Caleb permanecía en su cama, con los ojos abiertos pero sin mirar a nada en concreto. Estaba catatónico. Sin embargo, su cabeza funcionaba. Recordaba todas las batallas al lado de sus amigos, recordaba a su madre, a su hermana… pero todo se nublaba por la necesidad de verla a ella. A esa chica de ojos lilas y boca hecha para besar. Su cáraid. Nunca iba a perdonarse el daño que le había hecho. La muerte era justo castigo por ello.
Menw estaba sentado a su lado. Agarrando su mano con fuerza, intentando transmitirle ideas de paz, de sosiego. Había limpiado las heridas y las había esterilizado, pero nada de eso podría ayudar ya a su amigo. La mente de Caleb era un torbellino de culpa y de dolor. Su amigo estaba perdiendo la vida por una mujer. Por su mujer, su media naranja, su complemento. ¿Por qué los dioses les habían dado ese talón de Aquiles? Freyja era una zorra.
Las puertas del balcón se abrieron, y entró Cahal con Aileen en brazos. La bajó y dejó que ella se dirigiese a Caleb. No titubeó. Se fue directa a él, con determinación.
Menw la miró estupefacto. ¿Aileen por fin había comprendido? Los dioses estaban de parte de su amigo. Cahal le sonrió y asintió con un gesto de su cabeza. Menw exhaló y miró al techo deletreando la palabra gracias en silencio.
—Largo —les dijo Aileen sin dejar de mirar el cuerpo del moreno peligroso. Nadie iba a ver como Caleb la mordía porque le parecía algo extrañamente íntimo y personal. No quería espectadores.
Cahal y Menw saltaron por el balcón y desaparecieron por el horizonte.
Aileen nunca se había sentido tan poderosa. ¿Ella tenía capacidad para dar vida? Sí. Ella podía salvarlo. Lo iba a salvar de esa oscuridad y de esos malos modales que tenía. Lo iba a hacer por estar en deuda con ella y a partir de entonces su trato cambiaría.
Caleb no la había visto entrar. De hecho, era poco consciente de lo que ocurría a su alrededor. Hasta que sintió un cuerpo caliente a su lado. Un cuerpo que nada tenía que ver con el de su amigo Menw.
Aileen sintió que su corazón se desgarraba. Sentía dolor físico por el dolor de Caleb. Alargó una mano hasta su cabeza y le acarició la frente peinándolo con los dedos. Lloró en silencio. Caleb tenía el pecho abierto, el cuello desgarrado, el hombro en carne viva, y ella sabía perfectamente, que su espalda no estaba mucho mejor. La cama estaba llena de sangre.
Caleb enfocó los ojos y entonces la vio. Sus ojos verdes apresaron los lilas que tenía enfrente. Unos ojos rasgados, llenos de lágrimas del color de las campanillas. Tragó saliva y su mirada esmeralda se llenó de calor y ternura por ella.
—Aileen… —susurró él con mucho esfuerzo—. Lo siento…
—Chist… —le dijo ella admirando su rostro y poniéndole un dedo sobre los labios—. No hables.
No sabía muy bien qué era lo que tenía que hacer, pero se dejó guiar por la intuición. Cogió su bolso y lo dejó caer al suelo. Se quitó la chaqueta, la tiró al suelo. Agarró su melena y la apoyó toda sobre su hombro derecho. Dejó la yugular al descubierto. Estaba terriblemente excitada y aterrada a la vez.
Caleb la seguía con los ojos y estos se quedaron clavados en su bello y elegante cuello. Aileen se arrodilló lentamente, sin perder el contacto visual con él y se inclinó hacia él dejando su cuello a la altura de sus labios secos. Entonces ella se acercó a su oído y rozó el lóbulo de Caleb con sus labios.
—Bebe de mí, Caleb —susurró dulcemente.
Caleb se quedó inmóvil. Se le estaba ofreciendo. No hizo nada, pero seguía mirando su cuello que palpitaba acelerado. Estaba nerviosa. Aileen estaba nerviosa por él. Hizo esfuerzos por levantar el brazo y cogerla de la nuca para inclinarla a él. Pero no tenía fuerzas. Difícilmente llegaba aire a sus pulmones.
Aileen levantó la cabeza y lo miró con preocupación. Entonces entendió que Caleb no podía hacer ningún tipo de movimiento. Dios, se iba a morir de verdad si no se daba prisa.
Con manos titubeantes, Aileen pasó la mano por debajo de su vestido y se tocó la parte exterior del muslo. Allí tenía su puñal, el puñal de su padre sujeto a una cinta de cuero. Lo sacó y miró la hoja afilada. Sin pensárselo dos veces, se hizo un corte en el cuello, siseando de dolor.
Entonces, con la herida abierta se volvió a ofrecer a Caleb. Colocó su cuello sangrante sobre los labios de Caleb y lo tomó del cuello, levantándolo para que bebiera. Cuando la primera gota de sangre cayó en la boca semiabierta de Caleb, las pupilas del vanirio se dilataron y sus ojos se agrandaron tensando los dedos de las manos. Aileen era todo lo que él deseaba, todo lo que necesitaba y su sabor lo enloqueció. Todos sus órganos internos empezaron a funcionar frenéticos, el corazón golpeaba con fuerza despertando de nuevo a la vida. Caleb levantó el brazo con fuerza, cogió a Aileen de la nuca y la acercó más a su boca.
Cuando Caleb presionó sus labios a su corte lacerante y hundió los dientes en su cuello, Aileen creyó que iba a morir. Un escalofrío erótico recorrió todo su cuerpo y supo que era allí donde ella tenía que estar. Caleb la agarró sin gentileza, exigiendo y tomando. Y ella dejó de ayudarlo. Caleb ya se aguantaba por sí solo, así que ella se rindió.
Aileen era tentación, era vida, era luz. Bebiendo de ella, Caleb se inclinó hacia delante y quedó sentado en la cama. Cogió a Aileen con un gruñido de placer y la sentó sobre su regazo. No supo cuánto la necesitaba hasta que la tuvo entre sus brazos.
Aileen sabía que tarde o temprano iba a ser pasto de las llamas. Los labios sensuales de Caleb la succionaban, la chupaban con una ansiedad que rozaba la locura. Todo lo demás se desvaneció. Le echó los brazos al cuello, pasó sus dedos por el espeso pelo de Caleb y lo apretó más contra ella, instándolo a que cogiera todo cuanto quisiera. Se entregó a él y pensó que no había muerte más dulce que esa.
Para intensificar todas las sensaciones que se arremolinaban entre ellos, empezó a llover con mucha intensidad. Tanta que el viento de la tormenta saqueó las cortinas de gasa roja transparente que cubrían los balcones animándolas a bailar, a seguir el ritmo de la lengua y los dientes del vanirio.
Caleb volvía a la vida. La había apresado entre sus brazos sometiéndola a una cárcel de piel y músculos, de donde ella ya no podría salir nunca. No habría liberación. Ella, su presa. Él, su carcelero.
Aileen empezó a moverse inquieta. A frotar las caderas contra él, a abrazarlo con más fuerza. Algo en su interior despertaba a la vida con Caleb, algo que había dormido durante veintidós años. El frenesí de subyugarse a una fuerza superior. Al deseo. No podía sentirse más asustada y desesperada de lo que estaba, pero la necesidad de que algo o alguien llenara el vacío que empezaba a sentir en el estómago, podía con sus temores.
