—Menw, déjame en paz —gritó Daanna al vanirio cuando no dejaba que diera un paso sin él detrás de ella.
—No me grites —replicó él con calma—. Después de lo que nos has contado, no dudes ni por un minuto de que puedas librarte de nosotros.
—Caleb, os estáis pasando —Daanna miró a su hermano que estaba impertérrito observando los jardines a través de la ventana de su salón. De ahora en adelante la iban a vigilar muy de cerca, pues sabían que también corría peligro.
—Olvídame, Daanna —dijo su hermano muy tenso apoyándose en el sofá—. Por tu culpa Aileen no habla conmigo. Le has enseñado a protegerse y…
—¿Perdona? —dijo su hermana asombrada cortándolo—. Aileen no te quiere hablar porque eres un bruto, no porque yo le haya enseñado nada, hermanito. Yo también estaría muy mosqueada contigo si mi cáraid fuera un mandón dictatorial como tú que además me oculta cosas y no tiene paciencia conmigo. —Caleb no respondió a la pulla.
Ya había atardecido y desde que Caleb había llegado de ver a Aileen no se había movido de la butaca. Llevaba horas oyendo discutir a Daanna y Menw por lo mismo.
Menw iba a ser su guardaespaldas particular y Daanna no lo quería tener a menos de dos metros, mientras que Cahal se reía entretenido de verlos enfurecidos el uno con el otro.
Caleb, sin embargo, tenía la mente en otro sitio. Pensaba en Aileen.
Cuando había llegado con el coche y la había visto en el jardín de la casa de Daanna de pie, bajo la luz del sol, herida y con los ojos llorosos, algo se deshizo en su endurecido corazón.
Quería consolarla y cuidar de ella. Aileen había demostrado ser valiente y muy protectora de los suyos, incluyendo a Daanna en ese grupo de personas.
Ella sólita, sin ayuda de nadie más, había cuidado de su hermana, peleado como una tigresa y además sangrado por ella. Y él no había hecho nada para prepararla, ni siquiera para explicarle la clase de poderes que poseía. No, no lo había hecho porque no la quería peleando a su lado. No se lo perdonaría nunca si ella resultase herida o muerta en una batalla y él no hubiese podido salvarla. Como pasó con su padre, su madre y con Thor. Pero mira por dónde, había resultado herida igual.
No dejaba de pensar en ella. La admiraba. Admiraba su coraje para luchar por lo que era justo según sus principios y, por lo que ella le había demostrado, tenía unos principios muy valiosos. Para un hombre como Caleb, uno que mandaba sobre los demás, uno que tenía siempre la última palabra, que era respetado y querido por su clan, encontrarse con Aileen no sólo era aterrorizante sino que además era subyugante. Sólo podía hincarse de rodillas ante ella y ponerse a su entera disposición. Ella, con su carácter desafiante, con sus caricias y su aceptación, con sus sermones y sus riñas, le estaba devolviendo parte de la humanidad que había ido perdiendo con los siglos. Y sí, estaba asustado. Asustado porque todos aquellos a los que había estado ligado y había querido por encima de sí mismo habían desaparecido, y él, con toda su fuerza, con todo su poder, no había podido hacer nada para evitarlo.
Si perdía a Aileen, se volvería loco. Ella estaba en su piel, en su sangre, en su corazón. Y lo estaba por méritos propios.
Daanna se había salvado por ella. Y resultaba turbador, darse cuenta de que su pareja, había dado la vida por alguien de su familia. Aileen ahora era su familia. Su vida. Su compañera.
La quería. Quería a Aileen. Era un adicto a ella y no por el sabor de su sangre sino por todo lo que venía en el paquete. Su compasión, su sentido de la justicia, su lealtad, su sentido del humor… su calor.
Se levantó del sofá y se acercó al ventanal. El sol ya se había escondido y sólo quedaban en el cielo los colores eléctricos de un precioso atardecer.
Aileen estaba muy enfadada con él. Y no era para menos. Se comportaba como un egoísta y no estaba siendo comprensivo con ella. Hacía sólo cinco días que se había convertido, era una cachorra, una bebé necesitada de mucho cariño y arropo, y él sólo le exigía cosas, como muy bien le había echado ella en cara.
Esa actitud defensiva y machista se lo provocaba el miedo a perderla. Desde el momento en que la había visto, aun sabiendo que ella era su enemiga —o al menos creyéndolo entonces—, la joven lo había encarado y lo había puesto en su lugar más de una vez y, desde que se cruzaron sus miradas, él la había deseado y reclamado como suya.
Y ahora que había estado en su cabeza, que se conocían más íntimamente, todo le gustaba de ella. Incluso cuando se enfadaba con él y se ponía como una fiera, eso no sólo le gustaba sino que lo ponía erecto como un mástil.
Pero cómo reconocer todas esas cosas, cómo admitirlas. Caleb no se atrevía a ceder el control a nadie y menos a aquella que más poder tendría sobre él, Aileen.
¿Podría confiar en ella como para entregarse por completo? Y lo más importante: ¿Podría ella llegar a amarlo y confiar en él?
