Alguien se ha entretenido en contar el tiempo que pasamos en la cama: las tres cuartas partes de nuestra vida. Otra persona debería calcular el tiempo que pasamos en el coche. Sobre ruedas, con un volante en la mano, los cristales nos separan del mundo, pero, como en el caso de los taxistas, a veces el mundo entero entra dentro: cientos de vidas pasan por su coche y además de ser chóferes eventuales, son psicólogos, guías turísticos, técnicos de urgencia, pinchadiscos serviciales, hombres del tiempo e incluso reporteros de fútbol.
Pero a nuestros taxistas no sólo les entran maletas en el vehículo. Las aventuras que a continuación se narran son de inimaginable calibre. Están a la altura de aquel hombre que recibió una multa dé tráfico en Pamplona, sin ser ni haber estado nunca en Navarra, sin tener carné de conducir y para más inri, sin tener ojos para ver.
• COCHES «DIFERENTES»
Pedro
F: La historia es de un señor en una estación de esquí donde yo residí durante varios años. Este señor tenía una tienda bastante famosa en esta estación. Se divorció de su mujer y con la parte proporcional que él pudo recaudar se compró un Ferrari Testarosa. Al día siguiente le vimos por la calle, todo lleno de nieve y él con su Ferrari Testarosa intentando subir la calle para arriba. Todos estábamos sorprendidos cuando en la parte de atrás de este precioso coche tenía los dos conejitos tipo Roger Rabbit y un gran cartel que ponía «Turbo». Esto sí que me pareció hortera y cuando he oído su programa digo: «Para hortera, este».
C: ¿Pero cómo se puso «Turbo» en un Ferrari Testarosa?
F: Pues te lo aseguro. Además se quedó sin dinero, ¿eh?
C: ¡Madre mía! Si el coche es espectacular por sí solo, el coche llano, que no necesita nada más.
F: Sí, pues lo añadió, lo añadió.
C: «Turbo», ¡qué bonito!
• EL EXAMEN DEL CARNÉ DE CONDUCIR. Y VAN…
José Manuel
F: Estábamos ocho, hicimos ocho papelitos y me tocó a mí el último. Se salía de un sitio que se llamaba Soto Lezcairu. Cuando llegó el profesor con el coche me monté para examinarme. El examinador era un hombre muy mayor y estaba ya hecho polvo; estaba frito porque llevaba toda la mañana en el automóvil. Me dice: «Puede usted salir». Salí y el hombre no me decía nada y yo pa’lante, pa’lante. Había una salida, una rampa con un ceda el paso que ya lo han quitado pero que era muy malo. El profesor decía: «Aquí no suelen traer porque es un ceda el paso muy malo». Pues yo derecho al ceda el paso. Salí de Pamplona, bajé para Burlada, el hombre no decía nada y yo no quería mirar para atrás. El profesor me miraba: «Tú tira, tira». Cruzo Burlada, cruzo Villava, cruzo Arra, me incorporo a la nacional de Irún y todo pa’lante. Y ya dice el profesor: «¡Para, para, que nos vamos a Francia!» Y ahí paramos y ya le despertamos.
Gonzalo
F: Mi padre empezó a sacarse el carné hace veintitrés años. En el teórico, en Puertollano, empezó con unas veintitantas largas. No aburrido, decía que los examinadores de allí eran muy malos, se fue a Ciudad Real. En Ciudad Real estuvo entre diecisiete y dieciocho veces. A todo esto, nosotros conocíamos al dueño de una autoescuela en Alicante y le animó a que se fuera allí. Este señor le dijo que se fuera a su casa, que en un mes le daba el carné, le daba todo. Nosotros teníamos una tienda de jamones y quesos por lo que a cada examen que iba, jamones y quesos que se llevaba. Esto de los jamones y quesos empezó en Puertollano. Pasó un mes, pasaron dos meses, pasaron tres y a todo esto dinero, dinero, dinero, dinero y examen, examen, examen, examen. Al tercer mes, el dueño de la autoescuela, yo no sé si cansado ya de tenerlo en su casa o que veía que no tenía soltura, le dijo: «Mira, yo creo que esto ya se está pasando de castaño oscuro. Vete a otro sitio o dimite». Mi padre, que es muy tozudo, dijo: «Yo no voy a dimitir ahora». Entonces se vino otra vez a Puertollano y aquí empezó otra vez. En Puertollano tampoco se lo sacaba. Entonces le hablaron de Peñarroya, que es un pueblo de Córdoba que está cerca de la provincia de Ciudad Real. Allí hotel, otra vez la matrícula, otra vez a empezar clases, se llevó jamones y quesos… Allí estuvo otras siete u ocho veces. ¡Oye!, todo lo que os estoy contando es verídico y sin exageraros ni lo más mínimo. En Peñarroya, después de estar otras siete u ocho veces y de gastar muchísimo dinero, se fue otra vez a Alicante. En Alicante estuvo otros dos meses pero ya el dueño, que era un cielo, no le ofreció su casa y se tuvo que ir a un hotel. Allí este hombre le dijo: «¿Sabes qué vamos a hacer? En vez de un quesito que te traías (esto él no me lo ha contado. Si me está oyendo, me matará. Yo lo sé porque el dueño de la autoescuela me lo contó), ¿por qué no te traes un par de jamones y vamos a coincidir con un examinador a ver si ya por fin te lo dan?» ¡Pues un par de jamones para el examinador! Yo creo que era conocido del dueño. Pues después de toda la peripecia, mi padre se sacó a la segunda vez los tests en Alicante.
