A Bosch le pareció que el día no iba a terminar nunca, que nunca iba a salir de la sala de conferencias. Después de que se fue Hinojos, llegó el turno de Irving. Entró en silencio y tomó el lugar de Brockman. Entrelazó las manos sobre la mesa pero no dijo nada. Parecía irritado. Bosch pensó que quizá había olido el humo. Eso no le preocupaba, pero el silencio era incómodo.
—¿Qué ocurre con Brockman?
—Se ha ido. Ya ha oído que le he dicho que se lo ha cargado. Y usted también.
—¿Cómo es eso?
—Podría haber hablado para salir de aquí. Podría haber dejado que comprobara su historia y terminar con eso. Pero tenía que ganarse otro enemigo. Tenía que ser Harry Bosch.
—En eso es en lo que diferimos, jefe. Alguna vez tendría que salir del despacho y volver a la calle. Yo no me he hecho enemigo de Brockman. Él era mi enemigo incluso antes de conocerlo. Todos lo son. Y, ¿sabe?, estoy hartándome de que todo el mundo me analice y meta las narices en mi vida. Me estoy cansando.
—Alguien tiene que hacerlo. Usted no lo hace.
—No tiene ni idea de eso.
Irving despejó la pálida defensa de Bosch con el gesto de quien disipa el humo del cigarrillo.
—¿Y ahora qué? —continuó Bosch—. ¿Por qué está aquí? ¿Va a intentar romper mi coartada? ¿Es eso? Brockman está fuera y usted dentro.
—No necesito romper su coartada. La han comprobado y parece que se sostiene. Brockman y su gente ya han recibido orden de seguir otras vías de investigación.
—¿Qué quiere decir que se ha comprobado?
—Dénos un poco de crédito, Bosch. Los nombres estaban en su libreta.
Irving buscó en su chaqueta y sacó la libreta. Se la lanzó a Bosch por encima de la mesa.
—Esa mujer con la que pasó la noche allí me dijo lo suficiente para que la creyera. Aunque es posible que hubiera preferido llamar usted mismo. Ella ciertamente pareció confundida con mi llamada. Yo fui bastante cauto en mi explicación.
—Se lo agradezco. Entonces supongo que soy libre para irme. —Bosch se levantó.
—En sentido técnico.
—¿Y en otros sentidos?
—Siéntese un minuto, detective.
Bosch levantó las manos. Había llegado hasta ahí. Decidió que podría llegar hasta el final y escuchado todo. Volvió a sentarse en la silla tras expresar una débil protesta.
—Me duele el culo de tanto estar sentado.
—Conocía a Jake McKittrick —dijo Irving—. Lo conocía bien. Los dos trabajamos juntos en Hollywood muchos años. Pero eso usted ya lo sabe. Por bonito que sea ponerse en contacto con un viejo colega, no puedo decir que haya disfrutado de la conversación que he tenido con mi viejo amigo Jake.
—También le ha llamado.
—Mientras estaba usted aquí con la doctora.
—Entonces, ¿qué quiere de mí? Él le contó la historia, ¿qué le falta?
Irving tamborileó la mesa con los dedos.
—¿Qué quiero? Lo que quiero es que me diga que lo que está haciendo, que lo que ha estado haciendo, no está relacionado en modo alguno con lo que le ha ocurrido al teniente Pounds.
—No puedo, jefe. No sé lo que le ha ocurrido salvo que está muerto.
Irving estudió a Bosch un largo rato, valorando algo, decidiendo si tratarlo como a un igual y contarle la historia.
—Supongo que esperaba una negación inmediata. Su respuesta ya sugiere que cree que podría existir una correlación. no puedo decirle lo mucho que eso me inquieta.
—Todo es posible, jefe. Deje que le pregunte esto. Ha dicho que Brockman y su equipo estaban siguiendo otras pistas, otras vías creo que ha dicho. ¿Alguna de esas vías es transitable? Me refiero a si Pounds tenía una vida secreta o están allí fuera persiguiendo las luces de sus faros.
—No hay nada que destaque. Me temo que usted era la mejor pista. Brockman todavía lo cree. Quiere trabajar sobre la hipótesis de que contrató a un sicario de algún tipo y después voló a Florida para establecer una coartada.
—Sí, ésa es buena.
—Creo que carece de credibilidad. Le he dicho que lo deje. Por el momento. Y le digo a usted que deje lo que está haciendo. Esa mujer de Florida suena como la clase de persona con la que podría pasar un tiempo. Quiero que se meta en un avión y vaya con ella. Quédese un par de semanas. Cuando vuelva, hablaremos de su regreso a la mesa de homicidios de Hollywood.
Bosch no estaba seguro de si había una amenaza en lo que Irving acababa de decir. Si no era una amenaza, era un soborno.
—¿Qué cree que estoy haciendo, jefe?
