En la siguiente visita vivirán las más cómicas y desternillantes situaciones que acontecen dentro del núcleo familiar: antojos, la selección de nombre del niño, la niña que se echa novio por primera vez, los hijos gorrones que no se van de casa de sus padres o, viceversa, padres que no se van de casa de sus hijos. Incluso conocerán a los más mimados animales de compañía. La anécdota, sin ir más lejos, de la madre primeriza llegó a convertirse en un chiste popular, y no olvidamos al pobre Alejandro que, desde el nacimiento de su niño —ahora tiene veinte años—, nunca volvió a dormir. El caso es que no sabemos si es peor ver cómo tu mujer se tira del coche a la carretera para comer alquitrán en un ataque de antojo prenatal o imaginar a ese pobre padre inexperto que limpió el culito de su bebé con la escobilla del váter. En fin, siéntense y empápense del espíritu de los fósforos.

• PEPE, ¡TENGO UN ANTOJO!

Ángel

Fósforo: Tenemos tres niñas y a mi mujer nunca le ha dado por antojos extraños. Pero en la segunda fue increíble. Íbamos en el coche, en carretera, había unas obras y estaban alquitranando. Ni corta ni perezosa, me dice que pare el coche que se quiere tirar al suelo y comerse el alquitrán. Fue increíble. El olor del alquitrán sí es agradable, ¡pero se quería tirar al suelo y tuve que parar el coche! Le dije: «Chica, pero ¿dónde vas? Estate quieta».

Carlos: ¿Y no llegó a pasarle la mano siquiera?

Fósforo: Sí, sí, si se agachó y tocó el alquitrán, pero que se lo quería comer y la tuve que sujetar y decirle: «Pero ¿dónde vas muchacha?, que esto es alquitrán y no un pastel». ¡Menos mal que después la niña no me salió negra!

Javier

Fósforo: Como esto de los antojos me coge a mí de lleno, digo, pues voy a llamar a mi amigo Carlos y compañía.

Carlos: Claro, porque usted es el pastelero que da los antojos de las que tienen antojos, ¿no?

Fósforo: Exactamente. Pero esto no es por la pastelería, no. Mi mujer ha tenido cinco hijos y me parece que fue con el segundo, que yo no sé si era un antojo o ganas de darme morcillas fritas que tenía la mujer… Un día estaba de tres o cuatro meses y me dice: «Te tienes que sentar a dormir en la mecedora». Teníamos una mecedora en el dormitorio muy bonita y me senté a dormir. Y digo: «Bueno, mañana ya se le habrá pasado». ¡Cuatro meses en la mecedora, cuatro meses hasta que parió! Me levanté el último día con la espalda como una alcayata.

Carlos: Pero ¿por qué le dio…?

Fósforo: Porque decía que era un antojo suyo y además, la primera hora en la mecedora leyendo. Le leía los tres o cuatro periódicos que compraba, el Marca… todo, todo, todo lo de deportes le gusta a esta niña. En el segundo parto yo tenía un gramófono muy grande alemán y grababa muchos programas de radio que nos gustaban. Estuvo seis meses escuchando Matilde, Perico y Periquín. Tres horas escuchando Matilde, Perico y Periquín. Me sé de memoria todos los capítulos. Y yo sentado en la mecedora, porque ya en la cama no la podía aguantar. Había puesto el gramófono ese que era enorme de grande, de estos de bovina de cinta muy grande antiguo, un Telefunken. Lo había puesto en la mesilla de noche, al lado mío, claro. Y yo dije: «Nada, con esto ya se le habrá pasado». En el cuarto embarazo habíamos estado de veraneo por ahí abajo y en el quinto mes, a las tres de la mañana, la primera vez me lo dijo por la noche: «Yo quiero agua de botijo». «Pero niña, que voy a la nevera y te traigo un vasito de agua fresquita, le pongo un poquito de limón». «Yo quiero agua de botijo». Digo: «Esta niña me va a parir aquí si yo no busco un botijo». En Huesca en aquella época había botijos pero muy pocos y a las tres de la mañana menos. Así que me recorrí medio Huesca y volví sin el botijo. Y cuando ya estaba a punto de parir, faltaban seis días o siete, que quería parir en una tumbona en la playa, en Comarruga, que veraneábamos allí de vez en cuando. Dice: «A mí me hace mucha ilusión parir a las seis de la mañana mirando el mar». Así que ya lo sabe usted. Que yo no sé si mi santa tenía antojos o ha tenido ganas de darme morcilla frita durante cinco embarazos.

Carlos: Pero luego se han llevado muy bien y todos los chiquillos en casa…

Fósforo: Buaaaaaa, yo la quiero… y a mis niños no veas, qué te voy a contar. Yo tengo una familia maravillosa y mi mujer es el encanto más grande que hay en todo el mundo entero. La quiero más que a mí mismo. Pero vamos, que a las tres de la mañana buscar un botijo en Huesca, en el mes de octubre, no creas tú que es para escribirlo en el libro Guinness.

José Luis

Fósforo: Yo me casé con una mexicana y sigo casado. Tengo cuatro hijos y una hija. Pues al quinto o sexto mes, a la señora le tenía que cantar rancheras. Había que darle a Mejía, algo de Jorge Negrete, Pedro y el último el Fernández.

Carlos: Y las tenía que cantar usted, ¿no valía un disco?

Fósforo: No, no, tenía que cantarle yo. Y cuando desafinaba se cabreaba y lloraba.

Carlos: ¿Y qué tal canta usted las rancheras, amigo?

Fósforo: Empieza a llover. Yo cuando fui a Andalucía, porque nací allí pero viví mucho tiempo en México, en el año de sequía empecé a cantar y en un mes llovía a cántaros.

Carlos: ¿Y se aprendió usted las letras de las rancheras y todo?

Fósforo: Eso sí, todas las letras me las aprendía.

Carlos: ¿Y cuál es la favorita de su esposa?

Fósforo: Volver, volver, que es con la que se quedó embarazada.

Carlos: ¿Y se lo pedía así tal cual?

Fósforo: Así tal cual, y cuando tenía que gritar: «Y volver, volver…» no veas, parecía eso una jaula de grillos.

