Capítulo 32

Cuando Bosch aparcó delante de la verja de hierro forjado al final de Coyote Trail, comprobó que el camino circular frente al Castillo de los Ojos seguía vacío. No obstante, la gruesa cadena, que el día anterior mantenía cerradas las dos mitades de la verja, colgaba con el candado abierto. Moore estaba en casa.

Harry dejó el coche allí mismo, bloqueando la entrada, y entró en el jardín a pie. Atravesó corriendo el césped parduzco, medio agachado e incómodo, consciente de que las ventanas de la torre lo contemplaban como los ojos negros y acusadores de un gigante. Al llegar a la puerta principal, Bosch se pegó a la fachada de estuco. Estaba jadeante y sudoroso, a pesar de que el aire de la mañana todavía era bastante fresco.

La puerta principal estaba cerrada con llave. Bosch permaneció inmóvil un buen rato a la escucha de algún ruido, pero no oyó nada. Finalmente se agazapó bajo la hilera de ventanas del primer piso y dio la vuelta a la casa hasta llegar a un garaje con cuatro puertas. Allí encontró otra puerta también cerrada con llave.

Bosch reconoció la parte trasera de la casa de las fotografías que había encontrado en la bolsa de Moore. Una de las puertas correderas junto a la piscina estaba abierta y una cortina blanca ondeaba al viento como una mano que lo invitaba a entrar.

La puerta abierta daba a una gran sala de estar llena de fantasmas, es decir, muebles cubiertos con sábanas viejas. Y nada más. Bosch se dirigió a su izquierda, atravesó sigilosamente la cocina y abrió una puerta del garaje. Dentro había un coche, cubierto con más sábanas, y una camioneta verde pálida con la palabra «Mexitec» en el lateral. Al palpar el capó de la camioneta, Bosch descubrió que todavía estaba caliente. A través del parabrisas, distinguió una escopeta de cañones recortados que yacía en el asiento del pasajero, Bosch abrió la puerta y sacó el arma. Tan silenciosamente como pudo, la abrió y vio que los dos cañones estaban cargados. Luego la cerró, enfundó su pistola y se la llevó consigo.

Bosch levantó la sábana de la parte delantera del otro coche y descubrió el Thunderbird que había visto en la foto del padre y el hijo. Al mirar dentro del vehículo, Bosch se preguntó cuánto tenía que remontarse uno para encontrar lo que motivaba las decisiones de una persona. En el caso de Moore, no sabía la respuesta y en el suyo tampoco.

Bosch regresó a la sala de estar y se detuvo a escuchar. Nada. La casa estaba quieta, vacía y olía a polvo, como el tiempo que transcurre lenta y dolorosamente esperando a alguien o algo que no va a llegar. Los fantasmas ocupaban todas las habitaciones. Bosch estaba admirando la forma de un sillón amortajado cuando oyó el ruido. Vino de arriba y fue como el sonido de un zapato que caía sobre un suelo de madera.

Bosch se dirigió a la parte delantera de la casa, donde había un amplio vestíbulo del cual arrancaba una majestuosa escalera de piedra. Bosch subió los peldaños y siguió escuchando, pero el ruido de arriba no se repitió.

En el segundo piso caminó por un pasillo alfombrado y se asomó a las puertas de cuatro dormitorios y dos baños, todos ellos vacíos.

Entonces regresó a las escaleras y subió a la torre. La única puerta en el último rellano estaba abierta, pero Harry no oyó ningún ruido en su interior. Se agachó y avanzó lentamente hacia la abertura con la escopeta por delante, como una vara para buscar agua.

Allí estaba Moore. De pie, de espaldas a la puerta y mirándose en un espejo de un armario ligeramente abierto, de modo que no captaba la imagen de Harry. Durante unos breves instantes Bosch observó a Moore sin que éste lo viera, y echó un vistazo a su alrededor. En el centro de la habitación había una cama con una maleta abierta y, junto a ella, una bolsa de deporte con la cremallera cerrada; parecía hecha.

Moore continuaba sin moverse, ya que estaba mirándose fijamente a la cara. Llevaba barba y sus ojos eran castaños. Vestía unos tejanos gastados, botas nuevas de piel de serpiente, una camiseta negra y una chaqueta de piel negra con guantes a juego. Tenía un aspecto elegante, como salido de las boutiques de Melrose Avenue. De lejos podría pasar fácilmente por el Papa de Mexicali.