Seguro que no, si seguía siendo un hombre manipulador, cruel y posesivo. No le extrañaba nada que ella no quisiera ser parte de él, debía recordarle a Mikhail.
Soltó un gruñido de impotencia. Samael seguía sin aparecer. Mikhail seguía vivo y según había contado Daanna Víctor había hablado por teléfono con Aileen. Perseguían a su cáraid, la atacaban y encima sabían dónde vivía su hermana. ¿Y ellos a cambio qué tenían? Nada.
Con más rabia de lo que quería admitir, Samael cada vez parecía más sospechoso. Tenía el presentimiento de que esa noche, en dos horas exactamente, todo empezaría a aclararse. Pero ¿qué pintaba Samael en todo eso exactamente?
Se aclararía incluso su relación con Aileen. Sobre todo su relación con esa descarada de ojos lilas que no hacía más que decirle cosas feas y dolorosas, y que lo enfurecía y lo debilitaba por igual en un abrir y cerrar de ojos. Después de lo que habían planeado para The Ivy, iría a ver a Aileen.
María curaba las heridas de Aileen con mimo y determinación. La joven hacía esfuerzos por no quejarse y asustarla, pero cada puntada de la aguja en su hombro era tan lacerante y dolorosa como la anterior.
—Gabriel y Ruth se han quedado dormidos. Les di un té relajante, receta de mi madre, que es mano de santo.
—Gracias, María, por todo —agradeció con sinceridad.
—No se merecen, niña. Tus amigos te quieren mucho y creo que esta visita a Londres no la van a olvidar nunca. ¿Se va a quedar aquí para siempre, señorita Aileen?
No lo sabía. De hecho, tenía varias propiedades interesantes que ver. Sin embargo, aunque ahora corría peligro estando allí, Londres no le desagradaba. A excepción del clima, la ciudad le encantaba.
—Sí, por ahora —contestó frunciendo los labios para no gritar de dolor.
—Me alegra oír eso. Me gusta verla aquí. Santa madre de Dios, chiquita —murmuró la mujer muy preocupada—. Su padre venía con estas heridas y a veces pensaba que lo que fuera que hiciese por las noches debería de ser muy importante para que valiera la pena ser maltratado de ese modo.
—Llámame Aileen. Tutéame, por favor. ¿Tú… lo curabas?
—Huy, sí —contestó María dando otra puntada—. Aunque no servía de mucho mi ayuda, porque después de dormir todo el día, sus heridas habían cicatrizado completamente como por arte de magia. Deseo, mi niña, que a usted… que a ti te pase lo mismo porque esto tiene que dolerte.
Aileen apretó la mandíbula para soportar la última estocada. No, a ella no le pasaría lo mismo hasta que Caleb no la alimentara. Su padre había sanado porque hasta entonces todavía no había conocido a su madre y no habían realizado el perteneciente cambio de sangre para la vinculación. Aileen sí. Y lo necesitaba con todas sus fuerzas. Deseaba tomar a Caleb y morderle por todo el cuerpo, beber de él, de todos sitios. Al imaginárselo desnudo y ella encima de él saboreándolo, sintió que los pezones se le endurecían. Maldiciendo entre dientes se levantó de la silla del tocador y dejó a María con el hilo y la aguja en la mano.
—¿Qué te sucede, pequeña? —preguntó la mujer.
—Necesito un baño… —susurró acalorada apartándose el pelo de la cara.
—Está bien —asintió recogiendo el botiquín de enfermería—. ¿Quieres que te prepare la bañera?
—No, me apetece estar sola. Muchas gracias.
—Como quieras —se acercó a ella y sin mediar palabra la abrazó y la besó en la mejilla—. Yo cuidaré de ti mientras él no lo haga.
Aileen dio un respingo entre los brazos de la mujer.
—Soy una mujer, niña —le explicó acariciándole la cara—. Y percibo muchas cosas.
Aileen apartó la mirada, más avergonzada de lo que deseaba.
—Caleb te necesita y tú lo necesitas a él. Es muy sencillo.
—No lo es.
—Claro que lo es —insistió ella—. No se puede luchar ante el verdadero amor. Por él, se arriesga todo, todo —repitió María misteriosamente.
—Eres una mujer muy extraña, María —la miró fijamente a los ojos y entonces percibió algo de ella. Había sido hermosa y todavía lo seguía siendo. Sus ojos negros parecían infinitos y eran realmente magnéticos—. ¿Qué eres, María? ¿Quién eres? Tú… sabes cosas. No me engañas.
—Sólo soy una mujer que ha aceptado todas las realidades que conviven en nuestro mundo. No me da miedo lo que eres, como tampoco me dio miedo tu padre. Supongo que he aceptado que humanos y seres de otras procedencias viven juntos y que lo único importante a saber sobre ellos es la verdadera naturaleza de su corazón. No me parece nada descabellado saber que hay muchas razas de seres. ¿Y a ti? —arqueó las cejas amagando una sonrisa de complicidad—. Tampoco tengo interés en saber qué eres tú. Sólo me importa saber que estás en el bando de los buenos. Yo lo estoy —le guiñó un ojo—. ¿Lo estás tú?
Aileen entendió que María iba a ser muy importante en su vida y deseó tenerla a su lado para siempre. Agradecida por aquellas palabras, la abrazó con ternura.
