Cuando Carmen Hinojos abrió la puerta de la sala de espera, pareció gratamente sorprendida de ver a Bosch sentado en el sofá.

—¡Harry! ¿Está bien? No esperaba verle aquí hoy.

—¿Por qué no? Es mi hora, ¿no?

—Sí, pero he leído en el periódico que estaba en el Cedars.

—Me he dado de alta.

—¿Está seguro de que debería haber hecho eso? Tiene un aspecto…

—¿Horrible?

—No quería decir eso. Pase.

Le mostró el camino y después cada uno ocupó su lugar habitual.

—En realidad teniendo en cuenta cómo me siento tengo un aspecto magnífico.

—¿Por qué? ¿Qué ocurre?

—Porque todo fue por nada.

La declaración de Bosch puso una expresión de perplejidad en el rostro de la psiquiatra.

—¿A qué se refiere? He leído el artículo de hoy. Ha resuelto los asesinatos, incluido el de su madre. Esperaba que se sintiera de otra manera.

—Bueno, no crea todo lo que lee, doctora. Deje que clarifique las cosas. Lo que he logrado en mi llamada misión es causar que dos hombres fueran asesinados y que otro muriera a mis manos. He resuelto, veamos, he resuelto uno, dos, tres asesinatos, así que eso está bien. Pero no he resuelto el asesinato que buscaba resolver. En otras palabras, he estado corriendo en círculos causando que otra gente muriera. De modo que ¿cómo espera que me sienta durante la sesión?

—¿Ha estado bebiendo?

—Me he tomado un par de cervezas con la comida, pero ha sido una comida larga y creo que un mínimo de dos cervezas es un requisito considerando lo que acabo de decirle. Pero no estoy borracho, si es eso lo que quiere saber. Y no estoy trabajando, así que da lo mismo.

—Creía que estábamos de acuerdo en reducir…

—A la mierda. Esto es el mundo real. ¿No es así como lo llamó? ¿El mundo real? Desde la última vez que hablamos he matado a alguien, doctora. Y quiere hablar de reducir el alcohol. Como si todavía significara algo.

Bosch sacó los cigarrillos y encendió uno. Se quedó con el paquete y el Bic en el brazo de la silla. Carmen Hinojos lo observó prolongadamente antes de volver a hablar.

—Tiene razón, lo siento. Vayamos a lo que creo que es el núcleo del problema. Dice que no ha resuelto el asesinato que pretendía resolver. Se trata, por supuesto, de la muerte de su madre. Sólo me guío por lo que he leído, pero el Times de hoy atribuye su asesinato a Gordon Mittel. ¿Me está diciendo que ahora sabe que eso es incontrovertiblemente falso?

—Sí, ahora sé que es incontrovertiblemente falso.

—¿Cómo?

—Sencillo. Por las huellas. Fui al depósito de cadáveres, conseguí las huellas de Mittel y las comparé con las del cinturón. No coinciden. Él no lo hizo. No estuvo allí. Ahora bien, no quiero que se lleve una idea equivocada. No estoy aquí sentado con conciencia de culpa respecto a Mittel. Era un hombre que decidió matar a gente e hizo que la mataran. Como si tal cosa. Al menos dos veces de las que estoy seguro, además iba a matarme a mí también. Así que, que se joda. Tuvo lo que se merecía. Pero cargaré en mi conciencia con Pounds y Conklin durante mucho tiempo. Quizá para siempre. Y de un modo u otro pagaré por ello. Es sólo que el peso sería más fácil de llevar si hubiera existido una razón. Una buena razón. ¿Me entiende? Pero no hay ninguna razón. Ya no.

—Entiendo. No… No estoy segura de cómo proceder con esto. ¿Quiere hablar de sus sentimientos en relación con Pounds y Conklin?

—En realidad, no. He pensado en ello lo suficiente. Ninguno de los dos hombres era inocente. Cometieron errores. Pero no tenían que morir de ese modo. Especialmente Pounds. Joder. No puedo hablar de eso. Ni siquiera puedo pensar en eso.

—¿Entonces cómo va a seguir adelante?

—No lo sé, como le he dicho, tengo que pagar.

—¿Tiene alguna idea de lo que va a hacer el departamento?

—No lo sé. No me importa. Va más allá de lo que decida el departamento. Tengo que decidir mi condena.

