El título de este capítulo de llamadas me recuerda a un genial amigo mío que me decía: «Carlos, desengáñate: como fuera de casa, en ninguna parte». Difícilmente lo compartirán aquellos oyentes que nos dejaron testimonios como estos: describen ellos sus viajes a países exóticos con la minuciosidad de un gran contador de historias.

• LUGARES PARA OLVIDAR

Pedro

F: Todos los años me he ido a la playa, pero resulta que un año en concreto me fui con mi 127 y mi remolque a la playa desde Talavera de la Reina y antes de salir de la provincia de Toledo tardé en salir día y medio por problemas eléctricos, pinché dos veces, reventé otras dos… Llego a la playa y nos cae una tormenta tremenda en Oropesa del Mar. Puse un plástico por el remolque porque se nos podía mojar, total, que al final no se nos mojó. Nos fuimos después a Salou porque tenía que visitar en Barcelona a un médico y en Salou nos cayeron noventa litros por metro cuadrado. Esto en el mes de julio. Yo por la playa con mi mujer buscando un impermeable para mi hijo. Claro, se reían de mí. Hay una plaza en Salou que me parece que es la plaza Europa que allí a los coches les había entrado agua, porque Salou está al nivel del mar y cuando cae agua se queda, no tiene alcantarilla. Quedaba medio metro de agua que cubría y entraba por los tubos de escape y se quedaban los coches en mitad de la autovía, de las carreteras y en mitad de todos los lados. Se me empapó el remolque pero tengo familia en Tarragona y digo: «Esta es mi salvación». Voy a buscar a mi familia y todos estaban de vacaciones.

Naranjo: Pensé que se habían ahogado.

F: Menos uno. Fui a por él y a las once de la noche no estaba y decidí irme a un hotel. Al final llegó, dormimos en su casa y muy bien. Pero llamo para visitar al médico que me tenía que visitar y yo oía un ruido muy raro en el coche. Cada vez que aceleraba sonaba un ruidito muy raro pero seguí conduciendo. Aparte de que había pinchado y reventado muchas veces más de las que me pasaron en la provincia de Toledo. El médico que tenía que ir a visitar resulta que le trasladan del hospital y el nuevo lo primero que hizo fue pillarse vacaciones. Entonces no pude ir al médico. Salgo hacia Talavera, me voy por Zaragoza, entro en la autopista y a diez kilómetros se me cortan los tornillos de la rueda de atrás del remolque. Tardé día y medio en llegar a Talavera.

C: ¿Y guarda usted un buen recuerdo de aquel viaje?

F: Muy malo, malísimo.

Naranjo: Creo que Carlos Sáinz le quiere fichar de copiloto.

F: En Lérida mi mujer se comió una empanada y le sentó mal. Echó una vomitona al lado de los pies de un taxista en Madrid…

Sonia

F: Voy a contar mi viaje a Vietnam hace cinco años.

C: Una cosa cerquita.

F: Sí, muy cerca. Salimos con seis horas de retraso del aeropuerto de Barajas. Cuando ya llegamos a Malasia nos dejaron tirados doce horas en una habitación porque no teníamos visado. Al cabo de doce horas nos embarcan en un avión tercermundista y teníamos que llegar a Ho Chi Min. Pero entraba un huracán y nos desviaron a Hanoi. Cuando llegamos a Hanoi, es un aeropuerto muy pequeño, no había nadie para recogernos porque nos estaban esperando en Saigón, en Ho Chi Min. Nos metieron en una habitación durante doce horas hasta que alguien se enteró que estábamos allí. La gente de allí es encantadora pero no habla nadie inglés. Son militares y nos dieron su poca agua y su poca comida. Al cabo de doce horas nos sacaron, nos llevan al hotel y al día siguiente nos llevan a Bahía Halon. Fuimos en un barquito a dar una vuelta por allí y llegó el huracán. Tardamos como seis horas en llegar porque las olas eran alucinantes. Llegamos al hotel y nos metieron en un cuarto durante tres días, bajo tierra, hasta que pasó el huracán. Cuando ya pasó el huracán estaba todo destrozado, lleno de agua… Nos metieron en un autobús que recorría carreteras y cada dos por tres se pinchaba, tenía avería… Llegamos a Dan Han y teníamos en la excursión unos barquitos que son redondos, como cestos gigantes, y nos meten a los veinte turistas españoles en la barquita a dar una vuelta con la mala suerte que dio con una piedra, se produjo una boca de agua y los veinte turistas españoles y el guía todos hundidos, pero con la mala suerte también que estábamos al lado del colector de agua residuales, que allí no son tratadas. Encima había una crecida de agua.