—Sí, por supuesto. Eres un regalo, María. Entiendo que mi padre confiara tanto en ti.
María asintió y sonrió.
—Nunca te traicionaré, Aileen. Podrás confiar siempre en mí. Ahora —le tomó la barbilla con dulzura— te llenaré la bañera, le pondremos sales afrutadas y descansarás en tu camita.
—Pero no puedo… —replicó ella—. Tengo que salir esta noche.
—Ni hablar, jovencita —la recriminó ella—. Ahora mismo te metes en el jacuzzi y luego a la cama.
—No lo entiendes. Tengo que ir al centro de Londres. He quedado allí con…
—No has quedado con nadie. Caleb ha llamado —la empujó suavemente hasta hacerla entrar en el baño y abrió el agua—. Nos ha prohibido que te dejemos salir.
—¿Qué…? —gritó ella enfurecida—. Caleb puede decir misa, pero yo…
—Aileen —María la tomó dulcemente de la cara— no lo contradigas en eso. Lo primero es tu seguridad.
A Aileen le temblaba la barbilla de la impotencia. Caleb estaba empeñado en controlarla y parecía que todos lo obedecerían a él antes que a ella.
—Pero… esta noche —susurró acongojada— va a haber una pelea… y quiero estar ahí.
—Tranquila, niña —la ayudó de un modo maternal a descalzarse y a quitarse los pantalones—. No le va a pasar nada. Es muy fuerte.
—No me preocupo por él —se apresuró a contestar.
María alzó las cejas con incredulidad y sonrió.
—Eres orgullosa como tu padre y muy cabezota, pero no me engañas. Sólo estás resentida con él por algo que te ha hecho, pero sé que lo quieres. La primera noche que llegaste aquí —recordó meneando la cabeza con gesto risueño— lo supe. Él te miraba como si fueras lo más hermoso del mundo y tú a él lo mirabas de un modo… ufff… Tendrían que haberos hecho una foto.
—Te equivocas.
—No, cariño, no lo hago —una vez desnuda la ayudó a meterse en la bañera de hidromasaje—. Con cuidado no resbales. Así, muy bien —le dio al botón de encendido y el agua empezó a burbujear. Seguidamente tomó sales de baño de aroma afrutado y lo vertió dentro de la bañera.
El cuerpo de Aileen se estremeció ante el agua caliente, pero enseguida pudo estirarse sin que el hombro se sumergiera del todo y al instante se relajó. El olor a frutas subió hasta su nariz. María pasó una esponja de agua caliente por el rostro de Aileen y limpió la sangre seca de su cara.
—Caleb ha mandado a diez hombres hasta aquí. Ahora están vigilando la casa entera. Yo tengo órdenes estrictas de cuidar de ti hasta que todo se solucione.
Caleb no se fiaba de ella y Aileen sonrió al darse cuenta de que la empezaba a conocer bien. Era ella la que no lo conocía del todo. Frustrada por no poder desafiarlo ni doblegarlo con ninguna de sus decisiones, graznó como un animal.
—Estúpido —golpeó el agua con el puño cerrado—. Estúpido. Estúpido. Yo tenía que estar ahí… Esta noche se van a pelear por mí, machista arrogante… Cuando lo coja lo mato… —gruñó entre dientes—. Voy a cogerle esa cara tan bonita y se la voy a aplastar… Aaaaarg —gritó rendida.
María la miró mientras sostenía la esponja en el aire. Entonces estalló a carcajadas intentando coger aire a cada bocanada.
—Jesús, niña —rio María—. Vaya carácter.
Aileen se obligó a tranquilizarse, pero permaneció callada pensando mentalmente en lo que iba a hacerle a ese hombre cuando volviera a verlo. Tenía que beber de ella y ella de él. Pensó que Menw vendría antes del anochecer para sacarle sangre y traerle la de Caleb, pero se angustió al ver que eran las ocho y media de la tarde y nadie había aparecido por su casa. Vestida sólo con una larga bata de seda amarilla, su pelo descansaba seco y reluciente sobre los hombros, extendiéndose hasta la mitad de su columna vertebral.
Cruzada de brazos, miraba a los berserkers y vanirios que rondaban los alrededores de su casa y pensó en Caleb. La mantenía encerrada. ¿Y si…? ¿Y si Caleb no venía esa noche a buscar su sangre? ¿Y si se atrevía a beber de otra mujer?
Apretó la mandíbula ante esa dolorosa idea. No. No aguantaría que Caleb se acercara a ella con el olor de otra mujer.
Más preocupada de lo que le apetecía estar, se vio sentándose en el saliente interior de la ventana, cogiéndose las rodillas y apoyando su frente en el frío cristal.
Rezó para que Caleb regresara a salvo y rogó que nadie más que ella pudiera alimentarlo. Pero sobre todo imploró por la fuerza necesaria para no ceder ante el deseo persistente, la necesidad abrumadora de contactar con su mente. Habían decidido no comunicarse entre ellos como hacían las parejas, había sido el deseo de Caleb, y antes tendrían que matarla para romper ese pacto. Si ella cedía, la dejaría más a la merced del vanirio. Ella era la débil. Caleb parecía el fuerte. Si Aileen no le demostraba que ella también podía ser fuerte, entonces estaba perdida y tenía que marcar su territorio con Caleb, porque si no, un hombre como él lo ocuparía todo.