—Yo no creo, yo sé lo que está haciendo. Es fácil. Sacó el expediente del caso de su madre. Por qué lo ha hecho en este momento en particular no lo sé. Pero está llevando una investigación por libre y eso es un problema para nosotros. Tiene que pararla, Harry, o le pararé yo. Le desconectaré. Permanentemente.
—¿A quién está protegiendo?
Bosch vio que la ira se abría paso en el rostro de Irving mientras su piel pasaba del rosa a un rojo intenso. Sus ojos parecieron hacerse más pequeños y oscuros con la furia.
—No insinúe nunca una cosa así. He dedicado mi vida a este departa…
—Es a usted mismo, ¿verdad? La conocía. La encontró. Teme que lo arrastre a esto si averiguo algunas cosas. Apuesto a que ya sabía todo lo que McKittrick le contó por teléfono.
—Eso es ridículo. Yo…
—¿Lo es? No lo creo. Ya he hablado con una testigo que lo recuerda a usted de esos días en la ronda del bulevar.
—¿Qué testigo?
—Ella dijo que le conocía. Sabía que mi madre también le conocía.
—La única persona a la que estoy protegiendo es usted, Bosch. ¿No se da cuenta? Le estoy ordenando que detenga esta investigación.
—No puede. Ya no trabajo para usted. Estoy de baja, ¿recuerda? Baja involuntaria. Eso me convierte en un ciudadano, y puedo hacer lo que me venga en gana mientras sea legal.
—Puedo acusarle de posesión de documentos robados: el expediente del caso.
—No lo robé. Además, ¿qué ocurre si mentí? ¿Qué es eso? ¿Una falta? En la oficina del fiscal se le reirán en la cara.
—Pero perdería su trabajo. Eso sucedería.
—Llega un poco tarde con eso, jefe. Hace una semana habría sido una amenaza válida. Tendría que haberla considerado. Pero ya no me importa. Ahora paso de esas amenazas y este caso es lo único que me importa. Haré lo que tenga que hacer.
Irving se quedó en silencio y Bosch supuso que el subdirector se estaba dando cuenta de que él se había alejado de su alcance.
El poder de Irving sobre Bosch siempre se había basado en el trabajo y el futuro. Pero Bosch se había liberado por fin. Harry empezó de nuevo con voz baja y calmada.
—Si estuviera en mi lugar, jefe, ¿podría simplemente darle la espalda? ¿Qué importa lo que pueda hacer para el departamento si no puedo hacer esto por ella… y por mí? —Se levantó y se guardó la libreta en el bolsillo de la chaqueta—. Me voy. ¿Dónde está el resto de mis cosas?
—No.
Bosch vaciló. Irving lo miró y Bosch vio que la rabia había remitido.
—No hice nada mal —dijo Irving en voz baja.
—Seguro que sí —dijo Bosch con voz igual de calmada. Se inclinó sobre la mesa hasta que estuvo a menos de un metro de distancia—. Todos lo hicimos, jefe. Lo dejamos estar. Ése fue nuestro crimen. Pero ya no más. Al menos no conmigo. Si quiere ayudar, ya sabe cómo encontrarme.
Bosch se dirigió a la puerta.
—¿Qué quiere?
Bosch volvió a mirarlo.
—Hábleme de Pounds. Necesito saber qué ocurrió. Es la única forma de saber si está conectado.
—Entonces siéntese.
Bosch se sentó en la silla que estaba al lado de la puerta. Ambos se tomaron un tiempo para serenarse antes de que Irving hablara por fin.
—Empezamos a buscarlo el sábado por la noche. Encontramos su coche el domingo a mediodía en Griffith Park. En uno de los túneles que cerraron después del terremoto. Era como si supieran que íbamos a buscar desde el aire y pusieron el coche en un túnel.
—¿Por qué empezaron a buscar antes de saber que estaba muerto?
—Por la mujer. Llamó el sábado por la mañana. Dijo que lo habían telefoneado a casa el viernes por la noche, no sabía quién. Pero quienquiera que fuese se las arregló para convencerle de que saliera de casa y se reuniera con él. Pounds no le dijo a su esposa de qué se trataba. Dijo que volvería al cabo de una hora o dos. Salió y nunca regresó. Por la mañana ella nos llamó.
—Supongo que el número de Pounds no está en la guía.
—Exacto. Eso aumentaba la posibilidad de que fuera alguien del departamento.
Bosch pensó en ello.
—No necesariamente. Sólo tenía que ser alguien con contactos con gente del ayuntamiento. Gente que podía conseguir ese número con una llamada. Debería hacer correr la voz. Garantizar la immunidad a cualquiera que diga que proporcionó el número. Decir que no se le castigará si dice el nombre de la persona a quien se lo dio. Es a él a quien busca. Existen posibilidades de que quien dio el número no supiera lo que iba a ocurrir.