C: ¡Ah, todavía vamos por el test!
F: Sí, se sacó el test. Cuenta ciento y pico de veces entre las dos de Alicante, Ciudad Real, Puertollano y Córdoba. Allí se sacó el test pero era imposible sacarse el carné. Te estoy hablando de hace veintitrés años y se gastó más de medio millón de pesetas.
C: ¡Es de Guinness! ¿Y cómo le fueron las pruebas de volante después?
F: Es que si te cuento lo del volante… En Alicante no se lo pudo sacar. Se vino otra vez a Puertollano y se lo sacó entero a la duodécima.
C: Y el día que tuvo su padre el carné en la mano, ¿cómo lo celebró? Abrió un jamón, detestó el jamón para siempre… ¿qué pasó?
F: Nosotros nos quitamos una carga y un gasto porque tenemos una tienda de jamones y quesos. Nos ha creado tal trauma desde entonces que ningún hermano tenemos el carné.
Pedro
F: Yo a la primera y todos los carnés. El problema es mi mujer. La semana que viene se presenta la vez número treinta y uno.
Lorenzo: ¿Y dinerito?
F: ¡Espantoso! Me tiene en la ruina. Pero bueno, estamos contando con la ayuda de sus padres porque en vista del gasto tremendo que es esto… Me estoy planteando que se quede sin sacar el carné de conducir y yo la llevo a comprar a los sitios, que me siga usando de mulo de carga porque me sale más rentable.
C: ¿Pero por qué es tan poco habilidosa su señora?
F: Es muy despistada. El teórico lo saca siempre a la primera porque, claro, los papeles le caducan, le caduca el tiempo… El teórico no tiene problema pero en cuanto se sube detrás del volante con un examinador digamos que se atocina. La primera vez no había salido del recinto de Tráfico en Madrid y ya estaba suspensa porque en el paso de peatones atropelló a uno, le pilló los pies. A la salida de Tráfico hay una glorieta y otra vez le dijo el examinador: «Seguimos de frente». Y ella siguió de frente… saltando la glorieta. Otra vez, en el examen le dijeron: «Aparque usted a la derecha». Y no encontró otro sitio para aparcar que encima de un paso de peatones.
C: ¿Y usted le deja practicar con su automóvil en algún circuito cerrado, le enseña cosas?
F: Cuando voy conduciendo le explico. Presta mucha atención pero luego, cuando se pone detrás del volante es como si se sentara en un garrote. No mira espejos, no mira nada.
José Francisco
F: Mi mujer lo sacó a la primera y a la tercera, igual que yo. Pero tenía un problema, que le temblaba la pierna. La pierna del embrague le temblaba cuando el examinador le decía que arrancara. En los demás días no pero en el momento que iba a hacer el examen le temblaba. Por lo visto es hereditario porque a su tío le pasó lo mismo.
• MULTAS ABSURDAS
José Antonio
F: Una cuestión impertinente antes de comenzar, por favor. ¿Dejó usted el régimen?
C: Un poco.
F: ¿Un poco? Dígalo bien fuerte que es que mi mujer le estará escuchando en el trabajo y como usted se puso a régimen, yo también.
C: ¿Cómo se llama su señora?
F: Marisa. Dígale: «Marisa, por favor, que un chuletón con patatas de vez en cuando es bueno».