C: ¿Y se detectaba en el agua algún tipo de masa flotante?

F: De todo. Yo lo recuerdo ahora y me pongo mala.

C: ¿No llegó usted a tragar nada?

F: No, no, no… Pero ahí no acaba todo. Cuando llegamos a Saigón, el maldito huracán que subía y bajaba nos volvió a perseguir y nos volvieron a tener como doce horas en el aeropuerto. Y había otro avión de americanos que salían de Ho Chi Minh. En una habitación pequeña acabamos con todos los bocadillos del aeropuerto, con todas las Coca-Colas y si ves a unos cincuenta americanos jugando al mus…

C: ¿Al mus?

F: Al mus. Porque ¿qué haces durante tantas horas? Les enseñamos a jugar al mus.

C: Y Sonia, una pregunta. ¿Usted ha oído hablar de Chipiona, que queda muy cerquita y está muy bien, fríen el pescado de maravilla y hay una playa extraordinaria?

F: Y luego falta la vuelta. En Malasia, en Kuala Lumpur, el guía perdió nuestro pasaporte, que iba en un paquete. A los veinte españolitos nos dejaron durante tres días dentro del aeropuerto. Algunos pudieron coger antes el avión pero otros no. Entonces la Embajada española me hizo un pasaporte en el cual pone que yo digo que soy yo.

• LUGARES INOLVIDABLES

José Manuel

F: Fui a Tailandia, donde quería ir la primera mujer que ha llamado.

C: ¡Anda! ¿Y qué tal lo pasó en Tailandia?

F: Pues lo pasamos muy bien porque era un viaje que era lo que queríamos. Todo el día estabas pa’rriba, pa’bajo… Por la noche, como ibas de viaje de novios, pues también tenías que hacer algo. Nos lo pasamos muy bien. Estuvimos en Bangkok los primeros días y luego estuvimos en el norte de Tailandia haciendo el Triángulo de Oro y nos apuntábamos a todo.

C: ¿A qué se apuntaron ustedes?

F: Una fue una anécdota muy graciosa porque esa excursión no estaba. Le dijimos a nuestro guía que nos llevara a ver un espectáculo que por lo visto está prohibido allí, en el que las mujeres sacaban cosas extrañas de sus partes.

C: ¿Qué tipo de cosas sacaban de sus partes?

F: Pues de todo, hasta te abrían la Coca-Cola.

C: ¿Con los labios menores?

F: O los superiores, ¡da lo mismo!

C: Ya, ya… ¿Pero cómo que abrían la Coca-Cola? Es decir, ¿abrían la chapa?

F: Sí, sí, la chapa, la chapa.

C: De rosca o de presión.

F: No, no, de presión, de presión.

C: Y, dijéramos, se introducían el cuello de la botella…

F: Sí, pero yo creo que tenía truco.

C: ¿Tenían un abrelatas dentro o qué?

Naranjo: ¿O un enano metido?

F: Estábamos nosotros en primera plana que nos tocó y es que era la hostia porque creíamos que tenía el abridor metido dentro y se ponía en una postura muy rara y cogía y achuchaba y lo abría.

C: ¿Y qué más virtudes hacían con su parte?

F: Otra muy curiosa era que cogía y lanzaba unos globos. Tenía unos dardos metidos dentro y los expulsaba y explotaba el globo.

C: Es decir, el dardo lo tenía dentro colocado y el globo a una distancia prudencial.

F: Sí, prudencial, claro.

C: Y entonces, con una contracción interna…

F: Lo expulsaba y lo clavaba.

C: Como para enfadarse con ella en algún momento, ¿eh?

F: ¡Como para que tuviera dentro otra cosa!

C: ¿Qué más hacía?

F: Pues un montón de cosas porque hasta incluso hicieron allí mismo el acto, que eso es lo que menos nos gustó porque no nos creíamos que íbamos a ver porno en directo.

C: ¡Qué asco! ¡Qué asco! ¡Qué asco! Quite, quite, quite… ¿Y qué más hacía además del acto?

F: Otra cosa muy rara es que la Coca-Cola que abría era de color clara, o sea, que no era Coca-Cola, era como agua. Se la introducía dentro y luego la meaba y la echaba negra del color de la Coca-Cola.

C: ¿Y alguien probó esa Coca-Cola?

Naranjo: ¿Salía con ginebra o sola?