Caleb la acopló a él de modo que toda la parte superior del delicioso cuerpo de Aileen quedara en contacto con el suyo. Sintió los pechos presionados a su torso, y escuchó el gemido de alivio que salió de los labios de su cáraid. Con un gruñido de placer desclavó los dientes del elegante cuello. Lo hizo poco a poco, porque quería sentir como Aileen se estremecía.
Y vaya si se estremeció. Los dientes le habían penetrado la piel, y ahora sentía como él los sacaba de ella, deslizando cada milímetro de longitud con cuidado. Fuego líquido se concentró en su entrepierna. Fuego suave y húmedo que reclamaba que alguien lo apagara.
—Por el amor de Dios… —gimió Aileen.
Caleb observó las dos incisiones enrojecidas de Aileen. Pasó la lengua y las lamió hasta que la carne dejó de inflamarse. No debía beber mucho, pues para lo que deparaba la noche la quería fuerte y en plenas condiciones. A cada caricia húmeda de su lengua sentía que Aileen se crispaba y le clavaba los dedos en el cuello y los hombros. Levantó la mirada y por fin la vio de verdad. Vio a su mujer lánguida y encendida entre sus brazos con el cuello echado hacia atrás, los labios abiertos y los ojos lilas que lo miraban entre sus negras pestañas. Sí, su mujer y de nadie más. El pelo le caía hacia atrás rozando la cama. Era una ofrenda a los dioses. Caleb la miró de arriba abajo como un depredador.
Allí donde posaba los ojos, Aileen se activaba. La entrepierna, el ombligo, los senos, el corazón, la garganta… todo le palpitaba con un dolor agradable que necesitaba ser calmado.
Ella intentó incorporarse, echándose hacia atrás para mirar su pecho. Había cicatrizado por completo y ahora se erigía en todo su esplendor. Todo músculo, formas y virilidad. Estaba fascinada por su perfección. Se pasó la lengua por los dientes y notó los colmillos algo más largos y desarrollados. Un brillo devorador apareció en sus ojos.
Tenía hambre.
Los ojos de ambos entraron en contacto. Ella sin apartarle la mirada deslizó un brazo por su espalda recorriendo sus músculos. Caleb dio un respingo y la miró con deseo.
Orgullosa, comprobó que no había ni un corte. Sólo extensiones de carne definida y delineada. Montañas de tendones y músculos desarrollados hasta casi exagerar. Había sanado en el momento en que probó su sangre. Era asombroso entonces la necesidad y la dependencia que tenía el vanirio de ella. Y Caleb era asombroso también. Caleb era un guerrero. Un guerrero poderoso. Y ella estaba temblorosa, sentada sobre su regazo. Su erección, dura y gruesa, presionaba contra los muslos de Aileen y ella la rozó con deliberación. Sin pizca de miedo.
No se creía una seductora, pero puede que la conversión le hubiera disparado la libido y las hormonas. Estaba mareada y ebria de él. El olor a mango había vuelto y ella sólo quería comer fruta.
—Aileen… —musitó Caleb mirándola con adoración.
Le apetecía hacerle tantas cosas y con tanta pasión… pero se obligó a calmarse. No quería hacerle daño ni asustarla.
La miró a la boca. Bajó la cabeza sutilmente y rozó sus labios con los suyos. Y allí empezó el verdadero tormento.
—¿Te encuentras mejor? —le preguntó ella sin rechazar ese leve contacto, sosteniendo su mirada sin parpadear y manteniendo sus emociones con un autocontrol impropio de alguien tan joven.
Los labios de Caleb se separaron un poco de su boca y una ceja se arqueó.
—Todavía hay algo que me duele, pequeña —tomó aire y fue hacia su boca de nuevo a besarla como era debido, pero Aileen apartó la cara y se bajó de su regazo con la dignidad de una reina.
—¿De verdad? ¿Qué te duele? —cogió su bolso y su chaqueta, intentando parecer indiferente y evitando pensar en el mareo que tenía encima.
Caleb incrédulo se levantó de la cama y la tomó por los hombros. Si se pensaba que podía irse de su casa, iba lista. Aileen había aceptado con ese gesto su relación con él y no había vuelta atrás, él no se lo iba a permitir. Ella era su cáraid, su compañera, no podía ignorarlo así.
—Me duele todo y necesito que me…
—¿Qué necesitas? —preguntó indiferente. Se iba a poner la chaqueta, pero Caleb se la quitó de las manos y la desgarró en dos partes. Estaba enrabiado con ella porque no le hacía caso. Aileen lo desafió con la mirada. Cogió su bolso y le dio con toda la rabia que tenía dentro. Caleb la cogió de la muñeca deteniendo sus golpes, le arrancó el bolso de las manos y lo lanzó a la otra esquina de la habitación. Aileen sin pensarlo, le dio una fuerte y sonora bofetada.
El aire se tensó. Un trueno relampagueó y amenazó con reventar los cristales. Caleb le puso las manos sobre los hombros y la llevó contra la pared, aprisionándola con su cuerpo semidesnudo. Sus ojos tenían un brillo peligroso. Cogió el vestido de los hombros y lo desgarró de arriba abajo.
—¿Dónde te crees que vas, Aileen? Ahora ya no puedes salir así a la calle. Te quedarás aquí.
Aileen se encogió. Volvía a la misma situación de hacía unas noches. Sus pechos, con los pezones erectos señalaban al pectoral de Caleb. Sólo unas braguitas negras, cubrían su piel. Aileen se abrazó e intentó cobijarse en la pared, mientras lo miraba con miedo y se frotaba las muñecas. Ella le salvaba la vida y él la volvía a saquear. Así era Caleb. Nunca antes se había sentido tan tonta por confiar en alguien.
Caleb tardó en comprenderla. Aileen estaba pálida, de pie sólo con sus zapatos y con sus braguitas. Lo volvía loco, tal era su pasión por ella que a duras penas la podía controlar. La miró horrorizado, reprendiéndose a sí mismo por su actitud dominante. No, no podía deshacer los avances con ella de ese modo. No podía hacerle eso, pero tampoco había sido su intención. Sintió que se le desgarraba el corazón al percibir el miedo de su cáraid.
—No, Aileen… —inmediatamente la arrimó a él y la abrazó con fuerza, apoyando su barbilla sobre su cabeza—. No, Aileen, cálmate… no va a pasar así. Lamento haberte asustado. Perdóname, por favor.
Aileen temblaba. Intentó forcejear con él, hasta que entendió que Caleb no la iba a soltar. Entonces tensa como una cuerda, dejó de pelear.
—Perdóname, pequeña. No quería asustarte. Ven, déjame abrazarte —la abrazó con más fuerza, esperando a que ella se sintiera protegida, no atacada ni amenazada. ¿Cómo podía tratarla así?—. Aileen, soy un idiota. Es que… yo… Es que tú… me haces sentir cosas, tengo necesidad de ti y no puedo permitir que me rechaces. Es muy doloroso.
Aileen se limpió las lágrimas de un manotazo. Estaba enfadada con él por muchas razones. Su enfado principal lo arrastraba desde que había visto a Caleb en el pub con esas dos jabatas rubias. Se sentía traicionada y le daba igual cómo se sintiera él.
—¿Qué quieres de mí? —lo empujó con la voz rota—. Ya te he dado de beber, ya no me necesitas… Déjame, Caleb…
Caleb la rodeó con más fuerza y se limitó a relajarse, a dejar que Aileen fuera la que hablara con él, a dejar que se fundiera con su cuerpo. Ella debía confiar en él. Caleb no le contestó pero permaneció cobijándola.
Las respiraciones de ambos, agitadas.
—Tú eres mi cáraid, te necesito. Te has entregado a mí y yo quiero entregarme a ti.
