El ingenio es un valor que no abunda, ciertamente. Pero cuando aparece, se hace ver enseguida. Javier es pastelero en Huesca y fue el que decidió hacer los dulces de escayola para exponerlos en el escaparate, ya que los naturales se le estropeaban sin llegar a vender ninguno. Otras pastelerías de España le han pedido mercancía de este tipo, consiguiendo hacer de ello un negocio. Si es que… hay quienes nacen con una flor…
• ¿DE QUÉ ME HA DICHO QUE CURRA?
Javier
F: Yo me dedico a hacer pasteles.
C: Ya, hombre. Hasta ahí…
F: Claro.
C: Hasta ahí normal, ¿no?
F: Sí, pero es que son de escayola.
C: ¿Cómo que de escayola?
F: ¡Joder!, de escayola decorados. Es que yo tengo una pastelería y no vendo ni un pastel ya hace lo menos seis meses. Entonces en el escaparate pongo pasteles de escayola. Y de cartón de piedra.
C: ¿Al efecto de que no se le pasen?
F: ¡Joder!, al efecto de que aquí parezca que hay una pastelería. Y la gente pasa y los ve. Son de todos los colores; de fresa con nata, una guinda encima… Y los de cartón piedra, esos son más blandos.
C: ¿Y la gente se para a verlos y a comprarlos?
F: Y les hacen fotos y todo.
C: Pero vender, cortito, ¿no?
F: Nada, no vendo ni uno.
C: ¿Y cuánto tiempo lleva usted con la pastelería?
F: Sesenta años.
C: Hombre, pero le ha dado para vivir, ¿no?
F: Sí, a mí también, y a la mujer. Pero yo llevo ya seis años que no vendo un pastel.
C: Pero eso, ¿a qué lo achaca usted?
F: No lo sé. No sé si esto es la crisis o que cada pastel vale trescientas pesetas. Entonces, claro, el mostrador nunca está vacío. Por la noche tengo unos moldes, uno lo hice de hierro, tengo pirulís, tengo uno que son ensaimadas, tengo otro que son largos rellenos… Por la noche los decoro con unas pinturas y les pongo luego una fresa, un poquito de nata, de todo. Entonces el escaparate siempre está lleno. Y roscos y de todo, y brazos de gitano… Puse un brazo de gitano un día y se me olvidó quitarle la funda esa que llevan cuando a uno le ponen una escayola.
C: Y si entra alguien a comprar, ¿qué pasa?
F: Joder, pues entonces yo disimulo, digo que los tengo vendidos, que son de encargo, que vuelva mañana…
C: Y ya se lo hace usted para el día siguiente, ¿no?
F: Entonces los pido y se los doy el día siguiente porque no le voy a mandar uno de escayola que le rompa las muelas. Están todos los dentistas de Huesca detrás de mí deseando que venda un pastel. Y las virutas de San José también las hago de escayola.
C: ¿Cómo son las virutas de San José?
F: Son retorcidas. Se hace con un hojaldre muy retorcido, muy finito. Eso es muy difícil de hacer de escayola. A mí me ha costado el molde. A mí me lo hizo uno de Sevilla el molde; «el piojo», «el piojo de Sevilla». Vive en San Bernardo. ¡Ese era un artista! A mí me mandó el molde y yo lo relleno de escayola muy fina, muy fina, como agua, y a los tres días ya está hecho.
C: ¿Y luego lo pinta?
F: Sí, luego le doy un barniz pero sin brillo. Y le echo por encima como unos granillos que parece la almendra molida, pero que ni es almendra ni es nada. Son como las virutillas esas de madera.
C: ¿Y la gente está orientada?
F: ¡Ah, yo soy muy famoso! Aquí vienen todos los días y me dicen: «¿Has cambiado de pasteles?» Y digo: «No, son los mismos del mes pasado». Y hay algunos que se abren. Como le da el sol al escaparate, coge calor la escayola y entonces se abren. Vamos, tampoco es que se abran mucho pero se ve que el interior no es crema ni es nata ni es nada.
