La risa nerviosa es una visitante inoportuna que te pone en auténticos aprietos. Además, a esta le suele dar por llegar en esos funerales en los que los familiares del fallecido sufren el dolor de la inmediata ausencia. Es el caso de una fósfora a la que en el entierro de su propio padre le sobrevino una incontrolada risa nerviosa al ver al muerto adornado como una caja de bombones. Nunca se sabe dónde está el resorte que activa nuestra sensibilidad hasta llevarla al extremo de la lágrima, pero Heidi, Marco o la muerte de David el Gnomo llegaron a ocupar los primeros puestos en el top de «No sé si llorar o reír».

• UNA DE LLANTOS

Nuria

F: Lo primero que te quiero decir es que estoy con mi amiga Lucre que es una fósfora, fósfora, fósfora tuya y que ahora mismo está llorando.

C: ¡Salude usted a Lucre con mucho cariño!

F: Está muy contenta. Yo te quiero decir que lloro cada vez que la veo (la he visto treinta, cuarenta o cincuenta veces) con Sor Citroën.

C: ¿También Sor Citroën?

F: Sobre todo la escena que separan a los hermanitos, a Luis y a Nando, que me da mucha pena. Me da mucha pena y muchas ganas de llorar. Y cuando era pequeña lloraba con la canción esta de Georgie Dan Bailemos el bimbó. Era las cataratas del Niágara. Es que era empezar la canción…

C: Vamos a ver, objetivamente no hay razón ninguna para llorar con Bailemos el bimbó.

F: De verdad. Es que me daban muchas ganas de llorar. Bueno, y ahora también lloro con el anuncio del Daewoo Matiz, que ponen una música de fondo…

C: La del Daewoo, la del coche.

F: Sí. No sé si podrán decir marcas pero bueno.

C: Las que usted quiera. Ya le cobraré luego a la marca. Pero lo que me ha dicho usted anteriormente, lo del Bimbó, efectivamente se coloca usted en el top pero ¿hay alguna razón especial?

F: No, yo qué sé. Me daba mucha congoja oír la música que tenía. ¡Yo que sé, no lo sé! Pero lloraba mucho con esa canción, mucho.

C: ¿Y su amiga Lucre con qué especialmente?

F: Con usted.

José

F: Antes de nada, te quería pedir que me hablaras con delicadeza por lo que pueda pasar porque soy muy sensible, no me levantes tanto la voz. Me habéis pisado lo de Cuéntame de anoche. Yo soy más bien con las cosas tiernas, no con las cosas tristes. Lo triste casi no me afecta a la hora de llorar, ni en la realidad ni en las películas. Pero lo de Cuéntame anoche no me pude aguantar. De hecho, en casa no me aguanto. En casa tiro para adelante y ya me conocen, o sea, que no hay problema. Quizá donde más me afecta es en la calle, en eventos y demás. Yo era camarero de estos de bodas, banquetes y demás. (Risa generalizada). Lo veis venir, ¿no?

Lorenzo: Pero Carlos, por favor, deja que el señor se exprese.

F: Y bueno, imagínate. Iba con la bandeja con langostinos o cigalas o lo que sea y a mitad de bandeja tenía que salir corriendo a la cocina porque decían eso de ¡vivan los novios!, o cosas de esas y eso era lo peor que me podía pasar. Esa frase era fulminante. Y la gente: «Oiga, camarero, si queda la mitad de langostinos ahí todavía». Yo salía como una bala a la cocina.

C: Pero con el ¡vivan los novios!, con ver a dos personas felices.

F: Sí, es lo tierno más bien. Las desgracias me duelen pero no me hacen llorar. Yo cuando oía que se besen los novios ya empezaba a temblar, ya me temblaba la bandeja y ya estaba incluso preparado para salir corriendo. Porque antes de salir las lágrimas lo notas.

C: Claro, el picor. Entonces, por ejemplo, un niño gozando de los regalos de Reyes le destroza a usted, ¿no?

