Bosch estaba de pie junto a la ventana de su habitación en el tercer piso del Hotel Colorado, en la calzada Justo Sierra. Desde allí contemplaba lo que se veía de Mexicali. A su izquierda el panorama quedaba tapado por otra ala del hotel, pero a la derecha se apreciaban las calles llenas de coches y los autobuses multicolores que ya había visto al cruzar la frontera. En el aire flotaba la música distante de mariachis y el olor a frito de algún restaurante cercano. El cielo que enmarcaba aquella ciudad destartalada era violeta y rojo, a la luz moribunda del atardecer. Recortados contra el horizonte, Bosch distinguió los edificios de las dependencias de justicia y, cerca de ellos, a la derecha, una estructura redonda como la de un estadio: la plaza de toros.
Hacía dos horas que Bosch había llamado a Corvo a Los Angeles y había dejado su número de teléfono y dirección, y estaba esperando una llamada de su hombre en Mexicali: Ramos. Harry se alejó de la ventana y miró el teléfono. Sabía que tenía que hacer otras llamadas, pero dudaba. Entonces sacó una cerveza del cubo del hielo y la abrió. Después de beberse una cuarta parte, se sentó en la cama al lado del teléfono.
En el contestador de su casa había tres mensajes, todos ellos de Pounds diciendo lo mismo: «Llámame».
Pero Bosch no lo hizo. En su lugar llamó a la mesa de Homicidios. Era sábado por la noche, pero lo más probable era que hubiera gente trabajando en el caso Porter. Jerry Edgar contestó el teléfono.
—¿Cómo van las cosas?
—Mierda, tío, tienes que volver. —Edgar hablaba muy bajo—. Todo el mundo te está buscando. Los de Robos y Homicidios han tomado las riendas, así que no sé muy bien qué se está cociendo. Yo sólo soy el último mono, pero creo que… No sé, tío.
—¿Qué? Dilo.
—Me parece que creen que o bien te cargaste a Porter o que serás el próximo. Es difícil adivinar qué coño están haciendo o pensando.
—¿Quién está ahí?
—Todo dios; éste es el puesto de mando. Ahora mismo Irving está en la «pecera» con Noventa y ocho.
Bosch sabía que no podía continuar así mucho tiempo; tenía que dar señales de vida. Tal vez ya se había perjudicado irremediablemente.
—Vale —dijo—. Hablaré con ellos. Pero antes tengo que hacer otra llamada. Gracias, tío.
Bosch colgó y marcó otro número. Esperaba recordarlo correctamente y que ella estuviera en casa. Como eran casi las siete, Harry pensó que tal vez habría salido a cenar, pero finalmente contestó.
—Soy Bosch. ¿Te cojo en un mal momento?
—¿Qué quieres? —preguntó Teresa—. ¿Dónde estás? No sé si lo sabes, pero todo el mundo te está buscando.
—Eso he oído, pero no estoy en Los Angeles. Te llamo porque me he enterado de que han encontrado a mi amigo Lucius Porter.
—Sí, lo siento. Acabo de volver de la autopsia.
—Ya me imaginaba que la harías tú.
Hubo un silencio antes de que ella dijera:
—Harry, ¿por qué tengo la sensación de que…? Oye, tú no me llamas porque fuera tu amigo, ¿verdad?
—Bueno…
—¡Mierda! Otra vez la misma historia, ¿no?
—No. Sólo quería saber cómo murió, eso es todo. Era amigo mío, trabajábamos juntos. Pero da igual, déjalo.
—No sé por qué te ayudo. Fue una «pajarita mexicana». ¿Qué? ¿Estás contento? ¿Ya tienes todo lo que querías?
—¿Garrote?
—Sí. Lo estrangularon con un alambre de empacar heno con dos asas de madera en los extremos. Seguro que ya lo has visto antes. Oye, ¿esto también va a salir en el Times de mañana?
Bosch se calló hasta estar seguro de que ella había terminado. Desde la cama miró la ventana y descubrió que la luz del día se había desvanecido del todo. Había oscurecido y el cielo era de un color vino tinto. De pronto recordó al hombre de Poe’s y las tres lágrimas.
—¿Habéis hecho una compara… ?
