarla, que iban a volver a reñir, Caleb la volvió a sorprender con todas esas declaraciones.

Pero no podía sorprenderse, porque ella sentía la misma necesidad por él. Y ya le daba igual si era por algo genético o por algo espiritual o emocional. Caleb había confesado todo lo que ella también pensaba.

Sonrió y volvió a agradecer haber vivido una noche tan explosiva. Sí.

Entre sus brazos podía degustar la seguridad y la protección de aquellos músculos fuertes y grandes. Podía degustar la calma y la serenidad que otorgaba un verdadero abrazo. Un abrazo de oso como el de Caleb. Volvió a sonreír. Pegó su cara a su pecho, inhaló y se dejó envolver por el aroma del vanirio.

Menuda noche…

Sintió la caricia de Caleb. Le acariciaba el pelo con la vista clavada en su cara. Ella era una bendición y todavía no podía creer que le perteneciera, que la tuviera relajada sobre él. Estaba lo suficientemente confiada como para yacer desnuda semiapoyada en su cuerpo y adormecida.

Aileen se desperezó como una gatita, acariciando conscientemente el pecho de Caleb con la mejilla. Se encontró con la mirada concentrada de él. Sonrió y le besó la tetilla como si ese gesto fuese lo más normal del mundo con él.

—¿Hora de levantarse? —preguntó ella con voz ronca.

—Sí. Ahora viene cuando me dices que no quieres saber nada de mí y que lo que hay entre nosotros no es tan importante, bla bla bla —gesticuló de manera cómica.

Aileen se apoyó en el codo y lo miró con unos ojos que mezclaban la diversión y la aflicción.

—No lo diré —negó mirándolo con ternura—. No te pongas nervioso.

—¿No lo dirás?

Aileen negó con la cabeza y se acercó para besarlo en la mejilla.

—No estoy nervioso —sentenció él intentando parecer fuerte.

Aileen sintió que algo se deshacía dentro de ella. Sí que estaba nervioso. Había sentido lo doloroso que es el rechazo entre parejas y estaba segurísima de que Caleb no quería sentirse tan vulnerable. Pero lo era. Lo era por ella.

—Claro. No te diré nada de eso, guerrero. En cambio… —susurró mientras ascendía hasta su oreja y lamió su lóbulo, mordisqueándolo juguetona—. Mmm… sabes tan bien… Te daré los buenos días. Buenos días —descendió hasta besarle el pulso acelerado de la garganta y la marca de los colmillos que ella le había dejado.

—¿Me has marcado? —preguntó Caleb con la voz débil. Nunca había amanecido de una manera más dulce.

Aileen observó orgullosa su marca en la piel de Caleb.

—Sí. Tú también me has marcado a mí —replicó ella.

Caleb levantó una mano y rozó con los dedos la señal que le había dejado en el pecho y en el cuello.

—¿Quieres que te las quite?

—No —dijo ofendida y se llevó una mano al cuello para proteger la marca.

Caleb sonrió, esperó un momento y alzó las cejas.

—¿No me vas a preguntar si yo quiero llevar tu marca?

—La vas a llevar digas lo que digas —salió de la cama tan rápido que a Caleb no le dio tiempo de retenerla. Se metió en el baño—. No quiero que te la quites —gritó en voz alta.

Caleb sonrió y entrelazó sus manos detrás de su nuca. Se quedó mirando al techo un buen rato, pensando en lo posesiva que iba a ser Aileen.

—¿Crees que soy posesiva?

—Creo que sí.

—¿Y no te gusta?

Caleb no contestó y Aileen se tensó. Salió del baño con las manos en las caderas, mirándolo amenazadoramente.

—Te he hecho una pregunta, Caleb.

—Ven aquí y comprueba tú misma si me gusta o no —la provocó con una sonrisa ladeada apartando la sábana de su cuerpo de un solo tirón.

A Aileen no le hacía falta acercarse. La erección de Caleb demostraba lo mucho que la deseaba así.

—¿Cómo puede ser que todavía tengas ganas? —le preguntó ella fascinada por su cuerpo.

—Tú te mueres de ganas de tocarme.

—Sí, pero si tuviésemos que ceder a nuestros instintos, estaríamos en posición horizontal la mayor parte del tiempo —se echó el pelo hacia atrás y con una sonrisa le ofreció la mano—. Ven conmigo.

—¿Y qué hacemos con esto? —miró su erección.

—Ignórala un ratito —le dijo ella extendiendo la mano hacia él—. Siempre quiere ser el centro de atención —bromeó.

—¿Adónde me llevas?

Caleb entrelazó los dedos con los de ella, maravillado por la paz que lo embargaba con su sólo contacto.

Aileen lo guio hasta el baño.

—He preparado un baño aromático —dijo seductoramente arrastrándolo hacia el inmenso jacuzzi.

Caleb se perdió en la piel lisa, tersa y suave de Aileen y dejó que ella lo sumergiera poco a poco. El agua estaba caliente, pero él era un volcán. La miró de arriba abajo y no pudo evitar un ronquido de deseo.

