Capítulo 17

Bosch dio una última calada al cigarrillo y arrojó la colilla a la alcantarilla. Antes de agarrar la porra que hacía las veces de tirador del Code 7, dudó un instante y se volvió a mirar al otro lado de First Street. Allí estaba Freedom Park, la extensión de césped que flanqueaba el edificio del ayuntamiento. Bajo la luz de las farolas Bosch distinguió los cuerpos de hombres y mujeres sin hogar, desperdigados sobre la hierba que rodeaba el monumento a los caídos. Parecían las víctimas de una batalla, muertos sin enterrar.

Finalmente Bosch entró en el Code 7. Después de atravesar el restaurante, abrió las cortinas, negras como la toga de un juez, que ocultaban la entrada al bar. El sitio estaba lleno de abogados, policías y humo azulado. Todos habían venido a pasar la hora punta y se habían puesto demasiado cómodos o bebido demasiado. Harry se encaminó hacia el final de la barra, donde los taburetes estaban vacíos, y pidió una cerveza y un chupito. Eran las siete en punto según el reloj con el logotipo de la cerveza Miller.

Bosch registró la sala a través del espejo de la barra, pero no vio a nadie que pareciera el agente de estupefacientes Corvo. Así pues, encendió otro cigarrillo y decidió que le daría a Corvo hasta las ocho.

En ese preciso instante, Bosch miró atrás y vio a un hombre bajito, moreno y con barba que abría la cortina y se quedaba parado mientras sus ojos se habituaban a la penumbra del bar. Llevaba tejanos y una camisa. Bosch enseguida distinguió el buscapersonas en el cinturón y el bulto de la pistola bajo la camisa. El hombre hizo un reconocimiento del bar hasta que su mirada se cruzó con la de Harry en el espejo y éste asintió con la cabeza. Corvo se acercó a él y se sentó en el taburete junto al suyo.

—Me has descubierto —dijo Corvo.

—Y tú a mí. Creo que los dos tendremos que volver a la academia. ¿Quieres una cerveza?

—Mira, Bosch, antes de que empieces a ser simpático conmigo, tengo que decirte que no sé nada de esto. No sé de qué va y todavía no he decidido si voy a hablar contigo. —Harry cogió su cigarrillo del cenicero y miró a Corvo por el espejo.

—Yo todavía no he decidido si Certs es una pastilla para el aliento o un caramelo.

Corvo se levantó del taburete.

—Hasta luego.

—Venga, Corvo, ¿por qué no te tomas una cerveza? Tranquilo, tío.

—Me he informado sobre ti antes de venir. Me han dicho que estás chalado y que estás cayendo en picado; de Robos y Homicidios a Hollywood, y de Hollywood a… ¿segurata en un banco?

—No, la próxima parada es Mexicali y, una de dos, puedo presentarme allí a ciegas y estropear lo que has estado planeando sobre Zorrillo… O bien los dos podemos beneficiarnos si me explicas de qué va la cosa.

—La cosa es que no vas a llegar a Mexicali. En cuanto salga de aquí y haga una llamada, se acabó tu viaje.

—Y en cuanto yo salga de aquí, me voy. Entonces será demasiado tarde para detenerme. Siéntate. Si he sido un poco gilipollas, perdona. A veces soy así, pero te necesito y tú me necesitas a mí.

Corvo seguía sin sentarse.

—Bosch, ¿qué vas a hacer? ¿Ir al rancho, echarte el Papa al hombro y traértelo hasta aquí?

—Algo así.

—Joder.

—La verdad es que no sé lo que voy a hacer. Voy a improvisar. A lo mejor no llego a ver al Papa o a lo mejor sí. ¿Quieres arriesgarte?

Corvo volvió a sentarse en el taburete. Tras avisar al camarero, pidió lo mismo que Bosch. En el espejo, Bosch se fijó en que el policía tenía una cicatriz larga y gruesa que le atravesaba la mejilla derecha. Si se había dejado barba para cubrir ese gusano de color rosa liliáceo, no había resultado. Aunque a lo mejor tampoco quería hacerlo; la mayoría de agentes de la DEA a los que Bosch había conocido eran bastante chulos y no se sentirían avergonzados de una cicatriz. Para alguien cuya vida consistía en echarse faroles y bravuconear, las cicatrices eran casi una señal de valor. De todos modos, Bosch dudaba que pudiera hacer mucho trabajo de incógnito con una anomalía física tan reconocible.