F: Sí, sí, sí, aunque no sean míos. Ya ves, a los novios yo no les conocía de nada, que yo era el camarero. Estoy hablando de gente que en mi vida les había visto y me importaba tres pepinos que se besaran o no o que se quisieran o se divorciaran a la semana siguiente. ¡No lo puedo evitar!

C: ¿Y alguna película en especial que recuerde usted que le haga llorar?

F: En especial, últimamente, la de Cuéntame la veo y para mí fatal. Me gusta pero es muy peligrosa. En casa la veo; ahora, me invita algún amigo a su casa o algo y me dicen que van poner Cuéntame y no voy.

Naranjo: O un vídeo de boda.

Mónica

F: Yo además de ser una fósfora soy una llorona profesional, pero de las buenas. Lloro por todas las películas. Pero una cosa que me pasa en concreto es que lloro con las manifestaciones. Veo una manifestación y se me llenan los ojos de lágrimas. Un ejemplo, en la barra de un bar estoy mirando el telediario y sale una manifestación de cualquier cosa y yo allí emocionada con la causa. No sé, me da a mí la solidaridad.

C: ¡Oh, qué bonito, qué bonito! Llorar con las manifestaciones me parece el top. O sea, una antinuclear, por ejemplo.

F: Sí, sí, lo que sea. Si son pocos porque son pocos y si son muchos más emoción todavía. Todos unidos por la causa… ¡Es increíble!

C: ¿Y con qué película es con la que usted ha caído más?

F: Con casi todas pero Los puentes de Madison fue buenísima porque a mi marido no le gustó nada. Yo llorando a moco tendido y él quejándose, dándose la vuelta… Era para matarlo.

C: Sí, esa situación me recuerda a mí una familiar también porque pasó algo parecido. La película me daba un poquito de pereza.

F: Yo lloro con todas. En cuanto haya un poco de sensibilidad o solidaridad sobre todo ya estoy llorando.

C: ¡Qué bonito, señora, qué bonito!

Carlos

F: Yo he llorado tres veces. La primera con Marco, con lo del mono Amedio y lo de la madre, que no la encontraba nunca. Luego lloré cuando murió David el Gnomo. Eso tuvo su mérito también. En mi casa fue el no va más. Mi padre, mi madre, mi hermana… todos llorando. Y la tercera fue con Viernes 13.

C: ¿Con Viernes 13 lloró?

F: Con Viernes 13 lo que me pasó es que mi mujer tiene mucho miedo, estábamos viendo la película, ella me agarraba en el sofá y en la escena que están en la barca en el lago que la música acompaña, saltó el tío en lo alto de los muchachos. Mi mujer me pegó un pellizco en mis partes. Me tiré llorando tres cuartos de hora. Te lo juro que fue así.

C: Pero dígame una cosa, Carlos, la historia de David el Gnomo cómo acaba.

F: Cuando muere David. De eso me acuerdo y lo tengo grabado en mi cabeza. Y con Marco mi hermana y mi cuñado y todos, en mi cumpleaños me cantan «mi mono Amedio y yo…» y me pongo a llorar todavía.

Maribel

F: Yo lloro mucho. Hasta viendo Heidi lloro. Le estoy coleccionando los capítulos a mi hijo y vamos, cuando se va Heidi a Francfort me pego una panzada de llorar que para qué. También lloro muchísimo en el cine. Nadie quiere ir conmigo al cine. Cuando vi Titanic me tuve que salir porque mi madre y mi hermano me decían que estaba dando el espectáculo.

C: Pero Titanic no es de llorar, ¿no?

F: Bueno, al final, que se muere Leonardo di Caprio, sí. Da bastante pena. O cuando se están acostando los viejecillos que ya se hundía el barco. Ahí ya fue el no va más. Y en las bodas, por ejemplo, lloro muchísimo y las novias siempre me dicen: «Cuando llegue el convite tú te presentas. A la iglesia no, porque entonces te miran más a ti que a mí».

