Holly yacía en la oscuridad, rezando por que Mitch siguiera con vida.
Temía más por él que por ella. Sus captores llevaban grandes gafas de esquí, a modo de máscaras, todo el tiempo, y ella suponía que no se molestarían en ocultar sus rostros si tuviesen intención de matarla.
No es que las llevasen para estar más guapos. A nadie le favorece ese atuendo.
Si estuvieses horriblemente desfigurado, como el fantasma de la ópera, quizás desearías llevar gafas de esquí. Pero suponer que cada uno de esos cuatro hombres estaba horriblemente desfigurado desafiaba a la lógica.
Claro que, aunque no tuvieran intención de hacerle daño, algo podía salir mal en sus planes. En un momento crítico, quizás le pegaran un tiro por accidente. O los acontecimientos podían hacer que las intenciones de los secuestradores cambiaran.
Holly, que siempre había sido optimista y que desde la infancia creía que la vida tiene sentido y que la suya no terminaría antes de que descubriera su finalidad, no reflexionaba sobre lo que podría salir mal, sino que se veía a sí misma liberada, sana y salva.
Creía que visualizar el futuro ayudaba a conformarlo. No es que creyera que se puede llegar a ser una actriz famosa con sólo imaginar que se recibe un premio de la Academia. Lo que conduce al éxito no son los deseos, sino el trabajo duro.
Sea como sea, ella no quería ser una actriz famosa. Tendría que pasar mucho tiempo con actores célebres, y la mayor parte de los que están de moda le caían mal.
Cuando quedara libre, comería helado de mazapán y de chocolate hasta sentirse avergonzada o hasta vomitar. El vómito es una afirmación de vida.
Cuando quedara libre, lo celebraría yendo a Baby Style, esa tienda del centro comercial, y comprándose allí el gran oso de peluche que vio hace poco en el escaparate. Era mullido, blanco y muy bonito.
En la infancia y la adolescencia le agradaban los osos de peluche. Y ahora necesitaba uno.
Cuando quedara libre, le haría el amor a Mitch. Cuando terminara con él, creería que lo había atropellado un tren.
Bueno, ésa no es una imagen romántica particularmente acertada. No es la clase de historia que vende millones de novelas de Nicholas Sparks.
«Ella le hizo el amor con cada fibra de su ser, con el cuerpo y el alma, y cuando, al fin, su pasión pasó, él quedó exhausto, destrozado en la habitación, como si se hubiese arrojado al paso de una locomotora».
Verse a sí misma como novelista de éxito mundial hubiese sido desperdiciar esfuerzos. Por fortuna, su objetivo era ser agente inmobiliaria.
Así que rezaba para que su hermoso marido sobreviviera a este trance de terror. Sí, era hermoso en lo físico, pero lo más hermoso que tenía era su bondadoso corazón.
Holly lo amaba por la bondad de su corazón, por su dulzura, pero le preocupaba que algunos aspectos de su dulzura, como, por ejemplo, su tendencia a la resignación, terminaran por matarlo.
Además de dulzura, poseía una fuerza honda y callada, un carácter de acero, que se manifestaba de forma sutil. De no ser así, esos fenómenos de circo que son sus padres lo habrían destruido. Sin eso, Holly no hubiera podido hacer que él la persiguiera hasta el altar.
De modo que rezaba por que se mantuviera fuerte, para que se mantuviera vivo.
Mientras rezaba, mientras meditaba sobre la apariencia que tendrían los secuestradores, la glotonería y el vómito y los osos de peluche grandes y mullidos, no dejaba de trabajar en el clavo del tablón del suelo. Siempre fue hábil haciendo varias cosas a la vez.
La madera del suelo no está pulida. Al parecer, los tablones son lo bastante gruesos como para haber requerido clavos más largos de lo normal.
El clavo que le interesa tiene una gran cabeza plana. El tamaño de la cabeza sugiere que este clavo puede ser lo suficientemente largo como para servir de punzón.
En un apuro, un punzón puede servir de arma.
La cabeza plana del clavo no está unida a la madera. Sobresale algo así como dos milímetros. Este espacio le da la oportunidad de hacer palanca, un punto de apoyo desde donde mover el clavo para uno y otro lado.
Aunque el clavo no está suelto, la perseverancia es una de sus virtudes. Seguirá trabajando sobre el clavo e imaginará que se suelta, para darse ánimos. En algún momento, terminará por desprenderlo del tablón.
Le habría venido bien usar uñas postizas. No quedan mal y, cuando fuera agente inmobiliario, sin duda tendría que usarlas. Unas buenas uñas de material acrílico podrían ser útiles ahora, para lo del punzón.
Por otro lado, quizás se partirían con más facilidad que sus verdaderas uñas. Si así fuese, supondrían una terrible desventaja.
Lo ideal habría sido que, cuando la secuestraron, hubiera tenido uñas artificiales en la mano izquierda y naturales en la derecha. Y los dos incisivos delanteros de acero y separados por un pequeño espacio.
Un grillete colocado en el tobillo y un trozo de cadena unen su pie a una anilla empotrada en el piso. Esto le deja ambas manos libres para trabajar en el clavo, que todavía no ha dado señales de aflojarse.