—Harry, ¿qué significa eso? Eso me incumbe.

—No se preocupe, no voy a ir al armario. No soy de ese tipo.

—¿El armario?

—No voy a meterme un arma en la boca.

—A través de lo que ha dicho aquí hoy, ya está claro que ha aceptado la responsabilidad por lo que les ha ocurrido a esos dos hombres. Lo está afrontando. En efecto, está negando la negación. Eso son unos cimientos sobre los que construir. Estoy preocupada por esta charla respecto a su condena. Tiene que seguir adelante, Harry. No importa lo que se haga a usted mismo, no conseguirá que vuelvan a la vida. Así que lo mejor que puede hacer es continuar.

Bosch no dijo nada. De repente se cansó de todos los consejos, de la intervención de Hinojos en su vida. Se sentía resentido y frustrado.

—¿Le importa si acortamos la sesión hoy? —preguntó—. No me siento muy animado.

—Entiendo. No hay problema. Pero quiero que me prometa algo. Prométame que volveremos a hablar antes de que tome ninguna decisión.

—¿Se refiere a mi condena?

—Sí, Harry.

—Muy bien, hablaremos.

Bosch se levantó e intentó sonreír, pero sólo consiguió juntar las cejas. Entonces se acordó de algo.

—Por cierto, lamento no haberle devuelto la llamada cuando me telefoneó la otra noche. Estaba esperando otra llamada y no podía hablar, y luego me olvidé. Espero que sólo quisiera saber cómo estaba y que no fuera demasiado importante.

—No se preocupe. Yo también lo olvidé. Sólo llamaba para ver cómo le había ido el resto de la tarde con Irving. También quería saber si quería hablar de las fotos. Ahora ya no importa.

—¿Las miró?

—Sí, tenía un par de comentarios, pero…

—Los escucho.

Bosch volvió a sentarse. Hinojos lo miró, sopesando la propuesta y decidió seguir adelante.

—Las tengo aquí.

Ella se agachó para sacar el sobre de uno de los cajones del escritorio. Casi desapareció del campo de visión de Bosch hasta que se levantó y puso el sobre en el escritorio.

—Supongo que debería llevárselas.

—Irving cogió el expediente del caso y la caja de pruebas. Ahora lo tiene todo menos esto.

—Parece que le molesta, o no se fía de él. Eso es un cambio.

—¿No fue usted quien dijo que no me fiaba de nadie?

—¿Por qué no se fía de él?

—No lo sé. Acabo de perder a mi sospechoso. Gordon Mittel está descartado y estoy empezando de cero. Sólo estaba pensando en los porcentajes…

—¿Y?

—Bueno, no conozco la cifra, pero un número significativo de homicidios son denunciados por el asesino. Ya sabe, el marido que llama llorando, diciendo que su mujer ha desaparecido. En la mayor parte de los casos, sólo es un mal actor. La mató y cree que llamar a la policía ayudará a convencer a todo el mundo de que está limpio. Mire a los hermanos Menendez. Uno de ellos llamó lloriqueando porque su mamá y su papá habían muerto. Resultó que fueron él y el hermano los que les dispararon con una escopeta. Hace unos años hubo un caso en las colinas. Una niña pequeña había desaparecido en Laurel Canyon. Salió en la prensa, en la tele. Así que la gente organizó partidas de búsqueda y al cabo de unos días uno de los que buscaba, un adolescente que era vecino de la chica, encontró el cadáver debajo de un tronco, cerca de Lookout Mountain. Resultó que era el asesino. Conseguí que confesara en quince minutos. Durante toda la búsqueda yo sólo esperaba que alguien encontrara el cadáver. Era cuestión de porcentajes. El chico era sospechoso antes de que yo supiera quién era.

—Irving encontró el cadáver de su madre.

—Sí. Y la conocía de antes. Me lo dijo una vez.

—Me parece un poco aventurado.

—Sí, la mayoría de la gente también pensaría eso de Mittel. Justo hasta que lo sacaron del jacuzzi.

—¿No hay un escenario alternativo? ¿No es posible que quizá los detectives originales estuvieran en lo cierto en su hipótesis de que había un asesino sexual y que buscarlo era inútil?

—Siempre hay escenarios alternativos.

—Pero usted siempre parece inclinarse por buscar a alguien de poder, una persona del establishment a quien culpar. Quizá no sea el caso aquí. Quizá es un síntoma de su más amplio deseo de culpar a la sociedad por lo que le ocurrió a su madre… y a usted.

