Bosch salió de la casa, buscó a Águila en la oscuridad y finalmente lo encontró junto a los prisioneros, al lado de la milicia. Harry se dio cuenta de que su compañero debía de sentirse aún más extraño que él en aquella situación.
—Voy a buscar el jeep que vimos. Creo que era Zorrillo.
—Yo estoy listo —dijo el mexicano.
Antes de que se pusieran en marcha, Corvo fue corriendo a su encuentro. Pero no era para detenerlos.
—Bosch, tengo a Ramos en el helicóptero. Es todo lo que puedo darte.
Se hizo un silencio, que sólo rompió un sonido al otro lado de la casa. Era el rotor del helicóptero.
—¡Venga! —gritó Corvo—. O se irá sin vosotros.
Bosch y Águila corrieron hasta el otro lado del edificio y volvieron a ocupar sus sitios en el Lince. Ramos estaba en la cabina con el piloto. El aparato se elevó de repente y Bosch se olvidó del cinturón de seguridad. Estaba demasiado ocupado poniéndose el casco y el equipo de visión por infrarrojos.
Todavía no había nada en el campo de visión; ni jeep, ni nadie corriendo. Se dirigían al sureste del centro habitado y, mientras observaba a través de las lentes, Harry se dio cuenta de que todavía no había informado a Águila de la defunción de su capitán. «Cuando hayamos acabado», decidió.
Al cabo de dos minutos dieron con el jeep. Estaba aparcado en un bosquecillo de eucaliptos y arbustos altos, a unos cincuenta metros de los corrales y el granero. Una planta rodadora del tamaño de un camión había volado hasta él… o bien alguien la había puesto allí a modo de triste camuflaje. El piloto encendió los focos y el Lince comenzó a trazar círculos sobre la zona. Sin embargo, no hallaron ni rastro de su ocupante, el fugado: Zorrillo. Al mirar entre los dos asientos, Bosch vio que Ramos le indicaba al piloto que aterrizase. Apagaron los focos y, hasta que los ojos de Harry se acostumbraron, sintió como si se internaran en las profundidades de un agujero negro.
Finalmente Harry notó el impacto de la tierra y sus músculos se relajaron un poco. Cuando el motor se apagó, sólo se oyó el chirrido y el ruido del rotor que se iba parando solo. A través de la ventana, Bosch vio la pared oeste del granero. No había puertas o ventanas en ese lado y Harry estaba pensando que podrían acercarse con relativa seguridad, cuando oyó gritar a Ramos:
—¿Qué coño…? ¡Cuidado!
La sacudida fue tan fuerte que el helicóptero se tambaleó violentamente y empezó a resbalar. Bosch miró por la ventana pero sólo vio que los estaban empujando por el lateral. El jeep. ¡Alguien se había escondido en el jeep! Al final los patines de aterrizaje se engancharon con algo en el suelo y el aparato volcó. Bosch se encogió y se tapó la cara cuando vio que el rotor que todavía giraba se estrellaba contra el suelo y se hacía mil pedazos. Entonces sintió el peso de Águila que se desplomaba sobre él y oyó gritos en la cabina que no pudo descifrar.
El helicóptero se balanceó en esta posición unos segundos antes de recibir otro fuerte impacto, esta vez por delante. Bosch oyó unos disparos y el ruido de metal y cristales rotos. Después se fue. Bosch notó que la vibración del suelo iba disminuyendo hasta que el jeep se alejó.
—¡Creo que le he dado! —gritó Ramos—. ¿Lo habéis visto?
Bosch sólo podía pensar en su vulnerabilidad. El siguiente golpe seguramente vendría por detrás, donde no podrían verlo para disparar. Harry intentó alcanzar su Smith, pero tenía los brazos atrapados debajo de Águila. El detective mexicano finalmente comenzó a levantarse de encima de él y los dos se movieron con cuidado hasta quedarse en cuclillas. Bosch levantó el brazo y empujó la puerta. Ésta se abrió hasta la mitad antes de topar con algo, probablemente un trozo de metal. A continuación se sacaron los cascos y Bosch salió primero. Águila le pasó los chalecos antibalas. Aunque no sabía por qué, Bosch los cogió y Águila lo siguió.
