Tardamos varias horas en volver a casa, pero al llegar, papá estaba esperándome mientras veía las noticias de la mañana de la CBS. El rótulo tras el presentador consistía en el dibujo de una criatura monstruosa y la frase: ¿BESTIA EN EL METRO? Papá se había quitado la corbata. Parecía agotado.
—¿Sabes algo de todo esto, Kyle? —dijo señalando la televisión. No pareció darse cuenta del cambio operado en mí.
—¿Por qué debería saber algo? —Me encogí de hombros—. Está claro que no soy ninguna bestia.
Entonces levantó la cabeza.
—No, no lo eres. ¿Cuándo ha ocurrido?
Se refería a si había ocurrido antes o después de aparecer la noticia. No respondí a su pregunta.
—Papá, esta es Lindy.
—Encantado de conocerte, Lindy. —Le ofreció su mejor sonrisa televisiva al tiempo que analizaba su camiseta de Jane Austen, sus viejas bambas y sus gastados tejanos. No se detuvo ni un instante en su rostro. Típico. ¿Tanto le costaba mirarle directamente a los ojos?—. Bueno, esto merece una celebración. Os invito a desayunar.
También típico. Ahora que era otra vez normal, quería volver a hacer cosas conmigo. Miré a Lindy y esta arrugó la nariz.
—Me parece que no —dije—. Tengo que hablar con Will y Magda. Ellos han estado todo el tiempo a mi lado. Y después quiero dormir un rato. He pasado la noche en vela. —Disfruté de su expresión ante mis palabras—. Pero tranquilo, uno de estos días lo haremos. —Dentro de un año o algo así.
En cuanto se hubo marchado, fui en busca de Will.
Eran poco más de las cinco, de modo que Will seguía durmiendo cuando llamé a su puerta. Tuve que aporrearla.
—Adrian, quizá deberías esperar unas horas. Está dormido. —Lindy se apoyó en mí—. Se me ocurren varias formas de pasar el tiempo. Te he echado mucho de menos.
—Yo también. —La besé. Los recuerdos del último invierno acudieron a mi mente. Aunque me había negado a admitirlo, había estado tan muerto como la mayoría de mis rosas—. Pero tengo que hablar con él ahora mismo. Es importante. Espero que lo comprendas. Él lo entenderá.
Volví a aporrear la puerta.
—Abre, dormilón.
Desde el otro lado de la puerta me llegó un sonido apagado.
—¿Qué hora es?
—La hora de ver el sol. ¡Abre!
—Haré que Piloto te ataque.
—Es un perro lazarillo, no un perro guardián. Abre la puerta.
Al principio, no se produjo ningún otro ruido y pensé que se había vuelto a dormir. Sin embargo, cuando estaba a punto de volver a aporrear la puerta, oí pasos aproximándose. La puerta se abrió.
Vi cómo la luz penetraba en los ojos de Will.
—Qué demonios… —Miró a la izquierda, después a la derecha y sus ojos me enfocaron por primera vez desde que le conocía—. Pero cómo… ¿quién eres tú?
—Soy yo. Adrian. Y esta es Lindy. ¿Nos ves, colega?
—Sí. O eso creo. Pero puede que solo sea un sueño. Me hiciste creer que eras horrible, un monstruo.
—Y tú me hiciste creer que eras ciego. A veces las cosas cambian.
Will empezó a reír y a bailar de un lado a otro.
—¡Sí! ¡Las cosas cambian! No puedo creerlo. ¿Y Lindy? ¿Eres tú? ¿Has vuelto con Adrian?
—Sí. Aún no lo entiendo del todo, pero soy tan feliz. Tanto. —Abrazó a Will, y Piloto, quien normalmente se portaba muy bien, pareció comprender que sus servicios como perro lazarillo habían llegado a su fin porque empezó a dar saltos por toda la habitación al tiempo que ladraba y lamía las manos de todos. Lindy también lo abrazó.
Cuando terminamos de dar brincos y de celebrarlo, dije:
—¿Dónde está Magda?
Si Kendra había cumplido con su palabra, a Magda también tendría que haberle ocurrido algo. Debería de haberse reunido con su familia. Sin embargo, ahora no quería que se marchara. La necesitaba, quería que se quedara conmigo. Corrí por el pasillo hasta su habitación. Lindy me siguió. Golpeé la puerta pero no hubo respuesta.
Cuando abrí la puerta, vi que la habitación estaba vacía.
—¡No! —Estuve a punto de partirle la mano a Lindy. Ella me miró con una expresión confusa, y entonces recordé que aquel era un día maravilloso, perfecto—. No he podido despedirme. Se ha marchado y no he podido decirle adiós.
—¿Magda? —Asentí, y Lindy dijo—: Oh, Adrian, lo siento mucho.
No obstante, cuando salía de la habitación, vi un destello sobre la cama y me acerqué a ella.
Era un espejo de plata, idéntico al que había destrozado la noche anterior en el metro. Pero aquel espejo no estaba roto, y al mirar en él, vi mi reflejo, tan perfecto como recordaba: pelo rubio y lacio, ojos azules, piel morena. Cuando abrí la boca, unos labios perfectos revelaron unos dientes inmaculados. Y a mi lado, la chica perfecta; la chica perfecta para mí.
—Quiero ver a Magda —dije.
Y, casi inmediatamente, apareció el reflejo de Kendra.