—No. No me necesitas.
Caleb se apartó de ella ligeramente, sólo para poder verle la cara.
—¿Cómo puedes decirme eso? —la miró con adoración y bajó los ojos hasta sus pechos redondos y bien formados.
—Hace un rato estabas muy cómodo en el pub —espetó, alzando la barbilla, mirándolo con los ojos llenos de ira y dolor—. Tienes a las dos rubias noruegas para calmar tus necesidades. Pídeselo a ellas. Y… y… devuélveme mi ropa.
—Estás celosa —sonrió pensando en Daanna—. Mi hermana me sugirió que fuera acompañado de ellas, para que te despertara la posesividad y te hiciera hervir de celos. No sólo eres vaniria cariño, sino que eres una loba. No lo ibas a soportar… No te gustó verme con ellas. Bien, es natural.
Le encantaba verla con los ojos chispeantes de furia, encendida y apasionada. La tomó de la barbilla y la alzó hacia él.
—Sólo son dos chicas del clan. No hay nada más, sólo son amigas —su voz descendió una octava.
—No, basta ya. Esto —señaló sus cuerpos cercanos— no es natural. Así que no digas que es natural porque no lo es, ¿entiendes? Y además, no me des explicaciones —la voz le temblaba, y la barbilla también—. No las quiero.
—Me quieres sólo para ti. Y yo te quiero sólo para mí. Tienes que acostumbrarte a esa sensación, tienes que aceptar lo que yo despierto en ti. Odín sabe que yo intento aceptar todo lo que tú me haces sentir.
Aileen enderezó la espalda y sacó pecho. Iba a echarle en cara todo.
—Me tienes harta, Caleb. Bob me ayudó después del trato vejatorio al que tú me sometiste. Él es todo un caballero, casi un amigo. Tengo que agradecerle mucho y tú le trataste mal sólo porque se me acercó y…
—No me hables de él. No me gusta.
—¿Por qué? ¿Por celos o por culpabilidad? Es porque él te recuerda que fuiste un salvaje conmigo, ¿a que sí?
—No lo vas a ver más —la amenazó agarrándole del pelo con no mucha delicadeza—. Ese moscón sólo quiere abrirte de piernas.
—Entonces se parece a ti —replicó ella entrecerrando los ojos—. ¿Eso es lo que quieres, verdad? Quieres abrirme de piernas.
Caleb le mantuvo la mirada. La de ella llena de fuego y la de él, fría y resentida.
—Quiero que me entregues tu cuerpo por propia voluntad. No se trata de abrirte las piernas. Y no hables así, no queda bien en ti. Tú eres toda una dama, no un bruto animal como yo.
Aileen sintió como esas palabras la acariciaban y la azotaban a la vez. ¿Qué quería ella? ¿Quería entregarse a él?
Sí. Por mucho que lo quisiera negar, sabía que sí. Desde hacía cuatro noches su cuerpo llamaba por una liberación, que sólo despertaba y se encendía con él delante. No sabía muy bien lo que implicaba ser la cáraid de un vanirio, pero su cuerpo reaccionaba por sí solo cuando él estaba cerca y ella ya no tenía ningún poder sobre los anhelos de su cuerpo.
Al reconocer la verdad se quedó abatida e indefensa como una niña. Y como las niñas se limitó a ser sincera y a hablar con claridad. Toda la furia se esfumó y entonces se sintió vulnerable como nunca. Estaba perdida, había perdido contra él. No podía utilizar más máscaras de indiferencia cuando estas se rompían a pedazos.
—¿Qué me has hecho, Caleb? Me estoy volviendo loca… ¿Por qué? —exigió saber apoyando la frente en el pecho de Caleb en un gesto claro de derrota—. ¿Vas a acabar conmigo, verdad?
—No, mi vida —acunó su cara dulcemente con las manos—. No vamos a acabar nada, sino a empezar algo.
—No hablabas mentalmente conmigo desde ayer… ¿Por qué diablos no lo hacías?
—Ya no tenía poder para hablar contigo. Lo agoté en nuestro vuelo. Quería estar contigo ahí arriba, entre las nubes.
Aileen tragó saliva y cerró los ojos con fuerza. Nunca le diría lo mal que lo había pasado cuando él no contestaba a sus súplicas ni lo resentida que estaba por haberla hecho tan vulnerable.
—Sé que fue duro para ti —continuó el vanirio—. Me suplicabas que estuviera contigo, que me necesitabas. No me separaré jamás de ti. Desde ahora, yo estaré dentro de ti y tú de mí. Seremos uno, ángel —le volvió a tirar del pelo, pero esta vez más suavemente.
—¿Vas a volver a verlas? —alzó la mirada hacia él.
—¿A quiénes?
—A esas chicas rubias…
—Depende —dijo divertido—. ¿Te molestaría?
—Estoy cabreada contigo, Caleb. No bromees. Hace un rato estabas encantado de tener a esas enganchadas a tus brazos. Yo… —apretó con fuerza la mandíbula. Se estaba sincerando con él pero no podía detener sus palabras—. Creí que me estabas castigando por algo… Creí que te reías de mí… Me sentí… mal —confesó derrumbándose contra él.
—¿Castigarte? —la obligó a mirarlo a los ojos—. No, Aileen, claro que no.
Caleb sacudió la cabeza. Se sentía perdido e irritado consigo mismo.
—Dios… Aileen —sus ojos expresaban desesperación. Él estaba acostumbrado a mandar. A ordenar. Y nadie le rechistaba, nadie menos ella—. Hago las cosas fatal. Yo quiero que me aceptes, quiero que confíes en mí —le levantó la barbilla y miró sus ojos llorosos—. Ellas no son nada. Me importas tú.
—Entonces deja de tratarme así. Eres un bruto —contestó ella suplicante—. No me gusta que me intimides ni que uses tu fuerza conmigo. No me gusta que me pongas en ridículo como hoy por la noche cuando me sacaste así del pub como si fuera una muñeca sin voz ni voto. No me gusta que me arranques la ropa de ese modo. Me has roto el vestido.
—Aileen…
—Cállate… No me gusta que no me respetes y que creas en todo momento que sabes lo que es mejor para mí. Ni me gusta que…
—Perdóname —rogó acariciándole la mejilla con los nudillos—. Intentaré controlarme… ¿Y qué hacías tú con ese vestido? —gruñó—. Contoneándote delante de todos los hombres…
—¿Contoneándome dices? —siseó arqueando las cejas.
—No puedes ponerte algo así cuando yo no te puedo proteger. Me estabas provocando, a mí y a todos los demás.
—Para que lo sepas, neandertal —presionó su pecho varias veces con el dedo índice—, me puse el vestido para ti. Pensé que te gustaría verme con él. Pero ya veo que no —miró el vestido de Moschino hecho trizas—. Lo has roto —lo reprendió con sus ojos lilas—. Eres un animal.
—Nunca te pongas nada parecido si yo no estoy contigo.
—Estaba contigo, idiota. Además, tú me lo regalaste. ¿Ves? —alzó los brazos y los dejó caer con gran frustración—. Todo el rato mandando mensajes contradictorios. Si te pone violento que yo me ponga sexy, haberme regalado otra cosa. ¿Te parece mejor un burka? —lo empujó malhumorada.
—No. No es eso —le dijo dulcemente—. Me encanta tu cuerpo. Tu figura está hecha para que se luzca —la repasó con ojos hambrientos—. Sólo te pido que te vistas así cuando yo pueda protegerte de todo y de todos. No tenía fuerza ninguna, Aileen. No entiendes como me siento si no puedo protegerte. Mira lo que me hizo Bob y casi me muero.
