En el lavadero, todo era blanco. Todo, menos la silla roja, Anson, atado a ella, y el charquito amarillo.
Anson, hediondo, inquieto, meciéndose en la silla, estaba resignado a cooperar.
—Sí, uno de ellos habla así. Se llama Jimmy Null. Es un profesional, pero no es el jefe. Si quien telefoneó es él, es que los otros están muertos.
—¿Cómo que muertos?
—Algo salió mal, tuvieron un desacuerdo por algo y decidió embolsarse toda la ganancia.
—¿Así que crees que ahora sólo queda uno de ellos?
—Eso hace las cosas más difíciles, no más fáciles, para ti.
—¿Por qué más difíciles?
—Dado que se ha deshecho de los otros, querrá hacer una limpieza total.
—Holly y yo.
—Sólo cuando tenga el dinero. —Incluso en su desdicha, Anson se las compuso para sonreír de manera atroz—. ¿Quieres saber algo del dinero, hermano? ¿Quieres saber cómo me gano la vida?
Que Anson se ofreciera a dar esa información sólo podía significar que creía que conocerla le haría daño a su hermano.
Mitch se dio cuenta de que el centelleo de cruel regocijo en los ojos de su hermano era un buen motivo para continuar en la ignorancia, pero la curiosidad pudo más que su cautela.
Antes de que ninguno de los dos pudiera hablar, sonó el teléfono.
Mitch regresó a la cocina. Durante un instante, pensó no atender la llamada, pero lo hizo. Podía tratarse de Jimmy Null, que llamaba para darle nuevas instrucciones.
—¿Hola?
—¿Anson?
—No está.
—¿Quién habla?
No era la voz de Jimmy Null.
—Soy un amigo de Anson —dijo Mitch.
Ahora que había atendido la llamada, lo mejor que podía hacer era comportarse como si allí todo transcurriera con normalidad.
—¿Cuándo regresa? —preguntó su interlocutor.
—Mañana.
—¿Pruebo a llamarlo a su móvil?
La voz le sonaba conocida a Mitch.
Tomando el teléfono móvil de Anson de la encimera, Mitch dijo:
—Olvidó llevarlo.
—¿Puedes dejarle un mensaje?
—Sí. Dime.
—Dile que llamó Julian Campbell.
El brillo de los ojos grises, el reluciente Rolex de oro.
—¿Algo más? —preguntó Mitch.
—Eso es todo. Pero sí hay algo que me preocupa, amigo de Anson.
Mitch no dijo nada.
—Amigo de Anson, ¿estás ahí?
—Sí.
—Espero que estés cuidando bien mi Chrysler Windsor. Amo ese coche. Nos vemos.