• MADRE POR PRIMERA VEZ

Mari Carmen

Fósforo: Cuando tuve mi primera hija, al darme el alta en el hospital me dieron un informe con lo que le tenía que dar. Entonces, la primera visita al pediatra, como estaba muy cercana de la casa de mi madre que era donde estaba yo, me fui sin niña. Yo dije: «¿Para qué la voy a despertar?, si total, para que me recete lo mismo, pues voy yo sola». Llego, el pediatra muy serio me dice: «¿Y la niña?» Digo: «En casa». Y responde: «Pues allí puede estar». Y le contesté: «Es que, como sólo tiene que recetarme esto…» «¡Pero señora!, si es la primera vez que viene con la niña». Y le digo: «Bueno, bueno. Mire, vivo ahí, ahora mismo vengo». Llego con la niña, me siento y me pregunta: «¿Y qué tal está?» Y le respondo: «Hombre, bien. Me tiran un poco los puntos». Y coge la enfermera y me dice: «Usted no, la niña».

Carlos: ¿Y cómo acabó la visita, Mari Carmen?

Fósforo: Bien, bien… bueno, yo debajo de la mesa porque no sabía ni dónde meterme de la vergüenza. Luego, en las posteriores visitas, como tienes que ir al pediatra, al traumatólogo, a este especialista, al otro… llamaba por teléfono: «Mire, que quiero que me den para Elena Pérez». Y me decía: «¿A qué hora le damos, a las doce?» «¡Ay!, es que me toca darle el pecho». Y contestaba: «Pues a las doce y cuarto». «¡Es que no he terminado todavía!» «Pues entonces, a las doce y media.» «¡Ay, por Dios!, es que voy a andar un poco…» «Pues entonces ¿a qué hora quiere que le demos señora?» Claro, es que a mí me daba apuro porque tenía que darle el pecho a la hora exacta, siempre a la hora exacta y como me dieran cita para esa hora yo ya no podía ir al médico.

Rosa

Fósforo: Yo tengo dos anécdotas rapiditas. Una es de mi marido y otra de mi hermano pequeño. Mi marido tiene cuarenta y siete años y en aquellos tiempos de posguerra a mi suegra le nació el primer niño. Todo el mundo daba teta pero ella no tenía teta y entonces le mandaron leche condensada. Como es tan roñosa y sigue siendo roñosa, un poco más y me quedo sin marido en aquellos tiempos. El niño se estaba muriendo y cada día estaba más «encojinado» y chiquitito y es que para que le cundiera el bote de leche condensada le añadía agua. Y al final se dieron cuenta de por qué el niño estaba «enritanaíto», como los de Biafra. Ella lo cuenta con mucha pena hoy día: «Como valía tanto, para que me cundiera le añadía agua. Estaba dulce y para adelante». Y la segunda es que nos quedamos sin madre cinco niños, todos chiquititos. Mi padre nos ha querido mucho pero ha sido muy asqueroso. Es de los hombres que no podía soportar la caca de un niño. Fabricaba niños, pero nunca ha soportado la caca de uno. Un día que no estaba la tata entramos en el patio y vemos a mi padre; en un pueblo de Toledo que vivíamos, mi madre murió en febrero, imaginaros el frío que haría. El niño con dos años desnudito en la pila de lavar y mi hermana y mi padre con la escobilla del váter limpiándole la caca al niño.

Carlos: ¿Y su suegra es, digamos, un poco «echá pa’trás», no?

Fósforo: Eso sí, eso sí, hijo mío. Eso no podemos sacar cuenta y siempre lo dice: «Ya lo sé, pero es que pobrecito mi niño…» Mi marido lo que le queda de pena en esta vida es que en vez de tener un hermano de leche tiene una vaca de leche, porque dice que gracias a una vaca está en el mundo.

• ¿QUÉ NOMBRE LE PONEMOS?

Antonio

Fósforo: Tengo por aquí el apellido de un amigo mío que es Guerrero Valiente. Y luego tengo una historieta, y es que casi no me la creo ni yo. Mi madre es enfermera de un ambulatorio de Cornellá y había una mujer, una paciente, que se llamaba «Coño Pelado». Yo no sé si será verdad, hasta a mí me cuesta creerlo. Por lo visto, las enfermeras pasaba una, pasaba otra, porque nadie se atrevía a llamar a la señora. Entonces, después de media hora discutiendo, salió una y dice: «¿Señora Coño?» Y la señora dijo: «Y Pelado».

Reyes

Fósforo: El guardés de una finca que teníamos en Salamanca tenía tres hijos. El primero se llamaba Jesús, el segundo José y la tercera María. Y cuando se quedó la mujer embarazada mi madre le preguntó: «¿Y a este cómo le vas a poner?» Y le dijo: «Susdoy». «¿Pero cómo le vas a llamar Susdoy?, ¿qué nombre es ese?» Y contestó: «Hombre, señora, ¡Jesús, José y María, Susdoy el corazón y el alma mía!»

Carlos: ¿Pero se lo llegó a poner o no?

Fósforo: Sí, sí, desde luego el cuarto se llamaba Susdoy. No sé cómo lo registraría pero el niño se llama Susdoy.

• NIÑOS QUE NO DUERMEN… (¡SÁLVESE QUIEN PUEDA!)

Alejandro

Fósforo: Si usted se encuentra conmigo por la calle y ve a un tío con unas ojeras negras, negras, negras, como el sobrino de Nosferatu, ese soy yo. ¡Una cosa mala! Yo tengo dos hijos pequeños, tengo una hija mayor, pero vamos, esa pasamos sin pena ni gloria porque era una malva. Pero los dos pequeños tienen tres y un año. El mediano nació con una intolerancia a las proteínas de la leche de vaca, que usted como médico sabrá que es un niño que coma lo que coma le va a sentar siempre mal. Y llorar, la verdad es que no son llorones mis hijos, pero chillar, chillan día y noche. Incluso cuando ya se le detectó el problema y se le corrigió y ya el niño estaba haciendo la alimentación debida, el tío le había cogido gusto y ni a sol ni sombra dormía, ni dejaba de chillar ni nada que se le pareciera. Luego vino Guillermo, y como una tumba, ¡madre mía qué niño!, ¡ya podría aprender este niño de Guillermo, del que ha aparecido, qué maravilla! Duerme, come, no da un ruido, no llora, absolutamente nada. Fue cumplir dos años y medio, el mediano dormir la noche entera y de un día para otro cogió el relevo el pequeño, pero con mucha más fuerza. Médicos, neurólogos, absolutamente todo. Y ya estamos nosotros con el psiquiatra y hemos llegado a la conclusión de que lo que quieren es hundirnos.