—Es tan grande que parece una piscina —comentó ella ajena al modo en que él la miraba—. Esta casa es espectacular y no me puedo creer que sea mía.

Caleb dio un paso hacia ella y se pegó a su cuerpo por la espalda. Aileen apoyó el peso en él y dejó que la acariciara y la tocara a su antojo.

—Es toda tuya, Aileen. Te has convertido en una mujer rica —la besó en el cuello con dulzura.

—Es extraño —murmuró ella cerrando los ojos, presa del deseo.

—¿El qué? —Caleb pasó los pulgares por sus pezones y después le lamió el hombro.

—Mi nueva vida. Esta intimidad… —Aileen se giró y se agarró a sus hombros—. Todo lo que nos sucede a ti y a mí cuando estamos juntos.

—Es natural entre aquellos que están destinados a compartirse —Caleb sonrió y le rodeó la cintura para alzarla y besarla a placer. El cuerpo de Aileen reaccionaba al suyo con tanta naturalidad que lo tenía fascinado. Le pasó la lengua por los labios, más blandos después del beso.

—Entonces… —desvió la mirada para no enfrentarse a sus ojos inquisidores—. ¿Vamos a compartirlo todo, dices?

Caleb la miró fijamente e intentó adivinar por qué la cautela teñía su voz.

—Lo quiero compartir todo contigo, sí.

—Te acompañaré a interrogar a Víctor.

—Contaba con ello —dijo él rindiéndose.

—Bien. Es un buen comienzo —aseguró ella sonriéndole complacida—. Pero quiero algo más.

—Sí. ¿Qué quieres, Aileen?

—Comparte lo que viste en los vídeos de las bases de datos de la empresa de Mikhail —ella lo abrazó con más fuerza al ver que tensaba la espalda—. Enséñame lo que le hicieron a mis padres, Caleb.

—No.

—¿No? —un brillo de advertencia iluminó los ojos violeta de Aileen.

—No, Aileen. No me hagas esto —dijo con la voz desgarrada por la preocupación—. No quiero mostrarte algo así.

—Pero yo quiero verlo —suplicó sin inflexiones en la voz—. Eran mis padres, Caleb.

—Te hará daño —hundió su cara en su cuello y acarició su espalda para consolarla—. Y no lo puedo permitir. Se supone que estoy aquí para protegerte y no para…

—Basta, Caleb. Soy adulta —su voz era en sí un desafío—. Si me niegas esto, no nos llevaremos bien —deslizó la mano hasta su entrepierna y sintió cómo él se endurecía al contacto—. Déjame entrar. Ahora —lo miró fijamente y entró en su mente como una invasora.

Caleb alucinaba. Aileen estaba arrasando con su cabeza y con su sentido común. La tenía en sus recuerdos y él estaba literalmente en sus manos. Se había apoderado de su mente y de su cuerpo, y se sentía violado.

Iba a matar a su hermana.

—Joder, Aileen… —ella era muy fuerte y no podía sacarla de su cabeza.

—No te cierres —susurró ella aplastándose contra su cuerpo y enredando su otra mano en la melena de él. Se puso de puntillas y lo besó, introduciéndole la lengua de una manera agresiva.

Caleb se encontró con que no podía resistirse a ella. Era un torbellino. Aileen estaba dentro de él, hurgando en sus recuerdos, en sus sentimientos. Estaba en su nariz, su olor lo enloquecía y su contacto era apabullante.

Aileen seguía masajeando toda la largura de Caleb, pero no disfrutaba del contacto, ella iba a lo que iba. Encontró una puerta mental cerrada y la empujó, pero él se resistía.

Detente, cariño… —le pidió él.

Déjame, Caleb. Quiero verlo —gruñó furiosa y le mordió el labio mientras movía la mano sobre su verga más rápidamente.

Caleb cerró los ojos e intentó echar la cabeza hacia atrás para gemir de placer, pero Aileen lo amarraba del pelo para exigirle obediencia.

Deja de resistirte, por favor… —rogó ella soltándole los labios teñidos con dos puntitos de sangre que ella le había hecho.

Estás jugando duro —dijo Caleb excitado por la pequeña batalla de voluntades.

A Aileen le entraron ganas de gritar al ver cómo Caleb se atrincheraba para ella. Aquello no era confianza y en ese momento ella no quería su protección, sólo quería que él le mostrara la verdad.

La puerta mental estaba ahí. Si ella la derribaba él no podría hacer nada, así que sin pensárselo dos veces lo agarró de los testículos y los apretó. Caleb estaba vulnerable, entregado a los mimos de Aileen, pero en cuanto ella lo agarró de ese modo él se puso en tensión y abrió los ojos para mirarla sorprendido.

Entonces ella, pidiéndole disculpas con la mirada, hundió los dientes en su cuello y finalmente Caleb quedó derrotado y todo, absolutamente todo, se abrió para ella.

Lo vio todo. A su madre tirada en una mesa metálica, llorando, gritando el nombre de Thor, mientras otros la hacían sangrar con todo tipo de instrumentos. Vio a Thor, gritando y golpeándose contra las paredes metálicas, con los ojos enrojecidos de dolor por la necesidad de proteger a su cáraid.

