Bosch abrió la puerta de la quinta planta y no vio a nadie detrás del mostrador de la División de Asuntos Internos. Esperó unos segundos a que apareciera Toliver porque Irving le acababa de ordenar que llevara a Bosch a casa, pero el joven detective de asuntos internos no apareció. Bosch supuso que se trataba de otro jueguecito psicológico. No quería rodear el mostrador e ir a buscar a Toliver, así que simplemente gritó su nombre. Detrás del mostrador había una puerta ligeramente entreabierta y Bosch estaba razonablemente seguro de que Toliver oiría la llamada.
Pero la persona que salió por aquella puerta fue Brockman.
Miró a Bosch un buen rato sin decir nada.
—Mire, Brockman, se supone que Toliver ha de llevarme a casa —le dijo Bosch—. No quiero nada más con usted.
—Sí, es una lástima.
—Vaya a buscar a Toliver.
—Será mejor que me vigile, Bosch.
—Sí, ya lo sé, estaré vigilando.
—Sí, y no me verá llegar.
Bosch asintió y miró por encima del teniente a la puerta donde esperaba que Toliver saliera en cualquier momento. Sólo quería que se diluyera la situación y que lo llevaran a casa. Sopesó la posibilidad de coger un taxi, pero sabía que en hora punta probablemente le costaría cincuenta pavos. Además, le seducía la idea de que un chófer de asuntos internos lo llevara a casa.
—Eh, asesino.
Bosch miró a Brockman. Se estaba cansando.
—¿Qué tal es follarse a otra asesina? Debe de valer la pena para irse hasta Florida para hacerlo.
Bosch trató de mantener la calma, pero sintió que su rostro le traicionaba, porque de repente supo de qué estaba hablando Brockman.
—¿De qué está hablando?
La cara de Brockman se encendió de una satisfacción de matón al interpretar la expresión de sorpresa de Bosch.
—Ni siquiera se molestó en decírselo, vaya.
—¿Decirme qué?
Bosch quería abalanzarse al mostrador y sacar a Brockman por el cuello, pero al menos exteriormente mantuvo la calma.
—¿Decirle qué? Yo se lo diré. Creo que su versión apesta y lo voy a demostrar. Entonces Don Limpio no va a poder protegerle.
—Dijo que le habían advertido que me dejara en paz. Estoy libre.
—A tomar por culo los dos. Cuando venga con su coartada en una bolsa, no va a tener alternativa.
Toliver atravesó el umbral que había detrás del mostrador. Llevaba un juego de llaves en la mano. Se quedó de pie en silencio detrás de Brockman, con la mirada baja.
—Lo primero que hice fue buscarla en el ordenador —dijo Brockman—. Está fichada, Bosch. ¿No lo sabía? Es una asesina, como usted. Bonita pareja.
Bosch quería hacer un millar de preguntas, pero no iba a hacerle ninguna a ese hombre. Sentía que un gran vacío se abría en su interior mientras empezaba a dudar de sus sentimientos por Jazz. Se dio cuenta de que ella le había dejado todas las señales, pero él no las había interpretado. Aun así, el sentimiento que le invadió con más fuerza era el de traición.
Bosch no hizo caso de Brockman deliberadamente y miró a Toliver.
—Eh, muchacho, ¿vas a llevarme a casa o qué?
Toliver rodeó el mostrador sin responder.
—Bosch, ya le tengo en asociación con malhechores —dijo Brockman—, pero no estoy satisfecho.
Bosch fue a la puerta del pasillo y la abrió. Iba contra la normativa del Departamento de Policía de Los Angeles asociarse con delincuentes conocidos. Que Brockman pudiera acusarlo de eso era la menor de las preocupaciones de Bosch. Se dirigió a la puerta con Toliver a la zaga. Antes de que la puerta se cerrara, Brockman gritó tras él.
—Dale un beso de mi parte, asesino.