Han pasado cinco años y aún recuerdo ese matrimonio anciano que estuvo escuchando el mismo bolero durante todo un mes: su hijo marchó de vacaciones y ellos no sabían apagar el aparato de música. Después de escuchar esa historia, creía que resultaba insuperable. Pues no: hay quienes viven auténticas odiseas a la hora de utilizar un electrodoméstico. Manoli sigue sufriendo, desde hace veinticinco años, las descargas eléctricas de su molinillo de café; Fernando no ha convencido aún a sus amigos de que ha visitado medio mundo y ello es porque la cámara de fotos, su único testigo, le hace un corte de mangas cada vez que posa.
Pero quizá pueda tomar nota de la experiencia de Juan: confundió unas cintas de vídeo entre sí y administró a sus sobrinos, en lugar de una plácida película de dibujos animados, todo un recital de cine porno. No es de extrañar que su sobrino mayor le pida cada día «más peliculitas de dibujos».
• DECORACIÓN DE INTERIORES
Francisco
F: Lo mejor de las casas estas son las que te van surgiendo las cosas poco a poco. Eso de entrar en una casa y encontrarte ya para colgar las llaves con la fotografía del pueblo, de esa cartulina que es como las postales… Luego, conforme vas entrando, en el pasillo te encuentras la paellera con el tenedor y la cuchara cruzada: «Recuerdo de Cullera». Y ya cuando entras al salón y ves encima del televisor la foto del hijo militar de hace treinta años con la folclórica al lado y la muñeca militar… ¡Vamos, eso ya es tremendo!
C: Es fantástico eso, ¿verdad?
F: Eso es fantástico.
C: No me acordaba yo, verdad, Francisco, la paellera con la cuchara cruzada.
F: ¡Hombre!, además, le falta media docena de granos que se le han caído ya.
Daniel
F: Mi mujer es muy amante de la decoración. Estuvimos siete años casados y no teníamos niños y fuimos a Italia, a Venecia… y ella muy amante siempre de traer un recuerdo de cada sitio. En Venecia le debió de hacer mucha ilusión la góndola y compramos una góndola enorme que tenía música, ¡era fabulosa!; aquella góndola era de las pocas que había allí, valía un capital. Lo curioso es que íbamos en motocicleta grande y me costó muchísimo trabajo apretar el equipaje por no romper la góndola. Solamente se rompió la vara del gondolero. Pero bueno, tanta ilusión le hizo y tan bien veníamos de contentos que la puso encima de la tele. Hasta que un día, ella presume mucho de decoración, compra todas las revistas, evidentemente, pero todas, absolutamente todas, y bueno, todo lo tiene siempre con un poco de gusto, dice ella… pero aquel día estaban dando unos consejos para la buena decoración, lo que se tendría que evitar y el mal gusto dónde estaba y pusieron como ejemplo que lo de poner la góndola encima de la televisión era lo más nefasto que se podía hacer en decoración. Desde entonces agarramos tal cabreo que la góndola ya no la he vuelto a ver más por la casa. ¡Era una góndola espectacular, vamos!
C: Pero ¿y cómo trajo usted una góndola en moto desde Italia?
F: Fue increíble porque teníamos que ponerle cajas para poder apretarlo. Nosotros viajamos mucho. También estuvimos en Turquía y trajimos veinticinco kilos de «kilins» con dos alforjas. Nos engañaron porque los «kilins» yo creo que los ponían en la puerta de la tienda para que los pisaran los guiris y cuando nos los trajimos nosotros nos los cobraron bien caros.
C: Pero eso en una moto, ¿es un poquito incómodo, no?
F: Pues sí, pero estamos muy acostumbrados a viajar en moto. Era una motocicleta muy grande y estábamos acostumbrados. Llevábamos buen equipo y lo hacíamos con frecuencia.
C: ¿Y qué otra joya tiene su señora en casa?
F: La Torre Eiffel. Tenemos de todo. Nos hemos movido mucho por Europa, y de todas las ciudades tenemos lo más representativo. Aquí, hasta ahora, los oyentes siempre critican al amigo, al vecino, y en este caso digo: «Hombre, voy a llamar yo para criticarme a mí mismo».
C: Tiene usted la Torre Eiffel. ¿Y cómo es la Torre Eiffel que tiene?
F: No, es que no sólo tenemos una. Tenemos varias porque siempre compraba y se iba superando. Decía: «Esta es más bonita todavía y más dorada». Y entonces hay de todas formas. Y sobre todo en moto. Todos estos viajes los hemos hecho siempre en moto.
C: ¡Qué maravilla!, ¡qué maravilla, Daniel!
F: Pensó en poner una vitrina para todas estas cosas de recuerdos, lo que pasa es que ya no llegó la cosa a tanto porque parece ser que eso ya en decoración no queda bien y lo hemos olvidado.