Bosch detectó la empuñadura de madera y plata de una pistola automática en su cinturón.

—¿Vas a decir algo, Harry? ¿O vas a quedarte ahí mirando?

Sin mover las manos ni la cabeza, Moore apoyó el peso del cuerpo en el pie izquierdo de modo que él y Bosch se pudieran ver en el espejo.

—Te compraste unas botas nuevas antes de matar a Zorrillo, ¿no?

Entonces Moore se volvió por completo pero no dijo nada.

—Mantén las manos a la vista —le advirtió Bosch.

—Lo que tú digas, Harry. ¿Sabes? Me imaginaba que si alguien vendría, serías tú.

—Tú querías que alguien viniese, ¿no?

—A veces sí, a veces no.

Bosch entró en la habitación y dio un paso a un lado para situarse directamente enfrente de Moore.

—Lentillas nuevas, barba. Pareces el Papa, de lejos. ¿Pero cómo convenciste a sus hombres, a su guardia personal? No me digas que se quedaron tan anchos cuando tú entraste y lo suplantaste.

—Los convenció el dinero. Seguramente a ti también te dejarían mudarte allí si tuvieses la pasta. Ya ves, todo es negociable cuando controlas ese tema. Y yo lo controlaba.

Moore indicó con la cabeza la bolsa de deporte.

—¿Cuánto quieres tú? No tengo mucho, unos ciento diez mil dólares en esa bolsa.

—Pensaba que te habías fugado con una fortuna.

—Sí. Lo de la bolsa es sólo lo que tengo a mano. Me has cogido un poco pelado, pero puedo conseguirte mucho más. Lo tengo metido en varios bancos.

—¿También has estado imitando la firma de Zorrillo?

Moore no respondió.

—Dime, ¿quién era? —preguntó Bosch.

—¿Quién?

—Ya sabes quién.

—Mi medio hermano. De padres diferentes.

—Este sitio es el motivo de todo, ¿no? Es el castillo en el que viviste antes de que te echaran.

—Más o menos. Decidí comprarlo después de que él muriera, pero se está cayendo a trozos. Es tan difícil cuidar de las cosas que quieres estos días… Todo es un esfuerzo.

Bosch intentaba comprender su estado de ánimo; parecía harto de todo.

—¿Qué pasó en el rancho? —preguntó.

—¿Te refieres a los tres cuerpos? Bueno, supongo que al final se hizo justicia. Greña era una sanguijuela que había estado exprimiendo a Zorrillo durante años y Arpis simplemente se la arrancó.

—¿Y quién «arrancó» a Arpis y a Dance?

—Eso lo hice yo.

Lo dijo sin dudar y sus palabras paralizaron a Bosch. Moore era policía; sabía que confesar era lo último que se tenía que hacer. Uno no habla hasta que tiene un abogado a su lado y un trato firmado con el fiscal.

Harry se aferró bien a la escopeta con sus manos sudorosas, dio un paso adelante y escuchó con atención para ver si oía algún otro sonido en la casa. Sin embargo, sólo hubo silencio hasta que Moore lo rompió.

—No pienso volver. Supongo que lo sabes.

Lo dijo tranquilamente, como si fuese algo inamovible, que hubiese decidido hacía mucho tiempo.

—¿Cómo lograste que Zorrillo fuese a Los Angeles y luego a la habitación del motel? ¿Cómo conseguiste sus huellas para el archivo de personal?

—¿Quieres que te lo cuente, Harry? ¿Y luego qué?

Moore miró brevemente la bolsa de deporte.

—Luego nada. Volvemos a Los Angeles. Yo no te he avisado, así que nada de lo que digas puede ser usado en tu contra. Sólo estamos tú y yo.

—Las huellas fueron fáciles. Yo le había preparado unos carnés falsos para que pudiera cruzar la frontera cuando quisiera. Tenía tres o cuatro. Un día me pidió un pasaporte y toda una cartera llena de documentos y yo le dije que necesitaba sus huellas dactilares. Se las tomé yo mismo.

—¿Y el motel?