—¿Comparación con el caso Jimmy Kapps? —le interrumpió ella—. Sí, ya se nos ha ocurrido, pero no se sabrá nada hasta dentro de unos días.
—¿Por qué?
—Porque eso es lo que se tarda en analizar las fibras de madera de las asas y la aleación del alambre. Aunque ya hicimos un análisis del alambre durante la autopsia y tiene muy buena pinta.
—¿Qué quieres decir?
—Pues que el alambre que se usó para estrangular a Porter parece cortado del mismo rollo que el empleado para matar a Kapps. Las puntas coinciden. No es seguro al ciento por ciento porque unos alicates similares pueden hacer cortes parecidos; por eso vamos a analizar la aleación metálica. Lo sabremos dentro de unos días.
Teresa sonaba totalmente fría e indiferente. A Bosch le sorprendía que siguiera enfadada con él, ya que las noticias por televisión de la noche anterior parecían haberla favorecido. No sabía qué decir; habían pasado de sentirse cómodos en la cama a estar violentos por teléfono.
—Gracias, Teresa —le dijo finalmente—. Ya nos veremos.
—¿Harry? —intervino ella antes de que él pudiera colgar.
—¿Qué?
—Cuando vuelvas, es mejor que no me llames. Si nos vemos en una autopsia, por trabajo, muy bien. Pero más vale que lo dejemos así.
Él no dijo nada.
—¿De acuerdo?
—Sí.
Colgaron. Bosch permaneció inmóvil unos segundos. Finalmente cogió el teléfono de nuevo y marcó la línea directa a la «pecera». Pounds descolgó inmediatamente.
—Soy Bosch.
—¿Dónde estás?
—En Mexicali. ¿Me ha llamado?
—Llamé al hotel que dejaste en el contestador pero me dijeron que no estabas.
—Al final decidí alojarme al otro lado de la frontera.
—Bueno, basta de gilipolleces. Porter ha muerto.
—¿Qué? —Bosch hizo lo posible por mostrarse auténtico—. ¿Qué ha pasado? Pero si lo vi ayer…
—Te digo que basta de gilipolleces. ¿Qué haces ahí abajo?
—Usted me dijo que fuera donde me llevara el caso. Y me ha traído hasta aquí.
—¡Yo no te dije que te fueras a México! —gritó—. Quiero que vuelvas inmediatamente. Bosch, las cosas se están poniendo feas. Tenemos un camarero dispuesto a joderte vivo… Un momento.
—Bosch —dijo una nueva voz—. Aquí el subdirector Irving. ¿Dónde se encuentra?
—Estoy en Mexicali.
—Lo quiero en mi oficina mañana por la mañana a las ocho en punto.
Bosch no dudó, consciente de que no podía mostrar la más mínima debilidad.
—Lo siento, pero no puedo. Tengo que terminar unas cosas que seguramente me llevarán hasta mañana por lo menos.
—Estamos hablando del asesinato de un compañero, detective. No sé si se da cuenta, pero usted podría estar en peligro.
—No se preocupe por mí. Además, es el asesinato de un compañero lo que me ha traído hasta aquí, ¿recuerda? ¿O acaso ya no importa lo que le ocurrió a Moore?
Irving no hizo caso del comentario.
—¿Se niega usted a obedecer mis órdenes?
—Oiga, no importa lo que diga un camarero de mierda; usted sabe perfectamente que yo no lo maté.
—Yo no he dicho eso, pero por su conversación deduzco que sabe usted más de lo que sabría si no estuviera involucrado.
—Lo único que digo es que las respuestas a un montón de preguntas (sobre Moore, Porter y los demás) están aquí abajo. Por eso me quedo.
—Detective Bosch, me he equivocado con usted. Esta vez le di un margen de confianza porque pensaba que había cambiado, pero ahora veo que no es cierto. Ha vuelto a engañarme. Usted…
—Estoy haciendo todo lo posible por…
—¡No me interrumpa! No obedezca mis órdenes, pero no me interrumpa —le exhortó Irving—. Lo único que le digo es que si no quiere volver, no vuelva. Pero entonces ya no hará falta que se presente. Piénselo bien.