—Yo… no sabía qué era lo que te pasaba. No me imaginaba que estabas tan mal —su rostro reflejó sincero arrepentimiento—. Pero te lo merecías por cromañón.
—Lo sé, pequeña. Te pido disculpas.
El rostro de Caleb era todo un ruego suplicante y hacía esfuerzos por pedir en vez de exigir.
—Lo tendré en cuenta si eso te tranquiliza. Aun así, soy libre de ponerme lo que me dé la gana… ¿me entiendes?
Caleb asintió. Ahora el cuerpo de Aileen clamaba por ser calmado y acariciado. Y el de él también.
—Tengo hambre, cáraid.
—Espera —Aileen le puso la mano en el pecho al adivinar el brillo en sus ojos—. Si yo tengo en cuenta lo que tú me pides, tú vas a tener en cuenta lo que yo te pido —era una orden—. No vas a dejarme sola ni romperás de ese modo la comunicación conmigo nunca más —Caleb iba a abrir la boca pero el gesto de Aileen advirtiéndole que no la interrumpiera lo echó para atrás—. No vas a tontear con ninguna otra mujer, sea rubia, morena o pelirroja. ¿Me oyes, Caleb? Nunca más. No quiero pensar en por qué me molesta, pero me molesta, y borra esa sonrisa arrogante de tu boca. Y no vas a volver a utilizar esos modales de hombre de las cavernas, conmigo. ¿Queda claro? El machismo ya no se lleva.
Caleb sonrió como un niño pequeño que se había salido con la suya. Se inclinó y acercó su nariz al cuello de Aileen, impregnándose de su pastelito. Ella era dulce, dulce de verdad.
—No me gusta que te toquen —reconoció él. Si ella se sinceraba, él también—, ni que otros se te acerquen. Tú todavía no controlas lo que provocas en los demás —la soltó del pelo y abarcó su cara con las dos manos. Con el pulgar acarició su labio inferior—. No eres consciente de lo que provocas en mí… Me muero de los celos, Aileen. Soy un celta vanirio, no lo puedo evitar. Soy celoso, posesivo, protector…
—Arrogante, mandón, abusón…
—Sí —reconoció. Se humedeció los labios con la lengua—. Pero tú eres mi cáraid y nuestras relaciones son así.
—No quiero una relación así, me asusta. Ni siquiera quiero una relación. Quiero respeto y…
—Yo te respeto a más que nadie en el mundo, Aileen. Eres valiente, leal, compasiva… y preciosa —se inclinó y volvió a rozar su cuello con la nariz. A Aileen le costaba respirar. Con los labios pegados a su garganta susurró—. Pero el vanirio está lleno de pasión, así nos han hecho. Tu cuerpo es mi templo y no voy a dejar que nadie te ponga las manos encima. Yo tengo que proteger lo que es mío, y tú eres mía. No importa cuánto luches, no importa cuánto te opongas. Nada va a cambiar eso. Dónde estés tú, estaré yo. Eres mi pareja.
—Quiero mi espacio —echó el cuello hacia atrás para apartarse de sus labios. Su mirada atormentada y suplicante—. Todavía es pronto para mí. Hace cinco días que te conozco y no hemos empezado con buen pie que digamos. Aún estoy asimilando lo que soy, no me puedes exigir ningún tipo de relación —aunque deseaba su cuerpo con locura.
—No lo entiendes. Los vanirios somos completamente distintos de los humanos, sobre todo en lo tocante a nuestras relaciones de pareja. Me acabas de alimentar, no pretendas retomar tu vida con normalidad. Nada de espacios, nada de libertades. Yo seré lo más importante en tu vida igual que tú lo eres en la mía. Y eso lo cambia todo. Los humanos tienen muchas distracciones y dejan de lado a sus parejas. Nosotros no. Yo no.
—Lo que cambie o no cambie esa peculiaridad de alimentarte —lo marcó con comillas—, lo decidiré yo. Tú no vas a regir mi vida —contestó altanera.
—¿Regir tu vida? Ya está bien. Ven aquí.
Aileen sentía la confusión interna de Caleb. Se sentía desquiciado, roto, desbordado por ella… y ella estaba igual. Las relaciones entre las parejas vanirias parecían ser muy tempestuosas y ella nunca había tenido ninguna relación.
Él le enseñaría lo que significaba ser cáraid de un vanirio, y si no podía explicárselo con palabras lo haría con hechos. ¿Regirla? No, se trataba de verse invadido por una marea de emociones y sentimientos continuos hasta que no se sabe dónde empieza uno y acaba el otro. Caleb le puso las manos sobre las mejillas y le acercó los labios. Rozó sus cejas, sus ojos, su nariz, sus mejillas… Aileen cerró los ojos y dos inmensas lágrimas se derramaron hasta formar una inmensa gota en su barbilla. Caleb le inclinó la cabeza hacia atrás, y posó su boca en la barbilla de Aileen. Entonces ella olvidó todas las reprimendas y todos los inconvenientes de tener una relación con él, fuese del tipo que fuese. Se perdió en su roce, en su repentina dulzura, y aunque se odiaba por ello, reconoció que lo necesitaba tanto como él a ella. Caleb la mordisqueó y la besó. Aileen dejó de temblar y se apoyó con las manos en el duro pecho de Caleb, dejando que las sensaciones de sus besos, despertaran a todo su cuerpo enardecido. Abrió los ojos y se quedó enganchada en su mirada verde y él en la de ella. Una chispa se encendió, una chispa poderosa que brilló en las profundidades de los ojos de ambos.
Caleb, alto, grande, musculoso, casi imperial, estaba delante de ella, cogiéndole la cara con delicadeza, deseando que Aileen perdiera el miedo y se entregara totalmente a él.
Ella observó su cara, sus facciones angulosas, llenas de tensión y de incertidumbre. Aileen estaba segura de que si ella lo rechazaba en aquel momento, Caleb moriría. Él le rogaba que lo aceptase, porque ella estaba más que convencida de que Caleb la aceptaba a ella. Aileen no podía engañarse. Lo deseaba y se moría de ganas de besarlo. Esa era su nueva naturaleza y se sorprendió de lo mucho que quería aceptarla, así que esperó la agresividad y la posesividad de Caleb y tomó fuerza para poder aguantarlas.
Aileen recordó su primera vez. No había habido besos, ni caricias, ni nada… A Caleb no le gustaba que lo tocaran. Ella no podría soportar una segunda experiencia como aquella. No con Caleb. No, sintiéndolo en cada poro de su piel como lo sentía, estando casi desnuda enfrente de él.
Caleb ladeó la cabeza. Deslizó las manos desde su cara, por su cuello, sus hombros finos, su espalda elegantemente arqueada, hasta llegar a las caderas. La atrajo para que sintiera la palpitación de su erección, el deseo que rugía por ser liberado.
Aileen abrió los ojos y la boca con sorpresa y, antes de que pudiera decir nada, él bajó sus labios con seguridad y los posó sobre los de ella.
Aturdida como estaba, dejó que él dirigiera el beso. Su primer beso. Eso no lo esperaba. De un modo indolente, su boca fue poseída por la de Caleb. Los labios se calentaron con el roce y la fricción, y entonces Caleb se concentró en su labio inferior y lo lamió dulcemente para luego morderlo y ponerle los pelos como escarpias a Aileen. Ella nunca antes había besado a nadie, pero la experiencia le pareció casi religiosa. La boca, la lengua y los dientes de Caleb la estimulaban y la animaban a abrir más los labios. Cuando lo hizo, su propia lengua salió en busca de la de Caleb y cuando se encontraron se enrollaron como si fueran amantes en un baile de promesas, caricias e intenciones sensuales que despertaron todos sus sentidos. Sus manos notaban, apoyadas en el pecho de él, la suavidad y el calor de su piel. Su boca y su nariz se impregnaron de su olor y de su sabor. Su oído podía incluso escuchar el latido acelerado del corazón del vanirio.
