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—La señora Fitzgerald no es tan lista como cree ser —comentó Gutenburg.

—Los aficionados raras veces lo son —dijo Helen Dexter—. ¿Significa eso que ha conseguido apoderarse de ese vídeo?

—No, aunque tengo bastante buena idea de dónde está. —Hizo una pausa, antes de añadir—: Aunque no sé exactamente dónde.

—Deje la pedantería a un lado y vaya al grano —dijo Dexter—. A mí no necesita demostrarme lo inteligente que es.

Gutenburg sabía que ese era todo el cumplido que podría recibir de la directora.

—La señora Fitzgerald no sabe que su hogar y su despacho están pinchados desde hace un mes y que nuestros agentes la vigilan desde el día en que su esposo partió de Dulles, hace tres semanas.

—¿Qué ha descubierto usted?

—No mucho cuando sólo se tienen en cuenta los hechos individualmente, pero si se unen unos con otros empiezan a formar una imagen.

Dejó sobre la mesa una carpeta y una grabadora. La directora los ignoró.

—Explíquemelo —le pidió, empezando a mostrarse ya un tanto irritada.

—Durante el almuerzo de la señora Fitzgerald con Joan Bennett, en el Café Milano, la conversación fue inconsecuente hasta poco antes de que ella se marchara para regresar al trabajo. Fue entonces cuando le hizo una pregunta a Bennett.

—¿Y cuál fue esa pregunta?

—Quizá prefiera escucharla por sí misma.

El vicedirector apretó una tecla de la grabadora y se reclinó en su asiento.

«Yo también. Solo y sin azúcar. —Se escucharon unos pasos que se alejaban—. Joan, nunca te he pedido que rompieras una confidencia, pero hay algo que tengo que saber.»

«Espero poder ayudarte pero, como ya te he explicado, si se refiere a Connor, probablemente yo sabré tanto como tú.»

«En ese caso necesito el nombre de alguien que sepa más.» Siguió un prolongado silencio, antes de que Joan dijera:

«Te sugiero que mires en la lista de invitados a la fiesta de despedida de Connor.»

«¿Chris Jackson?»

«No. Desgraciadamente, ya no trabaja para la Compañía.» Hubo otro prolongado silencio.

«¿Aquel hombre de estatura baja que se marchó sin despedirse? ¿El que dijo que trabajaba en ajuste de pérdidas?»

Gutenburg apagó la grabadora.

—¿Por qué se le ocurrió ir a aquella fiesta? —espetó Dexter.

—Porque usted me dio instrucciones para que averiguara si Fitzgerald había obtenido un trabajo que lo mantuviera en Washington. No olvide que fue su hija la que nos dio la pista que nos permitió convencer a Thompson de que no sería prudente ofrecerle aquel empleo. Estoy seguro de que recordará las circunstancias.

La directora frunció el ceño.

—¿Qué ocurrió después de que la señora Fitzgerald abandonara el Café Milano?

—Esa noche, cuando regresó a su casa, hizo varias llamadas telefónicas. Nunca hace llamadas personales desde la oficina. Entre ellas hizo una al teléfono celular de Chris Jackson.

—¿Por qué haría eso si sabía que él había dejado la Compañía?

—Las cosas se remontan a mucho tiempo atrás. Él y Fitzgerald sirvieron juntos en Vietnam. De hecho, fue Jackson quien recomendó a Fitzgerald para la Medalla del Honor, y también el que lo reclutó como agente encubierto no oficial.

—¿Le habló Jackson de usted? —preguntó Dexter con incredulidad.

—No, no tuvo la oportunidad —contestó Gutenburg—. Bloqueamos su teléfono celular en cuanto descubrimos que estaba en Rusia. —Sonrió—. No obstante, todavía podemos identificar quién ha intentado llamarlo y a quién intenta llamar él.

—¿Quiere eso decir que ha descubierto a quién estaba informando?

—En esa línea, Jackson sólo ha marcado un número desde que aterrizó en Rusia y sospecho que sólo se arriesgó a hacerlo una vez porque se trataba de una emergencia.

—¿A quién llamó? —preguntó Dexter con impaciencia.

—A un número de la Casa Blanca no incluido en la guía.

—A nuestro amigo Lloyd, sin duda —dijo Dexter sin parpadear siquiera.

—Sin duda —asintió Gutenburg.

—¿Sabe la señora Fitzgerald que Jackson informa directamente a la Casa Blanca?

