CAPÍTULO 12

Caleb se encontraba en su casa. Tendido sobre su cama todavía podía oler en el colchón el perfume de Aileen. Herido y abatido, había perdido tanta sangre que apenas tenía fuerzas para caminar, pero el aroma de ella lo mantenía todavía despierto.

Menw y Cahal estaban muy preocupados por él. Si Caleb no lograba recuperar a Aileen, él no podría sanar ni usar sus poderes. Una vez se había bebido de la cáraid ya no se podía volver a beber de nadie más por riesgo a acabar perdiendo el alma. Sólo de ella se podía. La cáraid lo mantendría con vida hasta la eternidad, igual que él a ella. Su sangre se convertiría en el mejor manjar, en el origen de su poder. Sin ella, poco a poco, el vanirio perecería. Y si bebiera más de una vez de otra que no fuera su cáraid perdería su alma y se convertiría en un nosferátum.

Menw atendió las heridas. Las limpió y le puso una pomada cicatrizante que poco haría en aquellos cortes profundos y en aquella carne quemada y lacerada. Le había costado extraer los trozos de cristales que se habían quedado clavados en su espalda y alrededor de la columna.

Caleb recordaba la cara de Aileen cuando vio a Brave. Lo que ella no sabía es que él había encargado a Menw que se llevara al perro con ellos el mismo día que la sacaron de Barcelona. Entonces no entendió muy bien por qué iba a tener ese detalle con ella, teniendo en cuenta que la odiaba. Pero tal como habían ido las cosas luego no podía más que agradecer aquel instinto, aquella intuición. Aquel gesto podría hacer que ganase puntos con respecto a ella.

Había sonreído por aquella sorpresa. Él la había hecho sonreír, y quería volver a hacerlo. Estaba tan arrebatadora con aquella sonrisa blanca que le llegaba a los ojos. ¿Y sus dientes? Sus colmillos eran pequeños, femeninos y sexys. Estando como estaba, manteniéndose con las fuerzas que tenía en la recámara, sintió como se despertaba su virilidad. Ni medio inconsciente podía apagar el fuego que avivaba Aileen en su interior.

Iba a ser su fin. Aileen no podría perdonarlo. Ella no se entregaría a él. Pero había intentado protegerlo de los latigazos y además había oído cómo insultaba al prepotente de Noah por haberle pegado.

Y luego todavía no sabía si el contacto de su mano en la cara y los ojos tristes y llenos de dolor de su cáraid eran resultado de su abatimiento o realmente había pasado.

La necesitaba. Necesitaba tocarla y sentirla. Y todo, todo lo que le pasaba ahora, lo merecía. Ley de causa y efecto.

Gruñó y hundió la cara en la colcha.

De nada servía lamentarse. Sus fuerzas irían menguando, volvería su mortalidad y con un cuerpo humano esas heridas le producirían fiebres, infecciones e incluso la muerte. Y si no eran esas heridas cualquier enfrentamiento con un lobezno, un nosferátum o un humano con un arma podría matarlo. Y si no, finalmente, lo mataría la sed que sentía por ella. Ahora era vulnerable. Sin la alimentación de su cáraid, su cuerpo perdía todo el poder. Una debilidad que había sido capricho de los dioses. Los maldecía con toda su furia.

Pero no se iba a rendir. Aquella bella mujer de ojos lila y pelo azabache estaba muy equivocada si creía que él la iba a dejar en paz. Lucharía por ella hasta que su magullado cuerpo aguantara.

El dolor le advertía de que no aguantaría mucho, pero mientras tanto tenía que ir al aeropuerto en unas horas a recoger un regalo para Aileen.

Se encontraba en su nueva habitación. En la mansión de su abuelo As. Había que admitir que su abuelo tenía un gusto exquisito para la decoración. En menos de doce horas, realizando unas cuantas llamadas y desplazando a todo un equipo de decoradores hasta su mansión, había preparado toda un ala sólo para el uso de Aileen. Una zona sólo de su uso exclusivo, con todas las comodidades que una mujer de su edad podía necesitar. La habitación había sido pintada en tonos ciruela y la habían transformado en una suite de lujo, muy informal y joven. Ordenador, pantalla de televisión extraplana, equipo de música… El baño lo habían redecorado colocando una bañera hidromasaje de casi tres metros de diámetro. Y al lado, en una habitación contigua, habían montado un vestidor en tonos violeta pálidos que no tenía nada que envidiar al de Mariah Carey.

