Bosch siguió otra vez al coyote. Pero en esta ocasión, el animal no lo llevó por el sendero de maleza. El coyote estaba fuera de su elemento. Condujo a Bosch por una empinada cuesta de asfalto. Bosch miró en torno y se dio cuenta de que estaba en un alto puente sobre una amplia extensión de agua que sus ojos siguieron hasta el horizonte. A Bosch le entró el pánico cuando el coyote se alejó demasiado de él. Persiguió al animal, pero éste trepó a lo alto del puente y desapareció. El puente quedó vacío, a excepción de Bosch. Harry miró a su alrededor. El cielo era rojo como la sangre y parecía latir al ritmo de un corazón.

Bosch miró en todas direcciones, pero el coyote se había ido. Estaba solo.

De repente ya no estaba solo. Las manos de alguien lo agarraron desde atrás y lo empujaron hacia la barandilla. Bosch se resistió. Giró salvajemente los codos y clavó los talones y trató de detener su movimiento hacia el abismo. Intentó hablar, gritar en demanda de auxilio, pero ningún sonido salió de su garganta. Vio el agua que brillaba como las escamas de un pez debajo de él.

Entonces, con la misma rapidez con la que lo habían agarrado, las manos desaparecieron y se encontró solo. Giró en redondo y no vio allí a nadie. Desde detrás oyó que una puerta se cerraba violentamente. Se volvió de nuevo y no había nadie. Y tampoco había puerta.