El subdirector Irvin S. Irving estaba de pie en el umbral de la sala de reconocimiento. Bosch estaba sentado en un lateral de la mesa acolchada, sosteniendo pegada a la cabeza una bolsa de hielo que le había dado el doctor después de suturarle. Se fijó en Irving cuando acomodó la mano con la que sostenía la bolsa.
—¿Cómo se siente?
—Supongo que sobreviviré. Al menos eso es lo que me han dicho.
—Bueno, es mejor de lo que puede decirse de Mittel. Menudo salto de trampolín.
—Sí. ¿Y el otro?
—De momento nada. Aunque tenemos su nombre. Le dijiste a los agentes que Mittel lo llamaba Jonathan. Así que probablemente es Jonathan Vaughn. Lleva mucho tiempo trabajando para Mittel. Están en ello, buscando en los hospitales. Parece que podrías haberle herido lo suficiente para que ingresara.
—Vaughn.
—Estamos tratando de buscar su historial. No hay nada por el momento. No estaba fichado.
—¿Cuánto tiempo llevaba con Mittel?
—De eso no estamos seguros. Hemos hablado con la gente de Mittel en el bufete. No se puede decir que hayan colaborado mucho, pero dicen que Vaughn siempre ha estado allí. Mucha gente lo describió como el asistente personal de Mittel.
Bosch asintió y aparcó la información.
—También hay un chófer —continuó Irving—. Lo detuvimos, pero no ha dicho gran cosa. Un chulo sudista. Tampoco podría hablar aunque quisiera.
—¿Porqué?
—Tiene la mandíbula rota. Tampoco hablará de eso.
Bosch se limitó a asentir y miró al subdirector. No parecía haber nada oculto en lo que había dicho.
—El médico ha dicho que tiene usted una conmoción severa, pero el cráneo no está fracturado. Laceración menor.
—Pues siento la cabeza como el zepelín de Goodyear con un agujero.
—¿Cuántos puntos?
—Creo que ha dicho dieciocho.
—Dice que probablemente los dolores de cabeza y la hemorragia del ojo le durarán varios días. Parece peor de lo que es.
—Bueno, me alegra saber que le está explicando a alguien lo que está pasando. A mí no me ha dicho nada. Lo que sé es por las enfermeras.
—Vendrá dentro de un momento. Probablemente estaban esperando a que se despejara un poco.
—¿Despejarme?
—Estaba un poco aturdido cuando llegamos a buscarle allí arriba, Harry. ¿Está seguro de que quiere hablar de esto ahora? Puede esperar. Está herido y necesita tomárselo con…
—Estoy bien. Quiero hablar. ¿Ha estado en la escena en Park La Brea?
—Sí, estuve allí. Estaba allí cuando recibimos la llamada desde Mount Olympus. Tengo su maletín en el coche, por cierto. Se lo dejó allí, ¿no? ¿En la habitación de Conklin?
Bosch empezó a asentir, pero se detuvo porque la habitación le daba vueltas.
—Bueno —dijo—. Hay algo allí que quiero conservar.
—¿La foto?
—¿La ha mirado?
—Bosch, sigue usted aturdido. La encontraron en la escena del crimen.
—Sí, lo sé, perdón.
Irving hizo un gesto con la mano para decirle que no era preciso que se disculpara. Estaba cansado de enfrentamientos.
—Bueno, el equipo que está trabajando en la escena en la colina ya me ha contado qué ha ocurrido. Al menos, la primera versión, basada en las pruebas físicas. Lo que no me queda claro es qué lo llevó a usted allí y cómo encaja todo esto. ¿Quiere explicármelo o prefiere esperar a, digamos, mañana?
Bosch asintió una vez y esperó un momento a que su cabeza se aclarara. Todavía no había tratado de recopilar lo ocurrido en una idea cohesionada. Reflexionó unos segundos más y decidió intentarlo.
—Estoy preparado.
—De acuerdo. Primero quiero leerle sus derechos.
—¿Qué? ¿Otra vez?
—Es sólo cuestión de procedimiento para que no parezca que hacemos excepciones con uno de los nuestros. Ha de recordar que estuvo en dos sitios esta noche y en los dos alguien cayó de mucha altura. No tiene buen aspecto.
—Yo no maté a Conklin.
—Ya lo sé, y tenemos la declaración del vigilante de seguridad. Dice que usted se fue antes de que Conklin cayera. Así que no hay problema. Está a salvo, pero tengo que seguir el procedimiento. Veamos, ¿todavía quiere hablar?
—Renuncio a mis derechos.
Irving se los leyó igualmente y Bosch renunció de nuevo.
—Muy bien, no tengo un formulario de renuncia. Tendrá que firmarlo después.
—¿Quiere que le cuente la historia?
—Sí, quiero que me cuente la historia.
—Pues allá voy. —Pero entonces se detuvo al intentar volcarla en palabras.
—¿Harry?