C: Marisa, hoy me he tomado una morcillica que me han enviado del pueblo y un poquito de choricico que me han enviado. Es decir, que no pasa nada. Un poquico de vez en cuando no pasa nada.
F: Muy bien. Muchas gracias, se lo agradezco porque estoy harto de acelgas.
C: Y entonces, dígame, señor.
F: A mí me pusieron una multa en el año noventa y nueve en Pamplona en la cual supuestamente me había llevado el coche la grúa al depósito municipal y yo lo había retirado, con mi documentación, se supone. La multa es de 20 000 pesetas. El caso curioso es que, primero, yo no he estado nunca en Pamplona; segundo, no tengo coche; y tercero, soy ciego.
C: ¿Cómo? No puede ser verdad.
F: Sí, soy ciego. Yo me presenté en Pamplona y me han puesto una multa por faltarle el respeto al guardia con el que estuve hablando porque le dije: «Pero vamos a ver, insensato, yo cómo me voy a ir conduciendo». Y no se lo creyó pese a documentos que he presentado.
C: Pero es usted ciego evidente, es decir, que se ve que es usted ciego, que se nota.
F: ¡Hombre, claro, si fui con la ristra de cupones colgando!
C: Pero vamos a ver, José Antonio, usted llega a decir: «Oiga, que yo no he sido». Y qué le dicen.
F: Vivo en Madrid. Yo tuve que ir a Pamplona porque me embargaban la cuenta. Yo fui a Pamplona a decir: «Vamos a ver, señores, pero esto ¿cómo es posible? Yo no dudo que ustedes se hayan llevado un Nissan Terrano de alguna persona pero, evidentemente, yo no he sido. Además, ¿cómo me voy a ir yo conduciendo un coche? ¡Eso es una temeridad! Eso sería como la película No me chilles que no te veo».
C: ¿Y no le creyeron a pesar de verle?
F: No, no me creyeron. Tanto es así que para que no me embarguen la cuenta he tenido que ponerlas todas a nombre de mi mujer.
C: ¿Y no se ha podido solucionar al final?
F: No, no, están encabezonados en que primero pague y luego ya hablamos.
José
F: Yo soy camionero y la multa absurda que me han puesto fue por reírme.
C: ¿Cómo que por reírse?
F: Por reírme, sí, por reírme. Soy de Sevilla pero vivo en Madrid hace tiempo. Estuve descargando en Alicante, iba a Cartagena a cargar y en el transcurso del viaje me hicieron una parada de esas que hacen de control de transporte. Había unos pocos camiones allí. A mí me estaban pidiendo el tacógrafo y todo eso y a un portugués le hicieron abrir la parte trasera del tráiler, del remolque, y con el aire que hacía pilló al guardia civil entre la puerta del remolque y la carrocería del tráiler. Todo el mundo callado, asustado y yo allí riéndome. Claro, la gorra del guardia civil por un lado, el guardia civil tumbado en el suelo, yo riéndome… Y cogió y por faltar a autoridad me puso diez mil pesetas de multa.
C: O sea, le metió un puro, directamente.
F: Sí, sí. Eso ya se recurrió y no me ha vuelto a venir. Cuando se lo cuento a la gente me dicen que es cachondeo.
C: ¿Pero usted se rio muy notablemente?
F: Yo sí, claro, ¡qué quieres que te diga! Los otros se quedaron asustados, blancos y yo me desternillaba de risa. Me volví para atrás pero el otro me vio reírme y me dijo: «Pero hombre, cómo te ríes si este hombre se ha podido matar». Y le dije: «Pues yo qué sé, me ha dado por reírme».
C: Y entonces el otro se enfadó, ¿no?
F: ¡Uy! Al hombre le levantamos del suelo como pudimos y un compañero me dijo: «Chico, cómo se te ocurre reírte». Y yo dije: «Yo qué sé. Al hombre no le ha pasado nada ¿no?» Y dijo: «No, ¿y si le hubiera pasado?»
C: Si una puerta de un tráiler se abre, hace daño, ¿no?
F: En la cara no le hizo daño porque le pilló con la lona. En la parte trasera de la nuca sí porque era la puerta. ¡Es que hacía mucho aire aquel día!
