Los villancicos más tradicionales han sido ya versionados, sin ningún tipo de pudor, por uno de nuestros fósforos más recordados. El «ay del chiquirritín» o «hacia Belén va una burra, rin, rin» han subido a los primeros puestos en la lista de las más cantadas, gracias, claro está, a Juan Carlos y su «fdenillio». Piezas que Ramón se pierde ya que su cuñado ricachón se empeña en bajar a los treinta comensales a la calle para ver las morisquetas que hace su coche nuevo. Pero no sólo los temas de Navidad han marcado nuestra historia. Estén atentos al novedoso termómetro que le pusieron en la frente a un militar malherido, tras sufrir un accidente en una playa nudista.
• LA NAVIDAD: ESA «DIVINA» ÉPOCA DE INVIERNO
Juan Carlos
F: La Navidad me gusta mucho, lo que pasa es que cuando nos reunimos los amigos el día de Nochebuena pues todos los amigos están interesados en que yo cante tres villancicos. ¿El motivo?, porque tengo frenillo. No sé por qué coincide que quieren que cante «agge boggiquito agge buggo agge», «hacia Belén va una bugga gging gging» y «¡ay del chiquiggitín, chiquiggitín!». Así que con eso digo todo.
C: ¡Hay que ver la mala idea que tienen!
F: Para nada he tenido nunca complejos pero es curioso. De unos años para acá quedamos unos amigos en casa de un íntimo amigo nuestro y en cuanto llegamos todo el mundo: «¡Venga, los villancicos!» Y digo: «Ya sé por dónde vais». Y venga: «Yo me remendaba, chiquiggitín, agge boggiquito…» No veas, parece que me he tragado una Derbi Variant.
C: Pero vamos a ver, Juan Carlos. Y usted entra al trapo sin problema, ¿no?
F: Sin problema.
C: ¿Cuál es el que más le gusta, el que mejor se le da?
F: Yo creo que ya lo he superado. Los tres.
C: ¿Y canta usted bien además?
F: No, no, canto normal. Me gustaría cantar pero no, no tengo tampoco una voz prodigiosa. Pero lo que es con la erre, vamos. Lo que me faltaba que me llevaran a Gadio Gocío Güeda Gato.
Ramón
F: ¡Por fin ha sonado mi móvil! Me lo han regalado y nadie me llama.
C: No me diga.
F: Es que yo no quiero el móvil pero se ve que lo lleva todo el mundo y van y te regalan un móvil.
C: ¿Y quién le ha regalado el móvil, Ramón?
F: ¡Quién va a ser, quién va a ser! La que hasta ahora manda en casa, ¿me comprende? Mi señora.
C: ¿Para tenerle localizado tal vez?
F: No lo sé, no lo sé. Si yo soy canela, yo vuelvo temprano. Bueno, a la hora que llega todo el mundo. Pero tengo otro problema: tres mil pesetas de regalo que trae la tarjeta, ¿y a quién llamo?
C: También es verdad. Bueno, guárdelas porque eso no se gasta.
F: La Navidad en casa de mi suegra. Imagínese una familia de cuatro varones y cuatro mujeres. Está el cuñado rico que llega todos los años con coche y sale fuera a las diez y media u once de la noche a enseñarte el coche. Tienes que ir, ¿no?, porque no vas a meter la pata. Ves el coche precioso porque ya te digo, un coche de estos de alto standing tienes que ir a verlo. Todo el mundo para dentro, los niños… unos treinta o por ahí. Están los dos que no beben nunca, sólo en Navidad. Once y media o por ahí y ya empezamos a meter la pata. Sí, de diez a once y media; en una hora y media se lo beben todo. Después está la comida. Hay una cuñada en Madrid y otra en Málaga y se ven que comen sándwiches porque cuando llegamos a esos días se lo comen todo, Carlos, todo. O sea, ¿qué es todo? ¡Todo! Se lo beben y se lo comen todo pero, cómo te diría yo, en cantidades industriales. Total, que pasamos una noche de escándalo. Tenemos costumbre de comer pava, pavita. Pues nada, esta dice poularda. Dice: «A mí no me gusta la poularda, hombre. Es que no me gusta. Yo ya la he probado. Yo he estado en Madrid y no me gusta la poularda». «Pues el año que viene poularda». Pues nunca hacemos poularda, gracias a Dios.
C: Nunca.
F: No, nunca. Respeto esa costumbre, pero no la tenemos. Pues nada, poularda a la fuerza. Nosotros comemos pavo, el puchero, nuestro caldo, nuestro consomé de pavo y después lo que se encarta. Y no cantan.
C: ¿Cómo que no cantan?
F: No saben.
C: ¿Cómo que no saben?
F: No saben cantar. Cantan tres veces lo mismo durante toda la noche. Porque a la una se ha olvidado un detalle del coche que hay que volverlo a ver. Estos coches que traen de todo algo se olvida, que el asiento es reclinable pero solamente para el de atrás a la izquierda. «Vamos a ir a verlo». Y veinticinco personas a la calle. Y gracias a Dios existe la misa del Gallo porque nos despistamos.
C: ¿Qué es lo que cantan normalmente?
