7

Me levanté antes del amanecer para quitar las hojas muertas de las rosas, barrer el suelo del invernadero y regar las plantas. Quería hacerlo antes de nuestra clase con Will, para dar tiempo a que se secara todo. No quería que estuviera embarrado. Incluso aclaré los muebles de hierro colado del invernadero pese a que ya estaban limpios y a que probablemente haría demasiado calor para sentarse en ellos. Quería disponer de todas las opciones.

A las seis, todo estaba reluciente. Incluso recoloqué algunas enredaderas para que dieran la sensación de que eran más altas, como si intentaran escapar. A continuación, desperté a Will golpeando ruidosamente su puerta.

—Hoy bajará —le dije.

—¿Quién? —Su voz aún sonaba soñolienta.

—Shh —susurré—. Te va a oír. Lindy vendrá a nuestra sesión de tutoría.

—Fantástico —dijo Will—. Eso es dentro de… ¿cuánto?… ¿cinco horas?

—Tres. Le dije a las nueve en punto. No podía esperar más. Pero necesito tu ayuda antes de la clase.

—¿Qué tipo de ayuda, Adrian?

—Tienes que enseñármelo todo antes de que llegue.

—¿Cómo? ¿Y por qué tendría que hacer eso en lugar de dormir?

Volví a aporrear la puerta.

—Will, abre de una vez. No puedo mantener esta conversación a través de la puerta. Ella podría oírme.

—Entonces vuelve a la cama. Es solo una idea.

—Por favor, Will —susurré de un modo algo teatral—. Es importante.

Finalmente, le oí moverse por la habitación y, poco después, apareció en la puerta.

—¿Qué es eso tan importante?

Detrás de él, Piloto tenía la cabeza entre las patas.

—Necesito que me enseñes ahora.

—¿Por qué?

—¿No me has oído? Vendrá a nuestra sesión de tutoría.

—Sí. A las nueve. Probablemente esté aún durmiendo.

—Pero no quiero que crea que soy estúpido, además de feo. Tienes que enseñármelo todo antes de que baje para que crea que soy inteligente.

—Adrian, sé tú mismo. Todo irá bien.

—¿Que sea yo mismo? Tal vez hayas olvidado que soy una bestia. —La palabra bestia me salió como un rugido desesperado pese a que intentaba mantener la calma—. Será la primera vez que me vea a la luz del día. Le ha costado una semana. Al menos quiero parecer inteligente.

—Eres inteligente, Adrian. Pero ella también lo es. Lo que tendrías que hacer es hablar con ella, no repetir lo que yo te diga.

—Pero en Tuttle siempre era la primera de su clase. Tenía una beca. Yo solo era un capullo con un papá forrado.

—Has cambiado desde entonces, Adrian. Te enviaré algunas bolas bajas si creo que necesitas ayuda, pero lo dudo. Eres un chico listo.

—Dices eso porque quieres volver a la cama.

—Es verdad, quiero volver a la cama. Pero no solo quiero volver a la cama. —Empezó a cerrar la puerta.

—Sabes una cosa, la bruja me dijo que si conseguía romper el hechizo, te devolvería la vista.

Se detuvo.

—¿Se lo pediste tú?

—Sí. Quería hacer algo por ti. Te has portado muy bien conmigo.

—Gracias.

—De modo que es muy importante que todo salga bien. ¿Puedes darme algún consejo? Linda dice que si resulta que soy un estúpido, te pedirá que le des clases particulares. Eso sería el doble de trabajo para ti.

Debió de haber pensado en aquello porque dijo:

—Muy bien, repasa el soneto Cincuenta y cuatro. Creo que te gustará.

—Gracias.

—Una cosa, Adrian. A veces es recomendable dejar que ella también parezca inteligente.

Y cerró la puerta.

Coloqué la silla frente a las puertas francesas, las que daban al jardín de rosas, y esperé su llegada. Me costó un poco decidir si quedaba más favorecedor con la belleza de las rosas al fondo o si estas ponían demasiado de relieve mi fealdad. Pero, finalmente, llegué a la conclusión de que algo en la habitación debía ser hermoso, y definitivamente ese no era yo. Aunque estábamos en julio, me puse una camisa azul Ralph Lauren de manga larga, tejanos y deportivas con calcetines. Moda Bestia. Abrí el libro de los sonetos de Shakespeare y leí el soneto 54 por milésima vez. De fondo sonaba Las cuatro estaciones de Vivaldi.