Lola
F: Este caso me lo contó mi primo. Resulta que es espeleólogo e iban a un pueblecito de Valencia y siempre dan parte a la Guardia Civil por si les pasa algo. No sabían por dónde tenían que ir a las cuevas y la pareja de la Guardia Civil se ofreció para acompañarles. Total, que van con el coche y ven a un tío a toda pastilla. «Me cago en la porra. ¡Mira cómo van estos domingueros!» A los diez segundos, otro. El guardia civil se mosquea, se baja y empieza a parar: «¡Usted, documentación!» «¿Cómo que documentación?» Pasa otro a toda pastilla: «¡Documentación!» El tío había parado a toda una carrera de rallyes que se estaba disputando.
C: ¡No puede ser tan bonito! ¿A toda una carrera de rallyes?
F: Sí, sí, a una carrera de rallyes. Tenía a ocho o diez coches todos parados en la carretera y baja otra pareja de la Guardia Civil que era la que había cortado el tráfico. Y dice: «¿Pero no os han dicho nada?» Y contesta. «Os lo dicen a los de tráfico, a los demás no nos dicen nada».
C: ¡Pobrecitos!
F: Todo el mundo partido de risa allí.
Naranjo: Al que iba primero no le haría mucha gracia.
Jaime
F: Yo tengo un taxi en Palma de Mallorca. Cojo un cliente y le llevo al paseo marítimo. Era una señora mayor, tenía dos maletas pesadas y le digo: «No se preocupe, yo le ayudo hasta el ascensor y le subo las maletas». Dejo el taxi aparcado en una parada de taxi y cuando bajo me encuentro una denuncia por aparcar el vehículo en zona de taxis.
C: Y diría usted que fue un taxi, ¿no? Y se la quitaron.
F: Pero si el taxi de Palma de Mallorca es blanco y negro y tiene un número y tiene un taxímetro y tiene de todo, ya me explicará usted cómo no van a saber si era un taxi. Por aparcar vehículo en zona de taxis.
C: Pero se la quitaron inmediatamente, me imagino.
F: ¡Qué van a quitármela! Hice recursos y cosas de estas.
C: O sea, ¿tuvo usted que pagar la multa?
F: No, no, no la he pagado. Ya veremos cuándo me la cobran. A lo mejor me embargan el coche por no pagar la multa.
• EN LOS TAXIS NO SÓLO ENTRAN MALETAS
José María
F: Yo no soy taxista, mi profesión es conductor de autocares, tengo a mi padre dentro de ella que tiene unas anécdotas… Hay una que la cuenta siempre en todas las comidas, cenas y demás. Y consiste en lo siguiente. Antaño él tenía un 1500 de estos que tenían el asiento delantero corrido. Le paró un enano ¡con una borrachera como un piano, Carlos! El enano se subió, dijo el destino a mi padre, mi padre encalomó al destino y en un cruce, en una intersección, un coche se cruzó y mi padre dio un frenazo de aúpa. Después del frenazo y la correspondida discusión con el otro conductor, miró para atrás y el enano ya no estaba. Mi padre dijo: «Ya está, este con la borrachera se ha pegado un susto, ha cogido la puerta, se ha bajado y aquí me ha dejado». Paró el taxímetro, continuó con su marcha y le paró una pareja un poquito más para adelante. Subió la pareja al coche, le dijeron el destino y otra vez lo mismo. Mi padre notaba que la mujer le iba diciendo al novio cosas y miraban con mala cara a mi padre. Mi padre mosqueado. En una de estas la mujer cogió: «¡Pumba!», y le arreó un tortazo a mi padre de aúpa. Mi padre, sin saber de qué iba la historia, se quedó con el guantazo y continuó. No le pagaron la carrera, por descontado, y en la siguiente que le paró se subió una mujer y dijo: «Oiga, ¡que usted tiene alguien aquí abajo!» Resulta que en el frenazo el enano se había metido debajo del asiento y se habría quedado dormido o vete a saber qué.
C: ¿Y cuando acabó la carrera qué le dijo el señor bajito?
F: ¡Nada, nada! Se bajó mi padre y le dijo: «Pero hombre, ¿qué hace usted?» Se echaron a reír y el otro: «Pues nada». A todo esto imagínate que a lo mejor pasaría media hora el enano con la bolinga que llevaría.