Le empezaban a sudar las manos, el corazón corría con la intención de salírsele del pecho y tenía el estómago encogido por un dolor sordo y agonizante que no le dejaba siquiera respirar sin aliviar un sollozo.
Lo necesitaba. Dependía de él. Estaba enamorada y ya no podía negarlo por más tiempo. Pero debía luchar contra eso porque no era aconsejable entregarle el corazón a alguien tan posesivo y abusón como él.
Nunca se lo entregó a Mikhail cuando creía que era su padre, nunca luchó por su amor. Y mucho menos iba a hacerlo ciegamente con alguien a quién sí anhelaba porque entonces Caleb la anularía y ella sería infeliz.
Pero ese hombre estaba debajo de su piel, dentro de su alma y poco a poco robaba parte de su corazón. Una noche compartida con él había sido suficiente como para rendirse a todos sus encantos.
Él le había traído a su perro y a sus amigos. Había volado con ella, la había hecho rica e independiente. Había hecho el amor con él y no dejaba de pensar en volver a hacerlo.
Sentía que con sus cuerpos entrelazados, Caleb dejaba caer todas sus barreras y se mostraba como el hombre de buen corazón, dulce y tierno que era. Un hombre que la quería, la deseaba y la protegía por encima de sus propias necesidades. Y ella anhelaba reencontrarse con esa parte otra vez.
Sin embargo… el día había ido a peor y Caleb le había ocultado lo más importante para ella desde su conversión: saber qué les había pasado a sus padres. Y Caleb la había engañado al decirle que se había abierto a ella por completo. No era cierto.
Pero incluso ahora, herida tanto por fuera como por dentro como se encontraba, deseaba perdonarle y dejar que él le diera consuelo. Que la abrazara, la besara y la acariciara para calmarla. Sin duda estaba teniendo un ataque de ansiedad. Era como tener el mono de una droga, pero la droga era Caleb.
Exhalando un suspiro trémulo, hundió la cara en sus rodillas y dejó de luchar contra él. Iba a ser una noche larga y dolorosa y su único pensamiento cuerdo entre todos los temblores físicos que provocaba la necesidad de estar con su cáraid era que él regresara a ella. Su único deseo, que él no resultara herido y que volviera a buscarla.
Covent Garden, Restaurante The Ivy. 20:50 h.
Caleb y As miraban a través de la ventana de la cocina del restaurante como la mesa reservada seguía sin llenarse. Hacía una hora que habían llegado. Tras ellos, estirados en el suelo de la cocina, estaban los camareros y el chef del solícito lugar, dormidos plácidamente unos encima de los otros. Nada más llegar, Menw los había incitado a que cerraran los ojos, de ese modo ellos tendrían la cocina para observar todo cuanto acontecía en el comedor.
El restaurante The Ivy, de primera clase, albergaba a los clientes más selectos de la ciudad. Se necesitaban casi tres meses de antelación para adquirir una mesa. Actores y actrices populares así como importantes diseñadores estaban entre su clientela más habitual. Ya había gente sentada en las mesas, esperando a que los sirvieran. Estudiaban las cartas con gran entusiasmo. Las puertas del restaurante se abrieron y dos parejas más, los hombres visiblemente mayores que las mujeres, dejaron que el recepcionista, previamente hipnotizado por Caleb, guardara sus abrigos y los guiara a sus reservados.
Cahal se colocó detrás de Caleb y As y estudió la situación cruzándose de brazos.
—Tienen que estar al caer —murmuró.
Caleb asintió sin mirarlo.
—¿Mi hermana está bien?
—Menw no la deja ni a sol ni a sombra —contestó con una sonrisa de suficiencia.
Caleb apretó la mandíbula. Su hermana no tendría que estar corriendo peligro alguno y sin embargo estaba allí. En teoría sólo tenía que estar allí para que los lobeznos pudieran asegurar al oler su esencia que ella estaba presente.
Ni Víctor ni Mikhail aparecían todavía, pero después de todo lo que le habían hecho a su Aileen no creía poder controlarse muy bien cuando los viera.
Todos se habían rociado con sprays que anulaban sus olores peculiares, de ese modo no podrían detectarles. Si aquellos humanos venían acompañados de lobeznos y nosferátums como se esperaba, no podrían rastrearlos. Gracias a Menw y al estudio que había hecho previamente sobre los artefactos que utilizaban contra ellos para darles caza, ahora ya sabían que esos mismos artefactos podían utilizarlos en su contra. Y así habían hecho. Cada uno de ellos llevaba una bolsa negra anudada en el cinturón del pantalón, donde guardaban remedios de urgencia a utilizar si los alcanzaban con alguna de sus sustancias.
—Hay que evacuar el restaurante —ordenó As—. Hay muchos humanos.
—Yo los evacuaré —dijo Cahal alzando una ceja arrogante—. Los atraeré mentalmente hasta la salida del restaurante y los sacaré de aquí, pero tenemos que esperar hasta que ellos entren.