Después de que Irving colgara, Bosch sacó una segunda Tecate del cubo y encendió un cigarrillo junto a la ventana. A Harry no le preocupaban las amenazas de Irving; bueno, no demasiado. Seguramente lo suspenderían, pero cinco días como máximo. No era grave. Irving no lo trasladaría porque no había muchos lugares peores que Hollywood. Lo que ocupaba su mente era Porter. Hasta entonces había conseguido retrasar el momento, pero había llegado la hora de pensar en él. Estrangulado con un alambre, arrojado en un contenedor. Pobre desgraciado. No obstante, algo dentro de Bosch le impedía sentir lástima por el policía muerto. Lo que había sucedido no le llegó al alma como esperaba. Era un final penoso, pero Harry no sentía ninguna lástima porque Porter había cometido errores fatales. Bosch se prometió a sí mismo que él no los cometería.
A partir de entonces intentó concentrarse en Zorrillo. Harry estaba seguro de que el Papa lo había orquestado todo, enviando a un asesino a sueldo para hacer limpieza. Si era el mismo hombre que había matado a Kapps y a Porter, entonces resultaba fácil añadir a Moore a la lista de víctimas. Y posiblemente a Fernal Gutiérrez-Llosa. El hombre de las tres lágrimas acabó con todos. ¿Significaba eso que Dance estaba libre de culpa? Bosch lo dudaba. Tal vez usaron a Dance para atraer a Moore al Hideaway. De cualquier modo, aquellos razonamientos le confirmaron que estaba haciendo lo correcto al quedarse en Mexicali. Las respuestas estaban allí, no en Los Angeles.
Bosch se dirigió a su maletín, que había dejado sobre la cómoda, y sacó la foto de la ficha policial de Dance que Moore había incluido en la carpeta. Bosch contempló la estudiada expresión de dureza de un hombre joven con el pelo rubio platino que todavía tenía cara de niño. Quería subir más arriba en el escalafón y había cruzado la frontera para intentarlo. Bosch dedujo que si Dance estaba en Mexicali no se camuflaría fácilmente. Necesitaría ayuda.
El golpe en la puerta lo sobresaltó. Sigilosamente Harry depositó la botella y recogió la pistola de la mesilla de noche. Al acercarse a la mirilla, vio a un hombre de unos treinta años con el pelo moreno y un gran bigote. No era el camarero del hotel que había traído la cerveza.
—¿Sí? —preguntó Bosch en español.
—¿Bosch? Soy Ramos —le respondió éste en inglés.
Bosch abrió la puerta con la cadena puesta y le pidió que se identificara.
—¿De qué vas? No llevo identificación. Déjame pasar. Me envía Corvo.
—¿Y cómo lo sé?
—Porque llamaste a la oficina de operaciones de Los Angeles hace dos horas y dejaste tu dirección. Oye, no me hace maldita la gracia tener que decir todo esto a los cuatro vientos.
Bosch cerró la puerta, quitó la cadena y la abrió del todo. Aunque seguía sosteniendo la pistola, bajó el brazo. Ramos entró en la habitación, caminó hasta la ventana, echó un vistazo y luego empezó a caminar junto a la cama.
—Huele de puta pena ahí fuera, están friendo tortillas o no sé qué mierda. ¿Tienes más birra? Por cierto, si los federales mexicanos te pescan con esa pipa, lo tendrás crudo para volver a cruzar la frontera. ¿Por qué no te quedaste en Calexico como te dijo Corvo, macho?
Si no hubiese sido policía, Bosch habría pensado que iba hasta las orejas de coca. Pero lo que aceleraba a Ramos debía de ser otra cosa, algo que Harry no sabía. Bosch cogió el teléfono y pidió un paquete de seis cervezas al servicio de habitaciones, sin quitar los ojos del hombre que se paseaba por su habitación. Después de colgar, se metió la pistola en el pantalón y se sentó en la silla junto a la ventana.
—Quería evitarme las colas de la frontera —dijo Bosch como respuesta a una de las muchas preguntas de Ramos.
—No confiabas en Corvo, eso es lo que quieres decir. No te culpo. No es que yo no me fíe de él, sí que me fío, pero entiendo que quisieras ir a tu bola. La comida es mejor aquí, Calexico es una ciudad salvaje, uno de esos sitios donde nunca sabes qué coño está pasando. Si entras con mal pie, puedes acabar patinando. A mí personalmente me va más este sitio. ¿Has cenado?