Bosch sacudió la cabeza. No quería escuchar eso.

—¿Sabe toda esa psicocháchara…? Yo no… Perdón, ¿podemos hablar de las fotos?

—Lo siento.

Hinojos miró el sobre como si estuviera viendo a través de él las fotos que contenía.

—Bueno, para mí fue muy difícil mirarlas. Por lo que respecta a su valor forense, no había gran cosa. Las fotos muestran lo que llamaría un homicidio de afirmación. El hecho de que la ligadura, el cinturón, siguiera apretado en torno al cuello de la víctima parece indicar que el asesino quería que la policía supiera exactamente lo que había hecho, que había sido deliberado, que había tenido control sobre esta víctima. También creo que la elección del emplazamiento es significativa. El cubo de basura no tenía tapa. Estaba abierto. Eso sugiere que colocar el cadáver allí podría no haber sido un esfuerzo para esconderlo. También era…

—Estaba diciendo que ella era basura.

—Sí. De nuevo una afirmación. Si se estaba desembarazando de un cadáver, podría haberlo puesto en cualquier sitio de ese callejón, pero escogió un vertedero abierto. Inconscientemente o no, estaba haciendo una afirmación sobre ella. Y para hacer una afirmación así sobre una persona, tenía que haberla conocido en cierto grado. Haber sabido de ella. Saber que era una prostituta. Saber lo suficiente para juzgarla.

Irving volvió a aparecer en la mente de Bosch, pero Harry no dijo nada.

—Bueno —dijo en cambio—, ¿no podría haber sido una afirmación sobre todas las mujeres? ¿Podría haber sido un loco cabrón (disculpe), algún chiflado que odiaba a todas las mujeres y que pensaba que todas las mujeres eran basura? De ese modo no sería preciso que la conociera. Quizá fue alguien que sólo quería matar a una prostituta, a cualquier prostituta, para hacer una declaración sobre ellas.

—Sí, es una posibilidad, pero yo también trabajo con porcentajes. La clase de loco cabrón de la que está hablando (la cual, incidentalmente, en psicocháchara llamamos sociópata) es un individuo mucho más raro que aquel que se centra en objetivos específicos, en mujeres específicas.

Bosch negó con la cabeza desdeñosamente y miró por la ventana.

—¿Qué pasa?

—Resulta frustrante. No había mucho en el expediente de asesinato acerca de que ellos investigaran a fondo a nadie de su círculo, de sus vecinos, nada de eso. Hacerlo ahora es imposible.

Pensó en Meredith Roman. Podía acudir a ella y preguntarle por los conocidos y clientes de su madre, pero no sabía si tenía derecho a despertar de nuevo esa parte de su vida.

—Tiene que recordar —dijo Hinojos— que en mil novecientos sesenta y uno un caso como éste podría haber parecido imposible de resolver. Ni siquiera habrían sabido por dónde empezar. Simplemente no ocurría con tanta frecuencia como ahora.

—Hoy también son casi imposibles de resolver.

Se quedaron unos momentos en silencio. Bosch pensó en la posibilidad de que el asesino fuera un chiflado que pasaba por allí, actuó y huyó. Un asesino en serie que se había perdido hacía mucho en la oscuridad del tiempo. Si ése era el caso, entonces su investigación privada había terminado. Era un fracaso.

—¿Alguna cosa más de las fotos?

—Es todo lo que tengo…, no, espere. Hay otra cosa, Y puede que ya la conozca. —Hinojos cogió el sobre y lo abrió. Buscó en el interior y empezó a extraer una foto.

—No quiero mirar eso —dijo Bosch con rapidez.

—No es una foto de ella. De hecho, es de su ropa, dispuesta en una mesa. ¿Puede mirar eso?

Hinojos hizo una pausa, manteniendo la foto medio dentro y medio fue del sobre. Bosch le indicó que siguiera adelante con un gesto de la mano.

—Ya he visto la ropa.

—Entonces probablemente ya habrá considerado esto.