F: No saben, no saben. «Hacia Belén va una burra ring ring», ya está. Algunos están fuera y no tendrán costumbre de cantar. No lo sé. En fin, esa noche hay que pasarla. Empezamos muy bien. Una cantidad de besos dos veces al mismo porque claro, somos muchos. Sí, ustedes se ríen, pero la noche la paso yo.
Carlos
F: Yo no me llamo Carlos. Además, tengo un caramelo en la boca para que no me conozca la voz mi suegro. Yo la Navidad no la odio, tampoco quiero decir que odie la Nochebuena pero vamos, yo la que paso mal es la cena de Nochebuena.
C: ¿Por qué, Carlos?
F: Os voy a decir una cosa: yo no sé el tiempo que voy a estar hablando con vosotros, un minuto, dos, treinta segundos, cincuenta segundos… Os puedo decir que lo que voy a hablar con vosotros es más de lo que he hablado con mi suegro durante quince años que llevo con mi mujer.
C: ¿Y eso por qué?
F: Porque es un hombre que no habla, no habla. Se fija mucho y te mira mucho, pero no habla. ¿Te imaginas la situación? Llegas a cenar a su casa en Nochebuena y claro, ahora ya tenemos un niño y es otra cosa; el niño desvía la atención, pero antes estábamos solos. Se meten mi mujer y mi suegra a la cocina y nos quedamos los dos solos en el cuarto de estar. Te pones a mirar la tele y por el rabillo de ojo le ves que te está mirando. ¡Y no dice ni palabra! ¡Nada, no dice nada!
C: ¿Y cuándo usted saca un tema de conversación?
F: «Um, ba, ba, uam, ua». Eso es lo que dice, no dice nada más.
C: Es un hombre parco de expresión pero lleno de buenos sentimientos.
F: Sí, es un tío estupendo, estupendísimo. Lo que pasa es que no habla, no habla. Es una situación superextraña porque te sientes observado. Y yo digo: «¡Si no me conocerá ya que llevo quince años subiendo la misma noche!» Y sigue igual. Y ahora con el niño ya es distinto. Además, lo que hablabas ayer con Josemi de lo del palillo, que termina de cenar y se pone el palillo en la boca y parece que te está perdonando la vida.
C: ¿Y no son ustedes más familia? Son ustedes cuatro nada más.
F: Somos los abuelos, mi mujer, yo y el niño, que ya tenemos un crío de once años. Pero antes de que naciese el niño aquello era un vía crucis para mí.
C: ¿Y tampoco canta villancicos su suegro?
F: Pero si no te digo que lo que habla es: «Um, uh, um». ¿Cómo va a cantar villancicos? No canta. Yo cuando le conocí le dije a mi mujer: «Oye, niña, ¿tu padre es español?»
• EL VERANO YA LLEGÓ Y CON ÉL LAS PLAYAS NUDISTAS
Gabriel
F: Te llamo desde Cantabria. Aquí hay una playa muy bonita que se llama la playa de la Arena y está en Isla. Es una playa nudista. Es mixta, hay un poco de todo. El verano pasado fuimos varios familiares a tomar el sol tranquilamente. Venían con nosotros también los niños y el padre de una de las niñas es militar, un teniente coronel muy serio. Se fue con la niña a dar un paseo, se quitó el bañador y andando por las rocas se cayó, tropezó y se hizo una avería en el pie. Primero apareció la niña llorando, corriendo: «¡Mi papá, que se ha caído!» Nos levantamos todos y fuimos hasta donde estaba él. El hombre apurado poniéndose el bañador para que no le viéramos. Le enganchamos, le llevamos y le pusimos en plano levantándole el pie. Se acercó el típico corrillo de gente, no había socorrista cerca. Y en el corrillo se asomó uno y se puso en la cabecera de él, de cuclillas, con la chismómetra colgando. Resulta que coincidió que se le quedaba en la frente. Nos quedamos todos mirándolo y yo pensando: «Coño, le está midiendo la temperatura o algo porque esto es muy raro». El tío todo serio que es él, que es teniente coronel, y con el chisme en la frente quedó un poco duro.
C: Y el despertar del teniente coronel ¿cómo era?, o estaba fijándose…
F: No, si el tío estaba despierto y estaba hipnotizado.
Isabel
F: Te llamo desde Cartagena y aquí hay un campo de nudistas que es «El Portud». Tenemos un amigo que estaba en el restaurante de camarero y generalmente vienen muchos alemanes y franceses pero ya mayorcitos. Las sillas del restaurante son de anea. Mira por dónde va un matrimonio de alemanes, iban cuatro creo, al hombre mayor, al tener que pagar y tener que levantarse, levantaba la silla. Se le había colado un testículo entre la silla de anea.
C: ¡Ay qué dolor! ¡Qué dolor más grande!
F: Y entonces la mujer se agachaba y le iba dando vueltas. Pero claro, aquello se iba inflamando más y el alemán nada más que decía: «Ay, ay, ay, ay».
C: Pero en alemán, ¿no? Pero a quién se le ocurre con una silla de anea… Además, la marca le quedaría bien marcada, ¿no?
F: Pues yo no sé cómo se le quedaría, pero creo que eso fue un espectáculo de miedo que hasta aceite le tuvieron que echar para poderlo sacar.