La casa inacabada parecía grande como un hotel. Jimmy Null podía estar observando a Mitch desde cualquiera de las docenas de ventanas que había alrededor.
—Tenías que venir en tu Honda —dijo.
—Se rompió.
—¿De dónde sacaste el Escalade?
—Lo robé.
—¿En serio?
—Muy en serio.
—Ponlo paralelo a la casa, así podré ver los asientos delanteros y traseros completos.
Mitch hizo lo que el otro le decía y, tras volver a aparcar el vehículo, bajó, dejando las puertas abiertas. Se alejó del utilitario y esperó, con la bolsa en la mano y el teléfono contra la oreja.
Se preguntó si Null le pegaría un tiro desde su escondite antes de acercarse a recoger el dinero. Se preguntó por qué no habría de hacerlo.
—Me preocupa que no hayas venido en tu Honda.
—Ya te dije que se rompió.
—¿Qué ocurrió?
—Pinché un neumático. Adelantaste el intercambio una hora, así que no tuve tiempo de cambiarlo.
—Un coche robado… La policía te podría haber seguido.
—Nadie me vio llevármelo.
—¿Dónde aprendiste a poner en marcha un coche sin llave?
—Las llaves estaban puestas.
Null calló durante un momento. Luego habló.
—Entra a la casa por la puerta principal. No cortes esta llamada.
Mitch vio que la puerta había sido forzada a tiros. Entró.
El vestíbulo era inmenso. Aunque aún no estaba terminado, hasta Julian Campbell se habría impresionado.
Tras dejar que Mitch se reconcomiera durante un minuto, Jimmy Null dijo:
—Cruza por la columnata hasta la sala de estar que tienes justo enfrente.
Mitch fue hasta la sala de estar, en cuya pared occidental las puertas acristaladas se extendían del suelo al techo. Aunque los cristales estaban polvorientos, el panorama que revelaban era tan maravilloso que se entendía por qué Turnbridge había querido morir allí.
—Muy bien. Aquí estoy.
—Vuélvete a la izquierda y cruza la habitación —le ordenó Null—. Un vano ancho da a un recibidor.
No había puertas colocadas en ningún vano. Éstas tendrían que tener casi tres metros de altura.
Cuando Mitch llegó a la segunda sala, cuya vista era tan espectacular como la de la anterior, Null siguió con sus instrucciones.
—¿Ves otro vano ancho frente a aquel donde estás y una única puerta a tu izquierda?
—Sí.
—La de la izquierda da a un corredor. El corredor da a otra serie de habitaciones y desemboca en la cocina. Ella está en la cocina. Pero no te le acerques.
Cruzando la sala, dirigiéndose a la puerta en cuestión, Mitch pregunta:
—¿Por qué no?
—Porque quien pone las reglas soy yo. Está encadenada a una cañería. Yo tengo la llave. Detente en la puerta de la cocina.
El corredor parece hacerse más largo a cada paso que da, pero sabe que ese efecto telescópico debe de ser subjetivo. Está ansioso, loco por ver a Holly.
No mira al interior de ninguna de las habitaciones frente a las que pasa. Null puede estar en alguna de ellas. No le importa.
Cuando Mitch entra a la cocina la ve enseguida, y el corazón se le expande y la boca se le queda muy seca. Todo lo que ha pasado, todos los dolores que ha padecido, cada cosa terrible que ha tenido que hacer, quedan justificados en ese instante.