Todos los preparativos se hicieron trizas cuando Linda llamó a la puerta. Will aún no había llegado, de modo que tuve que levantarme de la silla —arruinando mi pintoresca pose (o, para ser más honestos, algo menos repelente)—. Sin embargo, no podía dejarla plantada allí fuera, así que corrí hasta la puerta y la abrí. Lentamente. No quería asustarla.

A la luz de la mañana, se hizo mucho más evidente que la noche anterior el esfuerzo que hacía por no mirarme. ¿Era porque era demasiado horroroso, como la fotografía de la escena de un crimen? ¿O simplemente intentaba ser educada y por eso no me miraba directamente? Sabía que había dejado atrás el odio para sustituirlo por la compasión. Pero ¿cómo conseguiría pasar de eso al amor?

—Gracias por venir —dije. Con un gesto, la invité a entrar en la habitación, pero sin tocarla—. Lo he dispuesto todo junto al invernadero. —Había trasladado una mesa de madera oscura y la había colocado junto a las puertas francesas que daban al exterior. Sostuve una silla para que se sentara en ella. En mi vida anterior, jamás habría hecho una cosa semejante por una chica.

Sin embargo, ella ya estaba frente a la puerta.

—¡Oh! Es precioso. ¿Puedo salir?

—Sí. —Me situé detrás de ella y alargué el brazo para abrir el cerrojo.

—Por favor. Nunca había tenido visitas, solo he compartido mi jardín con Will y Magda. Espero…

Me detuve. Linda ya había salido al exterior. Los violines de Vivaldi danzaban a su alrededor. Justo cuando empezó a caminar entre las rosas, sonaba el movimiento denominado «Primavera».

—¡Es maravilloso! ¡Cómo huele! ¡Es una suerte tener todo esto en tu propia casa!

—También es la tuya. Por favor, ven cuando quieras.

—Me encantan los jardines. Solía ir a Strawberry Fields, en Central Park, cuando salía de la escuela. Me quedaba sentada durante horas, leyendo. No quería volver a casa.

—Te entiendo. Ojalá pudiera ir a ese jardín. He visto fotos de él por Internet. —Y había pasado junto a él unas doscientas veces sin fijarme. Ahora ansiaba ir, pero no podía.

Linda se arrodilló junto a un parterre de rosas enanas.

—Son tan hermosas.

—Supongo que a las chicas les gustan las cosas pequeñas. Yo prefiero las enredaderas. Siempre buscan la luz.

—También son preciosas.

—Pero esta… —Me agaché para señalar una rosa amarilla que había plantado unas semanas antes—. Esta se llama Pequeña Linda.

Ella me miró de forma extraña.

—¿Les pones nombre a todas las flores?

Me puse a reír.

—No se lo puse yo. Lo hacen los horticultores, cuando desarrollan una nueva variedad de rosa. Y resulta que esta se llama «Pequeña Linda».

—Es tan perfecta, tan delicada. —Alargó el brazo para tocarla y su mano chocó contra la mía. Sentí una descarga eléctrica recorriéndome todo el cuerpo.

—Pero fuerte. —Aparté la mano antes de que sintiera repulsión—. Las rosas enanas son más robustas que las normales. Ya que lleva tu nombre, ¿quieres que corte unas cuantas para tu habitación?

—Sería una lástima cortarlas. Tal vez… —Se detuvo. Sostenía el pequeño pedúnculo entre dos dedos.

—¿Qué?

—Tal vez vuelva para verlas aquí.

Había dicho que volvería. Pero solo tal vez.

En aquel momento llegó Will.

—¿Adivina quién está aquí, Will? —dije como si no se lo hubiera dicho ya—. Lindy.

—Maravilloso —dijo—. Bienvenida, Lindy. Espero que animes un poco las clases. Solo con Adrian es muy aburrido.

—Hacen falta dos para aburrirse —dije.

Entonces, como ya adivinaba, dijo:

—Hoy hablaremos de los sonetos de Shakespeare. He pensado que podríamos empezar por el cincuenta y cuatro.

—¿Has traído el libro? —le pregunté a Linda. Cuando negó con la cabeza, le dije—: Puedes ir a buscarlo, te esperaremos, ¿verdad, Will? ¿O puedes compartirlo conmigo?