Carlos: Pero dígame, Alejandro, en el caso de su niño, si usted le deja llorar tranquilamente y se duerme con cierta placidez, ¿el niño no se cansa?

Fósforo: El niño se sube encima de mí y salta. A mí no me deja dormir. Vivimos en el campo y tenemos un pastor alemán que es como una oveja con aspecto fiero, un perro muy manso. Solamente se callan los chiquillos cuando les sacamos a la calle a las tantas de la noche y les decimos: «¡Pues vas a dormir con el perro!» Y les dejamos en la puerta con el perro y ya es cuando se callan, hasta la siguiente hora u hora y media, porque luego ya vuelta a empezar.

Carlos: ¿Y así lleva usted cuánto tiempo, Alejandro?

Fósforo: Hará en agosto tres años.

Carlos: Y luego son niños que durante el día son plácidos, tranquilitos y vienen las visitas…

Fósforo: Son como cabras montesas porque no duermen ni de día ni de noche. Están todo el día en danza.

Carlos: ¡Ya cambiarán!, no se preocupe.

Fósforo: No, no, si aquí tenemos todo el tiempo del mundo. Otra cosa es que nosotros duremos.

Javier

Fósforo: A mí me pasaba con mi hermana, que ahora ya tiene dieciocho años, mide casi 1,80. Cuando era pequeña, la única forma que había de dormirla era cuando yo la cantaba canciones de la Guerra Civil, himnos militares… Era la única forma. Y no solamente ha dado resultado con ella, sino que luego con otros hijos de amigos les decía: «Sí, sí, trae a la criatura». Lo mismo le daba Puente de los Franceses, ¡Ay, Carmela!, Novio de la muerte, Vino la legión… lo mismo le daba pero se dormía.

Carlos: Y luego de mayor ¿eso no le ha creado ninguna dependencia?

Fósforo: Nada, ningún trauma a la chiquita, ningún trauma.

Carlos: Y no falla, ¿no? Es decir, usted le cantaba Montañas nevadas y caía redonda.

Fósforo: Montañas nevadas, Banderas al viento, Letras, letras, lo que fuera. Un día el Novio de la muerte, otro día Puente de los Franceses, el himno de la legión, lo que fuera. Y la niña se dormía. Tengo dos hermanas y una lloraba por todo y la otra lloraba por nada.

José

Fósforo: Yo tengo una niña que es celiaca, padece intolerancia al gluten. Hasta que descubrimos eso, imagínate lo mucho que pasamos.

Carlos: Sí, pobrecitos, lo pasan regular esos chiquillos.

Fósforo: Regular nada más. Lo peor, nosotros, que no sabíamos a qué atenernos. Como la niña no dormía, pues fatal. Pero cuando ya empezamos a tratarla y tenía sus dietas, nos encontramos con que la criaturita se ha acostumbrado tanto a nosotros que sólo duerme con nosotros, y en brazos, y etcétera. Es soltarla en la cuna y al rato: «Bua, bua, bua, bua…» Y eso no es llorar, eso es berrear, eso es horroroso. Así fue pasando el tiempo, dormía mejor, dormía peor, pero cuando llega al casi año y medio o dos añitos ya no duerme. Ya no duerme y lo peor de todo es que, además, si duerme, duerme en mi cama, con nosotros.

Carlos: ¿Qué tiempo tiene ya la chiquilla?

Fósforo: Ya está en dos años y medio. Pero verás, esto es muy bueno. Es que no puede dormir en nuestra cama con nosotros dos por más grande que sea la cama, porque mi hija duerme horizontal, pero horizontal perpendicular a nosotros, o sea, no la puedes meter en medio. Eso se lía a dar patadas, macho, y parece que te ha trincado el defensa del Bayern de Múnich y unas patadas a los riñones, pum, pum, pum, pum y llega un momento en que nos levantamos los dos corriendo: «¡Me cago en sus muertos!» Pues bueno, al final qué es lo que pasa. Al final, lógicamente, se sacrifica uno y al sofá. ¡Llevo ocho meses durmiendo en el sofá, Carlos!

Carlos: ¿Y qué tal se duerme en su sofá, José?

Fósforo: El sofá es un sofá cama. Esto está más duro que el cuerno de una persona mayor. En ese sofá yo hago prácticamente toda mi vida. Aquí veo la tele, aquí mantengo mis cositas con mi esposa cuando puedo, aquí hacemos de todo. Pero a la habitación no se puede pasar, no se puede ir al baño porque se despierta. ¡Horroroso, Carlos! Bueno, ¡pues he descubierto cómo dormir!

Carlos: ¿Cómo?

Fósforo: Me voy a ese pedazo de farmacéutico y me dice: «Mira, si estás muy desesperado, aquí hay una cosita. Llévate esto». Yo me lo llevo. Es un botecito pequeño pero mejor eso que un martillo. Me pongo a leer el prospecto y veo que aquello es para los bronquios. Digo: «¡Coño!, ¿este qué me ha dado a mí?» Total, vuelvo otra vez y le digo: «Oye, Alberto, ¿qué me has dado?» Dice: «No, hombre no. No te preocupes. Esto lo que pasa es que todos estos medicamentos producen un poquito de sueño porque son relajantes». Oye, le doy una gotita por peso, calculo y para dentro. ¡La niña lleva treinta días durmiendo como una leona! Ahora, eso sí, mocos tiene que es un grifo.

María José

Fósforo: Mi hijo, desde que nació hasta los nueve meses, no le oí llorar. A los nueve meses empezó a llorar hasta los siete años y medio. Es que encima, al principio, como el niño no lloraba, yo pensé que estaría malo con los dientes. Para que mi marido no tuviera problemas luego a la hora de conducir, pues no le dejaba levantarse; me levantaba yo. Cuando ya era una noche, otra noche, una semana, otra semana… le mandé levantarse y el niño no quería ver a nadie, sólo a su madre.

