Entre la audiencia multitudinaria de un programa de radio ha de haber, a la fuerza, mentes privilegiadas capaces de inventar mecanismos inverosímiles que nos hagan la vida más placentera. Hay quien inventó un periscopio para bicicletas, pero no acabó de pulir el mecanismo y se dejó varias veces la cabeza en las curvas. Lean, lean…

• QUÉ HAN INVENTADO NUESTROS FÓSFOROS

Antonio

F: A mí me ha pasado lo mismo que a mucha gente, que dices: «¡Coño!, voy a inventar esto porque esto no está inventado». Una cosa que a ti te parece utilísima, la inventas, te comes el coco, la apañas, buscas los materiales para hacerla…

C: ¡La rueda!

F: No, no, no. La rueda ya la vi en una revista anunciada. He inventado algo que a base de contárselo a la gente todo el mundo me ha dicho que es cojonudo y que no lo ha hecho nadie. Vamos, no lo ha hecho nadie de la forma que lo he hecho yo. Es una cama que en la bandejita de atrás de una furgonetita pequeña, la que va detrás del asiento de atrás, se convierte en extensible a través de unos tubos, sin un solo tornillo y sin una sola grapa, se convierte en una cama para dos o tres personas. Y de verdad que me he comido el coco durante años para hacerlo. Todo el mundo que lo ha visto ha dicho: «Joder, macho, esto es cojonudo. ¡Tío, paténtalo!» Me lo han dicho ya cuatro o cinco amiguetes y todo el mundo me insiste en que lo patente.

F: Y va pasar como el día que inventé también unas cadenitas para poner debajo de la bota de esquí. Se coge con una goma, con un ganchito de la tapicería del coche y sin gastarte un duro te hacías unas cadenitas. Porque el que ha esquiado sabe los patinazos y las hostias que se pega uno en las estaciones de esquí. Te quitas los esquís y dices: «Yo que soy el que mejor esquía de mi calle me pongo a correr por la pista». Y en cuanto pisa el asfalto, ¡cataplom! Y digo: «Esto es cojonudo, con esto me forro». Y lo he visto anunciado en la revista de material de esquí de no sé dónde. Y digo que alguien es más listo que yo.

C: ¿Y qué más ha inventado usted que ya ha comprobado que estaba inventado?

F: Me acuerdo que inventé como una especie de apagavelas. Una vez me quedé mirando una vela y dije: «Coño, si en este candil tú coges y haces un tal, un cual…» Yo es que soy bastante apañado para el bricolaje. ¡En Marruecos lo vi! De plata.

Manuel

F: Hace unos cuantos años inventé un cenicero porque yo ya había quemado alguna mesa en casa por dejar algún cigarrillo encendido y olvidado. Entonces, un día se me ocurrió cambiar un poco el cenicero tradicional. Yo lo tengo patentado desde el año noventa y ocho. Explicándolo sencillamente: los ceniceros tradicionales que tienen la periferia donde llevan la ranura donde se coloca el cigarrillo mientras que uno está haciendo algo. Yo lo que pensé fue poner un tabique dentro del cenicero y en ese tabique hacer una ranura para dejar el cigarrillo puesto. Y si se dejaba el cigarrillo olvidado siempre se quedaba dentro del cenicero.

C: Y no se caía hacia fuera.

F: Nunca se podía caer fuera y quemar un mantel o una mesa como quemé yo.

C: ¿Y lo ha puesto usted en marcha ya, amigo?

F: Lo tengo en marcha pero es casi imposible de vender porque ahora, como está la cosa con que no se debe fumar. Lo había podido inventar hace veinte años.

C: Pero lo ha inventado ahora. ¡Qué le vamos a hacer! Pero hombre, todavía se fuma ¿no, Manuel?

F: Sí, sí, todavía se fuma. Tú mismo, por supuesto.

Rafael

F: El invento resultó de todos los problemas que hemos tenido siempre todos los conductores a la hora de pinchar una rueda. El invento tuvo dos problemas que después contaré. Lo que imaginé fue poner transversal al coche, es decir, delante del paragolpes, delante de las ruedas, atravesado un imán de manera que fuera cogiendo todos los clavos, toda la historia que pudiera hacer que pinchara una rueda. Pero claro, ahí vienen los dos problemas. El primero es que si encontraba un cristal el imán no lo cogía.

C: Y a la velocidad que va un coche ese imán tenía que ser muy potente, ¿no?

F: Sí, se supone que sí, efectivamente. Luego es que viene el segundo problema, que en aquella época que yo lo pensé había pasos a nivel todavía, con lo cual pasas por un paso a nivel…

C: Pasa por un paso a nivel y se queda usted enganchado, ¿no?

F: Claro.

C: Claro, es verdad, es verdad…

Aurelio

F: Yo inventé hace años un periscopio para bicicletas.

C: ¿Con qué objeto?

F: La idea era aumentar la posición aerodinámica del corredor en la contrarreloj. Usted habrá observado que un corredor de contrarreloj en ciclismo, su postura idónea es mirando hacia abajo con la cabeza casi metida en…

C: En el manillar, sí.