En cuanto el camarero trajo las bebidas, Corvo se tomó el chupito de un trago, como alguien acostumbrado a hacerlo.

—Bueno —dijo—. ¿Qué vas a hacer realmente allá abajo? ¿Y por qué debería confiar en ti?

Bosch lo pensó unos instantes.

—Porque puedo entregarte a Zorrillo.

—Joder.

Bosch no dijo nada. Tenía que darle a Corvo su tiempo para enfadarse y para que se quedara sin cuerda. Cuando hubiera acabado de interpretar el papel de agente indignado, podrían hablar en serio. En ese momento Bosch pensó que una de las cosas que las películas y series de televisión no exageraban en absoluto era la relación de celos y desconfianza que existía entre los policías locales y federales. Uno de los bandos siempre se creía mejor, más sabio y más cualificado. Normalmente, ese bando solía equivocarse.

—De acuerdo —cedió Corvo—. Me rindo. ¿Qué sabes?

—Antes de que empecemos, tengo una pregunta. ¿Quién eres? Quiero decir, que si estás aquí en Los Angeles, ¿cómo es que eres un experto en Zorrillo? ¿Por qué sales en uno de los archivos de Moore?

—Eso son como diez preguntas. La respuesta a todas ellas es que soy uno de los agentes de control de una investigación en Mexicali en la que estamos colaborando las oficinas de Ciudad de México y Los Angeles. Como estamos equidistantes, nos hemos repartido el caso. No te voy a decir nada más hasta que sepa que vale la pena hablar contigo. Adelante.

Bosch le contó lo de Jimmy Kapps, lo de Juan 67 y la relación de sus muertes con Dance y Moore y la operación de Zorrillo. Por último, le contó que tenía entendido que Dance había ido a México, probablemente a Mexicali, después de que asesinaran a Moore.

Después de apurar su cerveza, Corvo intervino.

—Hay un enorme agujero en tu teoría. ¿Cómo crees que se cargaron a este tal Juan allá abajo? ¿Y por qué lo trajeron hasta aquí? No tiene sentido.

—Según la autopsia, la muerte ocurrió de seis a ocho horas antes de que lo encontrara Moore o de que él dijera que lo había encontrado. Además, ciertos detalles de la autopsia lo conectaban con Mexicali, con un lugar concreto de la ciudad. Creo que lo querían sacar de allí para evitar que lo relacionasen con ese lugar. Lo mandaron a Los Angeles porque había un camión que iba en esa dirección. Era ideal.

—Estás hablando en clave, Bosch. ¿De qué lugar estamos hablando?

—No estamos hablando; ése es el problema. Yo hablo, pero tú no has dicho una mierda —le recordó Bosch—. Pero he venido a negociar. Estoy al corriente de vuestros resultados hasta ahora y sé que no habéis conseguido interceptar ni uno solo de sus cargamentos. Yo te puedo dar la ruta de entrada de Zorrillo. ¿Qué me puedes dar tú a mí?

Corvo se rió y le hizo el signo de la victoria al camarero, que inmediatamente trajo dos cervezas más.

—¿Sabes qué? Me caes bien, Bosch, aunque no lo creas. Me he informado sobre ti, pero me gusta bastante lo que sé —dijo Corvo—. Sin embargo, algo me dice que no tienes nada para negociar.

—¿Conoces un sitio que se llama EnviroBreed?

Corvo bajó la vista a la cerveza que tenía delante, como para ordenar sus pensamientos. Bosch tuvo que incitarle a hablar.

—¿Sí o no?

—EnviroBreed es una fábrica de Mexicali donde crían una especie de moscas estériles para soltarlas en California. Tienen un contrato con el gobierno. Los bichos tienen que criarse allí porque…

—Eso ya lo sé. ¿Y tú cómo lo sabes?

—Porque participé en la organización de la operación allá abajo. Queríamos un punto de observación terrestre del rancho de Zorrillo, así que fuimos a los parques industriales que rodean la finca en busca de posibles candidatos. EnviroBreed era una opción obvia; dirigida por estadounidenses y contratada por nuestro gobierno. Fuimos a ver si podíamos montar un puesto de vigilancia en el techo, en una oficina o algo así. Las tierras del rancho empiezan al otro lado de la calle.