As miró hacia atrás para asegurarse que entre berserkers y vanirios los ánimos estaban calmados. Diez de cada clan, unos a un lado y otros al otro, delineando por una línea imaginaria su separación, esperaban las órdenes de atacar de sus líderes. Para los berserkers, As. Para los vanirios, Caleb.
Al fondo, se oía la aireada discusión de Menw y Daanna, como única nota discordante de aquel sepulcral silencio en la cocina.
—No te me acerques mucho más, Menw —siseó Daanna seriamente irritada.
—Deja de comportarte como una niña ¿quieres? —contestó Menw cruzándose de brazos delante de ella—. No intentes alejarte, no podrás escapar. Te estoy protegiendo. Todos aquí lo hacemos. Así que intenta no echar el plan por tierra.
—No necesito tu protección. No te aguanto —giró la cabeza hacia otro lado.
Menw la miró de arriba abajo y dibujó una sonrisa torcida con sus labios.
—En realidad te gusta que esté pendiente de ti —aseguró él alzando la barbilla y animándola a negar lo que decía—. Así puedes vengarte —susurró en su oído—. Me rechazas una y otra vez, me hablas mal, me insultas, me tratas con desdén… eso es porque todavía sientes algo por mí. Te tengo calada, Daanna.
Daanna apretó la mandíbula y cerró los ojos con fuerza.
—Eso es lo que tú quisieras —contestó más indignada de lo que le hubiera gustado parecer—. Tenerme detrás de ti, como antes… Como una niña estúpida, ingenua e infantil que bebía los vientos por ti. ¿Te acuerdas? —le preguntó achicando los ojos con resentimiento—. Era tonta. Una estúpida. Babeaba con sólo verte y pensaba que tú… que entre tú y yo… —volvió a apretar la mandíbula para no decir las palabras que empujaban a través de sus dientes. Resopló y relajó los hombros. Lo miró con sus ojos fascinantemente azules con una total inexpresión—. Por suerte, eso ya pasó. Tú te encargaste de quitarme la venda de los ojos.
Lo miró desafiante y observó con satisfacción como a Menw le palpitaba un músculo de la barbilla.
—Pronto dejaré de molestarte —sentencio Menw. Si Daanna lo oyó o no, no le importó. Se apartó de ella lo suficiente como para dejarle un metro de espacio.
—Silencio —la voz de Caleb se alzó entre todos ellos, ni muy floja ni muy fuerte, pero con el tono necesario para hacer callar a un coliseo completo.
Daanna y Menw obedecieron a regañadientes, aunque él no le quitó los ojos de encima ni un solo instante.
Por la puerta del restaurante entraron un grupo de diez hombres, de piel pálida, ojos grandes y negros, y pelo negro muy corto. Todos ellos vestidos solemnemente con ropa oscura, con amplias gabardinas de Armani y zapatos negros brillantes y lustrosos.
—Joder… —murmuró As—. Vampiros.
—¿Y quienes vienen detrás? —susurró Cahal excitado por las ansias de pelea.
Tras ellos, vestidos elegantemente, aparecieron dos personas más.
Un joven rubio con gafas, vestido con traje y chaqueta negra y camisa blanca.
A su lado, un hombre de melena blanca, con labios finos y mirada aguileña. Corpulento y seguro de sí mismo, revisaba el restaurante de cabo a rabo y se relamía los labios al posar sus ojos sobre los humanos.
—Mikhail —murmuró rabioso Caleb, apretando los puños hasta hacer petar los huesos.
—¿Me equivoco o Mikhail ahora tiene colmillos? —preguntó Cahal alzando las cejas.
—Menw, llévate a Daanna —ordenó Caleb—. Los vampiros ya saben que está aquí. La acaban de detectar —afirmó mientras observaba como alzaban la barbilla los diez hombres para husmear a su hermana. Sí. La habían detectado.
Menw agarró a Daanna de la muñeca, abrió la puerta del sótano y se la llevó a la fuerza de allí.
—Caleb, también puedo luchar… —gritaba queriéndose zafar de las manos de Menw. Ella era una guerrera como él. Había visto a Aileen pelear. Sabía lo que eran capaces de hacer como mujeres vanirias. No podían relegarla de esa manera.
Caleb la ignoró y dejó que Menw se la llevara.
—Cahal, cuando lleven a esos desgraciados a su reservado, ordenas a todos los humanos del salón que se vayan del restaurante.
—Enseguida, Caleb. Por cierto ¿puedo preguntarte algo? —Caleb lo miró y asintió.
—Tú y Aileen todavía no estáis vinculados —observó mirándolo fijamente—. Pensé que al haber pasado la noche juntos, ya os habría aparecido el comharradh[25].
—Tenemos problemas —contestó receloso.
—¿Necesitas algún consejo? Sé que no soy el más indicado…
—Tú eres un libertino, Cahal. ¿Qué sabrás de parejas? —rio más relajado.
—Poco —se encogió de hombros—. Pero sé de mujeres y todas buscan lo mismo, y te aseguro que no es sólo lo que tenemos entre las piernas.
—Ya lo sé. Gracias por la información.
