CAPÍTULO 14

—¿Por qué hemos quedado aquí? Es un restaurante griego —dijo Aileen entrando casi a trompicones—. ¿Vosotros lo hacéis todo así?

—¿Así cómo?

—Así… —señaló todo lo que le rodeaba—. Tan… esnob. ¿No podéis quedar en un sitio resguardado de todo y hablar clandestinamente?

—¿Cómo en las películas? —sonrió frunciendo el ceño.

—Por ejemplo, sí.

—Hay muchas formas de llegar a acuerdos. Y además, reunimos en público nos prohíbe enfrentarnos.

—¿Lo hacéis como una medida de prevención, entonces?

—Más o menos —se encogió de hombros.

El alboroto era ensordecedor. La gente se reía y daba palmas, ensimismados en sus celebraciones. Un plato volaba hacia la derecha y chocaba contra la pared a punto de golpear un cuadro decorativo de Grecia. La gente vitoreó al que había lanzado el plato y luego se dispusieron a comer tranquilamente como si nadie se comportara esporádicamente como salvajes.

—Tenemos una sala para nosotros solos, al fondo —dijo Caleb hablándole casi al oído.

Una vez dentro, el primero que fue a saludarla fue su abuelo As. La abrazó fuertemente y le susurró palabras cariñosas al oído.

—Estaba preocupado por ti, cariño —le dijo él.

—Estoy bien.

As la miró a los ojos, y vio temor e inseguridad. ¿Qué habían descubierto?

—Estoy muy orgulloso de ti, Aileen. Eres una mujer valiente.

Aileen sonrió y los ojos le brillaron de emoción. Su abuelo estaba orgulloso de ella. Su abuelo. Algo suyo, de su familia. Se sintió bien al pertenecer realmente a alguien. Desde su conversión, había descubierto cosas agradables.

Una vez sentados en la larga mesa que habían preparado en U, Caleb, Aileen, As, Noah y Adam se sentaron en el centro. Menw, Cahal, Daanna, Gwyn y Beatha, enfrente. Y el resto alrededor.

Menw estuvo mirando todo lo que Caleb había traído de los palés. Hacía gestos de preocupación y de desaprobación mientras Noah y Adam explicaban todo lo que habían descubierto al dejar el palé en el subterráneo del edificio.

—Tienen montado un inmenso laboratorio, de varias salas en las cuales no se pueden acceder sin que sepas los passwords de acceso —explicó Adam—. Noah pudo colarse en una de las salas y vio lo que allí tenían.

—Son cuerpos criogenizados —explicó Noah—. Algunos son berserkers a media transformación, otros completamente transformados y algunos más eran berserkers en estado humano normal —dijo con repulsa—. La sala contigua tiene exactamente lo mismo, pero con cuerpos de vanirios.

Los allí reunidos murmuraron en desaprobación.

—Guardan unas inmensas neveras en las mismas salas, donde hay una serie de probetas que se mantienen congeladas. Son… —se secó la frente de sudor— muestras de esperma masculino y óvulos femeninos. Unos de unas especies y otros, de otra.

—Dios mío… —dijo Aileen ahogadamente.

—Otras probetas contienen muestras de sangre, hay crisoles con tejidos membranosos que no pude descubrir qué eran… Pero lo peor…

—¿Qué? —preguntó impaciente As.

—Tienen embriones humanos criogenizados. Muchos de esos embriones están a medio camino de formarse, algunos con malformaciones espantosas… Garras en vez de manos, ojos oblicuos, colas a medio formar… Es repugnante. Tiene muchas más salas cerradas… estoy seguro de que tienen a gente de los clanes todavía con vida… lo intuyo.

Se hizo el silencio. A lo lejos se oía algún que otro plato volando.

Entraron los camareros sirviendo platos por doquier y todos se comportaron con normalidad, sin levantar suspicacias de ningún tipo. Aileen miró su plato y frunció el ceño.

—¿Qué es esto? —le preguntó a Caleb.

—Se llaman Kolokitakhia —respondió él sonriendo—. Son calabacines con aceite de oliva y ajo.

—¿Ajo? ¿Por la noche?

—Así ningún vampiro te morderá —arqueó las cejas divertido.

—Ya, que gracioso. ¿Y esto? —señaló un plato con patatas y hojas verdes.

—Son Dolmades —explicó mientras se metía un trozo de calabacín en la boca—. Es estofado con hojas de viña.

—Parece vegetariano… ¿No coméis carne? —a ella no le gustaba la carne. Era vegetariana.

—No. Es lo único que nuestro cuerpo no admite —contestó él, cogiendo un bollo caliente que había dejado una camarera. La camarera le sonrió y él le guiñó un ojo—. Los vanir adoran a los animales y no aprueban que los comamos.

Aileen miró a la camarera y luego lo miró a él. Sintió como si le dieran una patada en el estómago. ¿Cómo se atrevía Caleb? Un momento. ¿Qué le pasaba? Quiso hundirse en el asiento cuando descubrió que no le gustaba que ese vanirio machista y arrogante coqueteara con otra mujer.

—¿Estás bien? —le preguntó él mirándola de reojo.

—Claro.

—¿Te ha molestado algo, princesa? —sonrió maléficamente.

Lo miró y echó los hombros hacia atrás. Cuando la llamaba así parecía que se despegaba del suelo. Echando mano a la coherencia, se esforzó por sonreír y morderse la lengua.

Caleb vio que la sonrisa no le llegaba a los ojos. Aileen se olvidaba que él podía leerle la mente. Caleb sabía que estaba muy celosa. A lo mejor, ellos dos si podían tener una segunda oportunidad. Con ánimos renovados, le ofreció un trozo de bollo.