Sintiéndose poderosa y repentinamente atrevida, Aileen se agitó entre sus brazos. Quería rozarse con él.
Caleb ardía, y sus dedos se habían clavado en sus caderas, conteniéndola, midiéndola. Se estremeció cuando sintió la calidez de la lengua de Aileen. Se limitó a sentir como poco a poco ella se despertaba a la pasión entre ellos y disfrutó de su reacción.
Ella debía rendirse a la evidencia. Se deseaban, y no con un deseo humano, sino con un deseo casi animal, salvaje y arrasador. Aileen se había puesto de puntillas y ahora rozaba con avidez su erección, mientras le hacía el amor con la boca y la lengua. Ella era dulce, cuidadosa, pero muy apasionada. Lo tentaba rozando sus labios sin llegar a profundizar, y cuando él desistía entonces ella se lanzaba a comerle y morderle, a lamerle la lengua y acariciarle de modo totalmente intencionado los colmillos, a poseer su boca por completo. Esa caricia le gustaba y su sabor era fresco y ardiente.
Aileen había dejado de estar tensa. Armándose de valor, la volvió a acercar a la pared y la aprisionó contra ella, mientras seguían besándose como si dependiera sus vidas de ello. Caleb le agarró del pelo y le dio un leve tirón para que ella lo mirara. No había miedo, ni temor. Sólo deseo. Un deseo antiguo por poseer y ser poseído. Aileen seguía sin mover los brazos, sus manos no se habían movido del pecho de él. Se miraban el uno al otro, expectantes y asustados de su propia pasión. Caleb la cogió por las muñecas y se llevó sus manos a la cara.
—Tan suave… —ronroneó él.
Apoyó la mejilla en una de sus manitas y se frotó, buscando calor y consuelo.
Aileen frunció el ceño mientras respiraba agitadamente. Los labios le hormigueaban, le quemaban, pero las palmas de sus manos ardían por tocarlo. ¿Qué estaba haciendo? Ella creía que a Caleb no le gustaban las caricias, pero él parecía un puma negro herido y deseoso de que lo tocaran. Su mano se ahuecó, para permitir que Caleb se frotara en ella. Caleb giró su mano de modo que la parte interior de sus muñecas quedaran a la altura de sus labios. A continuación, hizo algo que ella jamás hubiese esperado. Besó sus muñecas, por delante y por detrás. Besos dulces destinados a calmar, a curar. Besos húmedos destinados a enardecer y a despertar.
—Te hice daño aquí. No volveré a tratarte así jamás. No te haré daño nunca más. Te cuidaré y te protegeré siempre —con los labios pegados a la muñeca y la mirada enardecida le ordenó—. Tócame, Aileen. Te lo suplico. Necesito que me acaricies —expresó en voz alta.
Aileen se apoyó contra la pared. Las piernas le temblaban y el corazón golpeaba contra el pecho. Respiraba descompasadamente. Él mantenía sus manos femeninas y elegantes sobre su cara y las soltó, esperando a que llegaran las caricias. Había sido una declaración muy humilde por su parte.
La oscura claridad de la noche se colaba por el balcón abierto de par en par, iluminando la habitación y enmarcando sus cuerpos con un aura clara y pálida como la luna. Las cortinas rojas bailaban al son del viento. La lluvia marcaba el ritmo de sus respiraciones.
Aileen titubeó hasta que al final decidió ceder a sus impulsos. Enmarcó la cara de Caleb y la acarició, primero las mejillas, luego los labios, la barbilla. El vanirio cerró los ojos agradecido por aquellos mimos. Fue descendiendo por su cuello fuerte y tenso, por sus hombros anchos y perfectamente redondeados, por su pecho caliente, terso y marcado, por sus abdominales tan bien definidas y su cintura delgada. Luego ascendió, deleitándose en el tacto de ese cuerpo hecho para el amor y la guerra y pasó sus dedos por los músculos de los brazos.
Caleb siseó de placer en cada una de sus caricias y apretó los ojos para que las sensaciones fueran más poderosas. Entonces dejó de sentir las manos de Aileen. Abrió los ojos y ella no estaba. Al momento, sintió como unas manitas dibujaban con sus dedos, los músculos de su espalda. De arriba abajo, de lado a lado… Aileen estaba detrás de él y le estaba acariciando como ella quería. Por entero. Sus manos rodearon su pecho y su estómago y empezó a sentir los labios de Aileen en su espalda. Caleb echó las manos atrás y le tomó de los muslos desnudos y calientes al tacto, mientras ella proseguía con su exploración. Los pechos de Aileen apretados contra su espalda. Labios húmedos, benevolentes, le recorrían la amplitud de los hombros, le pasaban por la nuca y el cuello, seguían su columna vertebral y luego volvían a ascender. Por allí por donde pasaban le seguía la lengua, juguetona y de tacto de satén. Quiso borrar cada uno de los azotes, aunque ya no estaban, pero quiso que se le grabara un recuerdo dulce, no el lacerante.
—Aileen… —musitó Caleb tensándose—. Necesito que… Joder… Bésame.
Se giró, la tomó de la cintura y, pegándola a él, inclinó la cabeza hacia la de ella y pegó su boca a la suya como un lobo hambriento. Aileen pasó sus manos por su cuello y se agarró a su melena negra para sostenerse como si fuera un salvavidas. Caleb deslizó sus manos hasta abarcarle las nalgas y tirando de ellas la instó a que se pusiera de puntillas y profundizara en el beso. Ambos soltaron un gemido al unísono, sonido revelador de la necesidad que ambos tenían de esa intimidad. La erección de Caleb presionaba su estómago, y sus torsos desnudos se habían acoplado de modo que los latidos de sus corazones se mezclaran y se confundieran. Los besos pasaron a ser más exigentes, hasta que ya no les fue suficiente con besar.
Aileen sentía que quería más, necesitaba más de él y él necesitaba mucho más de ella. La alzó por las nalgas, moviendo su erección contra ella y con ella en brazos caminó hasta la cama sin dejar de besarla.
—No, Caleb —dijo ella tensándose y hablando sobre sus labios—. No quiero que me estires ahí. No quiero. No puedo.
Caleb miró la cama y sintió lo turbada que se encontraba Aileen al estar allí de nuevo, donde perdió la virginidad. Tenía miedo. Entonces él se sentó en un extremo, y colocó a Aileen de pie en el suelo entre sus piernas abiertas. La abrazó queriendo calmar su ansiedad y la necesidad de ambos.
—Aileen, no sabes cuánto te deseo —ronroneó como un felino. Frotó su cara sobre el valle de sus pechos, y ella le acarició el pelo. Deslizó sus manos por sus costillas, pasando por la cintura y las caderas—. Señor, eres perfecta. Me falta el aire —dijo con la voz enronquecida.
Aileen no podía hablar. Estaba atrapada bajo sus caricias, hipnotizada por su voz llena de anhelo, sumergida en el contacto de su boca y su nariz en su torso. Caleb pasó los dedos por las bragas de seda negras de Aileen, y las deslizó por sus esbeltas y largas piernas hasta el suelo. Sin alzar la mirada todavía, le desabrochó las tiras de sus zapatos de tacón y también se los quitó. Pasó las manos por sus pies finos y femeninos hasta sus pantorrillas, rodillas y muslos fuertes y prietos. Llegó al triángulo de rizos negros y su respiración se volvió más dificultosa. Sin tocarla en esa zona siguió su camino ascendente acariciando caderas, cintura, el lateral de sus costillas y dejando la palma de sus manos abiertas sobre los dos pechos.
