CAPÍTULO 17

Un cuerpo inmenso y duro le daba calor en la espalda. Su cabeza estaba apoyada en el brazo musculoso de Caleb, su pelo desparramado por la almohada. El vanirio le acarició la nuca con la nariz. Ella intentó mover las piernas pero él las tenía inmovilizadas con una de las suyas, mucho más grandes y velludas. Estaban encajados como dos cucharas, perfectamente amoldados.

Aileen sonrió. Caleb era una caja de sorpresas. Sintió un dedo de Caleb siguiendo su columna vertebral de arriba abajo. Toda la piel se le erizó. El contacto más nimio del vanirio, la despertaba y la hacía hervir como un volcán a punto de estallar. Qué locura.

—¿Te encuentras bien? —susurró Caleb en su oreja.

—Estoy… bien —sorprendida por la respuesta, dio gracias porque Caleb no viera lo sonrojada que estaba.

—¿Te he hecho daño? —su voz sonaba preocupada. Para Aileen era su segunda vez, todavía era nueva en eso.

—No, no me has hecho daño… —contestó dándose cuenta de lo importante que era para él no volverla a hacer daño ni a intimidarla en la cama— esta vez.

Caleb la abrazó y apretó su pecho y todo lo que sobresalía de su cuerpo contra la espalda y las nalgas de Aileen. Tenía miedo de que Aileen no aceptara todo lo que había visto en él.

—¿Qué ha pasado ahí dentro? ¿En qué me he convertido? —exclamó ella con incredulidad—. Te he mordido.

—Mmm… sí y me ha encantado —cogió con los dientes el lóbulo de su oreja—. Así hacemos el amor los vanirios. ¿Y a ti? ¿Te ha gustado?

Aileen enmudeció y se pensó la respuesta.

—Sí —apretó la cara contra la almohada. Sentía vergüenza—. ¿Cómo puede gustarme beber sangre?

—Beber sangre es generalizar —la corrigió él sonriendo—. A ti te gusta sólo mi sangre, que te quede claro preciosa. Igual que a mí sólo me gusta la tuya. Tu sangre es muy poderosa —reconoció pasándole la lengua dulcemente por la oreja—. Nunca me había sentido tan bien.

—La tuya es… buena. Buena no, deliciosa.

—Gracias —le dio un beso húmedo en la nuca.

—¿Y si bebo tu sangre… ya no tendré hambre hasta…?

—Bebemos una vez al día el uno del otro y gracias a eso podemos disfrutar de la buena comida. Ahora puedes alimentarte de cualquier cosa y sentir como la comida te sacia, porque mi sangre te ha saciado por hoy. Iremos a restaurantes preciosos y únicos en el mundo, mi pequeña Aileen. Disfrutaremos juntos de tantas cosas… —la abrazó con más fuerza, demostrándole la alegría de haberla encontrado por fin y de ser aceptado.

Pensando en sus palabras, Aileen recordó como la había llenado en todos los sentidos. Su sangre era un manjar y su manera de hacer el amor… estaba sorprendida de que todavía siguieran vivos.

Entonces almacenó todas las imágenes de la vida de Caleb. Habían pasado ante sus ojos como una película mientras se alimentaba de él.

—Ahora yo también lo sé todo de ti —susurró ella.

Hubo un largo y prolongado silencio.

—Te he visto pelear contra romanos, Caleb. Contra vikingos…

—Germanos —le dijo él con un tono duro.

—Sí… —se giró hacia él sin salir del círculo de sus brazos—. Fuisteis de los pocos que aguantasteis el asedio del antiguo imperio romano.

Asintió con la cabeza. Caleb la miraba con atención, intentando averiguar si había rechazo en su mirada. Tomó un muslo de Aileen y lo colocó por encima de su cadera.

—No, espera —se quejó ella—. Quiero…

—Tranquila —le dijo él acariciándole la pierna—. Me gusta sentir el peso de tu cuerpo. No te haré nada… por ahora —un brillo travieso iluminó su mirada—. Pero no soy una momia, te lo advierto.

—Tienes dos mil años —lo pinchó ella sonriendo—. Ahora estate quietecito ¿vale? Quiero que hablemos de lo que he visto y no puedo pensar si tu…

—¿Si te toco? —dijo él alzando las cejas y sonriendo pícaramente.

Aileen se sorprendió admirando la sonrisa genuina y traviesa de Caleb. Se estaba deshaciendo por él. Obligándose a centrar sus pensamientos, prosiguió con sus visiones.

—Céntrate, quiero hablar de lo que he visto —musitó ella mirándole la barbilla—. Tú y mi padre liderasteis al pueblo celta en sus guerras —se le humedecieron los ojos—. Lo querías mucho.

—Sí —asintió él con sus ojos verdes abiertos y solemnes—. Ya te dije que era como un hermano para mí —le puso un mechón de pelo detrás de la oreja.

—Era muy guapo ¿verdad?

—Supongo —hizo una mueca y luego sonrió divertido—. Sólo hay que verte.

—He visto muchísimas cosas, Caleb —lo miró con ternura—. He visto a un grupo de niños intentando sobrevivir en los bosques después de que los romanos y los germanos os lo arrebataran casi todo.

—Se llevaron a nuestras madres, mataron a nuestros padres delante de nuestras narices. A nosotros, pensaban reclutarnos para los próximos ejércitos y lo que debía de ser el nuevo ejército centurión, pero… nos escapamos. Nunca lo podrían haber conseguido si algunos de los perros sarnosos de nuestra aldea no nos hubiesen traicionado.

—Luego huisteis a los bosques, os ocultasteis y os preparasteis para enfrentaros a ellos. Pero sólo erais niños.

—Sí, ellos pensaban que nos mantendríamos dóciles hasta que llegaran a por nosotros. Éramos más de veinte niños en nuestro poblado. Pero no nos conocían, no se les ocurrió que los niños celtas tenían la misma sangre guerrera en las venas que los hombres contra los que habían luchado. Hombres valientes que protegían sus tierras y sus familias con su propia vida.

—Tú y mi padre fuisteis los líderes de esos niños, los instruisteis y los preparasteis para las grandes batallas.

—Sí —confirmó con melancolía mientras acariciaba la espalda de Aileen.

—Siento lo de tu madre —apretó los labios—. Ese hombre…

—Se la llevó. Era uno de los mejores amigos de mi padre, se llamaba Gall. Los keltoi no éramos fáciles de derrotar, así que algunos centuriones romanos intentaron comprar en nombre del César a miembros de nuestro clan. Gall nos vendió. En todos sitios siempre hay alguien que cede al miedo y al poder ¿sabes? Él mató a mi padre y se llevó a mi madre. Era tan buena y tan hermosa… —se aclaró la garganta—. Tus abuelos también murieron ese día. Los romanos arrasaron con todo ¿sabes? —apoyó la barbilla sobre su cabeza—. Thor era el mayor de todos los niños que dejaron en la aldea. Tenía cinco años más que yo —le explicó apretándola más contra él—. Era un guerrero increíble, el más poderoso de todos los que yo he visto. Él nos enseñó a luchar y a defendernos. Samael también luchaba bien pero donde Thor era frío y calculador, Samael se dejaba llevar por el odio y la ira y a veces por su inconsciencia nos encontramos en más de un apuro. Cuando llegó el momento arrasamos con uno de los campamentos romanos asentados en el centro de Britannia. Fuimos uno por uno hasta dar con la zona donde estaba Gall. Lo maté con mis propias manos, a él y al resto de centuriones y traidores que disfrutaban de la protección del Emperador.

