—Se me ha ocurrido algo —me dijo Will el día siguiente de la llegada de Linda.
—¿Qué? —le pregunté.
—Silencio. Si la dejas en paz, quizá salga sola.
—Ahora entiendo porque no estás siempre rodeado de chicas.
—Hablar con ella no ha funcionado, ¿verdad?
Tuve que admitir que estaba en lo cierto, de modo que decidí seguir su consejo. Lo que más me asustaba es que aún no me había visto. ¿Qué diría cuando lo hiciera?
Los siguientes días mantuve el silencio. Lindy se quedó en su habitación, mientras yo la observaba a través del espejo. Lo único que parecía gustarle eran los libros y las rosas. Leí todos los libros que ella leía. Me quedaba hasta tarde leyendo, para poder seguir su ritmo. Ni siquiera intenté volver a hablar con ella. Y cada noche, cuando el libro me caía de las manos debido al cansancio, me tumbaba en la cama, sintiendo su odio como un fantasma recorriendo los pasillos tenebrosos. Tal vez aquello no era una buena idea. Pero ¿qué otra opción tenía?
—La he subestimado —le dije a Will.
—Sí.
Lo miré, sorprendido.
—¿Tú también lo crees?
—Siempre lo he creído. Pero dime una cosa, Adrian, ¿por qué lo crees tú?
—Pensé que la impresionaría con todas las cosas que le compré, los hermosos muebles, y la ropa. Ella es pobre, y creí que comprándole joyas y cosas bonitas me daría una oportunidad. Pero no quiere nada de eso.
Will sonrió.
—No, no lo quiere. Solo quiere ser libre. ¿No te ocurre a ti lo mismo?
—Sí. —Pensé en Tuttle, en el baile, en aquello que le había dicho a Trey sobre que el baile escolar no era más que una prostitución legalizada. Tuve la impresión de que había pasado mucho tiempo—. Nunca he conocido a nadie que no pudiera comprar. Me convierte en alguien muy parecido a ella.
—Ojalá eso te sirviera para romper el hechizo. Estoy muy orgulloso de ti.
Orgulloso de ti. Nadie me había dicho algo así, jamás, y durante un segundo, deseé darle un abrazo, solo para sentir el calor de otro ser humano. Pero hubiera sido algo muy raro.
Aquella noche me quedé despierto hasta más tarde de lo habitual, atento a los sonidos que producía el viejo edificio. Algunas personas lo llamarían «relajarse». Sin embargo, me pareció oír pasos en el piso superior. ¿Eran sus pasos? Imposible; no a través de dos pisos. Pero, pese a todo, no podía pegar ojo.
Finalmente, decidí subir al salón del segundo piso y encender el televisor. Puse el canal de deportes con el volumen muy bajo, para no molestarla. Me había vestido con unos tejanos y una camisa para hacer algo que en el pasado hubiera hecho en calzoncillos. Pese a su juramento de quedarse para siempre en su habitación, no quería correr el riesgo de que viera algo más de mí aparte de mi rostro. Con aquello ya era más que suficiente para asustarla.
Me estaba quedando traspuesto cuando oí el sonido de una puerta al abrirse. ¿Sería ella? Probablemente sería Magda, o Piloto dando un paseo. Pero el sonido parecía provenir del piso superior, el piso de Lindy. Me esforcé por no mirar, por mantener los ojos pegados al televisor, para que no se asustara al ver mi rostro en la oscuridad. Esperé.
Era ella. La oí en la cocina, el sonido de un plato y un tenedor. Les pasó agua y los colocó en el lavavajillas. Quise decirle que no tenía que hacerlo, que Magda se encargaba de aquellas cosas, que le pagábamos para que lo hiciera. Pero no dije nada. Sin embargo, cuando oí sus pasos en el salón, tan cerca que era imposible que no me viera, no pude contenerme.
—Estoy aquí —dije en voz baja—. Quiero que lo sepas para que no te asustes.
Ella no dijo nada, pero sus ojos se movieron en mi dirección. La habitación estaba muy oscura; la única luz era la del televisor. Aun así, tuve la tentación de cubrirme la cara con un cojín. Pero no lo hice. Tenía que verme un momento u otro. Kendra lo había dejado bien claro.
—Has bajado —le dije.
Miró en mi dirección. Sus ojos me buscaron, desvió la mirada y después volvió a mirarme.