—Te digo esto —insistió— porque a ojos de los demás Aileen no tiene la marca de exclusividad que debería tener, por lo tanto, todavía no está del todo emparejada y Aileen es… cómo lo diría… una bomba que además llama mucho la atención.
—¿Crees que no lo sé? —gruñó furioso—. Yo tampoco tengo la marca y estoy deseando que nos sellen de una vez mañana, en las hogueras. No dejo de pensar en ella, sólo respiro tranquilo cuando la veo, no soporto que otros se le acerquen… y… quiero… necesito que me acepte. Ella ahora lo es todo para mí.
—Así que va a venir a las hogueras —repitió divertido—. Le va a gustar.
—Eso espero.
—El amor, tío… —le dio una palmada compasiva en la espalda—, vaya mierda.
Caleb asintió algo derrotado y Cahal decidió dejarlo solo para recuperarse.
El recepcionista les indicó a los vampiros el salón privado reservado sólo para ellos, y una vez los llevó ahí se dirigió hacia la cocina. Con una orden mental, el joven metre cogió su chaqueta y salió por la puerta de entrada del restaurante y así le siguieron los demás clientes dejando las mesas solas y vacías.
El restaurante su sumió en el más pesado de los silencios. Caleb empujó las puertas de la cocina con furia y se adelantó con paso seguro hacia la habitación privada.
—Vamos —ordenó haciendo que su pelo ondeara a cada zancada decidida.
Mikhail fruncía el ceño observando todo cuanto lo rodeaba. Tenía mucha hambre, demasiada a su parecer, y no había nada que pudiera llenarle el estómago ni siquiera cinco minutos. Estaba desesperado.
Sólo la sangre humana parecía calmar sus apetitos, pero ni así. El beber ese líquido rojo lo instaba a seguir anhelando más y más, hasta que cada cuello latente que pasara por su lado se convertía en un menú delicioso y suculento.
Se pasó la lengua entre los dientes hasta rozar con ella sus colmillos. No le desagradaban, esa era la verdad. Desde que había sufrido la conversión su vida no había cambiado en demasía. Seguía siendo igual de oscura que siempre, sólo que la luz del sol era mortal para él y que morder cuellos era lo único que podía darle un poco de paz ante la vida sobrenatural que se erguía cada noche ante sus ojos. Sí, aquella era su nueva vida. Su cojera había desaparecido.
Su conversor le había dicho que al ser transformado por alguien que no iba a ser su pareja, él carecería de alguien fijo que lo alimentara. El hambre lo obligaría a beber sangre de otros cuellos y cuando rebasara la cantidad de su propio peso se convertiría en un vampiro.
Pero antes, esperaba encontrar aquella solución mágica que pudiera curar esas debilidades. Por eso, aquel desgraciado lo había transformado. Le había dicho que llevaba demasiado tiempo trabajando para él y que sin embargo no había encontrado esa vacuna mágica que haría de los vanirios seres invencibles. Entonces el individuo en cuestión lo había convertido, excusándose en el hecho de que si él sufría en sus propias carnes cuáles eran las debilidades de esa raza, antes encontraría la solución.
Su conversor lo había hecho por eso y porque si no, lo hubieran matado y no podían permitirse el lujo de perder al mejor científico que tenía la organización.
—Ella está aquí —susurró Mikhail entornando los ojos. El perfume corporal de una hembra vaniria era algo irresistiblemente enloquecedor para sus recién incorporados sentidos—. ¿Dónde está el lobezno?
—Ahora mismo tiene que llegar —contestó Víctor moviéndose inquieto—. Se ha oído la puerta de la calle varias veces. Seguramente esté dirigiéndose hasta aquí.
Oyeron varios pasos acercarse con paso ágil y determinado. Los vampiros se pusieron de pie a la vez, alargando sus colmillos y ennegreciendo por completo sus pupilas.
—¿Qué les pasa? —preguntó Víctor agrandando los ojos y poniéndose alerta.
Mikhail se levantó poco a poco de la silla y colocó las manos sobre la mesa.
—Son vanirios —dijo uno de los vampiros.
—Y berserkers —susurró otro con la voz teñida de asco, como si pronunciar esas palabras le ensuciara el aliento de por vida.
La puerta salió despedida y tras ella apareció el cuerpo inmenso y amenazador de Caleb seguido de As y Cahal.
En ese momento los vampiros sacaron sus pistolas y se pusieron a disparar a diestro y siniestro.
Uno de ellos se abalanzó sobre Caleb, pero este le dio una fuerte patada en el estómago. Caleb se echó una mano detrás del pantalón, desenfundó su daga y colocándose detrás de él le rebanó la garganta tirando de su cabellera con fuerza y separándole la cabeza del cuerpo. Su cara fue salpicada con la sangre del vampiro. Inmediatamente tomó la daga por el mango y la lanzó contra el cuerpo de Mikhail con tanta fuerza que al clavársela en el hombro lo lanzó contra la pared.
Mikhail gritó de dolor y alargó sus dientes.
El resto de vampiros disparaban a los demás, mientras estos se protegían cómo podían de las balas. Ya habían sido informados por Caleb de lo que contenían las balas y a ninguno de ellos les apetecía tener que someterse a una terapia de choque de ese tipo.
