CAPÍTULO 19

Adam y Noah miraban por el retrovisor como Aileen sollozaba en silencio. Los dos berserkers estaban tensos, sobre todo el de pelo platino. ¿Qué le había hecho el colmillos esta vez?

—¿Quieres hablar de ello? —le preguntó Noah preocupado.

Aileen lo miró por el retrovisor y negó con la cabeza.

—Puedo patearle su bonita cara, si quieres —le dijo apasionadamente.

Ella sonrió entre lágrimas y volvió a negar con la cabeza.

—No, gracias. Noah… ¿está todo bien entre tú y yo?

Noah la observó con ojos afables.

—Se lo merecía, Aileen. Sé que te dolió, pero sabes que merecía un castigo. No estoy enfadado contigo.

—Yo sólo un poco. Pero se me está pasando… —sonrió divertida y vio como Noah se reía también.

Adam miraba el paisaje pensativo. Noah ya había notado que desde la noche anterior su compañero estaba más callado de lo normal.

—¿Cómo está tu amiga? —le preguntó Adam mirando al frente.

Aileen se aclaró la garganta, sorprendida por la pregunta.

—Creo que bien. Está con Daanna, la hermana de Caleb. Quiero ir a verla ahora.

—Ah —contestó él con sus ojos negros mirando al frente, sin inmutarse—. Uno de esos lobeznos la hirió en el abdomen —su voz destilaba rabia.

Aileen sintió que el corazón se le colocaba en la garganta. ¿Ruth, herida? Agarró su bolso y sacó su iPhone. Marcó el nombre de Daanna.

—Hola Aileen —contestó la voz al otro lado.

—¿Cómo está Ruth? —sorbió por la nariz.

—La herida está bien. Es impresionante lo rápido que sana…

—¿Dónde vives, Daanna? Voy para allá.

—Espera Aileen. Hay un problema con Ruth…

—¿Qué… qué sucede?

—No puedo cambiarle los recuerdos. No puedo obligarla a recordar otro tipo de cosas… no se olvida de lo que sucedió y su mente no me deja entrar. Con Gabriel no ha habido problema, pero con ella sí.

Aileen se quedó mirando al frente, con los ojos muy abiertos.

—¿Me estás diciendo que Ruth ya sabe lo que soy? ¿Qué no hay modo de hacerle olvidar?

—No. Yo no puedo, lo siento.

Por supuesto, Daanna no vivía en un piso humilde. Su casa era igual que la de Caleb, sólo que los colores que la decoraban eran lilas y amarillos. Colores armónicos que combinaban muy bien y relajaban a todo aquel que los observaba. Aunque la casa era cubital por fuera, las habitaciones y salas internas eran circulares, como las de su hermano.

Las puertas de la casa se habían abierto solas al verlos llegar. Ahora subían las escaleras hacia una de las habitaciones superiores donde estaban Ruth y Gabriel.

Gabriel fue hacia ella cuando entró en la habitación.

—Aileen… —la abrazó y la besó en la mejilla.

Ella tuvo que esforzarse al máximo para no echarse a llorar ahí mismo.

—¿Y Ruth?

—Cuando te fuiste con Caleb ayer por la noche —le explicó Gabriel completamente convencido—, Ruth y yo nos quedamos con Daanna, el rubio que no la deja tranquila y Cahal. Bebimos más de la cuenta y a Ruth le sentó algo muy mal y ahora está intoxicada. Menos mal que Daanna —la miró con adoración cuando la vaniria apareció en la puerta con cara de preocupación— tuvo la amabilidad de traernos aquí.

Aileen tragó acongojada y miró a Daanna.

—Gabriel —susurró Daanna con voz hipnótica—, ve abajo a tomarte un refrigerio.

—Claro —contestó él asintiendo como una momia.

Aileen cada vez se sentía más asqueada de sus propios poderes. Si Gabriel se enterara algún día de lo que ella dejaba que le hicieran y que además ella misma le había hecho, acabaría asqueado también de ella.

—Ven —Daanna tomó la mano de Aileen, la atrajo hacia ella y la abrazó—. No tienes buena cara, Aileen.

Aileen dejó que la fortaleza de la hermana de Caleb la abrigara.

—Espero que no te importe que Noah y Adam se queden en tu jardín. Creen que me voy a escapar o algo parecido y mi abuelo me está vigilando así que los tengo de carabinas. As teme por mi seguridad.

Daanna asintió sin darle importancia a esos hechos.

—¿Y mi hermano?

—No me hables de él —dijo resentida—. Quiero ver a Ruth —musitó.

—No puedo entrar en la cabeza de Ruth, Aileen —explicó Daanna preparándola—. Es realmente muy fuerte. Es extraño en un humano que pueda cerrar la mente a un vanirio de ese modo. ¿Acaso Ruth tiene algún tipo de don?

—¿Ruth? —repitió ella sorprendida—. No. No que yo sepa.

Daanna se la quedó mirando por un momento y finalmente asintió.

—Ven —le acarició la cara y la acompañó a la habitación.

Ruth yacía en la cama, con las rodillas cogidas y la cara hundida entre ellas. Su pelo rizado y caoba caía desparramado por sus hombros. Su cuerpo temblaba.

—Dios… Ruth —susurró Aileen yendo hacia ella.

Ruth alzó la cabeza y vio que Aileen se acercaba a la cama.

—Aléjate… —gritó Ruth saltando de la cama y arrinconándose contra la pared—. No te me acerques… —los ojos rasgados y de color ámbar la miraban aterrorizada.

Aileen se detuvo a medio camino. Paralizada, percibió el miedo de Ruth. Su mejor amiga le tenía miedo.

—Ruth, soy yo… tu amiga —le dijo con la voz rota.

—Tú no eres mi amiga. Eres un monstruo —le gritó.

—No es verdad —murmuró ella—. Ruth, nos conocemos desde que éramos niñas…

—¿Qué le has hecho a Gabriel? ¿Por qué actúa como si estuviera drogado? —le dijo con desprecio.

—No le he hecho nada. No soy lo que tú crees, Ruth. Yo no…

—Eres como ellos. Has cambiado. Tus ojos, tus colmillos… ¿Crees que no me había dado cuenta? Eres distinta. Había intentado quitarle hierro al asunto, me intentaba convencer de que no te pasaba nada… Y mira como estoy ahora… Ya no eres mi amiga. No sé lo que eres… Ni siquiera llevo un crucifijo —murmuró con la mirada ida y llevándose la mano al cuello.

—Déjame ver tu estómago, Ruth. Ayer te hirieron…

—¿Qué quieres ver? —gritó furiosa con los ojos de oro llenos de lágrimas—. Mira… —se alzó la camiseta y mostró los arañazos que aunque estaban sanando, todavía los tenía inflamados—. Esto me lo hicieron tus amigos…

—Lo que te atacó no son amigos míos. Tú, sí. Y Gabriel, también —contestó acercándose a ella con sigilo—. Caleb te salvó la vida…

—Es un vampiro, maldita sea… Como tú… Como ella… —señaló a Daanna—. Por Dios si hasta tenéis colmillos… Fue una carnicería y actúas como si tal cosa —meneaba la cabeza incrédula—. No, no te acerques a mí —puso las manos para detenerla.

—Ellos son buenos, Ruth. Protegen a los humanos de lo que te atacó a ti.

—No…

—No te haría daño por nada del mundo, Ruth —tenía las mejillas húmedas de tanto llorar. Los ojos lilas clamaban por un poco de comprensión de su amiga.

—No quiero que me toques, por favor —le escupió—. Creo que estoy trastornada… —cerró los ojos y se apretó la cabeza con las dos manos.

Aileen se obligó a sí misma a relajarse. No podría soportar que las dos únicas personas que quería se alejaran de ella. Era demasiado doloroso. Ya había tenido suficiente con el rechazo de Caleb.

—Ruth… —dijo en voz baja—. Es verdad. Tendría que haber sido sincera con vosotros…

—Aileen… —dijo Daanna advirtiéndole del peligro que había en revelar su naturaleza— no deberías.

—Por supuesto que debo —contestó ella con un gruñido.

Ruth tragó saliva y dejó que los brazos cayeran a cada lado de su cuerpo.

—¿Qué es verdad? —preguntó mirándola de hito en hito.