—Eres una bestia. Mi padre… me dijo… pensé que estaba colocado. Siempre dice cosas muy raras. Pensé… Pero lo eres de verdad. Oh, Dios mío. —Apartó la mirada—. Oh, Dios mío.
—Por favor. No te haré daño —dije—. Sé qué aspecto tengo, pero no… por favor. No te haré ningún daño, Lindy.
—No me lo imaginaba. Pensaba que eras un tipo… un pervertido que… y entonces, cuando no echaste la puerta abajo ni nada de eso… Pero cómo puede ser…
—Me alegro de que hayas bajado, Lindy. —Intenté mantener la voz relajada—. He pensado tantas veces en este momento, el momento en que nos conocíamos. Ahora ya está hecho, y tal vez te acostumbres a mí. Temía que no salieras nunca de tu cuarto.
—Tenía que hacerlo. —Respiró profundamente y dejó escapar el aire—. He estado paseando por las noches. No podía quedarme en esas habitaciones todo el día. Me sentía como un animal. —Se detuvo—. Oh, Dios.
Ignoré su nerviosismo. Tal vez si actuaba como un ser humano podría demostrarle que lo era.
—El picadillo que Magda hizo para comer estaba delicioso, ¿no crees? —No la miré. Quizá se asustaría menos si no la miraba directamente a los ojos.
—Sí, estaba bueno. Maravilloso. —No me dio las gracias. Aunque tampoco lo esperaba. Gracias a Will, había aprendido unas cuantas cosas.
—Magda es una gran cocinera —dije. Ahora que habíamos empezado a hablar, quería alargar la conversación, aunque fuera de cosas intrascendentes—. Cuando vivía con mi padre, no quería que Magda preparase platos latinos. Por entonces hacía cosas normales, carne, patatas. Pero cuando nos dejó aquí, no me importaba mucho la comida, así que Magda empezó a preparar sus platos. Supongo que para ella es más fácil, y mucho mejor. —Me detuve e intenté pensar en algo para seguir parloteando.
Pero ella se avanzó.
—¿A qué te refieres con eso de que os dejó aquí? ¿Dónde está tu padre ahora?
—Vivo con Magda y Will —dije, aún sin atreverme a mirarla—. Will es mi tutor. También podría darte clases a ti, si quieres.
—¿Tutor?
—Bueno, en realidad es como un profesor. Como no puedo ir a la escuela por culpa de… Da igual, él me da las clases aquí.
—¿Escuela? Pero entonces, tú… ¿cuántos años tienes?
—Dieciséis. Igual que tú.
Pude ver por su expresión que estaba sorprendida, que todo aquel tiempo había creído que era un pervertido de cincuenta y tantos. Finalmente, dijo:
—Dieciséis. Entonces, ¿dónde están tus padres?
¿Y el tuyo? Estábamos, más o menos, en el mismo barco. Nuestros respectivos padres nos habían abandonado. Sin embargo, no se lo dije. «Silencio», me había dicho Will.
—Mi madre se marchó hace mucho tiempo. Y mi padre… bueno, no pudo enfrentarse al hecho de que tuviera este aspecto. Le va mucho la normalidad.
Lindy asintió. Sus ojos transmitían compasión. Yo no quería su compasión. Si sentía lástima por mí, podría llegar a verme como una criatura patética que intentaba secuestrarla y obligarla a ser su pareja, como el fantasma de la ópera. Aun así, la compasión era mejor que el odio.
—¿Le echas de menos? —preguntó—. A tu padre.
Le dije la verdad.
—Intento que no. Es decir, no se debería echar de menos a la gente que no te echa de menos a ti, ¿no crees?
Lindy asintió.
—Cuando las cosas empezaron a ponerse feas con mi padre, mis hermanas se largaron y se fueron a vivir con sus novios. Yo me puse furiosa porque no se quedaron para, ya sabes, ayudarme. Pero aún las echo de menos.
—Lo siento. —El tema de su padre era demasiado resbaladizo—. ¿Quieres que Will te dé clases? A mí me las da a diario. Tú probablemente eres más lista que yo. No soy muy buen estudiante, pero seguro que estás acostumbrada a ir con chicos menos listos que tú en la escuela, ¿verdad?
Lindy no dijo nada, de modo que añadí:
—Si quieres, puede darte clases particulares, sin mí. Sé que estás enfadada. Tienes todo el derecho a estarlo.
