Por la mañana y de vuelta en el despacho, descubrió que uno de los fluorescentes se había fundido y la luz era más tenue. En particular, la silla y el escritorio estaban en penumbra, así que movió una lámpara que había junto a las librerías y la colocó sobresaliendo de una estantería, apuntando hacia la mesa. De esa forma descubrió que Whitby había cumplido la amenaza y le había dejado un grueso documento de aspecto manoseado que se titulaba «Terroir» y el Área X: un enfoque global. No sabía si era por el óxido del enorme clip que manchaba la portada, el tono amarillento de las páginas escritas a máquina, las anotaciones a mano con bolígrafos de diferentes colores o quizá las imágenes que había arrancado de otros archivos pegadas con celo, pero el documento contenía algo que le quitaba las ganas de leerlo. Debería esperar su turno, que dadas las circunstancias podía llegar la semana o incluso el mes siguiente. Tenía otra sesión con la bióloga, además de otra reunión con Grace para comentar las recomendaciones que había hecho para la agencia; el viernes, cita para ver los vídeos de la primera expedición. Además de otros temas más apremiantes… como la redecoración del despacho. Control abrió la puerta que escondía el texto. Tomó unas cuantas fotografías y cuando acabó, con la ayuda de una lata de pintura blanca y una brocha que había cogido de mantenimiento, pintó meticulosamente el trozo de pared y lo tapó todo: hasta la última palabra y detalle del mapa. Grace y los demás iban a tener que arreglárselas para seguir adelante sin el homenaje, porque él no podía vivir con la presión de esas palabras palpitando desde el otro lado de la puerta. Lo mismo se podía decir de las marcas de altura, si es que eran eso. Dos capas, tres, hasta que solo quedó una sombra; no obstante, las marcas se habían hecho con un tipo distinto de rotulador y seguían viéndose a través de la pintura. Si la directora estaba comprobando su altura, había crecido un poco más de medio centímetro entre la primera y la segunda vez, o llevaba zapatos más altos.
Después de pintar, Control colocó dos de las tallas del tablero de ajedrez que había hecho su padre para reemplazar los talismanes que había perdido al deshacerse de la planta y el ratón. Un diminuto gallo rojo y una cabra de color azul grisáceo que provenían de una serie titulada simplemente Mi familia. El gallo se llamaba como uno de sus tíos y la cabra, como una tía. Su padre tenía fotos de su niñez en las que estaba jugando detrás de casa con sus amigos y primos, rodeados de gallinas y cabras, y un jardín que se extendía a lo largo de una valla blanca. Pero Control solo se acordaba de las gallinas y del gallo; los trataban como mascotas: tenían nombre y no los sacrificaban. «Pollos domésticos», como los llamaba Control cuando bromeaba con su padre.
El ajedrez era una afición adquirida con el tiempo que podía compartir con su padre durante la quimioterapia y que le permitía a su progenitor entretenerse y cavilar mientras Control no estaba con él en la misma habitación. Antes del cáncer ya habían compartido una afición, el billar, que a los dos se les daba bastante mal a pesar de que disfrutaban jugando. Pero las dolencias físicas sobrepasaban al deterioro mental, así que no era una opción viable. ¿Libros como bálsamo para el aburrimiento de la televisión? No, porque el marcapáginas simplemente separaba un mar de palabras sin leer de otro mar de palabras. Sin embargo, con un recordatorio de a quién le tocaba jugar, el ajedrez aún daba muestras de su pasado, incluso cuando al final su padre empezó a desorientarse.
Control había forzado a las tallas de su padre a convertirse en piezas. Formaban un grupo variopinto que no tenía mucha relación con sus funciones, ya que estaban sometidas a dos reinterpretaciones —primero de personas a animales y después a piezas de ajedrez—, pero con ellas se hizo mejor jugador; el juego le interesaba más porque lo abstracto se había convertido en algo real y los resultados, que para ellos eran muy cómicos, parecían gozar de mayor importancia. La jugada «abuela a alfil» les provocaba carcajadas. «Primo Humberto a la sobrina Mercedes».
Y ahora las estatuillas iban a ayudarle. Control colocó el gallo en la esquina izquierda del escritorio y la cabra en la derecha; el primero miraba hacia fuera y la cabra hacia él. Les había pegado un par de nanocámaras casi invisibles que transmitían por radio a su teléfono y a su portátil. Como mínimo, pretendía convertir su despacho en un lugar seguro; quería hacer de él un baluarte, retirar todo lo desconocido y sustituirlo solo por cosas que lo ayudasen a sentirse más cómodo. ¿Quién sabía qué podría llegar a averiguar?
Ya podía prestar toda su atención a las notas de la directora.