—¿Y qué pasó con tu madre?

—Gall la vendió como esclava por un puñado de monedas —dijo asqueado—. Duró con ella un mes, hasta que se cansó. Ni Daanna ni yo volvimos a saber de ella. Tampoco Menw, Cahal y el resto supieron de las suyas. Nos dejaron huérfanos, pero el tiro les salió por la culata.

—Erais niños, Caleb —alzó la barbilla para mirarle a los ojos. Tenía la mirada perdida y el rostro lleno de determinación—. No debisteis vivir nada de eso.

—Éramos fuertes, altos y expertos en el arte de la guerra y de la magia —volvió a enfocar su mirada en ella y le acarició la barbilla hundiendo el dedo índice en el pequeño hoyuelo de Aileen—. Muchos de nosotros tenemos sangre druida en nuestras venas. No nos hizo falta nada más que la rabia y el orgullo keltoi para dar con todos y matarlos. Luego fuimos invencibles, y nos encargamos de que los romanos salieran de nuestras tierras. Vencieron al rey Cassivellaunus, es cierto, pero nunca pudieron llegar a dominarnos. Nosotros fuimos los culpables —su voz se manchó de orgullo—. Britannia nunca fue de Roma.

—No dicen eso los textos históricos —musitó ella sin querer ofenderlo.

—Cuando los vanir nos convirtieron, nos prohibieron participar en guerras entre humanos —hizo una mueca—. Nosotros sólo debíamos equilibrar la balanza en caso de que algún lobezno o nosferátum abusara de su poder contra los débiles. No pudimos evitar que Roma finalmente obligara a los keltoi a pagar tributo y jurar fidelidad. No nos dejaron luchar al lado de los nuestros, de ser así hoy pondría otra cosa en los libros de historia.

—¿Cuántos fuisteis transformados, exactamente?

—Éramos veinte, pero luego se nos unieron trece miembros más que recogimos por el camino, procedentes de otros clanes.

—Treinta y tres entonces.

—Ajá.

—¿Seguís todos juntos?

—No. Muchos se dispersaron por otras partes del mundo y hemos perdido el contacto. No permanecimos unidos. Sin embargo, somos más de treinta y tres —la miró a los ojos—. Algunos empezaron a tener relaciones…

—Ya, claro, como los berserkers. Os relacionasteis con hombres y mujeres humanas y… tachan… nacieron mini-vanirios por todo el mundo.

—Hay muy pocos niños en nuestro clan, al menos aquí en la Black Country. La verdad es que Beatha y Gwyn tenían dos pequeños, pero desaparecieron hace diez años. Cuando capturamos a uno de los cazadores, vimos en sus recuerdos lo que les hicieron a los pequeños. No sé si murieron o no. Gwyn no cesa en su búsqueda, desde luego, y Beatha cada día pierde un poco más la esperanza. Luego hay otra pareja más del clan, Iain y Shenna, también originarios. Hace siete años que alumbraron a dos mellizos, niña y niño. Y hay tres niños de más de diez años que forman parte de los vanirios que se hospedan en Segdley.

—¿Sólo cinco en dos mil años?

—Bueno. Luego están los hijos de los híbridos. Al principio, con nuestro don y nuestra necesidad de beber sangre y de encontrar a nuestras parejas cometimos muchos errores.

—¿Habéis transformado a mucha gente?

—Yo nunca, pero sé de otros que no lo han llevado nada bien. Como no establecimos comunicación entre nosotros y nos esparcimos por todo el mundo, yo no sé lo que ha sido de ellos. No sé si hay más niños, no sé si hay más híbridos.

—Y… ¿los hijos de los vanirios de qué se alimentan?

—Maman del pecho de la madre porque de él obtienen proteínas para su crecimiento, pero luego tenemos que lidiar con ellos para que aprendan a soportar el hambre.

—¿Y el alimento humano les sirve para crecer?

—No, pero es como la nicotina para un fumador adicto. Pueden comer, pero gracias a Menw descubrimos que crecen mejor y con menos ansiedad si les damos suplementos ricos en hierro.

—Ah… —agrandó los ojos interesada—. No debe de ser fácil ser un niño vanirio.

—No —la miró de arriba abajo con ojos hambrientos—. No lo es.

Se miraron fijamente, intentando leerse la mente el uno al otro.

—Caleb, no hemos utilizado protección.

—No te preocupes, no tengo ninguna enfermedad. Somos inmunes.

—Ya, me dejas más tranquila aunque ya me lo imaginaba. Pero, podéis tener hijos… Yo me estoy tomando la píldora desde los dieciocho años.

—Chica lista —sonrió él.

Caleb acercó su boca a la de ella y rozó sus labios en un beso que pareció más un aleteo de una mariposa. Al volver a apartarse, notó la mirada llena de fuego de ella. Aileen miró sus labios y luego alzó la vista para estudiar sus facciones. Era puro pecado.

—¿Por qué me miras así? —preguntó él inseguro.

Aileen pasó un dedo por su viril mandíbula y añadió:

—Te responsabilizas de lo que les sucedió a tus padres y a toda la aldea. ¿Por qué? —dijo ella solemne.

Caleb tomó aire incómodo. Ella era su cáraid. Su pareja. Sorprendido y terriblemente confiado como nunca, descubrió que tenía ganas de hablarle de ello a su apasionada y dulce amante.

—Cada poblado tenía un vigía, un observador que alerta al pueblo encendiendo un fuego cuando se acercan enemigos u hostiles. Mi padre era el de nuestro clan —tomó la mano de ella y le besó la palma para luego dejarla sobre su cara. Aileen le rascó la barba incipiente que iba a crecerle—. El día que fue arrasada nuestra aldea mi padre no se encontraba bien, tenía mal el estómago.

»Mi madre y yo le aconsejamos que se quedara en el chakra[23]. Le aseguré que yo me encargaría de la guardia, y así lo hice. Gall, que conocía nuestro proceder, nos tendió una emboscada esperando encontrar a mi padre en su puesto de vigía. Junto con él habían los cuatro centuriones romanos vestidos de celtas, como nosotros. Yo no les pude diferenciar y dejé que se acercaran. Gall me encontró a mí en lugar de mi padre —se encogió de hombros—. Me dieron una paliza entre los cuatro centuriones, no me dio tiempo de alertar a nadie. Me ataron al caballo de Gall. Recorrí todo el camino hasta la aldea arrastrado por ese maldito caballo que corría como el viento —Aileen cerró los ojos, dolida por lo que él tuvo que sufrir—. No… pude avisar a los míos —musitó con reproche hacia sí mismo—. Los mataron a todos. Sacaron a mi padre del chakra y le cortaron la cabeza delante de mi madre y de mi hermana. Y luego se llevaron a las mujeres para violarlas, venderlas o canjearlas por otras cosas.