Aileen se estremeció. Las manos de ese hombre la enloquecían. Se sentía como una olla a presión a punto de explotar.
—Fíjate que bonitas son —susurró él masajeando sus senos con la mirada oscurecida.
—¿Te…? —tragó saliva—. ¿Te… gustan? —preguntó ella conmocionada y complacida a la vez.
—¿Quieres que te demuestre cuánto me gustan? —la miró con desesperación.
Aileen asintió lentamente sin apartar los ojos de los de él. Caleb procedió a demostrárselo. La acercó a él tomándola de la cintura, se inclinó hacia delante y tomó un pezón en su boca. Lo rodeó con la lengua, hasta que se puso tieso. Lo chupó y de repente cerró la boca sobre él y lo succionó, primero suavemente y luego cada vez más fuerte, tirando de él.
Aileen respiraba entrecortadamente, mientras lo miraba con ojos nublados de placer. Le parecía tierno y erótico tenerlo a él, ese macho tan fuerte y tan dominante enganchado a su pecho, excitándola, mamando con gentileza, como si fuera un bebé. Pero no era un bebé, era un hombre y la estaba seduciendo.
Deslizó sus brazos por el cuello de él y entrelazó sus dedos en su cabello, primero sosteniéndolo, controlándolo, y luego atrayéndolo hasta ella para que tomara todo lo que quisiera y más. Le gustaba el pelo de Caleb, le gustaba tenerlo sólo para ella, ser la única que pudiera acariciarlo. Se sorprendió al sentirse tan posesiva respecto a él, pero lo aceptó y gruñó de placer. No iba a pelear más contra lo que el vanirio tan repentinamente amoroso que tenía enganchado al pecho despertaba en su corazón, en su interior. Hacía unos días lo odiaba. Ahora lo necesitaba como el aire para respirar.
Caleb masajeaba el otro pecho con su mano. Tomando aire, apartó la mano y decidió martirizarlo también. Lo mordió, lo lavó con su lengua hasta que el seno quedó enrojecido, hinchado y palpitante.
Caleb podía ser un tirano, un torturador, pero la tenía fundida y dócil por sus caricias. No habría cinturones ni crueldad de ningún tipo y exhaló el aire de modo tembloroso.
Iba a hacer el amor con él. No era ninguna mojigata ni ninguna puritana. El destino le había traído a Caleb y ahora ella lo necesitaba con la misma ansiedad salvaje que él intentaba reprimir para no asustarla.
Caleb dejó de chuparla y alzó la mirada hacia ella. Él tenía los labios entreabiertos, y ella no se lo pensó dos veces. Lo agarró del pelo con manos temblorosas, se inclinó y deslizó la lengua entre ellos, hasta que tocó la de Caleb.
Él clavó los dedos en su tierna carne y dejó que Aileen procediera a su invasión. Él le acarició y le apretó las nalgas y ella intensificó el beso soltando un tímido gemido, adentrando más la lengua.
Esa era la señal que esperaba de ella. Caleb la alzó como si no pesara menos que una niña y la sentó a horcajadas sobre él. Las rodillas clavadas en la cama, a cada lado de sus caderas. Él tomó el mando del beso con la voracidad de un lobo.
Ella se apartó, miró hacia sus cuerpos y se encontró abierta para él. Sus nalgas presionaban su erección y él le acariciaba el trasero, y la miraba divertido. Caleb no dejó que ella se distrajera. Posó sus labios sobre los de ella y la besó tiernamente mientras le acariciaba la espalda. No paró de besarla hasta que se convirtió en gelatina líquida.
Aileen lo tenía cogido del cabello, y estaba sentada sobre él, completamente abierta y a su disposición.
—Quiero hacerte el amor —dijo él sobre su boca. Lamió su labio inferior con candencia y pericia infinitas—. Quiero meterme dentro de ti.
Aileen lo miró a los ojos con su mirada lila turbada de deseo, mientras asimilaba las palabras de él. Luego miró su boca, se pasó la lengua por el labio inferior y lo volvió a besar, pero esta vez jugando con él. Avanzando y retrocediendo, hasta que Caleb se cansó y la saqueó. Se hizo dueño de su boca, de todo su cuerpo y de su voluntad. Aileen se apartó para volver a coger aire y entre bocanadas susurró:
—Entonces, quítate los pantalones.
Caleb le besó y le mordisqueó el cuello. Sonrió triunfante.
—¿Tú también quieres que te haga el amor, Aileen? —preguntó mientras lamía el lóbulo de su oreja.
—Ah… sí… —respondió ella tiritando del estremecimiento.
—¿Ya no me tienes miedo, entonces?
—Me da miedo… lo que despiertas en mí. Todo esto es nuevo para mí, Caleb.
Caleb tocó sus pechos y los sopesó, los masajeó, los juntó mientras los observaba con su mirada hambrienta.
—Para mí también lo es. Todo lo que siento es completamente nuevo.
Aileen le aguantó la mirada. Tenía los ojos lilas más claros que nunca, la melena negra desparramada por sus hombros y su espalda, los colmillos puntiagudos asomaban entre sus labios semiabiertos, estaba desnuda y estaba deseosa de, nunca mejor dicho, hincarle el diente.
—Tómame, Caleb. Haz lo que sea que tengas que hacer conmigo, pero hazlo ya porque me voy a morir si no haces algo. Me… me duele todo el cuerpo —no dejó de mirarlo mientras le ordenaba como una auténtica vaniria habla a su pareja.
Caleb sintió que su erección crecía y palpitaba a punto de eclosionar. Se levantó con ella en brazos y con una mano se arrancó el pantalón. No llevaba calzoncillos, así que su pene salió disparado hasta su ombligo.
Aileen notó la punta del glande que acariciaba su carne trémula y húmeda y se estremeció. Caleb volvió a sentarse.
—Rodéame con tus piernas —susurró contra su hombro y lo mordisqueó.
Aileen obedeció y miró hacia abajo. Su pubis acunaba el miembro de Caleb. Era tal y como lo recordaba. Grande, grueso y largo. Totalmente amenazador.
Caleb no permitió que pensara en si le haría daño o no. La besó de nuevo, tan profundamente que no hubo ningún rincón de su húmeda cavidad que su lengua no rozara ni acariciara. Aileen le clavó los dedos en los hombros, y lejos de amilanarse, lo besó con la misma hambre, con vehemencia, restregándose contra él y volviendo a entrelazar sus dedos entre su cabello negro y abundante. Era excitante estar con un hombre de pelo largo y agarrarse a su cabellera mientras se abrazaban y se besaban. Deseaba tanto que Caleb calmara el dolor que sentía en su vientre, en su entrepierna.
—Dime dónde te duele —exigió saber él contra su boca. Aileen lamió sus labios mientras hablaba, pero no le contestó—. ¿Te duele aquí? —deslizó sus dedos por la parte interna de sus muslos y acarició la entrada de su cuerpo con suavidad y ternura. Aileen dio un respingo y soltó un gemido—. ¿Sí, cariño? ¿Te duele aquí? —sonrió y presionó el orificio de entrada a su cuerpo. Lo acarició haciendo círculos, y observó la reacción de Aileen, que llena de curiosidad había bajado la mirada para ver como su mano bronceada hurgaba en su intimidad—. ¿Quieres que te calme un poco, verdad? —susurró contra sus labios mientras notaba en la humedad de sus dedos la disposición de su cáraid. No necesitaba contestación—. Mmm, sí… —introdujo el dedo corazón y sintió como su Aileen se abrazaba a él, a ese dedo inquisitivo—. Claro que quieres. Lo quieres tanto como yo.