C: ¿Tenía una máquina expendedora dentro o algo, una manguera…?

F: Otra se sacaba cuchillas y era todo el rato muchas chicas, iban turnándose y podían tirarse toda la noche dando vueltas. Y giraban siempre haciendo el mismo espectáculo. Así que si querías te podías tirar toda la noche viendo el mismo espectáculo.

C: ¿Había alguna que, por ejemplo, se introducía un plátano sin cáscara?

F: Sí, un plátano, y lo expulsaba también.

C: ¿Y lo expulsaba directamente a la boca de alguien?

F: No, no.

C: Y dígame, ¿ella elevaba un poco la pelvis para que pudiera entrar el contenido de la Coca-Cola?

F: Hombre, ¡claro!

C: Y luego hacía como que soltaba todo el contenido de la Coca-Cola en la Coca-Cola, ¿no?

F: Me parece que ha estado usted ahí también, ¿eh?

C: Sí, sí, es que he estado en el mismo sitio.

Naranjo: ¡Te han pillado macho!

C: Pero es que yo vi a uno que lo probó porque no se fiaba.

F: No, pues allí no, además yo estaba de los primeros y yo como que no.

C: Se veían muy buenas muchachas, ¿eh?

Naranjo: Para casarse con ellas.

C: No, pero muy de buena familia, muy de familia de Tailandia de toda la vida, muy de misa, de Buda, de los domingos…

F: Allí decían que había o la típica tonta que era la que estaba trabajando a lo mejor en los hoteles, que los hoteles sí que eran buenísimos, o la típica, la guarra, que lo hacía porque era como una profesión y le gustaba. Allí la pornografía infantil es…

C: No, eso es ya más dramático… Pero, lo del dardo me tiene muy interesado.

F: ¿No lo vio?

C: No, lo del dardo no lo vi.

F: Pues sí que lo había.

C: Y luego, ¿quiso usted experimentar en carne? No, no, no, no, no… hasta ahí podríamos llegar.

F: Te ponían las camas de dos metros por dos metros. Yo me quedé flipado de los hoteles. Todas las noches te ponían tu orquídea y tus pétalos de rosa en la cama… ¡como un sueño!

C: ¡Qué bonito!

• ¡ANÍMESE A VOLAR!

Alfonso

F: La primera vez que monté en avión íbamos a Galicia yo, mi mujer y mi niño que tenía tres añitos entonces. Íbamos de aniversario y dije vámonos en avión porque ya que hemos estado de viaje de novios… No, era la primera vez que montábamos en avión; de viaje de novios fuimos por carretera. Pues imagínate, Carlos, llegar a Galicia, tardar un día y medio, imagínate llegar en una hora. Eso te parece mágico, ¿no?

C: Pues sí, es lo que tarda un avión.

F: Eso te parece mágico, Carlos. Nos montamos en avión Carlos. Mi mujer lloraba y se reía a la vez y me miraba. Y yo decía: «No sé si echarme a llorar yo también…»

C: ¿Pero era de emoción porque tardaban poco?

F: No, no, Carlos, porque claro, es la experiencia nueva, no sabes lo que te vas a encontrar, no sabes lo que vas a sentir. Total, mi chiquillo en medio, Carlos. Imagínate la escena: mi mujer sudando, llorando, riéndose… Yo al lado de ella mirándola, qué va a hacer esto… El avión empieza a coger pista, aquello se movía. Y digo: «Esto será como el Talgo. Esto va a empezar a andar poco a poco, no nos vamos a enterar…» Carlos, cuando aquello pega el apretón a mí se me queda la espalda pegada al asiento y yo creí que me moría, Carlos, me moría. Cuando vi que eso subía pa’rriba metí la cabeza entre las piernas de mi hijo. Mi hijo ajeno a toda la situación: «Papá, mamá, qué pasa». Y yo: «Nada, calla, hijo que vamos a llegar enseguida». Se asoma mi chiquillo por la ventana y me dice: «Papá, no veo las baldosas, ¿dónde están?» Y digo: «Pues tú faltabas, hijo, tú faltabas». Eso fue increíble. Ahora, Carlos, te voy a decir una cosa. Es una experiencia que se la recomiendo a todo el mundo.

C: ¿Cuál? La de padecer o la de coger un avión.