—Vale, eso es. En mil novecientos sesenta y uno Arno Conklin conoció a Marjorie Lowe. Los presentó un lumpen local llamado Johnny Fox, que se ganaba la vida con esas presentaciones y arreglos. Normalmente por dinero. Este encuentro inicial entre Arno y Marjorie fue en la fiesta de San Patricio, en la logia masónica de Cahuenga.
—Ésa es la foto del maletín, ¿no?
—Sí. Veamos, en ese primer encuentro, según la versión de Arno, que yo creo, él no sabía que Marjorie era profesional y Fox era un macarra. Fox organizó la presentación porque probablemente vio la oportunidad y tenía visión de futuro. Verá, si Conklin hubiera sabido que era una profesional, se habría retirado. Era el jefe del comando antivicio del condado. Se habría retirado.
—¿Entonces tampoco sabía quién era Fox? —preguntó Irving.
—Eso es lo que dijo. Sólo dijo que era inocente. Si le cuesta aceptarlo, la alternativa es peor: que ese fiscal confraternizaba abiertamente con esa clase de gente. Así que creo la versión de Arno. No lo sabía.
—Muy bien. No sabía que estaba viéndose comprometido. Entonces ¿qué había en juego para Fox y… su madre?
—En el caso de Fox es fácil. En cuanto Conklin se fuera con ella, Fox tenía un buen anzuelo y podía arrastrarlo a donde quisiera. Lo de Marjorie es otra cuestión y, aunque he estado pensando en ello, todavía no lo tengo claro. Pero puede decirse que la mayoría de las mujeres en esa situación buscan una vía de escape. Podía haber seguido el plan de Fox porque ella tenía su propio plan. Estaba buscando escapar de su forma de vida.
Irving asintió con la cabeza y contribuyó a la hipótesis.
—Ella tenía un hijo en el orfanato y quería sacarlo. Estar con Arno sólo podía ayudar.
—Eso es. La cuestión es que Arno y Marjorie hicieron algo que ninguno de los tres esperaban. Se enamoraron. O al menos Conklin se enamoró. Y creía que ella también lo hizo.
Irving se sentó en una silla de la esquina, cruzó las piernas y miró a Bosch pensativamente. No dijo nada. Nada en su actitud indicaba que estuviera otra cosa que totalmente interesado y creyendo en la historia de Bosch. A éste se le estaba cansando el brazo de sostener la bolsa de hielo y deseaba poder tumbarse. Pero en la sala de reconocimiento sólo había una mesa. Prosiguió con el relato.
—Así que se enamoraron y su relación continuó y en algún momento ella se lo dijo. O quizá Mittel hizo algunas comprobaciones y se lo contó a Arno. No importa. Lo que importa es que en ese punto Conklin conoció el dato y de nuevo sorprendió a todos.
—¿Cómo?
—El veintisiete de octubre de mil novecientos sesenta y uno le propuso matrimonio a Marjo…
—¿Se lo dijo él? ¿Arno le dijo eso?
—Me lo ha dicho esta noche. Quería casarse con ella. Ella quería casarse con él. En aquella noche, él finalmente decidió dejarlo todo, arriesgarse a perder todo lo que tenía para obtener lo que más deseaba.
Bosch buscó en su americana en la mesa y sacó los cigarrillos. Irving habló.
—No creo que esto sea un…, nada, no importa.
Bosch encendió un cigarrillo.
—Fue el acto más valeroso de su vida, ¿se da cuenta? Hacen falta pelotas para estar dispuesto a arriesgar todo de esa manera… Pero cometió un error.
—¿Cuál?
—Llamó a su mejor amigo, Gordon Mittel, para pedirle que fuera con ellos a Las Vegas como padrino. Mittel se negó. Sabía que sería el fin de una prometedora carrera política para Conklin, quizá incluso el fin de su propia carrera, y no quería participar en ello. Pero fue más lejos que simplemente negarse a ser el padrino. Veía a Conklin como el caballo blanco sobre el que él podría cabalgar hasta el castillo. Tenía grandes planes para Conklin y para él, y no estaba dispuesto a retirarse y dejar que una…, que una puta de Hollywood lo arruinara. Sabía por la llamada de Conklin que Marjorie se había ido a su casa a hacer las maletas. Así que Mittel fue allí y de algún modo la interceptó.
—Él la mató.
Bosch asintió con la cabeza y esta vez no se mareó.
—No sé dónde, quizá en su coche. Lo hizo parecer un crimen sexual atándole el cinturón al cuello y rasgándole la ropa. El semen… ya estaba allí porque ella había estado con Conklin… Después, Mittel llevó el cadáver al callejón de al lado del bulevar y lo puso en la basura. Desde entonces todo permaneció en secreto durante muchos años.
—Hasta que apareció usted.
Bosch no respondió. Estaba saboreando el cigarrillo y el alivio por el final del caso.
—¿Y Fox? —preguntó Irving.