—Pruébalo. Está calentito y tierno.

—Tengo un hambre de mil demonios, pero si como corro el riesgo de sufrir una indigestión.

—Come o te romperán un plato en la cabeza —le sugirió él comiendo también con toda confianza del plato de ella—. Es la tradición. Si no comes sus especialidades, se sienten agraviados, así que te estrellan la vajilla contra el cráneo.

—Supongo que todos rebañáis los platos.

—Los dejamos limpios.

—Pero, si por mucho que comamos no nos saciamos… —jugó con una patata estofada—, ¿por qué comemos?

—Puede que no nos saciemos, pero las papilas gustativas no las tenemos atrofiadas. Comer es un placer. Y a los vanirios nos encantan todos los placeres mundanos —dio un sorbo a la copa de vino tinto que le habían llenado.

Aileen lo miraba fascinada al conocer la faceta glotona de Caleb. Realmente disfrutaba con la comida.

Daanna sentada enfrente de ellos, los miraba divertida. Aileen levantó la vista hacia ella y Daanna sonriente alzó las cejas.

Aileen carraspeó, se sonrojó y bajó la vista hacia el plato.

Los camareros se fueron y volvió a quedar todo en silencio.

—Hay que detenerlos… no me gusta nada lo que dices, Noah. ¿Qué pretenden con los óvulos y el esperma? —dijo Beatha.

—Fecundar. Crear nuevas especies —explicó Menw—. El óvulo de una berserker y el esperma de un vanirio da a Aileen como resultado. O puede que… pueden ser muchas cosas las que hacen con nosotros y ninguna buena. Lo que no hay duda es de que Jade y Thor tenían razón en sus cábalas. Estas sociedades están en nuestra contra y sea lo que sea lo que tienen entre manos es peligroso.

—Hay algo más inquietante. Mikhail Ernepo sigue vivo —cortó Caleb—. Pasado mañana tiene una cena en el The Ivy y se reúne con un grupo de personas. Puede que saquemos más información de ese evento —tomó aire y miró a Beatha—. Samael se ha escapado y él es el único que sabría por qué razón Mikhail sigue con vida. Es obvio que hemos sido víctimas de una traición Rix Gwyn —miró al rubio de aspecto élfico que prestaba atención solemnemente—. Démosle caza, a él y a los dos de Walsall.

Todos los vanirios alzaron los puños y apoyaron la propuesta de Caleb.

—Dejo la caza en tus manos, Caleb. No debemos olvidar que ahora, más que nunca, hay que proteger a Aileen. Ellos la quieren —dijo Gwyn mirándola con admiración—. Allá donde vaya estará vigilada. Aileen es el ejemplo de la conciliación de las dos especies. O nos unimos o acabarán matándonos a todos.

—Yo procederé también con mi clan —dijo As con sinceridad—. Son muchos los berserkers desaparecidos sin explicación en los últimos años. Debe de haber un topo suelto que facilite las capturas y juro por Odín que voy a descubrir quién es.

Los berserkers gritaron animados.

—Las vigilias las haremos juntos, en grupos mezclados —sugirió—. Se acercan noches muy movidas. Mañana es el solsticio de verano y dentro de tres días, la noche de las hogueras. Los lobeznos y los nosferátums salen de caza, hambrientos, y los de Newscientists esperaran a que nosotros nos despistemos para actuar y secuestrarnos. Es el momento de demostrar que no van a ganar.

—Aileen ha obtenido mucha información del disco duro del ordenador de la empresa —comentó Caleb—. En las siguientes horas intentaré desglosar lo que hay aquí y averiguar todo lo que nos sea de utilidad para luchar contra ellos.

—Hoy nos repartiremos por grupos. Uno se quedará en Birmingham. Cuatro más se repartirán por la Black Country. Y otro irá a Londres —ordenó Caleb mirando a As.

—Mis chicos se unirán a tus grupos —dijo el berserker con seguridad.

Después de cenar y ultimar los detalles del plan de acción, salieron del restaurante. Daanna se acercó a Aileen.

—Me han encargado que te enseñe tus nuevas propiedades —dijo con total tranquilidad—. ¿Vamos? —la tomó amigablemente del brazo.

—¿Propiedades? Espera —clavó los pies—. ¿Adónde me llevas? Pensé que haríamos guardias en Birmingham.

—Cambio de planes. Esta noche iremos a Londres.

—Pero si venimos de allí.

—Allí también se necesitan guardias. Ya has oído a tu abuelo y a Caleb.

—¿Otra vez tenemos que coger los coches? —dijo mirando a su abuelo y a Noah.

Los dos la miraban resignados como si hubieran aceptado que ella era posesión de Caleb, de nadie más.

—No cogeremos los coches —contestó Daanna guiñándole el ojo y llevándola a un callejón trasero—. Hola, Caleb.

El cuerpo de Caleb apareció por detrás de Aileen. Aileen se giró y chocó contra el pecho del vanirio.

—¿Qué hacéis? —preguntó nerviosa. Apoyó las manos en el pecho de Caleb para evitar caerse.

—Agárrate, Aileen —las comisuras de sus labios se elevaron sutilmente. Abarcó su cintura con las dos manos y la apretó contra él.

—¿Qué haces? Tú no tenías que estar aquí esta noche.

—Te llevo a Londres.

—¿Qué? Caleb…

De repente sus pies ya no tomaban contacto con tierra firme. Flotaban. Aileen se agarró a los hombros de Caleb y miró hacia abajo.

—Oh Dios mío…

A sus pies, las luces de Birmingham dibujaban calles de neón en movimiento. Los coches se veían minúsculos y la gente como hormigas, ajenos a lo que sobrevolaba sobre sus cabecitas.