C: Y la última persona que compró un pastel, ¿quién fue?
F: ¡Ojú! No me acuerdo mucho de él. De su hijo sí porque me está buscando hace tres o cuatro meses para darme una paliza.
C: Y dígame una cosa, Javier, ¿y dónde tiene usted la pastelería? ¡Por hacerle publicidad, hombre!
F: No, no me haga usted publicidad que mañana no vendo ni el pan. A ver si se creen que las barras de pan también son de escayola.
C: Ah, bueno, ¿pero hace usted pan también?
F: Yo la tengo en Huesca, pastelería Guara.
C: En el mismo Huesca, ¿no?
F: Sí, sí, en el centro de Huesca. Veintitrés años llevamos abierto. ¡Esto es una maravilla! Tengo la mejor clientela de todo Huesca entera. Los domingos, como cierro por la tarde, es cuando más pasteles dejo en el escaparate. ¡Eso es una preciosidad! ¡Está muy bien, está muy bien!
C: Pues nada, Javier, que me alegro porque me parece imaginativo.
Angel
F: Estoy trabajando en un laboratorio y no sé si sonará a risa, creo que no pero en fin, es de hacer sobre todo análisis de las heces.
C: Análisis de heces, ¡ah!
F: Sí, que se entienda bien, de la caca.
C: Sí, sí, sí.
F: Se me ha ocurrido llamarte porque un día le dije a una señora: «Tiene que traer un poquito, así como en una caja de cerillas, un poquito de caca (para que se entienda) para hacer el análisis». Y ella entendió una caja de cerillas de esas grandotas que había entonces…
C: De cocina.
F: Sí, de esas grandotas. Y digo, voy a comentarles esto para que sepan que hay trabajos de todos.
C: Y dígame una cosa, a usted las heces que le llegan, le llegan recientes o ha pasado ya…
F: No, hay algunas que sí. Hay de todas clases; hay duritas, hay tiernitas…
C: Y qué tiene usted que hacer con ellas: olerías, probarlas… ¿qué hace?
F: No, Carlos, no jodas, ¡hostia!
C: No, es curiosidad científica. A usted, por ejemplo, le llega la persona y le dice: «Hola, vengo a hacerme un análisis». Y usted le da la caja de cerillas y le dice: «Ponga aquí».
F: Bueno, ya hay unos recipientes especiales.
C: Y la manda usted directamente y cuando sale del cuarto de baño vuelve ya con las heces en la cajita.
F: Sí, sí, sí. ¡No sé cómo se apañará para meterlo ahí!
C: Es decir, con humillo o sin humillo.
F: Sí, sí, hay algunas con humillo. Es que ya me muero de risa porque probarlas…
C: Me imagino que habrá perdido usted el olor ya o todavía…
F: No, la verdad es que tengo buen olfato. Me tengo que poner un par de mascarillas, en vez de una, dos.
C: Y luego, ¿qué hace con la muestra?, la guarda…
F: No, ¡eso no es una cosa de recuerdo!
• DE PROFESIÓN, GORILA
Pedro
F: Esto le pasó a un tío mío, hermano de mi padre, de fama de juerguista en Sevilla único. Una noche, después de la juerga, se fue con dos tipas de un cabaré a tomar la última copa a un casino donde él era socio, un casino de la calle Sierpes. Cuando llegó y lo vio pasar el portero lo paró: «Hombre, don Francisco, usted perdone, pero no puede entrar aquí con estas dos señoras de moralidad dudosa». Y dice: «Moralidad dudosa las que están ahí dentro. ¡Estas son putas!»
C: Y entró o no entró.
F: ¡Qué va! Se quedó en la calle.
C: Y dónde era: ¿en el Mercantil o en el Labradores?