Carlos: Claro, es que para eso los niños son tan…

Fósforo: Era bañarle antes de cenar, se dormía al primer sueño. A las doce y media, cuando me iba a meter a la cama, que me ponía el pijama y todo fuera a oscuras, según te ibas a incorporar empezaba y hasta las siete de la mañana. ¡Así todos los días!

Carlos: ¿Y no dormía durante el día?

Fósforo: Media hora de siesta. ¡Y que no pasara una mosca! A los dos años tuve una niña. Esa empezó a llorar cuando nació y hasta que no pasaron tres meses no se calló. ¡Pero su padre no se enteraba! Su padre al revés; se levantaba por la mañana y me decía: «Hoy has dormido bien, ¿eh?»

Santiago

Fósforo: Yo me tiré tres años sin pegar ojo. Ahora la criatura tiene veinte años ya, pero todavía llevo sueño retrasado. No lo he podido recuperar.

Carlos: Le noto a usted cansado.

Fósforo: Sí, sí, es que es un cansancio para pasarlo, eso no es para contarlo.

Carlos: ¿Lo pasó muy mal, Santiago?

Fósforo: Desde el punto de llegar a mi casa y entregarme al niño sin poderme quitar la chaqueta ni nada; o sea, llegar mi mujer y decirme: «Toma al niño que estoy harta de él». El niño era un poquitín vago porque mamaba tres minutos, se cansaba y se dormía. Con lo cual, cada diez minutos había que darle de comer. Le quitaron el pecho, le dieron biberón y el niño seguía igual. Y yo me pasaba los días de Algete a Alcalá de Henares a la una o a las dos de la mañana porque el niño en el coche sí se dormía. ¡Era una alhaja!

Carlos: ¿Y el primer día que durmió usted se quedó más tranquilo?

Fósforo: No, si es que ya no he vuelto a dormir.

Carlos: ¿Cómo que no ha vuelto a dormir?

Fósforo: Yo soy una persona que dormía ocho o nueve horas del tirón y ya no. Ya por las noches me despierto. El colmo es que tuvimos una niña al año y nos levantábamos para ver si le pasaba algo. La teníamos que zarandear. La niña no decía ni «mu». Y ya es que la zarandeábamos para ver si es que le pasaba algo a la niña porque no era normal. Como el otro se pasaba cada quince minutos llorando…

Carlos: Y ahora, cuando tiene veinte años y usted se lo recuerda, ¿qué le dice el chiquillo?

Fósforo: ¡Ah! No dice nada, dice que para eso estamos.

• HIJO, ¿ADÓNDE VAS CON ESAS PINTAS?

Maite

Fósforo: Estáis tocando un tema que me tiene deprimida. Tengo una hija de dieciocho años. Hasta el año pasado era normal, una chiquilla normal, con sus pantalones anchos de abajo… Se me juntó con un grupo de estos de punkies; ¡ay, Carlos!, no te imaginas… Agujas por todos lados, pinchos por todos lados, media encima de media y encima calcetín y encima unos botos. ¡Pero en pleno verano!, invierno y verano. ¡Y no te pierdas!, la última media que va encima de la otra toda llena de agujeros y a veces son tan grandes que hay que engancharlos con un imperdible.

Carlos: ¿Para que no se suelten?

Fósforo: Claro, coge una puntita y otra puntita y otro imperdible. Unos pantalones y encima una falda, bueno, un cinturón ancho. Y encima todo lleno de parches enganchados con imperdibles, parches antitodo.

Fósforo: ¿Cómo que parches antitodo?

Carlos: Antitodo. Pues antinazis… Yo le digo: «¡Un día te van a coger en una esquina y te van a inflar a hostias! Hay grupos que están desquiciados y uno solo no hace nada pero si te coge un grupo de estos de los que tú estás en contra te van a dar hostias hasta en el carné de identidad».

Carlos: ¿Y cómo lleva la cabeza?

Fósforo: Uy, uy, uy, uy, uy… Bueno, las camisetas se las compra de segunda mano porque para qué queremos comprarlas nuevas si luego las destrozamos. Todo lo que es la gomilla del cuello y la de la cintura, de entrada tijeretazo a lo bestia. Luego cuelga de un lado pero ¡no pasa nada!, tenemos el remedio del imperdible. Si se ha quedado más ancho o se cae del hombro, pues nada, el imperdible famoso. Y ahora le da por pintar camisetas con calaveras, y me dice el otro día: «Mamá, ¿tú no querrás una camiseta? ¡Sólo cobro mil pesetas por dibujo!»

Carlos: Hasta «hasen negosi».

Fósforo: Exacto. Su hermano tiene quince años y es más normalito, de momento no tengo estos problemas. Y dice: «Pol me ha dicho que quiere un dibujo por delante y un dibujo por detrás. Y le he dicho que ¡claro!, dos mil y la camiseta tres mil». Negocio redondo, ¿no? ¿Y las crestas, Carlos?

Carlos: Eso quería yo saber, las crestas.

Fósforo: ¿Y los amigos que me trae? Unas crestas, Carlos…

Carlos: ¿Son buenos muchachos?

Fósforo: ¡Ay, hijo! Si no saben ni hablar, cariño. Llega un momento que dices: «Bueno, a ver. El hábito no hace el monje», pero te pones a hablar con ellos y: «Ja, sí, eh, mm…» Tienen cuatro palabras que comentan continuamente pero nada más, nada más. Y me dice: «Mamá, ¿se puede quedar a dormir…?» «Pero vamos a ver, ¿no tiene su casa a cinco kilómetros?» «No, es que con sus padres no se lleva bien». «¡Coño, y yo sí me lo tengo que tragar!»

Juan

Fósforo: Tengo una pareja que es para meterla en la cárcel.

Carlos: ¿Por qué?

Fósforo: ¿Tú te acuerdas de un torero que se llamaba Mondeño?

Carlos: Sí, Puerta, Camino y Mondeño.

Fósforo: ¡La puerta, la que le voy a dar a los dos!

Carlos: ¿Por qué?

Fósforo: Porque tiene unos pantalones vaqueros que va como Mondeño. Salía a torear, dejaba el capote de pie en medio de la plaza y se quedaba de pie el capote. Pues los pantalones de mi niño lo mismo. Coge los vaqueros, los deja sin persona dentro y se quedan de pie de la mierda que tienen.