Separados, cada uno en una sala contigua, oyendo los gritos y los sollozos del otro, sin poder protegerse, sin poder darse calor.

Su madre muerta. Su padre enloquecido. Y finalmente…

Aileen desclavó los colmillos y tragó con fuerza y con la mirada perdida. No notó que Caleb agarraba su muñeca y la apretaba para que lo soltara. Caleb tenía los ojos brillantes enrojecidos también por el dolor.

Aileen miró su mano que apretaba a Caleb con tanta fuerza que tenía los nudillos blancos. Blancos por la tensión y por el sufrimiento del que ella había sido presente, a pesar de haber escuchado las advertencias de Caleb. De repente tuvo ganas de vomitar, no sólo por lo que había visto, sino por lo que le había hecho a él para que finalmente cediera.

—Caleb, yo… —no parpadeaba, le temblaban los labios y las lágrimas caían con fuerza por sus mejillas. Estaba horrorizada, ella no era así.

—¿Ya has visto lo que querías? —Caleb le retiró la mano y siseó al notar cómo sus testículos luchaban por recuperar la normalidad.

—Sí —contestó ella arrepentida.

—Espero que te sientas mejor… —susurró sumergiéndose en el agua. Caleb era don cabreo.

Lo había excitado para derribar sus murallas y luego, cuando más entregado estaba, lo había lastimado.

Aileen vio cómo Caleb salía a la superficie con la musculosa espalda más recta de lo normal e intentando simular una normalidad que no existía. Cogió el jabón de frutas y se llenó las manos de él, pero en vez de aplicárselo él mismo, se giró y encaró a Aileen.

—Ven —le ordenó—. Quiero lavarte.

—¿Qué?

—Que vengas.

Aileen dio dos pasos titubeantes y se puso delante de él.

El cuerpo de ella temblaba todavía por la impresión de lo que había visto y las lágrimas no dejaban de resbalar por sus mejillas. Y, además, se sentía fatal por haberle hecho daño a Caleb. Esa había sido una parte mezquina de sí misma.

—¿Cómo te encuentras? —Caleb apretó tanto la mandíbula que tarde o temprano iban a saltarle los dientes.

—Mal —ella apartó la mirada de sus ojos verdes y furiosos.

Caleb explotó.

—¿Por qué crees que no quería enseñarte nada? ¿Eh? Responde…

—Yo…

—Mírate… ¿Crees que me gusta verte así?

Aileen sacudió la cabeza en un gesto que indicaba negación. Sólo quería llorar y que él la consolara.

Caleb la cogió de los hombros siguiendo sus instintos, ya que no podía leer su mente si ella no le dejaba, y entonces la abrazó sin dejar partes de su cuerpo sin contacto con él. Le acarició la espalda con las manos enjabonadas y procedió a masajearla mientras él mismo se reprochaba su mal humor.

Aileen hundió la cara en su hombro y empezó a sollozar de un modo hiriente y desgarrador. Las caricias de Caleb le daban consuelo.

—Chist… Tranquila, pequeña. Ya está —la mecía como a una niña—. No quería chillarte.

—Está bien, Caleb. Me lo merezco… pe… pero necesitaba saber… —cogió aire entrecortadamente.

—No hacía falta eso.

—Cla… claro que sí. Eran mis pa… padres —ella le rodeó la cintura con los brazos y lo abrazó—. Es horrible. ¿Cómo son capaces de hacer algo así?

—El mal adopta muchas formas, Aileen. Tú sólo has visto una de ellas.

—Los mataron. Los torturaron. No les dieron clemencia… —su voz estaba teñida de ira.

—Lo sé, pequeña —apoyó la barbilla sobre su cabeza y le acarició el pelo.

—Quiero que vayamos a ver a Víctor.

—Iremos hoy mismo.

—Quiero verlo ahora —exigió sin apartarse de su cuerpo.

—Nos encargaremos de Víctor juntos —se apartó de ella y le alzó la barbilla para limpiarle las lágrimas con los pulgares—. Tú y yo. Nos iremos de aquí a un rato. Ahora relájate y déjame acariciarte.

Aileen sintió cómo la mirada de Caleb la llenaba de calor. Con él estaba segura y protegida. Algo en el interior de su pecho se expandió al darse cuenta de que entre sus brazos conseguía la calidez de un hogar que nunca había tenido.

—No puedo leerte, Aileen —llevó una mano llena de jabón hasta su entrepierna y la acarició suavemente, excitándola con total deliberación—. Eres muy fuerte. ¿En qué estás pensando ahora? —preguntó intrigado al ver el brillo de sus ojos.

Pensaba decirle que lo necesitaba y lo quería a su lado para siempre. Pero la fuerza de ese sentimiento, de esa revelación que era una verdad, la hizo recular.

—En que lo siento. Siento haberte hecho daño —se mordió el labio para no gemir de placer ante lo que Caleb le hacía allí abajo. Tomó su muñeca y la apartó de ella.

