Papá se dio prisa. El tutor se presentó una semana después.
—Kyle. —Me di cuenta de que Magda había dejado de llamarme señor Kyle desde el día que le grité, lo que la convertía en un poco menos molesta—. Este es Will Fratalli. Tu profesor.
El tipo que había a su lado era alto, tenía veintitantos y pinta de ser un cretino total. Llevaba un perro con él, un labrador de color ocre, e iba vestido con unos tejanos, demasiado anchos para su talla pero no lo suficientemente holgados para que le quedaran bien, y una camisa azul con botones en el cuello. Obviamente venía de la escuela pública, y ni siquiera de una escuela pública buena. Dio un paso adelante.
—Hola, Kyle.
No salió corriendo al verme. Un punto a su favor. Aunque, por otro lado, aún no me había mirado. Tenía la mirada desviada hacia un lado.
—¡Aquí! —dije moviendo los brazos—. Esto no va a funcionar si ni siquiera puedes mirarme.
El perro emitió un gruñido prolongado.
El tipo —Will— se echó a reír.
—Pues entonces tendremos un pequeño problema.
—¿Por qué? —exigí.
—Porque soy ciego.
Oh.
—¡Siéntate, Piloto! —dijo Will. Pero Piloto se movía de un lado a otro, negándose a obedecerle.
Aquello era un universo totalmente alternativo. Mi padre había encontrado —o mejor, le había pedido a su secretaria que encontrara— un tutor ciego para que no pudiera ver lo feo que era.
—Oh, guau, lo siento. ¿Este es… tu perro? ¿Se quedará aquí? ¿Te quedarás tú? —Nunca había conocido a una persona ciega, aunque había visto a muchas en el metro.
—Sí. —Will le hizo un gesto al perro—. Este es Piloto. Los dos viviremos aquí. A tu padre se le da muy bien negociar.
—No hace falta que lo digas. ¿Qué te ha contado de mí? Lo siento. ¿Quieres sentarte? —Le cogí del brazo.
Pero se deshizo de él.
—Por favor, no vuelvas a hacer eso.
—Lo siento. Solo intentaba ayudar.
—No cojas a la gente. ¿Te gustaría que te cogieran a ti? Si deseas ayudar, primero pregúntale a la persona si lo necesita.
—De acuerdo, lo siento. —Aquello empezaba de primera. Pero necesitaba entenderme con aquel tipo—. ¿Quieres sentarte?
—Gracias, no. Puedo arreglármelas.
Usando un bastón que tampoco había visto, dio la vuelta al sofá y se sentó en él. El perro seguía mirándome, como si creyera que era una especie de animal que podía atacar a su amo. Volvió a emitir un débil gruñido.
—¿Te dice adónde debes ir? —le pregunté. No tenía miedo. Sabía que si el perro me mordía, me curaría rápidamente. Me agaché y le miré directamente a los ojos. Tranquilo, pensé. El perro se sentó y después se tendió en el suelo. Seguía mirándome pero dejó de gruñir.
—En realidad, no. Puedo orientarme, pero si voy a caerme por unas escaleras, él se detiene.
—Nunca he tenido perro —dije, y entonces me di cuenta de lo estúpido que sonaba aquello. Pobrecito niño pobre de Nueva York.
—Tampoco tendrás a este. Es mío.
—Entendido. —Segundo asalto—. Lo he pillado. —Me senté en una silla frente a Will. El perro seguía mirándome, pero su mirada era distinta, como si intentara decidir si yo era un animal o un hombre—. ¿Qué te ha contado mi padre de mí?
—Dijo que eras un inválido que necesitaba clases particulares para seguir el ritmo de sus estudios. Supongo que eres un buen estudiante.
Me puse a reír.
—Inválido, ¿eh? —Era verdad, aunque en el sentido de inválido. No válido—. ¿Mencionó el tipo de enfermedad que tenía?
Will se acomodó en el sofá.
—De hecho, no. ¿Es algo de lo que te gustaría hablar?
Moví la cabeza antes de recordar que no podía verme.
—Es algo que deberías saber. Verás, la cuestión es que estoy perfectamente sano. El problema es que soy un monstruo.
Las cejas de Will se enarcaron al oír la palabra monstruo, pero no dijo nada.
—No, de verdad. En primer lugar, tengo pelo por todo el cuerpo. Mucho pelo, como un perro. También tengo colmillos, y zarpas. Esa es la parte negativa. Lo bueno es que parece ser que estoy hecho de Teflón. Si me corto, me curo al instante. Podría ser un superhéroe, aunque si alguna vez intentara salvar a alguien de un edificio en llamas, en cuanto me viera la cara saldría corriendo de nuevo hacia el fuego.
Me detuve. Will seguía sin decir nada; se limitaba a mirarme como si pudiera verme mejor que otras personas, como si pudiera ver mi aspecto anterior.
Finalmente, dijo:
—¿Has terminado?
¿Has terminado? ¿Quién hablaba así?
—¿A qué te refieres?
—Soy ciego, no estúpido. No puedes colármela. Tenía la impresión… tu padre dijo que querías un tutor. Si no es eso… —Se puso en pie.
—¡No! No lo entiendes. No te estoy tomando el pelo. Todo lo que he dicho es cierto. —Miré al perro—. Piloto lo sabe. ¿No puedes percibir el comportamiento tan extraño que ha tenido? —Alargué la mano hacia Will. El perro dejó escapar otro gruñido, pero cuando le miré a los ojos, se detuvo—. Adelante. Tócame el brazo.
Me recogí la manga de la camisa y Will me tocó el brazo. Retrocedió.
—¿Eso es tu… no es un abrigo?
—Tócalo bien. Ves, no hay costuras. —Di la vuelta al brazo, para que pudiera tocarlo por debajo—. No puedo creer que no te lo dijera.
—Puso unas condiciones un poco… extrañas.
—¿Cómo qué?
—Me ofreció un sueldo desorbitado y una tarjeta de crédito para todos los gastos; no pude negarme. Me exigió que viviera aquí. El sueldo se hará efectivo a través de una empresa, y nunca podré preguntar quién es él ni por qué me ha contratado. Tuve que firmar un contrato de tres años, rescindible a su voluntad. Si me quedo tres años, se hará cargo de mi matrícula y me enviará a un programa de doctorado. Finalmente, tuve que aceptar que no contaría jamás mi historia a los medios y que no escribiría un libro. Pensé que eras una estrella del cine.
Me reí de aquello.
—¿Te dijo quién era él?
—Un hombre de negocios.
¿Y pensó que no te lo diría yo?
—Ya hablaremos de eso —dije—. Asumiendo que… aún quieras trabajar aquí, ahora que ya sabes que no soy una estrella de cine, que solo soy un monstruo…
—¿Tú quieres que me quede?
—Sí. Eres la primera persona con la que hablo en tres meses, aparte de los médicos y la asistenta.
Will asintió.
—Entonces quiero trabajar aquí. De hecho, cuando pensé que eras una estrella de cine me eché un poco para atrás, pero necesitaba el dinero. —Alargó la mano. Se la estreché—. Me alegro de trabajar contigo, Kyle.
—Kyle Kingsbury, hijo de Rob Kingsbury. —Continué estrechándole la mano un momento más, disfrutando con su expresión de sorpresa—. ¿Has dicho que mi padre te dio una tarjeta de crédito?