Carlos: ¿Y no hay manera de…?

Fósforo: ¿Manera? Manera de ponerle una argolla al cuello. El niño que no, que es la moda. Y lleva cuatro años con la moda que ya no sé qué hacer con los pantalones, si ha adelgazado, si ha engordado… Y la niña ¡un número!

Carlos: ¿Por qué? ¿Cómo es la niña?

Fósforo: A la niña que le gustan las falditas muy cortas, muy cortitas, muy cortitas. Y claro, se agacha y se le ven los cucos. Ahora dice que la moda son los cucos calados.

Carlos: ¿Cómo es el cuco calado?

Fósforo: El cuco calado es el cuco que hacían las madres antes de punto y hacían cositas, ¡con boquetitos! Claro, yo digo que no, que si quiere que se ponga unos cucos normales en casa y unos calados cuando salga a la calle.

Carlos: ¿Y el resto de la vestimenta cómo es?

Fósforo: El resto de la vestimenta totalmente de acuerdo con lo que lleva. Unas veces se pone unas botas de domador, otras veces la niña me viene con media cabeza de color colorado y la otra media de amarillo. ¿Dónde coño saca, dinero?, ¡porque eso cuesta dinero! Pues no, se lo hace una amiga a la otra. ¡Es un número! Se colocan unas argollas en las orejas de colores. ¡Y qué vas a hacer! Le vas a decir: «Niña, que no». Y le he dicho: «Por lo menos, cuando salgas que no te vea porque, como te vea, vas a salir volando por la ventana». Un desastre, un desastre… No hay quien pueda con esto.

Carlos: Pero es una moda que se pasa. ¿Usted está en ese sentido confiado?

Fósforo: Yo estoy ya curadito, curadito y aguantando. Ya te digo, los cuquitos calados era lo último ya.

Carlos: Y la faldita es muy corta ¿no?

Fósforo: ¿Muy corta? ¡Como se agache mucho enseña la garganta!

• LA NIÑA YA TIENE NOVIO

Gema

Fósforo: El novio de mi niña es tranquilo y mi niña es un manojo de nervios. Tenemos las dos cosas a punto. Mi marido es un poco serio y la niña lleva saliendo con el novio tres o cuatro años. El chiquillo venía a la puerta a recogerla. El padre le veía, yo le veía, pero el padre me decía: «Tiene que venir a hablar conmigo, ¿eh?» La niña: «¡Qué antiguo es mi padre, mamá! Que yo eso no, que no, que yo no quiero que hable con él». El padre: «Pues hasta que no hable conmigo ese no entra». Bueno, pues convenzo a la niña. Yo en medio, claro. Convenzo a la niña y le digo: «Niña, dile a Raúl que venga y que hable con tu padre. Total, si no le va a decir nada». Bueno, pues quedamos en un bar. Tú imagínate el papelito; los tres sentados, a las seis de la tarde, en pleno agosto, en Sevilla, y él hartito de trabajar que venía. «¿Qué pasa?» «Hola». «Hola, hola». «Tres cervecitas». «Bueno, ¿y qué?» «Pues nada, aquí estamos». «Y… ¿vais a tomar algo más?» «No, no, no tenemos ganas». La niña dándome patadas por debajo de la mesa. El padre, para hacer tiempo, se levanta y hace como que va al servicio. Y en eso que me dice el novio de mi niña a mí: «Gema, ¿qué le digo?» «Hijo, yo no sé lo que vas a decir. Pues tú le dices, mire usted, que yo soy serio, que yo le voy a cuidar…» A esto que viene el padre y se sienta. «Qué, ¿queremos otra cervecita?» «No, no, mire usted, yo no quiero más. Bueno, pues mire usted, qué le iba a decir, yo estoy saliendo con su hija y…» Mi marido: «Bueno, vale, muy bien. Yo lo único que quiero es que os respetéis, ¿eh?» «No, sí, sí, si yo la respeto, yo la respeto». «Ea, bueno, vale. Ea, paga y vámonos». Y esa fue la presentación.

Carlos: ¿Y siguen saliendo juntos?

Fósforo: Sí. Ahora viene los lunes a comer. Y tenemos que hacer la comida el domingo por la tarde.

Carlos: ¿Por qué?

Fósforo: ¡Hijo, porque es un mastodonte comiendo!

José

Fósforo: Voy a hablar del novio de mi hermana. Bueno, de una de mis hermanas porque te voy a poner en antecedentes. Yo soy de una familia de cinco hermanas y yo soy el único hermano. Y mi padre es de los de hace muchos años, tiene unos sesenta o setenta años y está criado en época de Franco, que vengan los novios a presentarse, etcétera, etc. Estábamos en fin de año todo el mundo en mi casa, bien vestidos, todo el mundo con el esmoquin, oliendo bien, todo perfecto, y en un momento dado suena la puerta. Aparece un chico más bien escuchimizado, con el pelo así a lo loco, con una camisa de esmoquin que no era camisa de esmoquin, con una pajarita que no era pajarita, con unos pantalones vaqueros negros, unas playeras negras para que parecieran zapatos, unos calcetines blancos del Barça… Se queda mirando para mi padre, que siempre le han llamado don José, y le dice: «¡Qué pasa, Pepe!»

Carlos: ¿Y qué dijo su padre?

Fósforo: Sin conocerle de nada, así, sin anestesia, le dice: «¡Qué pasa, Pepe!, que soy el novio de tu hija». Y se queda mirando para mi madre y dice: «¡Vaya chica más maja!» Nos quedamos todos alucinados. Y encima le termina preguntando mi padre, que se quedó tan pasmado: «Bueno, ¿y tú qué haces?» Dice: «No, yo soy músico». Y dice mi padre: «¡Y encima músico!»

Carlos: ¿Y siguen siendo novios?

Fósforo: Sí, siguen siendo novios. Mi madre le llamaba siempre «El bohemio» y al final ha resultado que es el mejor de todos los novios.

