Se estaba perdiendo algunos pasos. Había otros que ocurrían fuera de orden. Fueron a comer después de una reunión que Control apenas recordaba un minuto después de acabarla, por mucho que lo intentase. Hasta cierto punto, él estaba allí para resolver un rompecabezas, pero se sentía como si este lo estuviera resolviendo a él.
Sabía que había estado hablando durante un rato de que quería averiguar más cosas sobre el faro y sobre su relación con la anomalía topográfica. Después de eso, Hsyu dijo algo sobre los patrones del sermón del farero, mientras el único miembro del Departamento de Diseño de Utilería, un señor mayor y encorvado que se llamaba Darcy y tenía una voz fina y carraspeante, añadía comentarios durante su charla y hacía referencias al «papel crucial, tanto ahora como en un futuro, de la división de precisión histórica».
La hoguera del campamento estaba enmarcada por árboles y alrededor del fuego se hallaban los miembros de la expedición. Algo tan grande como para que no se apreciase su silueta reptaba o se arrastraba en segundo plano, se colaba asquerosamente entre los árboles y la fogata. No quería ni pensar qué podía tener esas dimensiones y al mismo tiempo ser tan ágil como para serpentear de aquel modo, como para evocar la idea de una pared fluida hecha de una membrana carnosa.
Tal vez pudiera haber seguido asintiendo y haciendo preguntas, pero cada vez le repugnaba más la manera en que la asistente de Hsyu, una tal Amy no sé qué más, se mordisqueaba el labio. Despacio. Metódicamente. Sin pensar. Mientras hacía anotaciones o le susurraba a Hsyu datos al oído. Enseñaba el color marfil del incisivo y del colmillo superior izquierdo, el rosa de la encía al retirar el labio, y con precisión rítmica empezaba a pellizcar y morder, pellizcar y morder el lado izquierdo del labio inferior. Después de un rato lo tenía más rojo que el propio pintalabios.
En un segundo plano, algo había pasado por el centro de la pantalla, se había interpuesto un instante; mientras tanto, en el centro de la imagen un hombre con barba se ponía en cuclillas. No era Lowry, sino otro que se llamaba O’Connell. Al principio Control creyó que estaba farfullando, que decía algo en una lengua que él no comprendía, y en su deseo de encontrar una lógica, de comprender, estuvo a punto de llamar a Grace para contarle el descubrimiento. Pero en cuestión de unos fotogramas más se dio cuenta de que en realidad se estaba mordiendo el labio y continuó así hasta hacerse sangre mientras miraba la cámara con resolución porque, tal como vio Control después de un rato, no había ningún otro lugar seguro al que mirar. O’Connell hablaba mientras se masticaba el labio, pero las palabras no tenían nada de especial ahora que Control las había leído en la pared. Era el mensaje más primario y por lo tanto más banal que uno se podía imaginar.
El consiguiente almuerzo en la cantina fue muy predecible. Comida estabilizante, pensó; pero la palabra comida dicha demasiadas veces se convertía en un morfema sin sentido que mutaba a cómoda y luego a camada y que, a su vez, se convertía en un conejo blanco saltarín que se convertía en la bióloga junto a la deprimente mesa, que se convertía en una expedición alrededor de la hoguera que no era consciente de lo que estaba a punto de sufrir.
Control siguió los pasos de una versión de Whitby de quien recelaba y que al mismo tiempo lo preocupaba; serpenteaba entre las mesas con Cheney, Hsyu y Grace detrás. Whitby no había acudido a la reunión interdepartamental, pero Grace lo había visto escabullirse por un pasillo cuando bajaban hacia la cantina y casi lo había obligado a ir con ellos. A partir de ahí todos se dejaron guiar por él, pues estaba en su hábitat natural. Era imposible que le gustase estar allí por la comida; tenía que ser la sensación de encontrarse en un espacio abierto, la clara visibilidad. Quizá fuese simplemente porque se podía escapar en cualquier dirección.
Whitby los llevó a una mesa redonda de aglomerado rodeada de sillas bajas de plástico. El conjunto estaba apiñado en la esquina que quedaba más alejada del patio y que colindaba con las escaleras que conducían a un espacio en su mayor parte vacío conocido como el tercer nivel y de donde acababan de llegar: un rellano venido a más con un puñado de salas de reuniones. Control cayó en la cuenta de que Whitby había escogido esa mesa para poder encajar su cuerpo menudo en el semicírculo más cercano a la pared, cual cauto aunque improbable pistolero, dando la espalda a las escaleras y mirando hacia la cantina, el patio y el verde borroso del pantano que se disolvía en las gotas de condensación de los cristales.