—No lo creo —dijo Gutenburg—. Si lo supiera, creo que habría intentado ponerse en contacto con él hace ya algún tiempo.

Dexter asintió con un gesto.

—En ese caso tenemos que asegurarnos de que nunca lo descubra.

Gutenburg no demostró ninguna emoción.

—Comprendido. Pero no puedo hacer nada al respecto hasta que no haya encontrado el vídeo familiar.

—¿Cómo está ese asunto? —preguntó Dexter.

—No habríamos avanzado nada de no haber sido por una clave detectada en una llamada telefónica interceptada. Cuando Joan Bennett llamó a la señora Fitzgerald desde Langley, a las dos de la madrugada, para decirle que pasaría a verla en menos de una hora, uno de mis hombres comprobó qué había estado consultando ella en el ordenador de la biblioteca de referencias. Pronto quedó claro que tuvo que haberse tropezado con algo que la hizo sospechar que era su antiguo jefe el que estaba en una prisión de San Petersburgo. Pero, como sabe, nunca llegó a su cita con la señora Fitzgerald.

—Estuvo demasiado cerca para mi gusto.

—De acuerdo. Pero al ver que no aparecía, la señora Fitzgerald fue a la autovía GW y esperó hasta que la policía extrajo el coche.

—Probablemente vio un informe en la televisión o quizá oyó algo en la radio —comentó Dexter.

—Sí, eso fue lo que supusimos, ya que el asunto salió en las noticias locales de esa mañana. Una vez que se aseguró de que era Bennett la que iba en el coche, telefoneó inmediatamente a su hija, en Stanford. Si su voz suena un poco somnolienta es porque sólo eran las cinco de la madrugada en California.

Se inclinó de nuevo hacia adelante y puso la grabadora en marcha.

«Hola, Tara. Soy mamá.»

«Hola, mamá. ¿Qué hora es?»

«Siento llamarte tan temprano, cariño, pero tengo que darte una noticia muy triste.

«No se referirá a papá, ¿verdad?»

«No. Es Joan Bennett…, ha resultado muerta en un accidente de tráfico.»

«¿Joan ha muerto? No me lo puedo creer. Dime que no es cierto.»

«Me temo que lo es. Y tengo la terrible sensación de que su muerte está relacionada de algún modo con la razón por la que Connor no ha regresado todavía a casa.»

«Vamos, mamá, ¿no empiezas a parecer ya un poco paranoica? Después de todo, sólo hace tres semanas que se marchó papá.»

«Quizá tengas razón, pero a pesar de todo he decidido trasladar a un lugar más seguro aquel vídeo que grabaste de la fiesta de despedida.»

«¿Por qué?»

«Porque es la única prueba que tengo de que tu padre conoció a un hombre llamado Nick Gutenburg y de que trabajó para él.»

El vicedirector apagó la grabadora.

—La conversación continúa durante un tiempo, pero no añade gran cosa a lo que ya sabemos. Cuando la señora Fitzgerald salió de su casa, pocos minutos más tarde, llevando una cinta de vídeo, el funcionario que estaba a la escucha se dio cuenta de la importancia de lo que acababa de escuchar y la siguió hasta la universidad. Ella no acudió directamente a la oficina de ingresos, como tenía por costumbre, sino que pasó por la biblioteca, donde fue a la sección de ordenadores, en el primer piso. Empleó veinte minutos en buscar algo en uno de los ordenadores y salió con una impresión de unas doce páginas. Luego tomó el ascensor que baja al centro de investigación audiovisual, en la planta baja. El funcionario no quiso arriesgarse a acompañarla en el ascensor de modo que, en cuanto supo en qué piso paraba, regresó al ordenador en el que ella había estado trabajando y trató de llamar el último fichero que ella había abierto.

—Naturalmente, lo habría borrado todo —dijo Dexter.

—Desde luego —asintió Gutenburg.

—Pero ¿qué hay de las hojas impresas?

—Tampoco por ahí pudimos obtener ninguna pista de qué se trataba.

—No pudo haber vivido con Connor Fitzgerald durante veintiocho años sin haber aprendido algo sobre nuestra forma habitual de trabajar.

—El funcionario salió de la biblioteca y esperó en su coche. Pocos minutos más tarde, la señora Fitzgerald salió del edificio. Ya no llevaba la cinta de vídeo consigo, pero…

—Tuvo que haberla depositado en el centro audiovisual.

