Capítulo 3
Fuego no se percató de que se había quedado dormida en la biblioteca de lord Brocker hasta que se despertó allí. Fue el gatito monstruo del noble el que la despertó al columpiársele del repulgo del vestido, como se habría balanceado un hombre del extremo de una cuerda. Ella parpadeó para adaptar la vista a la luz desvaída, y el gesto absorbió la conciencia del animalito. Seguía lloviendo, y se hallaba sola en la estancia. Se dio un masaje en el hombro del brazo herido y se desperezó en la silla; notaba el cuerpo agarrotado y dolorido, pero se encontraba mejor tras el descanso.
Hincándole las uñas en la rodilla, el gatito trepó por la falda y se la quedó mirando con fijeza, colgado de la tela, muy consciente de la naturaleza de la muchacha porque el pañuelo se le había resbalado hacia atrás un par de dedos (los monstruos se sondeaban unos a otros para evaluarse). El minino, de pelaje de un color verde intenso en el cuerpo y dorado en las patitas, le tanteó la mente.
Ni que decir tiene que ningún animal monstruo era capaz de controlar mentalmente a Fuego, lo cual no era óbice para que algunas de las especies más simples lo intentaran. Aquel gato era demasiado pequeño y demasiado tonto para pensar en comérsela, pero quería jugar, mordisquearle los dedos, lamerle un poco de sangre. Sin embargo, a la joven no le apetecía aguantar los mordiscos juguetones de un gatito monstruo, de modo que lo cogió, se lo colocó en el regazo, le acarició las orejas por detrás, le murmuró tonterías referentes a lo fuerte, guapo e inteligente que era y, por si acaso, le lanzó un eco mental de somnolencia. El animalillo dio una vuelta en el regazo de la joven y se durmió de golpe.
Debe tenerse en cuenta que los gatos domésticos monstruo eran muy apreciados porque controlaban la población de ratones monstruo, y también la de ratones normales. Ese minino se haría grande y gordo, disfrutaría de una vida larga y satisfactoria y, casi con toda seguridad, engendraría gatitos monstruo a montones.
Los humanos monstruo, por otra parte, no solían vivir mucho tiempo; en su contra tenían muchos depredadores y demasiados enemigos. Más valía que sólo quedase ella; por ese motivo, hacía mucho tiempo que había decidido que sería la última de su especie, incluso antes de haber metido en su lecho a Arquero. No habría otros Cansrel.
Percibió la presencia de su amigo y de Brocker en el pasillo, tras la puerta de la biblioteca, y a continuación oyó las voces, soliviantadas y destempladas… ¿Era víctima Arquero de otro de sus arrebatos de mal humor, o es que había ocurrido algo malo mientras ella dormía? Les rozó la mente para que supieran que estaba despierta.
Al momento Arquero abría de par en par la puerta de la biblioteca y la sujetaba para que pasara su padre; entraron juntos, sin dejar de hablar entre ellos, mientras el chico agitaba el arco en el aire, colérico.
—¡Maldito sea el guardia de Trilling por intentar capturar a ese hombre él solo!
—Quizá no tuvo otra opción —argumentó Brocker.
—Los hombres de Trilling son demasiado impulsivos.
—Qué acusación tan interesante viniendo de ti, muchacho —bromeó Brocker con un destello divertido en los ojos.
—Yo soy impulsivo a la hora de soltar la lengua, padre, no para empuñar la espada. —Echó un vistazo a Fuego y al gatito dormido en su regazo—. ¿Cómo estás, cariño?
—Mejor.
—¿Qué opinión tienes de nuestro vecino, Trilling? ¿Confías en él?
Trilling era uno de los hombres más sensatos con los que ella tenía trato de forma habitual; su esposa no sólo la había contratado para que diera clases de música a sus hijos, sino para que les enseñara a protegerse la mente contra el poder de los monstruos.
—Nunca me ha dado motivo para desconfiar de él. ¿Qué ha ocurrido?
—Ha encontrado a dos hombres muertos en su bosque, uno de los cuales era su propio guardia, y lamento tener que decirte que el segundo individuo era un desconocido. A los dos se les aprecian cuchilladas y contusiones, como si hubieran luchado entre sí, pero lo que acabó con la vida de ambos fueron un par de flechas. Al guardia le alcanzaron en la espalda desde lejos, y al desconocido le acertaron en la cabeza, a corta distancia; las dos flechas están hechas de la misma madera que la que mató a tu cazador furtivo.
Fuego intentó con rapidez encontrar sentido al incidente, y especuló:
—El arquero los divisó mientras peleaban, disparó al guardia de Trilling desde lejos y a continuación se aproximó al desconocido y lo ejecutó.
—Una ejecución muy personal, diría yo —intervino lord Brocker, carraspeando—. Eso, si damos por sentado que el arquero y el desconocido eran compañeros, y parece bastante probable que entre estos forasteros tan violentos que han aparecido últimamente por nuestros bosques haya alguna relación, ¿no os parece? El desconocido asesinado hoy sufría heridas graves en las piernas por las cuchilladas, heridas que no lo habrían matado, pero que sin duda le habrían dificultado mucho al arquero sacarlo de allí después de que el guardia de Trilling cayera muerto. Es posible que el arquero disparara al guardia para proteger a su compañero, pero después, dándose cuenta de que este tenía heridas demasiado graves para intentar salvarlo, decidió eliminarlo también a él.