—Pero dijeron que no.

—No, ellos dijeron que sí. Fuimos nosotros los que dijimos que no.

—¿Por qué?

—Por las radiaciones, por los bichos (hay moscas por todas partes) y principalmente porque la vista estaba tapada. Desde el tejado se divisaba la finca, pero el granero y los establos (todas las instalaciones de cría de toros) ocultaban los edificios principales del rancho. O sea, que no nos iba bien. Le dijimos al tío de allí que gracias, pero que no nos servía.

—¿Cuál era vuestra tapadera? ¿O les contasteis que erais de la DEA?

—No, nos inventamos una bola. Dijimos que éramos del Servicio Nacional Meteorológico y estábamos realizando un estudio de los sistemas eólicos del desierto y la montaña. O algo por el estilo. El tío picó.

—Ya.

Corvo se limpió la boca con el dorso de la mano.

—Entonces, ¿cómo encaja EnviroBreed en este asunto?

—A través de Juan 67. El cadáver contenía esos bichos que tú dices. Creo que lo mataron allí.

Corvo se volvió para mirar directamente a Bosch. Harry continuó observándolo por el espejo que había detrás de la barra.

—De acuerdo, Bosch, digamos que has logrado interesarme. Adelante; suelta la historia.

Bosch le contó que creía que EnviroBreed —hasta entonces ignoraba que estuviese al otro lado del rancho de Zorrillo— formaba parte de la vía de entrada del hielo negro. Luego le explicó el resto de su hipótesis; que Fernal Gutiérrez-Llosa era un jornalero al que contrataron como correo y la cagó, o que trabajaba en el criadero y vio algo que no debía haber visto. Fuera como fuese, lo apalearon hasta matarlo, metieron su cuerpo en una de las cajas-invernadero y lo enviaron con un cargamento de moscas a Los Angeles. Se desembarazaron del cadáver en Hollywood, donde lo denunció Moore, quien seguramente controlaba el cotarro a ese lado de la frontera.

—Tenían que sacar el cuerpo de EnviroBreed porque no podían permitir que la investigación llegase a la planta. En ese sitio hay algo; al menos algo por lo que vale la pena matar a un hombre.

Corvo tenía el brazo apoyado en la barra y la cara sobre la palma de la mano.

—¿Y qué vio? —preguntó.

—No lo sé —respondió Bosch—. Sé que EnviroBreed tiene un trato con los federales para que no les abran los cargamentos en la frontera porque podría perjudicar la mercancía.

—¿A quién le has contado esto?

—A nadie.

—¿A nadie? ¿No le has contado a nadie lo de EnviroBreed?

—He hecho algunas averiguaciones, pero no le he contado a nadie la historia que te acabo de contar.

—¿Con quién has hablado? ¿Con la Policía Judicial del Estado?

—Sí. Ellos enviaron una carta al consulado preguntando por el obrero. Así lo averigüé. Todavía tengo que hacer una identificación formal del cuerpo cuando llegue allí.

—Sí, pero ¿mencionaste a EnviroBreed?

—Sólo les pregunté si el hombre había trabajado allí.

Corvo se dejó caer sobre la barra con un suspiro de exasperación.

—¿Con quién hablaste allá abajo?

—Con un capitán llamado Greña.

—No lo conozco, pero seguramente la has cagado. No se puede ir diciendo esas cosas a la gente de allá. Los tíos cogen el teléfono, avisan a Zorrillo y recogen una paga extra a final de mes.

—Puede que la haya cagado o puede que no. Greña se me sacó de encima y tal vez piense que la cosa acaba ahí. Al menos yo no entré en la fábrica de bichos con la excusa ridícula de instalar una estación meteorológica.

Ninguno de los dos habló durante un rato. Cada uno pensaba en lo que el otro había dicho hasta el momento.

—Voy a ponerme a trabajar sobre esto inmediatamente —anunció Corvo—. Tienes que prometerme que no lo joderás todo cuando llegues allí.

—Yo no prometo nada. Y de momento yo lo he dicho todo. Tú no has soltado prenda.

—¿Qué quieres saber?

—Información sobre Zorrillo.