—Yo… ya no soy… como tú —agachó la mirada avergonzada.

—¿Por qué? —exigió saber sin delicadeza—. ¿Qué coño eres, Eileen? ¿Me vas a morder? ¿Quieren matarme? —miró a Daanna, que se tensó al oír las palabras.

—Si quisieran matarte, ya estarías muerta. Pero te aseguro que antes tendrían que pasar por encima de mí para llegar a tocarte. Te lo juro.

Aquellas palabras eran muy obvias. Ruth relajó los hombros y por primera vez dejó que la imagen de su amiga del alma, volviera a construirse ante sus ojos. Su pelo largo y brillante caía sobre un hombro. Sus nuevos ojos lilas no la miraban, sino que miraban al suelo. Sus pestañas negras estaban húmedas de las lágrimas y encima sorbía la nariz como una niña pequeña a la que le habían quitado el mejor de sus juguetes. Era Eileen. No llevaba capa negra, ni tenía los ojos blancos, ni le chorreaba sangre de la boca. Su cuerpo era el mismo, su voz también, y su mirada, aunque no era azul, seguía transmitiendo cariño y bondad a raudales. Cariño por ella.

Ruth se echó a llorar. Era Eileen, pero ya no era la misma. Estaba preocupada por ella. Se alejaba de su vida unos días y cuando volvían a verse estaba convertida en una ninfa de ojos lilas con colmillos.

Aileen levantó la cabeza al darse cuenta que los gemidos no venían de ella, sino de Ruth. Dio dos pasos hacia delante y la rodeó con los brazos, echándose a llorar también.

—Ruth, por favor… no te haría daño nunca. No llores. Yo te quiero. Por favor, no me dejes de lado. Por favor.

Ruth se agarró a ella y correspondió al abrazo.

—¿Qué te ha pasado, Eileen? ¿Qué está sucediendo?

—Es una historia muy larga…

—Me importa un comino. Cuéntamelo todo ahora mismo —susurró contra su hombro. Ruth era un poco más bajita que Aileen.

Aileen asintió y, mientras la guiaba a la cama y se sentaban juntas, sintió como una losa de cientos de kilos liberaba parte del dolor de su espalda.

—Y entonces, Daanna me ha dicho que no reaccionabas a sus coacciones mentales. Me he asustado y he venido corriendo. No sabía lo que pensabas de mí y sabía que estabas aterrada.

Después de haber escuchado durante una hora larga y tendida las explicaciones de Aileen, Ruth asentía como una niña obediente y jugaba con el borde de su camiseta. Aileen se lo había explicado todo, hasta los detalles más morbosos y más vergonzosos. Todo.

—¿Qué opinas de lo que te he contado? —preguntó Aileen temerosa de la respuesta.

Ruth la miró y sus ojos sonrieron. Observó su cara, sus labios, su barbilla, su pelo negro azabache… Sí, sin lugar a dudas seguía siendo su mejor amiga. Apoyó su cabeza sobre las piernas de Aileen y se quedó estirada sobre ellas durante un largo rato, sin decir nada.

Aileen alzó la mano y le acarició el pelo, como siempre solían hacer cuando estaban a solas y se contaban sus secretos más íntimos.

—Lo siento, Aileen —murmuró Ruth contra sus muslos.

La mano de Aileen se detuvo sobre su cara y le apartó un mechón de pelo rizado de un caoba precioso que había caído sobre sus ojos. Ruth era una chica muy sexy, pero no era su belleza lo mejor de ella sino su corazón tan puro y compasivo.

Aileen agradecía al cielo tener una amiga como Ruth. Era fuerte y pizpireta, llena de humor y de alegría.

—¿Qué tú lo sientes? —repitió Aileen emocionada—. Yo lo siento por haberte ocultado todo.

—No, Aileen —la cortó ella—. Yo lo siento por ti. Te han pasado muchas cosas estos días y has estado sola. Siento no haber estado a tu lado —se lamentó dándole un beso en la rodilla.

—No digas eso, Ruth. No lo sabías.

—Igualmente, lo siento, cariño. Siento no haber sido yo la que te reconfortara.

—Lo haces ahora al no rechazarme. Esto significa más para mí que cualquier otra cosa que me hayas podido dar con anterioridad. Tú y Gabriel sois mi familia.

Ruth se incorporó, la miró y le tomó la cara con ambas manos. Suspiró.

—¿Quieres morderme? —preguntó la chica divertida.

—No… —contestó Aileen sin alejarse de sus manos—. Tú, no me gustas —sonrió.

—Puedes salir a la luz del sol, puedes comer lo que yo, sigues teniendo un gusto exquisito por la ropa y además eres guapa, rica e inmortal. Transfórmame aquí mismo, por Dios —dijo teatrera.

—Para Ruth —se echó a reír.

—Lo de los colmillos tiene solución —continuó Ruth murmurando para sí misma—. Los limas y punto. Pero bien mirado, son supersexys —alzó las cejas repetidamente.

—¿Lo dices en serio lo de transformarte?

—Depende ¿me crecerá un rabo y pelos en las piernas?

—Ruth… —le recriminó Aileen sin aguantarse la risa.

—No, no hablo en serio. Aunque no lo creas —se serenó—, estoy asustada de todo lo que te rodea. Pero no te tengo miedo, ahora que sé que eres tú, mi loca corrupta, compañera de juegos y aventuras. Sigues siendo mi persona favorita, Aileen.

—¿Entonces, no te doy miedo? Antes sí que me temías…

—Antes estaba completamente desquiciada. Entiéndeme, ayer me atacó un perro que se levantaba sobre las patas traseras, más alto y feo que Cuasimodo y encima con la rabia. ¿Qué esperabas? —alzó las cejas.

Aileen intentó aguantarse la carcajada que le nacía en la garganta, pero no lo pudo evitar y se echó a reír con ella. Cuando se calmaron, Ruth pegó su frente a la de ella.

—Escúchame bien. Te conozco desde que éramos unos renacuajos. Tienes que contar conmigo siempre. Puedes hacerlo. Todavía no sé cómo le irá a mi mente saber que existen estos… vanirios y demás… pero si tú estás bien y sigues siendo la misma, yo estaré a tu lado.

—Gracias, Ruth —murmuró Aileen.

—Pase lo que pase, estés donde estés, para siempre tú serás mi hermana del alma —susurró Ruth tragándose las lágrimas.

—Pase lo que pase, estés donde estés —Aileen abarcó la mejilla de Ruth con la mano—, para siempre tú serás mi hermana del alma.

Salió sin pensar. Instintivamente. Ruth y Aileen se acercaron a la vez y se dieron un casto, pero hermoso beso vinculante en los labios.

Daanna que estaba viendo aquella imagen tierna, sintió que la piel se le erizaba y se apartó de la pared para acercarse a ellas.

—¿Dónde habéis aprendido eso? —preguntó con los ojos iluminados.

Aileen y Ruth sonrieron con complicidad y se abrazaron. Luego se apartaron y se encogieron de hombros.

—No sé, me ha parecido lo correcto —contestó Ruth echándose el pelo hacia atrás.

—¿Nunca antes lo habíais hecho?

—¿Darnos besos? Sí, son piquitos de amigas —contestó Aileen sonriendo.

—No —replicó Daanna—. Lo que habéis hecho aquí y ahora es un juramento antiguo. Lo hacían las sacerdotisas, las vírgenes de los oráculos, cuando se recibía o se nombraba a alguien nuevo en la hermandad. El juramento piuthar[24]. El juramento de las hermanas —explicó sorprendida—. ¿De dónde lo has aprendido, Ruth?

Ruth frunció el ceño. Tenía razón ¿De dónde le había salido eso?

—No lo sé —contestó aturdida—. Me salió así.

—Ya. Te salió así —repitió Daanna inconforme.

La vaniria se cruzó de brazos y repasó a Ruth de arriba abajo. Aileen también miró a Ruth con curiosidad.

—Ha sido una coincidencia, eso es todo —dijo la chica quitándole hierro al asunto—. Vamos Aileen, tienes algo que contarle a Gabriel antes de que se nos quede vegetal e inservible con vuestras artimañas mentalistas.

—¿Que le cuente todo?