Control se sentó frente a Grace; a lado y lado de la subdirectora estaban Whitby y Hsyu, y al final Cheney se dejó caer en el asiento que había junto a Control, delante de Whitby. Empezaba a sospechar que algunos de ellos no estaban allí por casualidad ni voluntad propia, a juzgar por la manera en que Grace se había hecho con el espacio. La equis enfurruñada del rostro de Cheney se inclinó hacia delante y este, muy solícito, dijo:
—Ve a por tu comida mientras yo vigilo el fuerte; luego voy yo.
—Tráeme una pera o una manzana y un poco de agua y ya me quedo yo —dijo Control.
Sentía unas leves náuseas.
Cheney asintió con la cabeza, apartó las gruesas manos de la mesa con una palmada y se marchó con los demás mientras Control se quedaba mirando una enorme foto enmarcada que colgaba de la pared. Era un retrato de grupo, viejo y polvoriento, donde se veía al que era el núcleo de Southern Reach en el momento en que se hizo. Reconoció varias caras de las diferentes reuniones informativas que había tenido y se fijó en Lowry, que estaba de visita de la Central y aún se le veía demacrado. También estaba Whitby, sonriendo de oreja a oreja en el centro de la foto. Esta sugería que en el pasado había sido una persona rápida, inquisitiva, optimista; tal vez alegremente dinámico. La directora desaparecida era una sombra voluminosa en uno de los extremos. Se alzaba sobre el resto y no parecía querer mostrar una sonrisa ni un ceño fruncido.
En aquel momento debía de hacer poco tiempo que se había incorporado a la agencia: la aprendiz de psicóloga en plantilla. A Grace la contrataron unos cinco años después, y Control no dudaba de que vencer la jerarquía y conservar su poder había sido una tarea difícil. Les había costado dureza y perseverancia; tal vez demasiada. Pero al menos ninguna de las dos había sido testigo de las manifestaciones más absurdas de la primera época de Southern Reach, cuyo único elemento superviviente era la hipnosis. Criptozoólogos, algo bastante próximo al espiritismo, videntes a los que se ofrecía un resumen de los hechos y a quienes se pedía que produjeran…, ¿qué?, ¿información? Sus adivinaciones no tuvieron ningún resultado.
Los comensales volvieron del bufé; Cheney traía una pera en un plato y el agua que Control había pedido. Pensando, este llegó a la conclusión de que si a lo largo del día ocurriese algo trágico y los forenses intentasen reconstruir los acontecimientos a partir del contenido de sus estómagos, Cheney parecería un pajarito tiquismiquis, Whitby un cerdo, Hsyu una fanática de la salud y Grace alguien que se dedicaba solo a picar. Volvía a estar en su asiento, mirándolo con mala cara; delante tenía dos paquetes de galletas saladas y una taza de café, colocados como si pretendiera usarlos a modo de pruebas contra él. Control se preparó para lo que se le venía encima e intentó aclararse la mente bebiendo un trago de agua.
—¿Las reuniones interdepartamentales son los jueves de cada semana o cada dos? —preguntó.
Quería tantear el terreno y charlar un poco, pero tuvo que esforzarse por desobedecer el impulso de utilizar dicha pregunta para averiguar arteramente cómo estaba la moral del departamento.
Pero Grace no quería conversar.
—¿Quieres que te cuente una historia? —dijo ella.
Pero en realidad no era una pregunta. Tenía cara de haber tomado una decisión firme.
—Claro —respondió Control—. ¿Por qué no?
Mientras tanto, Cheney se revolvía en su asiento y Whitby y Hsyu parecieron encogerse a la vez; apartaron la mirada de Grace, como si se hubiese convertido en un imán que repelía en lugar de atraer.
Ella lo miraba con tal intensidad que se quedó sin ganas de darle siquiera un mordisco a la pera.
—Va sobre un agente del Departamento de Terrorismo Nacional.
Ya estamos. Aquí viene.