—Eso fue exactamente lo que pensé —asintió Gutenburg.

—¿Cuántas cintas de vídeo tiene la universidad en su videoteca?

—Más de veinticinco mil —contestó Gutenburg.

—Se emplearía demasiado tiempo en revisarlas todas —dijo Dexter.

—Así sería si la señora Fitzgerald no hubiera cometido su primer error. —Esta vez, Dexter no le interrumpió—. Al salir de la biblioteca ya no llevaba consigo el vídeo, pero sí las hojas impresas. Nuestro agente la siguió hasta la oficina de ingresos, donde, por lo que puedo felizmente informarle, sus principios pudieron más que ella. —Dexter enarcó una ceja—. Antes de regresar a su despacho, la señora Fitzgerald pasó por un centro de reciclado. No en vano es la vicepresidenta de la PREPAUG.

—¿La PREPAUG?

—Patrulla de Recuperación de Papel de la Universidad de Georgetown. Arrojó las hojas impresas en el depósito de recuperación de papel.

—Bien. ¿Y qué fue lo que descubrió?

—Una lista completa de los vídeos actualmente prestados y que probablemente no serán devueltos hasta principios del siguiente semestre.

—Lo que quiere decir que le pareció seguro dejar su vídeo en una caja vacía, sabiendo que nadie acudiría a buscarlo en varias semanas.

—Correcto —asintió Gutenburg.

—¿Cuántos vídeos entran dentro de esa categoría?

—Cuatrocientos setenta y dos —contestó Gutenburg.

—Supongo que los habrá requisado todos.

—Pensé hacerlo, pero si un estudiante inquisitivo o un miembro del personal se enterara de la presencia de la CIA en el campus, se desataría un verdadero infierno.

—Bien pensado —asintió Dexter—. ¿Cómo se propone encontrar entonces ese vídeo?

—He elegido a una docena de funcionarios, todos ellos recientemente graduados, para que comprueben cada uno de los títulos de esa lista, hasta que se encuentren con un vídeo hecho en casa en lo que debería ser una caja vacía. El problema es que, a pesar de vestir todos ellos como estudiantes, no me puedo permitir que ninguno de ellos permanezca dentro de la biblioteca durante más de veinte minutos, o dejarles acudir más de dos veces al día. De otro modo llamarían demasiado la atención, especialmente porque casi no hay nadie por allí en esta época del año. Así pues, el ejercicio está consumiendo bastante tiempo.

—¿Cuánto tiempo cree que transcurrirá hasta que lo encuentren?

—Podríamos tener suerte y encontrarlo casi inmediatamente, pero apuesto a que probablemente tardaremos un día o dos, tres a lo sumo.

—No olvide que tiene que volver a ponerse en contacto con la señora Fitzgerald en menos de cuarenta y ocho horas.

—No lo había olvidado. Pero si encontramos antes ese vídeo, eso ya no será necesario.

—A menos que la señora Fitzgerald también hubiera grabado la conversación telefónica que mantuvo con usted.

Gutenburg sonrió.

—Lo hizo, pero se borró apenas unos pocos segundos después de que ella colgara el teléfono. Debería haber visto el placer que experimentó el profesor Ziegler en demostrarme la eficacia de su último juguete.

—Excelente —dijo Dexter—. Infórmeme en cuanto se apodere de ese vídeo. Entonces no habrá nada que pueda detenernos para eliminar a la única persona que todavía podría…

El teléfono rojo de su mesa empezó a sonar y ella lo tomó sin llegar a terminar la frase.

—La directora —dijo, apretando un botón en el cronómetro que tenía sobre la mesa—. ¿Cuándo ocurrió?… ¿Está absolutamente seguro?… ¿Y Jackson? ¿Dónde está?

En cuanto hubo escuchado la respuesta, colgó el teléfono. Gutenburg observó que el cronómetro había avanzado únicamente cuarenta y tres segundos.

—Espero que encuentre esa cinta de vídeo dentro de las próximas cuarenta y ocho horas —dijo la directora mirando fijamente a su vicedirector.

—¿Por qué? —preguntó Gutenburg con expresión de ansiedad.

—Porque Mitchell me informa que Fitzgerald fue ahorcado a las ocho de esta mañana, hora de San Petersburgo, y que Jackson acaba de tomar un vuelo de United Airways con destino a Frankfurt, de regreso a Washington.