Por un momento Bosch recordó lo que Sylvia Moore había dicho sobre patinar en el hielo negro. Mientras Ramos seguía caminando arriba y abajo, Harry se fijó en que llevaba dos buscapersonas electrónicos en el cinturón. Era obvio que el agente estaba excitado por algo.
—Sí, ya he cenado —respondió Bosch, al tiempo que acercaba la silla a la ventana abierta para evitar el olor a sudor de Ramos.
—Conozco el mejor chino del mundo. Podríamos pillarnos unos…
—¡Tío, para! —le pidió Bosch—. Me estás poniendo nervioso. Siéntate y dime qué pasa.
Ramos miró a su alrededor como si viera la habitación por primera vez. Tras coger una silla junto a la puerta, se sentó a horcajadas en medio del cuarto.
—¿Qué pasa? Pues que no estamos muy contentos con el número que nos has montado hoy en EnviroBreed.
A Bosch le sorprendió que la DEA supiera tanto y tan pronto, pero intentó disimular.
—No ha sido muy inteligente —opinó Ramos—. He venido a pedirte que dejes de ir por libre. Corvo ya me avisó de que ése era tu rollo, pero no esperaba que atacaras tan pronto.
—¿Qué pasa? —se defendió Bosch—. Era mi pista. Por lo que me contó Corvo, vosotros no teníais ni puta idea sobre ese sitio. Fui a ponerlos un poco nerviosos; eso es todo.
—Esa gente no se pone «un poco» nerviosa, Bosch. Es lo que te estoy intentando explicar. Pero bueno, ya basta. Sólo quería avisarte y ver qué más sabes aparte de lo de la fábrica de bichos. Dime una cosa: ¿qué coño haces aquí?
Antes de que Bosch pudiera contestar, llamaron a la puerta. El agente de la DEA pegó un salto y se quedó acuclillado en el suelo.
—Es el servicio de habitaciones —lo tranquilizó Bosch—. ¿Qué te pasa?
—Siempre me pongo así antes de una redada.
Bosch se levantó, mirando al agente con curiosidad, y se dirigió a la puerta. A través de la mirilla vio al mismo hombre que le había traído las primeras dos cervezas. Abrió la puerta, pagó y le pasó a Ramos una Tecate del nuevo cubo. Ramos se bebió media botella antes de volver a sentarse, mientras Bosch se llevaba la suya a la silla.
—¿Qué redada?
—Bueno —respondió Ramos después de otro trago—. Lo que le diste a Corvo era buena información, pero después la cagaste al presentarte en EnviroBreed. Por poco lo jodes todo.
—Eso ya lo has dicho. ¿Qué habéis descubierto?
—Hemos investigado EnviroBreed y hemos acertado de lleno. Resulta que el verdadero propietario es Gilberto Ornelas, un alias conocido de un tal Fernando Ibarra, uno de los secuaces de Zorrillo. Estamos trabajando con los federales para obtener una orden de registro. El nuevo fiscal general que tienen aquí abajo es un tío honrado y con mano dura. Está colaborando con nosotros. Así que va a ser una buena redada, si nos dan la autorización.
—¿Cuándo lo sabréis?
—Muy pronto, pero todavía nos falta un dato.
—¿Cuál?
—Si Zorrillo está pasando hielo negro metido en los envíos de EnviroBreed, ¿cómo lo transporta desde su finca a la fábrica de bichos? Nosotros llevamos meses vigilando el rancho y lo habríamos visto. Y estamos bastante seguros de que no fabrican la mierda en EnviroBreed. El sitio es demasiado pequeño, lleno de gente, cerca de la carretera… Además, todos nuestros confidentes explican que la elaboran en el rancho, en un búnker bajo tierra. Incluso tenemos fotos aéreas que muestran la temperatura del suelo y donde se marcan los agujeros de ventilación. La pregunta es: ¿cómo atraviesa la calle?
Bosch pensó en lo que Corvo había dicho en el Code 7; que Zorrillo era uno de presuntos implicados en la construcción del túnel que atravesaba la frontera cerca de Nogales.
—Bajo tierra.
—Exacto —convino Ramos—. Estamos hablando con nuestros confidentes ahora mismo. Si se confirma, el fiscal general nos dará la autorización e iremos a por ellos. Entraremos en el rancho y EnviroBreed a la vez; una operación conjunta. El fiscal general enviará el ejército federal y nosotros al CLAC.