—Sí —Ruth la cogió de la mano y tiró de ella—. O se lo cuentas tú o lo hago yo. Y créeme que mi versión no le va a gustar nada. Además, Gabriel hizo un crédito de dioses mitológicos, no sé si lo recuerdas —tiró de ella—. Cuando le digas que son reales, le va a dar un pasmo.

—¿Y si me rechaza?

—¿Eres tonta? Yo no lo he hecho, porque te quiero. Y él te adora. —Con esas palabras, salieron de la habitación guiadas por Daanna. En el salón, sentado en la barra americana y tomándose un cocktail, estaba Gabriel con la mirada un poco perdida.

Aileen se acercó a él y se sentó a su lado. Ruth hizo lo mismo.

—Daanna —dijo Aileen—. Quiero que Gabriel lo recuerde todo —exigió con dulzura mirando a su amigo.

—¿Seguro? —preguntó la vaniria.

—Sí. Enséñame.

—Está bien —se colocó detrás de ella—. Es sencillo. Concéntrate en su entrecejo —Aileen obedeció—. La mente adopta formas en su interior. Cuando uno no quiere que se la lean, el que intenta interceder en ella se encuentra con un muro. Cuando uno quiere confundir al intruso, el intruso verá niebla, bruma o incluso un laberinto en el que si se es muy hábil el intruso se acaba perdiendo y no sale de él hasta que tú lo decides, con lo cual se tornan las cosas. En el caso de Gabriel —puso su blanca y elegante mano sobre la nuca del chico—, se le ha hecho un pequeño borrado. En realidad, los recuerdos siguen ahí, en algún lugar, pero están bajo llave. Te encontrarás con una puerta cerrada. Para abrirle los recuerdos tienes que visualizar una llave maestra, una que abra todas las cerraduras. Ahora concéntrate.

Aileen dirigió los ojos lilas al entrecejo de su amigo, que la miraba extrañado. Entró en su mente con mucha facilidad. Al principio, todo era oscuro. Luego se materializó un pasillo donde se reflejaban varias imágenes de su vida, como diapositivas. Algunas en movimiento, otras congeladas. Aileen no podía percibir nada emocional, sólo se limitaba a observar y a vagar por la mente de su mejor amigo. Había imágenes de ella y de Ruth, de la Universidad, de sus padres, del día en que casi se mata en un accidente de moto… y al final del pasillo, de repente, se iluminó algo. Era una puerta cerrada. Aileen se concentró en la cerradura y visualizó una llave maestra, que entraba en la cerradura y abría la puerta.

Aileen se echó hacia atrás y dejó que las imágenes salieran.

—Sal de ahí, Aileen —ordenó Daanna.

Aileen salió de la cabeza de Gabriel y cuando volvió a focalizar la mirada, Gabriel la observaba con las pupilas dilatadas y la mandíbula pétrea.

El joven miró a Ruth y frunció el ceño. Saltó de la butaca y le levantó la camiseta. Entonces abrió los ojos y su rostro palideció.

—Jesús… Pasó en realidad —murmuró.

—Gabriel —le dijo Ruth poniéndole la mano en la mejilla.

—¿Te encuentras bien? —preguntó Aileen con inseguridad.

—¿Que si me encuentro bien? —repitió furioso—. ¿Qué fue lo que sucedió ayer por la noche? ¿Qué eran esas cosas con colmillos y pelo en la cara? —apartó la mano de Ruth. Zarandeó a Aileen y luego la abrazó—. Dios, Eileen… Ruth… —la abrazó a ella también y las apretó a ambas contra él—. Estáis bien… me siento raro.

Aileen asintió.

—Tengo algo que contarte.

Y procedió como había hecho con Ruth. Gabriel tuvo que sentarse en la silla para no caerse de bruces. Después de gritar a Aileen y encararse con Daanna por lo que le había hecho, intentó serenarse dando un trago largo de la botella de whisky de la vitrina. Se secó la boca con la manga, dejó la botella y tomó a Aileen de la mandíbula.

—Si esto es una broma, te mato —le dijo rabioso.

—No es ninguna broma —replicó ella.

Gabriel le levantó el labio para arriba y vislumbró los colmillos, puntiagudos pero no muy largos.

—Joder, Aileen —los estudió girándole la cabeza de un lado al otro—. Tienes colmillos de verdad.

—Para morderte mejor —bromeó.

—No digas eso —se puso serio y dejó su boca tranquila.

—Nunca te mordería —dijo ella poniéndose seria también—. Como le he dicho a Ruth, sólo me apetece darle un muerdo al insufrible de Caleb. A nadie más. No soy una vampira, ni una mujer lobo. Soy una especie de híbrida, pero sigo siendo la misma de antes, Gabriel.

Gabriel entristeció la mirada y un halo de dolor apareció en sus ojos.

—Procura no hablarme de él ahora —graznó Gabriel irritado—. Lo odio por lo que te hizo y cuando lo vea me lo cargaré.

Aileen sintió una punzada de dolor al oír esas palabras. Ella también lo había odiado, pero ahora ese sentimiento estaba un poco borroso por la intromisión del deseo que sentía por él.

—¿Creías que iba a dejarte de hablar por lo que te había pasado? —le dijo él abrazándola.

—Sí… —murmuró contra su hombro.

—Eres como una hermana para mí. Te quiero y te querré con todas las consecuencias, y bajo todas las circunstancias.

—Gabriel —se abrazó fuerte a él—. Doy gracias a Dios por teneros conmigo.

Daanna miraba la escena y sonreía con complicidad. Sin duda, la amistad que ellos se tenían podría con cualquier cosa.

—Y a ti, morena —le dijo Gabriel frunciendo el ceño y mirando a Daanna—. Puedes parecerte a Megan Fox, pero estoy cabreado contigo. Nunca más entres en mi cabeza.

Daanna sonrió conforme y asintió, alzando una ceja.

Mientras Gabriel y Ruth revisaban juntos un libro de los que tenía Daanna en su librería sobre mitología escandinava y él le explicaba a ella cómo iba el árbol familiar de estos, la vaniria y Aileen hablaban en una esquina.

—Daanna… ¿cómo puedo cerrar voluntariamente mi mente a la intromisión? —preguntó Aileen decidida.

Daanna la miró de reojo e hizo un mohín.

—¿Te has enfadado con mi hermano?

—Tengo que aprender a protegerme, no es sólo porque me haya enfadado con él.

—Entonces, te has enfadado con él —resumió sonriéndole comprensiva—. Mi hermano no está acostumbrado a tratar a las mujeres.

—¿No me digas? —murmuró sarcástica.

—Él no es malo ni cruel, Aileen. Creo que está tan asustado como tú. Ahora dependéis el uno del otro.

—No veo porqué —se cruzó de brazos mientras miraba a Ruth y a Gabriel—. La dependencia de la sangre no tiene que ir ligada con la entrega del corazón ni del cuerpo —dijo intentando convencerse a sí misma.

Daanna abrió la boca asombrada.

—¿Le has dicho eso a Caleb? —le preguntó horrorizada.

—Sí, se lo he dicho —movió los brazos haciendo aspavientos—. ¿Qué pasa? ¿Tú también crees que es un «obligado»?

—Es tu alma gemela, tu cáraid. Sólo a él puedes entregarle tu alma y tu corazón completamente. Por Odín, no puedes decirle eso a un vanirio, Aileen.

—¿Por qué? —preguntó furiosa.

—Si rechazas el contacto íntimo con él, morirá de la pena. Si no puede compartirlo todo contigo, tu mente, tu alma, tu corazón y tu cuerpo —enumeró—, lo matarás de la tristeza. Los dioses nos hicieron así de apasionados, así de dependientes, tanto a hombres como a mujeres. No hay remedio para eso. Oh… —resopló poniéndose la mano en la frente—, no quiero imaginarme el dolor que debe estar padeciendo el pobre.

—¿Dolor? —gruñó poniéndose tensa—. Doloroso es ver que un día te despiertas después de que te hayan golpeado y medio violado, y descubres que ya no eres humana. Doloroso es darte cuenta de que tu familia no era tu familia en realidad y que, de repente, te ves privada de tu independencia, de tu libertad como persona, porque hay un hombre que tiene tanto poder sobre ti que casi no puedes ni respirar si él no está cerca —los ojos se le llenaron de lágrimas—. Doloroso es descubrir que ese hombre no te entiende y… y que además te desprecia y se ríe de ti, te ningunea justo después de haber hecho el amor —se giró para que sus amigos no la vieran llorar—. Y que encima no te cuenta todo lo que sabe y que puede ocultar información mental importante para mí y además lo hace a propósito —temblaba de la ira.