Irving asintió.
—Es una idea. En el departamento hay cientos de personas que podían conseguir ese número. Podría ser la única forma de proceder.
—Cuénteme más de Pounds.
—Fuimos directamente a trabajar en el túnel. El domingo los medios ya sabían que lo estábamos buscando, así que el túnel representó una ventaja para nosotros. No había helicópteros sobrevolando, molestando. Instalamos luces en el túnel.
—¿Estaba en el coche?
Bosch estaba actuando como si no supiera nada. Sabía que si esperaba que Hinojos respetara sus confidencias, él debía respetar las que le hacía ella.
—Sí, estaba en el maletero. Y, Dios mío, era horrible. Le… Le habían arrancado la ropa. Le habían golpeado. Y… y había pruebas de tortura…
Bosch aguardó, pero Irving se había detenido.
—¿Qué? ¿Qué le hicieron?
—Le quemaron. Los genitales, las tetillas, los dedos… ¡Dios mío!
Irving se pasó la mano por la cabeza pelada y cerró los ojos mientras lo hacía. Bosch vio que el jefe no podía borrar las imágenes de su mente. Él también tenía problemas para hacerlo. La culpa era como un objeto palpable en su pecho.
—Era como si quisieran algo de él —dijo Irving—. Pero él no podía darlo. No lo tenía y… y ellos insistieron.
De repente, Bosch sintió el ligero temblor de un terremoto y estiró el brazo hasta la mesa para equilibrarse. Miró a Irving en busca de confirmación y se dio cuenta de que no había ningún seísmo. Era él quien estaba temblando de nuevo.
—Espere un momento.
La sala se inclinó ligeramente antes de enderezarse de nuevo.
—¿Qué pasa?
—Espere un momento.
Sin decir otra palabra, Bosch se levantó y salió por la puerta. Recorrió rápidamente el pasillo hasta el cuarto de baño de caballeros que estaba al lado de la fuente. Había alguien delante de uno de los lavabos afeitándose, pero Bosch no se tomó el tiempo de mirado. Empujó la puerta de una de las cabinas y vomitó en el inodoro, estuvo a punto de no llegar a tiempo.
Tiró de la cadena, pero sintió una nueva arcada y luego otra, hasta que se vació, hasta que no quedó en su interior otra cosa que la imagen de Pounds desnudo, muerto, torturado.
—¿Está bien, amigo? —dijo una voz desde el exterior de la cabina.
—Déjeme solo.
—Lo siento, sólo preguntaba.
Bosch se quedó unos minutos más en la cabina, apoyado contra la pared. Finalmente, se limpió la boca con papel higiénico y tiró de la cadena. Salió de la cabina con paso indeciso y se acercó al lavabo. El otro hombre seguía allí. Ahora se estaba poniendo una corbata.
Bosch lo miró en el espejo, pero no lo reconoció. Se dobló sobre el lavabo y se limpió la cara y la boca con agua fría. Después usó toallas de papel para secarse. No se miró al espejo ni una sola vez.
—Gracias por preguntar —dijo al salir.
Irving daba la sensación de no haberse movido durante la ausencia de Bosch.
—¿Está bien?
Bosch se sentó y sacó el paquete de cigarrillos.
—Lo siento, pero voy a fumar.
—Ya lo ha hecho antes.
Bosch encendió un cigarrillo y dio una profunda calada. Se levantó y caminó hasta la papelera de la esquina. Había un vaso de café sucio y lo cogió para usarlo de cenicero.
—Sólo uno —dijo—. Después puede abrir la puerta y ventilarlo.
—Es un mal hábito.
—Respirar en esta ciudad también lo es. ¿Cómo murió? ¿Cuál fue la herida fatal?
—La autopsia ha sido esta mañana. Paro cardiaco. La presión fue excesiva y su corazón no resistió.
Bosch se detuvo un momento. Sintió que empezaba a recuperar la fuerza.
—¿Por qué no me cuenta el resto?
—No hay resto. Eso es todo. No había nada allí. No había pruebas en el cadáver. No había pruebas en el coche. Lo habían limpiado todo. No había por dónde empezar.
—¿Y la ropa?
—Estaba en el maletero. No ayuda. Aunque el asesino se quedó una cosa.
—¿Qué?
—Su placa. El cabrón se llevó su placa.
Bosch se limitó a asentir y desvió la mirada. Ambos se quedaron un rato en silencio. Bosch no podía sacarse las imágenes de la cabeza y suponía que Irving tenía el mismo problema.
—Entonces —dijo Bosch al fin—, viendo lo que le habían hecho, la tortura y todo lo demás, inmediatamente pensaron en mí. Eso sí que es un voto de confianza.
—Mire, detective, lo empujó por la ventana dos semanas antes. Teníamos un informe adicional de él según el cual lo había amenazado. ¿Qué…?