—Lo único que necesitas saber es que hace siglos que vamos detrás de ese cabrón.

Esta vez fue Bosch quien pidió dos cervezas más. Encendió un cigarrillo y vio que el humo desdibujaba su imagen en el espejo.

—Zorrillo es un hijo de puta muy listo y, ya te digo, no me sorprendería lo más mínimo que estuviera informado de que vas de camino. Es culpa de la jodida Policía Judicial. Nosotros sólo tratamos con los federales, aunque a veces ellos también son más traicioneros que una ex.

Bosch asintió de manera ostensible para que Corvo continuara.

—Si no lo sabe ahora, lo sabrá antes de que llegues allí, así que más vale que andes con ojo. La mejor forma de no tener problemas es no ir. Pero como ya sé que no me vas a hacer caso, te aconsejo que pases de la Policía Judicial; no te fíes de ellos. El Papa tiene a gente en nómina, ¿me entiendes?

Bosch asintió al espejo. Acto seguido decidió dejar de asentir todo el rato.

—Bueno, ya sé que todo lo que te he dicho te ha entrado por una oreja y te ha salido por el culo —concluyó Corvo—. Así que estoy dispuesto a ponerte en contacto con un tío para que te ayude allá abajo. Se llama Ramos. Tú bajas, saludas a la policía local, te comportas como si todo fuera bien y llamas a Ramos.

—Si todo lo de EnviroBreed resulta ser cierto y decidís trincar a Zorrillo, quiero estar presente.

—Lo estarás, pero mientras tanto no te separes de Ramos, ¿vale?

Bosch lo pensó un momento y contestó:

—Vale, pero ahora háblame de Zorrillo. No haces más que irte por las ramas.

—Zorrillo lleva mucho tiempo en el ajo. Tenemos información sobre él que se remonta a los años setenta como mínimo. Es un camello de vocación. Podría decirse que es uno de los muelles del trampolín.

Bosch conocía el término, pero sabía que Corvo se lo explicaría de todos modos.

—El hielo negro es sólo su último juguete. Empezó de niño pasando maría. Alguien como él ahora lo sacó del barrio. Cuando tenía doce años, llevó mochilas de hierba, cuando se hizo mayor pasó a los camiones y siguió subiendo. En los ochenta, en la época en que nosotros nos dedicábamos sobre todo al tráfico en Florida, los colombianos se aliaron con los mexicanos. Los colombianos transportaban la cocaína a México y los mexicanos la pasaban por la frontera, usando los mismos caminos que empleaban para la marihuana. El de Mexicali a Calexico era uno de ellos. A esa ruta la llamaron el Trampolín porque la mierda salta de Colombia a México y luego rebota a Estados Unidos.

»Zorrillo se hizo de oro; pasó de vivir en la miseria del barrio a ese gran rancho con su propia guardia personal y la mitad de los policías de Baja en nómina. Y vuelta a empezar. Zorrillo sacó a mucha gente de los suburbios. Nunca se olvidó de los barrios más pobres y éstos nunca lo olvidaron a él; le son muy leales. De ahí viene lo del Papa. Cuando nosotros finalmente nos dedicamos a la situación de la cocaína en México, el Papa se pasó a la heroína. Tenía sus propios laboratorios en los barrios cercanos y siempre le sobraban voluntarios para pasar la droga. La gente picaba por la pasta; Zorrillo les pagaba por un solo viaje más de lo que ganarían en cinco años haciendo cualquier otra cosa.

Bosch pensó en la tentación; tanto dinero a cambio de tan poco riesgo. Incluso los que detenían pasaban tan poco tiempo en la cárcel…

—Pasar de la heroína al hielo negro fue una transición lógica. Zorrillo es un empresario. Obviamente esta droga aún es poco conocida, pero creemos que Zorrillo es el principal proveedor del país. Comienza a haber hielo negro en todas partes: Nueva York, Seattle, Chicago, todas las ciudades grandes… Sea cual fuere la operación con la que tropezaste en Los Angeles, es sólo una gota en el océano. Una de muchas. Creemos que todavía sigue pasando heroína pura con sus correos sacados de los barrios pobres, pero el hielo es su apuesta para el futuro. Cada vez invierte más con el objeto de eliminar a los hawaianos del negocio. Sus gastos son tan bajos que su droga se vende a veinte dólares menos por cápsula, que el hielo hawaiano o cristal o como quiera que se llame. Y para colmo la droga de Zorrillo es mejor. Está desbancando a los hawaianos, lo cual quiere decir que, cuando la demanda de esta droga comience a aumentar en serio tal vez como lo hizo el crack en los ochenta, subirá el precio y él tendrá un monopolio casi total hasta que los otros lo alcancen.

