Al mediodía, Magda le llevó la comida. La observé en el espejo. De vez en cuando, Magda encargaba comida para llevar porque yo echaba de menos la comida rápida. Pero aquel día le pedí que preparara algo que pudiera gustarle a una chica: emparedados sin corteza y una elaborada sopa muy de chicas. La vajilla estaba ribeteada de rosas. El agua en una copa de cristal. El cuchillo y el tenedor eran de una plata reluciente. La comida parecía deliciosa.
La observé. No comió nada y se la devolvió a Magda cuando esta regresó. Se tumbó en la cama y se puso a leer uno de los libros que había cogido de los estantes. Me fijé en el título: los sonetos de Shakespeare.
No me atrevía a llamar a su puerta. Tenía que dar el paso un momento u otro, pero no sabía cómo hacerlo sin aterrorizarla. ¿Sería excesivo un «Por favor, déjame entrar y te prometo que no te comeré»? Probablemente. Probablemente se asustaría con solo oír mi voz. No obstante, quería que supiera que si se atrevía a salir, sería amable con ella.
Finalmente, le escribí una nota.
Querida Lindy,
¡Bienvenida! No tengas miedo. Espero que estés cómoda en tu nueva casa. Si necesitas algo, sea lo que sea, solo tienes que pedirlo. Me aseguraré que lo tengas inmediatamente.
Estoy deseando conocerte en la cena de esta noche. Quiero caerte bien.
Sinceramente,
Adrian King
Eliminé la última frase, lo imprimí, subí hasta la puerta de su habitación y deslicé la nota por debajo de la puerta. Esperé, temeroso de hacer algún ruido y llamar su atención.
Un minuto después, apareció otra nota.
Solo había una palabra, escrita en grandes letras: NO.
Me quedé allí sentado mucho rato, pensando. ¿Podía escribirle cartas como si fuera un héroe romántico, conseguir que se enamorara de mí de aquel modo? Ni hablar. No se me daba bien escribir. ¿Y cómo iba a enamorarme de ella si solo la veía a través del espejo? Tenía que hablar con ella. Volví hasta su puerta y llamé, indeciso, suavemente. Cuando vi que no respondía, lo intenté de nuevo, esta vez con más fuerza.
—Por favor —fue su respuesta—. No necesito nada. ¡Lárgate!
—Tengo que hablar contigo —dije.
—¿Quién… quién eres?
—Adrian… —Kyle… el amo de la casa… la bestia que vive aquí—. Me llamo Adrian. Soy el que… —El que te ha convertido en una prisionera—. Quería conocerte.
—¡Pues yo no quiero conocerte! ¡Te odio!
—Pero… ¿te gusta la habitación? He intentado que todo sea de tu agrado.
—¿Estás loco? ¡Me has secuestrado! Eres un secuestrador.
—No te he secuestrado. Tu padre te entregó.
—Porque no tenía otra alternativa.
Aquello me sacó de mis casillas.
—Sí, claro. ¿Te dijo que irrumpió en mi casa? Pretendía robarme. Tengo cámaras de seguridad en todos los rincones. Y entonces, en lugar de asumir su responsabilidad como un hombre, te envió aquí para librarse del castigo. No dudó ni un instante cuando tuvo que venderte para salvarse él. No voy a hacerte ningún daño, pero eso él no lo sabía. Podría haberte encerrado en una caja.
Lindy no dijo nada. Me pregunté qué le habría contado su padre, si era la primera vez que escuchaba la verdad.
—Menudo capullo —murmuré, e hice ademán de alejarme.
—¡Cállate! ¡No tienes ningún derecho a decir eso! —Golpeó la puerta con fuerza, tal vez con el puño, o quizá con otra cosa, un zapato, por ejemplo.
Dios, era un idiota. Obviamente aquello no era lo más inteligente que decir en aquel momento. Aunque últimamente me ocurría muy a menudo. ¿Siempre había hecho comentarios tan estúpidos como aquel? Probablemente, pero siempre me había salido con la mía. Hasta que conocí a Kendra.
—Mira, lo siento. No pretendía decir eso. —Estúpido, estúpido, estúpido.
Lindy no contestó.
—¿Me has oído? He dicho que lo siento.
Nada. Golpeé la puerta, la llamé por su nombre. Finalmente, me marché.
Una hora más tarde seguía en su habitación y yo recorría la mía de un lado a otro pensando en lo que debería haber dicho. ¿Y qué pasa si la secuestré? De todos modos tampoco tenía dónde caerse muerta. Aquella casa era mucho mejor que todo lo que había tenido hasta entonces, pero ¿se mostraba agradecida? No. No sé qué esperaba exactamente, pero desde luego no aquello.
Fui a ver a Will.
—Quiero que salga de su habitación. ¿Puedes ayudarme?
—¿Qué propones para conseguirlo? —dijo Will.
—Dile que yo lo quiero, que es lo que debe hacer.
—¿Que lo ordenas? ¿Del mismo modo que obligaste a su padre a entregártela? Eso te funcionó… bien.
No era cómo había esperado que fuera, pero sí. Supongo que era lo que deseaba.
—Sí.
—¿Y cómo crees que se sentirá ella?
—¿Que cómo se siente ella? ¿Y qué hay de lo que siento yo? He trabajado toda la semana para que se sienta cómoda, para que todo sea agradable, y esa chica… desagradecida… ni siquiera quiere salir y conocerme.