Ella creyó que iba a desmayarse. Sentía el dedo de Caleb frotarse contra ella, acariciándola, estimulándola, despertando todo su cuerpo. Aileen empezó a mecerse contra su mano, bamboleando las caderas. Nunca había hecho el amor pero sabía muy bien cómo se hacía. Caleb empezó a acariciar su clítoris con el pulgar, mientras introducía más profundamente el dedo en su interior. Aileen no podía detener sus movimientos, ardía y palpitaba contra su mano y le encantaba lo que le estaba haciendo. De repente sintió otra nueva presión y supo que Caleb estaba deslizando otro dedo en su interior. Dos. Ella sabía que la estaba dilatando para la intrusión más grande, pero si seguía así no iba a poder aguantarlo por mucho tiempo.
Caleb no se detuvo ni por un instante. Seguía su ritmo implacable. La acariciaba, encendía su llama interior, su fuego interior, observando cada una de sus expresiones. Quería darle placer, mucho placer. No sólo era placer lo que deseaba de ella, sino una total aceptación. Sentía algo muy fuerte por Aileen, algo que nunca antes había sentido ni siquiera cuando era un mortal. Guiado por esa necesidad a la que no se atrevía poner nombre, arrasado por esa ansiedad de ella hincó los dedos más adentro. El ritmo empezó a ser más rápido y Aileen se agarró con fuerza a su cuello.
—No te imaginas cuántas ganas tenía de tocarte aquí… —movió los dedos más profundamente— y aquí… —acarició su botón con el pulgar, mientras se inclinaba para lamer y morder su cuello sin llegar a hincarle los colmillos—. Mmm… estás cerca, álainn[20] —musitó deteniéndose y pasándole la lengua por la yugular—. ¿A qué huelo yo para ti? —le preguntó reteniendo los dedos en un punto de su interior. Presionaba, pero no los movía.
Aileen frunció el ceño, sin creer que se detuviera, sin quererlo tampoco. Cuando Caleb percibió su frustración se limitó a torturarla un poco, moviendo sutilmente los dedos, sacándolos casi por completo y manteniéndolos ahí, acariciándola en círculos.
—A… mango —contestó ella con las pupilas dilatadas y los ojos llenos de pasión—. No, no te detengas —lo agarró del cuello y lo abrazó. Se abrazó a él de un modo tan desesperado, que a Caleb el corazón le dio un vuelco.
—¿Ah, sí? ¿A mango? —sonrió—. Ya lo sabía. Sólo quería oírtelo decir.
—Por favor, Caleb… —restregaba sus caderas contra él, contra sus dedos, contra su erección que crecía más y más—. No puedo parar.
—Lo sé todo de ti ¿sabes? —la tomó de la cintura y la alzó, dándole un ligero beso en los labios y luego tomando un pezón con los dientes. Aileen gimió echando la cabeza hacia atrás—. Agárrate a mis hombros.
Aileen se amarró a él, sosteniéndose contra su cuerpo, mientras Caleb le acariciaba las nalgas con una mano y con la otra dirigía su pene a la entrada de ella que se veía húmeda y brillante. La instó a que descendiera, poco a poco, y la detuvo cuando el glande, rozaba los labios de su portal íntimo.
—Mírame —le ordenó suavemente. Ella obedeció, completamente dócil y vulnerable—. Mi guerrera amazona… —susurró rozando sus labios con los suyos—. Tranquila… déjame a mí, yo te guío… Sé que nunca te ha gustado ningún hombre —empujó unos centímetros el glande dentro de ella y siseó cuando sintió el calor, la humedad y la textura de Aileen—. Mmm… oh joder… qué bien me sientas. Sé que nunca te has dejado tocar por nadie —introdujo unos centímetros más de su erección, y besó sus labios con dulzura—. Sé que te gusté desde que me viste, porque… —unos centímetros más entraban en su interior y Aileen lo abrazaba como una ventosa— sólo hay… un hombre para ti, Carbaidh[21].
—Caleb… —gimió ella desesperada clavándole los dedos en los hombros.
—Sí, Caleb —repitió él introduciendo varios centímetros más en ella—. Ese soy yo, el único a quién perteneces. El único hombre destinado a pertenecerte —se meció un poco en su interior y sintió cómo Aileen cerraba los ojos y siseaba entre el dolor y el placer—. Yo —entró un poco más empujando con sus caderas— soy el único que puede hacerte esto, Aileen. Tu cuerpo es mío, tu mente es mía y tu corazón también lo será —de un empujón acabó ensartándola por completo.
Aileen echó la cabeza hacia atrás y lanzó un sollozo. Caleb la abrazó y la inmovilizó por las caderas, sintiendo como toda ella palpitaba en su interior, como sus músculos luchaban frenéticos por acostumbrarse a él y escuchando como su corazón latía desbocado por las sensaciones.
Aileen lo apretaba, lo abrazaba y lo cobijaba dentro de sí, sabiendo inequívocamente que ese era su hogar. Agradecido por el recibimiento, acarició sus nalgas sensualmente, deslizó sus manos en una lánguida caricia ascendente por la espalda, el cuello y abarcó su cara con ambas manos, obligándola a inclinarse sobre él. Seguidamente la besó con todo el ardor del infierno y la dulzura del cielo.
Ella no se había sentido así en la vida. No quería oír hablar a Caleb de posesividad y de pertenencia. Eso la hacía más vulnerable ante él y ella intentaba conocer el placer físico y sexual con Caleb, no estaba preparada para nada más. Pero Caleb era un carroñero emocional. Iba a por todas, iba a marcarla como sólo un vanirio podía marcar a su hembra, iba a poseerla a través del sexo. Y ella tenía miedo.
Aileen le devolvió el beso con el mismo anhelo volcánico, pero Caleb se apartó entre gemidos.
—¿Te hago daño? —preguntó él rozándole la mejilla con la nariz.
—No… —Aileen se apoyó en sus anchos hombros para acomodarse y deslizó las manos por su musculoso pecho—. Es sólo que… eres… eres muy grande, Caleb —murmuró mirándole directamente a los ojos.
Aileen sintió como el vanirio se enorgullecía de sus palabras. Sí, Caleb deseaba oír eso de su boca. Él pasó su lengua por el labio inferior de Aileen y luego lo mordió ligeramente para seguir acariciándolo.
—Pero encajo en ti perfectamente —susurró con la voz grave. Deslizó sus manos de nuevo acariciando todo su cuerpo y las dejó en sus nalgas, apretándolas ligeramente y acercándola más a él. Se movió delicadamente para que ella notara hasta donde estaba encajado y cómo la colmaba.
—Sí… encajas —susurró ella entrecortadamente.
—¿Estás preparada, Aileen? —dijo con la voz enronquecida por el deseo—. Vamos a arder juntos, Carbaidh.
Sin previo aviso, la tomó de las nalgas y la levantó deslizando su erección hacia fuera y luego volviendo a penetrarla con más fuerza. Aileen se mordió el labio y reprimió un grito.