Aunque Bosch odiaba las siglas, no le quedó más remedio que preguntar lo que significaba.
—Comando contra Laboratorios Clandestinos. Los tíos son unos ninjas.
Aunque intentaba digerir esta información, Bosch no comprendía por qué todo estaba ocurriendo tan rápido. Ramos se estaba dejando algo. Tenía que haber alguna novedad sobre Zorrillo.
—Lo habéis visto, ¿no? A Zorrillo. O alguien lo ha visto.
—Sí, señor. Y a ese bicho raro que viniste a buscar. A Dance.
—¿Dónde? ¿Cuándo?
—Tenemos a un confidente en el rancho que los vio a los dos esta mañana practicando el tiro al blanco.
—¿Estaba cerca? El espía.
—Lo suficiente. No tanto como para decir «¡Hola, Santo Padre!», pero lo bastante para identificarlo.
Ramos soltó una sonora carcajada y se levantó a buscar otra cerveza. A continuación le arrojó una a Bosch, que aún no había terminado la primera.
—¿Dónde se había metido? —inquirió Bosch.
—¡Quién sabe! Lo único que me importa es que ha vuelto y que va estar allí cuando el CLAC derribe la puerta. Por cierto, olvídate de la pistola o los federales mexicanos te trincarán a ti también. Van a permitir que el CLAC use armas, pero eso es todo. El fiscal general firmará el permiso… Dios, espero que al tío no lo sobornen o lo asesinen. Bueno, como decía, si quieren que vayas armado ya te dejarán algo ellos.
—¿Y cómo sabré cuándo va a ser?
Ramos seguía de pie. Echó la cabeza atrás y se bebió media botella de cerveza. Su olor había impregnado toda la habitación, por lo que Bosch se acercó la botella a la boca y la nariz. Prefería oler la cerveza que al agente de la DEA.
—Ya te avisaremos —contestó Ramos—. Toma esto y espera.
Ramos le pasó uno de los buscapersonas de su cinturón.
—Te lo pones y yo te daré un toque en cuanto estemos listos para atacar. Será pronto, antes de Año Nuevo… Al menos, eso espero. Tenemos que espabilar porque no sabemos cuánto tiempo se quedará Zorrillo.
Ramos se acabó la cerveza y puso la botella en la mesa.
No cogió otra, dando por terminada la reunión.
—¿Y qué pasa con mi compañero? —preguntó Bosch.
—¿Quién? ¿El mexicano? Olvídate. Es de la Policía Judicial. No se lo puedes decir, Bosch. Sabemos que el Papa tiene espías en todo el cuerpo de policía, así que no confíes en nadie de allí, ¿de acuerdo? Lleva el busca como te he dicho y espera el pitido. Ve a las corridas de toros, relájate en la piscina o lo que sea. No te has visto, macho. Te iría bien un poco de color.
—Conozco a Águila mejor que a ti.
—¿Y sabías que trabaja para un hombre que es un huésped habitual de Zorrillo en las corridas de los domingos?
—No —respondió Bosch, pensando en Greña.
—¿Sabías que el puesto de detective en la Policía Judicial del Estado se puede comprar por unos dos mil dólares? La capacidad investigadora no cuenta.
—No.
—Claro que no, pero así son las cosas por aquí. Tienes que metértelo en la cabeza; no puedes confiar en nadie. Puede que estés trabajando con el último policía honrado de Mexicali, pero ¿por qué arriesgar el pellejo?
Bosch asintió y dijo:
—Una última cosa. Quiero venir mañana a echar un vistazo a tus fotos policiales. ¿Tienes a la gente de Zorrillo?
—A casi todos. ¿Qué quieres?
—Estoy buscando a un tío con tres lágrimas tatuadas en la cara. Es el asesino a sueldo de Zorrillo. Ayer mató a otro policía en Los Angeles.
—¡Joder! Vale, mañana por la mañana llámame a este número y lo prepararé. Si lo identificas, se lo diremos al fiscal general. Puede que nos ayude a conseguir la orden de registro.
Ramos le dio una tarjeta con un número de teléfono y nada más. Cuando se hubo ido, Harry volvió a poner la cadena en la puerta.