—Has sido una gran estratega —sonrió Caleb, pero sus ojos no reían—. Hacerme creer que me deseabas y luego… —estaba dramatizando más de la cuenta, pero le gustaba ver a Aileen arrepentida.

—Y te deseaba.

—No es verdad. Lo has hecho para sacar tu beneficio —deslizó las manos hasta su cuello y rozó la yugular con el pulgar. Sintió orgulloso cómo el corazón se le aceleraba ante ese roce.

—No —negó con la cabeza. Aileen hizo un mohín sincero—. Ya te he dicho que lo siento —susurró—. Quería tocarte como tú me tocas a mí, pero me daba rabia que no cedieras a lo que te estaba pidiendo. Fui cruel.

—¿Y entiendes ahora por qué no quería ceder, Aileen?

Aileen asintió en silencio, pero no se amilanó. Alzó la mirada y clavó sus ojos en los suyos con una chispa de algo que Caleb no supo qué era.

—Por una vez, yo he hecho de Caleb. He sido egoísta, cruel y mala. Muy mala. Caleb 10 - Aileen 1. Todavía ganas por goleada.

Caleb la miró amenazadoramente, pero tenía razón. Él había sido así con ella al principio.

—Pero puedo arreglar el daño que te he hecho —murmuró Aileen sin una pizca de vergüenza.

Caleb tuvo que coger aire para no ceder al relámpago de deseo que recorrió su ingle y su columna vertebral.

—¿Qué me vas a hacer? —preguntó ahogadamente.

Aileen alargó la mano hasta acariciar otra vez toda la longitud de Caleb. Estaba dura, caliente y mojada por el agua. Él dio un respingo en sus manos para hacerse más grande.

—Te puedo acariciar, si quieres.

—¿Me vas a estrujar como antes?

—No —gimió Aileen con pesar—. Ven —lo besó dulcemente en la mejilla para borrar esa parte—. Lo que quería decir es… Te puedo acariciar así —susurró hundiendo la boca en su cuello mientras lo masajeaba arriba y abajo.

—Ah…

—¿Te hago daño? —deslizó la lengua hasta su mandíbula y se puso de puntillas para besarle en los labios y lamer la sangre que ya se había secado. Luego se retiró con fuego en la mirada.

—Por los dioses, Aileen, ah…

—¿Ah…? ¿Qué quiere decir eso? —preguntó divertida sobre su boca. Deslizó la otra mano por su espalda y descendió hasta clavar los dedos en las nalgas—. Me gusta que crezcas en mis manos, Caleb. Me encanta —inclinó la cabeza hasta meterse un pezón de Caleb en la boca. Lo mordía y lo lamía como él le hacía a ella—. Así me siento cuando me besas tú aquí. Es como si el mundo desapareciera.

Caleb que hasta entonces tenía cerrados los ojos, los abrió mostrando un brillo sensual en la mirada. La arrinconó contra la pared del jacuzzi y la besó en los labios de manera insaciable abriéndole la boca y metiéndole la lengua como un conquistador.

Aileen sonrió mientras se dejaba avasallar por él.

Ella seguía mimándolo con las manos y él se mecía de manera descarada y sin reparos, sacudiéndose entre sus dedos. Disfrutaba de su actitud, de su total abandono.

A aquel hombre le gustaba el sexo con ella y era incapaz de disimularlo. Tomaba lo que quería y a ella la tenía fascinada, porque ese mismo anhelo era el que la ponía a ella de rodillas cada vez que lo veía. Sólo que ahora, junto con el deseo, había un vínculo más fuerte. Más poderoso. Algo que podría mover cualquier cosa, cambiarla, regenerarla o destruirla, y eso la atemorizaba más que nada.

—Aileen, tus amigos están aquí abajo esperándote —el comunicador se activó y se oyó la voz de María.

Caleb y Aileen miraron desorientados el comunicador de mesa a la vez.

—No contestes —susurró él poniéndole las manos sobre los pechos. Los masajeó y los miró cómo si fueran una tarta.

Aileen tuvo que hundir el rostro en el pecho de Caleb para que no le oyera reírse. Caleb sonrió al sentir que a ella le temblaban los hombros de la risa.

Miró a Aileen y luego observó cómo ella seguía meciéndolo en su mano.

—Me quiero quedar aquí contigo —susurró él en su oído—. Y que me toques así toda la vida.

—Hay que bajar, Caleb —se puso de puntillas y le dio un beso suave y provocador en los labios—. Querrán ver si sigo viva.

—¿Por qué iban a dudarlo?

—Ayer no estabas muy manso —alzó una ceja negra y sonrió—. Quizá creen que me has comido.

Caleb la miró de pies a cabeza y su mirada se oscureció.

—No, todavía. Pero puede que esta noche…

—Para o no saldremos de aquí —lo regañó ella apartándolo para salir de la bañera.

—Espera —la tomó del brazo para que se girara. Le cogió del mentón y lo alzó hacia él—. No te he dado las gracias, Aileen.

Aileen se tensó. ¿Gracias? ¿Gracias por los servicios?

—¿Cómo dices? —le tembló la voz.

Caleb entendió que ella temía sus palabras. Seguramente pensaba que la volvería a herir.