Manuel
F: Qué tal, ¿cómo estás, Carlos?
C: Muy bien, muy bien. Echando un día muy bueno.
F: Me alegro de oírte, a ti y a Naranjo.
C: Gracias. ¿A los demás no?
F: A los demás es que no les conozco. Yo es que soy Manolo, del Dúo Sacapuntas.
C: ¡Hombre, Manolo! Cuánto me alegro de saludarte, hijo, ¡qué alegría más grande!
F: Por eso os saludo a los dos. A todos los demás también pero a vosotros porque os conozco personalmente.
C: Muchas gracias, Manolo. Cuéntanos, cuéntanos… ¿tú habrás conocido maravillas por ahí?
F: Sí, pero es que tengo una anécdota que te quería contar porque te oigo todas las tardes que puedo. Es una anécdota que me ocurrió en la casa de un amigo mío de Madrid. Yo estuve un tiempo trabajando ahí en Madrid, en Renfe, y este hombre me invitaba mucho a su casa a dormir. Era un manitas y en la cabecera de la cama tenía, tú imagínate, como un armario empotrado y con un cristal por delante y dentro había luces y muchos pájaros, pero pájaros disecados, con arbolitos, con ramas, con todo eso… Era una habitación interior y para que diera la sensación de que estaba en el campo había puesto allí unas cosas muy raras, con luces que se iban iluminando… ¡Aquello era la hostia de bonito! Aquello era el despertador.
C: ¿Ah, sí?
F: Él lo ponía, por ejemplo, se tenía que ir a trabajar a las siete de la mañana a Renfe. A las seis menos cuarto o por ahí lo ponía en hora y entonces empezaban los pajaritos; en vez de sonar la alarma del despertador, sonaban los pajaritos cantando.
C: Pero así, pío, pío, pío.
F: Sí, sí, sí. Uno pío pío; otro pío pío más grave… Allí había por lo menos diez o doce pájaros en las ramas y aquello era digno de ver.
C: Bueno, qué cosa más maravillosa; ¿cuando encontraba alguna muchacha y se la llevaba y pasaba la noche la muchacha…?
F: No, no, el problema es que me invitó a mí. Yo no sabía de qué iba el tema. Se oía la radio también, pero bueno, cuando él se iba a despertar por la mañana tenía su volumen y entonces los pájaros sonaban. Y me invitó a su casa porque yo estaba allí solo. Total, que yo me quedé allí y yo no sabía de qué iba la película. Yo me duermo y a las seis menos cuarto, se supone que le habría dado mucho volumen a aquello, empezaron los pájaros a sonar. Yo no sabía del tema y me pegó un susto de la hostia.
• LOS ELECTRODOMÉSTICOS, APARATOS ENDEMONIADOS
Rosario
F: Yo no soy muy experta tampoco pero mi madre, cuando le pusieron el contestador de Telefónica, salía la operadora: «Para salir, marque el cero». Mira, cada vez que se iba a la calle marcaba el cero.
C: ¡No puede ser!
F: Sí, es verdad. Y un día se salió y no lo marcó y volvió: «¡Ay, que no he marcado el cero!» Eso es verídico. Y de esas tengo montones, lo que pasa es que ahora no me acuerdo.
C: Es decir, que su madre con los electrodomésticos se lleva relativamente mal.
F: No, casi con el teléfono. Con los electrodomésticos lo lleva medio bien pero el teléfono… Y otra señora de aquí vecina, también con el teléfono cuando la operadora esa, llamó a su hijo y dice: «Mira, Paco, que he llamado a tu casa y me ha dicho una mujer que no estabas. ¿Esa mujer quién es?»
C: ¡Qué cosa más bonita!
Juan
F: Los vídeos y yo estamos regañados. Vamos, nos insultamos, nos pegamos, nos hacemos de todo. Me compré un piso de segunda mano y yo no sé si mi vecino, que era muy salido, recibía películas porno en casa. Recibí una película que era a nombre de mi vecino. Dije: «Yo la película esta la voy a utilizar, voy a grabar encima». Estaban echando películas de niños y dije se la voy a grabar a los niños y cuando se junten en algún cumpleaños se la pongo. Cogí el mando a distancia porque era un vídeo de estos que se hacía todo con el mando a distancia, empecé a programar y a programar y metí la película porno para que se grabase la película de dibujos animados. Al par de semanas celebramos un cumpleaños en casa y dije: «Para que estén los niños callados y tranquilos y que nos dejen tranquilos a los mayores les voy a poner la película de dibujos animados». Estábamos los mayores hablando, charlando, y yo pensaba: «¡Los niños qué callados están!» Yo pasaba por el cuarto de estar donde estaban los niños y los veía a todos quietos mirando la televisión. Y yo decía: «¡Joder, qué callados están!» Y yo iba a la cocina y entraba y salía. Y una de las veces que salí vi a un sobrino que entonces tenía doce años, con la boca abierta y señalando al televisor. Digo: «¿Qué estarán viendo estos niños?» Cuando ya me puse a mirar al televisor, ¡Dios mío de mi vida! Allí se veía de todo menos dibujos animados.