—Caleb… —susurró con el corazón encogido.

—No. Escúchame, no quiero compasión —le dijo en tono amenazador.

—No siento compasión —contestó ella—. He visto ese recuerdo y creo que te culpas por algo que no podías controlar.

—Era mi deber alertar a la gente y fracasé. Fui débil.

—Eras un niño —protestó ella acariciándole la mejilla.

—Era un hombre.

—Hasta donde yo sé —puso un dedo sobre sus labios y lo obligó a callarse—, un niño con catorce años no es ningún hombre. Creo que nadie debería culparte por eso. Es más, creo que nadie de tu clan lo hace. Eres admirado y respetado por todos, Caleb. No seas injusto contigo mismo. Para mí no fue culpa tuya —confesó mirándolo con ternura—. Lo que pasó fue que cuatro hombres le dieron una paliza a un muchacho. Eso es un abuso, es juego sucio.

—Yo era mayor para…

—No lo eras.

—Sí, para nosotros. En nuestra cultura un niño deja de serlo cuando puede dejar embarazada a una mujer.

Aileen agrandó los ojos y se esforzó por no reírse.

—De verdad, Caleb, me parece una atrocidad que juzguéis la madurez tan a la ligera.

—¿Cómo?

—Es escandaloso para mí escucharte hablar así… —contestó—. ¿Eso os inculcaban? ¿Así os enseñaban?

—Cuidado con lo que dices, pequeña bruja —la advirtió haciéndose el ofendido—. Te estás riendo de una cultura muy antigua y poderosa.

—No me rio —dijo ella levantando los brazos—. Os compadezco —tomó una de sus fuertes manos y le besó los nudillos como él había hecho—. Eres muy susceptible ¿sabes? Sólo digo que no me parece justo. Es mucha responsabilidad ser un hombre a los catorce años. Si fuera humana y pudiera realizar ese trabajo de educación sociocultural, propondría que empezáramos con vosotros como un claro ejemplo de qué es lo que no se debe inculcar. Pero no puedo —dijo con pesar—. Yo ya no puedo realizar lo que me gusta y vosotros se supone que ya no existís, así que… —se encogió de hombros rindiéndose ante la evidencia.

Caleb miró su gesto de derrota y se sintió furioso por ella, porque ya no podría desempeñar algo que le gustaba. Él quería ayudarla, sus problemas eran ahora los suyos y no iba a permitir que ella se sintiera infeliz. Tal vez él podría hacer algo al respecto. Aileen era terriblemente buena en lo que hacía y además era muy convincente hablando. Podría enseñar miles de valores nuevos a muchos niños. Puede que Aileen fuera importante para los clanes, no sólo para los vanirios, sino también para los berserkers. Moldearía una idea sobre las posibilidades de tener a alguien como Aileen no sólo en su vida, sino en la de los clanes. Puede que ella fuese clave en ese cambio que debía instalarse entre las dos razas para una mejor convivencia y una fluida comunicación. Pero ya pensaría en eso más tarde. Ahora la tenía en su cama, tierna y cariñosa, y eso era más de lo que podía soportar su ya de por sí endurecido cuerpo.

—¿Qué más has visto, pequeña intrépida? —sonrió maliciosamente.

A Aileen le pareció increíblemente sexy haciendo esa media sonrisa devastadora. Ella quería seguir hablando del tema de Caleb y su autoinculpación, pero entendió que ya había sido mucho para él hablarle de eso. Probaría en otro momento. Le dolía que él sintiese ese dolor hacia algo que no estaba en sus manos. Le sonrió y contestó a su pregunta.

—No os podéis transformar en nada —contestó ella mirándole los colmillos—. Pensaba que podíais convertiros en bruma o en murciélagos y en cosas de esas… en lobos como Drácula de Bram Stoker ¿sabes?

—Son mitos. Nosotros somos como una especie de magos inmortales con colmillos. No bebemos sangre humana para sobrevivir, a no ser que como en mi caso —rozó su nariz con la de ella— haya encontrado a mi pareja.

—Entonces los colmillos sólo son estéticos. Se os desarrollaron sólo para el goce de vuestra pareja, únicamente. Qué romántico —entornó los ojos con guasa—. Por cierto, no me dejarás marca ¿verdad?

—Quiero dejártela.

—¿Por qué? —preguntó ella curiosa.

—Todos sabrán que eres mía.

—¿Así que por eso tenéis colmillos? ¿Tú Tarzán y yo Jane? —se mofó ella algo enfadada.

—Nuestros colmillos son muy funcionales —replicó él riéndose—. Puedo desgarrar un cuello entero sólo con un mordisco. Puedo arrancar extremidades con un pequeño movimiento de mi cabeza y con estos —se señaló los dientes— bien clavados en la carne. Puedo beber sangre. Pero no para alimentarme, sino para extraer información. Por supuesto no necesito grandes cantidades, únicamente con un sorbito tengo suficiente. Es Loki el que ha creado lobeznos y nosferátums a partir de nuestra naturaleza. Ellos sí que son vampiros. Bueno, ya los has visto…

—Uno de ellos quería raptarme. Se me quería llevar con él… creo que fue el que tú mataste.

—Notan que eres distinta, sabían quién eras. Mikhail te tenía encerrada por algo, Aileen. Él esperaba tu transformación para luego someterte a sus estudios. Pero no hay de qué preocuparse, no dejaré que te pase nada —acarició su hombro desnudo con los nudillos.

—Necesito que me hagas partícipe de lo que vais a hacer, Caleb —confesó con la piel de gallina por su caricia—. No sólo os persiguen a vosotros y a los berserkers, sino que también me persiguen a mí. Puede que todavía no sepa controlar mis poderes, pero me sentiré más segura si formo parte de esto. No estoy hecha para quedarme asustada en un rincón esperando a que me salven y lo sabes. Has estado en mi cabeza, has visto toda mi vida.

Caleb la miró fijamente, valorando sus palabras y analizando la situación. Era cierto, Aileen no quería ser protegida, ella quería luchar también. Pero él no iba a permitírselo. Cerró su mente a la intromisión de Aileen, y cambió de tema rápidamente.

—Ya veremos… ¿Qué más sabes de mí?

—No tienes hijos —era una afirmación—. Nunca has tenido una relación con ninguna mujer.

—He tenido montones —contestó él serio.

Aileen alzó la mano y le acarició el labio inferior.

—Has tenido encuentros de una o dos horas, Caleb. No has tenido ninguna pareja, jamás. Ni siquiera cuando eras humano.