Fuego enarcó las cejas al escuchar el planteamiento del noble; abstraída, acarició al gatito monstruo y se dijo que si el arquero, el cazador furtivo y el último forastero asesinado pertenecían a un mismo grupo, parecía que la responsabilidad del arquero consistía en no dejar atrás a nadie que pudiera responder a preguntas respecto a por qué motivo se encontraban en esos parajes. Y, en vista de los resultados, cumplía muy bien con su trabajo.
Sumido en sus reflexiones, Arquero miraba con fijeza el suelo mientras le daba golpecitos con el extremo del arco.
—Voy a visitar la fortaleza de la reina —anunció.
—¿Por qué? —inquirió Fuego.
—No me queda más remedio que pedirle que me proporcione más soldados, y quiero información de lo que han descubierto sus espías. Es posible que tenga algún indicio de que exista una relación entre esos desconocidos y Mydogg o Gentian. Quiero estar enterado de lo que pasa en mis bosques, Fuego, y quiero a ese arquero.
—Iré contigo —dijo la joven.
—No —fue la tajante respuesta de Arquero.
—Iré.
—He dicho que no. No podrías defenderte por ti misma, ni siquiera estás en condiciones de cabalgar.
—Sólo es un día de viaje. Espera una semana, déjame que repose y te acompañaré.
Arquero levantó una mano para interrumpirla y rechazó su propuesta.
—No malgastes saliva. ¿Por qué iba a permitir semejante cosa?
«Porque Roen se muestra amable conmigo hasta lo inaudito cuando visito su fortaleza del norte —habría querido responderle—; porque conocía a mi madre y porque es una mujer de carácter firme; porque la estima de una mujer tiene algo de lenitivo; porque ella nunca me desea, o si lo hace alguna vez, no es lo mismo».
—Porque —contestó en voz alta, en cambio—, Roen y sus espías querrán hacerme preguntas sobre lo ocurrido cuando el cazador furtivo me disparó, y lo poco que conseguí percibir en su mente. Además, no eres ni mi esposo ni mi padre —agregó, para anticiparse a las objeciones de su amigo—. Soy una mujer de diecisiete años, dispongo de mis propios caballos, cuento con mi propio dinero y soy yo la que decide adónde voy y cuándo. Prohibirme que vaya no es prerrogativa tuya.
Arquero golpeó el suelo con el extremo del arco, pero lord Brocker se echó a reír.
—No discutas con ella, muchacho. Si es información lo que realmente buscas, serías un necio si no llevaras contigo al monstruo que tienes a tu disposición.
—Las calzadas son peligrosas —le espetó su hijo.
—Y este predio lo es también —replicó Brocker—. ¿No crees que se sentirá más segura si estás a su lado para defenderla con tu arco?
—Está más segura aquí, en casa, con los cerrojos corridos.
El hombre giró su silla de inválido hacía la puerta y afirmó:
—Tiene poquísimos amigos, Arquero; sería cruel por tu parte marcharte de inmediato a ver a Roen y dejarla aquí.
Fuego cayó en la cuenta de que tenía al gatito entre los brazos y lo estrechaba contra el pecho, como si lo protegiera de algún peligro. Era una reacción instintiva al darse cuenta de que sus propios actos, incluso sus sentimientos, eran tema de debate entre dos hombres quisquillosos; y la asaltó el deseo repentino de que aquella criatura que sostenía fuera su bebé para cuidarlo y mimarlo, y la librara de la gente que no la entendía.
«Estúpida —se recriminó, furiosa—. Que no se te pase siquiera por la cabeza. ¿Qué necesidad tiene el mundo de otro pequeño ladrón de mentes?».
Lord Brocker asió la mano de su hijo y lo miró a los ojos para sosegarlo y hacerle entrar en razón; a continuación, salió al pasillo y cerró la puerta, dejando tras de sí el altercado.
Dubitativo, Arquero escudriñó el semblante de la joven, y esta, suspirando, acabó por perdonar a su testarudo amigo y al testarudo padre que lo había adoptado. Sus peleas, por mucho que la apabullaran, brotaban del manantial de dos grandísimos corazones; además, todo quedaba en palabras.
Soltó al gatito en el suelo, se levantó y le cogió una mano a Arquero, como había hecho su padre. El joven contempló con serenidad las manos enlazadas de ambos; después se llevó los dedos de Fuego a los labios, le besó los nudillos e hizo toda una exhibición de examinarle la mano, como si nunca se la hubiera visto.
—Prepararé mi equipaje —dijo la joven—. Avísame cuando sea la hora de partir.
Se puso de puntillas para besarle la mejilla, pero él la interceptó y la besó en la boca con suavidad; Fuego se lo permitió unos instantes, después se zafó del abrazo y abandonó la biblioteca.