Capítulo 52

Las campanillas tocaron unos pocos compases del Himno de la alegría.

Sólo habían pasado unos minutos desde que Julian Campbell cortara la comunicación. Haría cualquier cosa por proteger unos ingresos de cinco mil millones al año, pero no era posible que hubiera enviado a dos nuevos pistoleros a casa de Anson con tanta rapidez.

Mitch cerró el grifo del fregadero y, con el rostro empapado, trató de pensar si había algún motivo para arriesgarse a identificar al visitante espiando por una de las ventanas de la sala de estar.

Era hora de marcharse.

Tomó la bolsa de basura que contenía el rescate y recogió la pistola de la mesa. Se dirigió a la puerta trasera.

El Taser. Lo había dejado en una encimera, junto al horno. Regresó a buscarlo.

El visitante desconocido hizo sonar la campanilla otra vez.

—¿Quién es? —preguntó Anson desde el lavadero.

—El cartero. Ahora, cállate.

Mientras se dirigía otra vez a la puerta trasera, Mitch recordó el móvil de su hermano. Estaba en la mesa, junto al rescate y, aunque había recogido esa bolsa, olvidó coger el teléfono.

La rápida sucesión de la llamada de Julian Campbell, las horribles revelaciones de Anson y el timbrazo lo habían sacudido, haciéndole perder el equilibrio.

Tras recuperar el móvil, Mitch miró en torno a sí, estudiando la cocina. Por cuanto podía ver, no se había olvidado nada más.

Apagó las luces, salió de la casa y le echó la llave a la puerta.

El infatigable viento jugaba al escondite entre los helechos y el bambú. Correosas hojas de banano traídas por el viento desde otras casas, otros jardines, revoloteaban por el patio, arañando los ladrillos.

Mitch fue al primero de los dos garajes y entró por la puerta que daba al patio. Allí lo aguardaba su Honda y, allí, en la parte trasera del Buick Super Woody Wagon, John Knox se pudría.

Tenía la vaga intención de endilgarle la muerte de Knox a Anson, librándose al mismo tiempo de la trampa acusatoria que éste le tendiera con los asesinatos de Daniel y Kathy. Pero la inesperada reaparición de Campbell le dejó la sensación de que caminaba sobre una superficie de hielo muy delgado. Su plan pasó de vago a inexistente.

De todas maneras, nada de eso importaba en ese momento. Una vez que Holly estuviera a salvo, John Knox, los cuerpos del cuarto de aprendizaje y Anson esposado a la silla volverían a importar, y mucho, pero ahora eran meros elementos accesorios del problema central.

Faltaban más de dos horas y media para el momento en que debía cambiar el dinero por Holly. Abrió el maletero del Honda y metió la bolsa bajo la rueda de repuesto.

Encontró un control remoto para el portón del garaje en el asiento delantero del Woody. Lo colocó junto al parabrisas del Honda, para cerrar el portón desde el callejón.

Puso la pistola y el Taser en el compartimiento de la puerta del lado del conductor. Sentado al volante, podía ver las armas desde arriba y, además, era más fácil cogerlas de ahí que de debajo del asiento.

Pulsó el control remoto y vio subir el portón por el espejo retrovisor.

Salió del garaje marcha atrás y, mirando hacia la derecha, vio que el callejón estaba despejado. Pisó el freno, sorprendido, cuando alguien golpeó la ventanilla del lado del conductor. Al volver bruscamente la cabeza hacia la izquierda, se encontró cara a cara con el detective Taggart.