Agradecimientos
Hay tanta gente a la que dar las gracias…
A mi hermana Catherine, mi audaz primera lectora (ayudada por los chicos); a mi «intrépido equipo de lectura», formado por mi hermana Dac, Deborah Kaplan, Rebecca Rabinowitz y Joan Leonard, que lo leyó a continuación; no hay nada comparable a la inestimable ayuda de un grupo de inteligentes lectoras dispuestas a decirte la pura verdad sobre tu libro. Besitos y achuchones para todas.
A Kelly Eisman, diseñadora de mis portadas, porque si los correos electrónicos que recibo son un indicio, ¡ella es la responsable de atraer a un montón de mis lectores! A mi correctora de manuscritos, Lara Stelmaszyk, por ser la paciencia personificada. Lora Fountain se merece las gracias por encontrar editoriales en Europa para mis libros. A Gillian Redfearn, que me ayudó con la peliaguda tarea de efectuar la primera revisión. También a Sandra McDonald, por ofrecerme un lugar tranquilo donde repasar; y a mis padres, que me proporcionaron un lugar tranquilo en su casa siempre que me hizo falta. A Daniel Burbach, por acudir a rescatarme cada vez que necesité una foto de la autora, cosa que sólo parecía ocurrir cuando estaba metido en mitad de las finales. Asimismo, a Emelie Carter, violinista, por sus explicaciones sobre la utilización del violín cuando se tiene una lesión en la mano; y a mi tía Mary Willihnganz, flautista, que hizo lo mismo, aunque con la flauta. A mi tío Walter Willihnganz, cirujano y especialista en heridas, que siempre respondió sin perder la calma a preguntas del tipo: «Tío Walter, si a alguien le dieran una patada en un ojo y no hubiera ningún lugar al que acudir para curarlo, ¿podría ser que todo el globo ocular se le pusiera morado y se quedara así para el resto de su vida?». (A propósito, la respuesta es que sí).
En este apartado de agradecimientos quiero hacer una especial mención a Jen Haller, Sarah Shealy, Barbara Fisch, Laura Sinton, Paul von Drasek, Michael Hill, Andy Snyder, Lisa DiSarro, Linda Magram, Karen Walsh y Adah Nuchi; la fe, el cariño, el afecto y el buen humor de todos ellos me ayudaron mientras escribía el libro. Un millón de gracias también a Lauri Hornik y a Don Weisberg; vuestro apoyo me conmovió.
Casi al final, pero no por ello menos importantes, les doy las gracias a mi editora, Kathy Dawson, y a mi agente, Faye Bender; señoras, me faltan las palabras para encontrar adjetivos que os hagan justicia. Nací con buena estrella.
Por último, hablando de nacer con buena estrella, quiero enviar un mensaje a mi familia: no habría logrado hacer lo que he hecho sin vosotros.