Daanna se enterneció por ella y la abrazó.

—¿Eso ha hecho mi hermano? —susurró sobre su cabeza. Aileen asintió mientras se tragaba las lágrimas—. Qué bruto es… está asustado, Aileen. No se lo tengas en cuenta.

—Yo… le dije que quería averiguar si él era mi verdadera pareja.

Daanna se estremeció. La mayor humillación a la que se podía someter a un guerrero vanirio era al rechazo abierto de su cáraid. Caleb era muy orgulloso y ardía en deseos de Aileen. Ella sabía perfectamente lo mal que lo estaba pasando su hermano. Dejando atrás recuerdos hirientes, se concentró en tranquilizar a la joven cachorra que tenía en brazos.

—Y entonces, me encontré deseándolo nuevamente, con más fuerza que antes… y caí en la cuenta de que a lo mejor tenía miedo de la fuerte energía que sentía entre nosotros y que podía estar confundida y decidí entregarme a él de nuevo, le insinué que sólo estaba confundida… y él… entonces él… él me dijo que a lo mejor yo tenía razón. A lo mejor yo no era su cáraid porque no era suficiente mujer… Y me acusó de…

—¿De qué?

—Me acusó de… Da igual —exhaló frustrada—, es una palabra asquerosa.

—Sí, mejor no me la digas —Daanna podía imaginarse lo que Caleb le había dicho. Cuando su hermano se sentía maltratado podía ser muy hiriente—. Aileen… —la apartó para limpiarle la cara. Su hermano no tenía tacto.

—No, Daanna, tú no lo entiendes —le apartó las manos—. Estoy harta de llorar. Harta. Llevo diecisiete años de mi vida, herida y triste porque aquel que creía mi padre no me quería. Viviendo bajo su supervisión, sin poderme mover con libertad porque él me seguía a todas partes, como una lapa. Mucho tiempo sintiéndome culpable por la muerte de una madre que no existió. Me han engañado y no recordaba ni quién era, hasta hace unos días. Y justo cuando empiezo a aceptar que soy diferente, Caleb me requiere de una manera igualmente posesiva, o más. ¿Cómo no voy a estar aterrada? —abrió los brazos—. Últimamente, me vienen imágenes de mis padres, de cómo eran conmigo… —señaló pellizcándose el puente de la nariz.

—¿Te vienen imágenes de Thor?

—Sí. Y recuerdo, vuelvo a sentir —especificó—, lo mucho que los quería. De repente, mi mente y mi cuerpo están volviendo a esos sentimientos que han sido aletargados tantos años. Siento el amor de ellos dentro del pecho, como si fuera ayer —susurró—, y cada vez que cierro los ojos y me concentro los vuelvo a ver con claridad. Para mi corazón, para mi mente, es como si todavía estuvieran aquí. Pero no están —maldijo entre dientes—. Los arrancaron de mi vida. Y el único que sabe lo que hicieron con ellos es Caleb —se encogió de hombros. Estaba abatida y muy dolida con él—. Y me ha privado esa información, Daanna. Yo me he abierto a él, sin reservas, y él se permite el lujo de ocultarme cosas.

—Pero Aileen…

—No —la detuvo alzando la mano—. Quiero aprender a protegerme de él. Si él puede hacerlo conmigo, yo también quiero poder hacerlo con él. Quiero dejar de quejarme y para ello necesito el control de mis poderes.

—Me estás pidiendo que os destroce, Aileen. Sois pareja. Es muy doloroso no abrirse el uno al otro ¿sabes? No lo puedes comprender, todavía eres muy joven, como una bebé, como una cachorra. Si él te ha marcado y tú le has correspondido, os vais a necesitar tanto el uno al otro que si no os tenéis, enloqueceréis. No me pidas que te ayude a haceros daño, por favor. No me lo pidas —le rogó.

—Me dijiste que serías mi amiga —le dijo seria. Daanna asintió avergonzada—. Esto es lo que hacen las amigas entre ellas. Y te pido que me ayudes a recuperar las riendas de mi vida, a ser fuerte y no doblegarme ante nada ni nadie. Eres una mujer. Entre mujeres tenemos que apoyarnos.

Daanna apartó la mirada. Ella no tenía amigas, amigas verdaderas. Su hermano, junto con Menw y Cahal, la tenían tan vigilada y era tan preciada entre los machos del clan que la habían privado de muchas cosas, como por ejemplo, de dedicarse a las amistades.

Dentro de su clan, Daanna era una vaniria respetada y adorada por todos. Sobre ella, caía una antigua profecía que la nombraba como la esperanza ante el día de la puerta. El día que se abriera la puerta dimensional que conectaría los mundos, ella sería el escudo que no permitiría que el mal entrara. Era la ungida. Desde entonces, era protegida allá donde iba. Nadie sabía a ciencia cierta cuándo iba a llegar ese día. Sólo importaba que ella estuviera a salvo.

Sentía afinidad con Aileen. Afinidad con la situación que le había tocado vivir y afinidad con la que le estaba tocando en ese momento. Daanna sabía perfectamente cuál era el dolor de la cáraid. Tragó saliva y se alejó de los recuerdos y de las heridas que todavía supuraban abiertas.

Aileen la miraba con sus increíbles ojos llenos de esperanza y algo se removió en su interior, algo parecido a la lealtad. Suspiró y al final cedió a esos ojos lilas suplicantes.

—Está bien.

Aileen sonrió abiertamente y la abrazó con fuerza.

—Gracias —susurró.

—No es tan difícil como crees —le dijo—. Sólo te hace falta desearlo. Antes te dije que la mente obedece a unos patrones. Imagínate una pared de hormigón. Cuanto más duro sea el material, más difícil será que entren en ti. Es así de fácil.

—¿Y así debo actuar con todo? ¿Ya está? —preguntó incrédula.

—Sí —contestó Daanna—. Cuando quieras mover cosas, visualiza ese objeto ya en movimiento y dirigiéndose a donde tú lo quieres llevar. ¿Quieres hablar con los animales? Visualízate a ti misma como uno de ellos y háblales. Corre y salta como desees. Llegarás tan alto como necesites y tan rápido como imagines. No es tan difícil porque está en nuestro código genético, son nuestros dones. Los vanirios que instruyen a los pequeños tienen que enseñarles todo tipo de códigos morales para que no abusen de sus poderes y no se vayan al otro lado. Sin embargo, tú no necesitas esas directrices.

—¿Pueden los humanos como Gabriel y Ruth tener dones mentales, como vosotros? —preguntó Aileen con curiosidad.

—Sí, claro que sí. Sólo que ellos tienen que esforzarse mucho más, prepararse con fuerza y creer que se puede hacer. El problema con los humanos es que son miles y miles de años de haberos hecho creer que no podéis desarrollar vuestro potencial mental. Sois sencillos, llanos como una tabla. Han moldeado vuestra mente, vuestro cerebro, la capacidad de cambiar su físico, su código genético, de moldearse a sí mismo y hacerse un arma potente. Pero os han enseñado a no creer.

Aileen asintió pensativa. Cuando era humana no creía posible nada de lo que vivía en ese momento y sin embargo… ahí estaba. ¿Cuánto de lo que le habían enseñado era cierto? La sociedad, la religión, la educación… no mencionaban nada sobre el potencial psíquico del ser humano. Como pedagoga que era, debía pensar en ello.

¿Así que era así de fácil? Caleb iba a saber lo que es bueno y ella le iba a demostrar unas cuantas cosas, como por ejemplo que sí era dueña de su vida y de sus elecciones.

Si ella podía hacer todo eso, también podría atreverse a hacer otras cosas, como ir a buscar a Samael durante el día. Ella era una buena rastreadora, lo sabía. Su padre Thor lo era. Llevaba su sangre. Y si Samael había podido encontrar a Thor porque eran hermanos, ella podría encontrar a Samael porque, aunque le repugnaba la razón, él era su tío.

Algo atravesó su mente en ese momento. Algo peligroso que encogió su estómago y aceleró su corazón.