Caleb, la volvió a penetrar más profundamente, deslizando su barra ardiente a través de su conducto tan apretado. El placer que sentía era indescriptible, imposible de sentir con alguien. Todo él dependía de ella, y ella dependía de él. No había dolor, ni insultos ni juegos de poder. Caleb era muy grande y estaba dentro de ella devastando con sus movimientos, activando con su roce cada una de las partes sensibles de su interior y ella se sentía bien con él.
El cuerpo tembloroso de Aileen empezó a reaccionar y sus caderas emprendieron la carrera hacia el éxtasis. Lo cabalgó con pasión, juntando su frente a la de él, dejando que Caleb hiciera lo que quisiese, manteniéndolo dentro de ella. Un profundo estremecimiento recorrió su interior y traspasó parte de su coraza. Caleb lo estaba haciendo, se estaba apoderando de ella. Lo sentía por todas partes, sus manos fuertes no la soltaban pero él estaba dentro de todo su cuerpo, en su circulación sanguínea, en su mente. Caleb seguía moviéndose con determinación, sin piedad, con la facilidad y la experiencia de quién tiene el poder y está seguro de sí mismo.
—¿Lo sientes, Aileen? —la penetró más profundamente todavía—. Todo lo que hay dentro de tu cuerpo, todo lo que te llena y te estremece, todo, soy yo —miró hacia donde sus cuerpos estaban unidos y sonrió orgulloso—. Míranos. Todo entero. Me haces sentir tan bien…
A Aileen le costaba respirar y difícilmente podía oír nada, porque el corazón le zumbaba en los oídos. Miró hacia abajo y vio lo que quería decir. Caleb estaba tan clavado en ella, que su pelo púbico se confundía con el suyo.
Caleb la miró con determinación, le enmarcó la cara y juntó su frente con la de ella. Ella se cogió a sus hombros. Él la besó y suspiró de puro placer. Aileen sintió como la misma ola de placer que arrasaba a Caleb se precipitaba también por todo su cuerpo. Respondió al beso de un modo tierno e intenso y empezó a mecerse contra él, dejando que él le diera aire.
Ambos excitados, estimulándose el uno al otro con sus cuerpos. Caleb descendió las manos por todo su cuerpo, lentamente, en una caricia ultra-estimulante y abarcó las nalgas de Aileen, para moverla y acompasarla a su penetración.
Aileen profundizó el beso y siguió el ritmo de Caleb, un ritmo sensual y erótico. Danzaban al ritmo de la pasión.
Ella jadeó cuando él acrecentó el ritmo. Sus ojos verdes la miraban con posesividad y con unos párpados demasiado pesados por el placer. Aileen le enmarcó la cara con las manos y volvió a juntar su frente con la de él, esta vez sin parpadear, sólo mirándolo, esperando traspasar su alma.
—No habrá nadie más para ti —dijo él moviendo la cabeza de un lado al otro—. Te voy a marcar, Aileen. Todos sabrán que me perteneces. Acéptalo.
—Caleb, cállate, no digas nada más —suplicó ella jadeante.
—Tienes… que saberlo —iba a ganar la batalla, ella tenía que reconocerlo—. Sabes que te digo la verdad. Sólo mía. Sólo para mí.
Caleb no podía hacerle eso. La estaba marcando con sus palabras, con sus movimientos. La quería enloquecer y quería obligarla a admitir que ella le pertenecía.
—Por favor, Caleb… —gimió sin saber si le pedía que no parase o que se callase.
Él gruñó y la invadió una y otra vez, torturando su carne húmeda. Aileen tenía que ser valiente, él sabía que ella tenía coraje para cualquier cosa. ¿Por qué no admitía lo que para él era tan obvio? Intentó dejar esa guerra y decidió devastarla de otro modo.
Aileen pasó sus manos por la nuca. Con una mano le acariciaba la cara, con la otra jugaba con su pelo y lo mantenía pegada a ella.
Un cúmulo de sensaciones y de fuerzas poderosas demasiado intensas se arremolinó en su interior a la altura del ombligo. Caleb intensificó los movimientos con el objetivo de hacerla arder en el infierno.
Excitados, se subieron a la ola de éxtasis que les recorrió y la cabalgaron durante un largo rato hasta que algo estalló a la vez en su vientre, algo increíble que los dejó rotos.
Mientras sentía aquel huracán de emociones y sensaciones internas, Aileen sintió que Caleb era para ella, sólo para ella, pero lejos de decírselo y expresar algo tan loco como aquello, frotó su cuello con los labios y lo mordió.
Caleb jadeó y la abrazó con más fuerza mientras seguía meciéndose en su interior. Una mano se enredó en su pelo y la atrajo más a él. La lengua de Aileen lo lamía, los labios lo succionaban, ella bebía de él y de repente se encontraron de nuevo en la ola de un segundo orgasmo.
—Mineadh[22]… —cerró los ojos con fuerza y echó el cuello hacia atrás para soltar un gemido de lujuria y satisfacción mientras apretaba su cabeza contra su cuello para que ella bebiera lo que desease y cuánto desease de él—. Eso es, pequeña. Bebe de mí. Aliméntate.
Ella desclavó los colmillos y se lamió los labios y los dientes con la punta de la lengua. Tenía ganas de aullarle a la luna, su lado berserker la animaba a ello.
Caleb sabía a mango de verdad, a fruta fresca y exótica, y ella por fin se sintió saciada en días. Tiró del pelo de él de un modo posesivo y dominante, echándole el cuello más hacia atrás, y lo besó mientras gemía de placer con los ojos completamente dilatados y llenos de placer.
El segundo orgasmo los devastó, y los hizo gritar. Aileen sollozando, con lágrimas en los ojos, dejó caer su cabeza sobre el hombro de Caleb, y este acariciándole el pelo la calmó susurrándole palabras de tranquilidad y de orgullo. Orgullo porque su cáraid era toda una amazona, fuerte y apasionada, dulce y tentadora. Y era suya. Suya.
—Dios mío… ¿Qué… qué he hecho? —susurró Aileen llorando.
—Hemos hecho el amor —contestó él meciéndola. Disfrutaba de su cuerpo dulce, sudoroso y abatido sobre él. A Aileen todavía le recorrían los espasmos del segundo orgasmo.
Aileen podía no estar preparada para aquella unión pero él sabía por los dos que se pertenecían y, aunque deseaba locamente que ella se lo dijera, él tendría paciencia.
Miró la cama, estaba desordenada y manchada.
No, dijo ella. No iba a dormir allí.
Caleb asintió.
Como ordenes, pequeña.
Salió de ella a desgana, pues nada le apetecía más que compartir su cuerpo. Aileen se estremeció, pero no dejó de abrazarlo y mantuvo su cara sumergida en su hombro. Caleb la tomó en brazos, salió de la habitación y la llevó a la planta inferior. Abrió una compuerta, bajó unos nuevos escalones y entró en una habitación cálida, iluminada con lámparas halógenas de suelo alrededor. Una gran cama llena de cojines y sábanas de seda negras y fucsias quedaba en el centro de la habitación. Y alrededor, rodeando la sala, cortinas de agua corrían por las paredes y caían a un riachuelo que recorría todo el círculo del lugar. Piedras de caliza blanca decoraban ese pequeño río y motitas de césped contrastaban con la piedra blanca. Decoración Zen, sin duda.
El resto del suelo era de cálido parquet.
Caleb la llevó a la cama, la acercó a él, la abrazó y se taparon con las sábanas, dejando que ese jardín interior y el ruido del agua al caer los sumiera en un sueño profundo. Besó la coronilla de su Aileen. Y se prometió que le enseñaría a no temerle ni a él, ni a los sentimientos que despertaba en ella. Pero ¿estaba él preparado para los sentimientos que sin duda estaba ella despertando en él?