F: Nosotros inventamos un dispositivo con unos espejos de forma que mirando hacia abajo viera de frente.

C: Creo que los jardazos han sido…

F: Y se ve la carretera de frente.

C: ¿Y qué es lo que tiene?, como una pantallita… ¿cómo es?

F: Es una cajita con un juego de espejos de forma que uno mira hacia abajo pero ve lo que tiene de frente.

C: ¿Y usted lo ha probado?

F: Sí, sí, sí. Hicimos unos prototipos, nos hartamos de darnos porrazos porque costaba acostumbrarse pero al final éramos capaces de dar alguna curva con ello puesto.

C: ¿Y no cree usted que el tiempo que se pierde en evitar pegarte el jardazo es el que evitas levantando el cuello?

F: Es que levantando el cuello rompes la aerodinámica de la posición. Y eso en la contrarreloj es muy importante.

• ¿Y QUÉ INVENTARÍAN?

Manuel

F: Yo tenía un amigo que decía que desde que se ha casado está buscando por todas las tiendas del mundo, y no la encuentra, una cesta mágica. Él por lo visto llegaba a su casa, echaba la ropa sucia en la cesta y le aparecía perfectamente doblada y planchada al día siguiente en los cajones. Por lo visto, desde que se casó, no hay forma de encontrarla. Ha buscado en todo tipo de tiendas, de antigüedades, normales… y la cesta no aparece por ningún sitio.

C: Su mujer tiene un poco más de trabajo, a lo mejor, y no puede atenderle debidamente. ¿Y él no ha probado a limpiarla?

F: Él sigue buscando su cesta mágica a ver si algún día la encuentra.

Carlos

F: Yo tengo una idea. Me parece que la seguridad en los aviones deja mucho que desear y tengo bastante pánico a volar. A mí me gustaría que alguien inventara paracaídas para aviones. Unos enormes paracaídas con una tela especial, con una fibra especial, que cuando el avión va a caer los pilotos ya estuvieran entrenados y si vamos a ir al mar lo pongo hacia abajo. Paracaídas como los que tienen las naves espaciales cuando aterrizan en el mar o en tierra. Los rusos, por ejemplo. Pues enormes paracaídas grandes, que eso es posible, estoy seguro. Unos grandes flotadores también. Quizá también motores que rotan para hacer una contrafuerza, porque claro, el avión va a nueve mil kilómetros por hora… No, tanto no va, a novecientos kilómetros por hora. Bueno, pues que estos motores como los que tiene el Columbia o los que tiene el Challenger dieran la vuelta y frenara. Entonces frena un poco, se abren los paracaídas enormes y cae lentamente en el mar o en la tierra y se salvan todos.

C: Claro, claro, claro. El problema es cuando se estrellan, pero…

F: Lo de los aviones hoy en día es como los coches sin airbag, sin antivuelco y sin nada. Ahí te caes y no hay nada que hacer.

C: La verdad que sí. ¿Ha tenido usted algún contratiempo en los aviones o no sube directamente?

F: Subo porque he viajado a América alguna vez pero también me da miedo lo del síndrome del turista. Me tocó una especie de caja en los pies y estaba en una fila de cinco atrás del todo, diez horas sentados… pero lo aguanto. El miedo es que estás de la mano del piloto y le puede pasar cualquier cosa. En un autobús, por ejemplo, cojo el martillo, rompo la ventana y me salgo. O digo, bueno, me voy a poner en este lado y me agarro aquí fuerte. Pero en un avión qué vas a hacer.

Naranjo: Usted no le ha quitado las dos ruedecitas chicas a la bicicleta todavía porque…

Ángel

F: Un microondas que enfría.

C: ¡Anda!

F: ¡Anda! Un cacharro que en treinta segundos o en veinte segundos metes una Coca-Cola y te la deja a diez bajo cero.

C: Ha tenido usted una excelente idea.

F: Claro, tío. Todos tenemos un tarro para calentar la leche y las cámaras frigoríficas en los bares, gigantescas, que valen millones de pesetas. Pues tendrían las Coca-Colas o las Fantas en las cajitas en las que vienen. Un Barceló con Coca-Cola, veinte segundos, «placa».

Naranjo: Pero es que ya le echan los cuatro hielos.

C: Pero tarda más y se agua.

F: Ya, pero es un coñazo todo, tío.

C: Pero por ejemplo, un vino que hay que tomar muy frío y que tiene usted que enfriarlo en un momento.

F: La agüita en verano. ¡Esto es el botijo digital!

C: ¿Y en qué consistiría ese microondas? ¿Es usted ingeniero?

F: No, yo no tengo ni idea. Imagino que sería un aparato que mediante radiación de microondas desacelera las partículas, o sea, el procedimiento contrario al que tenemos nosotros en casa. Tenemos un cacharro que radia microondas y hace que las partículas de los alimentos se aceleren y se calientan. Pues esto tendría que frenarlas. Yo no sé. ¡Que lo invente quien sea!