Sí señor. Su abuelo tenía clase y a un montón de gente dispuesta a trabajar para él. Pero nada de eso la había hecho olvidar lo vivido.

Sentada sobre la cama, apoyada sobre los grandes cojines de plumas, pensaba sobre lo dicho por Daanna.

«… Intenta escucharlo. Habla con él. Perdónalo». Miró por la ventana. Eran las cinco de la tarde y pronto oscurecería. Estaba decidida a escuchar. Decidida a entender, si podía, el comportamiento de Caleb. No había dormido en toda la noche. Se sentía pesada y aturdida por lo que había visto. El cuerpo de Caleb magullado. Abierto. Sangrante.

Se cogió las rodillas y hundió la cara contra ellas. Tenía un nudo en el estómago y unas ganas de llorar y gritar que no acababa de comprender.

Dolía. El sufrimiento de ese hombre le dolía como si fuera suyo y las ganas de calmarlo la corroían hasta el punto de volverla loca. Sentía como si alguien le estuviera estrujando el corazón como una bayeta.

Esa noche, agarrada a las sábanas, había sentido como el frío y la soledad venían a por ella. Sofocada, había caminado por la habitación frotándose los brazos y pensando en él. En sus ojos, en su boca, en su pelo, en su cuerpo. Todo él exhalaba peligro por todos sus poros, pero después del castigo lo había visto doblegado y a ella le había preocupado su bienestar. Después de lo que él le había hecho ahora resulta que ella se sentía mal por su dolor. Caleb podía asustar, pero ella ya no sentía miedo. Ni de él ni de ella misma. ¿Por qué? ¿Qué le estaba pasando con ese hombre? Algo había cambiado en su interior y ese algo modificaba las emociones y los sentimientos que Caleb despertaba en ella.

Puede que la pusiera nerviosa, o que intentara poseerla de modos con los que ella no estaba de acuerdo. Puede que él estuviera realmente muy arrepentido por lo sucedido y si era así, ella era capaz de perdonar. Estaba en su naturaleza.

Su madre había perdonado a Thor cuando la tomó violentamente por primera vez… Dejó caer la cabeza sobre el respaldo de la cama y miró al techo resoplando. Ojalá tuviera a Ruth a mano para poder hablar con ella. Estaba hecha un lío. Se sentía furiosa con él, pero del mismo modo anhelaba verlo y consolarlo en su dolor.

Pero lo que había sucedido entre Caleb y ella era distinto de lo de sus padres. Distinto en las formas, en el fondo, en todo, y sin embargo estaba loca de verdad porque quería perdonarle y darle una segunda oportunidad.

Aileen necesitaba poder sobrellevar su otra naturaleza. ¿Por qué Caleb la llamaba de ese modo? ¿Por qué despertaba sus instintos y la hacía sentir como si fuera una flor abriéndose en primavera? La naturaleza berserker la estaba comprendiendo, pero la vaniria ya era otra cosa. Y no la comprendía porque no la conocía. Sólo la había temido y se había alejado de ese lado oscuro en caso de que fuera realmente un lado oscuro y no un lado sólo gris.

Allí parada, mirando por la ventana cómo el sol poco a poco se iba poniendo, anhelaba concebir esa realidad nueva, bloquear sus miedos y coger los sentimientos que empezaba a despertar ese vanirio prepotente y desglosarlos. ¿Y si no era el síndrome de Estocolmo lo que ella tenía? ¿Y si deseaba realmente a ese hombre?

Porque se sentía igual. Con la necesidad de atarse los pies para no echarse a correr e ir hacia él. Hacia su captor. Hacia su torturador. Hacia su ladrón.

Tenía que hablar con Daanna. Tenía que comprobar que Caleb estaba bien. Y tenía un hambre de hiena en ayunas. Esperaría a que llegaran Noah y Adam a buscarla y llevársela a Londres para ir a la sede de Newscientists. Pero antes tomaría el aire y daría una vuelta por los alrededores para calmarse y encontrarse a sí misma. Iría al Tótem.