La psiquiatra deslizó la foto al borde del escritorio y Bosch se inclinó para estudiarla. Era una imagen en color que había amarilleado por el paso del tiempo, incluso en el interior del sobre. Las mismas prendas de ropa que había encontrado en la caja de pruebas estaban extendidas en la mesa en una formación que delineaba un cuerpo, de la forma en que una mujer podría extenderlas en la cama antes de vestirse para salir. A Bosch le recordó los recortables de muñecas de papel. Incluso el cinturón con la hebilla de concha estaba allí, pero se hallaba entre la blusa y la falda negra, no en el imaginario cuello.

—Vale —dijo ella—. Lo que he encontrado extraño aquí es el cinturón.

—La supuesta arma homicida.

—Sí. Mire, tiene la concha grande plateada en la hebilla y conchas plateadas más pequeñas como ornamentación. Es bastante llamativo.

—Sí.

—Pero los botones de la blusa son dorados. Además, en las fotos del cadáver se ve que llevaba pendientes de lágrimas dorados y una cadena de cuello dorada. Y también un brazalete.

—Sí, eso lo sabía. También estaban en la caja de pruebas.

Bosch no entendía adónde quería ir a parar Hinojos.

—Harry, esto no es una regla universal ni nada por el estilo, por eso dudaba en comentárselo. Pero normalmente la gente (las mujeres) no combina el dorado y el plateado. Y mí me parece que su madre estaba bien vestida para esa velada. Que llevaba joyas que combinaban con los botones de la blusa. Iba conjuntada y tenía estilo. Lo que estoy diciendo es que no creo que ella hubiera llevado ese cinturón con el resto de elementos. Era plateado y extravagante.

Bosch no dijo nada. Algo estaba abriéndose camino en su mente y su punta era afilada.

—Y por último, estos botones de la falda en la cadera. Es un estilo que sigue vigente e incluso yo tengo algo similar. Lo que lo hace tan funcional es que a causa de la cinturilla amplia puede llevarse con o sin cinturón. No hay presillas.

Bosch miró la foto.

—No hay presillas.

—Exacto.

—Entonces lo que está diciendo es…

—Que éste podría no haber sido su cinturón. Podría haber…

—Pero era suyo. Yo lo recuerdo. El cinturón de la concha marina. Se lo regalé por su cumpleaños. Lo identifiqué para los detectives, para McKittrick, el día que vino a decírmelo.

—Bueno…, entonces eso derrumba todo lo que iba a decir. Supuse que cuando llegó a su apartamento el asesino ya la estaba esperando con él.

—No, no ocurrió en su apartamento. Nunca encontraron la escena del crimen. Escuche, no importa si era su cinturón o no, ¿qué iba a decir?

—Oh, no lo sé, sólo una teoría acerca de que fuera propiedad de alguna otra mujer, quien podría haber sido el factor motivador oculto tras la acción del asesino. Se llama agresión de transferencia. Ahora no tiene sentido con lo que me dice, pero hay ejemplos de lo que iba a sugerir. Un hombre se lleva las medias de su ex novia y estrangula a otra mujer con ellas. En su mente está estrangulando a su novia. Algo así. Iba a sugerir que podría haber ocurrido en este caso con el cinturón.

Pero Bosch ya no estaba escuchando. Se volvió y miró por la ventana, pero tampoco estaba viendo nada. En su mente contemplaba cómo las piezas encajaban. La plata y el oro, el cinturón con dos de los agujeros gastados, dos amigas unidas como hermanas. Una para las dos y las dos para una.

Pero una iba a abandonar esa vida. Había encontrado un príncipe azul.

Y la otra iba a quedarse atrás.

—Harry, ¿está bien?

Miró a Hinojos.

—Creo que acaba de hacerlo.

—¿Hacer el qué?

Bosch cogió el maletín y sacó de él la foto tomada en el baile del día de San Patricio hacía más de tres décadas. Sabía que era una posibilidad remota, pero necesitaba comprobarla.

Esta vez no miró a su madre. Miró a Meredith Roman, de pie detrás de Johnny Fox. Y por primera vez vio que llevaba el cinturón de la hebilla de concha plateada. Lo había cogido prestado.

Entonces lo entendió. Meredith Roman había ayudado a Harry a comprar el cinturón para su madre. Ella se lo había enseñado y lo había elegido no porque fuera a gustarle a su madre, sino porque le gustaba a ella y sabía que podría usarlo. Eran dos amigas que lo compartían todo.

Bosch volvió a meter la foto en el maletín y cerró éste. Se levantó.

—Tengo que irme.