Caleb la miraba con atención y sonreía altivo y presuntuoso. El pelo de Aileen se agitaba libre y acariciaba su espalda. Caleb deslizó una mano hasta el centro de su deliciosa columna vertebral sosteniéndola contra él.

Aileen sintió el calor de su mano traspasar la suave y fina blusa que llevaba.

—Caleb… —echó la cabeza hacia atrás y lo miró por debajo de sus pestañas—. Estamos volando.

—¿Cómo? —bromeó el vanirio mirando hacia abajo y haciendo que perdía el equilibrio. Aileen gritó y él rio de su expresión—. Es broma.

Él sintió como su pelo rozaba la mano que tenía a su espalda. Apenas podía oler el olor personal de Aileen, perdía la facultad de sus sentidos, pero sí que olía su pelo brillante que desprendía un suave y excitante olor afrutado. Enredó dos dedos en su melena y la acarició mientras se hundía en sus ojos violetas.

—¿Te gusta? —le preguntó apretándola más a él y mirándole la boca.

—Sí —susurró ella temblando de placer. No sólo le gustaba volar, sino, estar rodeada por los brazos de él.

—¿Tienes frío? —la rodeó más ferozmente con los brazos, dándole toda la calidez de su cuerpo.

—No… —murmuró deslizando sus manos por su pectoral y rozando con su nariz el pecho de él. Inhaló profundamente y sintió el sabor de Caleb en la boca.

¿Qué estaba haciendo? ¿Eso era una caricia? Pero no lo podía evitar. Quería tocarlo y frotarse con él.

—¿Qué te parece Aileen? —gritó Daanna volando a su lado. Se estaba colocando su bolso de Louis Vuitton modelo Congo GM, advirtió Aileen, como bandolera—. No es tan malo ser vanirio, ¿eh?

Aileen la miró de reojo y levantó una ceja inquisitiva.

—Agárrate, princesa —murmuró Caleb con una sonrisa traviesa.

En un abrir y cerrar de ojos se colocaron en posición horizontal. Aileen gritó y le clavó las uñas en el pecho.

A Caleb casi se le saltan las lágrimas. Tenía todavía las heridas del pecho abiertas desde la lucha entre los berserker y vanirios. Tenía que beber de ella para que cicatrizara todo su cuerpo o pronto moriría. Le estaba costando mantenerse en el aire.

—¿Estás asustada, niña?

—No.

—Estás tensa.

—¿Qué esperabas? Estoy volando, y además no me gusta esta posición. Por supuesto que estoy tensa. ¿Nunca se os ha cagado una paloma encima?

Caleb se echó a reír abiertamente. Le gustaba su sentido del humor. La apretó más contra él y la cambió de posición. Él abajo y ella arriba.

—No seas presumido, Caleb —dijo Daanna irritada.

Aileen asombrada, le sonrió con la misma irritación. Pero le había encantado su risa.

—Creído —musitó ella.

Caleb respondió con otra sonrisa deslumbrante y con el ego hinchado. Armándose de valor recogió el pelo de Aileen y se lo enrolló entero en una mano. Lo mantuvo agarrado, como si su mano fuese una goma de sujetar coletas.

—Así, tu precioso pelo no se enredará —le explicó—. Y tú podrás agarrarte mejor a mí.

Ella tembló y se agarró a las solapas de su chaqueta, apoyando la cara en su pecho de granito. No iba a llevarle la contraria en esas condiciones.

—Lo que tú digas, pero no me sueltes.

—Vamos allá, preciosa.

Adquiriendo la velocidad del viento, surcaron los cielos ingleses. Cielos fríos, con restos de olores de la urbe, pero abiertos y a la vez infinitos para ellos tres.

En diez minutos se plantaron de nuevo en Londres, en una de las calles más caras de esa ciudad. Kensington Palace Gardens. Un gran ejército de árboles decoraba la calle, que por cierto no era totalmente llana, sino que estaba ligeramente inclinada.

Cuando aterrizaron, Aileen tardó unos segundos en soltarse de las solapas de Caleb.

—Ha sido… increíble —reconoció tirando de su pelo para que Caleb soltase su melena.

—Sí —le dijo él con los ojos brillantes. Le peinó el pelo con los dedos en un gesto íntimo y territorial y lo dejó libre.

Aileen se aclaró la garganta, apartándose de él, intentando disimular sin éxito las mejillas sonrosadas. Se recogió la melena en un moño mal hecho.

—¿Qué hacemos aquí? —miró las extraordinarias mansiones que poblaban la avenida—. ¿Quién vive aquí? ¿El presidente?

Caleb y Daanna, se miraron y sonrieron.

—El rey de Arabia Saudita, Abdallah. El rey mundial del acero, el propietario de la más poderosa inmobiliaria de Inglaterra, el sultán de Brunei, etc… —Enumeró Caleb como quien se cuenta los pelos de la nariz.

—Muertos de hambre, por lo visto —comentó Aileen con cinismo.

—Todos muy, muy, muy millonarios.

—Bueno… ¿Y qué hacemos aquí? —volvió a preguntar Aileen frunciendo el ceño—. Creí que íbamos a hacer guardias.

—Tu padre, dejó una casa aquí —respondió Daanna.

—¿Cómo dices? —se echó la melena hacia atrás y la miró con las cejas levantadas y los ojos lilas abiertos.

—Tu padre era muy rico.

—Todos los vanirios somos bastante ricos —explicó Caleb con una amplia sonrisa—. Thor tenía empresas de construcción. Vendió sus acciones y se enriqueció. Además, tiene una gran cantidad de terrenos a su nombre y un montón de propiedades valoradas en millones de euros, aparte de importantes sumas de dinero invertidas en bolsa y demás… En fin, esta es una de sus casas.