El aire olía a combustible. Los dos se acercaron al morro aplastado del aparato donde Ramos, con la pistola en una mano, intentaba salir por el agujero en el que antes estaba la ventana.
—Ayúdale —dijo Bosch—. Yo os cubriré.
Bosch desenfundó la pistola y dio media vuelta, pero no vio a nadie. Entonces vislumbró el jeep, aparcado donde lo habían visto desde el aire, con la planta rodadora todavía apoyada contra él. Aquello no tenía sentido. A no ser que…
—El piloto está atrapado —anunció Águila.
Harry se asomó a la cabina, mientras Ramos enfocaba una linterna sobre el piloto, cuyo bigote rubio estaba empapado de sangre. Tenía un corte profundo en el puente de la nariz, los ojos abiertos y el volante de mando le aprisionaba las piernas.
—¿Dónde está la radio? —preguntó Bosch—. Tenemos que conseguir ayuda.
Ramos introdujo la parte superior del cuerpo por la ventana de la cabina y sacó el micrófono de la radio.
—Llamando a Corvo. Venid inmediatamente, tenemos una emergencia. —Mientras esperaba una respuesta, Ramos le dijo a Bosch—. No me lo puedo creer, macho. Ese monstruo de mierda ha salido de la nada. Yo no sabía qué coño…
—¿Qué pasa? —respondió la voz de Corvo por la radio.
—Tenemos un problema. Necesitamos asistencia médica y herramientas. El Lince está jodido. Corcoran está atrapado dentro, con heridas.
—… ción del accidente?
—No ha sido un accidente, coño. Un toro de mierda lo embistió en tierra. El Lince está destrozado y no podemos sacar a Corcoran. Estamos a cien metros al noreste del granero.
—No os mováis. Vamos para allá.
Ramos se colocó la radio en el cinturón, se puso la linterna bajo la axila y volvió a cargar la pistola.
—Sugiero que formemos un triángulo, con el helicóptero en medio, y vigilemos por si el animal vuelve. Yo sé que le di, pero se fue como si nada.
—No —respondió Bosch—. Ramos, tú y Águila quedaos uno a cada lado del helicóptero y esperad ayuda. Yo voy a entrar en el granero, sino Zorrillo se va…
—No, no, no. No lo vamos a hacer así, Bosch. Tú no estás al mando. Esperaremos aquí y cuando llegue la ayuda…
Ramos se calló a media frase y se volvió. Bosch también lo oyó… O más bien, lo notó. Era una vibración rítmica en el suelo, que se hacía cada vez más fuerte, y resultaba imposible de localizar. Bosch vio a Ramos girar sobre sí mismo con la linterna encendida. Entonces oyó a Águila que decía:
—El Temblar.
—¿Qué? —gritó Ramos—. ¿Qué?
En ese momento el toro apareció en su campo de visión. Era una bestia negra que venía hacia ellos. No le preocupaba que fueran superiores en número; aquél era su territorio e iba a defenderlo. A Bosch le pareció que el animal surgía de la oscuridad, como una aparición —como la muerte—, con la cabeza baja y la cornamenta por delante. Estaba a menos de diez metros cuando fijó un objetivo concreto: Bosch.
En una mano Harry aguantaba la Smith, mientras en la otra sostenía el chaleco con la palabra policía escrita en letras fluorescentes amarillas. En milésimas de segundo comprendió que las letras habían atraído la atención del toro y por eso lo había elegido a él. También llegó a la conclusión de que su pistola sería inútil. No podría detener al animal con balas; era demasiado grande y potente. Habría tenido que disparar un tiro mortal a un objetivo en movimiento. Herirlo, tal como había hecho Ramos, no lo detendría. Bosch arrojó la pistola al suelo y levantó el chaleco.
Harry oyó gritos y disparos a su derecha. Era Ramos, que intentaba distraer al toro, pero éste seguía yendo directo hacia él. Cuando se acercó, Bosch agitó el chaleco a la derecha y las letras amarillas brillaron a la luz de la luna. Bosch lo soltó cuando tuvo al animal encima. El toro, como una mancha negra en la oscuridad, le dio al chaleco antes de que Bosch lo soltara del todo. Harry intentó saltar fuera de su camino, pero una de las enormes espaldas del animal lo rozó y lo derribó.