—Ya te digo que él cruzaba la frontera cuando le venía en gana. Salía por el túnel y los de la DEA se quedaban ahí fuera pensando que todavía estaba dentro del rancho. Le gustaba ir a ver a los Lakers y sentarse en primera fila cerca de esa actriz rubia que chupa tanta cámara. O sea, que él ya estaba ahí y, cuando le dije que quería verlo, vino.

—Entonces lo mataste y lo suplantaste… ¿Y el jornalero? ¿Qué hizo?

—Estar en el lugar equivocado. Por lo visto, estaba allí cuando Zorrillo salió por la trampilla tras su último viaje. El hombre no tenía que haber entrado en esa habitación, pero supongo que no supo leer los carteles. Zorrillo no quiso arriesgarse a que le contara a alguien lo del túnel.

—¿Y por qué lo dejaste en el callejón? ¿Por qué no lo enterraste debajo del Joshua Tree o en otro sitio remoto? En un lugar donde no pudiesen encontrarlo nunca.

—El desierto hubiese sido una buena idea, pero no fui yo quien se deshizo del cuerpo. Ellos me controlaban a mí; ellos lo trajeron y lo dejaron allá. Lo hizo Arpis. Esa noche recibí una llamada de Zorrillo para que me reuniera con él en el Egg and I. Me pidió que aparcara en el callejón y entonces vi el cadáver. Yo no quise tocarlo así que llamé a la comisaría para decir que lo había encontrado. Zorrillo lo usó como otra forma de controlarme y yo le seguí la corriente. Le dieron el caso a Porter y yo hice el trato con él para que se lo tomara con calma.

Bosch no dijo nada. Simplemente intentaba imaginarse la secuencia de hechos que Moore acababa de describirle.

—Esto empieza a ser un rollo. ¿Vas a intentar esposarme, llevarme a Los Angeles y ser un héroe?

—¿Por qué no lo olvidaste? —preguntó Bosch.

—¿El qué?

—Este sitio. Tu padre. Todo. Tendrías que haberte olvidado del pasado.

—Porque me robaron la vida. El tío nos echó de casa. Mi madre… ¿Cómo te olvidas de un pasado así? Vete a la mierda, Bosch. Tú no lo puedes entender.

Bosch no dijo nada, aunque sabía que estaba alargando demasiado la situación. Moore comenzaba a hacerse con el control.

—Cuando me enteré de que el viejo había muerto, me afectó mucho —explicó Moore—. No sé por qué, decidí que quería este sitio y fui a ver a mi hermano. Ése fue mi error. Empecé haciendo cosas pequeñas, pero él me fue pidiendo más y más, y acabé llevando todo el negocio allá arriba. Al final tenía que salir de allí y sólo había una manera de hacerlo.

—La manera equivocada.

—No te molestes, Bosch. Ya me sé la canción.

Aunque estaba seguro de que Moore le había contado la historia tal como él la veía, Bosch tenía claro que Moore se había lanzado a los brazos del diablo. Había descubierto quién era.

—¿Por qué yo? —preguntó Bosch.

—¿Por qué tú qué?

—¿Por qué me dejaste la carpeta a mí? Si no hubieses hecho eso, yo no estaría aquí ahora. Te habrías escapado.

—Bosch, tú eras mi plan de emergencia. ¿No lo ves? Necesitaba algo por si el suicidio no colaba. Me imaginé que cuando recibieras la carpeta te pondrías a investigar. Sabía que con un poco de ayuda avisarías a la gente de que se trataba de asesinato. Lo que no me esperaba es que llegaras tan lejos. Pensaba que Irving y el resto te lo impedirían porque no querrían escarbar más. Ellos preferirían que todo el asunto muriera conmigo.

—Y con Porter.

—Sí, bueno, Porter era débil. Seguramente está mejor así.

—¿Y yo? ¿Estaría mejor si Arpis hubiese acertado el tiro en el hotel?

—Bosch, te estabas acercando demasiado. Tenía que detenerte.

Harry ya no tenía nada más que decir o preguntar. Moore pareció intuir que habían llegado al final del trayecto, pero lo intentó una vez más.

—Bosch, en esa bolsa tengo los números de mis cuentas. Son tuyos.

—No me interesa, Moore. Volvemos a Los Angeles.