Señaló una impresionante mansión de estilo Victoriano, cercana al siglo dieciséis. Era un palacio portentoso, uno de esos que deja a todo el mundo que lo ve asombrado y con ganas de casarse con el heredero.

Aileen estaba pasmada. Ni siquiera la casa de su abuelo era así y eso que él tenía mucho dinero.

Por fuera, se vislumbraban varias alas en la misma casa. Maderas de calidad, algunas decorativas y otras que realmente formaban parte de la estructura, daban a entender que era una mansión de estilo Tudor moderna. Toda la fachada estaba recubierta de mimosas que ascendían por la pared blanca y perfectamente mantenida, aunque estas no llegaban arriba del todo, con lo que muchas de las ventanas de madera oscura de la segunda y de la tercera planta podían mostrar su cuerpo perfecto.

Caminaron hacia ella.

Caleb sacó las llaves y abrió la puerta.

—El palacio tiene quinientos metros construidos —señaló abriéndole la puerta—. Todas las salas y habitaciones tienen chimenea propia y baño con hidromasaje. El suelo está recubierto todo de parquet de cerezo oscuro. Consta de tres plantas.

Aileen abrió la boca en señal de pasmo. En la entrada, alumbrado por varios focos había un Monet.

—A tu padre le gustaba el arte —Caleb cerró la puerta.

—¿Cómo puede ser mío esto? —preguntó más para sí misma.

—Lo es. Hoy al mediodía he hablado con el notario. No ha tenido ningún problema en poner todos los bienes y propiedades de Thor a tu nombre.

—¿El notario?

—Inis. Del consejo de…

—Ya recuerdo quién es. La pareja de Ione, ¿verdad?

—Ajá.

—¿Así que no ha tenido ningún problema, eh? —repitió ella.

—No te preocupes por nada, Aileen —le dijo él—. Todo te pertenece, todo es tuyo por derecho legítimo. Disfrútalo.

—¿De qué patrimonio estamos hablando? —pasó la mano por la pared que tenía a mano derecha de la que caía agua en forma de cascada y se colaba por una ranura situada en el suelo. Frotó los dedos mojados.

—Tienes dos áticos de lujo en Mayfair, dos castillos en Escocia, una isla de siete mil metros en Ibiza con una mansión de unos dos mil metros construidos, cinco coches de colección Aston Martin, un yate, dos jets privados, un helicóptero, un hotel de cuatro estrellas en… Ah, y lo que sea que haya tenido en los Balcanes, ya lo investigaremos.

—Espera, espera… —Aileen seguía a Caleb mientras este le enseñaba con gustosa diversión como era su nueva casa—. Vale, ya entiendo. Mi padre era asquerosamente rico. Pero… —se detuvo a media frase. Su olfato le decía que allí olía a algo distinto de lo que le había rodeado en los últimos días. Humanos.

—Buenas noches señorita Aileen —dijo una voz de mujer a mano derecha.

La mujer tenía un deje suramericano inconfundible, la piel ligeramente aceitunada, el pelo negro recogido con unos pasadores y los dientes muy blancos. No tendría más de 45 años.

—¿Quién es usted?

—Soy María, era el ama de llaves del señor Thor.

Tu padre tenía servicio en todos sitios. Él pasaba mucho tiempo afuera, así que alguien tenía que mantenerles las casas. Dio trabajo a gente humilde y muy necesitada, y un techo en el que vivir y se sintieran como en su propio hogar. Él me decía, que a veces era él quién se sentía un inquilino cuando pasaba temporadas en sus propiedades.

Aileen movía la cabeza asintiendo seriamente concentrada en la voz de Caleb.

—Hola María —dijo ella ofreciéndole la mano con una amplia sonrisa de afecto.

—Ay señorita, es usted preciosa. Su padre era un hombre muy guapo y usted ha sacado muchos rasgos de él.

¿Sabe ella lo que somos?

No exactamente.

¿No exactamente?

—¿Tiene usted la misma afección que tenía su papá? —le preguntó pasándole la mano por el hombro en un gesto maternal.

—¿Afección?

Rechazo al sol.

—Ay señorita, su papá tenía una gran alergia a la luz solar. Fotodermatitis, le llaman. Y fíjese que aquí en Inglaterra no hace mucho sol, pero recuerdo que una vez, por error —aclaró levantando las cejas—, dejamos el ala norte con las ventanas abiertas y subidas hasta arriba para que se ventilara la casa y su papá se quemó y le salieron ampollas por todos sitios…

Dios mío, esa mujer era una taladradora. Pero cariñosa y muy amable, así que Aileen sonrió y se dejó guiar por María.

La llevó a un salón exquisitamente decorado con estilo Art Deco, minimalista y muy cálido. Con colores vivos y con carácter.

Una mesa de cristal, con columnas negras de mármol como soporte, se erigía en un extremo del salón. Chimenea, amplios sofás de piel y cuadros de firma amueblaban el lugar. Al lado de la mesa, unas extensas cristaleras daban a su propio jardín de propiedad. En el jardín había una fuente con un Buda enorme de piedra en el centro y varias flores de loto flotantes. A lo lejos se veía una pequeña capilla blanca y roja, con cojines tirados en el suelo en su interior.

—Siéntese señorita. Está hecha un palo, tiene que comer para que el hombre tenga donde coger ¿eh? —se giró y miró a Caleb guiñándole un ojo pícaramente.

¿Había hecho realmente eso María? Aileen hizo como si no hubiera escuchado nada.