F: No, la de coger un avión porque claro, es cuestión de mentalizarse, ¿no? No va a pasar nada. Yo tengo una pequeña empresa de limpieza y tengo cuatro obreros y te puedo decir que como quise volar otra vez en avión y que ellos sintieran lo que era volar en avión, tampoco habían volado nunca, me los llevé a Madrid a comer solamente para que montaran en avión y nos lo pasamos genial, Carlos, de verdad.

C: Y dígame, Alfonso, ¿y desde entonces se ha hecho usted asiduo del avión cuando tiene que viajar o prefiere la baldosa?

F: Sí, mira, Carlos, en Semana Santa del año pasado nos fuimos a Estados Unidos, a Nueva York, cinco meses después de esta tragedia tan grande, y nos montamos en un avión y disfruté como un chino. Es una experiencia que se la recomiendo a todo el mundo, de verdad. Nos montamos en un avión enorme, enorme, enorme y entonces fue cuando de verdad pude disfrutar del viaje.

C: Pero ¿qué hacía usted? Se daba sus paseíllos, hablaba con la gente…

F: Sí, sí, sí, Carlos, sí… Aquello era precioso, aquello era una maravilla. Un avión enorme, enorme, enorme y mi mujer seguía llorando, claro. Mi mujer seguía llorando la pobre.

C: Pero dígame, Alfonso, por ejemplo, aunque estuviera la gente dormida, ¿usted la despertaba, charlaba con ella, se lo comió todo lo que dan en el avión, le gustó la comida…?

F: Todo todito todo, Carlos. Las dos películas me las tragué enteras. Luego, cuando vamos por el medio del océano ponen películas, te bajan todas las ventanillas, se queda todo oscurito, parece que estás en el cine… Genial, Carlos. Todo el mundo debería probar esa experiencia, es maravilloso, de verdad, ¿eh? Después he intentado convencer a mi madre y a mi padre para que montaran pero mi madre me dice que prefiere morirse.

Roberto

F: En un viaje del Real Madrid, no me acuerdo el año pero tú sí lo vas a recordar, que también eres buen aficionado. Cuando a García Ramón se le llamó el «Gato de Odesa».

C: Sí, hombre, ¡menudo partidazo!

F: Sí, una maravilla.

C: Me alegré mucho además en aquel partido, me llevé una gran alegría.

F: Fuimos con mi esposa, evidentemente era la época anterior. Íbamos con un miedo espantoso. Diciéndonos que tuviéramos muchísimo cuidado con no traer nada de allí ni llevar nada de aquí porque íbamos a Moscú y había unos problemas enormes. Concretamente fui con mi esposa y nos subimos en el avión perfectamente… de esto hace unos años, perdóname, no me acuerdo el año.

C: Debería ser por el 73, 74, incluso 75. Por ahí, por ahí.

Naranjo: Fue alguna de las Copas de Europa o de la Liga que hemos ganado.

C: No, ahí no os comisteis ninguna Copa de Europa ni nada, ahí no os comisteis nada. Estabais en una época de sequía. Continúe usted, amigo.

F: Íbamos en el avión tan tranquilamente, bastantes pasajeros, muy ilusionados… Era la segunda expedición que pasaba a Rusia; la primera fue con la selección española y la segunda el Real Madrid. Pasamos, fui al servicio por ver, la primera vez que montaba en avión, la novedad, y vi esas pastillas de jabón que hoy son tan normales, aquellas tan chiquitinas que te hacían tanta ilusión y después de lavarme las manos con la que había, de las que había chiquitinas me guardé una en mi bolsillo como recuerdo. Yo me guardé mi pastillita y me fui al asiento con mi esposa, nos había tocado de los últimos de la cola del avión. Me dice mi esposa: «¿Qué tal?» Y le digo: «Pues muy bien. Además, mira, me he llevado como recuerdo una pastillita de jabón». Me parece que era la compañía Aeroflot o algo así, la rusa. Me siento ya tan tranquilo, me pongo mi cinturón, mi pastillita como recuerdo para traerla para Madrid y dicen por los micrófonos del avión en ese momento…

C: El nota que ha trincado la pastilla de jabón…

F: No, no… Dicen: «Roberto, once del tres del cuarenta y tres». Yo cuando oigo eso, Roberto me llamo yo, yo he nacido el 11 del tres del cuarenta y tres, no dan nombre ni apellidos… «Por favor, que venga a cabina». Yo me quedo quietecito, agachadito, mi mujer me mira… «Roberto, once del tres del cuarenta y tres». Carlos, cogí y la pastilla de jabón me la metí en la boca.

C: ¿No había otro sitio mejor?