—Te doy las gracias por aceptarme. Ayer, cuando el dolor carcomía todo mi cuerpo, tú fuiste mi cura —ella lo miraba con los ojos grandes y lilas más abiertos que nunca—. Y quiero que sepas que fue un regalo para mí, de hecho, el mejor que nunca he recibido. Eres lo más importante que tengo, cáraid, y quiero que sepas que voy a cuidarte —Aileen tragó saliva sin saber muy bien qué decir. Él la besó con intensidad, la abrazó fuertemente y ella respondió echándole los brazos al cuello y apretándolo contra ella. Sus labios eran pura miel para el vanirio.

—¿Bajamos? —preguntó ella emocionada. No estaba segura de decir nada más porque sólo tenía ganas de llorar y reír de alegría. Yo también quiero cuidarte, pensó enternecida. Caleb asintió y la ayudó a salir del baño.

Cuando bajaron al salón, Caleb iba delante de ella y la llevaba cogida de la mano con los dedos entrelazados.

Los dos llevaban ropa informal. Él unos tejanos desgastados y camiseta negra. Ella unos pantalones negros ajustados de cintura baja y un top blanco que dejaba ver su vientre plano, el hueso de su cadera y su cintura delgada.

Aileen tenía el corazón hecho un lío. No entendía muy bien cómo esa sensación de cariño y anhelo por él podía crecer a cada minuto, estuvieran juntos o separados.

Caleb la miró de reojo y alzó la comisura de sus labios en una sonrisa arrebatadora y provocadora.

—Me gusta llevarte de la mano, Aileen. Me hace sentir bien.

Le gustaba porque era como un símbolo de propiedad. Aileen era suya y quería que todos lo supieran.

—¿No dices nada? ¿No me respondes? —le preguntó él falsamente ofendido.

—No —se aclaró la voz—. No sé qué quieres que diga.

—Quiero que empieces a decir en voz alta lo que yo te hago sentir —se paró ante ella y la tomó de los hombros—. Me gustaría mucho escuchar cosas bonitas de tus labios. La simpática de mi hermana te ha enseñado a protegerte y ahora te cierras a mí continuamente. No tendría problemas en entrar en tu mente si no fueras medio berserker, pero lo eres y eso lo hace todo mucho más difícil, pues tus patrones mentales son parecidos a los de ellos y un vanirio no los puede leer. A no ser que tú te abras a mí… Y no lo haces. Así no sé si lo estoy haciendo bien o no —confesó afligido—. ¿Vas a dejarme fuera para siempre?

Aileen se lo quedó mirando intensamente. Realmente parecía triste. Caleb quería oír cosas bonitas de su boca, quería compartir sus pensamientos.

—Necesito un poco de intimidad y tú tampoco me abres tus secretos especialmente —replicó ella cerrándose en banda.

Se miraron el uno al otro en silencio, estudiándose sin saber muy bien quién era la presa y quién el cazador. Había un problema de confianza y ambos lo sabían.

—Quiero que confíes en mí —susurró él levantándole la barbilla con una mano.

—No es fácil, Caleb. Tú sabes muchas más cosas que yo, cosas que eran importantes para mí y no me las has dicho porque…

—Porque quería protegerte —se defendió él.

—Confundes la protección con el hecho de mantenerme al margen. A veces la información nos ayuda a estar más preparados, a ser más fuertes —levantó una mano y le acarició la mejilla—. Entiendo que es vuestra manera de comportaros. Sois así. Pero, Caleb, no estás tratando con alguien de tu clan. Te estoy pidiendo que me dejes formar parte de tu mundo y eso implica contármelo todo. ¿Entiendes? Enseñarme lo que tú sabes.

—Tienes una manera de pensar muy distinta a la mía, Aileen —él se frotó en su mano como un perrito—. Si te enseñara, tú querrías acompañarme, vendrías conmigo. Eres así, lo he visto en tu interior. Me asusta ponerte en peligro. Yo querría tenerte sólo para mí —la abrazó como si no quisiera dejarla escapar nunca—. Guardarte en un lugar donde nadie pudiera hacerte daño.

—Si me relegaras, me harías daño —su voz sonó amortiguada por el pecho de él.

—Pero no te mataría.

—Hay muchas maneras de morir —susurró—. No soy frágil.

—No —dijo él orgulloso y prendado de ella—. No lo eres. Eres como mi hermana. Ella siempre insiste en venir, en acompañarnos, y no es consciente de lo peligroso que es para nosotros perder a una mujer. La guerra no está hecha para algo tan bello como la mujer. No nos entendéis… Las mujeres son lo más valioso para nosotros. ¿Cómo creéis que podríamos mantenernos en el buen camino si a vosotras os hacen daño? ¿Quién nos iluminaría luego?

—Pero aunque no luchemos, hay otras maneras de ayudaros, otro modo de colaborar con vosotros —replicó apasionada—. Sobreprotegéis a las mujeres, las guardáis con recelo como tesoros, en vez de dejar que brillen e iluminen el mundo en el que vivís con todos los dones y la sensibilidad que poseen. Yo… no podría estar contigo si tú me trataras así, Caleb —apartó la mirada para que él no viera el brillo de las lágrimas asomar por sus ojos. Le dolía el corazón al verse en ese dilema.