Isabel

Fósforo: El novio que tenía mi hija, que ya gracias a Dios no lo tiene, era el colmo de los colmos. Era italiano, pero era del sur de Italia, no recuerdo ahora la comarca pero de un sitio que eran cerradísimos. Venía vestido con unas camisas que nosotros decíamos: «¿De dónde sacará esto, en los mercadillos?»; de cuadritos a vichy, blanco y verde, blanco y azul… ¡Horrible! Después, ¡no se duchaba! Se quedaba aquí en casa una semana y no se duchaba. Se acostaba en la habitación que teníamos al lado y ahí no podías entrar de la peste que había. Se levantaba de la cama y empezaba a hacer eructos, ¡venga a hacer eructos!, ¡eructos y pedos, eructos y pedos! Y le decíamos: «Pero Marco, ¡dúchate!» «No, no, no, ya me ducharé, ya me ducharé». No quería que le lavara la ropa tampoco, que su madre se la lavaba en la lavatrice o no sé cómo dicen ellos. Y un día por la mañana se levanta muy temprano y me dice que le encienda el calentador que se va a duchar. Y digo: «¡Ay, aleluya!» Se duchó y le dice a mi hija: «Ahora nos vamos a la playa, me voy a arreglar». Y mi hija es todo lo contrario. Mi hija es supermirada para todo. Y mi hija me decía: «Mamá, cuando venga (porque venía con unos pelos, unas barbas, una peste), hasta que no lo metas aquí dentro que yo le duche y le cambie de ropa, si te encuentras a alguien por la escalera no le digas que es mi novio». Se prepara para ir a la playa, aquello ya fue el no va más. Se puso un bañador rosa del color de los bebés, una camiseta de ropa interior por dentro, sus calcetines blancos y sus chancletas. Y yo le decía a mi hija: «Pero por Dios, Marta, ¿cómo puedes estar enamorada de esto?», ¡por Dios! Es que era increíble. Y que no le dejaba. «Mamá, es que es tan buena persona…» Y es que era una bellísima persona.

Carlos: Pero guarro.

Fósforo: Guarro a más no poder.

Carlos: ¿Y cuando se levantaba iba eructando por el pasillo?

Fósforo: Sí, sí, eructaba. Y una noche vinieron ya de madrugada, nosotros estábamos durmiendo y se metió en la habitación nuestra a hacernos eructos.

Carlos: Pero ¿como una gracia o cómo?

Fósforo: Era una diversión para él. Le llevó un día mi hija a un restaurante de estos de comida rápida, se metió detrás de la barra, cogió el micro y empezó a hacer eructos.

Carlos: Y usted se quería morir en ese momento.

Fósforo: ¡Ay, por favor! Es que me daba tanta lástima. Es que era tan noble, tan generoso, que te daba mucha lástima, pero es que era un impresentable.

Carlos: Usted qué cara ponía, o cómo lo justificaba: «¡Qué gracioso que es Marco!»

Fósforo: No, no, no, yo cuando hacía eso le decía: «Marco, eso es de muy mal educado». Y decía que ya lo sabía. Pero él seguía.

Javier

Carlos: ¿Qué pasa con el novio de su hija, amigo?

Fósforo: Yo tengo cuatro. Yo soy abuelo ya hace un montón de años. La primera tenía un novio, un noviete en la Universidad y yo y su madre igual: «Oye, que tienes que presentarnos al novio y a ver quién es». Era de muy buena familia, decían. Y un día me lo presentó. El Miércoles Santo. Y me lo trajo vestido de penitente. Vestido de penitente, con el capirote y el antifaz. Y el tío llevaba una faja de terciopelo grande, una capa y el cirio encendido. Y se me presenta el tío allí con mi hija. Yo cogí a mi hija y le dije: «Mira, hija mía, dile que se quite el antifaz». Y dice: «Opá, que no se puede quitar el capirote porque se le ha rajado por detrás con el sudor y no se lo puede sacar». ¡Y no veía! No, no, a mí no me veía. ¡A mí qué me va a ver si iba con el antifaz y se le había caído todo el cartón por los ojos! Y va el niño y se sienta en el butacón. Y con la punta del capirote le dio a la lámpara. La primera que hizo; se cayeron seis o siete cristales de la lámpara. Mi mujer escondida. Mi niña que se fue a mear o no sé dónde iría. Y ahí que me quedo yo solo con el penitente. «¿Tú cómo te llamas?» Y una voz de ultratumba que salía de allí de debajo del capirote. «Yo me llamo Roberto». «¿Y tu padre es de posibles?» «No, de posibles no, pero es normal. Es uno normal». Y digo: «Bueno, pues tú te quitas el capirote o yo no te digo a ti ni que sí ni que no». Total, que saqué dos copas de coñac y no se las pudo tomar. Se metió la copa de coñac por debajo del antifaz y el capirote «pa’tras» que le daba en la pared y dale que te pego con la copa. Digo: «A este tío le ha dado un infarto o alguna cosa». Total, que ya sale la niña y le digo: «Mira, niña, coge al penitente que va a terminar la procesión ya. Llévatelo con la cruz de guía o con quien coño quieras y mañana que se presente sin disfraz».

Carlos: ¿Y se presentó?

Fósforo: Se presentó con su padre, que es notario.

• PEPE, MAÑANA VIENEN MIS PADRES

Luis

Fósforo: Mi cuñado tiene una novia japonesa. Cuando la llevó al pueblo, un pueblecito de La Mancha, ya mi suegro lo primero que me dijo fue: «Es China». Y yo le decía: «No, Santiago, es japonesa». La chica fue cayendo en gracia. A mi suegra le hacía mucha gracia porque decía que tenía la cara como de cerámica, todo el rato mirándola… Pero lo bueno fue cuando vinieron sus padres. Vinieron una semana a España y fueron dos días al pueblo. El padre de ella y mi suegro tenían su tira y afloja porque el idioma… Una mañana se levantó mi suegro y estaba el japonés haciendo tai-chi. Mi suegro me llama y me levanto. El japonés nos ve y dice mi suegro: «Qué, ¿haciendo la gimnasia?» Y el hombre le hizo un giro así tipo kárate e hizo un «Jaaaa» y le dice mi suegro: «A mí no te acerques que te pego una hostia…»

• LOS HIJOS QUE NO SE VAN DE CASA DE LOS PADRES

Jesús

Fósforo: Yo tengo cuarenta y tres añitos ya y sigo viviendo con mis padres pero vamos, ¡como una persona mayor! Yo tengo mi casa que está pagada y todo.

