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De acuerdo, quizá Sloane no le dijo a Kendra que ella era mi cita para el baile, pero se lo dijo a todos los demás. Cuando llegué a la escuela, dos chicas que aparentemente soñaban con que se lo pidiera a ellas se desahogaron conmigo, y Trey corrió a mi lado en cuanto crucé la puerta.

—Sloane Hagen. —Levantó la mano para chocar los cinco—. Buen trabajo.

—Bastante bueno.

—Bastante bueno —dijo imitando mi voz—. Es la tía más buena de la escuela.

—¿Y qué te hace pensar que me contentaría con menos?

Estaba bastante seguro de que Kendra también lo sabría, de modo que me sorprendí cuando se acercó a mí en el pasillo entre dos clases.

—Hola. —Y me cogió del brazo.

—Hola. —Hice un esfuerzo para no deshacerme de su brazo ni para comprobar si alguien me estaba viendo tan cerca de aquella chica defectuosa—. Anoche intenté llamarte.

Era la primera vez que la veía nerviosa.

—No salgo en el listín. Soy… mmm, nueva. Me han trasladado de otra escuela.

—Imaginé que sería algo así. —Seguía colgada de mi brazo. Unos cuantos amigos pasaron por nuestro lado e intenté, de forma automática, deshacerme de ella.

—¡Auu! —Una de sus uñas se clavaron en mi piel.

—Lo siento.

—Entonces, ¿sigues queriendo ir al baile?

—Claro. ¿Por qué no iba a querer? —Me miró fijamente.

Estaba a punto de soltar el cebo, la parte sobre cómo tendríamos que encontrarnos en el baile porque mi padre no podría acompañarnos por culpa de las noticias de las seis, cuando ella dijo:

—Creo que lo mejor será que nos encontremos allí.

—¿De verdad? Casi todas las chicas quieren algo parecido a una escolta real.

—No. Puede parecer extraño, pero mi madre no está muy emocionada con la idea de que vaya a un baile con un chico.

¿A diferencia de qué? ¿Un hombre lobo?

Era demasiado bueno para ser verdad.

—Muy bien. Compraré tu entrada y nos veremos allí.

—Hasta luego. —Dio media vuelta y se marchó por el pasillo.

Yo hice lo mismo, pero entonces recordé el comentario de Sloane sobre el ramillete. Supuse que, para hacerlo creíble, debería preguntárselo también a ella.

—Kendra, ¿de qué color es tu vestido? Mi padre dice que debo comprarte un ramillete.

—Oh, aún no lo he decidido. Algo negro, es mi color preferido. Aunque una rosa blanca pega con todo, ¿verdad? Y, además, simboliza la pureza.

Era tan increíblemente fea que por un segundo imaginé lo que sería estar planeando realmente llevarla al baile, inclinándome sobre ella, observando sus dientes mohosos y su nariz ganchuda, y aquellos extraños ojos verdes, colocándole el ramillete en la muñeca mientras todos mis amigos me miraban y se reían de mí. Durante un segundo me pregunté si realmente sería una bruja. Imposible. Las brujas no existían.

—Perfecto —dije—. ¿Nos vemos en el baile?

—Será una noche inolvidable.