El preámbulo a la lectura de las notas de la directora se pareció mucho al ritual de una limpieza general. Sacó todas las sillas del despacho, a excepción de la suya, y las dejó en el pasillo. Entonces empezó a formar montones en el suelo, intentando no hacer caso de una serie de ambiguas manchas que había en la moqueta: ¿café?, ¿sangre?, ¿salsa?, ¿vómito de gato? Era obvio que hacía tiempo que el conserje y el personal de limpieza no tenían permitida la entrada. Se imaginó a Grace dando la orden de que dejasen el despacho tal como estaba, igual que en las series de policías los padres de niños asesinados no permiten que entre ni una sola mota de polvo nuevo en el espacio sagrado que es la habitación de sus seres queridos. Grace lo había mantenido cerrado hasta su llegada y se había quedado con la llave de repuesto, pero aun así Control no creía que ella fuese a aparecer en la grabación de seguridad.
Se sentó en un taburete con su compositor neoclásico favorito sonando en el portátil y dejó que la música llenase la sala y crease orden a partir del caos. Sin saltarse ningún paso, abuelo, por muy saltarín que estuviese. Esa mañana, Grace le había enviado algunas carpetas y archivos a través del ayudante de otra persona, para evitar tener que hablar con él. Contenían todos los informes y circulares oficiales de la directora, que él debía comparar con todos los fragmentos y garabatos que había encontrado. «Un inventario», lo hubiese llamado él. Se había planteado pedirle a Whitby que clasificase y ordenase las notas, pero la habilitación de seguridad de cada artículo oscilaba entre secreto, alto secreto y qué-coño-es-este-secreto, como si fuera un imprevisible mercado de futuros.
El título que le había puesto Grace a la lista era demasiado funcional: DOCUMENTACIÓN DIRECTORA - PGD DE CIRCULARES E INFORMES DE DISTINTAS IMPORTANCIAS. PGD, o programa de gestión de datos, se refería a un sistema interno de visualización de datos e imágenes que Southern Reach había encargado e implementado en los noventa. Control hubiese escogido algo más conciso, como DOCUMENTOS DE LA DIRECTORA, o más dramático, como HISTORIAS DE UNA AGENCIA OLVIDADA o EL DOSSIER DEL ÁREA X.
Los montones tenían que estar organizados por temas, para corresponderse, al menos de forma aproximada, al PGD de Grace: frontera, faro, torre, isla, campo base, historia natural, historia antinatural, historia general, desconocido. Resolvió hacer otro montón al que llamó «irrelevante», aunque lo que a él le parecía irrelevante para otra persona podía ser la piedra de Rosetta. Si es que entre todos aquellos desechos existía dicha piedra o su versión en canto rodado.
La tarea le resultaba cómoda; la asociaba a la penitencia durante su período de vergüenza y descenso de categoría, y podía sumergirse en ella y pensar tan poco como cuando fregaba los platos después de cenar o hacía la cama por la mañana, y además le sentaba bien.
La diferencia crucial era que, hasta cierto punto, esas pilas parecían basura que alguien hubiese arrastrado desde la calle pegada a las suelas de los zapatos. La antigua directora estaba haciendo de él un nuevo tipo de granjero urbano que amontonaba compost con materiales clasificados que provenían del mundo exterior y tenían una intensa historia. Robles y magnolios habían aportado materia prima en forma de hojas, a las que la directora había añadido servilletas, recibos de compra, incluso papel higiénico, para acabar creando un espeso mantillo.
La cafetería donde Control solía desayunar había contribuido con varios recibos interesantes, lo mismo que una tienda de comestibles donde la antigua directora había aprovechado para hacer alguna compra de última hora. En las facturas aparecían los típicos artículos olvidados, no una compra normal. Un día era un rollo de papel de cocina y un paquete de cecina; otro, zumo de naranja y cereales; perritos calientes, un litro de leche semidesnatada, un cortaúñas o una felicitación. Las servilletas, recibos y folletos de un local donde hacían carne a la parrilla, en Bleakersville, su ciudad, eran abundantes y le dieron a Control hambre de costillas. Bleakersville estaba a quince minutos de Southern Reach, junto a la autovía que iba a Hedley. Según le había dicho Grace, habían retirado de la casa de la directora cualquier cosa relacionada con la agencia y el botín estaba catalogado en una sección especial del archivo PGD titulado CASA DIRECTORA.
Una idea que le provocó cierto pánico después de una hora: ¿y si la elección aparentemente casual por parte de la directora de las superficies para hacer anotaciones tuviese algún significado? ¿Y si las palabras no eran el mensaje completo, igual que el perturbado sermón del farero en sí mismo no constituía un todo? Se acordó de la catedral donde se almacenaban las muestras y, a pesar de que le parecía improbable, se preguntó algo paranoico si era posible que algunas de las hojas fueran del Área X, pero desestimó la idea por especulativa y contraproducente.