Carlos: ¿Y por qué no se ha ido usted a su casa, Jesús?

Fósforo: No, si estuve a punto de irme y me decía mi padre: «Hijo, pero si es que las casas cerradas se estropean». Y le dije: «Pues coño, la alquilo». Y la alquilé. Es que no encuentro a nadie que me planche las camisas y las corbatas como mi madre. Ahora me voy a ganar tu respeto porque yo a mi padre todos los meses le regalo una cajita de Epicure que le sientan divinamente. Porque tengo entendido que eres fumador de puros y sabrás apreciarlos.

Carlos: Pero del uno, del dos, de cuál.

Fósforo: Del uno, claro, del uno.

Naranjo: Carlos, no te dejes engatusar. Que no te mande ninguno que aparece en tu casa.

Carlos: Pero su padre no le dice nunca: «Hombre, Jesusito, que ya tienes cuarenta y tres tacos, búscate una novia, vete de casa…»

Fósforo: No, si yo novias tengo, pero lo que pasa es que cuando se ponen las cosas duras es el momento de romper. Porque me dicen: «¿No tienes intención de casarte?» Y yo digo: «Pero qué dices, tú fumas algo, estás loca…»

Carlos: Y no teme usted que llegue un momento en el que no haya formado una familia, no le sobrepase esa responsabilidad histórica…

Fósforo: No, hombre, no. Y si me sale un hijo gorrón como yo, ¿qué?

• LOS PADRES QUE NO SE VAN DE CASA DE LOS HIJOS

Paqui

Fósforo: Yo soy empleada de hogar y fui a un trabajo. Era una señora de setenta años que vivía su madre con ella. El primer día me dice la señora, la madre, lo que voy a ganar y se supone que yo entraba a trabajar para cuidar de la señora. Ella puso el precio, pero la que me pagaba era la hija. Aparte de que esta señora con treinta años se quiso independizar de los padres, se compró un piso y los padres, a los pocos meses, vendieron el piso y se fueron los dos a vivir con la hija.

Carlos: Y la hija cumplió setenta con la madre.

Fósforo: ¿Setenta? Y la madre noventa. Pero lo gracioso es que yo, al llevar poco tiempo allí, veo un día que va a salir la hija por la puerta y la madre se puso por delante. Como no le gustaba la ropa que llevaba, la hija no salía a la calle. Y no salió hasta que no se cambió de ropa. O cuando la madre se quedaba a solas conmigo porque la hija salía a comprar o cualquier cosa, iba a la habitación de la hija a espiar todo lo que tenía.

Carlos: ¿Y la hija qué decía? Con resignación.

Fósforo: La hija con resignación, sí. Hasta que falleció la madre y ahora, aunque parezca increíble, la echa de menos.

Carlos: ¿Y no se ha echado un novio?

Fósforo: No, qué va, qué va, qué va. Si es que lo gracioso es que esta señora era monja y los padres fueron a hablar con la madre superiora para que su hija saliera de ser monja porque tenía que cuidarlos a ellos porque era la única hija que tenían.

• HOMBRES «COCINILLAS»

Lubina

Fósforo: Yo soy marroquí. Llevo aquí muchos años, de cuando la Gran Vía se llamaba José Antonio. Queríamos hacer una lubina a la sal. Vinieron unos amigos a cenar a casa, mi mujer se había ido a la peluquería porque no quería que el pelo le cogiera olor a pescado. Una chica ecuatoriana que tengo trabajando en casa, que no tiene ni idea de la cocina, sabe nada más que arroz y pollo, no sabe nada de la lubina. Digo «pues lávalas, déjalas en el escurridor». Ahora yo voy, pongo la sal en la bandeja, abajo, mirando el libro, la sal. Las lubinas están en el escurridor, yo me voy. Digo, «ya está»; dice sí; digo «métela en el horno». Digo «déjala veinte minutos». Los amigos ya han venido, no les voy a dejar solos. Viene mi mujer. Estamos tomando un aperitivo. Digo: «Gregoria, trae la bandeja». Cuando trajo la bandeja estaba nada más que la sal. La lubina estaba en el escurridor. Estuvo la bandeja veinte minutos, se derritió la sal y la lubina seguía en el escurridor. Me quedé… bien.

Carlos: ¿Pero ella qué entendió entonces que tenía que hacer?

Fósforo: Meter la lubina y yo tapándola con la sal. Yo tapé la bandeja con la sal. Las lubinas estaban en el escurridor.

Carlos: ¿Y qué les dio usted a sus amigos, Ismael?

Fósforo: Ya nos conocemos, qué remedio.

Carlos: Usted no ha hecho cous cous nunca en casa.

Fósforo: Yo cocino muy poco, no mucho, pero algunas veces sí que me toca la cocina. Pero las lubinas se quedaron en el escurridor.

• ANIMALES DE COMPAÑÍA: LOS MÁS MIMADOS

Antonio

Fósforo: Yo tengo un cocker, una perrita, que le falta hablar. Además, es la cosa más mimada de este mundo. Se puede comparar con un marajá cómo vive. Come con nosotros en la mesa de lo que comemos nosotros. Hoy se ha comido un potaje de espinacas, o sea, come de todo. Tiene la habitación para ella sola, tiene muñecos a mansalva, tiene que dormir con nosotros dentro de la cama entre medias de mi mujer y yo con el problema que eso representa en ciertos momentos de intimidad marital… Y sus necesidades no las hace en la calle, las tiene que hacer en el baño de casa que tiene una tapadera especial en el inodoro para que la perra se pueda apoyar. Tenemos tres tapaderas en el baño: la normal que tapa todo, la de la perra y la otra con el agujero. La vestimos en las fiestas y cuando quiere salir a la calle ella elige su vestidito, el que le da la gana.

Carlos: ¿Cómo? ¿Qué tipo de vestidito le pone usted?