—Aileen, corre…

Un grito desgarrado de dolor cruzó la estancia. Era la voz de Noah.

—¿Qué ha sido eso? —preguntó Gabriel cogiendo a Ruth de la mano y corriendo hacia ellas.

—Daanna —advirtió Aileen con todos sus sentidos en alerta—, son lobeznos y están en el jardín —se acercó a la ventana y miró el espectáculo.

Noah y Adam permanecían inconscientes en el suelo mientras unos lobeznos enormes los pateaban.

El cristal de la ventana reventó, y Aileen con unos reflejos sobrehumanos se abalanzó sobre Daanna y la cubrió de los rayos del sol.

—Maldición… —gritó Daanna—. No dejes que me alcance el sol, Aileen.

—No te muevas —la abrazó fuertemente—. Gabriel, corre. Tráeme la sábana negra para taparla. ¿Cómo saben que estamos aquí?

—No tengo ni idea —contestó Daanna hundiendo la cara en el hombro de Aileen—. No dejes que me toque el sol, por favor. No puedo utilizar mis poderes si hay sol directo cerca.

—Tranquila —susurró Aileen. Miró al cielo. Nunca había visto un día tan despejado—. Mierda.

—¿Qué hacemos? —preguntó Ruth histérica.

Los lobeznos estaban derribando la puerta de la entrada, y algunos escalaban por la pared dando saltos imposibles y subiendo casi como roedores. Se dirigían hacia donde ellos estaban.

—¿Cuántos hay? —preguntó Daanna.

—Son siete.

—¿Siete? —gritó Gabriel—. Vamos a morir, joder…

—No… —espetó Aileen—. Vosotros dos cubrid a Daanna. —Gabriel y Ruth taparon a Daanna con la manta, y la cubrieron a la vez con sus cuerpos.

—¿Qué vas a hacer, Aileen?

Aileen miró al primer lobezno que estaba de cuatro patas mirándola a su vez encima de la ventana. Tenía pelo negro en la cara deformada, los ojos rojos y los dientes puntiagudos y amarillos. Ella echó mano a la daga de su padre y se colocó en posición de defensa.

Pensó en Caleb. Con el sentido de la responsabilidad y del deber que él tenía tan arraigado, si le pasaba algo a su hermana, él no lo superaría. Se echaría la culpa de todo y eso ella no lo permitiría. Caleb llevaba sufriendo más de dos mil años por algo en lo que él no tuvo nada que ver, por algo que él no pudo controlar. No quería que Caleb sufriera de nuevo, porque su sufrimiento a ella le dolía. Le dolía porque le importaba. Le dolía porque lo… quería.

¿Qué estás diciendo? Se reprendió. Apenas lo conoces. Sólo hace seis días que él está en tu vida.

Sí, pero vaya días. Se acordó de un pasaje del diario de su madre Jade.

Me enamoré de él desde el primer momento en que lo vi. Fue instantáneo y, aunque fueron sólo unos segundos que nuestros ojos cruzaron las miradas, supe que él era para mí. Ahora, con mi hija en brazos, reconozco que hubo momentos muy difíciles entre Thor y yo, pero lo que sentí en esos primeros segundos jamás me engañó. El amor no entiende de tiempo. Cuando llega, llega, y no importa que conozcas a esa persona desde hace cinco años o de sólo un simple cruce de miradas. Porque el amor es algo tan poderoso que escapa al control del tiempo, simplemente porque es algo que no se puede medir con nada.

—Voy a pelear —contestó finalmente enfocando los ojos de nuevo.

—Aileen, cuidado —gritó Ruth.

El lobezno saltó encima de Aileen, dispuesto a golpearla, pero ella con un movimiento grácil, se apartó y a su vez, cuando este pasó por delante dándole la espalda, apretó con fuerza el mando del puñal y se lo clavó en la nuca, retorciéndolo luego para cortar la carótida.

El lobezno cayó de rodillas y murió desangrado.

Aileen miró la hoja de la daga, llena de sangre. Ella lo había matado. Malo o bueno, había quitado una vida.

Dos lobeznos más aparecieron por la ventana y miraron el cuerpo sin vida de su compañero.

—La muy puta lo ha matado —dijo el más feo de los dos. Ciertamente todos los lobeznos tenían la desgracia de no sólo ser malos, sino, además de malos, feos y hediondos.

—¿Esta es la híbrida? Vaya, vaya… Así que está aquí —dijo el más corpulento, pasándose la lengua por los dientes amarillos y desiguales—. Entonces matemos dos pájaros de un tiro. Nos las llevaremos a las dos.

¿A las dos? Aileen apretó con más fuerza la daga de Thor. En ese momento recordó a su padre, por la noche, practicando con la daga. Su cuerpo musculoso y moreno, haciendo sus ejercicios, moviéndose como una pantera. Unos pasos hacia delante, una voltereta por los aires. Toques secos.

—Siempre toques secos y concisos, cielo —decía su padre mientras ella lo miraba ensimismada—. Recuerda, puntos vitales. Atraviésalos por ahí. El entrecejo, el cuello, las axilas, las ingles, los tobillos y el plexo solar. Clava el puñal en uno de esos lugares. Los engendros de Loki, al menos los lobeznos, mueren si sabes dónde hay que lastimarlos. No son tan fuertes como nosotros.

—Hay que acercarse mucho, para eso, Athair —había dicho ella echándole los brazos para que la cogiera.

—Tú puedes. Eres tan rápida como yo, o más —le besó la mejilla y le sonrió—, porque tu madre corre como una loba.

Aileen volvió de su recuerdo, con los ojos brillantes de la emoción.

Los lobeznos la rodearon. Uno de ellos se le echó encima por la espalda, pero ella se agachó y le hizo la cama, haciendo que cayera de espaldas. Con una velocidad inusitada y difícil de percibir incluso para el lobezno, Aileen clavó su puñal en el plexo del monstruo y este murió casi al instante.

El otro lobezno le dio una patada en la cara y Aileen cayó de espaldas. Se le desenfocó la visión y un dolor criminal le atravesó la mejilla y el labio. Saboreó el gusto a hierro de su propia sangre.

El lobezno se sentó a horcajadas sobre ella, y cogió el puñal de Thor.

—¿Así que te gusta jugar duro, eh? —murmuró alzando el puñal para clavárselo.

Aileen apartó la cabeza a tiempo y el puñal se clavó en el suelo a un lado de su cara. Entonces cogió las muñecas del lobezno, alzó las piernas hasta pasarle las rodillas por el cuello y lo impulsó hacia atrás, inmovilizándolo. Cogió el puñal y se lo clavó en los testículos, haciendo que el lobezno se desangrara y gritara como un animal. No era uno de los puntos que su padre había dicho, sin embargo, ella sabía que era uno muy importante.

Cuatro lobeznos más entraron.

El primero miró la sangre del suelo, y se dio cuenta apesadumbrado de que toda era de los suyos.

Ruth y Gabriel no querían ver más. Se abrazaron mientras cubrían a Daanna y se echaban a llorar. Iban a morir.

Aileen sintió que las manos le ardían, le picaban. Hubo una presión fuerte en su entrecejo y de pronto supo lo que tenía que hacer.

Observó el puñal que todavía estaba clavado en la entrepierna del lobezno y con una orden mental lo mandó volar al entrecejo del cuarto lobezno que quedó fulminado en el acto. Corrió hacia él y al mismo tiempo que saltaba para darle una patada en la cara al quinto arrancaba el puñal del cráneo del cuarto y lo lanzaba al corazón del sexto, haciéndolo retorcerse para causar más dolor. Uno de ellos, el quinto, al que le había partido la nariz y sangraba como un descosido, la inmovilizó por la espalda y la mordió en el hombro, desgarrando toda su carne y provocándole una herida profunda.

Aileen gritó de dolor con todas sus fuerzas.

—Eres sabrosa —murmuró mientras le laceraba la piel con los dientes.

Gruñendo de rabia e impotencia, miró alrededor de la habitación y observó los cristales de la ventana que yacían en el suelo.

Al momento, dos cristales afilados y acabados en puntas desiguales, salieron volando y se clavaron en las sienes del lobezno que la había mordido, matándolo en el acto.

—¿Qué está ocurriendo? —gritaba Daanna nerviosa y aterrada a la vez.

