Creemos que fue Anthony Burgess (¿o fue Burgess Meredith?) quien propuso una enmienda de la Constitución que prohibiese que un autor incluyera en sus reconocimientos un agradecimiento a su esposa por haber mecanografiado el manuscrito. Nuestras esposas no lo han hecho, así que nos ahorramos eso aquí. Pero hay gracias que dar.
Michael Turner, teórico y cosmólogo, escrutó el manuscrito en busca de errores sutiles en la teoría (y no tan sutiles); pilló muchos, los corrigió y nos devolvió a nuestro rumbo. Dado el sesgo experimental del libro, era como si Martín Lutero le hubiera pedido al papa que leyese las pruebas de sus noventa y cinco tesis. Mike, si han quedado algunos errores, échale la culpa a los editores.
Buena parte de la inspiración se le debe al Laboratorio Nacional del Acelerador Fermi (y su santo patrón en Washington, el departamento de energía de los Estados Unidos), y no poco del respaldo mecánico.
Gracias a Willis Bridegam, bibliotecario del Amherst College, dispusimos de los recursos especiales de la biblioteca Robert Frost y del sistema Five College. Karen Fox aportó sus creativas búsquedas.
Sospechamos que Peg Anderson, editora de nuestro manuscrito, se involucró hasta tal punto en el tema que hizo todas las preguntas que había que hacer, y con ello se ganó su ascenso en el campo de batalla a la categoría de licenciada en ciencias.
Kathleen Stein, la incomparable redactora de entrevistas de Omni, asignó la entrevista de la que salió el germen del libro. (¿O fue un virus?).
Lynn Nesbit tenía más fe en el proyecto que nosotros.
Y John Sterling, nuestro editor, ha tenido que pechar con todo el negocio. Esperamos que cuando tome un baño caliente, piense siempre en nosotros, y chille lo que le parezca apropiado.
LEON M. LEDERMAN
DICK TERESI