Sus ojos se posaron una vez más en el jardín de rosas.

—Oh, supongo que podemos compartirlo. Mañana traeré el mío.

Lo había dicho: «Mañana».

—De acuerdo. —Abrí el libro y lo coloqué más cerca de ella. No quería que pensase que intentaba aprovecharme. Aun así, estaba más cerca de ella de lo que lo había estado desde que llegara. Podría haberla tocado fácilmente y que pareciera accidental.

—Adrian, ¿puedes leerlo en voz alta? —pidió Will.

Una bola baja, como lo llamaría él. Los profesores siempre habían elogiado mis aptitudes lectoras. Y había leído aquel cientos de veces.

—Claro —dije.

¡Oh, cuánta la Belleza parece más hermosa,

por el dulce ornamento que la verdad le presta!

Vemos la bella rosa y aún más se considera,

por el dulce perfume que dentro de ella vive.

Evidentemente, al tenerla tan cerca, me equivoqué, atascándome en «belleza parece más hermosa». No obstante, seguí adelante.

Tiene el escaramujo tintes en su capullo,

como la perfumada tintura de la rosa,

y espinas semejantes, que juegan su contento,

cuando el verano abre sus ocultos pimpollos.

Mas dado que su mérito es sólo su apariencia,

viven sin ser pedidos y abandonados mueren,

marchitos por sí solos. No es su caso la rosa,

pues de su dulce muerte, se hacen suaves perfumes.

Así de vos, hermoso y mi adorable joven,

al morir, tu virtud, destilará en mi verso.

Cuando terminé, levanté la cabeza. Lindy no me estaba mirando. Seguí sus ojos y vi que estaba mirando más allá de las puertas francesas, a las rosas. Mis rosas. ¿La belleza de mis rosas compensaría mi fealdad?

—¿Adrian? —Will estaba diciendo algo, tal vez por segunda o tercera vez.

—Lo siento. ¿Qué decías?

—Te he preguntado qué simboliza la rosa en el poema.

Tras haber leído el poema veinte veces, creía conocer su significado. Pero en aquel momento me eché para atrás. Me di cuenta de que quería dejar que se luciera ella.

—¿Qué opinas, Lindy?

—Creo que representa la verdad —dijo—. Shakespeare nos dice que el perfume de la rosa hace que su belleza sea interior. Y que el perfume puede perdurar más allá de su muerte.

—¿Qué es un escaramujo, Will? —pregunté.

—Una rosa silvestre. Parece una rosa, pero no tiene perfume.

—¿O sea que tiene el aspecto pero no es de verdad? —dije—. Como ha dicho Lindy. Solo porque algo sea hermoso no significa que sea bueno. Esa es la cuestión.

Lindy me miró como si fuera listo y no solo feo.

—Pero algo que es bello interiormente, perdurará para siempre, como el perfume de una rosa.

—¿Pero el perfume de las rosas perdura para siempre? —le preguntó Will a Lindy.

Lindy se encogió de hombros.

—Una vez alguien me regaló una rosa. La guardé entre las páginas de un libro. El perfume no duró mucho.

Miré a Lindy. Sabía a qué rosa se refería.

La mañana pasó rápidamente, y pese a no haber pre-estudiado los otros temas, conseguí no parecer un idiota total, aunque siempre dejé que ella pareciera un poco más lista que yo. No fue muy difícil.

A las doce y media Will dijo:

—¿Comerás con nosotros, Lindy?

Me alegré de que fuera él quien lo preguntara y no yo. Contuve el aliento. Creo que lo hicimos los dos.

—¿Como si estuviéramos en la cafetería de la escuela? —dijo Lindy—. Sí, estaría bien.

Si alguien cree que no había preparado a Magda para aquello, está muy equivocado. A ella también la había despertado a las seis —aunque no se molestó tanto como Will— y comentamos varios menús posibles que incluían sopa y nada de ensaladas ni productos peligrosos que pudiera echarme por encima al cogerlos con mis garras. Odiaba el hecho de que al ser una bestia tuviera que comer como una. No obstante, me alegra decir que no lo hice mal del todo y que por la tarde seguimos estudiando.

Aquella noche, cuando me tumbé en la cama, rememoré el momento en que su mano tocó la mía. Me pregunté qué sentiría si me tocara y no fuera por accidente, qué sentiría si me dejara tocarla.