—No. Mi clan era lo más importante, no tenía tiempo para tonterías románticas —espetó—. Luego cuando fui tocado por los dioses, me centré en la protección de los humanos. Sabía que había una mujer destinada para mí, pero no me obsesioné hasta el punto de ir a buscarla.

—Claro —bajó la mirada—. ¿Para qué, no? Si ya tenías a todas las demás que se abrían de piernas para calmarte la libido, las usabas y punto.

—No quería que vieras eso —se lamentó alzándole la barbilla y acariciando su boca con la suya—. Pero me he abierto a ti con todas las consecuencias, no quería reservarme nada. Quiero que me conozcas.

Aileen asintió con la cabeza, calibrando la importancia que estaba dando Caleb a lo sucedido entre ellos y lo importante que también era para ella que él le revelara todo. Lo miró y sacó valor para la siguiente pregunta.

—¿Tenías previsto para mí algo como lo que Gall le hizo a tu madre, verdad? —no titubeó ni por un segundo—. ¿Querías atarme a ti a la fuerza? Que fuera tu concubina, que no es lo mismo que compañera. ¿Querías eso, verdad? De ahí que Daanna recriminara tu comportamiento. ¿Qué hubiera pasado si hubieras encontrado a tu verdadera compañera? ¿Qué hubieras hecho conmigo?

Caleb apretó la mandíbula y frunció el ceño.

—Tendría que matarte. Correrías el riesgo de convertirte en una vampiresa. Sin mi sangre, sin mi sustento, beberías de otros y te convertirías y eso es muy peligroso.

—No lo hubiera permitido. No habría dejado que ninguno de vosotros acabara con mi vida. Yo me hubiera entregado al sol, como decís vosotros.

Caleb se estremeció al pensarlo.

—Pero yo no sabía quién eras en realidad. Aunque desde que te vi titubeé en mi decisión, pero no lo quise reconocer —se encogió de hombros, conforme con su contestación—. Luego las cosas fueron como fueron… —deslizó sus manos hasta sus caderas y las dejó allí—. Si no hubieras provocado lo que provocas en mí y tan sólo fueras una humana inocente y no quién eres en realidad te habría dejado libre y con un buen lavado de cerebro. Pero eres quién eres y ahora estás aquí.

Sus palabras a veces frías y sin emociones no concordaban con su manera tierna y dulce de tocarla. Aileen no se dio cuenta de que retenía el aire hasta que lo exhaló nerviosamente cuando él la acercó a su cuerpo.

—No te doy miedo ¿verdad? Después de todo lo que has visto de mí…

—No exactamente. ¿Debería tenerte miedo, Caleb? —no era miedo lo que tenía, sino terror a que él acabara convirtiéndose en alguien indispensable para ella. Aileen jamás había dependido de nadie.

Caleb era un hombre peligroso. Un luchador, un guerrero y un rival mortal para cualquiera que se enfrentara a él. No tenía compasión en el campo de batalla y además disfrutaba de lo que les hacía a sus adversarios. Era un verdadero artista de la guerra, en el caso de que la guerra tuviera algún tipo de arte. Pero era un hombre apasionado y lleno de recuerdos amorosos. Amaba a sus padres y se los habían arrebatado. Quería a Thor con devoción y se lo habían arrebatado. Ambos se habían salvado la vida mutuamente en varias ocasiones, pero Thor había desaparecido una vez de su vida y ya no lo había vuelto a ver más. Ahora sólo le quedaba Daanna, su única familia. En más de dos mil años de existencia no había conseguido vincularse con nadie más que no fueran ella, su padre Thor, Menw y Cahal. Era celoso de los suyos y muy protector. En el clan todos lo respetaban y lo consideraban el líder después de la muerte de Thor. Y él actuaba según esa etiqueta pero no por aparentar nada, sino porque eran valores que estaban en su propia naturaleza, en su corazón. No daba nunca el brazo a torcer, porque casi siempre llevaba razón, como también creía al cien por cien que él llevaba la razón respecto a Aileen y su relación con ella. Era un hombre duro e imponente por fuera, pero cuando ese caparazón se agrietaba, aparecía parte del niño que una vez había sido y el miedo por perder a aquellos que quería lo dejaba indefenso e inseguro. Sólo ella había visto esa parte de él y por eso él quería someterla constantemente. Él quería mandar. No le gustaba sentirse débil ante ella ni ante nadie.

Aileen tenía muchísimo poder sobre él, y se sentía turbada por el descubrimiento.

—No tienes que tenerme miedo si te portas bien, pequeña.

Aileen alzó las cejas incrédula.

—¿Y eso qué quiere decir?

—Somos pareja, ángel. Tienes que obedecerme.

—Espera, espera —le dijo ella sacudiendo la cabeza—. Lo que has dicho no me gusta nada. Nos hemos acostado pero —lo empujó intentando liberarse de su abrazo— eso… no quiere decir que yo te pertenezca, ni que tú me pertenezcas a mí ni nada que se le asemeje… ¿me oyes? Suficiente estoy haciendo al tomarme con la máxima calma posible todo lo que me ha sucedido como para que ahora me tenga que regir a tus objeciones —Caleb la apretó más contra él hasta que ni el aire corría entre sus cuerpos desnudos—. Caleb, no. Basta.

—¿Es que no has entendido nada? ¿Te ha gustado hacer el amor conmigo? —murmuró contra sus labios—. Dímelo.

Aileen intentó apartar la cara, pero Caleb le tomó la nuca con una mano brusca y autoritaria y la inmovilizó.

—Entiendo que parte de tu mente humana esté luchando todavía contra tu verdadera naturaleza —aclaró dulcemente—. Deja de pelear conmigo —le ordenó bajando la voz. El cuerpo de Aileen quedó flexible como la gelatina—. Si intentas separarte de mí, si intentas…

—No puedo creer que me estés sugestionando de este modo. Déjame moverme… —replicó intentando mover sus extremidades. Ese era el hombre con el que acababa de hacer el amor de un modo insultantemente íntimo y confiado y ahora estaba dominándola y sometiéndola a su voluntad como si su opinión no valiera nada. Se le llenaron los ojos de lágrimas. No debía de ser así, pero así era, y por eso ella no quería entregarse a él por completo. Siempre la vapulearía.

—Si intentas —volvió a poner su boca sobre la de ella lamentándose al ver sus ojos enrojecidos— hacer una vida aparte de la mía, no sólo no serás feliz, sino que además algo se te romperá por dentro. ¿Recuerdas la sensación que tuviste cuando perdí el contacto mental contigo? Pues a ver si se te mete esto dentro de esa preciosa y adorable cabecita terca que tienes. Entonces, no nos habíamos acostado después de tu conversión y lloraste toda la noche. Temblabas y sentías dolor físico ante mi ausencia. ¿Cómo crees que será ahora después de habernos vinculado de un modo tan íntimo, Aileen? Ni tú ni yo somos ya humanos. Ellos pueden acostarse con quiénes les apetezca e incluso pueden hacer la vista gorda en cuanto se les aparece su media naranja, pueden atreverse a ignorarla y escoger no estar con ella. Pueden serles infieles si les apetece. Nosotros no. Los vanirios no. La pasión que sentimos nos duele. Nosotros vivimos para la pareja. Tú eres mi cáraid y tú vivirás también para mí. Y no porque yo te lo esté ordenando, Aileen, sino porque es nuestra manera de correspondernos, de pertenecer a alguien, de involucrarse con alguien y de comprometerse. Así nos relacionamos. ¿Lo entiendes?