—¿Conocerte? No desea conocer a la persona que la ha arrancado de su casa, que la ha separado de su padre. ¡Adrian, es tu prisionera!
—Su padre es un miserable. —No le había contado a Will nada del espejo, de cómo la había observado a través de él, cuando su padre le había golpeado—. Estará mejor sin él. Y no quiero que sea mi prisionera. Quiero…
—Yo sé lo que quieres, pero ella no. Ella no ve los jarrones de rosas, ni la pintura de las paredes. Ella solo ve a un monstruo, y eso que aún no te ha visto.
Me llevé la mano a la cara, pero entonces comprendí que Will se refería a mi comportamiento.
—Un monstruo —continuó— que la ha traído hasta aquí con Dios sabe qué propósito. Para matarla mientras duerme o para que sea su esclava. Tiene miedo, Adrian.
—De acuerdo. Ya lo pillo. ¿Pero cómo consigo que sepa que esa no es la razón por la que la traje aquí?
—¿De verdad quieres mi consejo?
—¿Ves a alguien más por aquí?
Will hizo una mueca.
—No. —Alargó un brazo hacia mí, encontró mi hombro y apoyó su mano en él—. No le pidas que haga nada. Si quiere quedarse en su habitación, déjala. Debe saber que respetas su derecho a elegir.
—Si se queda en su habitación, jamás conseguiré que se fije en mí.
Will me dio una palmadita en el hombro.
—Dale tiempo.
—Gracias. Un gran consejo. —Me di la vuelta y empecé a alejarme.
La voz de Will me detuvo.
—Adrian.
Me di la vuelta.
—A veces es útil tener un poco menos de orgullo.
—Otra respuesta ganadora —dije—. Llegados a este punto, me queda muy poco orgullo.
Sin embargo, una hora más tarde, volví a llamar a la puerta de Lindy. No mostraría ningún tipo de orgullo, solo arrepentimiento. Era algo muy difícil de hacer, pues no podía dejar que se marchara. No podía.
—¡Lárgate! —me gritó—. Solo porque me tengas aquí no significa que tenga…
—Lo sé —le contesté—. Pero ¿puedo… podrías escucharme un minuto?
—¿Tengo otra opción? —dijo ella.
—Sí. Sí, tienes otra opción. Tienes cientos de opciones. Puedes escucharme o puedes decirme que me vaya al cuerno. Puedes ignorarme indefinidamente. Tienes razón. Con estar aquí es suficiente. No tenemos que ser amigos.
—¿Amigos? ¿Así es cómo lo llamas?
—Es lo que… —Me detuve. Era demasiado patético decirle que era lo que esperaba, que no tenía amigos, y que quería con todas mis fuerzas que me hablara, tenerla a mi lado, que dijera algo que me hiciera reír y me devolviera al mundo real, incluso si eso era lo único que podía conseguir. Menudo capullo habría parecido si le hubiera dicho eso.
Entonces recordé lo que me había dicho Will sobre el orgullo.
—Espero que algún día podamos ser amigos. Lo entenderé si no quieres, si sientes… —Las palabras asco, repugnancia, miedo se me atragantaron en la garganta—. Mira, has de saber que no como carne humana ni nada de eso. Soy humano, aunque no lo parezca. Y no te obligaré a hacer nada que no quieras hacer salvo quedarte aquí. Espero que decidas salir pronto.
—¡Te odio!
—Sí, eso ya lo mencionaste. —Pese a que sus palabras eran como latigazos, continué—: Will y Magda trabajan aquí. Si quieres, Will puede darte clases. Y Magda te preparará la comida. Limpiará tu habitación, hará la compra, te lavará la ropa, lo que quieras.
—No… no quiero nada. Solo quiero recuperar mi vida.
—Lo sé —dije al recordar lo que me había dicho Will sobre sus sentimientos. Había estado dándole vueltas a aquello durante una hora. Tal vez ella se preocupaba por su horrible padre del mismo modo que… mierda, odiaba admitir aquello… igual que yo me preocupaba por el mío—. Espero… —Lo pensé detenidamente y llegué a la conclusión de que Will tenía razón—. Espero que salgas de ahí pronto porque… —No pude articular las siguientes palabras.
—¿Porque qué?
Contemplé mi reflejo en uno de los cuadros colgados en el pasillo y no pude continuar. No pude.
—Nada.
Una hora más tarde la cena estaba lista. Magda había preparado un delicioso arroz con pollo[3]. A petición mía, llamó a la puerta de Linda con una bandeja en las manos.
—No quiero comer nada —fue la respuesta de Linda—. ¿Estás de broma?
—Te he traído una bandeja —contestó Magda—. ¿Quieres comer ahí?
Una pausa. Y a continuación:
—Sí. Sí, gracias. Aquí está bien. Gracias.
Cené con Magda y Will, como de costumbre. Después de la cena les dije:
—Me voy a la cama. —Y miré a Will con una expresión que decía: He hecho todo lo que me has dicho y no ha funcionado.
Aunque no pudo verla, me contestó:
—Paciencia.
Pero no pude dormir sabiendo que ella estaba dos pisos encima de mí, sintiendo su odio a través de los conductos del aire acondicionado, las paredes, el suelo. Aquello no era lo que había esperado. No funcionaría nunca. Era una bestia, y moriría siendo una bestia.