—Tienes razón —contestó él inesperadamente. No podía leerle la mente, pero las parejas eran empáticas y sí que sentía su aflicción—. Veré lo que le puedo hacer. Lo intentaré —la tomó de la cara y la besó con una ternura tan intensa que ella tuvo que agarrarse a la pechera de su camiseta para no caerse—. ¿Lloras por qué te dolería apartarte de mí si así fuera? —le preguntó juntando su frente con la de ella.

Aileen tragó el nudo que tenía en la garganta y lo miró con los ojos implorantes.

—No sé por qué lloro —negó con la cabeza—. Me descolocas, Caleb.

—Yo sí que lo sé. Lloras porque te dolería —puso los dedos sobre sus labios para acallarla—. Te dolería porque me…

—Por fin, Caleb —la voz de Daanna cortó la conversación de cuajo.

Caleb y Aileen se giraron para mirarla un poco avergonzados por su melosa actitud.

Daanna advirtió las lágrimas de Aileen y frunció el ceño.

—He interrumpido algo. Lo siento.

—No, tranquila —Aileen se limpió las lágrimas en un gesto rápido—. Ya bajábamos.

—Aileen —Caleb la tomó de la muñeca.

—Luego, Caleb —le advirtió ella en un tono que sólo él podía oír—. Pero yo…

Luego. Esta noche —le repitió mentalmente.

Caleb asintió. No se le daba muy bien esperar, la paciencia no era precisamente una de sus virtudes.

Esta noche entonces —entrelazó los dedos con los de ella y bajaron juntos las escaleras.

Se habían reunido todos en la inmensa cocina. Daanna miraba a su hermano y a Aileen como si quisiera averiguar por qué ella lloraba. Menw y Cahal no dejaban de arrasar el frigorífico ante la mirada de asombro de Ruth y Gabriel. María preparaba unos gofres para intentar saciar el apetito de todos. Noah y Adam acababan de llegar. Noah se había sentado sobre la encimera de la cocina y Adam estaba apoyado en la mesa al lado de la silla donde Ruth había tomado asiento.

En realidad, todos intentaban fingir que no querían asegurarse de que Aileen estaba bien, entera. Querían cerciorarse de que la nueva pareja, como mínimo, no reñía.

—¿Cómo estás, Aileen? —preguntó Ruth preocupada—. Ya sabes… ¿Estás… bien?

—Sí —dijo María—. ¿Cómo dormiste, jovencita?

Aileen intentó no sonreír al ver cómo todos esperaban una respuesta. Caleb estaba divertido ante tanta preocupación. Gabriel, sin embargo, lo miraba exigiendo venganza.

—Bien —contestó Aileen sonriéndole para tranquilizarla. Tomó un mango, lo peló, lo cortó y le ofreció un trozo a Caleb sin ser consciente de lo íntimo que eso era ante los ojos del resto—. Dormí muy bien, aunque me costó conciliar el sueño.

Caleb la miró divertido y sus ojos verdes se encendieron de calor. La tomó de la muñeca, acercó su mano y se metió los dedos con la pieza de fruta en toda la boca. Aileen entreabrió los labios cuando sintió que él le relamía uno a uno los dedos y luego le plantaba un beso en toda la palma.

—Mmm… Qué bueno… —sonrió él pícaramente.

—Caleb… Compórtate… —le ordenó ella.

—¿Me das comida de tu propia mano y me dices que me comporte? Eso es muy erótico, pequeña.

—Basta, no seas absurdo. A ti te parecería erótico hasta ver cagar a un cerdo.

Caleb soltó una carcajada. Una de las auténticas, de esas que nacen en el estómago y te hacen cosquillas en la garganta. Fue una risa sincera que sorprendió a su hermana y a sus amigos y a ellos también les hizo sonreír y mirar a Aileen complacidos, aprobando a la joven cáraid de Caleb.

—Pues sí —dijo Ruth alzando las cejas y mirando a su amiga con aprobación—. Sí que estás bien.

—Entonces… ¿Habéis dormido bien? ¿No te duele nada, Caleb? —preguntó Cahal cruzándose de brazos y sonriéndoles—. Ayer estabas bastante indispuesto.

Aileen lo miró echando fuego por los ojos.

—Muy bien, Cahal —contestó Caleb repasando a Aileen con ojos hambrientos—. Ya no me duele nada.

—¿Qué le dolía, señor? —preguntó María untando los gofres de chocolate.

Daanna se aclaró la garganta al ver las marcas de los incisivos, ligeras, pero marcas al fin y al cabo, en sus cuellos. Aquella conversación se estaba saliendo del tiesto.

—Los huevos —comentó Menw haciendo que todos se partieran de la risa.

—¿Perdón? —dijo María agrandando los ojos de una manera no demasiado inocente.

—Huevos —corrigió él—. ¿Podría hacerme unos huevos fritos, también?

—Claro —contestó María achicando los ojos—. Señorita Daanna, ¿me acercas los huevos de Menw?