»Zorrillo es como uno de esos barcos pesqueros que arrastra una red de quince metros; va navegando en círculos hasta que cierra la red y se queda con todos los peces.

—Un empresario —repitió Bosch por decir algo.

—Sí, así lo definiría yo. ¿Te acuerdas de que hace unos años la Patrulla Aduanera encontró un túnel en Arizona? ¿Uno que iba de un almacén en un lado de la frontera a otro almacén en el otro? ¿En Nogales? Pues bien, él era uno de los inversores en aquello y probablemente fue idea suya.

—Pero la cuestión es que nunca lo habéis tocado.

—No. En cuanto nos acercamos, alguien muere. Es un empresario un poquito violento.

Bosch recordó el cuerpo de Moore en el sucio baño del motel. ¿Habría Moore intentado atacar a Zorrillo?

—Zorrillo está relacionado con la mafia mexicana —añadió Corvo—. Dicen que puede cargarse a quien quiera en cualquier sitio. Al parecer en los años setenta había muchas matanzas por controlar las rutas de la marihuana. Zorrillo era uno de los peores; era como una guerra de pandillas, barrio contra barrio. Ahora él ha conseguido unirlas a todas, pero entonces el suyo era el clan dominante: los Santos y los Pecadores. Mucha gente de la eMe sale de allí.

La mafia mexicana contaba con miembros entre los presos de la mayoría de cárceles de México y California. Bosch había oído hablar de ellos, ya que había investigado un par de casos que implicaban a sus miembros. Sabía que la lealtad al grupo era obligada; las traiciones se castigaban con la muerte.

—¿Cómo sabes todo eso? —preguntó de todos modos.

—Por confidentes durante los años; los que vivieron para contarlo. Tenemos todo un historial sobre nuestro amigo el Papa. Incluso sé que hay un cuadro de terciopelo con la imagen de Elvis en el despacho de su rancho.

—¿Tenía su barrio un signo especial?

—¿Qué quieres decir?

—Un símbolo.

—Ah, sí. Un diablo con un halo.

Bosch se terminó la cerveza y miró a su alrededor. Vio a un ayudante del fiscal del distrito solo en una mesa, con un martini en la mano. Harry sabía que formaba parte del equipo dedicado a investigar tiroteos con policías implicados. En otras mesas Bosch reconoció las caras de otros agentes. Todos estaban fumando; eran dinosaurios, policías de la vieja escuela. Harry quería marcharse, ir a un sitio donde pudiera digerir la información del diablo con el halo. Moore lo tenía tatuado en el brazo, lo cual significaba que venía del mismo lugar que Zorrillo. Harry sintió que la adrenalina se le disparaba.

—¿Cómo encontraré a Ramos allá abajo?

—Él te buscará a ti. ¿Dónde te vas a alojar?

—No lo sé.

—Ve al Hotel De Anza, en Calexico. Nuestro lado de la frontera es más seguro. Y el agua también es mejor.

—De acuerdo. Allí estaré.

—Otra cosa. No puedes llevarte un arma a México. Bueno, en realidad es fácil; muestras tu placa en la aduana y nadie te va registrar el maletero, pero si pasa algo allá abajo, lo primero que te van a preguntar es si consignaste tu pistola en la comisaría de Calexico.

Corvo miró a Bosch con aire de complicidad.

—En el Departamento de Policía de Calexico tienen una consigna para las armas de policías que cruzan la frontera. Ellos te apuntan en una lista y te dan un recibo. Deja tu pistola en la consigna; por cortesía profesional. No te la lleves y luego pienses que puedes decir que te la dejaste en casa. Regístrala allá abajo, apúntala en la lista y así no tendrás problemas. ¿Entendido? Es como tener una coartada para tu arma en caso de que pase algo.