Fósforo: Cualquier cosa. Por Navidades la vestimos de Papá Noel con gorro y todo. Por Carnaval la disfrazamos de cualquier cosa, se la pinta de verde, se la pinta de muchas cosas. Y además le gusta, es que si no, no sale. Para salir a la calle, los días que está lloviendo, tiene que coger el chubasquerito. Todo esto es cosa de mi mujer porque la ha criado ella. Aparte es un suplicio. Yo le digo a la perra muchas veces, que parece que me entiende: «Anda, que con la cantidad de gente que hay en el mundo que vive mal quién no querría vivir como tú aquí en casa».

Carlos: Cuando ustedes están durmiendo en ningún momento la perra entiende: «Bueno, habrá que dejarles para que cohabiten», o en esos momentos ustedes la invitan a salir.

Fósforo: No, no. Es que no hay forma. Hay que hacerle un hueco en la cama y dejarla que observe la faena. Y además te da con la pata, porque ella quiere que le hagan carantoñas también.

Carlos: ¿Cómo se llama la perrita?

Fósforo: Se llama Kisi.

Susana

Fósforo: Le iba a comentar sobre un pequinés de mi tía que además de dormir con ella, como tantos otros oyentes han dicho, y tener sus muñecos y sus cuidados especiales, come con ella y además de comer con ella come exquisiteces como jamón 5 jotas y solomillitos.

Carlos: Y le gustan, claro.

Fósforo: Sí, sí, claro, es que es lo que come. Es que no le puedes dar otro jamón ni otra carne ni nada. Y duerme con ella. Al perro le entra el sueño y se va a la cama, su ama le abre las sábanas y luego se mete ella detrás.

Carlos: Y cuando usted se lo dice a su tía, ¿qué le contesta?

Fósforo: A mi tía no la puedes decir nada porque hace oídos sordos. Para ella es algo normal que el perrito tenga esas atenciones y nunca hace caso. Dice que ella hace con el perro lo que quiere. Que ella vive con su perro y su perro con ella.

Carlos: ¿Y el perro es un poquito maleducado o es encantador?

Fósforo: Un poquito no, muchísimo. Es muy maleducado. A mi hija de cuatro años incluso un día le mordió. Mi madre tuvo que estar una temporada en casa de mi tía atendiéndola y le traía frita porque día sí día no la enganchaba o la mordía o la gruñía continuamente…

Carlos: Y si su madre le daba una patada al perro se arriesgaba…

Fósforo: Pues ese es el tema, que un día se la dio y menos mal que mi tía no estaba. ¡Estaba del perro ya hasta el moño! A mí me parece muy fuerte.

José Ramón

Fósforo: Mi hermana tiene un cerdo. ¡No te lo pierdas! Por tema de trabajo se tuvo que marchar con el marido a Asturias y allí, en su cumpleaños, le regalaron un lechoncito pequeñito. Como tenía un poquito de terreno delante de la casa le dijeron que así lo cuidaba. ¡Joder, que el cerdo ha ido creciendo y hay que ver cómo tiene al cerdo! El cerdo es como un perro. Va a todas partes, le saca por todo el pueblo, se va a los bares, el cerdo va detrás de ella… Le ha duchado, lavado… El cerdo tiene tres años y ni que se nos ocurra hablar a alguno de la matanza del cerdo. Si hablamos de la matanza dice que más cerdos somos nosotros. Que el cerdo para matar, nada.

Carlos: Y el cerdo cuando grita, ese chillido del cerdo tan agradable…

Fósforo: El cerdo debe estar bastante bien educado. De todas formas, cuando le da por dar la lata, le tocas un poco en el morro y ya está. Ya chilla, pero el jodio de él ya sabe a quién tiene que ir.

Carlos: ¿Es pata negra o pata blanca?

Fósforo: No, es pata blanca. Es un cerdo normalillo. No entiendo mucho de cerdos pero vamos, es un cerdo normal. Se lo regalaron un día por hacerle la gracia y ¡joder con el cerdito! Hay que ver cómo está el cerdito, como un seiscientos.

Carlos: ¿Y le llevan con cadena?

Fósforo: No, no, el cerdito va suelto, majo. Y el cerdito no veas tú cómo está de lavado y de cuidado. Le compran patatas, se las cuecen, le echan de todo.

Rafael: ¿Y da la patita el cerdito?

Fósforo: La patita no pero deja por la parte de atrás unos trozos cojonudos. Pero a ella le da igual. Ella lo tiene limpio, lo cuida… El marido ya ni le dice nada porque ya te digo, cuando planteamos el tema de la matanza, ¡joder!

Itzíar

Fósforo: Mi hermana tiene un lorito angoleño de esos grises de cola roja. Es muy señorito, bebe Coca-Cola con cuchara, come petit-suisses y le encanta el vino. Cuando lo bebe dice: «¡Caruso borracho!»

Carlos: Y la cuchara, ¿no la cogerá él?

Fósforo: Sí, sí, sí, él la coge con la pata, que se lo hemos enseñado. Con la pata coge la cuchara, come el petit-suisse y se bebe la Coca-Cola, el vino… Pero lo más bueno es que mi cuñado está en un barco y él sabe cuándo va a venir mi cuñado.

Carlos: ¿Por qué?

Fósforo: Empieza a llamar a mi cuñado como un loco y a silbarle: «¡Faustito, pocos pelos!»

Carlos: Oiga, eso es para llevarle a un circo. Eso es para ganar dinero con el loro.

Fósforo: Y echa a la gente de casa.

Carlos: ¿Ah, sí?

Fósforo: Como le caigas mal, te empieza a insultar y te echa. Y llaman al timbre y mi hermana no está, pues el cabrón del loro, como imita la voz, dice: «Abrir» y la gente con un mosqueo venga a tocar el timbre y el loro: «Que vaaaaaa».

Carlos: ¡Coño con el loro! ¿Y qué más habilidades tiene el loro?

Fósforo: Imita todas las voces, llama a todos los de la familia… Mira que tenemos nombres raros como Izaskun y todos esos. ¡Y es lepero!

Carlos: ¿Y qué?

Fósforo: Que el loro vive en Lepe. Y llama a la Izaskun y llama a todos.

Carlos: ¡Ah!, le tienen ustedes en Lepe. Claro, es el chascarrillo. ¿Y no cohabita con ninguna lora?

Fósforo: No, no cohabita. ¡Pues lo que le faltaba a Caruso, cohabitar con alguna lora!