Aileen abrió los ojos consternada. El recuerdo de lo mal que lo había pasado ante la ausencia del contacto mental de Caleb la dejó fría y temblorosa. No quería volver a sentirse así, jamás. Un miedo atroz le recorrió el espinazo. ¿Pero cómo iba a poder convivir con un hombre que la sometía constantemente? Y no sólo eso. ¿Cómo iba a comprometerse de esa manera?

—Soy dominante —le dijo él— y tú una cabezona, Aileen. Pero me convierto en un pusilánime inofensivo cuando estoy a solas contigo —reconoció pidiendo un poco de colaboración con la mirada—. No tienes de qué preocuparte cuando estemos en la intimidad. Soy una marioneta en tus manos, pero mi actitud protectora ante las multitudes puede que te moleste. No puedo hacer nada ante eso. Desde ahora tú eres responsabilidad mía, de nadie más. Lo siento, pero tú me has elegido. Tu olfato ha escogido por ti. Tú eres lo más importante, ahora es mi obligación velar por nosotros dos.

Aileen comprendió lo mucho que había marcado a Caleb el suceso de la vigía de su clan cuando era humano. Quería controlarlo todo, responsabilizarse de todo. Por eso todo debía de hacerse a su modo.

—¿Y qué hay de lo que yo quiero?

—No tienes elección.

—Claro que la tengo —contestó ella con un gruñido—. Elegí acostarme contigo. Puedo elegir no volver a hacerlo y esto puede quedarse en un simple revolcón.

Si le hubiera escupido, no se habría sorprendido tanto. ¿Un revolcón? Y no un revolcón cualquiera, sino uno simple. ¿Eso creía Aileen que había sido la frenética unión que habían experimentado? Él nunca había hecho el amor antes. Sexo, sí. Revolcones, a montones. Pero con Aileen no había sido nada de eso, ni siquiera la primera vez.

El mismo desconcierto que había sentido al descubrir que había algo más entre ellos que la dependencia de las parejas vanirias fue el que le hizo colocarse sobre ella y aplastarla contra el colchón.

—¿Un revolcón has dicho? —repitió con la voz cortante—. ¿De verdad crees que hay algo que puedas controlar entre tú y yo? ¿Entre lo que sentimos? —su melena caía a ambos lados de su cara.

—No me gusta esta posición, Caleb —observó nerviosa como su cuerpo estaba literalmente aplastado por el de él—. Salte de encima.

—Quítate esa idea homosapiens de la mente. Esto es completamente distinto a nada de lo que hayas conocido —la zarandeó—. La relación entre cáraids es arrolladora, abrasadora y casi humillante de lo dependiente que es.

—Yo no te he elegido —replicó ella débil—. Yo no voy a depender de ti. Yo… no te quiero —alzó el mentón con orgullo—. No hay amor, sólo lujuria desenfrenada y tú tampoco estás enamorado de mi —lo desafió a que la contradijera—. ¿A qué no?

Caleb la fundió con sus ojos verdes. ¿Estaba enamorado de ella? Sabía que la necesitaba, que la deseaba con locura, que no dejaba de pensar en ella, pero ¿era eso amor? ¿O era obsesión? ¿Qué sabía él del amor hacia una mujer? Nada. Jamás había estado con una tanto tiempo. Su hermana era la única que lo conocía y aun así procuraba que ella no viera todo lo débil que él podría llegar a ser. ¿Y con Aileen? Aileen ya era una debilidad de por sí. ¿Estaba enamorado?

Aileen esperaba una respuesta. Ella había visto qué y quién era él. Cómo era su corazón y lo difícil que era acceder a sus pensamientos, sus recuerdos, a su alma. Había hecho el amor con él y nunca se había sentido tan completa cómo cuando había estado entre sus brazos. Pero… ¿qué implicaba reconocer que se estaba enamorando de él? ¿Era eso amor? ¿Qué quería oír de él? No podía doblegarse a la voluntad de Caleb. Ya lo había hecho durante muchos años con Mikhail como para que ahora él se comportara igual. ¿Por qué se sintió ligeramente deshinchada cuando Caleb no respondió?

—No es mi corazón el que te ha elegido, sino mi instinto, mi olfato, mi… paladar —necesitaba defenderse de él—. Y a ti te ha pasado lo mismo —aseguró rotunda—. No tenemos que fingir que estamos enamorados, ¿entiendes?

—No me amas, todavía —dijo más dulcemente mordiéndole el labio inferior—. Pero tampoco lo necesitamos ahora. No hay opción para nosotros.

Aileen intentó sacárselo de encima, pero él gruñó sobre su boca.

—No me apartes —le advirtió seriamente.

—Caleb, eres tan romántico —se burló ella más frágil de lo que deseaba.

—¿Quién necesita el romanticismo si tenemos esto?

Caleb la besó apasionadamente hasta que ella perdió el hilo de lo que iba a decir.

—Quiero ser libre de elegir —él seguía besándola, mordiéndole los labios—, quiero poder escoger. Necesito saber que controlo mi vida… y tú no me ayudas. Lo que nos pasa es… una reacción física, no emocional.

Caleb asintió con la cabeza, dándole la razón sólo para que ella se callara y le dejara besarla.

—No. Lo que nos pasa es un milagro —puso sus labios sobre su garganta, lamiéndola y mordisqueándola con pericia—. Hay un hombre para cada mujer —deslizó sus labios por la clavícula y descendió hasta el enhiesto pezón—, un alma que complementa a otra a la perfección. Los humanos se conforman con que sus parejas sean algo compatibles, no necesitan la verdadera alma gemela porque les da igual —dio un osado lametón al rosado pezón—. Mientras tengan sexo, una vida social sana y no se queden solos al final, que sean o no su media naranja no les quita el sueño. Ellos piensan: «mientras se parezca, aunque sea un poquito a lo que yo quiero…». —Abrió la boca y la cerró sobre el montículo duro y suave.

Aileen espiró todo el aire de sus pulmones y lo cogió del pelo.

—¿Qué… haces, Caleb? —no sabía si retirarlo o apretarlo más contra ella.

—Se pasan la vida con otra persona que cumpla sólo un poco sus expectativas, que comparta un poco sus gustos… y con eso se conforman. Hasta que un día descubren que ese poco no es suficiente —volvió a arremeter contra el pezón mientras con la mano le masajeaba el otro pecho— y entonces… van a por otra flor o a por otro capullo, que seguramente tampoco les complemente ni les dé la paz que necesiten. Esa otra flor será algo nuevo que comparta otro tipo de gustos y que cumpla otro tipo de expectativas, pero seguirá teniendo carencias. Y así se pasan la vida, buscando sin llegar a encontrar lo que realmente necesitan. Nosotros no. ¿Sabes por qué?