Desde el suelo, vio al animal que giraba a su izquierda con la agilidad de un deportista y se dirigía a Ramos. El agente siguió disparando y Bosch incluso creyó ver el reflejo de la luna sobre los casquillos al salir disparados de la pistola. Pero las balas no detuvieron al animal; ni siquiera aminoraron su velocidad. Bosch oyó que la pistola se quedaba seca y Ramos apretaba el gatillo con la recámara vacía. Su último grito fue ininteligible, el toro lo cogió por las piernas y levantó su cuello brutal y sangriento, lanzándolo por los aires. Ramos pareció dar una voltereta en el aire antes de estrellarse de cabeza contra el suelo.
El toro intentó detenerse, pero el impulso y el impacto de las balas lo dejaron incapaz de controlar su enorme peso. Primero bajó la cabeza y la echó a un lado; después la enderezó y se preparó para otra embestida. Instintivamente Bosch se arrastró hasta su pistola, la cogió y apuntó. Pero entonces al animal le fallaron las patas delanteras y se desmoronó. Quedó inmóvil, a excepción de su pecho que subía y bajaba, hasta que finalmente eso también terminó.
Águila y Bosch se abalanzaron sobre Ramos al mismo tiempo. Se acercaron a él, pero ninguno de los dos lo tocó. Ramos yacía bocarriba con los ojos abiertos y llenos de tierra. Su cabeza estaba inclinada en un ángulo antinatural; se había roto el cuello al caer. En ese instante oyeron a lo lejos las hélices de uno de los Hueys. Bosch se levantó y descubrió que el helicóptero estaba buscándolos con el foco.
—Voy a entrar en el túnel —anunció Bosch—. Cuando aterricen, ven con refuerzos.
—No —dijo Águila—. Yo voy contigo.
Lo dijo de una manera que no admitía discusión. Águila se agachó, cogió la radio del cinturón de Ramos y recogió la linterna. Entonces le pasó el micrófono a Bosch.
—Di que vamos los dos.
Bosch llamó a Corvo.
—¿Dónde está Ramos?
—Acabamos de perderlo. Águila y yo vamos a entrar en el túnel. Alertad a la milicia en EnviroBreed de que nos dirigimos hacia allá. No queremos que nos disparen.
Bosch apagó la radio antes de que Corvo pudiera replicar y dejó el micrófono junto al agente caído. El otro helicóptero ya casi estaba encima de ellos. Bosch y Águila corrieron hacia el granero con las armas en alto y se movieron cuidadosamente por el exterior hasta que llegaron a la fachada y vieron que la enorme puerta estaba entreabierta. La abertura era lo suficientemente grande para dejar pasar a un hombre.
Así que se internaron en la oscuridad. Águila comenzó a recorrer el interior con la linterna y descubrieron que se trataba de un gran granero con encerraderos a ambos lados. También había cajones apilados que se usaban para transportar los toros a las plazas, así como balas de heno. Bosch se fijó en que había una hilera de focos en el centro del techo, miró a su alrededor y divisó el interruptor cerca de la puerta.
Una vez el interior estuvo iluminado, avanzaron por el pasillo entre las hileras de encerraderos. Bosch fue por la derecha y Águila por la izquierda. Los toriles estaban todos vacíos, ya que los toros merodeaban sueltos por el rancho. Bosch y Águila no vieron la entrada al túnel hasta que llegaron al fondo de la nave.
En un rincón, una carretilla elevadora sostenía una paleta con balas de heno a un metro del suelo.
Allí mismo, donde había estado la paleta, había un agujero de un metro de diámetro. Zorrillo, o quienquiera que fuese, había empleado la carretilla elevadora para levantar la paleta, pero no había tenido a nadie para bajarla y ocultar su vía de escape.
Bosch se agachó, se asomó al agujero y descubrió una escalera que llevaba a un pasadizo iluminado a unos tres metros y medio de profundidad. Harry miró a Águila.