—Como he dicho, Fox sabía de Marjorie y Arno. Y sabía que estuvieron juntos la noche anterior a que Marjorie fuera encontrada muerta en aquel callejón. El dato era una buena arma contra un hombre importante, incluso si el hombre era inocente. Fox la usó. Nadie sabe de cuántas formas. Al cabo de un año estaba en la nómina de la campaña de Arno. Estaba enganchado a él como una sanguijuela. Así que Mittel, el resolutivo, finalmente se entrometió. Fox murió en un accidente con fuga mientras supuestamente repartía volantes de la campaña de Conklin. Debió de ser fácil prepararlo y hacer que pareciera un accidente en el que el conductor simplemente huyó. Pero eso no es ninguna sorpresa. El mismo tipo que investigó el caso de Marjorie Lowe investigó el atropello. Mismo resultado. Nunca se detuvo a nadie.
—¿McKittrick?
—No. Claude Eno. Ahora está muerto. Se llevó los secretos a la tumba. Pero Mittel le estuvo pagando durante veinticinco años.
—¿Los extractos bancarios?
—Sí, en el maletín. Si investiga, probablemente descubrirá en alguna parte registros que vinculan a Mittel con los pagos. Conklin dijo que no sabía nada de eso y yo le creo… ¿Sabe?, alguien debería revisar todas las elecciones en las que Mittel trabajó a lo largo de los años. Probablemente descubrirían que era un cabrón que podría haber servido en la Casa Blanca de Nixon.
Bosch apagó el cigarrillo en el lateral de una papelera que había junto a la mesa y tiró la colilla en el interior. Empezaba a tener mucho frío y volvió a ponerse la chaqueta, aunque estaba manchada de polvo y sangre seca.
—Parece un pordiosero, Harry —dijo Irving—. ¿Por qué no…?
—Tengo frío.
—Vale.
—¿Sabe que ni siquiera gritó?
—¿Qué?
—Mittel. Ni siquiera gritó cuando cayó por esa colina. No lo entiendo.
—No hace falta. Es sólo uno de esos…
—Y yo no lo empujé. Me saltó encima en los arbustos y cuando rodamos, él cayó. Ni siquiera gritó.
—Entiendo. Nadie está diciendo…
—Lo único que hice fue empezar a hacer preguntas sobre ella y la gente empezó a morir.
Bosch estaba mirando al gráfico de un ojo en la pared del otro lado de la habitación. No se imaginaba por qué tenían semejante cosa en una sala de urgencias.
—Joder… Pounds… Yo…
—Sí, sé lo que ocurrió —le interrumpió Irving.
Bosch lo miró.
—¿Lo sabe?
—Entrevistamos a todos los de la brigada. Edgar me dijo que hizo una búsqueda en el ordenador para usted sobre Fox. Mi única conclusión es que o bien Pounds oyó algo o de algún modo se enteró. Creo que estaba controlando lo que sus compañeros próximos estaban haciendo después de que le dieran a usted la baja. Después debió de dar un paso más y tropezó con Mittel y Vaughn. Hizo búsquedas en Tráfico de todos los implicados. Creo que Mittel se enteró. Tenía relaciones que podían haberle advertido.
Bosch permaneció en silencio. Se preguntaba si Irving realmente creía esa hipótesis o si le estaba señalando a Bosch que sabía lo que había ocurrido realmente y lo estaba dejando pasar. No importaba. Tanto si Irving lo culpaba y tomaba medidas departamentales contra él como si no lo hacía, Bosch sabía que lo más duro sería vivir con su propia conciencia.
—Joder —repitió—. Lo mataron en lugar de a mí.
Bosch empezó a temblar otra vez. Como si decir las palabras en voz alta hubiera puesto en marcha algún tipo de exorcismo.
Lanzó el paquete de hielo a la papelera y se envolvió con sus propios brazos. Pero el temblor no desapareció. Tenía la sensación de que nunca volvería a entrar en calor, de que su temblor no era temporal, sino una parte permanente de su ser.
Notó el gusto cálido y salado de las lágrimas en la boca y se dio cuenta de que estaba llorando. Volvió la cabeza y trató de pedirle a Irving que se fuera, pero no logró articular palabra. Tenía la mandíbula cerrada como un puño.
—¿Harry? —oyó que decía Irving—. Harry, ¿está bien?
Bosch consiguió asentir con la cabeza, sin entender cómo era que Irving no percibía el temblor de su cuerpo. Puso las manos en los bolsillos de la americana y se ciñó la prenda. Sintió algo en el bolsillo izquierdo y sin prestar atención empezó a sacarlo.
—Mire —estaba diciendo Irving—, el doctor ha dicho que podría ponerse emotivo. Ese golpe en la cabeza… le hace actuar de forma extraña. No se preocupe, Harry, ¿está seguro de que está bien? Se está poniendo azul, hijo. Voy a… Voy a ir a buscar al doctor. Iré…
Se detuvo mientras Bosch conseguía sacar el objeto que tenía en la chaqueta. Estiró el brazo. Cerrada en su temblorosa mano había una bola negra con el número ocho, en su mayor parte manchada de sangre. Irving prácticamente tuvo que abrirle los dedos para cogerla.
—Iré a buscar a alguien —fue todo lo que dijo.
Bosch se quedó solo en la habitación, esperando a que alguien llegara y a que el demonio se fuera.