Aileen tenía los ojos cerrados y se mordía los labios, para evitar chillar del placer. Negó con la cabeza y Caleb sonrió.

—El alma gemela, la de verdad, desprende un olor especial. Todos liberamos unas feromonas que llaman a nuestras parejas. Si tenemos los sentidos suficientemente desarrollados, podemos llegar a diferenciar el olor. Así nos elegimos, por el olor. Yo te huelo a mango y tú me hueles a pastel de frambuesa y queso, que casualmente son nuestros sabores favoritos —ascendió rozándole la piel con la lengua y los labios, hasta que llegó a su boca y la invadió.

Aileen no rechazó el beso, sino que abrió bien los labios y entrelazó su lengua con la de él profundizando más en su boca, disfrutando del sabor masculino y excitante del vanirio, olvidándose de todos los peros y los contras de estar con él y entregándose a su dulce pasión. Caleb enmarcó sus piernas con las suyas, impidiéndole que se moviera. El calor empezó a emerger de su piel. La carne le vibraba, la sangre corría a gran velocidad por todo su cuerpo y se le agolpaba en los pechos, la cabeza y el vientre.

—No… —dijo Aileen con un sonido ahogado intentando recuperar el aliento—. Mira, yo… te doy la libertad. No te quiero ¿queda claro? Seguro que allí afuera hay alguien que realmente te complemente, pero esa persona no puedo ser yo.

Caleb se echó a reír con fuerza.

—¿Me das la libertad? —preguntó alzando una ceja—. No puedes vivir sin mi sangre. No sabes lo que dices.

—Entonces… entonces procuraremos encontrar la manera de tener a nuestra disposición botellas con nuestro plasma sanguíneo. Como en Underworld que tenían bancos de sangre a su disposición. ¿Se puede hacer, verdad?

A Caleb se le fue la risa de repente. Realmente la chica estaba hablando en serio y había visto demasiadas películas. Se apartó ligeramente de ella apoyándose sobre las manos, liberándola ligeramente de su peso.

—No sólo es la sangre lo que necesitamos el uno del otro, pequeña tonta.

—No me insultes.

—Es esto también —la agarró de la mano y la llevó a su pene que de nuevo estaba erecto y duro como una piedra—. No podemos ignorarlo.

Aileen tocó su miembro por primera vez. Era suave, terso, sedoso y fuerte. Palpitaba contra sus dedos y estaba caliente. Tragó saliva y apretó la mandíbula apartando la mano.

—Te libero de eso también ¿de acuerdo? —estaba nerviosa. Necesitaba meditar sobre ellos dos, sobre lo que sentía por él. ¿Qué venía del hambre? ¿Qué venía realmente de las necesidades de su corazón?

—¿Que tú me liberas? —repitió perdiendo la paciencia por momentos.

—Sí, yo te libero… —hizo aspavientos con las manos—. Mira, no sé por qué estúpida razón el destino ha querido que tú y yo nos encontráramos en esta situación. Desde luego no somos compatibles. Me he acostado contigo… y no tengo palabras para describirlo, pero tú no eres mi pareja.

—No lo sabes —contestó él cortante.

—Créeme, sé lo suficiente —se esforzó por sonreír—. Quiero darme la oportunidad de conocer a mi verdadera pareja. Quiero que me seduzcan, que…

Caleb frunció el ceño y golpeó la almohada con el puño.

—¿Me estás tomando el pelo, mujer? —su mirada se oscureció—. ¿Es que no entiendes lo que has sentido conmigo? Nunca lo vas a sentir con nadie más.

—Tú eso no lo sabes…

—Claro que lo sé… Me he acostado con muchas mujeres, Aileen, y con ninguna he sentido lo que he sentido contigo.

Aileen se calló por un momento. No quería sonreír como una tonta por lo que le había dicho Caleb, y por Dios que no lo haría, no iba a demostrarle lo mucho que le complacía oír eso.

—Al menos tú puedes comparar —en el momento en que pronunció esas palabras se arrepintió. La mirada de Caleb se tornó inexpresiva. El rostro pétreo—. Quiero decir…

—Vaya, vaya con la híbrida. Sé perfectamente lo que quieres decir —Caleb dio un salto y se levantó de la cama con su espléndida erección y un cabreo de campeonato. Se sentía herido en su orgullo. ¿Cómo podía Aileen querer comparar lo que ambos habían tenido? Se quedó de pie, mirándola con frialdad—. ¿Entonces qué quieres, bonita?

Aileen se arrodilló sobre la cama y se tapó con la sábana, se sentía desnuda y no sólo físicamente. Ahora la discusión era fría y fea de verdad.

—Quiero mi independencia, Caleb. Vivir en mi casa, volver con mis amigos, y recuperar mi vida. Desde ayer por la noche no sé ni siquiera dónde están, si están bien…

—Por eso no te preocupes, Daanna está con ellos —dijo seco—. Pero me refería a ti y a mí. ¿Qué quieres?

—Yo…

—Según tus palabras, quieres comparar. No te fías de tus instintos y quieres ver si por ahí está tu verdadero príncipe azul —se cruzó de brazos, espléndido y maravillosamente sexy en su desnudez—. Yo te doy miedo, a mí no me quieres. Eso has dicho.

Aileen se sentía fatal al oír sus propias palabras de boca de Caleb. Así sonaban crudas, vacías y superficiales.

—Sólo quiero espacio y tiempo —susurró apretando las sábanas contra su pecho—. Todo esto me abruma. Tú me abrumas. Tienes que entender que…

—Lo que entiendo es que quieres probar a otros —siseó con malicia y cortándola— para ver si no te sientes tan abrumada —repitió con sorna—. Hace unas horas me dijiste que no querías que me acercara a ninguna hembra.

—Mujer.

—¿Qué se supone que debo hacer ahora? ¿Se supone que soy libre de hacer lo que quiera? ¿Esa es la libertad de la que me hablas? ¿Eso es lo que deseas?

Aileen se quedó en silencio y apartó la mirada. Caleb la observaba como si quisiera arrancarle la sábana y demostrarle quién la iba a abrumar de verdad. Pero para su sorpresa relajó los brazos a ambos lados de su cuerpo.

—Te dije que no te iba a obligar a nada —le recordó él sin ningún tipo de ternura en la voz—. No lo voy a hacer, Aileen. Cumpliré mi palabra. ¿Quieres espacio? Perfecto, yo te daré espacio. ¿Quieres experimentar? Haz lo que te venga en gana. Tú misma. Pero ¿sabes una cosa? No tienes ni idea de lo que nos vas a hacer, ni idea —se acercó a ella y se inclinó sobre la cama poniendo una mano a cada lado de su cuerpo, arrinconándola—. ¿Sabes qué? Yo también voy a probar a ser abrumado por otras —dijo con desprecio—, a lo mejor a ellas no les doy miedo. Si tú tienes derecho, yo también ¿no?