F: No, además era española de esas de La Maja de Goya o de la que fuera. Yo me la quería tragar. Mi esposa: «¡No te tragues la pastilla, por Dios!» Yo dije: «Nos van a detener». No, no os riais por favor. Dijeron: «Roberto, once del tres del cuarenta y tres». Carlos, me levanté, los 35 metros de pasillo fueron eternos. Yo creo que no me ensucié en el pasillo de milagro. Al tragar saliva me tragaba el sabor del jabón. Cuando entré en la cabina, digo, me la saco de la boca, la meto en el bolsillo para decir que estaba usada. Y cuando entro cagadito de miedo las azafatas me miran, las rusas aquellas rubias tan serias y me hacen así y me enseñan que me había dejado mi esclava de oro que tenía «Roberto, 11-03-43». Me quise morir. Cuando volví al asiento ya ni comí porque me sentó mal el jabón y tiré la pastilla al suelo. Aquello fue lo más espantoso del mundo.

C: ¿No ha vuelto usted a comer jabón desde entonces?

F: No, Carlos. Nada más, hijo, sólo era contaros eso. No sé si viene a cuento de lo que estáis hablando porque te he cogido un poquito tarde.

C: ¡Qué mal rato tuvo que pasar usted!

F: De espanto, de verdad.

C: ¿A qué sabe el jabón? Tengo esa curiosidad.

F: No lo puedo decir. Ni al peor combinado de los del botellón.

Ignacio

F: Malabo-Brazzaville, y de Madrid-Malabo magníficamente bien. Y cuando llegamos a Malabo y cogimos el avión para Brazzaville, uno de estos horrorosos. Despegamos, un calor horroroso, no funcionaba el aire acondicionado. Salió el copiloto, todo el mundo protestando, una peste horrorosa dentro del avión. Salió el copiloto con un libro, desarmó medio avión, aquello no funcionaba, se metió para dentro de la cabina y salió el piloto. Estaban el copiloto y el piloto con medio avión desmontado y al final consiguen conectar los cablecitos para que saliera el aire acondicionado. Yo estaba en la primera fila y entonces, cuando se vuelven, se encuentran que la puerta de la cabina está cerrada, y el piloto y el copiloto fuera. Se miraron uno al otro, negritos eran ellos, y qué hacemos. Empezaron a pegarle patadas a la puerta, la puerta no se abría y eso nunca se me olvidará. La sensación para cagarse y no tener con qué limpiarse, ¡horroroso! En el compartimento de arriba en el primero de la izquierda lo abrieron. Allí había una botella de oxígeno, un botiquín y un hacha. Y con el hacha, a hachazos se cargaron la puerta. Bueno, la gente gritando… el aire acondicionado funcionó. Luego fue peor lo que se olía allí porque aquello fue horroroso.

C: Claro, es que la sensación de pensar que la cabina iba sola, ¿no?

F: Es que no había nadie. Y los dos estaban fuera y la puerta estaba cerrada. Y como era la época aquella grande de los secuestros no había forma de abrirlo, 1987. Yo estoy camino de Madrid a Málaga, yo voy en coche. Muy agradablemente estoy paradito ahora en La Carolina y aquí estoy en la gloria. Pero la impresión importante fue la carita que se le puso a los dos, que se miraron los dos cuando hicieron así con la puerta y la puerta estaba cerrada.

José

F: Yo no tengo ninguna anécdota pero tengo mi suegro que es un caso. Mi suegro es increíble. Aquí en Palma, para ir a la ciudad tenemos que pasar por al lado del aeropuerto. Pues mi suegro se para en el arcén cuando ve venir un avión. Mi suegro se atranca hablando y cuidado, y cuidado, y cuidado y como lleve yo el coche empieza: «¡Cuidado!» Y yo mirando por el retrovisor si viene algún coche, y es que ve el avión a la legua. ¡Es increíble!

C: ¿Y no ha subido nunca en un avión?

F: Jamás, jamás, ¡qué va, qué va, qué va! Y a veces le decimos: «Bueno, y si alguna vez tuviera algún hijo en la península y por una urgencia o lo que sea…» Y dice: «¡Más vale que no me lo preguntéis y si viene al caso que venga!», pero vamos, es que le da un pánico terrible. Es increíble.

C: Hombre, pero es que esperar en el arcén a que aterricen los aviones…

F: No, a que pasen por delante. Que vamos, como le pasen por encima yo creo que se lo hace. ¡Es increíble el pánico que le tiene al avión! Y eso que no ha montado nunca.