—Descuida María —contestó Caleb con una sonrisa lobuna que ya conocía Aileen—, Aileen está perfecta como está. Prieta, esbelta y todo en su sitio —dijo con voz ronca.

—Ya basta —Aileen frunció los labios, irritada y miró a Daanna que seguía los comentarios muy entretenida.

—A mí no me mires —dijo ella levantando las manos—. Si él lo dice, será verdad.

Por favor… ¿dónde demonios se había metido? ¿Quién era el más loco de todos?

—Eileen…

Aileen se paralizó. Creía haber oído la voz de Ruth, pero no podía ser. Empezaba a desequilibrarse. Seguro.

—Oye, Eileen…

Esta vez estaba segura de que la había oído de verdad. Miró hacia las escaleras que tenía enfrente y entonces la vio.

Ruth estaba allí. Con su pelo caoba y rizado ondeando tras sus pasos. Sus ojos almendrados y del color del ámbar y llenos de pestañas gruesas y largas mirándola con adoración. Una sonrisa de oreja a oreja que levantaba sus pómulos y le hacía aparecer un hoyuelo en la mejilla.

Vestía un albornoz de hombre que le iba muy holgado de color blanco y unas zapatillas de toalla del mismo color.

Tras ella, Gabriel también vestía otro albornoz azul que hacía resaltar su cabellera rubia y lisa. Sus ojos negros la miraban a ella y a Caleb alternativamente, pero cuando la miraban a ella se le iluminaban de cariño.

—¿Qué es esto? —susurró Aileen con los ojos llenos de lágrimas.

Aileen, ayer por la noche los mandé a buscar. Encontré en tu mente que iban a pasar el verano contigo en Londres. Contacté con ellos, me hice pasar por uno de los trabajadores de Mikhail. Les dije exactamente lo que inculcamos en la memoria del servicio de la casa de Barcelona, que habías tenido que volar urgentemente por negocios. Te sabes sus teléfonos de memoria, no me fue difícil contactarme con ellos. Les dije que tú les preparabas los vuelos y que los pasabas a buscar para traerlos aquí. Pensé que te haría ilusión tenerlos contigo.

Aileen no sabía qué decirle. Lo miraba fijamente, sin parpadear. Los ojos inundados de lágrimas de emoción, de agradecimiento, de alegría, de ilusión… y también de preocupación.

No tuvo tiempo para pensar en nada más. Ruth se le echó encima, rodeándola con sus brazos, abrazándola con fuerza y llenándole la cara de besos.

Aileen se sentía ridícula riendo y llorando a la vez, abrazándola con el mismo ímpetu y acariciándole la cara.

Gabriel las abrazó a las dos y llenó de besos a Aileen.

Caleb frunció el ceño, mientras se apoyaba en la pared y cruzaba los brazos. Ese Gabriel se tomaba muchas libertades con Aileen.

—Te… tenía unas ganas locas de veros… —dijo entre lágrimas.

—¿Qué ha pasado? ¿Te ha hecho algo el cerdo de tu padre? —preguntó Ruth preocupada secándole las lágrimas con la mano.

—Dímelo y me lo cargo, Eileen —aseguró Gabriel acariciándole el pelo—. ¿Te ha obligado a trabajar con él, verdad? ¿No te permite que hagas lo del proyecto de pedagogía?

Caleb los observaba a los tres. Eran como hermanos. Se querían, se preocupaban con sinceridad el uno por el otro. El cariño que se procesaban era auténtico. Al menos, Aileen tenía amigos de verdad.

—Sí… bueno, no…

—Espera —la cortó Ruth—. Estás rara… ¿Qué te has hecho?

Aileen frunció los labios esperando a que los colmillos, que la verdad es que eran bastante discretos en comparación con otros que había visto, no se le notaran.

—Tus ojos… —la inspeccionó como un oftalmólogo—. Caramba… son lilas… ¿Y los azules? ¿Dónde están, pequeña golfa?

—Vaya, sí. Son lilas —afirmó Gabriel acercándose mucho a ella, pensó Caleb.

Aileen, di que es una alteración de las células de los ojos y que te ha cambiado la pigmentación.

—Fuimos al oftalmólogo —se apresuró a decir Aileen—. No tiene importancia. Es una alteración de la pigmentación del ojo, debido al estrés y…

—Tienes que alejarte del sádico de tu padre o caerás enferma, cariño —comentó Ruth haciendo negaciones con la cabeza—. A mí también me pone histérica ese hombre. ¿Cómo puede ser que seáis parientes?

—Créeme, a mí también me parece increíble —murmuró mirando a Caleb.

—Hay algo más… —dijo Gabriel rascándose la barbilla y mirándola pensativo—. Estás… más… más espectacular. Y tus dientes…

—Una limpieza bucal al mes —dijo ella quitándole hierro al asunto— y los tendrás así.

—No… hay algo raro en ti que…

—Señoritos, por favor, tomen asiento —interrumpió María—. Tengo un postre buenísimo preparado para ustedes. Ay, me da tanta alegría tener a gente joven en esta casa —suspiró emocionada—. La llena de vida.

—María es un encanto —le dijo Ruth pasándole el brazo por la cintura—. Nos ha tratado como reyes en tu ausencia. Ya nos dijeron que tenías trabajo y que regresarías por la noche —se sentaron juntas.

—Sí, por la noche —dudó ella—. Ven a mi lado, Gabri —le dijo dando una palmada en la silla vacía a su vera—. Caleb. Daanna. ¿Queréis… sentaros con nosotros?

Caleb y Aileen se miraron a los ojos durante un largo rato, inmersos el uno en el otro. Fue cuando se percató de que Caleb estaba pálido y sudoroso, y las ojeras se le marcaban como círculos negros alrededor de sus bonitos ojos esmeralda.