F: En el Mercantil.
José Antonio
F: Yo tengo un problema que es mucho más trágico si cabe que el que no te dejen entrar, que es que no te dejen salir, que es peor.
C: Hombre, explíquemelo eso porque…
F: Sí, bueno, yo antes era repartidor y repartía en muchos lugares oficiales. En Madrid llegué un día a un ministerio y al ir a entrar digo: «Vengo a entregar una cosa para este señor». No iba el ordenador y me dijo el guardia civil: «Pasa, pero sal por la misma puerta». Total, que meterse en un ministerio es dar vueltas a lo tonto. Una hora buscando a este señor, nadie sabía quién era y venga a visitar despachos. Cuando fui a salir se ve que habían cambiado la guardia. Yo me iba por la puerta cuando me cogió por detrás, por el pescuezo, un guardia civil, un sargento con el bigote más grande que había visto en mi vida, y me dijo: «¡A ver, pase!» Y yo: «¿Qué pase?» «Pues si no hay pase, usted no sale». Y digo: «Pero oiga, si yo he entrado por esta puerta. Me han dicho que pase…» Todo esto era a las diez de la mañana. Bueno, pues eran las cuatro y media de la tarde. Y otra, bueno, por eso dejé este trabajo, es una vez que fui al CESID y me pasó lo mismo. Vi la dirección… Además, la cosa curiosa es que ponía Clínica Veterinaria no sé qué, la calle, que no la voy a decir… Me fui con la furgoneta corriendo de tal suerte que yo ni miré el cartel ni nada, me metí con la furgoneta para dentro y me sacaron de dentro en volandas. Allí tuvo que venir mi jefe a sacarme por la noche cuando yo no aparecí.
C: Pero vamos a ver, ¿usted no sabía que iba al CESID?
F: No, no, allí ponía en el paquete Clínica Veterinaria no sé cuantos y la dirección. Y yo no vi la puerta ni a un señor que me decía: «¡Quieto ahí!» Yo pasé hasta dentro, hasta que la furgoneta se topó con unas barreras enormes y dije: «Pero bueno, ¿esto qué es?» Pero claro, no me dio tiempo a pensarlo prácticamente y ya estaba en el calabozo.
C: Y entonces, ¿cuánto tiempo le tuvieron ahí dentro?
F: Pues hasta que conseguí demostrar que yo era yo porque eso me resultó difícil. El señor que me atendió, que no sé si era guardia civil o qué sería, me dijo: «Aquí tiene usted que demostrar que usted es usted». Y digo: «¡Pero por Dios, si le estoy diciendo que yo soy yo!» Un diálogo para besugos. Y me dieron de comer, ¿eh?
C: ¡Ah!, le dieron de comer.
F: Sí, sí.
C: ¿Qué llevaba usted en el paquete?, por mera curiosidad.
F: Pues no lo sé porque iba cerrado. No tengo ni idea.
C: Lo cogieron enseguida, claro.
F: El paquete y todo. Vamos, ¡me dejaron en calzoncillos!
• DÓNDE HA LLEGADO, ¡QUIÉN LO IBA A DECIR!
Isabel
F: Yo te quería contar la historia de mi hermano. Mi hermano Armando, con cuatro años, se bebió una botella de Málaga Virgen y el pobre casi se muere, gracias a Dios no. Y toda la familia pensamos que todo lo que le pasó después era consecuencia de la botella famosa. Él estudió muy mal, apenas acabó el bachillerato, era muy desastre, muy desobediente… Pero yo te cuento la historia porque es admirable la estrella que tiene. Es de esa gente que dices: «Es que ha caído en el mundo y ha caído bien».
C: Sí, un parterre en su esfínter anal.