—Qué interesante —dijo Control—. Yo estuve una temporada en la unidad antiterrorista.
Grace continuó como si no hubiese oído palabra:
—La historia trata de una misión que se va al traste, la tercera en la que participa el agente después de su formación. No la primera ni la segunda, sino la tercera, así que en realidad no tiene excusa. Cuál era su tarea, te preguntarás: tenía que observar a los miembros de una milicia separatista en la costa noroeste e informar sobre ellos. Estaban afincados en las montañas, pero solían viajar a dos ciudades portuarias clave para realizar las labores de reclutamiento.
En la Central se creía que las células más radicales de la milicia tenían la voluntad y los recursos suficientes para interrumpir el transporte marítimo, hacer volar un edificio por los aires y para muchas cosas más.
—No había una visión ni una ideología política coherente. Simplemente un atajo de ignorantes, la mayoría blancos y en edad universitaria pero sin educación. Aunque había alguna más radical, en general las mujeres eran las típicas que no están al tanto de lo que traman los ignorantes de sus maridos. Y, aun así, ninguno de ellos era tan idiota como el agente.
Control estaba inmóvil y tenía la sensación de que se le iba a partir la cara en dos. Cada vez tenía más calor y una llama hormigueante le recorría despacio el cuerpo. ¿Acaso intentaba derribarlo, desmontar sus defensas piedra a piedra? Precisamente delante de los pocos miembros del personal de Southern Reach con quienes ya había establecido algún tipo de relación.
Cheney había proferido algún que otro resoplido para mostrar que no aprobaba lo que estaba haciendo la subdirectora, mientras que Whitby tenía cara de estar viendo a un extraño caminando hacia él desde muy lejos, intentando darle detalles sobre una interesantísima conversación; solo que todavía no estaba lo suficientemente cerca como para oírle, así que lo sentía mucho pero no era culpa suya.
—Me suena —dijo Control.
Porque era cierto y ya sabía qué venía a continuación.
—El agente se infiltra en el grupo, o al menos en el entorno —dice Grace—, y conoce a algún tipo de los que conforman el núcleo.
Hsyu, con el ceño fruncido, optó por concentrarse en algo que le llamó la atención de la moqueta mientras se levantaba con la bandeja en las manos y, tras una despedida alegre y brusca, abandonó la mesa.
—Grace, no es justo y lo sabes —susurró Cheney inclinado hacia delante, como si así pudiera dirigirle las palabras solo a ella—. Es una emboscada.
Pero a juicio de Control sí era justo. Totalmente justo. Sobre todo teniendo en cuenta que no habían acordado ninguna norma de antemano.
—El agente empieza a seguir a los tipos y, tarde o temprano, acaban en un bar. A la novia del número dos le gusta ir allí. Está en la lista y el agente ha memorizado su fotografía. Pero en lugar de limitarse a observar e informar, el agente, que es más listo que el hambre, desobedece las órdenes y entabla una conversación con ella, allí mismo…
—¿Quieres que el resto lo cuente yo? —interrumpió Control.
Porque podía hacerlo. Podía contárselo, quería hacerlo, lo deseaba con todas sus fuerzas. Y sentía una perversa gratitud hacia Grace, porque se trataba de un problema tan humano, un problema tan banal y humano en comparación con el resto…
—Grace… —imploró Cheney.
Pero ella los hizo callar a los dos con un gesto de la mano y se volvió hacia Whitby, de modo que este no tuvo más remedio que mirarla.
—No solo se pone a hablar con la mujer, Whitby —Whitby se sorprendió más por la complicidad con que había usado su nombre que si lo hubiera rodeado con el brazo—, sino que la seduce. Se dice a sí mismo que será útil para la causa. Porque resulta que es arrogante. Porque no le han puesto suficientes límites.
Su madre lo había denominado habladurías, igual que había hecho con muchas otras cosas, pero en ese caso tenía razón.
—Antes había cubiertos de verdad —dijo un Whitby quejumbroso—. Ahora solo nos dan estos cuchadores de plástico.
Miró hacia la izquierda y después a la derecha, como buscando utensilios alternativos o una forma rápida de escapar.
—La próxima vez que cuentes esta historia, deberías saltarte lo de la seducción, porque no sucedió —dijo Control con una voluta de humo en la cabeza y un leve pitido en los oídos—. También podrías añadir que el agente no tenía órdenes concretas de su superior.