¿Caleb? Preguntó ella inquieta por él. Nunca lo había visto así, y encima no le contestaba.

Daanna miró a su hermano y enseguida se colocó a su lado. Él se apoyó en su hombro, ella lo miró preocupada. Su hermano perdía el poder, y con tantas heridas como tenía, se debilitaba y empezaba a escapársele la vida. Ni las atenciones de Menw y Cahal ni las de ella podían hacer nada. Su cáraid, Aileen, le había rechazado, lo seguía haciendo y no le daba consuelo. Sólo Aileen podía salvarlo con la entrega voluntaria de su cuerpo.

¿Por qué no me contestas, Caleb?

—Sácame de aquí —le dijo él a su hermana en un bajo susurro apenas audible—. No quiero que me vea así.

Daanna lo acompañó hasta la puerta. Aileen los alcanzó antes de que salieran por ella.

—¿Dónde vais? —le preguntó extrañada.

—Aileen, Caleb necesita que…

—No, Daanna —la cortó él con los ojos húmedos y enrojecidos—. Sólo necesito descansar. Todavía me duele la espalda.

Aileen agachó la mirada y tragó saliva. Quería calmar a Caleb, ayudarlo a que se sintiera mejor. Ya había hecho lo que Daanna le sugirió. Lo había escuchado. Lo había perdonado. Ella sabía que había algo más por hacer con Caleb. ¿Pero qué era?

—Quedaos un rato más, por favor —pidió ella.

—No podemos —contestó él—. Hay que hacer guardias. Esta zona ya está vigilada por vanirios y berserkers. Pero falta la zona céntrica por cubrir, donde hay más alboroto. Iremos hacia allá, allí nos necesitan. Y tú necesitas estar con ellos.

¿Y las guardias? Aquí también os necesito. Sorprendida por su propia respuesta, Aileen lo miró a la cara y él ni se inmutó. Con lo difícil que era para ella admitir eso, y Caleb la ignoró.

—Mañana nos vemos ¿vale? —le dijo Daanna forzando una sonrisa de tranquilidad.

Se dieron la vuelta para irse de allí.

Buenas noches, Caleb. Muchas gracias.

Aileen cerró los ojos y arrugó la frente.

¿Por qué no hablas conmigo, Caleb? ¿He hecho algo mal? Gruñó confundida.

Pero Caleb y Daanna ya alzaban el vuelo. Aileen mordiéndose el labio y arrastrando los pies regresó al salón. Ruth y Gabriel la miraban expectantes. Ella no sabía cómo actuar.

Resultaba que era rica. Que era híbrida por nacimiento. Que tenía a sus mejores amigos en su nueva casa, donde tenía un servicio a su disposición. Nosferátums, humanos y lobeznos, la habían perseguido por ser híbrida. Ahora también la perseguirían. Mikhail, que era el precursor de ese movimiento contra vanirios y berserkers, se había hecho pasar por su padre durante muchos años. Hacía seis días que lo había visto morir. Ahora resulta que estaba vivo, que venía a Londres con Víctor, quién creía que era uno de sus mejores amigos. Pero no, era un traidor. Un conspirador. Había descubierto que tenía un abuelo fantástico que era un berserker. Sin embargo, ninguna de esas cosas le preocupaban tanto como el gesto de derrota y cansancio de Caleb. Sí. El mismo vanirio que la había medio violado y la había arrancado de su falso hogar. Ahora, después de todo, estaba triste y herida porque él no le había contestado mentalmente. Porque no se había quedado cuando ella se lo había pedido. Porque no hablaba con ella. Era como si hubiese roto la comunicación. ¿Es que Caleb tenía que hacerlo todo tan bruscamente? Se iba a enterar ese creído vanidoso.

Miró a sus amigos y sonrió. Inevitablemente pensó que ellos estaban allí gracias a él. Brave, su perrito, estaba en Wolverhampton gracias a él. Gracias a lo que él hizo, ella llegó a recordar quién era. Aunque había sido bruto y cruel. Pero él la había hecho recordar. ¿Y si no la hubiesen secuestrado y hubiese sufrido la transformación en Barcelona, en manos de Mikhail y los de Newscientists? Un escalofrío recorrió todo su cuerpo. Nunca jamás hubiera vuelto a ver sus amigos.

—¿Te encuentras bien, cariño? —le preguntó Ruth con una de sus miradas intrigantes.

—Sí. Es sólo que ha sido un día muy duro…

—Ya —contestó desafiante—. ¿Me vas a contar qué hay entre tú y ese hombre salido de una mezcla entre la revista Vogue y los cómics de Marvel? La virgen… Eileen —exclamó Ruth entornando los ojos—. ¿Cómo puede estar tan bueno?

—No es para tanto —dijo Gabriel bostezando.

—No hay nada importante —dijo Aileen mirando a la puerta, recordando la cara de Caleb.

—Claro, y yo soy Megan Fox —comentó sarcástica.

—Ya quisieras —le dijo Gabriel.

—No te desvíes. Focalicemos, cari —le ordenó Ruth—. Él te mira como si fueras suya. Como una posesión. A mí me pondría cachonda que alguien me mirara así.

Aileen seguía pensando en él. No se lo sacaba de la cabeza. Quería estar con él, que la tomara entre sus brazos y que juntos, se echaran a volar como antes. Había sido la mejor experiencia de su vida.

—Me está volviendo loca… —reconoció en voz alta cogiéndose de la cabeza.

Gabriel y Ruth pusieron los ojos como platos.

—¿Entonces es cierto? —preguntó Gabriel—. Hay algo entre vosotros.