Aileen sintió como un puñal en forma de palabras se le clavaban en el corazón y se retorcían haciéndola sangrar. No le gustaba nada oír eso, unos repentinos celos la aguijonearon en carne viva.

—¿Por qué quieres tomar esa decisión? —preguntó intranquilo al ver que a ella le dolían esas palabras—. No lo hagas tan difícil… Te dije que tú ibas a llevar el ritmo de esta relación, podemos ir poco a poco, tú mandas —su voz implicaba ternura y comprensión.

—Hace un momento me has dicho que no tenía elección y que debía obedecerte —se apartó el pelo de la cara y levantó el mentón—. ¿En qué quedamos, Caleb?

Aquella chica lo sacaba de quicio. Él sonrió sin que los ojos llegaran a reír. Retorció las sábanas con sus manos para no tener que zarandearla y besarla hasta quitarle esa idea absurda de la cabeza. Cerró los ojos, frunció los labios y negó con la cabeza, incorporándose de nuevo y alejándose del cuerpo caliente de Aileen.

—Hablaré con Menw. Él nos ayudará con lo de la sangre.

Aileen tragó saliva y miró el gesto derrotado de Caleb. Por una parte quería rectificar lo dicho sólo para aliviar el dolor del vanirio, pero era su derecho el poder elegir. ¿Por qué no? Ella sería quien eligiera su pareja, no un absurdo juego de sangre y olores. Aun así, se le partía el alma de verlo a él tan triste con la cabeza agachada, caminando de espaldas a ella y dirigiéndose a las escaleras.

—Caleb, escúchame…

—No —se giró hacia ella apoyándose en el reposamanos de la escalera—. Quieres tu espacio, eso me has dicho. Quieres pensar y no lo podrás hacer conmigo dentro de tu mente, así que te lo digo ya. No hablaré contigo mentalmente. No me busques.

—Pero…

—Aileen —sus palabras eran bruscas y afiladas—, déjame obedecer tus órdenes. Te lo debo, me has salvado la vida ¿verdad? Deseas tener tu oportunidad, ser dueña de tus propias elecciones. Has elegido alejarte de mí y eso vas a hacer. Tienes que ser consecuente con lo que deseas y yo quiero que comprendas lo que hay entre tú y yo. Considéralo tu regalo de cumpleaños, la libertad. Pero te advierto: luego no me vengas llorando.

Aileen tensó los hombros. ¿Qué no le fuera llorando? ¿Qué no le fuera llorando? Era un borde presuntuoso…

—Tranquilo —replicó ella orgullosa y sarcástica—. Intentaré no arrastrarme ante ti, chulo arrogante.

—Esto no va a ser agradable, Aileen —sonrió divertido ante el insulto—. Te lo vuelvo a preguntar: ¿estás segura de que quieres que te deje en paz?

—Sí… segurísima —había dudado ante la respuesta.

Caleb asintió lentamente y salió de la habitación para dirigirse al vestidor y coger ropa nueva.

Aileen se quedó mirando la puerta con el corazón y los labios temblando. Tragándose unas inesperadas lágrimas apartó las sábanas y salió de la cama. Se dirigió al baño y abrió la ducha de hidromasaje. El agua estaba calentita, así que se colocó debajo del chorro, echó la cabeza hacia atrás y abrió la boca para que el agua entrara dentro. Se enjabonó rápido intentando no pensar en el modo que tenía Caleb de tocarla, de acariciarla y de contactar con ella tan íntimamente. El jabón olía deliciosamente, a cítricos. Como él.

Salió de la ducha vestida con una toalla que cubría su desnudez y con el pelo negro mojado. Lo desenredó y lo dejó todo peinado hacia atrás. Se sentó en la cama, sintiéndose todavía ligeramente conmocionada ahí abajo. Caleb era realmente grande.

El vanirio abrió la puerta con ropa para ella. Se la entregó sin mirarla a los ojos. Había comprado una tienda entera de accesorios y ropa de todo tipo para Aileen y algunas prendas se las había quedado él para días como esos, pensando que tendría muchos con ella, en los que la joven acabaría en su cama sin haberlo tenido planeado.

Se suponía que Aileen tendría que estar deseando acostarse con él de nuevo, pero no era así. Ella quería huir. Todas las mujeres que hubo antes que ella, se morían por estar con él después de practicar el sexo y él las repudiaba. Ahora sucedía al revés, él era el rechazado y no le gustaba como se sentía.

—Toma, ponte esto —le dijo.

Aileen cogió la camiseta negra ajustada y los tejanos de chica bajos de cintura. Incluso había un conjunto rojo de ropa interior Victoria’s Secret. Se levantó de la cama, agarrándose la toalla.

Caleb la observó y tuvo que reprimir un suspiro. Dios, era tan hermosa. Se la notaba incómoda e insegura. Lo miró con esos ojos de color violeta y le dijo:

—Gracias.

Caleb se aclaró la garganta.

—Tu abuelo viene hacia aquí. Vístete rápido, está muy mosqueado porque has pasado aquí la noche.

—Ya… bueno —tenía que quitarse la toalla de encima y, ahora después de todo lo dicho, no parecía correcto desnudarse ante él—. ¿Podrías…? —con la mano le indicó que se diera la vuelta.

—No, por supuesto que no —su mirada era fría, pero en sus pupilas dilatadas también había un leve reflejo de dolor—. No hay nada que no haya visto ya. Date prisa, te quedan cinco minutos.

Parado frente a ella, tan alto, tan amenazador y espléndido, tuvo que hacer acopio de fuerzas para no echarse encima de él y violarlo en el suelo. Él era un adonis moreno y de una belleza tan salvaje y cautivadora que no parecía real.

Caleb se estaba comportando como un borde. Quería incomodarla pero Aileen no podía detener la reacción de sus hormonas ante él. Era perfecto y su gusto por la moda, impecable. Ahora llevaba un pantalón negro y una camisa Burberrys ligeramente abierta hasta el pecho, que combinaba con el color de ojos de Aileen. Llevaba un Tagheuer enorme en la muñeca y miró la hora. Él olía a Allure.

En un impulso Aileen dejó caer la toalla y se quedó desnuda frente a él, mirándolo con desaprobación porque no se había dado la vuelta, pero con innegable deseo. Oh Dios, lo deseaba de verdad otra vez.

Caleb la miró de arriba abajo, acariciando con la mirada el espléndido cuerpo desnudo de Aileen. Las piernas duras y ligeramente musculadas, los gráciles huesos de sus caderas, su abdomen liso, su cintura estrecha, los pechos perfectos y aquella cara adorable y bella.