C: Porque es usted ruidosa.

F: Sí, ya es que no lo controlo. Se me escapan muchos suspiros.

C: Pero su top dijéramos que está entre Heidi y Titanic, ¿no?

F: Es que es todo. Estaba trabajando en una tienda de novias. Un día, vistiendo a una novia, estaba la madre, la abuela, la prima y se dejaron al padre fuera. Le puse a la novia su vestido, su velo, su tocado… ¡Preciosa! Llega la hora de que pase el padre a ver a la niña. Pues el padre, de la emoción, se puso a llorar y nos tuvimos que salir los dos llorando. Dejé a la novia en el probador y tuve que ir a calmarme.

C: Y usted y el padre abrazados en el pasillo.

• RISAS EN LUGARES INOPORTUNOS

Gloria

F: Mi padre, que en paz descanse, murió hace diez años. Era muy chiquito y yo también. Somos una familia muy menuditos todos. Resulta que lo pusieron en el tanatorio en una caja y lo que te hacen: te lo maquillan, te lo arreglan, lo trajean… Me lo meten allí en la cajita y como por lo visto la caja le quedaba grandísima le rellenaron todo alrededor (pies, cabeza, laterales…) de un celofán transparente. Aquello era como lo que envuelven los bombones. Cuando me viene el hombre del tanatorio todo serio, que aquello era todo muy protocolario y nosotros con los ojos hinchados como riñones de llorar del día antes, nos llegan allí y dice: «Miren usted a su padre y díganme qué les parece». Mi madre y yo íbamos de la mano, nos acercamos y a mí no se me ocurre decir otra cosa que: «¡Uy, si me lo han dejado que parece el Ken de la Barbie!» A mi hermana y a mí nos dio por reír y nos hincamos detrás de la puerta, arrugadas en el suelo. El hombre no sabía para dónde mirar. Yo quería llorar pero no reír. Ya no pude ver a mi padre en toda la tarde porque si me quería arrimar a mirarlo era reír, reír y reír. Eso sí que fue de lo más nefasto y de lo más inoportuno.

C: Yo estoy seguro de que su padre hubiera estado encantado de pensar que…

F: Mi padre se lo hubiera pasado pipa porque no ha habido tipo más cachondo y más simpático que él. Mi padre tenía una guasa encima que para qué. Si mi padre nos llega a ver así se levanta y se ríe con nosotras.

C: Pero qué fue, muy de ataque de risa de ja, ja, ja, de no poder.

F: Sí, de doblarse las piernas, trincamos contra la puerta allí agachadas, agarrada a mi hermana de rodillas en el suelo y ja, ja, ja, ja, de llorar. Pero una risa loca, loca, loca. Vamos, que el hombre no sabía si recogernos o darnos una tila. Nosotras, histéricas perdidas, tiradas en el suelo y yo cada vez que levantaba la cabeza y le miraba otra vez a reírme.

Domingo

F: Yo fui crupier en una época de mi vida ya un poco lejana. Una noche estábamos en la mesa, en una ruleta americana. Yo estaba haciendo un cambio y oigo al jefe que me dice: «Colega, el veinticinco rojo no juega». Miro el veinticinco rojo y veo una dentadura postiza de un señor que se le había caído. Nosotros allí serios porque como tenemos que ser serios los crupieres si somos buenos profesionales… Cuando vi la dentadura casi me muero. Otra fue un señor que estaba jugando a la ruleta y llega la señora por detrás, le toca para pedirle fichas para ir al black jack y el señor, que tenía un peluquín, se gira rápidamente y le da el dinero a la señora. El peluquín tenía la raya al medio y cuando se vuelve a girar nuevamente hacia la ruleta, la raya la tenía a un lado de lo rápido que se había girado.

C: ¿Y ahí se le escapó a usted la risa?

F: No, ahí se me escaparon las lágrimas y me tuvieron que sacar de la mesa porque no podía ni cantar el número ni nada. ¡Es que era imposible, era para morirse!