As gritó con todas sus fuerzas y se transformó. Sus músculos crecieron, sus huesos se desarrollaron dándole la apariencia de un gigante. Uno de los vampiros se quedó sin munición y el berserker se lanzó de un salto a por él, hundiéndole un puño en el corazón y arrancándoselo al momento.
Mikhail miraba con ojos fríos todo lo que se estaba desencadenando en ese lugar, mientras se arrancaba no sin esfuerzos la daga del cuerpo. Ese vanirio moreno y de ojos increíblemente verdes salpicados de odio lo buscaba como un perro rabioso y lo había alcanzado con su puñal. Estaba maravillado por la fuerza bruta que contenía ese espécimen. Si tan sólo se lo pudiera llevar a su laboratorio… Tuvo que recordarse a sí mismo que él también era uno de ellos ahora.
Mesas y sillas volaban y chocaban contra las paredes de la sala. Los cuchillos salían volando dirigidos a los cuerpos de unos y de otros.
Su convertidor ya le había mencionado que los vanirios y los vampiros tenían poderes telequinésicos muy fuertes. Mikhail lo intentó, pero no le salió nada. Él era más débil.
Víctor corrió a esconderse debajo de la única mesa que estaba vacía y se tapó la cabeza con las manos, acuclillándose en el suelo.
Entonces, una mano fuerte lo alzó del cuello de la camiseta.
—Boo —dijo Caleb maliciosamente.
Víctor lo miró de hito en hito.
—Por favor… no me mates… yo…
—Cállate —espetó Caleb con el rostro pétreo.
Miró hacia donde estaba Mikhail resguardado por tres vampiros que todavía seguían en pie intentando protegerle.
Cahal se dirigió hacia uno de los vampiros y este saltó hacia él como un gato a punto de arañar. Cahal se impulsó también hacia arriba y los dos cuerpos colisionaron en el aire, pero el cuerpo más poderoso del vanirio lo acabó anclando a la pared y con un movimiento ágil de su daga deslizó la hoja hasta alcanzarle el corazón. El resto de vampiros habían muerto a manos del resto del pelotón.
Mikhail, al verse herido y obviar que iban a ir a por él y que no se iba a librar de morir allí mismo, metió una mano en el bolsillo del pantalón y sacó un cilindro de cristal. Lo agitó y apretó un botón.
—Te toca Mikhail —dijo Caleb con la mirada llena de odio mientras mantenía sin esfuerzo el cuerpo en vilo de Víctor.
Los dos vampiros que quedaban se agazapaban en el suelo, dispuestos a pelear como fieras.
—Así que eres Caleb… —dijo Mikhail afirmando en vez de preguntarlo.
—¿Quién te ha convertido? —preguntó Caleb con un gruñido—. Deberías estar muerto. Te vimos morir en Barcelona.
—En cierto modo lo estoy ¿no crees? —alzó las cejas ligeramente canosas—. Ahora soy como tú.
—No es verdad —dijo él negando con la cabeza—. Estás tomando sangre humana para paliar el hambre. Pronto serás un vampiro. Lo que me hace pensar que quién te ha transformado no tenía intención de emparejarte a él o a ella. ¿Quién lo ha hecho? ¿Ha sido Samael? Él te mordió.
Mikhail husmeó agitando las aletas nasales y sonrió como si tuviera un as en la manga.
—Os habéis echado mis propios productos para confundir vuestro olor. Pero hueles a ella. Hueles a Eileen.
Caleb gruñó como un tigre con ansias de liberación. No permitiría que ese animal la nombrara siquiera. Aileen era suya. Y Mikhail tendría que lavarse la boca antes de pronunciar su nombre.
As gruñó detrás de él y le enseñó los dientes deseosos de acabar con él.
—Para empezar, ese no es su nombre. No te atrevas a nombrarla. Vales menos que nada —graznó Caleb dando un paso hacia él y deteniendo a As.
Mikhail negó con la cabeza reprendiendo su lenguaje tan hosco.
—Por fin ha hecho su transformación. Pensé que no lo haría nunca —murmuró Mikhail para sí mismo.
—No te importó nada drogarla cuando era sólo una niña. No querías que ella recordara quién era —recriminó un Caleb cada vez más furioso.
Mikhail se encogió de hombros en un gesto indiferente y sonrió. Se puso unas gafas de sol con mucha rapidez, cuqueó el botón del cilindro de cristal y una luz tan potente como el sol iluminó todo el restaurante. La luz salía a través de las ventanas del edificio como si fuera un faro.
Todos se cubrieron con las manos y Mikhail corrió a través del salón aprovechando el factor sorpresa, no sin antes decirle a Caleb.
—Te la quitaremos, Caleb. Ella será nuestra y no te imaginas como la vamos a disfrutar. Ahora ya no soy su padre, así que no habrá incesto. En fin, como si eso me importara.
—Eres hombre muerto —le gritó él intentando palparlo, dando golpes al aire con su brazo libre. Víctor bailaba colgado de su otro brazo de un lado al otro—. Te mataré antes. ¿Me has oído?