Naranjo: Y se sentó usted con los niños, ¿verdad?
F: No, no, no. A mí una se me iba y otra se me venía. Y menos mal que eran los niños pequeños, que el mayor tenía doce años, que si llegan a ser mayores, yo no sé qué hubiese pasado. Y claro, el sobrinillo de doce años cuando llamaba por teléfono decía: «¡Tío, que voy a ir a casa! ¿Me pones una película de dibujos?»
Inma
F: Tengo una amiga licenciada en Farmacia, para más señas, que para apagar el vídeo, y os prometo que es verdad, baja la palanca de los plomos. No sabe cuál es el stop. Se levanta, apaga los plomos y se queda tan fresca. Y después, el otro polo opuesto es mi cuñada, y está enganchada a Betty la Fea, no se pierde un capítulo. Un día está viendo el capítulo y se va la luz. Dice: «Niña, sube la palanca». Sube la palanca y al minuto vuelve a irse la luz. Dice: «¡Niña, sube la palanca pero mantenla bien fuerte para que no se baje!» Claro, quemó toda la instalación eléctrica.
C: Pero, dígame una cosa, Inma, cuando quita los plomos también se va el congelador, ¿no?
F: Hombre, ¡se va todo, claro! Pero ella se queda tan tranquila porque ya ha apagado el vídeo.
Rosario
F: Yo el problema lo tengo con un equipo de música. No sabemos por qué razón vivimos con «los otros» en mi casa porque todas las madrugadas, a eso de las cuatro de la mañana, como se nos haya olvidado desenchufarlo… Imaginaos lo que es una casa de tres plantas, nueva, los niños están muertos de miedo y no se quieren mover de la casa. Llegan las cuatro de la mañana, empieza a sonar Raimundo Amador y son y treinta y cinco y a ver quién baja a apagar el equipo de música, porque todos pensamos que aquello es un vampiro o es un monstruo que está en el salón. Bueno, pues eso es todos los días, todos los días, todos los días. Cuando se nos olvida desenchufarlo nos pasa.
C: ¿Y a qué lo achaca usted?
F: A que uno de los niños ha programado algo y ahora no sabemos cómo se quita. Eso es seguro. Eso se programa.
C: Y qué es lo que se conecta, ¿la radio o el compact disc?
F: Se conecta… No sabemos, Raimundo Amador.
C: ¿Y alguna más?, porque claro, en una casa en la que pasa eso tienen que pasar más cosas.
F: En mi casa lo que nos pasó muy divertido con un microondas, que yo también considero que son infernales, es que nos compramos un microondas digital modernísimo. Llegamos a la casa con un niño chiquito de tres meses y otro de dos años y cargando con un microondas que pesaba aquello como veinticinco kilos. Lo instalamos en la cocina y aquello que no arranca, que no arranca, que no funciona. Vamos a coger a los niños, vuelve a abrigar a los niños, vuelve a coger el carrito, vuelve a coger el microondas, vuélvete al Makro, aguántate la cola, vuelve a cambiar el bicho… Llegamos a casa y otra vez que no funciona. Y me llega mi hijo con dos años y me lo pone en marcha. ¡Y no le pasaba nada! Lo que pasa es que había que poner el reloj antes de enchufarlo.
Eva
F: Yo no tengo problemas con los aparatos. Yo con la lavadora estupendo, con el horno estupendo, al vídeo no me arrimo, nos miramos mutuamente pero no me he arrimado jamás y no me arrimaré. El problema es con el ordenador de mis hijos. Ellos están todo el día escuchando música, yo les veo y digo: «¡Oye! ¿Yo también podría escuchar música por aquí?» Dice: «Pues claro. Le das a la palanca, mete el compact…» Bueno, yo tenía un disco de Andrea Bocelli de hacía mucho tiempo que me gustaba. Lo meto, lo escucho, se termina, saco el compact, le doy la vuelta, lo meto y aquello pone: «Disco vacío». Digo: «¡Ya me he cargado el ordenador! Bueno, pues lo apago, me voy, y cuando vengan del colegio me callo, no digo nada y espero a ver qué pasa». Llegan del colegio, ponen la música, nada, estupendamente. Y yo al día siguiente vuelvo otra vez con el disco, lo escucho, le doy la vuelta y aquello a la vuelta no funcionaba. Y ya digo: «Oye, ¿por qué vosotros podéis escuchar la música y yo no?» Y dicen: «¿Cómo que no?» Digo: «Sí, se acaba una cara, le doy la vuelta y no se escucha». Y dice: «¡Mamá, si lo cuentas en algún sitio nosotros negaremos que eres nuestra madre!» Yo no sé si eso es muy peligroso o no, pero me he tirado una semana con el compact dándole vueltas y eso no funcionaba.