—¿Listo?
El mexicano asintió.
Bosch entró primero. Bajó varios peldaños de la escalera y después saltó al suelo con la pistola en la mano, dispuesto a disparar. Pero en el túnel no había nadie. Lo cierto es que era más un pasillo que un túnel, ya que se podía caminar totalmente de pie y estaba perfectamente iluminado gracias a un cable eléctrico que alimentaba unas lámparas que colgaban del techo cada seis metros. Como se curvaba ligeramente hacia la izquierda, Bosch no divisaba el final. Harry dio un paso adelante y Águila aterrizó detrás de él.
—Vale —susurró Bosch—. Caminemos por la derecha. Si hay un tiroteo, tú disparas alto y yo bajo.
Águila asintió y comenzaron a avanzar rápidamente por el túnel. Mientras caminaban Bosch intentó orientarse y decidió que estaban dirigiéndose al este y un poco al norte. Corrieron hasta la curva; en la esquina se pegaron a la pared antes de pasar al segundo tramo del túnel.
Entonces comprendió que el giro era demasiado acentuado para que llevara a EnviroBreed. Miró hacia el último segmento de la galería y vio que no había nadie. La escalera de salida estaba a unos cincuenta metros y sabía que no conducía a EnviroBreed. Bosch lamentó haber dejado la radio junto al cuerpo de Ramos.
—Mierda —susurró Harry.
—¿Qué? —respondió Águila.
—Nada. Vamos.
Bosch y Águila recorrieron los siguientes veinticinco metros muy deprisa. Después adoptaron un paso más prudente y silencioso al acercarse a la escalera de salida. Águila se pasó a la pared derecha y los dos llegaron a la abertura al mismo tiempo, con las pistolas en alto y el sudor en los ojos.
Arriba no había luz. Bosch le cogió la linterna a Águila y proyectó el haz por el agujero. Eso le permitió ver unas vigas de madera en el techo bajo de la sala. Nadie se asomó, nadie les disparó, nadie hizo nada. Harry escuchó atentamente, pero no oyó nada. Le hizo un gesto a Águila para que lo cubriese y se enfundó la pistola. Entonces empezó a subir por la escalera mientras aguantaba la linterna con una mano.
Harry tenía miedo. En Vietnam, salir de uno de los túneles del enemigo siempre significaba el final de la pesadilla. Era como volver a nacer; uno emergía de la oscuridad para ser recibido por sus camaradas. Iba del negro al azul. Pero en esa ocasión, era todo lo contrario. Al llegar arriba y antes de asomarse por el agujero, recorrió la sala con la linterna, pero no vio nada. Entonces sacó la cabeza lentamente por la abertura, como una tortuga. Lo primero que notó fue el serrín que cubría el suelo; después fue descubriendo que la sala era una especie de almacén en el que había unas estanterías de aluminio con hojas de sierras, cintas abrasivas para máquinas industriales, herramientas manuales y serruchos de carpintero. Una de las estanterías estaba llena de espigas de madera de diferentes tamaños. Bosch inmediatamente pensó en las espigas atadas al alambre que habían empleado para matar a Kapps y a Porter.
Bosch le hizo una señal a Águila para que subiera, mientras él se dirigía a la puerta del almacén. Al no estar cerrada con llave, Harry descubrió que daba a una enorme nave con varias filas de maquinaria y bancos de carpintero a un lado y productos terminados al otro. Casi todos eran muebles sin barnizar: mesas, sillas, cómodas, etc… Una bombilla que colgaba de una viga transversal proyectaba la única luz de la sala; la dejaban encendida por la noche por motivos de seguridad. Cuando Águila apareció por detrás, no tuvo que decirle a Bosch que se hallaban en Mexitec.
Al fondo de la nave había unas puertas. Una de ellas estaba abierta y los dos policías corrieron hacia allá. Enseguida descubrieron que daba a una zona de carga y descarga al lado del callejón por el que Bosch había caminado la noche anterior. En el aparcamiento había un charco y Bosch detectó unas huellas de neumático que conducían al callejón. No había nadie a la vista; hacía tiempo que Zorrillo se había ido.
