Puesto que, en verdad, la causa buena de todas las cosas es a la vez expresable con muchas palabras, con pocas y hasta con ninguna, en cuanto no existe discurso ni conocimiento de ella, puesto que todo trasciende de modo supersustancial, y se manifiesta sin velos y verazmente a los que dejan atrás tanto las cosas impuras como las puras, y ascienden más allá de todas las cimas más santas, y abandonan todas las luces divinas y los sonidos y las palabras celestiales, y se sumergen en la niebla, donde realmente reside, como dice la Escritura, aquel que está por encima de todas las cosas… Y decimos que esta causa no es ánima ni mente; que no tiene imaginación ni opinión ni razón ni pensamiento, y no es razón ni pensamiento; no se puede expresar ni pensar. No es número ni orden ni grandeza, pequeñez, igualdad, desigualdad, semejanza, desemejanza. No está inmóvil ni en movimiento; no está en reposo ni tiene fuerza, y tampoco es fuerza o luz. No vive y no es vida: no es sustancia ni edad ni tiempo; de ella no surge enseñanza intelectual. No es ciencia y no es verdad, ni potestad regia ni sabiduría; no es uno, no es divinidad o bondad, no es espíritu, según nuestra noción de espíritu. No es filiación ni paternidad ni otra cosa alguna de las que son conocidas por nosotros o por cualquier otro ser. No es nada de lo que pertenece al no-ser y tampoco de lo que pertenece al ser; ni los seres la conocen, tal como es en sí, de la misma manera que ella no conoce a los seres en tanto que seres. No se da de ella concepto ni nombre ni conocimiento; no es tiniebla y no es luz, no es error y no es verdad…

Dionisio Areopagita

De Mystica theologia

 

Dejó caer el último velo del pudor, citando a san Clemente de Alejandría.

Casanova,

Historia de mi vida