No, la amplia variedad de texturas solo indicaba que sus tareas la absorbían, como si estuviera desesperada por anotar sus observaciones sobre la marcha y no quisiera olvidarse ni permitir que su propia voz interior interrumpiera su búsqueda de la comprensión. O que un pirata informático pudiera asomarse al mecanismo de su mente, por mucho que estuviera destilado en un sistema de gestión de datos o algo similar.
A resultas de eso, él tenía que clasificar no solo montones de documentación primaria, sino también un caprichoso registro de la vida y andanzas de la directora más allá de las instalaciones de Southern Reach. No obstante, le era útil pues solamente disponía de una parte del informe interno, ya fuese por la intervención de Grace o porque la directora ya había hecho una criba hasta dejarlo en los huesos. No tenía hermanos ni hermanas y se había criado con su padre en el interior de Estados Unidos. Había estudiado Psicología en una universidad estatal y había ejercido durante cinco años. Entonces solicitó un empleo en Southern Reach a través de la Central, donde la habían sometido a un extenuante programa diseñado para obligarla a demostrar su valía una y otra vez y compensar así una carrera profesional que hasta la fecha no tenía nada de destacable. En aquel momento, Southern Reach debía de parecer un destino bastante más atractivo, aunque la escasa información se convirtiera en la confusa montaña de notas de su despacho. La petición que había hecho Control para que le enviasen más información se había lanzado a las laberínticas fauces de la Central y estas se habían cerrado. Quizá algún día le escupieran un informe.
La alternativa que le quedaba era intentar construir una visión verosímil del terruño de la directora —sus motivaciones y conocimientos— basándose solo en lo que estaba clasificando y creando en su cabeza y no en los datos del PGD. La mujer estaba suscrita a una revista de programación televisiva, además de a una selección de publicaciones de arte y cultura, cosa que era evidente no solo por las páginas arrancadas sino por los impresos de renovación. En un momento dado le había debido al dentista setenta y dos dólares con doce céntimos por una limpieza que el seguro no cubría, pero no le importaba quién se enterase. Una bolera de las afueras era uno de los lugares que visitaba con frecuencia. Recibía felicitaciones de cumpleaños de una tía, pero o las tarjetas no le provocaban sentimentalismo alguno o no tenía una relación cercana con la mujer. Le gustaba cenar sola, pero uno de los recibos del restaurante de carne a la parrilla era de una comida para dos. ¿Compañía? Tal vez hiciese como él y de vez en cuando pidiera para llevar y tener comida para el día siguiente.
Las notas apenas hablaban de la frontera, pero esa espiral blanca, ese espacio enorme, no se alejó de Control por completo. Mientras trabajaba, se daba una extraña sincronicidad que vinculaba la espiral al destello celestial de su madre, lo literal y lo metafórico unidos a través de una extensión de tiempo y contexto tan amplia que solamente el pensamiento era capaz de tender puentes de un lado a otro.
Los estratos de los sedimentos que se habían creado bajo la planta y el ratón resultaron ser las capas más difíciles de separar. Algunas de las páginas eran finas y quebradizas, y los pedazos de papel y los collages de hojas desgarradas tendían a quedarse pegados, sobre todo cuando estaban invadidos de los restos de raíces traslúcidas con líneas de color carmesí que la planta había dejado atrás. A medida que Control, con mucho esfuerzo y paciencia, fue separando las páginas, el olor a moho que hasta entonces había permanecido latente se dejó notar hasta hacerse fuerte y penetrante. Intentó no compararlo con el hedor de los calcetines sucios.
Las capas seguían apoyando la teoría de que a la directora le gustaba tanto la naturaleza como los desayunos fríos. Mientras liberaba el recorte de una prueba de compra de una caja de copos de salvado de una hoja de roble manchada de azul por unas palabras que se habían convertido en horribles manchurrones de tinta, supo que ese pedazo de cartulina nunca se había divorciado de su quebradiza novia. «Revisar transcripciones de X.10.C, esp. antrop sobre rellano F», decía la cartulina. «Recomendar dejar de usar cajas negras para condicionamiento», leyó en la hoja de roble. La dejó en el montón de «desconocidos», por su «valor desconocido».
Fueron apareciendo otros fragmentos intrigantes; algunos asomaban entre los libros de las pilas o estaban metidos entre las páginas. No tanto como si los hubiera usado a modo de marca páginas, sino más bien como si la irritasen y estuviera castigando a las palabras que ella misma había escrito. Fue entre las páginas de un libro de texto de introducción a la biología, que parecía lo bastante manoseado y gastado como para ser de la directora, donde Control encontró una nota sobre la duodécima expedición; por extraño que pareciese, estaba impresa en papel, y para ello se había utilizado una impresora de matriz de puntos, aunque la fecha era de dieciocho meses antes.