—Había dos túneles —concluyó Bosch, incapaz de ocultar su decepción.
—¡Había dos túneles! —exclamó Corvo—. El confidente de Ramos nos ha jodido bien jodidos.
Bosch y Águila estaban sentados en sillas de pino sin barnizar mientras contemplaban a Corvo paseándose arriba y abajo. Tenía un aspecto terrible: el de un hombre al mando de una operación en que había perdido a dos hombres, un helicóptero y su objetivo principal. Habían transcurrido dos horas desde que Bosch y Águila habían salido del túnel.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Bosch.
—Quiero decir que el confidente tenía que estar al loro del segundo túnel. ¿Cómo iba a saber que había uno y no otro? El tío nos tendió una trampa; le dejó una escapatoria a Zorrillo. Si supiera quién es, lo arrestaría como cómplice de la muerte de un agente federal.
—¿No lo sabes?
—Ramos no me pasó el informe. No le dio tiempo.
Bosch respiró aliviado.
—No me lo puedo creer —insistía Corvo—. Más vale que no vuelva. La he cagado… Al menos tú has conseguido a tu asesino de policías, Bosch. A mí me espera un buen cirio.
—¿Has mandado algún télex? —inquirió Bosch para cambiar de tema.
—Sí, ya están enviados, a todas las comisarías y agencias federales. Pero no importa, porque se nos ha escapado. Se irá al interior, pasará un año escondido y después volverá a empezar exactamente donde lo dejó. En Michoacan o un poco más al sur.
—A lo mejor ha ido al norte —sugirió Bosch.
—Imposible. No va a cruzar porque sabe que si lo cogemos allá arriba, no volverá a ver la luz del día. Se habrá ido al sur, donde está seguro.
En la fábrica había otros agentes que apuntaban y catalogaban las pruebas que iban recogiendo. Entre ellas estaba una máquina que vaciaba las patas de las mesas para llenarlas de contrabando; así podían pasarlo al otro lado de la frontera. Un poco antes, los agentes de la DEA habían encontrado la entrada al segundo túnel en el granero y lo habían seguido hasta EnviroBreed. Como no había explosivos, habían entrado y habían descubierto que la fábrica de insectos estaba vacía a excepción de los dos perros de fuera, que habían matado.
La operación había desmantelado una gran red de contrabando. Un par de agentes se habían marchado a Calexico para detener al director de EnviroBreed, Ely. En el rancho se habían producido catorce detenciones y seguramente habría más arrestos. Pero todo aquello no era suficiente para Corvo ni para nadie, ya que dos agentes habían muerto y Zorrillo había escapado. Además, Corvo se había equivocado si pensaba que Bosch se sentiría satisfecho con la muerte de Arpis. Bosch también quería a Zorrillo, puesto que él había dado las órdenes de ejecutar los asesinatos.
Harry se levantó para no tener que presenciar más tiempo la angustia del agente. Tenía suficiente con la suya. Águila también debía de sentir lo mismo ya que imitó a Bosch y comenzó a caminar nerviosamente entre las máquinas y los muebles. En esos momentos estaban esperando a que uno de los coches de la milicia los llevara al aeropuerto para recoger el coche de Bosch. Los federales se quedarían allí hasta pasado el amanecer, pero Bosch y Águila habían terminado. Cuando le había contado lo de Greña, el mexicano simplemente había asentido con la cabeza, sin mostrar ningún sentimiento.
Bosch siguió a Águila que volvía al almacén y se acercaba a la entrada del túnel. Águila se agachó y comenzó a estudiar el suelo como si el serrín fuera un poso de café en el cual pudiera leer el paradero de Zorrillo.
Al cabo de unos segundos, comentó:
—El Papa tiene botas nuevas.
Bosch se acercó y Águila le mostró las pisadas en el serrín. Había una que no pertenecía a los zapatos de Águila o Bosch; estaba muy claramente marcada y Harry enseguida reconoció el tacón alargado de una bota vaquera y la letra ese formada por una serpiente. El borde de la pisada y la cabeza de la serpiente se veían con toda claridad.
Águila estaba en lo cierto. El Papa tenía botas nuevas.