—Mikhail, no me dejes aquí —Víctor sacó una pequeña pistola de dardos de su cinturón y disparó a Caleb en el pecho.
Este sintió el pinchazo y lo tiró por los aires haciéndole caer en cualquier dirección. Se oyó un chasquido. Y después de eso, silencio.
Al cabo de unos segundos la luz desapareció, pero no así sus efectos. Caleb estaba con una rodilla clavada en el suelo, frotándose los ojos. As mantenía sujeto el puente de su nariz y agitaba la cabeza intentando enfocar la vista.
—Me cago en la puta —musitó Cahal entrando a trompicones y a tientas en el salón—. ¿Caleb?
—¿Y Víctor? —murmuró Caleb que poco a poco recuperaba la visión.
Cahal miró a la pared de enfrente y se encontró a Víctor con el peroné de su pierna derecha desplazado y el rostro pálido compungido de dolor. Sus gafas estaban rotas en el suelo.
—Creo que le has roto la pierna, pero lo tenemos vivo —contestó orgulloso.
—¿Mikhail ha escapado?
—Ese tío es como McGyver. Tiene unos aparatos increíbles —comentó Cahal recogiéndose su pelo liso y rubio en un moño estilo samurái.
—Joder, no me siento las manos —Caleb intentaba mover los dedos pero no lo lograba.
—Déjame ver —lo inspeccionó Cahal—. Mierda, Caleb. Te han disparado —retiró el dardo de su pecho.
—Dame esa mierda, Cahal, la terapia de choque.
—No creo que sea bue…
—Cállate y dámela. Aileen necesita protección y yo no me puedo quedar como un vegetal. Rápido, dámela —le instó con una mano.
As se acercó a ellos, con la vista parcialmente recuperada.
Cahal se agachó, tomó la bolsa de remedios del vanirio y sacó una jeringa pequeña. La clavó en el cuello de Caleb.
—Pronto te recuperarás —Cahal asintió mirando con preocupación a su amigo.
—Las balas han alcanzado a tres de mis chicos —dijo As—. Se acaban de inyectar el veneno que nos recomendó Menw —le ayudó a levantarse.
—¿Se encuentran mejor? —preguntó Caleb frotándose la nuca.
—Van a necesitar una serie de atenciones femeninas para expulsar el veneno… ya sabes —murmuró algo avergonzado—. El veneno es muy excitante.
—Está bien, As —Caleb no quería saber más.
Cahal sonrió y le dijo:
—Tenemos a Víctor. Lo vamos a hacer cantar como a una soprano —palmeó su espalda con camaradería—. Vete a descansar, Caleb. Necesitas alivio —miró a su entrepierna ahogando una carcajada—. As y yo nos encargamos del restaurante y de Víctor.
Caleb miró como su verga empezaba a palpitar y un hormigueo cálido recorría su columna vertebral. Intentó controlarse y cerró los ojos.
—No lo intentes, chaval —sugirió As compadeciéndose de él—. Cuando recogí a Noah y a Adam esta mañana, a duras penas podía retenerles en el coche para que no saltaran encima de cualquier mujer. Nunca había visto a unos hombres sufrir tanto por una liberación. Hoy no han venido hasta aquí porque todavía están en faena.
Caleb apretó la mandíbula. Pero es que él no quería a cualquier mujer para liberarse. Él quería a Aileen, a ella y a nadie más. No le hacía falta tener ese veneno pululando en su sangre para excitarse por ella, pero si además de su apetito sexual por su cáraid se le añadía un afrodisíaco, entonces la mezcla era explosiva.
—Aprovéchalo, Caleb —rio Cahal cogiendo a Víctor por los hombros y alzándolo como un saco de patatas—. Tú tienes un cuerpo calentito esperándote.
—Cuidado —le amenazó As—. Estás hablando de mi nieta.
—Nos vemos más tarde —murmuró Caleb saliendo del restaurante.
—Eso sí sobrevives… —gritó Cahal divertido.
Caleb no contestó a ninguno de los dos. Ya no les escuchaba. Lo único que deseaba era hundirse en el cuerpo de Aileen. Tomarla de todas las maneras posibles. Calmar el hambre y la sed que tenía de ella.
Sólo pensaba en eso cuando se alzó sobre las nubes. Sabía cuál iba a ser la reacción de Aileen al verlo.
Aunque estaba enfadada con él, ella tenía hambre y seguramente estaba sufriendo por ello. Pero también estaba dolida por todo lo que había pasado esa mañana entre ellos.
Él la había rechazado y le había ocultado lo que había descubierto sobre sus padres. Pero le daba igual que estuviera furiosa con él, él podía canalizar esa furia en la cama, pero ella tenía que rendirse antes. Tenía que domar a la fiera.
Se tensó más dentro de los pantalones hasta provocarle dolor. En su estado ni él mismo podía controlar sus apetitos por ella pero tenía que conseguir a Aileen, ella debía entregarse a él.
Con esa fijación en mente aterrizó sobre la planta superior donde dormía su pareja, su compañera. Sólo la quería a ella.
Sobreexcitado como nunca, descubrió que una de las amplias ventanas de su dormitorio estaba ligeramente abierta.