En la nota, que no había llegado a formar parte del sistema PGD de Grace, la directora decía que la topógrafa era «alguien con los pies en el suelo, un buen contraste para las demás. Les dará fuerzas». De la lingüista, descartada en las instalaciones de la frontera, decía: «Útil pero no esencial; un añadido posiblemente peligroso. Un carácter comprensivo pero cerrado que podría desviar la atención». ¿Comprensivo con quién? ¿Desviar la atención de qué? ¿Y esta desviación era deseable o…? A la antropóloga se refería por el nombre de pila, cosa que confundió a Control hasta que de repente lo reconoció: «Hildi estará de acuerdo, ella lo entenderá». Se quedó mirando la nota un buen rato. ¿De acuerdo con qué? ¿Qué debía entender?
Más allá de una frustrante falta de contexto, las notas provocaban la sensación de que la directora había estado eligiendo a los personajes de una obra de teatro o una película. Notas para actores. Los equipos necesitaban cohesión, pero ella no parecía preocuparse tanto de la moral o de las dinámicas como de… otro tipo de cualidades.
La nota sobre la bióloga era la más extensa, e hizo que a Control se le agolpasen las preguntas.
No muy buena bióloga, al menos no en el sentido tradicional. Es más empática con los entornos que con las personas. Olvida los motivos por los que está allí, quién le paga el sueldo. Pero se involucra hasta un punto extraordinario. Conocería el Área X mejor que yo desde prácticamente el primer minuto. Experiencia con entornos similares. Autosuficiente. Sin responsabilidades ni cargas. Conexión a través de su marido. ¿Qué sería ella en el Área X? ¿Una señal? ¿Una llamarada? ¿Invisible? Explotar.
Se acordó de otra nota que había encontrado en el segundo volumen de un juego de tres folletos sobre xenobiología: «bio: exp a contam AT?». Supuso que se preguntaba si la bióloga se había expuesto a la contaminación de la anomalía topográfica; era fácil de deducir. Pero sin la fecha ni siquiera podía estar seguro de que perteneciese a la misma expedición. También se preguntó cuándo había escrito «Ocultar a L» y «L dice no. Qué sorpresa» en dos pedazos de papel diferentes y si L quería decir Lowry o si tenía algún sentido más esotérico y menos probable que no conocía.
Dejó reposar toda la información. Sabía que debía tener paciencia. Había muchísimas notas y muchas páginas en el PGD de Grace, pero nada que hablase de un viaje anterior de la directora al otro lado. Aunque ya se estaba percatando de ciertas corrientes subyacentes y le parecía que la teoría del terroir de Whitby contenía un elemento que tal vez fuese más aplicable a Southern Reach que al Área X, pensó que todo podía ser fruto de una sola mente: que un pensamiento disidente hubiera echado raíces en un vacío, un individuo anónimo y espectral desconocido porque, sobre todo al principio, él o ella no interactuaba con otras personas; porque en la era moderna de internet cada vez era más común encontrar casos aislados de virus o gusanos mentales: cerebros lavados, empapados de las ideologías prestadas que venían de las altas esferas, ideologías que podían permanecer latentes u ocultas durante años, silenciosas como la muerte hasta el momento de atacar. Ahora podía pasar y pasaba casi cualquier cosa. El Gobierno no podía abrir una investigación cada vez que un granjero compraba fertilizantes o material pirotécnico ni podía vigilar constantemente a cada cerebro que, dentro de sus propias filas, se desviaba de la norma.
Mientras clasificaba las notas, se le ocurrió que, si estabas al mando de una agencia dedicada a comprender y combatir una fuerza que constituía una insurgencia, y creías que, al menos en algún sentido, la frontera estaba avanzando, entonces quizá te desviases del protocolo oficial. Que si tus supervisores y colegas no estaban de acuerdo con tu valoración de la situación, podías elaborar un plan alternativo y ponerlo en marcha en solitario. Que, con mucha cautela, entonces —y solo entonces— podrías intentar conseguir la ayuda de otros que creyesen en ti o que al menos no te fuesen hostiles para implementar el plan, y revelarles o no los detalles relevantes. Y cabía la posibilidad de empezar a trabajar en el plan escribiendo en la parte de atrás de facturas de tus restaurantes favoritos mientras veías la televisión o leías una revista.
Cuando llegó la hora de la cita con Grace, Control levantó la mirada y se dio cuenta de que se había encerrado entre los montones de papeles y pilas de carpetas. Cuando esquivó el escollo, sorteó el pasillo lleno de sillas y una mesita plegable y se preguntó si no habría estado, a un nivel subconsciente, intentando impedir que algo entrase.