7

Avance rápido hasta la noche. Imaginaos el típico baile de instituto: música lenta, acompañantes intentando evitar que nos apareáramos sobre el suelo de la pista. Todas las cosas que se hacen antes de la auténtica fiesta. Sin embargo, yo no dejaba de oír las palabras de Kendra, una y otra vez: Ya lo verás. Sloane se puso cariñosa, y en cuanto nos coronaron como el príncipe y la princesa de la noche, se puso aún más cariñosa. Para algunas chicas, la popularidad y el poder que le acompaña actúan como una especie de afrodisíaco. Sloane era una de ellas. Nos coronaron en un escenario y Sloane se inclinó hacia mí.

—Esta noche mi madre no estará. —Me cogió la mano y la colocó en su trasero.

La aparté.

—Genial.

Ya lo verás.

Continuó acercándose. Notaba su cálido aliento muy cerca de mi oreja.

—Ha ido a la ópera, tres horas y media. Llamé al Met para comprobarlo. Y, normalmente, después va a cenar. No llegará a casa al menos hasta la una… Así que si quieres venir un rato. —Su mano bajó por mi estómago, aproximándose a la Zona Peligrosa. Increíble. ¿Me estaba metiendo mano delante de toda la escuela?

Volví a apartarme.

—Solo tengo la limusina hasta medianoche. —Brett Davis, el príncipe del año anterior, se acercó a mí con la corona en las manos. Incliné la cabeza para aceptarla humildemente.

—Úsala con inteligencia —dijo Brett.

—Tacaño —dijo Sloane—. ¿No merezco ni el precio de un taxi? ¿Es eso lo que sugieres?

¿Qué había querido decir con «Ya lo verás»? Sloane y Brett estaban demasiado cerca, impidiendo que me llegara el aire. Cosas y gente llegaban desde todos lados. No podía pensar con claridad.

—Kyle Kingsbury, respóndeme.

—¿Puedes hacer el favor de apartarte un poco? —exploté.

Tras decir aquello, tuve la impresión de que todos los presentes se quedaban inmóviles.

—Eres un capullo —dijo Sloane.

—Tengo que volver a casa —dije—. ¿Quieres quedarte o te acompaño en la limusina?

Ya lo verás.

—¿Qué quieres decir con que te vas? ¿Vas a dejarme sola? —susurró Sloane lo suficientemente fuerte como para que lo oyeran todos los que se encontraban en un radio de diez kilómetros—. Si te largas, será lo último que hagas. De modo que sonríe y baila conmigo. No permitiré que me arruines la noche, Kyle.

Así que eso es lo que hice. Sonreí y bailé con ella. Y después la acompañé a casa y bebí vodka Absolut del bar de su madre («¡Realeza Absolut!», dijo al brindar) e hice todo lo demás que ella esperaba y que yo también había esperado, e intenté olvidar la voz en mi cabeza, la voz que repetía «Ya lo verás» una y otra vez. Y, finalmente, a las doce menos cuarto, logré escapar.

Cuando llegué a casa, la luz de mi habitación estaba encendida. Muy extraño. Probablemente Magda había estado limpiando y había olvidado apagarla.

No obstante, cuando abrí la puerta, la bruja estaba sentada en mi cama, esperándome.