Ruth y Gabriel no tenían palabras para explicar lo que Aileen estaba haciendo. Era increíble.

Respirando pesadamente y limpiándose las lágrimas de dolor de los ojos, Aileen se giró lentamente hasta el séptimo y último lobezno, que la miraba temeroso.

—Me cago en la puta… —escupió intentando infringirse valor a sí mismo—. Eres muy fuerte, zorrita.

Aileen no apartaba los ojos de él. Los cristales del suelo se levantaron y levitaron hasta colocarse detrás de Aileen. Parecía una imagen sacada de Matrix.

El lobezno miró a las tres personas que yacían en el suelo, acurrucadas. Se abalanzó sobre ellos y cogió la manta negra para apartarla del cuerpo de Daanna.

—Quémate viva, puta —gritó esperando destapar a Daanna.

Aileen hizo que todos los cristales cayeran sobre él, descuartizándolo. Ruth y Gabriel cubrieron a Daanna en todo momento, pero la sábana negra los tapó a los tres por una orden mental de Aileen impidiendo que los rayos del sol alcanzaran a la vaniria y la sangre del Lobezno manchara la piel inocente de sus amigos.

Todo había acabado. Sintiéndose débil de repente, caminó tambaleándose hasta sus amigos y cayó de rodillas ante ellos.

Puso una mano, sobre los bultos que ocultaba la sábana negra.

—¿Estáis bien?

—Santo Dios… —suspiró Ruth temblando—. Aileen… increíble… ha sido…

—¿Estás bien, tú? ¿Estás bien? —preguntó Daanna.

Aileen miró a la ventana por donde entraba toda la luz perjudicial para la vaniria.

—Quedaos aquí —les ordenó, levantándose ella también—. Ya no hay nadie. Tenemos que desplazarnos hacia un lugar de la casa donde no dé el sol. Voy a echar un vistazo.

—Llevadme al subterráneo —sugirió Daanna.

—No, Aileen. No te vayas, puede ser peligroso —Gabriel quería salir de debajo de la sábana.

—No levantes la sábana Gabriel —dijo con cautela—. Daanna puede resultar herida. Ahora vengo. Ya no hay nadie.

Sus instintos así se lo decían. Su sexto sentido resultaba ser un radar demasiado perfecto para no fiarse de él.

Salió de la habitación. Toda la casa estaba iluminada por el sol. Los cristales opacos, habían sido rotos, y ya no había nada que impidiera que la luz del día entrara en aquella mansión.

Salió al jardín. Noah y Adam permanecían con los ojos abiertos, los cuerpos boca arriba. Tenían algo clavado en el cuello. Como unos dardos. Sí. Los había visto antes, en la casa de Caleb. Eran inmovilizantes. Pero ellos estaban conscientes.

—¿Aileen? Por Odín… —gruñó Noah al verla—. Te han hecho daño.

—Créeme, yo les he hecho más.

—¿Dónde están todos? —preguntó Adam con esa voz ronca de barítono.

—Los lobeznos, muertos —arrancó los dardos de los cuellos de los berserkers—. Los demás están en la habitación. Daanna no puede salir de allí. Está cubierta por una sábana negra, pero si sigue picando el sol de esta manera, pronto empezará a enfermar por la cercanía del sol. Da de lleno en toda la habitación. Hay que llevarla a otro sitio.

—No podemos movernos —dijo Noah.

—Lo sé —contestó ella apesadumbrada—. Tendría que haberme cogido una de esas bolsas que ha preparado Menw… Voy a llamar a mi abuelo. Le diré que venga y que traiga remedios para vosotros.

Entró en el Hummer, y cogió el iPhone de su bolso.

—Aileen estaba preocupado por ti —dijo As nada más descolgar—. Caleb estaba muy inquieto y no paraba de dar vueltas. Decía que algo no iba bien. Os he estado llamando muchas veces y nadie me cogía el teléfono. Estábamos a punto de coger el coche…

—Abuelo, escúchame —ordenó Aileen con un tono que en otras condiciones jamás se hubiera atrevido a emplear con él—. Nos han atacado.

Aileen pudo percibir como As se quedaba sin aire.

—¿Cómo? Caleb, espera.

—Estamos bien —aclaró Aileen antes de que As se volviera loco—. Noah y Adam han sido alcanzados por uno de esos chismes con veneno inmovilizante. Daanna está cubierta con una sábana negra, han roto todos los cristales de la casa y ahora la voy a llevar al subterráneo. Tenéis que venir a recoger a Noah y a Adam, ellos no se pueden mover y el veneno tardará en desaparecer si no se trata.

—Voy ahora mismo para allá. ¿Tú estás bien, cariño?

—Rápido abuelo. Venían a por alguien y volverán. —Colgó el teléfono.

Al momento sintió como su cabeza quería estallar. Se apretó la cabeza con las manos y cerró los ojos con fuerza.

Un muro. Un muro. Tenía que ser un muro.

Sin embargo, la fuerza no desaparecía. Quería derribar su protección, de un modo agresivo y sin inflexiones. Aileen empezó a temblar. No había ninguna duda. Caleb quería entrar en contacto con ella. Estaba asustado. Aterrorizado, mejor dicho. Pero ella no iba a dejarse amilanar. No, esta vez.

Acababa de hacer desaparecer a siete lobeznos ella sola. Se sentía poderosa, fuerte y… terriblemente dolorida. El hombro le quemaba y el dolor le bajaba por el brazo y le subía hasta el cuello. Sentía el labio partido, palpitando e hinchándose por momentos. Y el pómulo lo sentía abierto. ¿Por qué no cicatrizaba? La sangre. Necesitaba la sangre de Caleb.

Caleb podía hacer que ardiese Troya si le daba la gana, pero no iba a entrar en su cabeza. Nunca más sin su permiso.

—Aguantad un rato más —les dijo agachándose para cogerles las manos—. Voy a por Daanna y los demás. Hay que esconderlos, por si vuelven.

—Y tú, Aileen, tú también tienes que esconderte —le recriminó Adam.

—Sí —replicó agotada—, ahora mismo. Cuando mi abuelo os haya recogido y todos estemos más seguros.

Sin decir nada más, volvió a entrar en la casa. Llegó otra vez hasta ellos y los ayudó a levantarse.

La melodía de un móvil desconocido empezó a sonar. Aileen buscó a tientas entre los cuerpos en estado de putrefacción avanzada de los lobeznos. Metió la mano en un tejano y sacó un Nokia plateado.

Número privado.

Aileen descolgó y una voz se oyó al otro lado.

—Todavía estoy esperando tu llamada, memo. ¿Tienes a la hermana? —Aileen se puso blanca. Corrió hasta donde estaba Gabriel, puso el manos libres y esperó a que volviera a hablar—. ¿Estás ahí, gilipollas?

Aileen asintió con la cabeza e instó a Gabriel a fingir que era el lobezno.

—Sí.

—¿Tienes a la chica?

—Sí.

—Espero que no le hayas hecho mucho daño. El jefe quiere a la híbrida y la hermana será una buena moneda de cambio. Si la entregamos en mal estado…

—Está bien.

—Entonces, te veo esta noche en The Ivy. Tráemela, y acuérdate de drogarla. La vaniria es poderosa y muy importante para el jefe. A las nueve. Y no te retrases.

—Sí.

—Ah… se me olvidaba. Ve decente, recuerda que hay hombres poderosos y de etiqueta. No queremos a pordioseros.

El hombre colgó.

Aileen se guardó el móvil, todavía con las manos temblando por la sensación inequívoca de recordar esa voz. Porque recordaba esa voz. Era Víctor.

—¿Qué ha sido eso? —preguntó Daanna.

—Acabamos de quedar con los capos, para esta noche —contestó Aileen con determinación—. Vamos.

Los tres estaban cubiertos por la misma sábana y se dejaban guiar por las manos de Aileen.

—Cuidado con el escalón… así… otro más… muy bien a la derecha… derecha Ruth no izquierda… ahí…

—No me pises Gabriel —dijo Ruth todavía con la voz temblorosa.

—Mierda, no veo nada —contestó él.

—¿Daanna? —preguntó Aileen—. ¿Estás bien?

—Estaré bien en cuanto me esconda del calor del sol y mi piel deje de sudar. Me estoy deshidratando.