Moore se rió de semejante idea.

—¿De verdad crees que a alguien le importa todo esto?

Bosch no dijo nada.

—¿En el departamento? —prosiguió Moore—. Ni hablar. Ellos no quieren saber nada de una cosa así. Es un mal rollo para el negocio. Tú en cambio no estás en el departamento. Trabajas allí, pero no formas parte de él. ¿Me entiendes? Ahí está el problema… Si me llevas, vas a quedar tan mal como yo, porque les vas a echar encima un montón de mierda. Tú eres el único a quien le importa todo esto, Bosch. De verdad. Así que coge el dinero y vete.

—¿Y tu mujer? ¿A ella tampoco le importa?

Eso lo paró, al menos un momento.

—Sylvia —dijo—. No lo sé. La perdí hace mucho tiempo. No sé si le importa; a mí ya me da igual.

Bosch lo escudriñó en busca de la verdad.

—Eso es agua pasada —concluyó Moore—. Así que llévate el dinero. Luego puedo conseguirte más.

—No puedo cogerlo y tú lo sabes.

—Sí, supongo que lo sé. Pero tú también sabes que no puedo volver contigo. Entonces, ¿qué hacemos?

Bosch apoyó todo su peso en el pie izquierdo y la culata de la escopeta sobre su cadera. Hubo un largo silencio durante el cual pensó en sí mismo y en sus propias motivaciones. ¿Por qué no le había pedido a Moore que arrojara la pistola al suelo?

Con un movimiento ágil y rápido, Moore cruzó la mano y se sacó la pistola de la cintura. Estaba levantando el cañón hacia Bosch cuando el dedo de Harry apretó los gatillos de la escopeta. El estruendo de los dos cañones fue ensordecedor. A través del humo, Bosch vio que Moore recibía toda la fuerza de impacto en la cara y su cuerpo saltaba hacia atrás. Sus manos se alzaron hacia el techo antes de derrumbarse sobre la cama. Moore llegó a disparar pero el tiro salió alto e hizo añicos uno de los cristales de las ventanas en forma de arco. Finalmente el arma cayó al suelo.

Unos residuos de las balas flotaron y aterrizaron sobre la sangre del hombre sin cara. Bosch notó que el aire olía a pólvora quemada y que unas gotitas diminutas le cubrían la cara. Por el olor, dedujo que era sangre. Bosch se quedó inmóvil durante más de un minuto, después alzó la vista y se vio en el espejo. Rápidamente desvió la mirada.

A continuación se dirigió a la cama y abrió la cremallera de la bolsa de deporte. Dentro había un montón de fajos de billetes, casi todos de cien dólares, así como una cartera y un pasaporte. Cuando Bosch inspeccionó la cartera, descubrió que los documentos identificaban a Moore como Henry Maze, de cuarenta años, natural de Pasadena.

En el interior del pasaporte había dos fotos sueltas. La primera era una Polaroid que debía proceder de la bolsa de papel blanca. La imagen mostraba a Moore y su mujer con poco más de veinte años. Estaban sentados en un sofá, tal vez en una fiesta, y Sylvia no estaba mirando a la cámara; lo estaba mirando a él. Bosch enseguida comprendió por qué Moore había elegido esa foto; por la preciosa mirada de amor de Sylvia. La segunda foto era una antigua instantánea en blanco y negro con los bordes descoloridos, como si hubiera estado enmarcada. Mostraba a Cal Moore y Humberto Zorrillo de niños. Los dos estaban sin camisa, luchando juguetonamente y riendo. Tenían la piel bronceada y limpia, sólo afeada por el tatuaje de los Santos y Pecadores que ambos lucían en el brazo.

Bosch metió la cartera y el pasaporte en la bolsa, pero se guardó las dos fotos en el bolsillo de la chaqueta. A continuación caminó hasta la ventana y miró por el cristal roto hacia Coyote Trail y las tierras que llevaban a la frontera. No venían coches de policía, ni de la patrulla de fronteras. Nadie había llamado siquiera a una ambulancia. Las gruesas paredes del castillo habían silenciado la muerte del nombre que yacía en su interior.

El sol ya estaba alto en el cielo y Harry notó su calor a través del agujero triangular del cristal roto.