Bosch asintió. Comprendía perfectamente lo que Corvo estaba diciendo. A continuación, el agente de la DEA se sacó la cartera y le dio a Bosch una tarjeta.

—Llámame a cualquier hora y si no estoy en la oficina, deja el recado; ellos me encontrarán. Dale tu nombre a la telefonista y yo ya dejaré instrucciones para que me pasen la llamada.

El ritmo de conversación de Corvo había cambiado; ahora hablaba mucho más rápido. Bosch dedujo que debía de ser por el tema de EnviroBreed. El agente de la DEA estaba ansioso por ponerse manos a la obra. Harry estudió en su reflejo; la cicatriz de la mejilla le pareció más oscura, como si el color hubiera cambiado con su estado de ánimo. Corvo descubrió a Bosch mirándolo a través del espejo.

—Fue una pelea de navajas —explicó, tocándose la cicatriz—. En Zihuatanejo. Yo estaba trabajando infiltrado en un caso. Llevaba la pipa en la bota, pero el tío me rajó antes de que pudiera sacarla. Allá abajo apenas tienen hospitales. Me curaron de puta pena y así he quedado. Ya no puedo trabajar de incógnito; demasiado reconocible.

Bosch notó que Corvo disfrutaba contando la historia; estaba orgulloso. Seguramente era la única vez que había estado cerca de la muerte. Harry sabía que Corvo estaba esperando la pregunta, pero se la hizo igualmente.

—¿Y al tío que te rajó? ¿Qué le pasó?

—Me lo cargué en cuanto saqué la pistola.

Corvo había encontrado una manera de que sonara heroico (al menos para él) matar a un hombre que había llevado una navaja a una pelea de pistolas. Probablemente contaba la historia a menudo, cada vez que descubría a alguien mirando la cicatriz. Bosch asintió respetuosamente, se levantó y puso dinero en la barra.

—Recuerda nuestro trato. No vayáis a por Zorrillo sin avisarme. Díselo a Ramos.

—Tranquilo —dijo Corvo—. Pero no te puedo garantizar que la detención ocurra mientras estés allí. No vamos a precipitarnos. Además, a Zorrillo ya lo hemos perdido. Al menos de momento.

—¿Qué quieres decir con que lo hemos perdido?

—Pues que nadie lo ha visto con seguridad desde hace unos diez días. Creemos que sigue en el rancho, pero que está saliendo poco y cambiando su rutina diaria.

—¿Qué rutina?

—El Papa es un hombre al que le gusta que lo vean. Le encanta provocarnos; normalmente conduce por la finca en un jeep, caza coyotes, dispara su UZI y admira sus toros. Tiene un favorito: un toro de lidia que mató a un torero en una cogida. Se llama El Temblar y es un poco como Zorrillo. Muy orgulloso.

»Zorrillo no ha aparecido por la plaza de toros, que era su costumbre del domingo. No lo han visto paseando por los barrios bajos, como solía hacer para recordar de dónde vino. Allí es una figura muy conocida y a él le encanta toda esta mierda del Papa de Mexicali.

Bosch intentó imaginarse la vida de Zorrillo, una celebridad en un ciudad sin nada que celebrar.

Encendió un cigarrillo, deseando salir de allí inmediatamente.

—¿Cuándo fue la última vez que lo vieron?

—Si sigue allí, no ha salido de la finca desde el quince de diciembre. Eso fue un domingo; estuvo en la plaza viendo sus toros. Es la última vez que lo vieron. Después varios confidentes afirman que el día dieciocho estuvo paseándose por la finca, Pero eso es todo. O se ha ido o se está ocultando.

—Quizá por haber ordenado que mataran a un policía.

Corvo asintió. Acto seguido, Bosch se marchó solo. Se fue solo, ya que Corvo le dijo que necesitaba telefonear. En cuanto Harry salió, notó el aire fresco de la noche y le dio una última calada al cigarrillo. De pronto le llamó la atención un movimiento brusco en la oscuridad al otro lado de la calle. Entonces un vagabundo loco entró en el cono de luz de una de las farolas. Era un hombre negro que brincaba y agitaba de los brazos de forma extraña. Con la misma rapidez, dio media vuelta y volvió a internarse en la oscuridad. Entonces Bosch comprendió que el hombre tocaba el trombón en una banda de otro mundo.