Llegaron a la puerta que conectaba con los pasillos subterráneos.

Aileen tomó la mano de Daanna y la cubrió con la suya para que ni un solo rayo rozara su húmeda y fina piel. Puso la mano en el identificador y la compuerta se abrió.

—Hogar, dulce hogar… —murmuró Daanna.

Una vez dentro, sólo las antorchas iluminaban el pasillo de piedra. Daanna se quitó las sábanas de encima y miró con ojos rojos e inmensos a Aileen.

—Oh Dios, Aileen… —se acercó a ella con lástima y le tomó la barbilla con delicadeza—. ¿Te duele? Aileen, tu hombro está desgarrado… —gritó con sorpresa.

Aileen dirigió sus ojos a la fea herida e hizo una mueca de disgusto.

—Mi hermano tiene que ayudarte.

—No —la cortó con decisión. Ni hablar, se sentía orgullosa de sí misma por lo que había hecho sin ayuda de nadie. Ahora no quería volver a sentirse frágil con el vanirio, que no confiaba en ella, que no se abría a ella, que no la entendía. No estaba dispuesta a hablar con él.

—Aileen… —murmuró Daanna.

—Lo que has hecho allí arriba, tú sola… —reconoció Gabriel ensimismado—. Ha sido… bueno… fue… no tengo palabras. Eras Lara Croft poseída por la niña de «El Exorcista». Eras un dibujo manga en acción.

En el exterior resonó un sonido de coches aparcando.

—Mi abuelo ya está aquí —les dijo ligeramente abatida—. Quedaos aquí.

Al salir al jardín, se encontró a As administrando una inyección a Adam y a Noah. Al ver a Aileen se levantó de golpe.

—¿Pero… qué te han hecho? —la cogió del hombro bueno y la abrazó con fuerza.

—Me pondré bien —dijo ella contra su pecho.

Aileen le explicó todo lo que había pasado. A As se le puso la piel de gallina al escuchar los sucesos. A lo mejor Caleb tenía razón con eso de encerrarla y vigilarla hasta que toda esa pesadilla pasara.

—Aileen, llevas sangre guerrera en las venas. Eres muy fuerte. ¿Esto quiere decir que ya estás aprendiendo a desarrollar tus habilidades?

—Estoy en ello —se apartó de su abrazo—, aunque ninguno de vosotros me haya querido asesorar —añadió resentida—. Lo he tenido que hacer sola.

—Temo por ti. No quiero verte metida en batallas de ningún tipo.

—¿Y no crees que es inevitable, abuelo? ¿No crees que sería mejor que yo supiera manejar mis dones al cien por cien y estar preparada para días como los de hoy?

—Aileen… —volvió a abrazarla—. Lo hemos hecho mal. Caleb y yo acordamos que sería mejor tenerte protegida. Nada de luchas, nada de golpes. Las mujeres berserkers y vanirias son cuidadas y adoradas. No están hechas para pelear.

—Y una mierda, abuelo… Ya has visto que sí. Tenéis una mentalidad retrógrada y machista.

—No me hables en ese tono, jovencita.

—No me digas lo que tengo que hacer…

Estaba muy alterada. La adrenalina todavía recorría su sangre y las manos aún le hormigueaban.

—Es precisamente esa actitud la que hace que el número de berserkers y vanirios disminuya —le dijo ella—. Si hubieseis preparado a las mujeres del mismo modo que a los hombres, nada de esto habría pasado. Somos hábiles, ágiles y letales. Puede que no sepamos golpear tan duro como vosotros, pero somos poderosas. Y no nos amilanamos. La mitad de vosotros sois mujeres, si contarais más con nuestra ayuda serías el doble de fuertes. Os podríamos echar una mano.

—Tú eres diferente. Tú eres de verdad poderosa, Aileen. Casi no tienes debilidades. Has adquirido la fuerza y los dones de un vanirio y los instintos y la velocidad de un berserker. Sin embargo, no has heredado ninguno de los inconvenientes de ser de una u otra especie, pero eso no quiere decir que las demás sean como tú. Has tenido que proteger a Daanna de la luz del sol, ya lo has visto, ella tiene una gran debilidad. Y te aseguro que si en vez de ser una híbrida hubieses sido una berserker de pura cepa, puede que no estuvieras viva ahora mismo, porque nuestras hembras son fuertes pero no para acabar con siete lobeznos a la vez, y tú hoy lo has hecho.

—De todos modos, creo que debéis prepararlas. Hay algo que no va bien en vuestras comunidades, abuelo, y me gustaría poder ayudaros. Y yo sí que tengo debilidades —aclaró.

Un hombre alto, moreno y con los ojos más verdes del mundo. Un hombre que acababa de llegar con su Porsche Cayenne.

Aileen tragó saliva. Aunque los cristales eran oscuros sabía perfectamente que la estaba mirando fijamente. Sus ojos lilas brillaban furiosos. Estaba tan enfadada con él que la misma furia hacía que tuviese ganas de llorar.

Caleb la observaba con el cuerpo temblando de ira. Iba a matarlos a todos. Habían hecho daño a su cáraid y eso no lo podía perdonar. Apretó la mandíbula al ver que le habían partido el labio, tenía un corte en el pómulo y el hombro abierto y destrozado por una mordedura.

Sí. Los iba a matar a todos.

—Ve a hablar con él —le sugirió As—. No he visto a un hombre más preocupado en mi vida.

Algo se removió en su interior al oír esas palabras y deseó que fuera verdad que a él le importara, pero lejos de pensar románticamente lo hizo de un modo práctico.

—Soy su comida —contestó con frialdad—. ¿Cómo no iba a estar nervioso?

Caleb se crispó al oír esas palabras. Él podía oírla. ¿Acaso lo olvidaba? ¿O era consciente de ello y por eso hablaba de ese modo? Cogió su iPhone y la llamó.

Aileen cogió el teléfono sin apartar la mirada del puesto de piloto del coche.

—Entra en el coche —ordenó Caleb bruscamente.

—¿Qué pasa, Caleb? —contestó con sorna—. ¿No puedes hablar conmigo telepáticamente?

—Tú no me dejas —gruñó—. ¿Quién te ha enseñado a protegerte? Entra en el coche, Aileen.

—No. Y no me hables así —sintió que las lágrimas se acumulaban hasta hacerle un nudo en la garganta. ¿Es que no pensaba reconocerle lo que había hecho por su hermana? ¿No pensaba decirle que estaba preocupado por ella? ¿No iba a disculparse por lo que le había dicho en la habitación? ¿Ni por no hacerle partícipe de los vídeos que había descubierto de sus padres?

—No hagas que me enfurezca, Aileen.

—No me das miedo.

—Deberías temerme. Estoy muy cabreado contigo.

—Pues si esperas oír que lo siento, te van a dar las doce. ¿Tiene Menw la dosis preparada? —preguntó consciente de la frialdad de sus palabras—. Empiezo a tener hambre.

—No.

—¿No? —se obligó a mantener el tono de falso control de la situación. De verdad que tenía hambre, pero sólo de él, y no sólo de su sangre sino también de su cuerpo y de algo más difícil de reconocer. Su… corazón.

—Si tienes hambre ya sabes lo que tienes que hacer, pequeña —le dijo dulcemente.

—¿Morder algún cuello? —alzó las cejas, consciente de herirlo en su orgullo.

—Aileen, deja de mosquearme y ven aquí —gritó furioso al imaginarse a Aileen bebiendo de otro hombre—. Estás herida y me necesitas.

—No te necesito. No me da la gana. Sal tú. —La línea se quedó silenciosa.

—¿Qué te pasa Caleb? ¿No puedes salir? —sonrió con malicia sintiéndose fuerte para continuar—. Hoy hace demasiado sol ¿verdad? Puede que yo no sea tu cáraid, pero un monstruo como tú no puede ser el mío. Mi pareja —repitió con el mismo tono hiriente que había utilizado él en la habitación— no puede privarme de la luz del sol y lamentablemente, Caleb, es una de las cosas que tú me quieres quitar sin dar nada a cambio. Sólo quitas, nunca das. Exiges, nunca pides. Ni siquiera hoy me has podido proteger… No puedes ser mi pareja, no puedo necesitar a alguien como tú.