—Sí, lo estoy.
—Me gustaría enseñarte algo.
—¿El qué? —Percibí la cautela en su voz, como un telón que se cerrara.
—¡No! —dije rápidamente—. No es eso. No lo entiendes. Es un invernadero. Lo construí yo mismo a partir de unos planos que compré. Y todas las plantas que hay son rosales. ¿Te gustan las rosas? —Ya sabía que le gustaban—. Will me aficionó a ellas. Supongo que pensaba que necesitaba tener una afición. Mis favoritas son las floribundas… las rosas trepadoras. No son tan perfectas como las híbridas. Quiero decir que tienen menos capas de pétalos, pero pueden crecer tan alto… a veces incluso pueden llegar a los treinta metros si están bien apuntaladas. Y yo me aseguro de que lo estén.
Me detuve. Parecía uno de aquellos friquis de la escuela, esos que pueden soltarte todas las estadísticas de béisbol o que se saben El Señor de los Anillos como si Frodo, el Hobbit, fuera su primo lejano.
—Las rosas de mi habitación —dijo Lindy—, ¿son tuyas? ¿De tu invernadero?
—Sí. —Durante su estancia en la casa, había hecho que Magda cambiara las rosas amarillas que habían muerto por rosas blancas, las cuales simbolizaban la pureza. Esperaba poder cambiarlas algún día por rosas rojas, pues estas simbolizaban el amor—. Me gusta que veas mis rosas. Antes de que vinieras, solo podía regalárselas a Magda. Pero tengo cientos de rosas. Si quieres bajar a verlas —o a que Will te dé clases— puedo decirles a Will o a Magda que se queden todo el rato para que no tengas miedo de que pueda hacerte daño.
No hice ningún comentario sobre lo que era más que obvio: en aquel momento estábamos solos, lo había estado durante días, protegida únicamente por un hombre ciego, una mujer mayor y una puerta endeble, y pese a todo no le había hecho nada. Confié en que se diera cuenta de ello.
—¿Y este es tu aspecto? —dijo finalmente—. ¿No es una máscara para ocultar tu verdadero rostro? —Una risa nerviosa.
—Ojalá. Daré la vuelta al sofá para que lo veas por ti misma. —Lo hice, avergonzado de que me examinara. Me alegré de que mi cuerpo estuviese casi completamente cubierto, pero entorné los ojos ante su mirada. Me acordé de Esmeralda, incapaz de mirar a Cuasimodo. Era un monstruo. Un monstruo.
—Puedes tocarla… mi cara… si quieres asegurarte —le dije.
Linda negó con la cabeza.
—Te creo. —Ahora que estaba más cerca, sus ojos recorrieron todo mi cuerpo, deteniéndose en mis garras. Finalmente, asintió, y supe por su mirada que sentía lástima por mí—. Creo que aceptaré lo de las clases. Podemos intentar hacerlas juntos, para ahorrarle tiempo. Pero si eres demasiado estúpido para seguir mi ritmo, tendremos que hacerlas por separado. Siempre he sido de las primeras de la clase.
Supe que estaba bromeando, pero también lo decía medio en serio. Quise preguntarle de nuevo sobre el invernadero, y si bajaría más temprano para desayunar con Will, Magda y conmigo. Pero no quería presionarla, de modo que dije:
—Estudiamos en mis habitaciones, junto al jardín de rosas. Está en el primer piso. Normalmente, empezamos a las nueve. Estamos leyendo los sonetos de Shakespeare.
—¿Los sonetos?
—Sí. —Rebusqué en mi mente una estrofa para recitarla. Había memorizado páginas y más páginas de poesías durante mi confinamiento solitario. Aquella era mi oportunidad para sorprenderla. Finalmente, me decidí:
—Shakespeare es genial.
Vaya. Shakespeare mola, tío.
Sin embargo, Linda sonrió.
—Sí. Me encantan sus obras de teatro y su poesía. —Otra risa nerviosa. Me pregunté si se sentía tan aliviada tras nuestro primer encuentro como lo estaba yo—. Tendría que acostarme, para descansar.
—Claro.
Se dio la vuelta y se marchó al piso de arriba. La observé subir las escaleras y escuché sus pasos recorriendo el descansillo superior.
Cuando oí la puerta de su habitación abrirse y cerrarse de nuevo, di rienda suelta a mis instintos animales y me embarqué en un baile salvaje por toda la habitación.