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En los sueños de Control aún no ha amanecido; el cielo es azul oscuro con apenas una pincelada de luz. Mira desde un acantilado hacia el abismo, una bahía, una cala. El lugar siempre cambia. Las aguas, tan tranquilas que alcanza a ver kilómetros hacia el fondo: ve a los gigantes del océano deslizándose como submarinos u orquídeas acampanadas o anchos cascos de naves, silenciosos, siempre en movimiento; su mero tamaño transmite tal sensación de poder que incluso desde tan arriba presiente los estragos que causan a su paso. Durante horas observa las formas, los movimientos, escucha los susurros que le llegan como ecos… Y después cae. Lentamente, demasiado lentamente, cae a las oscuras aguas sin hacer ruido, sin salpicar ni rizar la superficie. Y continúa cayendo.

A veces le ocurre cuando está despierto, como si no hubiese estado prestando suficiente atención, y entonces recita en silencio su propio nombre hasta que regresa al mundo real.