—Ya lo has oído, te lo ha dicho —murmuró Cheney con la sutileza de un burro eructando.
Grace siguió hablando directamente a Whitby, aunque este se había vuelto hacia Cheney y le preguntaba con la mirada qué debía hacer, mientras que Cheney, a su vez, no podía o no quería ayudarlo. Deja que el drama se desarrolle hasta su triste final. Extrae el veneno. Era una guerra de trincheras, no se iba a acabar nunca.
—Así que el agente se acuesta con la novia. —Al menos Grace lo dijo sin ningún tipo de triunfalismo en la voz—. Sabe que es peligroso, y que los miembros de la milicia podrían enterarse, pero lo hace de todas formas. Y su superior no tiene ni idea de lo que está haciendo. Aún. Hasta que un día…
—Un día… —interrumpió Control, porque si quería contar la historia ella misma era mejor que se aprendiera los putos detalles bien—. Un día entra en el bar por tercera vez, no más, y lo pillan las cámaras de seguridad que el novio ha colocado durante la noche.
La segunda vez que fue al local, Control no habló con la novia, pero la tercera y última, sí. Y se arrepentía muchísimo de haberlo hecho. Ni siquiera recordaba qué se habían dicho.
—Correcto —dice Grace, el rostro oscurecido un momento por su expresión confusa—. Correcto.
Para él la cicatriz ya era vieja, aunque a los carroñeros que solían intentar meter el hocico o el pico en la herida para llevarse un bocado les pareciese muy fresca. La rutina de contar la historia transformaba a Control: pasaba de ser una persona a un actor que dramatizaba un acontecimiento de su pasado. Cada vez que se veía obligado a representarlo, el monólogo le quedaba más redondo, los detalles eran menos complejos y encajaban mejor; las palabras, como si se hubiese metido las piezas de un rompecabezas en la boca y las sacase en el orden perfecto para formar la imagen. No obstante, cada vez le desagradaba más tener que hacer el numerito; su otra única opción era dejarse sobornar por algo que había ocurrido hacía más de diecisiete años y cinco meses. Aunque lo persiguiese a cada nuevo puesto adonde iba, porque el que era su supervisor en aquel momento decidió que Control merecía, para siempre, un castigo mayor del que había recibido en el punto de impacto.
En las peores versiones, como la que Grace estaba relatando, se había acostado con la novia, Rachel McCarthy, y había puesto la operación en peligro hasta el punto de tener que abandonarla por completo. Pero la verdad ya era suficiente. Había salido de la universidad como protegido de su madre, con excelentes notas, un aire arrogante muy natural y la finalización de la formación en la Central con muy buena puntuación. Las dos primeras misiones de campo las completó con mucho éxito; estuvo siguiendo a señores por las llanuras y suaves colinas del centro del país: camionetas, mascar tabaco, solitarias placitas, comer ocra frita para pasar el rato mientras miraba a tipos con gorra cargar cajas sospechosas en furgonetas.
—Cometí un error colosal. Pienso en ello todos los días y ahora me sirve de guía en mi trabajo. Me hace ser humilde y estar centrado.
Lo cierto era que no pensaba en ello a diario. Uno no hace eso, porque si lo hiciera los errores lo consumirían. Simplemente seguía allí, sin nombre: una cosa triste y oscura que solo te afectaba parte del tiempo. Cuando el recuerdo se hubiese desvanecido casi por completo y fuese demasiado abstracto, se convertiría en una vieja lesión de hombro, en un dolor localizado pero tan agudo que podría trazar la línea que describía por el omóplato y la espalda.
—Entonces… —empezó Control.
Whitby empezaba a sentir la presión del tándem de atenciones, pues Cheney ya se había ido tras haber orquestado una sutil fuga ante los ojos de Control.
—Entonces el novio tiene una cinta de vídeo en la que hay un tipo hablando con su novia, cosa que seguramente ya le garantiza una paliza. Pero después hace que un camarada siga al tipo hasta una cafetería que está a unos veinte minutos en coche. El agente no se da cuenta; se le ha olvidado tomar medidas por si lo siguen, porque está fuera de sí y confía muchísimo en sus habilidades.
Porque formaba parte de una dinastía. Porque sabía muchas cosas.