María trajo un brownie enorme de chocolate y nueces, con chocolate caliente por encima y tres bolas de vainilla.

—¿Has estado comiendo así desde que estás aquí? —silbó Ruth—. Tú no puedes comer esto. Eres diabética, cielo.

—Estoy mucho mejor —dijo ella lanzándose a por el brownie. Necesitaba consuelo, tenía más hambre que Jesús en sus cuarenta días de retiro en el desierto y el chocolate le iba a dar ambas cosas.

—No, Eileen —Ruth la cogió de la muñeca.

—No te preocupes —hincó la cuchara en el bizcocho—. Estoy muy controlada.

Ruth la miró extrañada. Eileen nunca se comportaba así.

—¿Ese hombre te gusta mucho, verdad? —preguntó inquisitiva entrecerrando los ojos—. Te veo trastornada.

Aileen tragó el brownie y la miró sorprendida por la ligereza con la que Ruth afirmaba las cosas.

—Ese hombre me turba —dijo Aileen hincando otro cucharazo en el postre y mezclando esta vez el bizcocho con la bola de vainilla—. Y me cabrea como nadie.

—Lo miras como si esperaras algo de él. Algo que no te da —dijo Gabriel—. Mi perro me mira así cuando estoy comiendo pizza de cuatro quesos.

—No —corrigió Ruth—. Lo miras como estás mirando al brownie, como si quisieras hincarle el diente. ¿Qué te pasa? Te dejo seis días y te conviertes en una vampiresa.

Aileen sonrió para sus adentros. Su amiga no sabía lo cerca que estaba de la verdad esa insinuación.

—Ella es muy guapa —comentó Gabriel como quien no quiere la cosa.

—Es su hermana —le informó Aileen relamiendo la cuchara—. Se llama Daanna.

—Un nombre muy bonito —dijo él—. ¿Tiene novio? Ella sí que se parece mucho a Megan Fox.

—No estoy segura de que tenga novio.

—Gabriel no nos cortes —lo regañó Ruth—. ¿Te has acostado con Caleb?

Toma ya. Qué directa era Ruth. Aileen se atragantó. Se esforzó en coger aire.

—Oh Dios mío… —susurró Ruth con una amplia sonrisa de incredulidad—. Lo has hecho…

—Ruth, no quiero hablar de ello —oscureció la mirada y entonces fue cuando Ruth se preocupó.

—¿Qué pasó? ¿Se portó bien?

Gabriel se tapó los oídos y apretó los ojos con fuerza. No quería escucharlo.

—¿Te hizo daño Eileen? —la cogió de la cara y la miró fijamente—. Cuéntamelo.

—No lo entenderías…

—Cuéntamelo. La primera vez es bastante confusa en cuanto a las sensaciones. Te duele, sientes quemazón… y casi nunca llegas al orgasmo.

¿Ah no? Pensó Aileen. Ella sí que llegó al orgasmo. Dos veces con él dentro. Tan adentro que aún podía sentirlo en el estómago.

—¿Qué? Habla. Soy tu amiga, Eileen.

Aileen se mordió el labio, un poco avergonzada.

—Fue sexo salvaje. No hubo emoción, ni sentimientos, ni confianza ni nada que nos vinculara de algún modo. Sólo sexo.

—Sexo salvaje en tu primera vez. Caramba… ¿Y a ti no te pareció… bien? —preguntó confusa.

—Ya sabes cómo pienso Ruth. Mi primera vez tenía que ser especial, con alguien a quien yo quisiera. Con mi verdadera pareja. Quería abrirme para el hombre ideal.

—Tienes que dejar de leer a Kika Leypas.

—Lisa Kleypas —la corrigió Aileen ahogando una carcajada.

—Bueno, quién sea. Eso lo pensamos todas… ¿sabes? Pero luego descubres que tienes que tirarte a muchos sapos hasta que encuentras a tu príncipe.

—¿Qué ha pasado con los besos? —preguntó Aileen riéndose.

—Estamos en el siglo veinte, cielo. En fin. ¿Te corriste?

—Sí —se tapó la cara con las manos avergonzada.

—Entonces ese hombre sabe lo que se hace.

Por mucho que lo intentara explicar, su amiga nunca entendería lo que ella había sentido hacía cinco noches con Caleb. Terror, miedo, pavor… y luego ardor físico, calor volcánico, las llamas la quemaban, las manos de Caleb la marcaban por todos lados. Hasta que se fundió y luego cuando se despertó era alguien distinta.

Se sentía atorada por todas las preguntas a la que la sometían. Adoraba a Ruth, la quería como a una hermana, igual que a Gabriel, y agradecía de corazón que estuvieran con ella, pero estaba cansada y su cabeza se había dividido en dos. Una parte estaba con Caleb, intentaba ponerse en contacto con él. La otra estaba allí, en el salón, intentando hablar con sus amigos. Pero ella estaba partida, porque incluso esa parte quería rozar la mente del vanirio. Y él había cerrado la puerta.

Quería descubrir su cuarto y echarse a dormir. Le costó mucho tomar la decisión, pero al final, por su bien y por el de sus amigos, decidió lo más conveniente.

—Ruth y Gabriel, miradme —bajó su voz una octava y habló con un tono suave y melódico—. Vais a subir a vuestra habitación y os vais a ir a la cama.

—Nos vamos a ir a la cama —repitieron los dos como zombies.

Inmediatamente se levantaron y subieron las escaleras, obedeciendo las órdenes de Aileen.