—No hubo ninguna amenaza. Él…
—No me importa si la hubo o no la hubo. Él presentó el informe. Ésa es la cuestión. Cierto o falso, hizo el informe, por consiguiente, se sentía amenazado por usted. ¿Qué se supone que teníamos que hacer? ¿No hacer caso? Sólo decir: «¿Harry Bosch? Oh, no, nuestro Harry Bosch no podría hacerlo, de ningún modo», y seguir adelante. No sea ridículo.
—De acuerdo, tiene razón. Olvídelo. ¿No le dijo nada a su mujer antes de irse?
—Sólo que alguien había llamado y que tenía que salir una hora a una reunión con una persona muy importante. No mencionó ningún nombre. La llamada se recibió el viernes por la noche.
—¿Es exactamente así como lo contó ella?
—Eso creo. ¿Por qué?
—Porque si él lo dijo así, podría haber dos personas involucradas.
—¿Por qué?
—Suena como si una persona lo hubiera convocado a una reunión con una segunda persona, alguien muy importante. Si esa persona hubiera hecho la llamada, entonces él le habría dicho a la mujer que tal y tal, el gran tipo importante, acababa de llamarlo y que iba a reunirse con él. ¿Entiende a qué me refiero?
—Sí. Pero quienquiera que llamara pudo usar el nombre de una persona importante como cebo para atraer a Pounds. Esa persona real podría no estar involucrada en absoluto.
—Eso también es cierto. Pero creo que se dijera lo que se dijese, tuvo que ser convincente para que Pounds saliera solo de noche.
—Tal vez era alguien a quien ya conocía.
—Tal vez, pero en ese caso probablemente le habría dicho el nombre a su mujer.
—Cierto.
—¿Se llevó algo? Un maletín, archivos, algo.
—No que sepamos. La mujer estaba en la sala de la tele. No lo vio salir por la puerta. Hemos repasado todo esto con ella, hemos revisado toda la casa. No hay nada. Su maletín estaba en su despacho de la comisaría. Ni siquiera se lo llevó a casa. No hay por dónde empezar. Para ser sincero, usted era el mejor candidato, y ahora está descartado. Lo que me devuelve a mi pregunta. ¿Lo que usted ha estado haciendo podría tener algo que ver con esto?
Bosch no podía permitirse decirle a Irving lo que pensaba, lo que sabía instintivamente que le había ocurrido a Pounds. Aunque lo que lo detenía no era la culpa, sino el deseo de mantener la misión para sí mismo. En ese momento se dio cuenta de que la venganza era una fuerza singular, una misión solitaria, algo de lo que nunca se hablaba en voz alta.
—Desconozco la respuesta —dijo—. No le conté nada a Pounds. Pero me la tenía jurada. Eso ya lo sabe. El tipo está muerto, pero era un capullo y quería acabar conmigo. Así que podría haber estado muy atento a lo que yo hacía. Un par de personas me vieron la semana pasada. El rumor podría haberle llegado a él y podría haberle inducido a un error fatal. Él no es que fuera un investigador. Pudo haber cometido un error. No lo sé.
Irving miró fijamente a Bosch. Bosch sabía que estaba intentando determinar qué parte era verdad y qué parte, mentira. Bosch habló antes.
—Dijo que iba a reunirse con alguien importante.
—Sí.
—Mire, jefe, no sé lo que McKittrick le contó de la conversación que tuve con él, pero sabe que había gente importante involucrada cuando… cuando mataron a mi madre. Usted estuvo allí.
—Sí, estuve allí, pero no formé parte de la investigación, no después del primer día.
—¿McKittrick le habló de Arno Conklin?
—Hoy no. Entonces sí. Recuerdo que cuando una vez le pregunté qué estaba ocurriendo con el caso, me dijo que le preguntara a Arno. Dijo que Arno estaba protegiendo a alguien.
—Bueno, Arno Conklin era una persona importante.
—¿Pero ahora? Será un anciano si es que sigue vivo.
—Está vivo, jefe. Y tiene que recordar algo. Los hombres importantes se rodean de hombres importantes. Nunca están solos. Conklin puede ser viejo, pero puede haber otro que no lo sea.
—¿Qué me está contando, Bosch?
—Le estoy diciendo que me deje solo. Tengo que hacer esto. Soy el único que puede hacerlo. Le estoy diciendo que mantenga a Brockman y a los demás alejados de mí.
Irving lo miró un momento y Bosch percibió que el jefe no sabía qué camino tomar. Bosch se levantó.
—Estaremos en contacto.
—No me está contando todo.
—Es mejor así. —Salió al pasillo, recordó algo y volvió a entrar—. ¿Cómo voy a volver a casa? Me han traído aquí.
Irving se estiró hacia el teléfono.