—Adivina con quién estaba hablando el agente. Exacto: con su supervisor. El problema es que algunos de los miembros de la milicia habían tenido un encontronazo con él unos años antes y resulta que ese es el motivo de que el infiltrado sea yo y no él. Así que de repente se enteran de que el que estaba hablando con la chica está comentando la jugada con un agente del Gobierno.
Llegado ese punto se desvió del guion lo suficiente para recordarle a Grace exactamente lo que había tenido que soportar esa misma mañana:
—Era como si estuviese flotando por encima de todo, por encima de todos; mirando hacia abajo, planeando. Incapaz de hacer lo que quería hacer.
Vio que ella hacía la asociación de ideas, pero no le adivinó ni un atisbo de culpa.
—Así que ya saben que un miembro de su milicia ha estado en contacto con el Gobierno y, para rematarlo, su novio, tal como sabemos, es celoso, controlador y posesivo. Y resulta que el novio monta en cólera al ver que el agente vuelve al día siguiente y, vale que se limita a saludar a McCarthy con un gesto de la cabeza, pero ¿quién le dice a él que no tienen un sistema secreto de comunicación? Solo con que el agente haya vuelto ya tiene suficiente. El novio está convencido de que la novia está compinchada, que puede que McCarthy esté espiándolos. ¿Y qué hacen?
Whitby aprovechó para responder una pregunta diferente: se escurrió por detrás de la mesa y escapó bordeando la pared en dirección a la División de Ciencias sin ni siquiera decir adiós.
Y Control se quedó a solas con Grace.
—¿Quieres intentar adivinarlo? —preguntó a Grace dirigiendo todo el peso de su ira y el desprecio de sí mismo hacia la subdirectora, sin importarle que todos los que estaban en la cantina los estuvieran mirando.
Para revivir las emociones de un guion que ya era demasiado viejo, había empezado a pensar en cosas como «anomalías topográficas», «vídeo de la primera expedición» y «condicionamiento hipnótico». El ritual extremadamente opuesto a las veces en que la situación requería que tuviese en la mente palabras como «bocio horrible» y «deberes de matemáticas» para evitar correrse demasiado pronto mientras practicaba sexo.
—¿Vas a intentarlo de una puta vez? —le dijo entre dientes en una especie de susurro a gritos.
No quería confesarse ante ninguno de los presentes, sino ante la bióloga.
—¡Le pegaron un tiro a Rachel McCarthy! —exclamó ella.
—¡Exacto! —gritó Control a sabiendas de que le iba a oír hasta el personal del bufé, al otro lado de la sala. Todo el mundo lo miraba.
En la cantina quedaban unas quince personas y la mayoría intentaba fingir que aquello no estaba sucediendo.
—Le pegaron un tiro a Rachel McCarthy —dijo Control—. Aunque cuando empiezan a buscarme yo ya estoy a salvo en casa. Después de ¿cuántas conversaciones? ¿Dos o tres? Una operación de vigilancia bastante normal, desde mi punto de vista. Me sacan de allí para retirarme de la misión mientras envían a otros agentes más experimentados a seguir esa pista. Solo que la milicia ya le ha dado tal paliza a McCarthy que apenas está consciente, y la han llevado al borde de una cantera abandonada. Y quieren que les cuente la verdad sobre la persona del bar. Pero no puede porque es inocente y no sabe que yo era un agente. Aun así, la respuesta no vale; para entonces ya no vale ninguna respuesta.
Nunca valdrá como respuesta. Y justo cuando él ha salido del caso y ha ayudado a resolverlo, justo cuando el juez está preparando las órdenes judiciales, el novio le mete dos balas en la cabeza a McCarthy y la deja caer, ya muerta, al agua de la cantera. Tres días después la encontró la policía local.
Eso hubiese acabado con la carrera de cualquiera, pero él estaba demasiado verde para saberlo. No supo hasta años después que su madre lo había rescatado, para bien o para mal. Reclamó favores pendientes, hizo gestiones, untó a gente. Todos los clichés habituales que esconden una connivencia única. Porque —tal como ella misma le confesó al final, cuando ya no importaba— creía en él y sabía que tenía mucho más que ofrecer.