Ella no supo muy bien como sucedió, pero al instante estaba deseando como loca que él la tocara. ¿Pero estaba enferma o qué? Le había dicho que no se iban a acostar más y al cabo de nada estaba rogándole con lenguaje corporal que la manoseara y la estimulara como antes. Así no la iba a tomar en serio nadie.

Caleb tuvo una erección de caballo, pero sus ojos se mantenían inexpresivos mientras la exploraban como si ella fuera una mercancía.

—Caleb, yo… —dio un paso hacia él.

—¿Tú qué? —se acercó amenazador. Ocultó las manos en los bolsillos, para que ella no se diera cuenta de lo apretado que tenía los puños.

Ella tragó saliva, pero no retrocedió. Caleb quería asustarla, estaba enfadado. Y ella sentía de nuevo necesidad de él y no sabía ni disimular ni quería hacerlo. Sólo quería que él volviera a abrazarla y a hacerle el amor.

—Mira, a lo mejor yo… estoy un poco c…

—Cachonda.

—Iba a decir confundida —gruñó ofendida por sus palabras.

—Ahora estás cachonda —le dijo en tono hiriente—, y quieres que te toque ¿verdad? Pero, cariño, es sólo algo físico, como tú bien dices… una reacción que seguro —se burló incrédulo— te puede despertar otro. No seré yo quien te quite esa ilusión.

Sus palabras eran un chorro de agua fría. Aileen bajó la mirada a su cuerpo expuesto y se puso las braguitas lo más rápido que pudo, ante los ojos duros de Caleb. Nunca había sentido vergüenza de su cuerpo. Ahora, sí.

—Necesitas una ducha fría, Aileen.

¿Cómo podía ser tan cruel? Aileen sentía la necesidad de estar con él físicamente, de unirse a su cáraid. Pobrecita, pronto lo estaría deseando tanto que hasta le dolería el cuerpo por ello y ella era una completa novata en esto. Inconscientemente se le había ofrecido en bandeja, pero por esa misma razón la había rechazado. Está bien, también quería devolverle el golpe, pero Aileen tenía que saber que aparte de esa unión sexual había algo más fuerte. Caleb lo sabía y ella también tenía que saberlo.

Aileen apretó los dientes. Se puso el sostén, la camiseta y los tejanos. Pero no dejó de mirarlo en ningún momento, aguantando como una campeona el bochorno. Estaba roja como un tomate y sentía un poco resquebrajado el corazón. Bueno, ya sabía lo que se sentía al ser rechazada. ¿Así se habría sentido Caleb?

Caleb no entendió muy bien todo lo que salió de su boca una vez la vio vestida. Pero fueron palabras que hubiera deseado no decir jamás, palabras escogidas para lastimar a mujeres orgullosas y hermosas como ella. Palabras que ninguna cáraid quisiera oír y menos una con sangre berserker en sus venas.

—¿Creías que iba a caer a tus pies, bonita? ¿Qué no me iba a poder resistir? —frunció el ceño—. Te sobrevaloras demasiado —se estaba pasando—. ¿Me crees un animal salido, Aileen? Sí, ya veo. Uno que al verte desnuda se hubiera arrodillado ante ti y hubiera olvidado todo lo que has propuesto sólo para poder follarte. Soy un guerrero, guapa —dijo con desprecio— y no me gusta que me vapuleen —plantó toda su altura ante ella y la obligó a que echara la cabeza hacia atrás para mirarlo. Los colmillos de Caleb sobresalían de su labio superior—. Así que, ya ves. De nada te ha servido actuar como una «calientapollas». No he caído —sonrió orgulloso—. A lo mejor no eres tan irresistible como te piensas. Bueno, nunca es tarde para que te pongan los pies en el suelo. Vaya… —puso un gesto teatral de asombro— esto me hace pensar… A lo mejor no eres tú mi cáraid y nos hemos equivocado rotundamente, ¿acaso no es eso lo que crees? —la tomó de la barbilla para asegurarse de que veía sus ojos cuando le soltara la última puñalada—. ¿Dime Aileen? Porque a lo mejor tienes razón ¿sabes?… Mi mujer —señaló— tiene que ser más mujer, no una niña caprichosa y miedosa. Tiene que tener mucho más poder sobre mí, volverme loco de deseo, ser más valiente y tú hoy —sonrió con malicia— no me has demostrado eso. Aunque tienes un buen polvo ¿sabes? —sonó el timbre de la casa—. Salvada por la campana, ¿eh Aileen? Tu abuelo ya está aquí.

Se apartó de ella, pero no lo suficientemente rápido como para no ver que por las comisuras de sus ojos lilas, descendían los lagrimones más grandes que él había visto en su extensa existencia. Era ruin hacerle eso, sobre todo cuando él sabía perfectamente que Aileen estaba confundida, como muy bien había querido decir ella.

Por ahora, eso era lo mejor. Si tenían que verse, y no poder estar juntos, al menos si ambos se distanciaban después de esa humillación, las cosas podían ser más fáciles.

—Dile a mi abuelo que aho… ahora subo —su voz estaba entrecortada por los sollozos silenciosos.

Caleb apretó tanto el mango de la puerta que iba a volar por los aires. Aileen lloraba como una niña pequeña, herida de verdad. La miró por encima del hombro. Se había tapado la cara, estaba sentada en la cama, y sus hombros no dejaban de temblar.

Inspiró profundamente y salió de la habitación como alma que lleva el diablo. Sí, mejor así.

Aileen tenía ganas de gritar, de arrancarse el corazón por lo mucho que le dolía. No la habían preparado para ese tipo de dolor, de desplante. Caleb la había humillado, horas después de hacer el amor. Se había burlado de ella, ensañado como si no valiera una mierda. Y todo porque le había dicho que no quería acostarse con él de nuevo. Él le había querido devolver la jugada, pero se la había devuelto con creces. Además, ella estaba a punto de corregirse, de decirle que puede que se sintiera confundida respecto a él y a ella, a su relación. Ya no importaba. No tenía más valor si le había dicho eso por sentirse rechazado, por venganza o por si realmente lo sentía. Esas palabras no se le decían a una pareja. Jamás. Y eso ella lo sabía por el diario de Jade y también por los instintos que ella tenía como mujer. Jade dijo que el rechazo de una pareja, de una cáraid, era una herida abierta y sangrante, y que ese era el mayor dolor que se podría infligir. Daanna también se lo había dicho. Toda su naturaleza berserker y vaniria se había despertado con sus palabras. Estaba enrabiada, pero también hundida.

De nada te ha servido actuar como una «calientapollas». A lo mejor tú no eres mi cáraid… Mi hembra tiene que ser más mujer… y tú hoy no me has demostrado eso.

Oyó la voz de su abuelo y se levantó de la cama de un brinco. Estaba muy cabreado y como no la viera pronto iba a ocurrir algo muy feo. Se metió en el baño y se enjuagó la cara con agua helada. Enseguida le dio color a las mejillas. La secó con la toalla y corrió hasta abrir la puerta y aparecer en el comedor. Caleb no iba a verla llorar de nuevo. Ni hablar.