Se quedó sola en la mesa. ¿Cuánto poder tenía? El sólo pensar en ese hecho, hizo que se estremeciera. Apoyada con los codos, hundió la cara entre sus manos y peinó su pelo hacia atrás con los dedos, entrelazándolos finalmente en su nuca y echando la cabeza hacia atrás.

—Caleb, qué es lo que me estás haciendo… —susurró desesperada.

María entró al salón y recogió el postre que había sobrado. Aileen entró sutilmente en la cabeza de la mujer, y obtuvo imágenes de todo lo que tenía la casa. El garaje, la piscina interior, el gimnasio, las habitaciones, la biblioteca, la planta inferior… Su casa era preciosa.

Se levantó apoyándose en la mesa, y con los hombros caídos se dirigió a su habitación.

—El señorito Caleb es un buen hombre —dijo María en tono conciliador.

Aileen se detuvo en la escalera y giró la cabeza para mirarla por encima del hombro.

—Su papá confiaba muchísimo en él. ¿Sabe qué, señorita Aileen? Yo no soy tonta. Desde que conozco a Caleb, él no ha envejecido nunca, al igual que su papá. Nunca me lo quisieron decir, pero yo sé lo que son ustedes. Yo tengo el tercer ojo muy desarrollado —se tocó el entrecejo con una sonrisa—. Sea lo que sean, a mí nunca me han hecho daño, al contrario, me han tratado muy bien y es por eso por lo que les respeto y les aprecio. Yo quise mucho a su papá ¿sabe?, y espero ganarme su corazón también. Usted es diferente de sus amigos, es diferente de mí… pero se parece mucho a Caleb. Los dos tienen la misma aura poderosa alrededor. Casi los mismos colores.

Aileen dudaba en confesarse con la mujer, pero la escuchaba con atención y asombro.

—Tiene miedo de Caleb, pero sin embargo siente algo muy poderoso por él. Él se preocupa por usted señorita.

Apartando ese comentario de su memoria le preguntó:

—María… ¿le ha dicho algo a mis amigos sobre lo que usted… cree que sabe?

—Nunca señorita. Su secreto está a salvo conmigo. Yo nunca la traicionaré.

Aileen respiró tranquila y la miró agradecida.

—Entonces, sabe muchas más cosas que yo, sobre mí misma, sobre mi casa, sobre mi padre…

—Oh sí, señorita —sonrió con ternura—. Usted deje que la cuidemos y que nos ocupemos de todo. Limítese a vivir, mi niña. Cualquier cosa que necesite, nos la pide señorita. Cualquier cosa. Y si algún día necesita hablar de su papá… Yo estaré encantada de hablarle de él. Ahora descanse. Mañana le presentaré al resto del servicio.

Aileen sintió que se le humedecían los ojos. Asintió con la cabeza y se fue a su habitación a descansar. Comprendió que podía delegar cualquier cosa a María, su intuición berserker así se lo decía.

Una vez en su nueva alcoba, descubrió que tenía los armarios llenos de ropa nueva y todavía con la etiqueta. Nunca en su vida había tenido tanta ropa. Había un papel con una nota, colgado en una percha.

Aileen, me he tomado la libertad de llenarte todo un vestidor. Ya sabes que a los vanirios nos gusta la moda. Por supuesto, a mí también. Espero que te guste. Algunos vestidos los ha elegido Caleb, pero no quiere que lo sepas.

A lo mejor podrías ponerte uno mañana para impresionarlo, ¿no?

DAANNA

A lo mejor, pensó Aileen mientras tocaba los vestidos tan suaves y sexys que habían elegido. Si eso hacía que el arrogante vanirio la hablara otra vez y se fijara en ella, lo haría.

Se quitó la ropa, se metió en la cama cubierta con un edredón nórdico blanco y apagó la lámpara de noche. Cerró los ojos y lo intentó por última vez.

Caleb… necesito hablar contigo. No sé por qué, pero lo necesito, así que contéstame.

Necesitaba sentir que él estaba allí con ella. Lo necesitaba como el aire para respirar. Subió las rodillas hasta su pecho y se quedó hecha un ovillo en posición fetal, con su pelo de ébano desparramado por la almohada.

¿Por qué me haces esto? Caleb… por favor… te necesito.

Después de llamarlo durante horas, acabó rendida y abatida.

Te… odio. Se durmió, mientras las lágrimas se deslizaban por sus mejillas y acababan en la almohada.

Mientras surcaban el cielo, Daanna mantenía a su hermano sobre su espalda. Por suerte las mujeres vanirias tenían fuerza.

—Caleb, tienes que reclamarla ¿me oyes? Mira cómo estás… —gritó desesperada.

—No. Ella tiene que venir a mí… —musitó con los ojos cerrados.

—Vas a morir, Caleb… No puedes aguantar ni un solo día más. Ya has perdido mucha sangre, y has gastado todo el poder que te quedaba al empeñarte en volar con Aileen.

—Oh, sí… —sonrió medio ido—. Y lo volvería a hacer. ¿Viste qué cara tenía? Estaba preciosa.

—Caleb —le suplicó secándose las lágrimas—. Eres mi hermano. No quiero que te hagas esto. Eres el guerrero líder, el más fuerte. No podemos perderte. Yo no quiero perderte…

—Causa y efecto, hermanita —murmuró contra su espalda—. Causa y efecto.

Daanna tomó más velocidad y se mezcló con las nubes. Si su hermano pensaba que iba acabar así, lo tenía claro. Caleb era un guerrero fuerte y temible por todos. Guio a su pueblo contra los romanos, participó en muchas guerras y además lideraba a su clan. Era Caleb de Britannia.

Aileen lo necesitaba, sólo que tenía que familiarizarse con ese sentimiento de dependencia. Y ella, se lo iba a hacer saber.