Antonio
F: Lo mío fue en el año sesenta y siete en Bilbao. Yo trabajaba el taxi y me llamaron del hospital de Basurto. Fui, me sale la monjita y me dice: «Mire, va a llevar un enfermo a Logroño que está muy delicado. Vaya usted con cuidado». Efectivamente, allí me sacan un buen señor de dos metros en una silla y el tío estaba más tieso que yo. ¡El tío estaba muerto! Me lo ponen en el asiento de atrás, era un 1500 pero no de asientos de estos corridos, eran ya más modernos, y los dos hijos al lado que eran igual de grandes. Arranco y en la primera curva el señor se me viene para adelante y mete la cabeza entre los dos asientos. Y yo por el espejo retrovisor le veía con los ojos abiertos, ¡madre mía! Cogí, le empujé para atrás y se puso en su sitio. Otra curva: «¡Pumba!», otra vez. Ya le digo a los hijos: «Oye, tened cuidado con vuestro padre que se va a joder los dientes aquí contra el asiento». Pues así fui hasta Logroño. Cada curva que cogía, el señor se me venía para adelante: «¡Pumba!», contra los asientos. Y los hijos dormidos como roques. Claro, se conoce que habían estado con el padre que había muerto. Y así fui hasta Logroño. Cuando llegué a Logroño me dice: «¿Qué le debo a usted?» Y entonces era la carrera 3500, pero lo había pasado tan mal y estaba tan cabreado que le digo: «5000». Y dice: «¡Oiga, pero es que…!» Y le contesto: «Sí, mire usted, es que son 3500 por la carrera y 1500 del funeral».
C: Pero dígame una cosa, Antonio, ¿estaba muerto el señor o no estaba muerto?
F: ¿Qué si estaba muerto?, ¡coño, que olía! A mí me dio la impresión de que estaba muerto pero claro, es de esas cosas que no te atreves a decir: «Oiga, que este está fiambre». Entonces lo llevas y con una carrera muy bonita, y ¡coño!, lo llevas. Pero yo contaba con que los hijos le iban a sujetar. No, no, cada curva el señor con la cabeza para adelante. Además, tenía unos ojos azules… Yo los veía por el espejo retrovisor y te tiraba para atrás. El hombre no podía hacer más, si estaba muerto el pobre.
C: Claro, ¡qué iba a hacer!
José
F: No sé si conoces algo aquí, por Galicia. Hace dos años había unos mercados y aún sigue habiendo algunos, que eran como ferias pero cubiertas. Tenían tenderetes dentro. Pues iban todos los paisanos un día a la semana. Yo estaba en una parada que estaba cerca de un mercadillo de esos y que tenía una entrada bastante angosta. Empezó a llover muchísimo, un chaparrón impresionante, me viene un paisano con una boina y me dice: «¡Oiga, señor!, ¿puede dar para atrás?, que le quiero meter ahí unas cosas en el maletero». Y le dije: «Sí, hombre, sí». Y dice: «No se preocupe, usted no baje que está lloviendo mucho y ya le pongo yo todo dentro del maletero». Pues así lo hice. Le di para atrás como pude y el señor abre el maletero. La señora era una paisana con su pañueleta, vestida de luto. Entra en el taxi, se sienta detrás… ¡a propósito!, el taxi era un Seat Ritmo, ¿te acuerdas?
C: Hombre, ¡qué bueno era de motor aquel coche!
F: El paisano empieza a meter cosas para dentro y yo veo que en un momento dado el coche desciende bastante de la parte trasera, como si se hubiese metido una carga bastante considerable. Se sube, cierra el maletero y dice: «Lléveme a tal sitio». Y resulta que llegamos a una cuesta muy empinada. Empiezo a tirar, a tirar, a tirar, y de pronto siento como si alguien roncara. Miro por el espejo retrovisor, miro a la señora, miro al señor y los dos estaban despiertos. Y otra vez el ronquido pero ya bastante más considerable. De pronto, por la bandeja trasera del Ritmo, que era flexible, empieza a asomar el hocico un cerdo. Empezó a pegar berridos y por la bandeja entró en el coche. Mira, te puedo asegurar que pesaba por lo menos 70 kilos. ¡Me puso el coche de mierda!
C: ¿Y qué hizo usted finalmente con el cerdo, con la señora y con el caballero?
F: Estábamos casualmente llegando a la casa del señor y como pudieron agarraron al cerdo: «Mire, jefe, pare ahí». Allí paré. Sale el cerdo, sale el señor, la señora y todo lleno de mierda. El pobre cerdo se debió cagar todo. El coche no te lo puedes ni imaginar. Pero bueno, eran buenas personas. Yo ya no sabía qué hacer, si reírme, llorar, marcharme, dejar el taxi y abandonar el oficio… La señora llamó a tres o cuatro hijos que tenía; me lavaron el coche de arriba a abajo, por dentro, por fuera, me lo dejaron impecable. El hombre me dio un buen dinero y me pidió perdón.