Lo suspendieron durante un año y tuvo que asistir a una terapia que no podía reparar la infracción que había cometido. Después se sometió a un programa de reentrenamiento, una amplia red lanzada para atrapar hasta el más pequeño error que, en su cabeza, se escapaba igualmente una y otra vez. Más tarde le dieron un puesto administrativo, desde el que fue promocionándose hasta llegar al elevado no-puesto de «arreglador» y a la clara premisa de que jamás le iban a dar otra misión de campo.
Para que un día lo invitasen a dirigir una peculiar agencia anclada en el pasado. Para que no se sintiera capaz de confesarle a ninguna de sus novias que podía gritar en mitad de una cantina, ante una mujer que al parecer lo odiaba.
El pajarito que había visto volando misteriosamente junto a las altas ventanas de la cantina seguía ahí arriba, pero su revoloteo le recordaba más a un murciélago. Volvían a formarse nubes cargadas de lluvia.
Grace seguía sentada frente a él, protegida desde las alturas por las cohortes del pasado. Control también permanecía allí, mientras ella hacía un repaso de sus pecados menores, uno a uno, sin ningún orden en particular ni público para escucharlos. Había leído su informe personal y además había conseguido más detalles por su cuenta; recitándolo todo, le habló de las otras cosas que sabía: de su madre, de su padre. Curiosamente, la letanía le pareció una procesión que avanzaba a trompicones pero que a medio camino dejó de dolerle. Se sintió invadido por una especie de entumecimiento que lo aliviaba. Sí, no cabía duda de que todo eso contenía un mensaje. Ella lo veía a él de forma muy clara, veía tanto sus fortalezas como sus debilidades; desde las relaciones que le duraban tan poco hasta su estilo de vida nómada y el cáncer de su padre, pasando por la ambivalencia que sentía por su madre. La facilidad con que se había acostumbrado a que ella hubiese sustituido a su familia o a una religión con el trabajo. Y todo lo demás, todo. Y en un tono de voz que conseguía aunar a la perfección un reacio respeto y una exasperación compasiva ante su negativa a echarse atrás.
—¿Tú nunca has cometido un error? —preguntó él, pero ella no hizo caso. En lugar de responder le regaló una motivación:
—Esta vez tu contacto ha intentado aislarme de la Central. Para siempre.
La Voz le seguía siendo menos útil que un elefante en una cacharrería.
—No se lo he pedido yo.
Y si lo había hecho, ya no lo quería.
—Has vuelto a entrar en mi despacho.
—No.
Aunque no estaba seguro.
—Estoy intentando que todo siga tal como está para la directora, no para mí.
—La directora está muerta. No va a volver.
Grace apartó la vista y miró a través del ventanal hacia el patio, hacia el pantano de más allá. Una expresión que le cerraba las puertas a él.
Tal vez la directora estuviese volando en libertad sobre el Área X o escarbando en la tierra con las uñas rotas de topar con raíces y juncos, intentando escapar… de algo. Pero no estaba allí donde estaban ellos.
—Grace, sabes que podría ser mucho peor si me sustituye otra persona. Porque nunca te van a nombrar directora.
Verdad por verdad.
—Sabes perfectamente que acabo de hacerte un favor —dijo ella haciendo un quiebro para evitar lo que él acababa de decir.
—¿Un favor? Sí, claro.
La cuestión era que sí lo sabía. Le había echado en cara todo lo que era incómodo o poco favorecedor y había sido en vano; había desaprovechado la munición, disparado un tiro al aire. Había dejado escapar el resto de los objetos del joyero, la caja de acusaciones. Le había dejado claro que, como no se las guardaba, no pensaba usarlas en el futuro.
—Te pareces mucho a nosotros —afirmó ella—. Eres alguien que ha cometido muchos errores. Alguien que intenta hacer las cosas mejor. Ser mejor.
Subtexto: «No puedes resolver algo que no hemos resuelto en treinta años. No voy a permitir que superes a la directora». ¿Cuál era la mala instrucción que le estaba dando? ¿De qué pretendía alejarlo o hacia qué quería acercarlo?
Control se limitó a asentir, no porque estuviera o dejase de estar de acuerdo, sino porque estaba agotado. Se excusó, se encerró en el baño de la cantina y vomitó el desayuno. Se preguntó si se estaría poniendo enfermo o si su cuerpo no estaría rechazando con todas sus fuerzas todo lo que había en Southern Reach.