Prólogo

Aquí tienen ustedes, queridos amigos, la expresión llana, sencilla, brillante, surrealista y conmovedora de un buen puñado de oyentes representativos de los muchos que han conformado ese conglomerado fascinante llamado La Fosforera. ¿Qué es un «fósforo»?: alguien que se confiesa seguidor de un determinado tipo de radio —la que hacemos en Onda Cero por las tardes— y que toma su nombre del afortunado desliz lingüístico en el que incurrió una deliciosa oyente de un programa que realizaba en Radio Nacional de España cuando intentaba decir que era una auténtica forofa del espacio.

Aquello de «fósforo» prendió en la audiencia y pasó a ser un término de consumo generalizado con el que identificarse aquel que nos escuchaba a diario. El término viajó con quien esto suscribe y es utilizado hoy como muestra de identificación por muchos oyentes de radio en España. Con sólo decir «Soy fósforo» ya sé que me he encontrado con un auténtico oyente de mi programa y que quien me está hablando no está soltando un cumplido del tipo «Lo escucho todos los días». No, quien de verdad me escucha utiliza siempre la palabrita en cuestión.

La hora de los «fósforos» no es ningún invento personal ni una aportación inaudita a la radio mundial. Es algo que se ha hecho siempre. El locutor —a mí me sigue gustando esa palabra en desuso— sugiere un tema de conversación y la audiencia participa a través del teléfono. No puede ser más sencillo. Todo consiste en que la realización de esa hora resulte extraordinariamente dinámica y que se instale en la conciencia del oyente la necesidad de ser breve, conciso, directo y, a poder ser, brillante. No existe casting alguno ni preparación previa: muchos días decidimos el tema del día minutos antes de comenzar la hora y tan sólo una persona atiende al teléfono en cuestión. Tal como llaman, son saludados.

La lectura de estas páginas le devolverá la sensación que experimentara en su día si pudo escuchar cada llamada. En caso contrario, podrá conocer alguna de ellas en el disco adjunto. Observarán que tan sólo hemos seleccionado aquellas que corresponden a los días en los que abordamos temas jocosos o curiosos. No siempre invitaron a la carcajada o a la sonrisa: en muchas ocasiones hemos hablado de asuntos dramáticos, trágicos o socialmente espinosos. Creemos que la intensidad emocional de aquellos momentos merece el respeto de archivarlos en la memoria.

Todos los que confeccionamos esta hora nos seguimos sorprendiendo a diario de la capacidad de síntesis y de la muchísima gracia de nuestra audiencia: gente de todos los puntos cardinales, edades, estratos y tendencias despliegan un talento escénico prácticamente único. Nosotros, Naranjo, Luciíta, Rafasimancas, Lorenzo y yo nos dedicamos a una de las cosas más difíciles de la radio de hoy en día: callarse. Efectivamente, un desmedido afán protagonista de muchos habladores ante el micrófono estropea la fuerza soberbia de los testimonios que consiguen: en la radio —me enseñó un viejo y querido maestro— hay que saber callarse y tan sólo intervenir cuando sea absolutamente imprescindible. Sólo hay algo que no podemos hacer: evitar las carcajadas.

Confío en que disfruten sin límite de la inventiva de nuestros oyentes. Verán que cada ocurrencia esconde un talento desmedido.