F: Todo el mundo pensaba que no llegaría a nada pero el tío ha hecho un montón de cosas en la vida. Por ejemplo, estuvo en el equipo olímpico de bosleigh español porque, por lo visto, tenía un amigo que le enchufó. Claro, como usted comprenderá, el bosleigh, que es ese trineo que baja por un túnel de hielo, aquí no se practica. Así que voluntarios, pues apuntados van. Y estuvo tres o cuatro meses de gorra en Italia en Cortina d’Ampezzo, que creo que es una estación de lujo. Al cabo del tiempo entró en Telepizza de motero, de lo último que se entra, y a los pocos meses ya estaba en Canarias dirigiendo una tienda y además le invitaron a la final de la Copa de Europa que se celebró en París con dos equipos españoles.
C: Sí, el Valencia y el Madrid.
F: Porque vendió más alitas de pollo que nadie. ¡Esa es la historia de mi hermano!
C: ¿Y ahora qué hace su hermano Armando?
F: Mi hermano está ahora mismo en una empresa montando franquicias.
C: ¡Málaga Virgen!
F: Vive muy bien. ¡Hombre!, yo me alegro porque es mi hermano y le quiero mucho. La botella parece que le iba a marcar y al final yo creo que ha sido para bien.
C: Habrá que tomar Málaga Virgen todos los días. ¡Ves tú cómo una copita de Málaga Virgen va bien siempre!
Javier
F: Este era un chico que el apodo que le manteníamos era «El potrón» porque no era capaz de decir protón y decía potrón. Y se quedó con «El potrón» para toda su vida. Físicamente era chiquitito, delgadito… y cuando alguien describía al hombre de Neanderthal nos fijábamos y decíamos: «¡Coño, si es igual que este!» ¡La misma cara que el hombre de Neanderthal! Le perdí la pista y un día, tendría unos veintitantos años, paseando por la Dehesa de la Villa, veo un corrillo de gente y me encuentro a alguien que está subido en un poste de estos de la luz dando vueltas en la boca. Me acerco a ver quién es y era «El potrón». Y le digo: «¿Qué te pasa a ti?» Y me dice: «Es que me he hecho portor de circo». Y le contesté: «¿Pero qué dices?» ¿Os acordáis de las cadenitas de los coches para que no se marearan?
C: Sí.
F: Pues el padre la tenía porque el niño, en el momento en el que se subía a un coche, echaba unas vomitonas impresionantes. Bueno, pues se hizo portor. Le fui a ver al circo en las Navidades a un avión de esos que dan vueltas y acabó aquel hombre de Neanderthal, «El potrón», colgado con una señorita de la boca dando vueltas y girando como loco de izquierda a derecha. ¡Pero es que es un hombre que vomitaba cuando se mareaba!
C: ¿Y le ha seguido usted la pista? ¿Sabe si sigue en el mundo del circo?
F: No, la última vez que le vi fue en aquel circo. Le saludé, le vi contento y feliz, ya no se mareaba, seguía con la misma cara, seguía sin poder decir protón y me imagino que será eso, si no se ha dejado la cabeza en uno de los mareos.
Manuel
F: Mi historia es sobre una compañera de colegio que destacaba por su físico pero al revés.
C: Era feílla.
F: Delgada, extremadamente delgada y su mote era «La pata canario».
C: «La pata canario».
F: Sí, por la delgadez. Y esta compañera era Esther Arroyo.
Naranjo: ¡Qué buena visión!
C: ¡Pues ya ve usted! Y ahora cuando la ve usted, ¿qué piensa?
F: Ni me mira.
C: ¿Cómo que ni le mira?
F: ¡No me conoce, hombre! Cada uno ha seguido su vida. Yo la conozco porque ella ha tenido su fama. No es que no me mire por desprecio, simplemente porque no se acordará.
C: Claro, no se acordará. ¡Atención, Esther! Si nos estás escuchando, que yo sé que nos escuchas algunas tardes, que Manuel se acuerda cuando eras extremadamente delgadita y luego, ¡ya ven ustedes!, la gente crece.