De repente sintió frío en el corazón. No estaba orgullosa de hablar así, nunca lo estaría, pero se sentía tan enfurecida con él, tan necesitada de hacerle daño como él se lo había hecho a ella, que no lo pudo evitar. ¿Se habría sentido mal Caleb al decirle esas horribles cosas después de hacer el amor? Ella sí que se sentía mal por decirle todo aquello.

As se movió violento al presenciar esa conversación. Su nieta tenía el mismo carácter orgulloso que había tenido su hija Jade. A algunos hombres eso les parecía muy sexy, sin embargo, él no desearía jamás estar en la situación de Caleb. Habiendo visto la preocupación en los ojos del orgulloso vanirio, juraría que él estaba más enamorado de su nieta de lo que deseaba estarlo de nadie.

Caleb estaba pálido en el interior del auto y agradeció que los cristales estuvieran ahumados.

Con un juramento entre dientes, encendió el motor y dio marcha atrás.

—Hasta esta noche —se despidió con dureza.

Aileen miró como el coche se alejaba y a la vez se le formaba un nudo en la garganta. Quería ir tras él y decirle que se quedara. Quería ir tras él y pegarle y echarlo a los lobos. Era todo un mundo de contrariedades y sentimientos turbulentos hacia el vanirio, pero lo peor de todo, lo que más rabia le daba, era que se daba cuenta de que sentía cosas por él y que eso la ponía en inferioridad de condiciones. Caleb tenía el poder de hacerle daño y eso no lo podía consentir. Antes atacaría ella.

As cogió a Noah y a Adam y los cargó como sacos de patatas.

—¿Qué vas a hacer, cariño? —preguntó As una vez montado a los chicos en el coche.

Ruth y Gabriel salieron al encuentro de Aileen corriendo.

—Daanna ha sido raptada por Menw en el subterráneo —murmuró Ruth entre jadeos—. La ha cogido en brazos y se la ha llevado. Ha sido espectacular, no sé porque Daanna peleaba con él así.

—El pobre estaba aterrado por ella —explicó Gabriel—. Nos ha dicho que nos fuéramos contigo y que descansásemos, que Daanna iría a casa de Caleb.

Aileen asintió con la cabeza y miró a As.

—Me voy a mi casa.

—Entonces, te enviaré una patrulla de berserkers para que vigilen la zona. Yo iré con ellos.

—Gracias, abuelo —le explicó ella—, pero no tienes que cuidar tanto de mí. Ya has visto que me sé valer por mí misma.

—Hoy has ganado tú —contestó él con severidad—. Mañana… nunca se sabe. No te moverás de ahí hasta que esto acabe. En tu casa estarás más segura.

—Esta noche voy a ir a The Ivy, abuelo, contéis conmigo o no. Ya puedes encerrarme donde te dé la gana —lo desafió—. Encontraré el modo de escapar.

—No lo harás Aileen.

—Claro que lo haré. No puedes controlarme, llevo demasiado tiempo encarcelada.

—¿No lo entiendes? Nos preocupamos por ti.

—Soy adulta. Soy una mujer, aunque tú y Caleb os empeñéis en contradecirme. No voy a esconderme de nadie ¿me entiendes? Soy dueña de mi vida y única juez de mis decisiones.

Eso sí que no lo podía negar. Su nieta era una luchadora real. Una guerrera.

—Aileen —la tomó de los hombros—. Esta noche es muy peligrosa. Estarán Víctor y Mikhail allí. ¿Crees que irán acompañados de simples humanos? No. Seguramente lobeznos y nosferátums les acompañen. Habrá una guerra.

—Ya he estado en una.

—Sí, pero esta vez irán a por ti si te ven. Tú misma has dicho que iban a por Daanna para hacer un cambio. Ella por ti. No se imaginaban que tú pudieras estar aquí con ella y mucho menos que fueras inmune a los rayos del sol.

—Ni tan fuerte —dijo orgullosa.

—Sí, ni tan fuerte —sonrió su abuelo—. Pero tenías a tu favor el factor sorpresa, cariño. Si te presentas en el restaurante, irán a por ti. Esta noche somos nosotros los que necesitamos el factor sorpresa. Vamos a interceptar a los dos peones y a descubrir qué pretenden hacer con toda esta caza y captura hacia nosotros y, si deseas saberlo, necesitamos que te mantengas al margen, porque si interfieres nos descentrarás.

Aileen apretó la mandíbula y apartó la mirada en un claro gesto de frustración.

—Os estorbo —concluyó decepcionada.

—No nos estorbas —la tomó de la barbilla y le acarició el hoyuelo tan característico de su familia—. Simplemente eres algo tan valioso y te has hecho tan importante para nosotros en tan poco tiempo que tememos por ti y lo último que deseamos es que te pase algo. No estamos dispuestos a poner tu vida en peligro, porque no queremos perderte. Yo te quiero —confesó con los ojos llenos de cariño y sinceridad—. No quiero que te pase nada ¿entiendes?

Aileen se emocionó y sintió de nuevo ese ya tan familiar en los últimos días, nudo en la garganta.

—Por favor, no confundas nuestra protección con una cárcel —le suplicó.

—No lo hago, abuelo —susurró ella con la voz quebrada—. Pero me siento al margen de todo lo importante, de todo lo vuestro. Desearía que confiarais en mí, que me dejarais participar. Yo necesito vengarme por todo lo que me han hecho… —las lágrimas no le dejaron continuar.

As hizo un gesto de dolor con la boca.

—Aileen, déjanos esta noche —le dijo con decisión—. Y después de hoy, hablaré con Caleb para ponerte en las patrullas y para que vengas con nosotros.

Aileen se enfureció al darse cuenta de que incluso su abuelo As había cedido parte de su potestad a Caleb. Como si todos ya admitieran que ella era del vanirio y que nadie más que él decidía sobre ella.

—¿Por qué tienes que preguntarle nada a él? —gruñó ella secándose las lágrimas de un manotazo…

—Porque es tu pareja —contestó su abuelo cortante—. Y porque estamos poniendo paz entre los clanes después de una guerra que ha durado más de dos mil años. No ayudaría a conseguir esa paz que un berserker y un vanirio se pelearan sobre la custodia de una híbrida.

—Pero yo soy tu nieta… —gritó herida.

—Y también eres su mujer, desde el mismo momento en que te marcó —la tomó de la cara con cariño—. Puede que las cosas sean difíciles entre vosotros ahora. Tú lo rechazaste y él está herido.

—Y luego él me rechazó a mí de un modo cruel. ¿Eso no te lo ha dicho?

—Es una riña de enamorados —sonrió quitándole leña al asunto.

—¿Enamorados? Él no está enamorado de mí… —dijo nerviosa—. Sólo es un dependiente, porque yo soy su menú diario.

—Dudo mucho que una carta de menú ilumine los ojos de un vanirio, especialmente de este tan taciturno, cómo lo haces tú. Incluso estando peleados Caleb se iluminaba cuando te miraba y se erguía orgulloso en la silla. Dudo mucho que una carta de menú pueda preocupar tanto a un hombre como a Caleb. Tendrías que haberlo visto en cuanto le di la noticia de que te habían atacado. Se puso pálido y hervía de furia, más de lo que lo hace habitualmente. Antes de que nos diéramos cuenta, ya había cogido el coche para ir a buscarte.

Aileen se imaginó a Caleb actuando de ese modo tan impulsivo por ella.

—Ponte en sus manos —sugirió As—. Él cuidará de ti como nadie, estoy seguro. Y vuelve a compartir tu mente con él, Aileen. Él habría venido volando, si le hubieses dicho qué te estaba pasando. Piensa en tu seguridad.

No podía. ¿Ponerse en sus manos? ¿Más aún? No. No si Caleb lo tomaba todo de ella y él no le daba nada.

Asombrada y asustada a la vez por esa revelación, entendió que necesitaba que Caleb también se pusiera en sus manos. Que la quisiera con toda su alma y le entregara su corazón. Necesitaba que él la amara.

Se cubrió la cara con las manos y negó con la cabeza, incrédula al darse cuenta de que si ella exigía eso de él era porque estaba dispuesta a darle a él lo mismo. Porque estaba enamorada de él. No podía ser.

—Me siento enferma… —dijo ella.

—¿Te sientes mal? —preguntó As preocupado.

—Sólo necesito estar en mi casa.