Y digo yo… ¿para qué se celebran las bodas? Resultan carísimas, producen un terrible estrés, los novios no conocen a la mitad de los asistentes y a los invitados se les hace puñeta al convidarlos, ya que se les fastidia un prometedor y relajante fin de semana tirados a la bartola. ¿Será por eso que hay regalos que están hechos con tan mala leche que provocan hasta el vómito? Porque eso es lo que le sucedió a José Antonio, que arrojó la comida que había deglutido en un prestigioso restaurante español al que había invitado a su querida esposa al ver la factura que superaba el millón de las antiguas pesetas. Dinero mejor invertido es el de José María y su mujer, que tienen varias enciclopedias inservibles para ellos: una sobre Egipto, de doce volúmenes, de la que tan sólo ha leído las primeras páginas y la de El maravilloso mundo de las plantas, inútil si se tiene en cuenta que no tienen ninguna en casa —bueno sí, dos de plástico.
• ¡QUÉ BONITO! (Y AHORA, ¿DÓNDE LO ESCONDO?)
Gonzalo
F: Cuando se casaron mis padres, les regalaron de Valladolid unos candelabros de aproximadamente medio metro cada uno, dorados y con cristalería. Al poco tiempo se casó la secretaria de mis padres y como los candelabros estaban siempre escondidos, se los regalamos. Quince años después se casó uno de la oficina y esos candelabros fueron a parar a otro de la oficina. Y cuando me casé yo, los de la oficina me los regalaron a mí. Al tiempo, en la empresa organizamos un campeonato de golf y dentro de los premios que había pusimos los candelabros y le tocaron a uno, y se los llevó. Cuál fue mi sorpresa cuando el año pasado, en el Rastrillo Nuevo Futuro, al acercarnos, vimos otra vez los candelabros. Esos candelabros yo creo que ya tienen valor porque pronto harán cincuenta años.
• ME HA COSTADO UN… Y PARTE DEL OTRO
José Antonio
F: Me fui a comer con mi mujer a un restaurante en Toledo bastante famoso y afamado y comimos lo normal: cochinillo asado, una sopita de ajo primero y tu postre. Bueno, pues a la hora de la factura, cuando pedí la cuenta, miré la factura y directamente vomité lo que había comido y me desmayé, porque me habían traído una factura de un millón seiscientas cincuenta mil pesetas.
Inmaculada
F: Un día fui a hacer la compra a un almacén. Al llegar a casa y mirar el tique veo que por dos latas de berberechos me cobraban tres mil trescientas cincuenta y nueve pesetas.
C: ¿Por dos latitas de berberechos?
F: Sí.
C: ¿Y eso cómo fue?
F: Volví allí al otro día y le digo: «Mire, ¿no se habrá equivocado?» «No, voy a llamar a un chico». Llamó y dice: «No, no, está bien». «Cómo va a estar bien…» «Sí, es que son de las rías gallegas». Digo yo: «Bueno, pues si llegan a ser de las de Almería o por allá…»
• ¿ESTO QUÉ ES LO QUE ES?
José María
F: Todas las enciclopedias del mundo las tengo yo. Tengo Egipto, 12 tomos, que los puse en el escritorio y ahí están, cogiendo polvo de las momias. Después mi mujer me hizo comprar 14 fascículos de Bienvenido al maravilloso mundo de las plantas, y nosotros no tenemos ni una maceta. Me pongo a ver en una cadena unos anuncios a las tres de la mañana y veo el aparato de Chuck Norris. Me lo compro y aparte de que estuve cuatro horas para montar cuatro hierros, ahí lo tengo, que desde que me casé he engordado 14 kilos.
C: Pero vamos a ver, José María, ¿cómo llegó a sus manos la enciclopedia de la historia de Egipto?
F: Porque mi cuñado tiene una librería y me dice: «Mira, Mani, que esto es muy bonito, que te regalan con esto un armario y un televisor». Pues bueno, ni he visto un vídeo, ni he visto los faraones, ni he visto nada.
C: ¿Y no ha ojeado usted de vez en cuando algún pasaje, pues, Ramsés IV o Akamenón VIII?
F: Amenofis lo leí por encimilla, pero el segundo ya lo empecé y ahí está.
C: Y luego la otra, la de las plantas ¿no?
F: Eso es mi mujer.
C: ¿Pero a ella le gustan las plantas?
F: Bueno, hemos tenido dos plantas, se secaron, y ahora las tenemos de plástico.
C: ¿Y la otra compra cómo fue?
F: El del aparato de Chuck Norris.
C: ¿Y ese aparato para qué sirve?
F: Antes de casarme me dice mi mujer: «No veas el tío que está con el aparato». Digo: «Pues yo me pongo igual». Y me lo echó por unos Reyes hace dos años y empecé a montarlo, tres horas o cuatro, y todavía no lo he cogido porque no sé ni cómo va el aparato ni yo he adelgazado. Al revés, 14 kilos he cogido.