Los secuestradores han tenido algunas consideraciones con ella, para su comodidad. Le han suministrado un colchón inflable para que se tumbe, un paquete de seis botellas de agua envasada y una bacinilla. Antes, le habían dado media pizza de queso y pimientos.
No es que fueran personas agradables. No lo son.
Cuando necesitaron hacerla gritar para que Mitch la oyera, la golpearon. Cuando necesitaron hacerla gritar para que Anson la oyera, le tiraron del pelo, de forma tan brusca y con tanta fuerza que sintió como si le fuesen a arrancar el cuero cabelludo.
Aunque no se trata de la clase de gente que uno podría encontrarse en la iglesia, no son crueles por pura diversión. Son malos, pero tienen un objetivo comercial, por llamarlo de alguna manera, y en él se concentran.
Uno de ellos es muy malo y además está loco.
Ése es el que le preocupa.
No han compartido sus planes con ella, pero Holly se da cuenta de que la tienen cautiva porque necesitan usar a Mitch para que manipule a Anson.
No sabe por qué ni cómo creen que Anson puede obtener una fortuna para pagar su rescate en nombre de Mitch, pero no la sorprende que quien esté en el centro del torbellino sea él. Hace tiempo que siente que Anson no es sólo lo que parece ser.
Alguna que otra vez, lo ha sorprendido clavándole la mirada con una expresión que el buen hermano de un marido nunca debería adoptar. Cuando se da cuenta de que ha sido descubierto, la lujuria predadora de sus ojos y la expresión hambrienta de su semblante se desvanecen, y son reemplazadas por su habitual encanto. Ocurre de forma tan instantánea que es fácil creer que sólo ella imaginó ese destello de interés salvaje.
A veces, cuando ríe, su alegría le resulta artificial. Parece ser la única que así lo siente. Todos los demás encuentran que la risa de Anson es contagiosa.
Nunca ha comentado a su marido sus dudas respecto a Anson. Cuando conoció a Mitch, él sólo tenía a sus hermanas, dispersas por todos los puntos cardinales, a su hermano y su pasión por trabajar la tierra fértil y hacer crecer las plantas. La intención de Holly siempre fue enriquecer la vida de Mitch, no quitarle nada.
Podría confiar su vida a las fuertes manos de Mitch y a continuación echarse a dormir profundamente. En cierto sentido, en eso consiste un matrimonio, un buen matrimonio, en una total confianza del corazón, de la mente, de la vida misma.
Pero como su suerte también está en manos de Anson, tal vez no se duerma en absoluto, y, si lo hace, seguro que tiene pesadillas.
Remueve, remueve, remueve el clavo hasta que los dedos le hacen daño. Luego, usa otros dos dedos.
A medida que transcurren los minutos de silenciosa oscuridad, trata de no pensar en cómo un día que comenzó con tanta alegría puede haber desembocado en tan dramáticas circunstancias. Después de que Mitch se fuera a trabajar y antes de que los enmascarados irrumpieran en su cocina, se hizo el test que había adquirido el día anterior, pero que los nervios le habían impedido usar hasta esa mañana. Su menstruación tiene un atraso de nueve días y, según la prueba de embarazo, va a tener un bebé.
Ella y Mitch esperan ese momento desde hace un año. Y llegó justo en este día.
Los secuestradores no son conscientes de que tienen dos vidas a su merced. Mitch no es consciente de que no sólo su esposa sino también su hijo dependen de su astucia y su coraje. Pero Holly sí lo sabe, y ese conocimiento es al mismo tiempo un gozo y una angustia.
Imagina, casi ve, a una criatura de tres años, a veces es niña, a veces varón, jugando en su patio trasero, riendo. Lo visualiza con más intensidad que ninguna otra cosa que haya visualizado nunca, con la esperanza de que llegue a suceder.
Se dice a sí misma que será fuerte, que no llorará. No solloza ni interrumpe el silencio en modo alguno, pero a veces afloran las lágrimas.
Para interrumpir su cálido flujo, se ocupa con más agresividad del clavo, del maldito, obcecado clavo, en la oscuridad cegadora.
Tras un largo período de silencio, oye un golpe sordo que tiene también un matiz hueco y metálico: ca-chunk.
Alerta, recelosa, aguarda, pero el golpe no se repite. Tampoco lo sigue ningún otro ruido.
El sonido tiene algo desesperantemente familiar. Es un sonido de los que se oyen a diario. Pero su instinto le dice que su destino pende de ese ca-chunk.
Es un sonido que está registrado en su memoria, pero al principio no logra conectarlo con una causa que lo origine.
Al cabo de un rato, Holly comienza a sospechar que el sonido fue imaginario, no real. Para ser más precisos, que sonó dentro en su cabeza, no fuera de los muros de este recinto. Es una idea curiosa, pero persistente.
Entonces, de repente, reconoce el origen del sonido. Es algo que ha escuchado tal vez cientos de veces, y, aunque para ella no tiene connotaciones preocupantes, siente un escalofrío. El ca-chunk es el sonido que produce la tapa del maletero de un coche al cerrarse.
El golpe de la tapa de un maletero al cerrarse, en su imaginación o en la realidad, no tiene por qué hacer que gélidos cristales de escarcha se formen en el interior de sus huesos. Se sienta muy erguida, olvidando el clavo de momento. Durante un instante deja de respirar, y, cuando vuelve a hacerlo, es superficialmente y sin hacer ruido.