Aquel comentario tomó a todos desprevenidos y de repente estallaron a carcajadas. No se podían aguantar.

Daanna lo miró de reojo de un modo desafiante. Cogió dos huevos de encima de la mesa y ella misma se encargó de partirlos y echarlos a la sartén.

—Dos huevos, muy hechos. Tostaditos a poder ser —sugirió Daanna.

—Chaval… —susurró Cahal limpiándose las lágrimas de tanto reírse—. Qué crudo lo tienes.

María se fue de la cocina y los dejó solos.

Menw no contestó. Sus ojos estaban clavados en Daanna. En su manera de moverse, en ese porte elegante y sexy que la hacía parecer inaccesible.

Ruth miró a Menw y a Daanna con ojos de alcahueta. Luego sonrió al ver a Aileen, tan cómoda y a gusto con la cercanía de Caleb. Y finalmente tuvo que girarse a mirar a los dos berserkers. Noah era todo porte. Adam, el que tenía al lado, parecía ocupar todo el espacio y el aire de alrededor.

Adam la miró. No la sonrió, no le hizo ningún gesto para que se sintiera cómoda. Simplemente la miró cómo si no hubiese nadie más en la cocina, sus ojos de obsidiana eran todo un espectáculo.

—Bueno —Noah se apartó del respaldo de la puerta—, ya veo que estás bien, Aileen. Me alegro.

Aileen se sonrojó pero no lo suficiente para apartar la mirada.

—Gracias. ¿A eso habéis venido todos? —preguntó mientras cortaba otro trozo de mango y se lo metía en la boca—. ¿A ver si sigo viva?

—Antes de contestar —dijo Adam—, ¿hasta qué punto ellos pueden escuchar? —señaló a Ruth y a Gabriel.

—¿Perdona? —dijo Ruth girándose hacia él con los ojos de color ámbar refulgiendo de incredulidad—. ¿Crees que no me acuerdo de lo que pasó la otra noche? ¿Te enseño las marcas que me dejaron en el estómago? —irritada se levantó la camiseta negra que llevaba y les enseñó a todos una fantástica porción de su estómago plano y del diamante que tenía en el ombligo. Las marcas ya casi habían desaparecido—. Sé muy bien de lo que vais a hablar aquí así que no me intentes apartar.

Adam gruñó extrañamente y se cernió sobre ella para encubrirla ante los ojos de los demás. Eso la obligó a retroceder.

—Y yo sé muy bien lo que te pasó. Cúbrete —contestó con un tono frío—. Yo estaba allí. Todos estábamos allí. Es sólo que… —no le salían las palabras y se giró para hablar con Aileen—. Son humanos.

—Premio para el niño —soltó Gabriel—. Relájate, no es para tanto.

—Hola, estoy aquí —dijo Ruth ofendida al sentirse ignorada.

—No está bien que ellos sepan nada de esto. Nunca ha sido así —continuó el berserker.

—Demasiado tarde —murmuró Ruth—. Ya lo sabemos todo.

—Es peligroso que ellos —siguió Adam sin hacerle caso— sepan de nuestra existencia. Nos pondrán en peligro.

—Oye, guapo —dijo Ruth encarándolo—, ¿crees que estamos tan locos de airear lo que vimos? Mi amiga es una medio mujer lobo con colmillos. ¿Crees que la pondría en peligro? No soy tan tonta como para revelar nada de esto.

—Me fío de mis amigos, Adam —dijo Aileen caminando hacia ellos—. Jamás dirán nada.

—¿Estás segura? —preguntó él mirando a Ruth de un modo que a la chica no le gustó nada—. Esta es distinta. La puedo oler.

—No te pases —advirtió Gabriel señalándolo con el dedo.

—¿Que me puedes oler? —repitió ella poniéndose a un centímetro de su apuesta cara. Era guapo. Muy guapo—. Chucho, cuidado con lo que dices, no me gusta cómo me hablas.

—¿Qué me has llamado? —dijo él divertido ante el atrevimiento de Ruth.

—Chucho.

—Parad ya los dos —ordenó Aileen sorprendida ante la actitud de Adam y Ruth—. Mis amigos se quedan, Adam. No los voy a echar de mi vida.

—Sí, me quedo. Digo, nos quedamos —Ruth miró a Gabriel—. Nos hemos pasado la noche hablando de lo que hemos vivido aquí. Queremos ayudaros en vuestra misión de ahuyentar a los vampiros y a los lobeznos.

—Tú no puedes ahuyentar a nadie. Eres un imán para los problemas, bonita —la cortó Adam.

Ruth lo miró extrañada, sin entender muy bien a qué venía esa actitud agresiva hacia ella.

—¿Qué pasa contigo? ¿Hoy no te han dado tu ración de Royal Canin? Pobrecito —musitó Ruth desafiante—. ¿Es que no tiene correa? —miró a Noah enfurecida.

—Claro —contestó Adam atravesándola con las palabras—. ¿Quieres unos azotes?

Ruth palideció al oír ese comentario. Miró a Adam como si él supiera cosas de su vida que había intentado enterrar. Como si él la conociera.