C: Es que el compact sólo lleva grabación por un lado.
F: De eso me enteré yo después. Los discos de antes, los de siempre, les dabas la vuelta, una cara, la otra cara y estupendo. Y estos no hay manera. ¡Hombre!, ya he descubierto que no se puede dar la vuelta pero no lo entiendo, ¿eh? No entiendo por qué por el otro lado no lo puedo escuchar.
C: ¿Y por qué con el vídeo no lo ha intentado?
F: ¡Ah!, no, no, no me arrimo, no. Eso es algo que yo soy negada para ese tipo de aparatos. Encima de la mesa del comedor hay una caja con un montón de mandos a distancia. Yo solamente utilizo el de encender y apagar la televisión.
Fernando
F: Con los electrodomésticos, con el único que me llevo realmente mal es con el vídeo, porque siempre eso de que te corten el último cuarto de hora de la película, como que al final no lo utilizas. Pero lo que realmente me va mal es con la cámara de fotos.
C: ¿Ah, sí?
F: Sí, porque voy a Kenia, estoy haciendo las fotos a los leones y luego resulta que no hay carrete. Voy a Perú, estoy en el Titicaca y se vela el carrete. Estoy en Iguazú y no hay pilas. Vengo de Marruecos, todo va bien y cuando entrego el carrete en la tienda resulta que se han velado. En el camino de Santiago ya no la saqué de la mochila porque sabía lo que me iba a pasar.
C: Pero porque es usted un poco torpe con la máquina o tiene mala suerte; ¿a qué lo achaca?
F: No, es una máquina muy buena y al ser tan buena tiene muchas cosas. En Austria resulta que había poca luz, entonces todas las fotos salían mal porque necesitaba flash. ¡Es complicadísimo lo de la cámara de fotos cuando es un poco buena y no es automática!
C: ¿Y ha pensado usted en la cámara digital?
F: No. Precisamente me han intentado regalar una cámara de vídeo. De vídeo no la quiero y digital tiene más teclas, entonces no quiero. Al final he decidido traer el recuerdo en mi cabeza.
C: El paseo suyo por el Kilimanjaro, Iguazú, Austria… todo eso, ¿no tiene usted testimonio gráfico?
F: No, la gente no se lo cree.
Manoli
F: Yo para difícil y asqueroso, un molinillo que tengo de café. Es lo más asqueroso que te puedes echar a la cara.
C: ¿Pero por qué?
F: Yo soy muy cafetera, la verdad como es; además, me gusta un café que viene en grano y tengo que molerlo. Llevo veinticinco años con un molinillo que todavía no nos hemos entendido ni él ni yo. Mira, le pongo el café, le doy al botón, me da calambre. Le paso el molinillo a otro, le da y me lo muele. ¡Cada vez que lo toco me da calambre! ¡Asqueroso!, no veas. Estamos en una lucha. Digo: «¡A ver quién aguanta más! ¡Si te rompes, te tiro!» Como no se rompe, no lo tiro.
C: ¿Y lleva usted veinticinco años con el mismo?
F: Sí, ahí está. Ya no me acuerdo ni qué marca es porque se le ha borrado. Así que asqueroso.
C: ¿Y ha pensado usted en la posibilidad de comprarse otro?
F: Como le dejo para jubilar si el pobre funciona… Mal pero funciona.
C: ¿Y por qué parte le da calambre?
F: ¡Coño, por el botón!
• YA LO ARREGLO YO
Inma
F: Voy a ver el salón de una casa que estábamos haciendo y veo un agujero enorme. Le digo al de la obra: «¿Y esto qué es?» Y me contesta: «Es la toma de la lavadora». Y le digo: «¿Es que se ponen ahora las lavadoras en el salón?» Y me responde: «Es que es donde más espacio tiene usted». Después, para el riego en el patio me pusieron un grifo y veo que sale el agua caliente. Como estaba en un sitio cálido pensé: «Bueno, será que le da el sol». No, es que el grifo de regar las plantas era de agua caliente. Y la última, la bañera estaba puesta al revés; en un lado caía el agua de la ducha y el desagüe estaba al lado contrario. Le digo: «¡Esta bañera está al revés!» Y contesta: «No, es para que mientras se duche usted vea cuándo deja de salir mugre».