—Adam —Aileen corrió a abrazarla al ver lo lívida que estaba Ruth. Sólo ella conocía los detalles escabrosos de la vida de Ruth y no permitiría que nadie volviera a herirla así—. ¿Por qué has dicho eso?

Ruth se apartó de su abrazo. La vulnerabilidad se reflejaba en el temblor de sus labios, pero sus ojos de ámbar almendrados volvieron a desafiarlo.

—Bobby, perro bonito —tomó una naranja, miró a Adam y la tiró al comedor haciendo que volara y luego rodara por el suelo—. Busca.

Noah agrandó los ojos sorprendido. Esa chica era la primera que desafiaba a su amigo de un modo tan abierto.

Adam tensó los músculos de la mandíbula hasta hacerlos palpitar.

Los vanirios miraban la escena sin poder creérselo.

Caleb se tensó al sentir la alarma de Aileen ante las palabras del berserker.

—¿Qué les pasa a los de Barcelona? ¿Son todos tan atrevidos?

—Si nos tocan las narices, sí —contestó Ruth alzando la barbilla.

Adam la miró fijamente y luego miró a Aileen.

—Traerá problemas —y dicho eso, Adam les dio la espalda y se fue.

Noah se lo quedó mirando. Lo estudiaba. Nunca había visto a Adam perder los nervios.

—Aileen, te llamaré —dijo Noah disculpándose.

—Dile a mi abuelo que estoy viva —ordenó mientras acariciaba el pelo de Ruth.

—Sí —Ruth se frotaba los brazos, todavía un poco consternada por el comentario de Adam— y, de paso, le dices que saque a ese desagradable a pasear más a menudo. Está muy tenso.

—Cuidado, chica —advirtió Noah dándole la espalda—. Hay que tener mucho cuidado con él.

Aileen esperó a escuchar la puerta de la entrada cerrarse. Luego se volvió a mirar a Ruth.

—¿Qué quieres decir con que queréis ayudarnos?

—¿Cómo no íbamos a quererlo? —repitió Ruth abriendo los brazos—. ¿Cuántas veces tiene una persona de vivir lo que hemos vivido nosotros en dos días que llevamos aquí? Es algo impensable. Cuando éramos pequeñas jugábamos a los superhéroes, ¿te acuerdas?

—Sí —asintió Aileen y sonrió con melancolía—. Catwoman y Wonderwoman.

—Tú puedes ser una heroína con tus dones, Aileen. Yo lo puedo ser con mis acciones. Quiero quedarme aquí y ayudaros, como sea. No puedo seguir siendo indiferente a todo esto. Dime ¿con qué cara volverías a retomar tu vida si supieras de esto? Y sé sincera, Aileen —le señaló con un dedo desafiándola.

—Pero, Ruth…

—Nada de peros. Lo tengo decidido. Aquí nos quedamos —la cortó su amiga alzando el mentón—. Ahora lo único que tenéis que decirnos es cómo podemos ayudaros.

Aileen miró a Gabriel con la boca abierta.

—No podéis hablar en serio. Tenéis una vida en Barcelona, tenéis…

—Nimiedades —contestó Gabriel metiéndose un cacho de gofre en la boca.

—La familia no es ninguna nimiedad —dijo Aileen frunciendo el ceño.

—La familia es la que te toca. Y tú conoces bien cómo es la mía —le dijo Ruth cruzándose de brazos—. Sabes perfectamente que si por mí fuera elegiría una nueva.

—Os pondréis en peligro y no quiero que os hagan daño —confesó ella como último recurso mirando a Caleb—. Diles algo.

—No puedo decirles nada, Aileen. Son sus decisiones y creo que a ti te hará bien tenerlos cerca. Además, tienen razón. Necesitamos ayuda —se encogió de hombros—. Y ellos necesitaran protección y nosotros se la daremos.

—¿Qué? —preguntó ella en un susurro—. Caleb, no.

—Necesitamos ayuda —repitió él acercándose a Aileen—. Las cosas tienen que cambiar y nos vendrá bien tener un apoyo humano. He estado pensando en ello y creo que sé cómo pueden ayudarnos. Ya no están a salvo. ¿Quieres llevar todo este caos a Barcelona?

—No, no quiero. Pero… —rebatió ella—. Son frágiles y, además, son los únicos amigos que tengo. No soportaría que les hicieran daño.

—Harán todo lo posible para alcanzarte a través de ellos y querrán cazarlos. Desde la noche en el pub, se han convertido también en objetivos. Tarde o temprano lo habrían sido. Mikhail y Víctor los habrían utilizado en tu contra y lo sabes —Caleb le puso las manos sobre los hombros para tranquilizarla—. Por eso los traje aquí. Nosotros podemos darles la protección y ellos pueden echarnos una mano.

Aileen lo miró unos segundos y finalmente bajó los hombros.

—Tienes razón… Creo.

Caleb sonrió y Ruth abrazó a Aileen para tranquilizarla.

—No nos pasará nada —le aseguró—. ¿Y a qué os vamos a ayudar? —preguntó Ruth excitada.